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La semana siguiente fue bastante normal para Jessica: reuniéndose con los clientes, trabajando en el ordenador, esforzándose pobremente para llevar los registros y los libros. Pero algo dentro de ella había cambiado y al parecer era tan evidente en el exterior como en el interior.
– Te ves… diferente, -le dijo uno de sus colegas cuando la vio en la sala de café.
Ella bajó la mirada hacia sí misma. Los mismos viejos pantalones ajustados y camisa. El cabello en una trenza francesa. Maquillaje discreto.
– No, no es la ropa, -le dijo, frunciendo el ceño. -Sólo, diferente. Oye, ¿por qué no vienes conmigo a tomar una copa después del trabajo?
Demasiado extraño. Había tenido una breve cita con sexo aburrido. La había descartado, hiriendo su orgullo más que otra cosa. Él era el galán de la oficina, después de todo. ¿Ahora su interés había regresado?
– Gracias, pero no. Estoy bastante ocupada estos días, -le dijo.
– Oh. Muy bien. -Confusión, entonces la sorpresa cruzó su rostro por la negativa.
Ella estaba un poco sorprendida también, por no tener ningún interés en salir con él otra vez. En realidad, al lado del Maestro Z, parecía insípido. Vacío como un sándwich con el interior sin ningún tipo de carne. Anhelar al Maestro Z no era bueno.
Por la noche, su pequeño apartamento se sentía más solitario de lo normal, mientras pensaba en las diferencias en ella, insegura de lo que significaba. En el lado positivo de la balanza, ahora sabía que su deseo sexual estaba vivo y bien, que podía tener orgasmos fantásticos como las otras mujeres.
Ese cambio era tan nuevo, tan perturbador, que no podía comprenderlo. Se sentía… sexy.
Pero en el lado negativo… Bueno. Recostada en el sofá, miró hacia el techo. Esos milagrosos orgasmos fueron por estar atada, por tener a un hombre diciéndole qué hacer, y por hacerlo. Incluso mientras ella meneaba la cabeza con incredulidad, su cuerpo se calentó, se humedeció. Listo para más. Con ganas de más.
Seguramente ella no quería más cosas de bondage. Pero el pensamiento de nunca tener sexo como ése otra vez era… era como imaginar la vida sin chocolate. Apoyó la cabeza entre las manos.
¿Qué iba a hacer?
El sábado llegó después de siete días de confusión y seis noches de sueños eróticos. Ella se quedaría dormida, y el Maestro Z estaría allí, sus firmes manos manteniéndola en el lugar, con la boca sobre la de ella, sobre sus pechos, en todas partes. Ella se despertaría, jadeante y excitada, sintiendo todavía las restricciones en torno a sus muñecas, escuchando sus susurros en sus oídos.
En su tiempo libre, navegó por Internet, investigando sobre el BDSM. Lo que descubrió no había hecho nada más cómodo.
Ahora paseaba por su sala de estar. Era hora de decidir qué hacer. Esta noche era la noche del bondage. Podría regresar al club… O no.
Esto era simplemente tan complicado. Lo había insultado negándose a darle su número.
Él había tenido su coche remolcado y reparado como si no fuera nada. Tenía subs que lo adoraban. La había azotado con una pala y permitió que otras personas también lo hagan. Le había dado el mejor sexo de su vida y la hacía sentirse hermosa.
Probablemente él ni siquiera recordaría su nombre.
Ese pensamiento la detuvo a mitad de camino por la habitación. ¿Y si él la miraba como si ella fuera… nadie? Otro cliente. Alguien de una noche que aparecía inconvenientemente. Sus brazos tenían escalofríos y su estómago se sentía como si hubiese tragado copos de avena fríos. ¿Podría soportar esto?
Negó con la cabeza. No. No, realmente no podía. Todos sus argumentos desaparecían frente a esa humillación. Ella no podía regresar, él no… Su timbre sonó y ella frunció el ceño. A las siete en punto de un sábado por la noche, ¿quién podría estar en su puerta? ¿Un repartidor de pizzas en la dirección equivocada? Miró por la mirilla, un repartidor, y abrió la puerta.
– ¿Sí?
– ¿Señorita Jessica Randall?
– Soy yo.
Le entregó un mullido paquete.
– Buenas noches, señora. -Él se fue antes de que pudiera responderle.
Demasiado extraño. No había pedido nada. Después de cerrar la puerta, puso el paquete sobre la mesa de café de cristal y comenzó a rasgarlo. Dentro del sobre, un suave papel tisú envolvía un… ¿camisón? Sorprendida, ella lo levantó. Definitivamente un camisón del estilo baby-doll. Un suave rosa con un top con correas y dobladillo de encaje. Seda real.
Ella nunca había usado nada así en su vida. Lo que en el… Había una tarjeta en la parte inferior del paquete. Letra negra manuscrita. Esta noche es la noche de la ropa interior para las subs. Me gustaría verte con esto y nada más. Maestro Z.
Oh. Mi Dios. Su corazón parecía trastabillar aún cuando sus piernas se volvieron inestables. Se dejó caer en el sofá. Quería verla. Un estremecimiento la recorrió.
Y entonces frunció el ceño. Ella no le había dado su número, por no hablar de su dirección. ¿Cómo había sabido dónde enviar algo? Por supuesto. El chofer de la limusina, ella le había dado su dirección. Audaz, Maestro Z.
Una vez más, él había sabido cómo se sentía. Algunos hombres podrían haber aparecido en la puerta de su casa. El corazón le dio un golpe duro ante la idea de ver al Maestro. Pero él no era tan insistente. En su lugar, había encontrado una manera refinada para decirle que quería verla. Una sensación de calor creció en su pecho. No se había olvidado de ella.
Ahora la decisión la tenía ella.
Frunció el ceño frente a su regalo. ¿Vestirse con esa cosa diminuta? Por supuesto que no. Lo miró durante un largo rato. Luego, mordiéndose el labio, se desvistió y se lo puso. Fresca seda flotó alrededor de su cuerpo. La parte superior sin mangas levantaba sus pechos hasta que casi se desbordaban, y la parte inferior… Bueno, las había visto más cortas. En serio. Pero no mucho. Aunque el encaje del borde caía adelante y atrás a mitad del muslo, los costados sólo llegaban a sus caderas. Descubrió una pequeña tanga que quedaba en el paquete y la balanceó con un dedo. ¿Vestirse con esto? ¿Cuál sería el punto?
Se acercó a un espejo. El camisón realmente se veía muy bien en ella, ¿no? Giró para que el dobladillo acariciara sus piernas. Había visto atuendos menos modestos en las despedidas de solteros. Él no había enviado algo que la hiciera parecer totalmente prostituta. En realidad, no podía imaginar al Maestro Z enviando nada vulgar.
Ella giró otra vez. Si dejaba su pelo suelto, cubriría una gran parte del escote. Para el viaje, podría ponerse un abrigo y dejarlo en el pequeño guardarropa. Sus manos comenzaron a sudar.
¿Estaba realmente considerando esto?
Zachary vagaba por el club, asintiendo con la cabeza a los clientes habituales. El lugar estaba llenándose agradablemente. Las noches de la lencería eran muy populares, tanto por la experiencia como por la gente nueva. Inspeccionó las habitaciones temáticas de la parte posterior: la inflexible mazmorra, la sala médica, la oficina, la sala de juegos. Todas estaban limpias y surtidas. Los monitores de la mazmorra asignados a cada área se encontraban en sus lugares.
Se preguntó qué estaría haciendo Jessica ahora. ¿Mirando sorprendida su regalo? ¿Tratando de decidir qué hacer? Su confianza en sí misma y en su atractivo no era fuerte, eso podía influir en su decisión. ¿Sería lo suficientemente consciente de sus deseos como para poner un pie por este camino?
Juntando las manos en su espalda, dio la vuelta hacia la sala principal. ¿Qué tan valiente era ella?
Su estómago se removió con anticipación cuando Jessica llegó a la entrada de Shadowlands.
Ben levantó la vista de sus papeles, y una gran sonrisa dividió sus fuertes rasgos. -Bueno, mira, si estás de vuelta.
La acogida fue sincera, y ella le sonrió a cambio. -Supongo que sí.
– El Maestro Z se alegrará. -Él giró sobre sí mismo hacia su caja de archivos, sacó los papeles que llevaban su firma. -El jefe dijo: “Esta vez, léelos”.
Ella se rió y empezó a leer las tres páginas. Varias veces se detuvo para recobrar el aliento por las formas en que podría haberse metido en problemas y las sanciones que implicaban. El Maestro no le había mentido sobre el castigo por arruinar la escena de alguien. En todo caso, lo había obtenido livianamente.
Ben estaba sonriendo en el momento en que terminó.
– ¿Un poco abrumador?
– Bastante abrumador, -murmuró. Si ella hubiera leído los formularios la semana pasada, nunca hubiera puesto un pie adentro. Al menos esta vez tenía el beneficio de algunas investigaciones en Internet.
– Dame tu abrigo, y deja los zapatos en un cubículo. -Él asintió con la cabeza hacia el almacenamiento de zapatos incorporado junto al perchero.
Después de ubicar a sus zapatos, se quitó el abrigo, sintiéndose como si se estuviera desnudando.
Él emitió un bajo silbido, haciéndola ruborizarse.
– Te ves muy bien. Entra ahora.
La habitación del club era más familiar esta vez, aunque el atuendo de la multitud había cambiado.
Las subs estaban en ropa interior y los subs con los pantalones muy bajos sobre su trasero. Los Dom llevaban pantalones de vestir y camisas, de cuero o látex. Su camisón era en realidad uno de los más discretos. Gracias, Maestro.
A pesar que la mayoría de los miembros estaban en pareja o en pequeños grupos, había algunos solos también. Y cuando ella se acercó a la barra, se dio cuenta de las miradas interesadas de los hombres – y mujeres – proyectadas a su paso. Se dio cuenta que sus senos se bamboleaban debajo de la seda. Por Dios, esto era como estar desnudo.
Miró a una vacía cruz de San Andrés y se sobrecogió. O tal vez no.
El barman era otro rostro familiar. Cullen. Desde luego, él no se había achicado, el hombre absolutamente se imponía sobre los clientes. Ella se sentó en un taburete de la barra e hizo una mueca cuando su absolutamente-demasiado-expuesto culo tocó la madera fría.
Cullen apoyó un codo sobre la barra para sonreírle mirándola a los ojos.
– Pequeña Jessica. Estoy muy feliz de verte de nuevo. ¿Qué puedo darte?
– Me gustaría un margarita, por favor.
Cuando puso la copa delante de ella, se dio cuenta que había dejado su billetera en el bolsillo de la chaqueta.
– Mi dinero está en el guardarropa. Voy a estar de vuelta en…
Él sacudió la cabeza.
– Nop. No lo dejé claro la última vez, ¿no? Este es un club privado, las cuotas de los miembros cubren sus bebidas. Y tú eres la invitada del Maestro Z.
– Eso fue la última vez. Esta vez…
– Él te está esperando, cariño. Esta vez, también. -Su sonrisa fue lenta y entendida mientras la observaba. Ella se sonrojó. -Él también dijo que si eras lo suficientemente valiente, serías un placer para la vista. Como siempre, tenía razón.
Ella realmente sintió un temblor en el interior por el entendimiento en sus ojos.
Echando un vistazo más allá, se dio cuenta que el hombre alto al lado de ella se comía con los ojos a sus pechos. Con un bufido de exasperación y vergüenza, se volvió hacia la pista de baile. Sus ojos se abrieron. El cuero y la ropa interior sin duda se habían hecho para… bailar interesantemente. Las enaguas, baby-dolls, y camisones ofrecían muy poca protección contra las manos de un Dom.
Humedeciéndose los labios miró hacia otro lado y trató de ver si el Maestro Z estaba cerca. Pero ¿qué le diría de todos modos? ¿Hola, quieres atarme de nuevo? Oh, Dios, no debería haber venido. Esto era demasiado vergonzoso, demasiado embarazoso. Ella comenzó a deslizarse sobre el taburete de la barra.
Fuertes manos la asieron por la cintura y la pusieron sobre sus pies.
– Jessica, qué placer. -La voz del Maestro, profunda, oscura y tenue envió una emoción corriendo a través de ella desde la cabeza a los dedos de los pies.
Ella miró hacia arriba dentro de sus decididos ojos, luego se alejó, incapaz de encontrarse con su mirada. Riéndose, la sujetó con su brazo extendido y la estudió. Le sonrió.
– Tan adorable como lo había imaginado. El color rosa te queda bien.
– Um. -Él llevaba una camisa de seda negra otra vez con algunos botones abiertos, revelando las venas de su cuello y los duros músculos de la parte superior del pecho. Ella había pasado las manos sobre su pecho, jugado con el mullido vello negro. Sus dedos hormigueaban, quería tocarlo de nuevo. Quería que la tocara.
– Gracias por… por el vestido, -dijo torpemente. La demasiado-delgada tela no ofrecía ninguna barrera para el calor y la fuerza de sus manos.
Él retumbó una risa.
– El vestido es para mí un placer, mascota. -Tirándola dentro de sus brazos, tomó su boca en un largo beso. Cuando él levantó la cabeza, -cuando su propia cabeza dejó de dar vueltas- se dio cuenta de que él tenía un brazo curvado alrededor de su cintura, y su mano libre estaba frotando sus nalgas desnudas.
Ella se puso rígida, tratando de apartarse. Su agarre se apretó, inclinando las caderas en su contra. Completamente erecto, se presionó contra su área púbica de una forma que le hizo contener el aliento.
– Estoy esperando poder tomarte esta noche, -le susurró al oído, -escucharte gemir y gritar como te corras.
El calor disparó a través suyo tan repentinamente, con tanta fuerza, que casi se tambaleó. Con una risa profunda, la soltó y ubicó la copa en su mano.
Cullen había estado observando. Ahora le sonreía al Maestro.
– Siéntete libre de compartir tu mascota en cualquier momento, Maestro Z.
Para espanto de Jessica, en lugar de reírse y decir “de ninguna manera”, el Maestro Z inclinó la cabeza.
– Voy a tener eso en mente.
Se quedó con la boca abierta. Él no… Ellos no… El alivio la llenó cuando el Maestro Z curvó un brazo a su alrededor y se dirigió hacia la parte posterior del club.
Después de unos metros, se detuvo.
– Casi se me olvida el resto de tu ropa.
Por el brillo en sus ojos, ella no pensó que estuviera hablando de un manto de ocultamiento.
– ¿Qué sería eso?
Él extendió una gran mano.
– Dame una muñeca.
Oh, Dios. Pedir una muñeca significaba restricciones, ¿no? Un temblor corrió a través suyo y ella se sintió humedecerse.
– ¿Ahora?
– La única respuesta aceptable de ti es “Sí, señor”.
Ella tragó saliva.
– Sí, señor. -Incluso mientras ubicaba la muñeca izquierda en su mano, el calor se concentró dentro de ella.
Él desabrochó algo de su cinturón, y ella abrió mucho los ojos. ¿Cómo no había visto lo que llevaba? Un lado de la boca de él se curvó hacia arriba cuando abrochó unas esposas de cuero forradas en gamuza cómodamente alrededor de su muñeca.
– La otra. -Era más difícil darle la mano esta vez, sabiendo lo que tenía en mente. Pero lo hizo. Con una sonrisa de aprobación, le puso el otro puño.
Ella dio vuelta sus manos y estudió las esposas. De cuero resistente. El puño derecho tenía un anillo de metal, y el otro tenía otro anillo que colgaba del primero.
Su absorta mirada capturó la de ella y no se alejó mientras él encajaba los anillos en los dos puños juntos, uniendo las manos delante de ella. Esto no era en privado. Ella tiró de los puños, su respiración cada vez más acelerada cuando nada cedió. -No creo que me guste…
– En realidad, te gusta, -le dijo, corriendo los nudillos de una mano sobre sus pechos donde sus pezones se habían tensado en duros puntos. Cuando ella trató de dar un paso atrás, él simplemente metió sus dedos alrededor de donde las esposas se unían y la mantuvo en su lugar. Ella sacudió la cabeza mientras él seguía tocándola, acariciando sus pechos.
– ¿Qué sientes ahora, Jessica?, -Preguntó, como si él no estuviera haciendo rodar un pezón entre sus dedos.
– Yo… nad… -Ella se detuvo. Sin mentiras, él había dicho. Pero…
– Solo detente y piensa en tu cuerpo, pequeña. ¿Estás excitada?
Su corazón latía rápidamente. Sus pechos parecían haberse hinchado bajo sus manos. Sus áreas privadas estaban húmedas y pulsátiles. La gente caminaba alrededor de ellos, podía escuchar suaves risas, pero no podía apartar la mirada de los intensos ojos del Maestro.
– Respóndeme, gatito. ¿Los puños te excitan?
– Sí. -Ella se sentía como una puta. Sexo pervertido, eso era todo lo que quería.
Él sonrió lentamente, su mirada calentándola mientras despacio la miró.
– Me gusta verte con ellos. -Le tocó el cuello. -Y ver cómo hacen que tu corazón se acelere. -Arrastró un duro dedo a través de su labio inferior. -Cómo tus labios tiemblan.
Metió la mano debajo de su falda y la tocó tan íntimamente que ella se ahogó. Levantó los dedos hacia su rostro, luego al de ella. Podía olerse a sí misma, tan diferente de su olor.
– Puedo oler tu excitación, -le dijo.
Oh, Dios.
Él se rió entre dientes. Con una mano en su cintura caminaba entre la multitud con indiferencia, como si no estuviera caminando con una mujer cuyas manos estaban amarradas juntas delante de ella. Leer sobre estas cosas estaba segura que era muy diferente a hacerlo.
– ¿A dónde vamos? -Preguntó Jessica, luego hizo una mueca. -Um. ¿Puedo hablar?
– Buena pregunta. -Él se detuvo, apartándole el pelo largo por detrás de sus hombros. Esto en cuanto a su intento por ocultar su escote. -Normalmente una sub pide permiso antes de hablar. Pero quiero que hagas preguntas, así que… -Pasó un dedo por encima de sus pechos. -Por esta noche, tienes permiso para hablar libremente, a menos que te dé una orden o hasta que te quite ese permiso. ¿Eso es suficientemente claro?
– Sí, señor.
Su sonrisa aprobadora hizo que las mariposas en su estómago revolotearan.
– En cuanto a tu primera pregunta, yo trato de hacer las rondas cada hora más o menos, -le dijo. -Me gusta mantener un ojo sobre la multitud y las actividades. No creo que hayas visto todo el club todavía, ¿verdad?
– No -La mirada de Jessica hizo una mueca alejándose de un hombre atado a una silla de bondage. Una mujer con un corpiño de color azul metalizado y calzas estaba atando cuerdas alrededor de las bolas del hombre. El sudor caía por la cara del hombre y el pecho.
Habían llegado a las puertas dobles de la pared posterior. La zona que había evitado la última vez. El Maestro la llevó por un pasillo ancho donde grandes ventanales se alternaban con puertas a cada lado. Z la detuvo en la primera ventana. -Esta es la oficina.
Ella arrugó la nariz por la perplejidad. ¿Por qué iba a tener su oficina aquí? ¿Y por qué había personas reunidas alrededor de la ventana de la habitación? Ella se adelantó para mirar sobre el hombro de un hombre. Oh.
La habitación tenía un escritorio, una silla mecedora de cuero, libros en los estantes, gruesa alfombra de color rojo oscuro. Hermosa oficina. Un hombre estaba sentado detrás del escritorio escribiendo, mientras su secretaria – una mujer con el pelo recogido en un moño y con una falda apretada y una blusa blanca – estaba de rodillas, chupándole la polla.
Jessica se lamió los labios, luego le susurró al Maestro:
– Supongo que no es tu oficina, ¿eh?
Él sonrió, un destello blanco de dientes, y luego la llevó más allá por el pasillo. El cuarto de al lado parecía familiar, y Jessica se detuvo bruscamente.
– Eso es un…
– Una cama ginecológica, sí. Esta es la sala de médicos.
Un hombre, desnudo de la cintura para abajo, estaba siendo asistido sobre la mesa de examen por otro hombre con bata blanca de médico. Jessica se estremeció al recordar la sensación de las manos de un médico allí, en ese lugar privado. ¿Cómo podía este hombre hacer esto, sabiendo que todo el mundo podía ver desde la ventana?
Peor aún, la habitación de al lado tenía la ventana de vidrio abierta. La gente se inclinaba sobre el alféizar de la ventana, mirando con avidez como un hombre dejaba caer cera caliente sobre una mujer atada a una mesa.
Horrorizado, Jessica se retorció alejándose del Maestro y retrocedió. Tortura. Eso era tortura, liso y llanamente.
El Maestro Z extendió las manos hacia ella, su mirada fija.
– Jessica.
Después de un momento, ella puso sus manos esposadas y frías dentro de las calientes de él. Él sonrió débilmente, tiró de ella hacia sus brazos, y la sujetó con firmeza contra su pecho como a una niña.
– El estilo de vida va desde un pequeño bondage hasta llegar al dolor severo. Yo evito a las subs que necesitan dolor de este tipo, porque no me gusta dispensarlo. ¿Puedes confiar en mí que sabré el mucho o poco dolor que encontrarías agradable?
– No hay dolor agradable. -Enterró la cabeza en su hombro. -Eso está mal.
– Y después de que tu trasero fue azotado, ¿cómo te sentiste?, -Susurró, pasando la mano sobre su culo desnudo, recordándole cómo el dolor se había mezclado con la excitación, poniéndola más caliente.
Ella no pudo contestar.
Él no la obligó, aunque su mirada era demasiado conocedora. Él sabía cómo la había hecho sentir. Maldita sea él y esa cosa de leer la mente.
El cuarto de al lado, oscuramente medieval con cadenas colgando de una pared rocosa, contenía sólo tres personas. Una rubia desnuda yacía boca arriba sobre un banco apenas labrado, con los brazos y las piernas encadenadas al suelo. Una mujer golpeaba las piernas de la rubia con un azotador, mientras que un hombre le chupaba sus pechos. Dando pequeños gritos, la mujer amarrada arqueaba la espalda, empujando sus pechos hacia arriba.
– La mazmorra, -dijo el maestro Z. -Se pone más popular a medida que la noche avanza, al igual que la sala de juegos.
La última sala era enorme. Una cama redonda alta, por lo menos tres veces el tamaño de una extra grande, ocupaba casi toda la habitación. Cinco personas estaban allí, retorciéndose y girando en varias posiciones, todos entrelazados entre sí. Una mujer de rodillas chupaba una polla mientras que un hombre la machacaba por detrás. Dos hombres…
La boca de Jessica se abrió cuando la incredulidad corrió a través de ella, luego un estremecimiento de excitación. -Qué… insólito, -dijo ella, con voz ronca.
Parado detrás de ella, el Maestro puso los brazos a su alrededor, una mano ahuecando su pecho izquierdo. La besó en el cuello, murmuró: -Tu corazón simplemente se aceleró. ¿Algo de aquí te interesa?
– No. Uh-uh. -Ella trató de dar un paso para alejarse de la ventana, pero él no se movió. Sosteniéndola con un inquebrantable brazo alrededor de la cintura, su otra mano se deslizó entre sus piernas y debajo de su tanga a la creciente humedad de allí. Le acarició el clítoris con sus resbaladizos dedos, una y otra vez, hasta que ella se retorcía descontroladamente.
– Me estoy cansando de tus evasivas, mascota. -Su voz se había vuelto firme. -Respóndeme.
Ella trató de cerrar las piernas, pero su mano estaba allí, extendiendo sus labios púbicos abiertos. Un dedo se deslizó dentro, y ella se sacudió cuando el calor disparó a través de su cuerpo. Él no la haría…
– Y-yo… Bueno. Es que… nunca he visto eso.
– Hay más, -gruñó, obviamente insatisfecho con su respuesta. El dedo empujó más profundo en su interior.
– Señor. -Ella aspiró una respiración y se rindió. -Es excitante.
– ¿Qué parte te pareció excitante?
– La mujer con dos hombres -susurró, su rostro ardiendo de calor.
– ¿Algo más?
Sus caderas se inclinaron en su mano mientras él continuaba con los toques lentos. -La gente que mira.
– Gracias por ser honesta, gatito. -Él la apretó en un abrazo breve. -Sé que es difícil para ti hablar sobre esto. A pesar de que hemos dejado atrás los días en que sólo la posición del misionero era aceptable, la sociedad sigue insistiendo en que el sexo debe ser entre un hombre y una mujer en privado. Es difícil superar esa mentalidad, especialmente para alguien tan conservadora como tú.
La pragmática lógica la tranquilizó, la comprensión de su personalidad aún más. En ese momento, el hombre en la sala detrás de la mujer gritaba con su liberación, y la mujer se corrió, sus caderas sacudiéndose frenéticamente.
Y Jessica podía sentir humedad goteando hacia abajo por su muslo.
– Mmm-hmm, creo que estás logrando ir más allá de tus inhibiciones muy agradablemente, -le dijo, la diversión en su voz. Le besó el cuello y luego la soltó, dejándola palpitante.