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– Déjame…
– Suéltala. -Una figura se alzaba detrás de su agresor. El dueño. El que se hacía llamar Señor. Jessica abrió los puños mientras el alivio la llenaba.
– Consensual es la palabra operativa aquí, y ella no lo está consintiendo, -dijo el Maestro con esa voz profunda y suave.
El idiota se dio la vuelta, todavía sosteniéndola por el pelo.
– Ella lo hizo. Deberías haberla visto observando los azotes. Ella quiere eso.
– En realidad, no. Ella no tiene ningún interés en ser azotada y no tiene interés en ti.
La mano del Maestro se cerró alrededor de los dedos que envolvían su pelo, y luego de un segundo, ella estaba libre.
Sus piernas estaban temblando demasiado como para poder levantarse. Abrazándose a sí misma, se acurrucó en el lugar. Otro hombre apareció, este con una insignia amarilla sobre su chaleco de cuero.
– ¿Hay problemas aquí?
El idiota señaló al Maestro.
– Él interrumpió mi escena.
– ¿Acabas de acusar al Maestro Z de interrumpir una escena? -El portero parecía sorprendido.
– ¿El Maestro Z?
– Ella no quería. -El Maestro le extendió una mano a Jessica, y ella la cogió. Su mano era dura y fuerte, y él tiró de ella para ponerla de pie con tanta facilidad que le dio miedo. -¿Estás bien, pequeña?
Ella tomó un aliento y asintió con la cabeza. Si tratara de hablar, su voz saldría miedosa, por lo que sólo mantuvo la boca cerrada.
– Ven aquí. -El Maestro Z envolvió un brazo a su alrededor, metiéndola en su costado. Era tan grande que ella se sentía pequeña a su lado. Pequeña y delicada. Femenina.
El intento de agarrar a Jessica del idiota fue interceptado por el Maestro Z, y luego el portero lo agarró por el cuello.
– Aplícale un mes de suspensión y que repita la clase entera de entrenamiento si desea regresar después de eso, – El Maestro Z le dijo al portero. -Al parecer, no estuvo prestando atención.
– Él ni siquiera habló con ella… él no… -el idiota protestó.
Arrastrándolo lejos, el portero le dijo con voz molesta.
– El Maestro Z no sólo es el dueño de este lugar, imbécil, sino que él siempre sabe lo que quieren los subs. Siempre.
Jessica se estremeció. El hombre la había llamado sub, ese sería el término entonces, para el que estaba siendo amedrentado. ¿Por qué estaba pensando acerca de la terminología ahora? Se las arregló para inhalar, comenzando a respirar de nuevo. Él la llamó una sub. No había manera de que ella fuera una sub. Dios, tenía que irse a casa.
El Maestro Z se rió entre dientes.
– Mal día, ¿eh? -Envolvió sus brazos alrededor de ella, sosteniéndola firmemente. Su mano le apretó la cabeza en el hueco de su hombro. Reconfortante. Seguro.
Ella soltó una media carcajada y tuvo un estremecimiento.
– Él iba a a-azotarme. Y nadie nunca se habría dado cuenta… -Ella niveló su voz. -Gracias.
– Fue un placer. -Él se quedó allí, sosteniéndola, dejando que la gente circule entre ellos como el agua alrededor de una roca. Indiferente. Nada parecía molestar a este hombre.
– ¿Cómo supiste que no quería eso? ¿Qué no estaba… jugando o algo? Tú realmente no… sabes…
– Lo sé, gatito. -Su voz retumbaba en su pecho mientras le acariciaba el pelo. Su atractivo aroma, suave a cítricos mezclado con un almizcle masculino único, la hicieron querer enterrarse más cerca.
Pero ella no podía lograr ir mucho más cerca, estaba pegaba contra él como un papel de pared. Sus pechos estaban machacados contra su pecho duro, sus caderas acunadas contra las suyas. Él se sentía bien contra ella. Demasiado bueno, ¿y ella no había querido mantenerse lejos de él?
Su otra mano estaba en la parte baja de su espalda, sobre el hueco por encima de sus nalgas. Y ella no estaba todo lo rígida que debería al ser tocada. Pero él ya había tenido sus manos sobre ella, se dio cuenta, ruborizándose al recordar cómo la había secado entre sus piernas. Ni siquiera sabía su nombre.
Ella aún no sabía su nombre. Se empujó hacia atrás y lo miró hacia arriba.
Con la luz detrás de él, sus ojos eran casi negros mientras la observaba. Sus labios se curvaron y una arruga apareció en su mejilla.
– Necesitas una bebida y un momento para recuperar el aliento. -La liberó de sus brazos y le tendió una mano. -Ven.
¿Debería? Consideró sus opciones. Ir con él o tratar de caminar hacia la barra sobre sus piernas inestables, recibiendo un golpe cada pocos segundos. Bueno, esto era fácil. Puso su mano en la suya.
Sin dejar de sonreír, la llevó a la barra.
– Esta vez puedes elegir su bebida.
Ella dudó. ¿Agua o alcohol? Agua sería inteligente, pero un trago definitivamente ayudaría a sus temblores. Y de alguna manera el miedo había evaporado cualquier alcohol anterior. -Un margarita. Gracias.
– Cullen, -dijo el Maestro Z, su voz de alguna manera logrando pasar por encima de todas las conversaciones, tal vez porque era muy profunda. El barman miró.
– Un margarita, por favor.
Ignorando a las otras personas que estaban esperando, el barman le hizo la bebida y la puso delante de ella. Le sonrió a su acompañante.
– Definitivamente, una hermosa mascota, Maestro Z.
– No soy una mascota. -Jessica frunció el ceño. -¿Qué tipo de término despectivo es ese, de todos modos? -Ella trató de deslizarse sobre el taburete de la barra, pero no pudo conseguirlo. Sus piernas temblorosas, cortas… ¿por qué sus padres no podían haber sido altos? Entonces ella no se parecería tanto a una albóndiga con pies.
El Maestro la tomó por la cintura y la puso sobre el asiento, quitándole la respiración con su solidez sin esfuerzo y la sensación de sus musculosas manos a través de la delgada tela que llevaba.
– No es despectivo, -le dijo, parándose lo suficientemente cerca como para que sus caderas se rozaran. -Es una palabra cariñosa para un sub.
– Pero yo no soy una sub. No estoy en eso en absoluto. Detesto que el hombre quiera decidir. Ser azotada… Sólo la idea me parece insoportable.
Le acomodó un mechón de su pelo detrás de su oreja, sus dedos dejando un cosquilleo en su estela.
– Es una persona extraña la que podría disfrutar siendo agredida por un desconocido.
– Huh. -Los temblores estaban disminuyendo, y su cerebro estaba comenzando a trabajar de nuevo. -¿Así que una persona sumisa simplemente debe ponerse panza arriba cuando algún tipo reparte órdenes?
Él sonrió, un destello de dientes blancos en una oscura cara bronceada.
– No lo creo. Como con cualquier relación, una relación Dom/sub tiene atracción… -rozó un dedo hacia abajo por su mejilla y su respiración se detuvo por la intensidad de la mirada de sus ojos. -Y confianza.
Apartar la mirada de él tomó un esfuerzo, pero lo consiguió. Ella no se sentía cómoda en absoluto con la forma en que sus sentidos se habían despertado, como si él la hubiera conectado a la corriente eléctrica.
Girando apoyó los codos en la parte superior de la barra y se concentró en su bebida, tratando de ignorar la forma en que su cuerpo se sentía, la forma en que la afectaba. Hmmm, su reacción se debía probablemente a que él la salvó. Ella había leído algo al respecto. Ok, está bien.
Sé agradable, sigue hablando, mujer.
– ¿Qué clase de confianza? -Ella percibió su olor otra vez, encantadoramente masculino.
Curvó sus manos alrededor de la parte superior de sus brazos desnudos y la giró hacia él. Con una mano, le levantó la barbilla hasta atraparle la mirada.
– La confianza de que tu maestro sabe lo que necesitas y te dará lo que necesitas, incluso cuando no siempre estés segura.
Las palabras, la certeza absoluta en su profunda voz, envió calor punzando a través de ella, una ola de necesidad tan potente que la estremeció por dentro.
Como si él pudiera ver dentro de su cabeza, sonrió lentamente y susurró:
– La confianza que permite que una mujer se deje amarrar y extender abiertamente para el uso de su maestro.
Ella se quedó con la boca abierta mientras tomaba una difícil respiración, la imagen de sí misma desnuda, despatarrada en una cama con él mirándola era más erótico que nada de lo que había sentido antes.
Él ahuecó su mejilla, se inclinó hacia adelante, su cálido aliento contra su oreja mientras murmuraba:
– Y tu reacción a eso demuestra que eres una sumisa.
Ella se sacudió lejos de él, lejos del calor que crecía dentro de ella, y la conciencia de su cuerpo tan cerca del suyo.
– De ninguna manera. Realmente no lo soy.
Hora de cambiar de tema. Se aclaró la garganta, su voz ronca cuando ella le preguntó:
– Así que, ¿cómo te llamas, de todos modos? ¿Todo el mundo te llama Maestro Z?
Él simplemente sonrió y tomó la bebida que el barman había dejado para él. Su gran mano envolvió el cristal. Cuando sus labios tocaron el cristal, su mirada se cruzó con la de ella, y ella casi pudo sentir esos labios cerrándose sobre su boca, sobre su pecho… Por Dios, Jessica, tómalo con calma.
Él apoyó el vaso y, luego, como si hubiera escuchado sus pensamientos, le tomó la cara entre sus manos y llevó su boca hasta la de ella. Su corazón se aceleró por la forma en que la mantenía en su lugar despertándole un deseo ardiente en sus venas. Sus labios eran firmes, conocedores, tentando una respuesta de ella. Un punzante pellizco le hizo abrir la boca, y él entró, su lengua acariciando la suya.
Todo dentro de ella parecía derretirse. Una quemazón comenzó entre sus piernas y sus manos se enroscaron alrededor de sus musculosos brazos en un esfuerzo para mantenerse en posición vertical.
Con una risa baja él tomó sus muñecas y puso sus brazos alrededor de su cuello. Empujando sus piernas para separarlas, se movió entre ellas. Con la mano sobre su trasero, la deslizó más cerca hasta que su monte se frotó contra su gruesa erección, el fino material no era ningún obstáculo en absoluto. Cuando ella jadeó por el placer que surgía a través suyo, él simplemente profundizó su beso, su implacable dominio.
En el momento en que él se inclinó hacia atrás, ella estaba temblando, sus manos clavadas en sus anchos hombros con tanta fuerza que sus dedos dolían. La habitación parecía palpitar a ritmo con su mitad inferior.
Sus ojos se estrecharon cuando ella lo miró, incapaz de hablar. Ahuecando la mejilla, le chupó el labio inferior, arrastrándolo dentro de su boca, su lengua deslizándose a través de él. Y cuando la liberó, su sonrisa malvada le decía que estaba pensando en poner su boca en otros lugares.
Sus pezones se apretaron en duros brotes.
– ¿Maestro Z? -Un gorila diferente se acercó, vacilantemente. -¿Podría comprobar esto? Sólo tomará un segundo.
La mirada del Maestro mantenía a Jessica clavada en su lugar mientas sus nudillos se frotaban contra sus doloridos pechos.
Se las arregló para no gemir, de alguna manera, pero podría haberlo hecho también, teniendo en cuenta el brillo divertido en sus ojos.
– Tengo que ocuparme de algo, -murmuró. -¿Vas a estar bien?
Ella resopló un aliento.
– Sí, claro.
Era bueno… muy bueno… que tuviera que dejarla, en cualquier momento ella habría estado dispuesta a hacer lo que le pidiera, y en este lugar, eso podría ser realmente malo. Dejó escapar un tembloroso suspiro.
Sus labios se curvaron.
– No te consideres a salvo, todavía, mascota. Regresaré pronto.
El Maestro Z… no, ella no iba a estar llamándolo Maestro de ninguna manera en voz alta, sin importar lo bien que besaba… miró al gorila. -Muéstrame.
Zachary siguió a Mathew, uno de los custodios de la mazmorra. No era un mal momento, en realidad. Ella necesitaba tiempo para asimilar lo que él le había dicho, tiempo para que progrese la tentación ante el pensamiento de ser tomada. Ella se sentía definitivamente atraída, no sólo por la idea de la dominación, sino por él personalmente.
Cuando le había hablado de tomarla para su placer, no sólo había sentido la llamarada de emoción en su mente, sino que escuchó la profunda respiración que había tomado, observando la aceleración del pulso en su cuello. Y su reacción a un simple beso fue tan caliente que él había tenido que controlarse a sí mismo para no ponerla sobre la parte superior de la barra y llevarla a un berreante orgasmo en ese momento.
No podía recordar la última vez que se había sentido tan atraído por una mujer. Sólo con verla caminar por la habitación con su paso firme, su barbilla levantada, le había provocado la compulsión de tomarla, de tenerla para sí mismo.
Una mujer arremetedora. No le sorprendía que el sub, Joey, haya asumido que era una Domme. De lejos, él habría asumido lo mismo. Pero de cerca, cuando la tocó, ella cedió completamente, incluso mientras su reacción la confundió.
Todo en ella le atraía, desde su lujurioso pequeño cuerpo hasta su mente lógica… y la pasión que estaba liberándose de su riguroso control.
Y ella estaba empujando al propio control de él al punto de quiebre. Así que la dejaría divagar un poco más. Pensar un poco más. Todas las oportunidades necesarias para que sea suya, justo hasta el momento en que se entregara verdaderamente a él.
Mathew se detuvo en uno de los puestos más alejados. Una sub estaba amarrada en un banco de nalgadas. Su Dom había empujado su polla dentro de su boca, y ella estaba llorando, protestando.
– Uno de los observadores estaba preocupado, -dijo el custodio de la mazmorra, -pero la sub no ha utilizado ninguna palabra de seguridad o gesto.
Zachary inclinó la cabeza, sus ojos sobre la sollozante mujer, permitiendo que sus sentimientos se deslicen dentro de él. Él sonrió.
– Es parte de una representación y su actividad favorita. No te preocupes.
Mathew palmeó a Zachary en el brazo con una sonrisa. -Suficientemente bueno. Maldita sea, la vida es más fácil cuando estás aquí, jefe. Lo siento si interrumpí algo con esa pequeña recién llegada.
Mordiéndose los labios, Jessica siguió con la mirada al Maestro. Ella había estado más excitada besándolo que teniendo sexo con otra persona. ¿Cómo hacía eso? ¿Afectarla de esta manera? Había algo en él… no sólo sus palabras… incluso su forma de caminar era autoritaria. Controlada. En la universidad, ella había estado en una exposición de karate, donde algunos de los cinturones negros tenían esa aura, una mezcla inquietante de peligro y disciplina. Ella no era la única que se sentía afectada por él, de todos modos. Los miembros del club se corrían de su camino, las mujeres se volvían a observarlo cuando él pasaba.
Como ella.
Y él la había llamado pequeña. Ella frunció el ceño. Si otro hombre la etiquetara de esa manera ella lo habría reducido de tamaño, ¿así que por qué la había derretido interiormente cuando el Maestro lo hizo? Oh, ella estaba en serios problemas aquí.
Después que él desapareció entre la multitud, se volvió para terminar su bebida. Intentando ignorar la seductora música, sonrió a los dos hombres que se sentaron a su lado, intercambiando presentaciones, y metiéndose enseguida en una acalorada conversación sobre las leyes de impuestos.
Uno de los hombres, Gabe, tenía una personalidad casi como la del Maestro. Su confianza y la autoritaria mirada en sus ojos le daban una divertida sensación de debilidad interior.
La mirada del camarero tenía ese efecto en ella también, se dio cuenta, mientras Cullen vagaba de vuelta hacia su sector. Él negó con la cabeza hacia Gabe.
– Uh-uh. De Z.
Gabe frunció el ceño. -Ahora eso es una lástima. Bueno, Jessica, si alguna vez te encuentras sin compromisos, me gustaría disfrutar llegándote a conocerte mejor.
– Yo… -Incapaz de pensar en una réplica adecuada, Jessica asintió cortésmente y observó a Gabe alejarse. Se volvió a Cullen. -¿Qué es esa cosa “De Z”? Él no es mi dueño, maldita sea.
Su sonrisa parpadeó tan rápidamente que casi no lo vio.
– No, amor, no lo es. Yo sólo pensé en salvar a Gabe de hacer el esfuerzo. Te he visto con el Maestro Z, Gabe no tiene ninguna posibilidad.
Jessica miró y giró dándole la espalda. Así que ella era tan obvia.
No lo era, ¿o sí?
Por supuesto que no. Levantando la barbilla y quitando al Maestro de su mente, ella sonrió y entabló conversaciones con los miembros a su alrededor. Extrañas conversaciones a veces. Un hombre tenía largas cadenas atadas a su cinturón. Con tops de red y short de látex, dos hombres, obviamente gay, ¿o podrían ser bi?, le echaron un vistazo para un trío. Una mujer, en látex ceñido de color rojo y guantes a juego hasta los codos, dueña de una librería con la que era divertido hablar, pero su caliente mirada era desconcertante.
Cuando la mujer se alejó, Jessica miró alrededor de la habitación. Sus nervios se habían calmado. Debería continuar explorando dado que su doméstico mundo seguramente no incluía nada como este lugar. ¿Por qué encontraba algunas de estas cosas tan… excitantes?
Sintiéndose molesta mientras admitía eso, ella necesitaba una respuesta. Nunca había sido de esconder la cabeza en la arena, después de todo.
Y esta vez había estaba preparada para idiotas. También podía usar el nombre del Maestro Z como una herramienta de conjuro: No te metas conmigo o el Maestro Z te hará desaparecer. Sí, eso podría funcionar.
Sonriendo, se bajó del taburete de la barra y se marchó. Recibió dos propuestas más en los primeros cincuenta metros; un hombre que merecía una segunda mirada. Tenía esa misma confianza, fuerza, que el Maestro Z y Gabe. Pero de alguna manera, el Maestro hacía que cada hombre en la habitación pareciera débil, incompleto. Pensó en la forma en que la miraba… toda su atención sobre ella, no en la música o en otras personas o en la planificación de la noche o incluso en su siguiente frase. Ser el foco de esa intensidad era embriagador.
Y entonces, por supuesto, llegó la pregunta que ella realmente no quería en su mente: ¿Cómo sería tener toda esa atención sobre ella en la cama?
Parpadeó y reorientó su propia atención al aquí y ahora, no a visualizar al Maestro sin ropa, con sus grandes manos envueltas alrededor de sus muñecas y con su boca…
Argh. Detente. Mira. Camina. En uno de los bien iluminados sectores, una persona estaba amarrada en lo que debería ser la cruz de San Andrés que el idiota le había mencionado. Esta vez la persona encadenada era un hombre cuya jefa lo estaba azotando en lugares horribles. Totalmente consternada, Jessica miró por un momento, apretando sus piernas por la reacción. No, ella no quería ver esto, de ninguna manera. Apresurándose a seguir adelante, sólo podía pensar una cosa, Esta gente está loca.
Pasó a dos mujeres hablando juntas en un sofá. La mujer en un ajustado traje negro le estaba diciendo a la otra:
– Tu palabra de seguridad es banana. ¿Puedes recordar…?
¿Y qué sería una palabra de seguridad?
Cuanto más lejos iba de la entrada, más cambiaba la iluminación, acrecentando su inquietud. Ah, algunos de los apliques de la pared tenían parpadeantes bombillas rojizas.
Al final de la habitación, abriendo las puertas dobles conducía a un ancho pasillo. Mucha gente estaba arremolinándose en torno a ese lugar, y los ruidos hacían que el de estómago de Jessica se retorciera: gritos, el sonido de un látigo, ruegos. Demasiado intenso. Ella no iría por ese pasillo.
No es que pudiera escapar de todos los sonidos incómodos. Mientras se dirigía hacia el otro lado de la habitación, agudos gritos resaltaban por encima del murmullo de la conversación. En una zona acordonada, un hombre corpulento, con los brazos tatuados estaba azotando a una pequeña morena atada a una mesa tipo caballete. La pobre mujer estaba gritando:
– ¡Para! Para, por favor, ¡detente! -Él no se detuvo. La gente se quedaba detrás de las cuerdas, sin hacer nada. Malditos sean.
La furia quemó a través de ella como un reguero de pólvora. Su hermana había sido golpeada de esa manera durante su matrimonio, Jessica había sospechado el abuso, pero no había actuado. Lo haría esta vez.
Aproximándose detrás del hombre, le quitó el látigo de la mano.
– ¡Imbécil pervertido, déjala, o te voy a mostrar lo que se siente!
El rostro de bulldog del hombre se puso rojo, y dio un paso adelante, luego se detuvo, las manos cerrándose en puños a su lado. Volviéndose a los espectadores, espetó:
– Tráiganme un custodio. -Girando hacia Jessica, le arrebató el látigo.
Jessica le dio un puñetazo en la cara, derribándolo, sacudiéndose a sí misma. Además de las clases de karate en la universidad, nunca había golpeado a nadie. Pero, hey, el golpe había funcionado.
La breve emoción desapareció mientras él lentamente se ponía de pie. No del todo. Su boca se secó. Ella retrocedió un paso, su corazón golpeando contra sus costillas.
Los ojos del hombre estaban desorbitados, su puño se elevó mientras daba un paso adelante.
– Detente. -La convincente voz del Maestro Z. El hombre se detuvo, y Jessica respiró aliviada. Todos se volvieron cuando el Maestro entró en la zona acordonada. Él la miró, luego al hombre. -Acláralo, Maestro López.
– Estábamos en medio de una escena, y ésta loca llegó bramando a través de la multitud, gritando, agarró mi látigo, y maldita si no me asestó un puñetazo. -Frotándose su enrojecida barbilla, los labios del hombre se curvaron un poco. -Es casi gracioso, pero aún así, ella arruinó nuestra escena.
La mirada del Maestro Z volvió hacia ella y se estremeció ante la implacable mirada de sus ojos.
– Jessica, explícate.
– Ella estaba gritando y chillando, “Alto, alto”, y él la estaba azotando. Nadie estaba haciendo nada. -Sintiéndose como una niña teniendo un berrinche, levantó el látigo. -Se lo quité a él.
– ¿Cuál es la palabra de seguridad de tu sumisa? -El Maestro le preguntó al imbécil.
– Púrpura.
– ¿Ella la utilizó, o la palabra de seguridad del club?
– No. No estaba ni cerca. Hemos estado juntos tres años, y sólo la ha usado dos veces. Soy muy cuidadoso con eso, Z.
– Sé que lo eres. -El Maestro Z se volvió hacia ella, las cejas juntas en el ceño fruncido. -¿Realmente leíste alguna de las reglas que firmaste?
Jessica se ruborizó, miró hacia abajo.
– Eh… no.
– Lo siento por eso, y siento aún más que serás castigada por algo que pensaste que era una buena obra.