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Las bolas de Zachary cayeron pesadamente contra las nalgas de la pequeña sub, una pequeña agradable sacudida, mientras él mismo se enterraba hasta la empuñadura. Ella estaba resbaladiza y caliente, apretada a su alrededor. Desde su cuerpo y mente, él podía sentir su malestar por su tamaño, y se detuvo para darle tiempo para adaptarse. Sus pechos rozaban su pecho, y él se inclinó para pellizcar uno. Dudaba de si alguna vez conseguiría llenarse de sus pechos.
Su coño se contraía alrededor de él mientras chupaba un suculento pezón y luego el otro, jugando con cada uno hasta que pudo sentir su cuerpo respondiendo, queriendo más.
Él le dio más. Sus caderas se inclinaron hacia adelante, y él ajustó sus movimientos de manera que cada empuje, cada exquisito deslizamiento dentro de su cuerpo, rozara su clítoris. En un minuto, ella estuvo temblando debajo de él, un minuto más y gimió, bajo y profundo, sus ojos verdes ciegos de pasión. Ella tenía tanta pasión que había mantenido oculta, y el placer de liberarla era embriagador. Ah, pero ella tenía más para dar. Él continuó bombeando, duro y controlado.
Con una mano, le liberó los brazos de las ataduras. La satisfacción lo llenó cuando ella lo agarró como una nadadora ahogándose. Deslizó sus manos sobre su espalda, luego sus dedos se clavaron en sus bíceps cuando aumentó el ritmo y la fuerza de sus golpes.
Su respiración era rápida y superficial, rota con pequeños gemidos, el agradable sonido de la sumisión. Ella estaba muy cerca. Él se estiró por abajo y deslizó un dedo sobre su clítoris. Su grito llenó la habitación mientras su apretado coño sufría espasmos alrededor de él.
Él se dejó ir y cada intensamente satisfactoria sacudida de su polla se desencadenaba una y otra vez. Finalmente pasó, él apoyó su frente contra la de ella, un poco sorprendido por lo abrumadora que su liberación había sido.
Después de tomar una profunda respiración, él se empujó hacia arriba. Ella no se podía mover. Su corazón latía con tanta fuerza que sus pechos se estremecían con cada latido. Liberó sus rodillas, riéndose entre dientes mientras sus piernas se deslizaban hacia abajo, los músculos se desplomaron.
Rodando hacia un lado, permaneció dentro de ella, disfrutando los pequeños espasmos de su coño rodeándolo. La acurrucó más cerca, suave y balsámica en sus brazos. Afecto y algo más lo llenó. No podía recordar cuándo había disfrutado más del sexo o cuándo se había sentido tan atraído por una mujer.
Cuando su respiración disminuyó, cuando él pudo sentir sus emociones comenzar a arremolinarse por su mente, le preguntó en voz baja:
– ¿Qué sentiste al estar atada, estar abierta para mi placer?
Ella se sorprendió por su pregunta, porque él pudiera hablar de esas cosas, él ocultó su sonrisa en su cabello. Esa inocencia era un contraste con su mente aguda, así como su modestia escondía debajo una pasión ardiente. La mezcla le encantaba.
– Yo… hmmm. Es muy inusual.
– ¿Cuándo fue la última vez que te corriste gritando? -Él susurró.
Jessica tragó saliva. La mano de él había estado acariciando suavemente su pecho, como si él disfrutara la sensación de su piel, y ella se había sentido apreciada, hasta que empezó con esas preguntas. ¿Realmente esperaba que abra sus emociones a él como lo había hecho con su cuerpo? Hundió la cara contra su pecho en lugar de responder.
Le pellizcó el pezón, un pequeño dolor, y ella contuvo el aliento.
– Respóndeme, Jessica. -Su voz se había enfriado, y cuando ella miró a hurtadillas hacia arriba, sus cejas estaban juntas.
– Nunca, ¿vale? -Murmuró ella, molesta con él a cambio. Sus orgasmos eran su asunto, no el de él.
– Cuando estamos juntos de esta manera, tú no tendrás secretos para mí, -le dijo, sin liberar su mirada. -No vas a ocultar tu cuerpo o tu mente.
Ella se estremeció, sintiéndose más expuesta que cuando su trasero había estado al aire a la vista de todos. Su mano acarició hacia abajo por su mejilla, por su cuello.
– Encontraste que estar atada fue un poco aprehensivo y muy emocionante, ¿no?
Evitando sus ojos, ella asintió con la cabeza. ¿Por qué preguntaba si sabía las respuestas?
Él la miró por un momento, silenciosamente, el tiempo suficiente para que ella comenzara a preocuparse. ¿Estaba planeando algo más? ¿Qué otra cosa podría hacer? Se estremeció mientras su mente evocaba imágenes horripilantes… lascivas… tentadoras.
– Y ahora estás empezando a preguntarte qué más puede suceder en esta habitación. En esta casa. -Sus ojos contenían una luz malvada. Su boca se curvó con satisfacción cuando los músculos de ella se tensaron por la sospecha y el hambre.
– Primero, vamos a limpiarnos un poco, -dijo, y desapareció en el cuarto de baño.
Sintiendo escalofríos sin él, ella se sentó, envolviendo sus brazos alrededor de sí misma. Su cuerpo estaba satisfecho, pero sus emociones… Se sentía muy confundida. Había conseguido lo que quería, ¿verdad? ¿Pero su respuesta había sido debido a él y a lo bueno que era en la cama? ¿O porque había sido atada? ¿Cómo podía llegar a un acuerdo con su propio comportamiento? ¿Que en realidad le había permitido amarrarla, y le había gustado?
Realmente, debería irse a casa ahora, pensó miserablemente, incluso mientras anhelaba volver a enrollarse en sus brazos.
Cuando volvió, él sacudió la cabeza.
– Pequeña sub, estás pensando y preocupándote otra vez. Hora de ponerte a trabajar.
¿Trabajar? Fregar el baño o…
– De rodillas.
Ella parpadeó, vio el comienzo de un ceño en su rostro, y se arrastró de la cama. Incluso mientras se dejaba caer de rodillas, su mente protestaba. Ella era una mujer inteligente, una mujer de negocios. Seguramente esta no era una posición en la que debería estar. Su cuerpo no estaba de acuerdo. Podía sentir su corazón acelerarse, su piel cada vez más sensible. Cada pequeña fibra de la alfombra de felpa parecía acariciar sus piernas.
– Muy hermosa. -Se paró delante de ella, acariciándole el pelo. -Tómame en tu boca y chúpame.
Su boca se abrió.
– Pero…
– ¿Qué dices?
Él estaba sólo medio erecto.
– Um. Sí, señor.
Puso un dedo debajo de su barbilla, levantándole su rostro.
– ¿No has hecho esto antes, gatito?
– Dos veces. No fui muy buena en eso, -admitió con tristeza. Su último novio había sido mordaz con sus comentarios sobre su desempeño en el sexo oral. ¡Qué diablos!, en cualquier tipo de sexo.
Los ojos del Maestro Z se estrecharon.
– Por qué no tomas esa caliente y suave boca y la pones alrededor de mi polla. Tú empieza, y yo voy a instruirte cuando sea necesario.
Le gustaba su boca. Eso era suficiente estímulo para que ella lo agarre en sus dedos. Su polla era flexible, la cabeza suavemente aterciopelada cuando cerró los labios alrededor de ella.
Para su deleite, él zumbó con apreciación. Suavemente, movió su boca sobre su pene, sintiéndolo endurecerse, alargarse. La piel floja apretándose alrededor de la dureza por debajo, y ella alejó su boca para mirar. Más temprano, había sentido como él había entrado en ella con algo enorme, y lo era.
Riéndose, él le acarició el pelo de nuevo.
– Continúa, gatito.
Por lo menos lo había complacido lo suficiente para ponerlo duro. Eso era algo, ¿verdad? Deslizó sus labios hacia arriba y abajo, humedeciéndolo con su boca.
– Usa tu lengua, -murmuró. -Imagínate que es mi lengua sobre tu clítoris. La única diferencia es el tamaño.
Oooh, recordó cómo su boca se había sentido sobre ella, cómo su rapaz lengua había lamido sobre ella, a su alrededor… El recuerdo la hizo mojarse, le hizo vibrar el clítoris. Con este conocimiento, pasó su lengua por la parte inferior de su polla, jugando con las gruesas venas y luego la arremolinó alrededor de la cabeza. Tomándolo plenamente dentro de su boca otra vez, chupó ligeramente de la misma forma que él había succionado su clítoris.
Su mano se apretó en su pelo.
– Ahhh, eso es perfecto, Jessica. Ahora usa tus manos también.
¿Las manos? Sosteniendo su polla con una mano, tiró la cabeza hacia atrás y lo miró. Él movió sus piernas separándolas, y sus bolas se balancearon, atrayendo su atención. Siempre había querido tocar a un hombre allí, para ver cómo se sentían. Con su mano libre, deslizó su palma debajo de un testículo, levantándolo, dejando que sus dedos lo acaricien. Tan pesado y suave. Pero podría decir de alguna manera, que a pesar de que él estaba disfrutando esto, ella no estaba volviéndolo loco, como él había hecho con ella.
Ella realmente quería llevarlo a la liberación.
Volviendo su atención a su polla, lamió su camino de regreso, entonces la agarró con ambas manos por la gruesa base. Apretó con suavidad y los músculos de sus piernas se apretaron. ¡Sí! Lo tomó en su boca otra vez, deslizándolo adentro y afuera, deslizando sus manos hacia arriba y hacia abajo en contrapunto. Él se puso más duro, más grueso, y su satisfacción era embriagadora, casi tan fuerte como la necesidad cada vez mayor entre sus piernas, el deseo de tenerlo dentro de ella allí.
Su entusiasmada boca iba a ser la muerte para él. Caliente y húmeda. Sus torpes movimientos sólo empeoraban las cosas, manteniendo su atención completamente sobre ella y lo que estaba haciendo.
Cuando la urgencia de liberarse dentro de ella lo abrumó, puso sus manos sobre sus hombros.
– Eres muy buena en esto y sólo irás mejorando. Pero no he terminado de tomarte todavía. A la cama, mascota.
Ella le dio un golpecito final con la lengua, destellando una sonrisa de felicidad hacia él, y gateó sobre la cama. Ah, la princesa se sentía más a cargo ahora. Él estaba encantado de que su nivel de comodidad se haya incrementado.
Aún así, tomarla de una manera mundana no le servirá de nada. Ella era una mujer fuerte cuyas más profundas respuestas al parecer se producían cuando era más vulnerable.
El armario contenía cintas de velcro y cuerdas, y otros condones. Él se cubrió rápidamente. Mientras caminaba de regreso a la cama con las restricciones, vio la inquietud crecer en sus ojos. Podía sentir el toque de incertidumbre en su mente. Sentada con las piernas bien cerradas; su acelerada respiración empujaba sus pechos.
– Dame las muñecas, -murmuró, y esperó pacientemente a través de su vacilación. Apreció la forma en que ubicó las muñecas en sus manos. Su confianza en él había crecido. -Buena chica.
Después de emparejar las fijaciones de velcro alrededor de sus muñecas, las juntó y luego deslizó una cuerda a través de la unión. Levantándola, la dio vuelta y la ubicó sobre sus manos y rodillas.
– No te muevas, mascota, -le advirtió, acariciando su pecho. Su corazón dio un vuelco bajo sus dedos, la velocidad incrementándose agradablemente.
Había una línea muy fina entre el miedo que la excitaría y el miedo que paralizaría sus sentidos. Pero él podía sentir su creciente excitación superar a su temor.
Se detuvo un momento para acariciarle el cabello. El tiempo suficiente para envolverlo alrededor de su mano, otorgándole otra distracción a la mente. Los sedosos mechones eran una mezcla de colores dorados, deslizándose sobre su piel blanca cuando él los empujó sobre un hombro desnudo. Le mordió la nuca, complacido de ver aparecer la piel de gallina en sus brazos. Su cuerpo estaba sensibilizado, esperando por lo que él haría.
Después de envolver una ancha correa alrededor de su rodilla derecha, deslizó sus manos atadas por debajo de ella, dejándola en equilibrio sobre un hombro, la cabeza vuelta hacia un lado. Sonriendo, le ató las manos a la correa de la rodilla.
Su culo estaba hacia arriba en el aire, mostrándole sus cualidades plenamente. Tal vez algún día ellos podrían explorar ese gallardo pequeño agujero. Por ahora, tocó con sus dedos el pequeño hoyuelo junto a su columna vertebral antes de poner sus manos sobre las hermosas mejillas que todavía estaban un poco inflamadas por la azotaina.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de ella.
Cabeza abajo, culo al aire, incapaz de moverse.
¿Esto parecía bastante familiar? se preguntó lamentándose. Tenía las manos entre sus piernas, atadas al interior de su rodilla derecha. Tiró de las restricciones sin éxito, y la incapacidad para moverse envió un temblor inesperado de necesidad deslizándose a través de ella. La aprehensión hizo golpear a su corazón en su pecho mientras trataba de ver lo que él estaba haciendo, lo que había planeado. Su piel, incluso su núcleo, se tensó, esperando por su toque.
Y entonces sus manos se cerraron sobre su trasero, jadeó y se estremeció. Él masajeó y acarició sus todavía tiernas nalgas, donde el dolor persistía. Ella se zarandeó por la sensación de sus dedos, el leve dolor y la excitación ondulando juntos, mojándola entre las piernas. Y quería más.
Mientras una mano bromeaba su trasero, la otra excitaba su coño, deslizándose dentro de sus jugos. Pasó un dedo suavemente a través de sus pliegues y hacia arriba para jugar con su sensible clítoris. Ella intentó menearse, y la mano sobre su trasero la detuvo, manteniéndola en su lugar. -No te muevas, pequeña.
Su dedo se deslizó a través de su coño, firmemente, luego golpeteó vacilante, y ella pudo sentir su clítoris hinchándose.
– Tu dulce pequeño clítoris es justo como mi polla, -murmuró. -Suave hasta que lo acaricias, y ahora siento cómo se puso más duro. Más grande.
Los despiadados toques continuaron hasta que ella palpitaba con la necesidad de más. Cuando la mano se alejó, ella se quejó.
– No quiero descuidar esta área. -Sus seguros dedos tocaron la parte exterior de su apertura luego atravesaron a través de sus hinchados labios internos dentro de su humedad. Ella luchaba para recuperar el aliento mientras las sensaciones se transmitían desde su clítoris hacia su núcleo entero. Donde sea que él tocaba la sensibilidad crecía y quemaba con la necesidad.
Ella apretó alrededor de sus dedos desesperadamente, tratando de mantenerlo adentro mientras deslizaba sus dedos adentro y afuera.
– Más, -jadeó ella.
Él se detuvo, quitando las manos de ella.
Su coño entero pulsó dolorosamente y ella gimió.
– ¿Cómo me llamaste? -Le preguntó con paciencia.
– Señor. Señor, por favor tócame.
– Mejor. -De repente, su boca estaba allí, donde sus dedos habían estado. Su húmeda y caliente lengua agitándose sobre su clítoris, bromeando su grieta con serpenteantes movimientos que la hacían estremecerse.
Ella jadeaba, tan cerca, tan cerca, y luego él se alejó otra vez, y ella gimió, sus manos cerrándose en puños.
Él se rió entre dientes luego condujo su polla profundamente dentro de ella en un duro empuje.
Ella gritó cuando su mundo se dividió a su alrededor, mientras sus espasmos se producían en torno a su dureza, temblando con tanta fuerza que sus piernas se debilitaron. Las manos de él la sostenían en su lugar, agarrando sus caderas y manteniéndola inmovilizada contra él.
Él se sentía incluso más grande en esta posición que en la otra, y ahora ella se retorcía, tratando de escapar. Sentía cómo su polla la había llenado por completo, clavándose contra el cuello del útero, y gimió de nuevo, la incomodidad y el deseo fundiéndose en su interior.
– Shhh, espera, pequeña, sólo tienes que esperar, -murmuró. Cuando se inclinó sobre ella, su polla se movió en su interior, arrancando otro grito ahogado de ella. Puso un musculoso brazo al lado de su hombro para sostenerse a sí mismo, y la otra mano jugaba con sus pechos. Rodó sus pezones suavemente entre sus callosos dedos hasta que sus pechos estuvieron apretados e hinchados, enviando un mensaje carnal a su ingle. Sus caderas se contonearon ligeramente mientras su coño se estremecía alrededor de su pene, adaptándose a su tamaño.
Él comenzó a moverse, cada deslizamiento hacia adentro y hacia afuera haciéndola jadear y luego gemir cuando las sensaciones comenzaron a acumularse como montañas arriba de montañas. Su mano estaba sobre su pecho, sus labios sobre su espalda. Su polla dentro de ella estaba grande y gruesa. Se hundía entre sus pliegues sensibles tan profundo que sus bolas golpeaban contra su coño y enviaban pequeñas descargas a través de ella.
Lento al principio, aumentó la velocidad de un sensible deslizamiento a un contundente y duro bombeo. Ella no podía moverse, sus manos estaban aún restringidas, y sólo podía tomar su asalto. El sentimiento de impotencia corrió a través de ella, elevando cada sensación. Sus piernas temblaban sin control, todo su cuerpo se estremecía mientras cada despiadada embestida enviaba cuchilladas de placer fluyendo a través de su cuerpo. Estaba tan cerca otra vez. Su coño apretando a su alrededor, sus manos cerrándose en puños.
Y luego sus dedos abandonaron su pecho, y de repente él estaba acariciándole el clítoris. Con cada empuje de su polla dentro de su cuerpo, su dedo impulsaba a su tierno clítoris, una y otra vez.
Ella gritó cuando se corrió con más fuerza que antes, colosales espasmos interiores la agitaron como un huracán, el fuego fluyó a través de ella todo el camino hasta las puntas de sus dedos.
Él se retiró, agarrando sus caderas y conduciéndose dentro de ella mientras su útero convulsionaba a su alrededor.
– Gatita, tú podrías ser la muerte para mí, -gruñó, y entonces ella pudo sentir su polla sacudiéndose mientras se corría duro dentro de ella. -Gracias, pequeña sub. -Le acarició el cuello, los hombros, antes de salir suavemente de ella. Ella gimió como un cachorro por el espantoso vacío.
Él desapareció por un segundo para deshacerse del preservativo.
Con los ojos cerrados, ella no lo veía, sólo sentía sus manos mientras la hacía rodar sobre su costado y liberaba sus restricciones.
– Ven aquí, pequeña -murmuró, y tiró de ella encima de él como una manta flácida. Él tomó sus labios en un tierno beso y luego ubicó su cabeza en el hueco de su hombro, y ella no encontró nada en sí misma que se resista. El pecho de él estaba húmedo por el sudor, resbaladizo debajo de su mejilla, salado sobre su lengua cuando ella lo lamió.
A través de los músculos que cubren su pecho, ella podía oír los latidos de su corazón en un ritmo estable, nada que ver con su pulso acelerado.
Sus manos le acariciaron la espalda con una suavidad sorprendente después de que la había tomado tan duro. Su cuerpo se sentía abusado, tembloroso. Maravilloso.
Dentro de su cabeza, se sentía de la misma manera. ¿Qué le estaba pasando, que un hombre podía tratarla así y ella se sentía bien con eso? Se sentía bien por haber gritado y haber perdido el control por completo.
Ella siempre era controlada, maldita sea, era una contadora.
– Estar bajo control en la cama no debería ser tan confuso, sobre todo para una mujer, -él murmuró.
Ella se puso un poco rígida. Él realmente leía la mente, ¿no?
– Parece como que el mundo espera que ustedes tengan que hacer todo por estos días: cuidar de sí mismas, de sus familias, de sus hijos, de sus puestos de trabajo… ¿Quién te cuida a ti, Jessica?
Yo, pensó. Sólo yo. Pero ser atada no podía considerarse como ser cuidada, ¿verdad? Ella frunció el ceño, recordando sus manos expertas, la forma en que la observaba tan atentamente, la forma en que parecía saber exactamente cómo empujar sus límites. ¿Eso no era ser cuidada?
Se las arregló para levantar la cabeza para mirarlo, sólo para encontrar sus negros ojos estudiándola. Y luego él enredó sus manos en su pelo – al igual que ese Dom en la pista de baile había hecho con su sub – y tomó su boca tan dulcemente, tan concienzudamente, que fue como si ella nunca hubiera sido besada antes.
Ella era ceñida, él pensó, sintiendo a su mente desvanecerse y al sueño llevarla. Estaba suspendida a través de él como el más suave de los ositos de peluche, sus pechos amortiguados contra su pecho, sus caderas un agraciado montículo en la luz suave.
Ceñida y chillona. Su desconcierto al descubrir hasta qué punto la pasión podía tomarla había sido maravilloso, y él quería oír sus suaves gemidos, pequeños suspiros, y apasionantes gritos una y otra vez. Le acarició el pelo, suave y sedoso con un pequeño bucle en los extremos. Su fragancia lo rodeaba, una mezcla de vainilla y mujer, ella había sabido como los duraznos sobre su lengua. Él nunca había estado tan contento con quedarse quieto y disfrutar del resplandor crepuscular.
La satisfacción se atenuó al pensar que este podría ser todo el tiempo que tuviera con ella. Ella no iba a ser tan complaciente con lo que había ocurrido aquí esta noche una vez que regresara a su propio mundo.
¿Su mundo? No había descubierto mucho sobre ella. ¿Qué hacía para ganarse la vida? No estaba casada ni estaba con alguien, ella tenía más integridad que eso. Su esencial honestidad lo atraía como una polilla a la luz brillante.
De hecho, él no había encontrado a nadie en mucho tiempo cuyos pensamientos y emociones hubieran sido tan atractivos. Calmante. La mayoría de la gente era un revoltijo de sentimientos estridentes, pero su mente procesaba los pensamientos y sentimientos de una forma lineal, esta emoción, luego esta otra, cada una clara y simple.
Sin embargo, ella era intrigante, un rompecabezas. La fácil simpatía que mostraba a los que la rodeaban era un bien definido contraste a su conducta controlada y conservadora. Quería saber más.
Se despertó muy pronto, sentándose frente a él y agitando su sedoso cabello hacia atrás. Si ella estuviera arriba cuando la tomaba, todo ese cabello caería sobre el pecho. La idea era tentadora. Pero no, tenía que mostrar cierta moderación.
Él metió una mano debajo de su cabeza, mirándola. Ella era tan agraciada y redonda, y sus pechos se balanceaban suavemente, tentadoramente. No pudo resistirse y pasó los nudillos a lo largo de la parte inferior, haciendo círculos sobre sus pezones con un dedo, disfrutando el fruncimiento.
– Creo que… ¿Se está acercando el amanecer? -Su voz era ronca, un poco áspera, y él sonrió, recordando cómo había jadeado cuando su clímax estuvo cerca. Cómo había gritado.
– El amanecer ya llegó, sí.
– Tengo… estoy segura de que es hora de irme.
Ah, la realidad había llegado efectivamente.
Alguien verdaderamente había lavado y secado su ropa. ¿Cuántas personas tenía el Maestro trabajando aquí?
Estar otra vez en su conservadora blusa y pantalones parecía que la noche fuera menos real.
La sala del club estaba silenciosa ahora, sin música, sin gente, excepto el barman. Él asintió con la cabeza al Maestro y le sonrió a ella. Una agradable sonrisa, pero ella igual se ruborizó, sabiendo cómo ella debería lucir. Sus labios estaban hinchados, su rostro irritado por la barba, su pelo enredado. Debería parecer bastante bien utilizada. Después de un momento, ella le devolvió la sonrisa. Muy satisfecha.
El Maestro Z, con un brazo firmemente a su alrededor, miró en torno a la barra. -¿Todo el mundo se ha ido?
– Sí, señor -respondió Cullen. -Voy a tener todo limpio en unos quince minutos.
– ¿Qué tan tarde es? -Preguntó Jessica.
– No es tarde, mascota. -El camarero se echó a reír. -Temprano. Son casi las ocho de la mañana.
Ella parpadeó. -Definitivamente necesito ponerme en marcha.
– Por supuesto -murmuró el Maestro Z.
Era extraño que ella casi hubiera querido que él protestara. -¿Puedo usar tu teléfono?
– No es necesario. Llamé a una grúa. Y ya debería estar aquí.
Detrás de la barra oscura, la luz brillante de la mañana impactó a sus ojos. En los persistentes vientos de la tormenta, las nubes bajas se deslizaban por el cielo azul profundo. Las palmeras que bordeaban el largo camino se bamboleaban, mientras las hojas y la basura resbalaban a lo largo del asfalto. El aire era limpio, con un azote salado por el golfo que estaba cerca, y Jessica respiró profundamente antes de girar hacia el Maestro Z.
¿Cuál era el protocolo para despedirse de alguien que te había atado? ¿Qué te había hecho gritar mientras tenías un orgasmo?
– Um.
Sus ojos bailaban con humor ante su aturdimiento. Maldita sea, él estaba tan fresco e impecable como al principio de la noche. Sólo el áspero crecimiento de la barba empañaba su elegante apariencia. Se parecía a un peligroso pirata vestido para una noche en Londres. Ella sabía malditamente bien que no se veía tan decente.
– Gracias por rescatarme anoche, dijo. -Y por… Bueno… -Ella se sonrojó.
Una ceja se levantó y él se acercó más y le plantó un beso en su palma.
– ¿Por desnudar tu culo y azotarlo? -Preguntó. -¿Por amarrarte y disfrutar de tu cuerpo y hacerte correr una y otra vez?
Por el calor abrasador en sus mejillas, ella sabía que se había ruborizado. Incluso más desconcertante, su cuerpo respondió a sus palabras, humedeciéndose mientras el calor se reunía en su núcleo. Dios, ella lo deseaba otra vez.
Y él lo sabía, maldición.
– Fue un placer, pequeña.
Él entrelazó los dedos en su pelo y le tomó la boca, su beso largo y persistente con un nuevo indicio de ternura. Ella suspiró cuando él se retiró.
– ¿Vas a darme tu número de teléfono? -Le preguntó gentilmente, estudiándola, sus ojos gris acero en el sol de la mañana.
– Es… -Ella se detuvo. ¿Quería continuar esto? ¿Era el tipo de persona que hacía cosas como estas? La noche había terminado, y a la luz del día, de alguna manera no se sentía cómoda con la idea, a pesar de que, sólo mirando al Maestro Z, quería arrastrarlo de nuevo dentro de ese cuartito. Y hacer más… cosas. -Yo…
Su sonrisa era lánguida.
– Entiendo. Tal vez es bueno que tengas un tiempo para pensar. Me temo que tuviste una introducción más bien brusca al estilo de vida.
La culpa se arrastró a través de ella por el oscurecimiento de su mirada, casi como si acabara de hacerle daño, pero seguramente no. Ben dijo que tenía mujeres por todas partes, todas las que quería.
– Yo no… -Ella se detuvo, insegura de lo que tenía que decir.
– Espero que vuelvas, Jessica, -murmuró. -Siempre serás bienvenida aquí. -Cepilló un beso en su mejilla, y luego dio media vuelta y volvió a entrar en la casa, haciéndola pensar en un rey entrando en su castillo. Dejándola con una sensación de profunda pérdida en su estómago.
Muy bien. Ponte en marcha. Se dio la vuelta, en busca de la grúa y sólo vio una limusina en la calzada. Dónde…
– ¿Señorita Jessica? -El chofer estaba uniformado al lado del coche.
¿Una limusina para ella? ¿Todo el camino de regreso a Tampa? ¿El Maestro estaba loco? Ella miró hacia atrás a la puerta del frente pensando en protestar. Sabía que no iba a ganar, y ella no lo quería realmente.
– Yo soy Jessica.