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CAPÍTULO 04

Su boca se abrió. ¿Castigada?

– Pero…

– Una escena está planeada de antemano, Jessica, y es muy esperada. Además, cada sub tiene lo que llamamos una palabra de seguridad, una palabra que utiliza si tiene demasiado miedo o el dolor va más allá de lo que puede soportar. La palabra de seguridad nunca, nunca es ignorada.

Jessica se lamió los labios secos.

– ¿Estás diciendo que en realidad no quiere ser salvada? Ella… pero mírala otra vez, está toda colorada.

La gente afuera de la cuerda se echó a reír.

– Si yo tomo un látigo y comienzo a golpearte con él, sí, eso sería abuso, y sería doloroso. -El Maestro Z le quitó el látigo de la mano. -Sin embargo, cuando alguien es excitado, en el contexto de un momento sexual, entonces el dolor puede aumentar la respuesta y el placer de una persona. Ambos disfrutan de esta actividad. Su placer, y la escena que ellos habían planeado, quedó arruinado por ti.

Personas que disfrutaban siendo golpeadas. Bueno, ella ya había visto eso. El club tenía reglas, las reglas eran buenas, y ella había cometido un tremendo error en este extraño mundo. Hora de pedir disculpas, salir de este embrollo con elegancia, y retirarse.

Sentarse en la entrada parecía mucho más atractivo, y ella estaría yendo hacia allí ahora mismo, Maestro Z o no Maestro Z.

Ahora en libertad, la mujer azotada se unió al matón. Todo el cuerpo de la pequeña mujer temblaba, y el hombre pasó un brazo alrededor de ella, disonantemente tierno, teniendo en cuenta la forma en que había ejercido ese látigo.

Jessica respiró hondo, mirándola.

– Lo siento mucho. Pensé que estabas siendo lastimada, y bueno… Por favor, perdóname.

El Maestro Z alzó las cejas hacia el hombre.

– No, Z, lo siento. Puedo ver que es una de tus mascotas, y que ella no lo hizo a propósito, pero arruinó nuestra escena. -Besó la parte superior de la cabeza de la mujer. -Arruinó la noche para nosotros. Tenemos reglas en el club para esto, y quiero que se cumplan.

– Estás en todo tu derecho, Maestro Smith. -El Maestro Z suspiró y apretó la muñeca de Jessica con una firme mano antes de continuar: -Este es mi veredicto. Voy a disciplinarla, permitiéndote participar. Me detendré cuando esté satisfecho de que tanto el castigo como el arrepentimiento hayan sido alcanzados. Dado que es una recién llegada y no está acostumbrada al estilo de vida, eso debe tenerse en cuenta para la intensidad y duración.

El Maestro Smith frunció el ceño, y luego su cara se despejó.

– Supongo que así se hará.

El Maestro se volvió, hizo señas a una camarera, y señaló el banco donde se habían ejecutado los azotes.

– Limpia esto, por favor.

Una botella de spray y toallas de papel proviniendo de una pequeña repisa en la pared, y la camarera rápidamente limpió el banco.

¿Qué quiso decir con el castigo? La mirada de Jessica fue desde el banquillo al Maestro Z. Estaba teniendo realmente un mal presentimiento sobre esto.

– Escucha, me disculpé, y me voy a ir ahora.

Su agarre no se aflojó.

– Jessica…

– Tú no vas a azotarme con un látigo. -Ella intentó liberar su brazo de un tirón. -No puedes…

Trató de darle un puñetazo.

Apenas sonriendo, él atrapó su puño con una dura mano. Cuando ella tiró con fuerza de su mano, la soltó, se puso detrás de ella, y le aprisionó los brazos a sus costados.

Levantándola, la puso frente al banco.

– No es un látigo, -dijo suavemente, como si estuviera continuando una conversación. Podía sentir su cuerpo todo a lo largo del suyo, y a pesar del miedo, lo percibía.

Mientras empujaba el lujurioso cuerpo de Jessica apretándolo contra él, Zachary podía sentir su reacción, tanto en su cuerpo como en su mente. Miedo, sí. Pero la excitación aún persistía, lo que le sorprendió al principio. Por otra parte, incluso una persona perfectamente recta sería excitada por el Club, para una sumisa, incluso una principiante, las actividades en la sala serían el país de los sueños eróticos.

Y se había convertido en una pesadilla. Él nunca debería haberla dejado entrar aquí, y la culpa se clavaba en sus entrañas como un cuchillo sin filo. Pero él tal vez podría hacer esto más fácil para ella, no es que ella entendiera sus acciones o cómo la excitación podría cambiar la calidad del dolor.

Manteniéndola apretada contra él, le acarició el cuello, respirando su aroma a vainilla. Ella se estremeció.

– No estás lista para un látigo, -le susurró, sus labios rozando su oreja, sintiendo cómo el miedo y la emoción crecían en su interior. -Dudo que alguna vez disfrutes de ese dolor.

Sin disminuir la presión sobre sus brazos, movió las manos para ahuecar sus pechos. Si ella no se sentía atraída por él, no se excitaba, esto sería un comportamiento reprobable, pero sus pezones se pusieron duros como piedras debajo de su tacto. Ignorando a la multitud que se acumulaba detrás de ellos, él se centró en provocar el calor en ella. Sus pechos eran suaves y redondos, pesados. Ella, indudablemente, podía sentir el calor de sus manos a través del delgado material de la camiseta.

Ella podía sentir el calor de él a través de la camiseta mientras sus pulgares le frotaban los pezones, enviando ardientes sensaciones quemando a través de su cuerpo.

– Ya basta, -susurró ella, retorciéndose en su inflexible agarre. Su corazón latía con miedo, a pesar de que era muy consciente de sus manos sobre ella, de cómo su cuerpo más grande la mantenía fácilmente en su lugar. Era el Maestro quien la tenía en sus brazos, El Maestro, que la hacía sentir segura, sólo que no había seguridad aquí.

Sintió algo cerrarse alrededor de sus tobillos.

– ¡Hey!

El hombre y la mujer golpeada estaban arrodillados a cada lado de ella. Trató de patearlos y no pudo mover sus piernas. Habían atado los tobillos a las patas del banco.

– Déjame ir, maldita sea. Yo no estaba de acuerdo con…

– En realidad, sí -Murmuró el Maestro. -Tengo tu firma. Las sanciones por la interrupción de una escena se explican en detalle en la tercera página.

– De ninguna manera. -Ella trató de retorcerse para liberarse. -Maldito seas, déjame ir.

Él la abrazó con tanta facilidad como lo haría con un cachorro, sus brazos alrededor de ella dándole tanto consuelo como miedo.

– Maestro Smith, ¿podría bajar el frente varios centímetros, por favor?, -Dijo el Maestro. -Y levanta todo el banco unos treinta centímetros. -Incluso mientras hablaba, embromaba a sus pechos, rodando los pezones, acariciando la parte inferior.

Cuando movió una mano hacia abajo para presionarla contra su montículo, una ola de calor rodó a través de ella. Luchó más duro, pero no podía alejarse de sus atenciones, e incluso su miedo no podía reprimir la sensación de excitación. ¿O era su miedo que la intensificaba?

El banco estaba listo.

– Jessica, inclínate ahora, -dijo el Maestro Z. Ella tensionó su cuerpo para mantenerlo rígido. Estaría maldita si iba a ayudar de alguna manera.

Él dio un resoplido de risa, movió un brazo hacia abajo para cruzarlo por sus caderas e inclinó el pecho contra su espalda, forzándola a doblarse sobre el banco. Ella luchó inútilmente, jadeando por el esfuerzo. Tirando sus brazos hacia los lados, él aplanó su pecho directamente sobre el banco.

Dos arañazos más y se dio cuenta que la pareja siempre-tan-útil había encadenado sus muñecas a las patas del banco. Sus brazos estaban estirados en forma recta, y ella los sacudió inútilmente.

– No, maldición.

El Maestro caminó alrededor del banco. Estirándose debajo de ella, acomodó sus pechos de manera que cuelguen a cada lado de la estrecha parte superior del banco.

Jessica trató de mover sus piernas, para elevar su cuerpo desde el banquillo, pero estaba completamente restringida. El horror se precipitó a través de ella cuando se dio cuenta que con la cabecera del banco inclinada hacia abajo, su trasero sobresalía alto en el aire. Lanzando un resoplido de pánico, tiró de las correas de sus muñecas.

– Eres un cabrón, -se sacudió. -Déjame levantarme, o voy a demandarte. Yo…

– Gatita, -le dijo, acariciando su mejilla caliente. -Nadie lo hace. Las demandas hacen a las noticias, y nadie quiere admitir que ha estado aquí.

¿Publicidad? Se ahogó, la amargura envenenando su boca. No podía permitirse un escándalo en su mojigato mundo de la contabilidad. Su amenaza de una demanda judicial era inútil, y él lo sabía.

– Lo siento, pequeña. Vas a tener que someterte y tomar tu castigo. -Después de acariciarle el pelo, se acercó a la pared. Ella giró la cabeza, tratando de no perderlo de vista. Su respiración se detuvo. Las luces parpadeantes en la pared habían ocultado lo que colgaba. Bastones y látigos y paletas y fustas. Un gemido se le escapó, y tiró más duro en contra de las restricciones.

Ella podía oír reír a la gente mientras luchaba. Un montón de gente.

Con las manos en la espalda, el Maestro se tomó su tiempo para contemplar los elementos, y su angustia creció. No, no el látigo, lo prometiste. Por favor, no el horrible bastón largo y rígido. Y luego él tomó una pala redonda del tamaño de la cabeza de una persona.

– Esto parece ajustarse a las necesidades, -dijo. Le tocó la mejilla con suavidad y le dijo, ya sin susurrar, -Jessica, ya que eres nueva en esto, haré que sea fácil. Tienes permiso para gritar, llorar, maldecir, suplicar… incluso para permanecer en silencio. Cualquier cosa que hagas será aceptable por este momento.

– Idiota, no me digas lo que puedo hacer. -Estaba tan enojada, tan frustrada, tan aterrorizada que sintió lágrimas brotando de sus ojos.

– Jessica, acabo de hacerlo.

Desapareció detrás de ella, y lo siguió tanto como pudo, no podía girar la cabeza lo suficiente como para verlo. Los miembros del club estaban alineados en torno a la zona acordonada, observando. Espectadores de un show en vivo. Ella los odiaba a ellos tanto como a él.

Alguien le levantó la falda y las sonrisas aparecieron. Sus dientes se apretaron mientras el calor le quemaba la cara. No llevaba ropa interior, todo su trasero estaba desnudo en el aire, donde todo el mundo lo podía ver.

La voz del Maestro.

– Un bonito pequeño culo, ¿no te parece, Maestro Smith?

– Muy bonito.

El Maestro Z masajeó sus nalgas, lentamente, suavemente. Pasó los dedos sobre su piel desnuda, su toque sensual, cada vez más íntimo mientras trazaba el pliegue entre las nalgas y los muslos. Su conciencia se redujo a tan sólo su tacto, y luego se quedó sin aliento cuando sus dedos acariciaron entre sus piernas, resbalando en la humedad allí hasta que sintió la necesidad de que se deslizara dentro de su cuerpo como el aire caliente a través de una ventana abierta.

Y se alejó, dejándola palpitante.

– No estableceré un número específico -dijo la voz del Maestro Z. -Voy a decir cuándo parar.

Y algo golpeó su trasero con una horrorosa bofetada. Sus piernas se sacudieron, y el dolor quemó su piel, un terrible dolor. Ella tironeaba de las restricciones mientras desesperadamente… ¡Zas! La quemadura bajó directo a sus dedos de los pies. Cerró la boca al grito, no iba a gritar ni a llorar, ver si… ¡Zas! Su trasero estaba en llamas. Otro golpe, luego otro, cada uno la hacía poner en puntitas de pie, su cuerpo arqueándose en el banco.

Y luego todo se detuvo. Tratando de no llorar, ella apoyó la frente sobre el cuero.

– Como las partes ofendidas, por favor, tomen tres golpes cada uno, -dijo el Maestro Z, su voz tan cortés como si fuera un elegante camarero.

Jessica sacudió su cabeza frenéticamente. No más. Las lágrimas se filtraban de sus ojos, viendo al Maestro Z borroso cuando se agachó junto a ella.

– Dolerá menos si te puedes relajar, -murmuró, secándole las lágrimas de sus mejillas.

– Por favor…

– Puedes tomar más. -Se estiró por debajo de la mesa, ahuecando sus pechos colgando. -Tomarás más. -Él asintió con la cabeza a alguien y ¡zas!

Un grito escapó esta vez. ¡Zas! ¡Zas! Esto dolía mucho, y sollozó.

Con una mano, el Maestro le acariciaba la espalda, la otra mano sostenía su pecho en un agarre íntimo. Sus dedos sobre el pezón, incluso a través del dolor ella podía sentir su toque, creándose las más extrañas sensaciones en su interior.

Zas. Sólo una nalga. Otro golpe en la otra. Y un golpe a través de la parte superior de su muslo que la hizo gritar.

– Lo siento -sollozó ella, mirando al Maestro, intentando lograr que él le crea. -No tenía intención de causar problemas, de verdad.

Sus ojos se suavizaron.

– Lo sé, pequeña. -Él se puso de pie, caminó hacia el extremo de la mesa fuera de su vista. Ella gimió. ¿Qué iba a hacer? No más, por favor, por favor, por favor.

Algo tocó su trasero, y ella gritó más por el miedo que por el dolor.

– Rosada y tierna. Pobre gatito, -dijo el Maestro. Sus manos acariciaron su trasero, doloroso y sin embargo casi excitante. La sensación de necesidad regresó. -Libérala. El castigo ha terminado.

Unas pocas personas en la multitud gruñeron con decepción, pero se detuvieron repentinamente, como si sus reclamos hubieran sido interrumpidos. El otro maestro y su sub desataron sus manos, alguien soltó sus piernas. El Maestro la tomó por la cintura, la levantó sobre sus pies, y la mantuvo firmemente hasta que encontró el equilibrio. Su rostro estaba húmedo, y se secó las lágrimas de sus mejillas. Su interior parecía estar sacudiéndose más que sus piernas.

– Esta vez, ofrece tus disculpas de rodillas, Jessica, -el Maestro le indicó.

Sólo su mano debajo de su brazo le impidió caer mientras torpemente se arrodillaba. Levantó la vista hacia el Maestro Smith y su esclava. -Siento mucho, mucho haberlos interrumpido. Y que no haya leído las reglas. -Los temblores le hicieron temblar la voz. ¿Y si no lo estaba haciendo lo suficientemente bien? ¿Qué pasaría si…?

El Maestro Smith soltó una carcajada. -Suena arrepentida para mí, maestro Z. Disculpa aceptada.

– ¿Estás satisfecha, Wendy? -Le preguntó el Maestro Z.

La morenita asintió con la cabeza.

– Sí, señor. -Sus ojos se encontraron con los de Jessica con un toque de simpatía.

Jessica dejó caer su cabeza hacia adelante por el alivio. Había terminado. Sus muslos se estremecían con tanta fuerza que sólo quería encogerse en el suelo. Las lágrimas aún goteaban por sus mejillas.

Se sentía tan perdida.

Y luego el Maestro se inclinó y sin esfuerzo la levantó en sus brazos. Girando como un trompo, se agarró de la chaqueta.

– Shhh, gatito, estás bien, -murmuró, y algo en su interior se relajó. Sintió sus labios en su pelo y supo que estaba a salvo.

Zachary encontró un sofá vacío en el centro de la habitación y se ubicó allí, manteniéndola firmemente en sus brazos. La culpa era un nudo duro en sus entrañas. Nunca un gesto amable había terminado tan mal. Él debería haberla hecho quedarse en la entrada fría con Ben, nunca debería haberla dejado entrar en el club.

Maldita sea, incluso con su excitación, no habido evadido el dolor y la conmoción de haber sido azotada. Él envolvió sus brazos alrededor de ella, ubicándole la cabeza contra su pecho. -Todo terminó, pequeña.

Ella hundió la cabeza en su hombro, ahogando sus sollozos de una manera que le rompía el corazón. Podía sentirla tratando de esconder su angustia, pero entre un Dom y sub, no debe haber muros. Ella no sabía eso aún y no lo sabría por un tiempo, incluso si quisiera recorrer ese camino. Ella no era su sub, pero él había actuado como su Dom para el castigo; cuidarla después de eso era su responsabilidad.

Allí era donde él comenzaría.

La movió en sus brazos para poder inclinarle la cabeza hacia arriba y mirarla a los ojos. -Te tengo, Jessica, -dijo en voz baja. -Déjalo salir.

Sus ojos esmeraldas parpadearon. Parecía casi sorprendida por sus palabras ¿nunca había tenido a nadie allí para ella? Y luego las lágrimas brotaron nuevamente. Dejó caer la cabeza hacia atrás sobre su hombro, y él podía sentir su estremecimiento junto a los silenciosos sollozos. Sus estranguladas palabras flotaron hacia él cuando su calidez y abrazo se filtraron en ella.

– Delante de la gente… Me dolió… Nadie nunca… -Sus barreras cayeron, y sollozó, estremeciéndose tan duro como cuando había estado congelada por la lluvia. Pequeña sensible, una refugiada pequeña mascota. Sólo lo hacía desearla aún más.

Él le acariciaba el cabello, murmurando suavemente mientras lloraba, diciéndole lo valiente que había sido, lo maravillosamente que se había disculpado, lo mucho que apreciaba que lo compartiera con él. Alabó su coraje por tratar de salvar a la otra sub, lo raro que era encontrar a alguien dispuesto a actuar para ayudar a otro.

Él dijo la verdad. A pesar de que había sido un error interrumpir la escena, el valor de sus acciones le impresionó. Las múltiples facetas de su personalidad eran fascinantes, desde un volcán a una flexible mujer en sus brazos, desde controladora y cuidadosa a pasionalmente receptiva. Ella le encantaba.

Lentamente su llanto se transformó en entrecortadas respiraciones cuando el agotamiento se apoderó de ella.

Pero después de un tiempo demasiado corto, él sintió su mente funcionar y comenzar a enterrar el dolor y el daño bajo las capas de su control. Su cuerpo se puso rígido, no aceptando ningún consuelo.

– Quiero irme ahora, -dijo con voz dura.

Oh, él sabía que esto iba a llegar.

– La lluvia y el viento no han disminuido, y no tienes coche. Sin embargo, puedes quedarte en la entrada, y nadie te molestará.

Su respiración resopló, y ella se empujó de sus brazos.

– Déjame ir.

– Nos sentaremos aquí hasta que tus piernas funcionen por su cuenta. ¿A menos que quieras que te cargue a través de la habitación?

Se detuvo de inmediato.

– Por lo menos bájame.

– No.

Eso le hizo levantar la cabeza, sus ojos verdes húmedos como un bosque en la lluvia.

– Nunca he tenido que castigar a alguien a quien acabo de conocer, -le dijo, dejando que su propio enojo se evidencie. -La disciplina es una cuestión de confianza entre un Dom y un sub. No tenemos esa confianza entre nosotros. Tener que representar una escena, una escena de castigo como esa, fue muy desagradable. Me preocupaba hacerte daño, Jessica, -gruñó. -Me dejarás sostenerte, y ofrecerte un poco de consuelo a cambio.

Sus ojos se abrieron. Anteriormente, ella había entendido el daño que sus acciones negligentes habían ocasionado al Maestro Smith y a su sub. ¿Podría entender el malestar que le había causado a él? Casi podía oír esa mente inteligente girando en torno a los acontecimientos. Esta era una mujer muy lista.

Y luego murmuró:

– Lo siento -en su camisa.

– Como yo, -respondió él de la misma manera, Sin concederle la gracia del perdón. No todavía.

Ella sorbió un poco, avanzando lentamente debajo de sus defensas.

– ¿Qué quieres que haga?

– Simplemente siéntate conmigo, pequeña, -suspiró. -Hasta que nos recuperemos un poco. Eres una muy reconfortante mujer, y a mi cuerpo le gusta tenerte en su contra.

Con sus palabras, su mente se abrió más que cualquier dolor persistente. Él pudo sentir la forma en que su cuerpo de repente se volvió consciente de él otra vez, de su dureza en contra de su suavidad, de su mano acariciando su cabello, de su olor. Incluso mientras se relajaba, se retorcía un poco para aliviar el dolor de su culo dolorido. Su pene reaccionó a los provocativos movimientos. Ella tenía el tipo de cuerpo que más disfrutaba: redondo, suave, y abundante.

Cuando él se endureció, ella se quedó inmóvil, dándose cuenta de que sus movimientos lo habían incitado.

Él se rió entre dientes, presionando los labios en la parte superior de su cabeza.

– Quiero un beso, y luego te llevaré a la entrada.

– ¿Eso es todo?-Preguntó con suspicacia.

Sus ojos se entrecerraron, y acarició con los dedos la parte inferior de su pecho, su pulgar frotando el pezón. Su alarma estaba acompañada por una llamarada de calor.

– ¿Tal vez debería pedir más?, -Murmuró.

Ella puso su mano sobre la de él, tratando de alejarse, tan exitoso como un gatito tirando de la mano de un ser humano.

– Bésame, -le dijo.

Con un acongojado suspiro, ella inclinó la cabeza hacia él.

Esta vez él iba más despacio. Rozó sus labios tentándola, como en sus días con las Operaciones Especiales, examinando el terreno. Su boca era suave con una pequeña arruga en el centro del labio inferior, dividiéndolo en dos pequeños montecitos. Él profundizó el beso, abriéndole los labios con los suyos, persuadiéndola a responder. Bajo su lento asalto, su boca se suavizó, como los pezones de una mujer después de haberse corrido. Profundizando aún más, él invadió su boca, tomando posesión.

Sus dedos se apretaron alrededor de su mano, mientras él apretaba sus dedos alrededor de su pecho. Un jadeo. Leyó en su mente la preocupación por las exasperantes emociones de una mujer al acrecentarse sus necesidades. El calor abrasó el camino desde sus pechos a su coño, y cuando él chupó su lengua dentro de su boca, incrementó las sensaciones en su cuerpo de la forma en que un ascensor lleva a una persona a la cima.

Cuando su magnífico cuerpo se estremeció de hambre, él se alejó lentamente antes de poder estar tentado a más. Una promesa era una promesa, y ella ya estaba abrumada. Si el frío de la entrada enfriaba su lujuria, entonces que así sea. Por supuesto, si sus necesidades y pensamientos la conducían de vuelta a su territorio… Bueno, su imaginación ya la había llevado a su cama, su coño abierto para su lengua, sus dedos, y luego su polla. Él disfrutaría tomándola una y otra vez hasta que sus gritos de éxtasis la dejaran flácida y lista para tomarlo otra vez.

Él sacudió la cabeza para aliviarse un poco, luego rozó otro beso en su boca que era casi tan lujuriosa como sus pechos.

– Arriba, pequeña. -La ayudó a pararse, pasando un brazo alrededor de ella cuando sus rodillas su doblaron. Sólo para molestarla, aplicó fuerza otra vez entre sus piernas, y para ver si el castigo se estaba convirtiendo en algo más, pasándole la mano por el culo, apretó cada dulce mejilla a la vez, recordando el vívido rosa que había brillado sobre su piel blanca.

Ella contuvo la respiración, y, oh, sí, otro gratificante incremento de calor.

– Como he dicho, el dolor es una sensación muy cercana a la excitación, -murmuró, todavía acariciando las nalgas, disfrutando de su confusión mientras el dolor se transformaba en una erótica sensación. -Si te pellizcara aquí, probablemente te correrías.

Su espalda se puso rígida, y ella trató de alejarse. No estaba acostumbrada a palabras que tentaran sus deseos, incluso mientras sus dedos estaban en su culo.

Sin decir más, a pesar de que ya estaba pensando en lo que le estaría diciendo luego, lo que le diría cuando la primera muñeca fuera encadenada a su cama, él la llevó a la entrada donde Ben custodiaba la fría y estéril habitación.