142590.fb2 Cuando Amas a Alguien - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 23

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Capítulo 22

Langford quedaba a las afueras de la ciudad. La distancia hasta Westerlands House era un recorrido fácil y a caballo se llegaba rápido… sobre todo si se era un hombre con prisas.

En particular, cuando se montaba un caballo de primera calidad, entrenado para correr.

En particular, cuando el jinete estaba concentrado en la dama que le esperaba al final del viaje.

El marqués se dijo que aquel exagerado interés por ver a Elspeth era el resultado del aburrimiento que había experimentado recientemente… a pesar de los entretenimientos sexuales con Amanda. Sin mencionar que la presencia de Elspeth en casa de sus padres era una escena demasiado intrigante para perdérsela. No admitió que pudiera querer verla de nuevo porque había pensado constantemente en ella desde Newmarket. Admitirlo hubiera provocado la anarquía en su vida, una vida consagrada a los amores casuales.

En su lugar, lo asoció a la teoría de que era sexo y sólo sexo lo que le empujaba.

Simplemente quería hacer el amor a la seductora y joven esposa con la que había jugado en Newmarket. Puesto que partiría por la mañana, cabalgaba hacia Londres para gozar de su dulce pasión antes de que fuera demasiado tarde.

Era una explicación perfectamente razonable.

Después de la cena, el pequeño grupo de Westerlands House se retiró a la sala de estar para tomar el té. Como se hizo tarde, dieron un beso de buenas noches a los niños, los enviaron a la cama, y la conversación giró en torno a diversos contactos del duque que podrían proporcionarle una buena embarcación a Elspeth por la mañana.

– El almirante Windom nos echará una mano, estoy seguro -comentó el duque.

– O el comodoro Hathaway -sugirió la duquesa-, ¿no está al cargo de la flota del Mediterráneo?

– No nos olvidemos del buen amigo de Harold, Bedesford -propuso Betsy-. Fue comisionado de uno de los sultanes, aunque sin duda hay unos cuantos sultanes. Pero su experiencia, hasta cierto punto, puede ser de utilidad.

– Por la mañana haremos que mi secretario se encargue de todo -el duque sonrió a Elspeth-. No podemos permitir que se embarque en un navío mercantil poco armado en unas aguas infestadas de piratas. Un buque con artillería pesada… eso es lo que necesita.

Elspeth sintió como si de pronto hubiera ido a parar a un pequeño paraíso terrenal confortable, donde sus preocupaciones fueran de vital importancia, la compañía era afectuosa, y unos anfitriones con apariencia de ángeles atendían todos y cada uno de sus caprichos. Si el duque no hubiera carraspeado de vez en cuando como lo hacía su padre, habría pensado que realmente estaba en un sueño.

No había duda de dónde procedía el encanto cautivador de Darley. Sus padres eran encantadores, su madre… afectuosa y natural, au courant de todos los dimes y diretes de la alta sociedad, siempre dispuesta a hablar de infinidad de temas. En cuanto a su padre, reunía todas las características que un duque debía tener y todo lo que la familia real no tenía: inteligencia, autoridad, era un aristócrata hasta la médula y además una fuente de sentido común. Su sonrisa también se parecía mucho a la de Julius.

– Creo que una copa de Madeira nos sentará fenomenal -anunció la duquesa, dejando la taza de té-. Betsy, llama a un criado.

– El Machico del 74 -ordenó el duque.

Antes de que Betsy diera más de dos pasos, la puerta alta y dorada de dos batientes se abrió de sopetón y Darley entró con sus botas y espuelas, dejando una estela de la fragancia de las noches veraniegas.

– Lo siento, llego tarde -distinguió a Elspeth con una sonrisa-. Es un placer verla de nuevo, Lady Grafton.

– Para mí también lo es, Lord Darley. -Elspeth se sorprendió de que su voz sonara tan normal, cuando tenía enfrente al que había sido objeto de sus sueños durante las últimas semanas.

– Por lo visto, has venido a caballo -dijo su madre, observando su cabello revuelto por el viento y las botas polvorientas-. ¿Has cenado?

Si se tenía en cuenta la petaca de brandy que se había trincado durante el camino, sí, había cenado.

– No tengo hambre, maman -comenzó a quitarse los guantes, cuando lo que hubiera preferido era arrancar a Elspeth de la silla, llevarla arriba, hacerle el amor en la habitación más cercana y acabar con ello cuanto antes. No era una opción razonable, por supuesto. Entregó la fusta y los guantes al mayordomo, que apareció a su lado, anticipándose a él.

– Un brandy -murmuró-. Trae la botella.

– Íbamos a abrir un Madeira -le ofreció la duquesa.

– Entonces Madeira también -aceptó, despachando al criado con una inclinación de cabeza.

– Madeira del 74 -gritó el duque al criado que se retiraba. Le ofreció un asiento a Darley a su lado con un ademán-. ¿Qué te trae por la ciudad? -le preguntó con indolencia, aunque la mirada fija de su hijo hacia la invitada, ruborizada, era respuesta más que suficiente.

– La nota de mamá, por supuesto -contestó Darley, con tanta suavidad como su padre, aceptando el asiento dado que le ofrecía una vista ideal de Elspeth-. Lo siento. No he llegado a tiempo para la cena.

– Haremos que te traigan algo -se ofreció su madre.

Él sonrió.

– No es necesario, maman -aunque más le valdría a Elspeth una comida, pensó Darley. Se veía más delgada. ¿Acaso eso anulaba cualquier preocupación sobre un embarazo o era demasiado pronto para decirlo? No es que no fuera un tema importante para él. Ése era, sobre todo, un mundo de hombres, y los embarazos merecían poca atención.

Así que sus padres lo habían mandado llamar, pensó Elspeth, sin estar segura de si sentirse halagada o molesta. ¿Pensaban que estaba soltera y sin compromiso? ¿Acaso la alta sociedad estaba tan familiarizada con las tretas y las relaciones ilícitas que habían invitado a Darley para que tomara placer de ella? ¿O la invitación había sido un mero acto de cortesía?

– Betsy nos ha explicado que has pasado las últimas semanas en Langford -le dijo su madre, dándole conversación en un intento por desviar la mirada atenta de su hijo hacia la invitada, que mostraba un repentino interés por su taza de té-. ¿Cómo ha ido la pesca?

Darley reprimió una risa. Pero siguiendo el hilo de la conversación de su madre, respondió con fina cortesía:

– No he tenido tiempo de pescar. He estado ocupado siguiendo el desarrollo de los acontecimientos en el Parlamento. -Dado que las cartas del prometido de Amanda pormenorizando la marcha del gobierno habían llegado con gran regularidad durante los últimos quince días, le permitió hablar con una conciencia medianamente clara-. Según parece, la fiebre biliosa del rey tiene a todo el mundo en ascuas. Los conservadores se pelean por retener el poder, los liberales esperan las malas noticias -sonrió Darley-. El caos está a la orden del día -podía darse el gusto de mostrarse educado. Elspeth no iba a ir a ninguna parte aquella noche. Sólo tenía que esperar a que sus padres se fueran a la cama-. ¿Su viaje hacia el sur fue largo y aburrido, Lady Grafton? -le preguntó afablemente, escogiendo ese tema en lugar del clima, que era poco interesante.

– En realidad no, no lo ha sido -las mejillas de Elspeth se habían teñido de un rosa resplandeciente desde que había entrado en la sala de estar, con la mirada concentrada en algún lugar cerca de los botones de su chaleco-. Viajamos muy rápido.

– ¿Cómo está su hermano? -recordó la mención que su madre había hecho al respecto en la nota-. Estará mejor, espero.

– No lo sabemos.

– Está muy preocupada, Julius, como debes suponer -intercedió su hermana, sosteniendo su mirada oscura por un momento en señal de advertencia-. Las últimas noticias no eran muy consoladoras.

– Lo siento. Discúlpeme. ¿Qué es lo que sabe de su estado?

Mientras Elspeth le explicaba lo poco que sabía, se dio cuenta de que el brazalete al que daba vueltas, nerviosa, alrededor de la muñeca era el que le había regalado. No es que tuviera que importarle. Después de todas las joyas que había regalado a mujeres, aquello no debía provocarle ni frío ni calor. Pero, extrañamente, sintió como si el brazalete la marcara como suya. Como si el hecho de que lo llevara puesto le diera algún derecho de propiedad. Una suposición completamente estrambótica, por supuesto, cuando había ido hasta allí sólo para hacerle el amor. Ese pensamiento hizo que su erección creciera. Cruzó las piernas en un intento dé disimular su excitación, los bombachos, muy ceñidos y de gamuza, presentaban un inconveniente en un momento como ése.

– Tal vez tome una taza de té mientras llega el brandy -dijo Darley, descruzando las piernas e inclinándose hacia delante para alcanzar la tetera, esperando que esa velada familiar no se prolongara demasiado.

– Estás hambriento -le dijo su madre-. No discutas, querido. Haremos que te traigan algo de comida.

No tenía ninguna intención de discutir, agradecido por el pequeño remolino de actividad que se creó cuando su madre se levantó para llamar a un criado. Su cháchara mientras cruzaba la habitación atrajo la atención de todos los presentes. Después de servirse una taza de té, se sentó hacia delante, con los antebrazos apoyados sobre los muslos, y la taza se balanceó en sus dedos, esperando sobrevivir a la velada sin pasar bochorno.

La última vez que había perdido el control, exactamente como ahora, tenía quince años, y una de las amigas de su madre había flirteado con él durante una velada musical a la que le habían llevado a rastras. Lady Fane lo había arrinconado en el fondo de la habitación mientras todas las miradas estaban absortas en la soprano italiana, y le susurró: «Nos vemos arriba en cinco minutos».

No podía negar que, ese verano, su relación hubiera sido de lo más agradable y aleccionadora.

Pero la incontenible calentura de la juventud quedaba atrás.

O eso pensaba.

– Venga -dijo su madre, volviendo a su butaca-. Pronto te servirán algo de comer. Supongo que en Langford has vivido a base de vino de Burdeos y sándwiches.

– Más o menos -respondió con una sonrisa.

– Estábamos hablando de quién sería la persona idónea para encontrar un barco en el que Elspeth pudiera viajar a Marruecos -dijo de pronto Betsy, apiadándose de su hermano, puesto que el motivo de su incomodidad era totalmente visible desde su posición-. ¿Conoces a alguien que tenga información sobre cuáles son los mejores barcos que cubran esa ruta?

– Malcolm conoce a capitanes que navegan por esa zona del mundo. Se encarga de hacer todas mis compras de vino español. Por cierto, este año el jerez de Sanlúcar es excelente.

– Malcolm es el secretario de Julius… un joven encantador con unos modales impecables -explicó la duquesa a Elspeth-. No creo que esté en la ciudad -añadió, volviéndose hacia Julius.

– Está en Langford, pero puedo mandar a buscarle -el marqués echó un vistazo al reloj-. Todavía no es muy tarde.

– Adelante pues, por favor -la duquesa sonrió a Elspeth-. No se puede imaginar la increíble capacidad de Malcolm… -hizo revolotear las manos- para ponerlo todo en orden. Dale una tarea, que la cumplirá con creces -sonrió la duquesa-. Por eso Julius le está tan agradecido, ¿verdad, cielo? Malcolm puede organizar el desbarajuste más absoluto.

Darley esbozó una sonrisa.

– Haces que parezca que vivo en un completo desorden.

– Digamos que sobrevives en un ambiente inestable que a la mayoría de nosotros nos agotaría, querido. Pero sé bueno y envía un mensaje a Malcolm antes de que sea demasiado tarde.

Betsy se levantó de un salto.

– Déjame a mí. Julius está tomando el té.

Darley le dirigió a su hermana una mirada de agradecimiento.

– Dile que traiga mis cartas de navegación -le indicó mientras Betsy se alejaba-. En esta época del año hay unas rutas que son mejores que otras.

– Tú podrías llevar a Lady Grafton a Marruecos -dijo su madre-. Entonces, ¿cómo es que no se nos ocurrió antes? El Fair Undine sería perfecto.

– Mis planes no me lo permiten, maman.

– No se me ocurre nada que tengas que hacer que no pueda esperar unas semanas.

– Ojalá pudiera, pero no puedo -le dijo, mostrando a Elspeth una sonrisa de cortesía.

– Por favor, Lady Westerlands, cómo voy a abusar del tiempo de Lord Darley -intercedió rápidamente Elspeth-. Hay una enorme cantidad de barcos que siguen la ruta sur y que nos irán bien.

La duquesa clavó a su hijo una mirada de reprobación. Pero, a pesar de la compasión que le despertaban todas las desgracias de Lady Grafton, sabía que era mejor no presionarle-. Estoy segura de que el comodoro será más servicial -dijo, sin embargo, tocando la mano de Elspeth y dándole unas palmaditas-. El duque le ha hecho infinidad de favores.

– Preferiría no agobiar a nadie con mis aprietos -se quejó entre dientes Elspeth-. Estoy demasiado en deuda ya con ustedes -sonrió Elspeth-. Charlie es extremadamente competente. Él nos encontrará un barco por la mañana.

– Tonterías -dijo el duque-. Yo me encargo de todo. ¿Dónde está el maldito Madeira?

El tono del duque dio a entender a todo el mundo que no aceptaría ninguna intromisión.

A continuación se hizo un breve silencio.

La duquesa despreció el trato poco cortés de su hijo.

El duque pidió a voces un criado.

Elspeth intentó desaparecer en el sofá.

Sólo Darley parecía no estar afectado por el cambio. Se sirvió otra taza de té, removió tres cucharadas de azúcar, luego añadió una cuarta y continuó removiendo.

Dos criados aparecieron casi al instante tras la estela del grito del duque, uno trayendo su cena en una bandeja de plata, el otro con el brandy y el Madeira.

Betsy les seguía los talones, después de haber enviado un mensaje para Malcom informándole de que se requería su presencia en Westerlands House. Darley comió con moderación, no así con la bebida, puesto que parecía decidido a acabar con la botella de brandy. Los que bebían Madeira bebían a sorbos aquel néctar sabroso de una forma más pausada, y el resto de la velada discurrió en una atmósfera de amabilidad tensa o de una emoción muy acusada, dependiendo de la persona.

Elspeth apenas podía evitar el temblor, se sentía muy perturbada ante la presencia de Darley y la intensidad de su mirada. A menudo tenían que repetirle las cosas dos veces antes de que entendiera lo que le estaban preguntando. Y cuando contestaba, sus intentos por seguir la conversación eran cada vez más breves e inconexos, al mismo tiempo que sus furtivas miradas al reloj se volvían más frecuentes.

Por su parte, el marqués se encontraba en un estado de celo tan insoportable que no estaba seguro de poder sobrevivir a la farsa de la sala de estar sin estallar de algún modo sumamente inapropiado. Le mantuvo en su sitio la voluntad más férrea, a pesar de que había pensado cientos de veces en tomar por la fuerza a Elspeth, como un salteador de caminos, cargársela a los hombros y hacerla desaparecer de la habitación. Por lo que respecta a la conversación, cualquiera de sus amigos se habría extrañado ante el silencio tenso y desacostumbrado en un hombre que destacaba por su chispa y sus réplicas ingeniosas.

Cuando el reloj de pie marcó las once, su madre dijo finalmente:

– Se está haciendo tarde y Elspeth tiene que partir mañana.

Darley sintió un alivio tan profundo que, de hecho, suspiró en alto. La duquesa le lanzó una fría mirada por su conducta inapropiada, se puso en pie y ofreció su mano a Elspeth.

– Venga, cielo, Betsy y yo la acompañaremos a su habitación.

Cuando las damas abandonaron la sala de estar, el duque se topó con la mirada de su hijo por encima del borde del vaso.

– Tu madre ha aceptado el papel de dueña.

Darley bajó la cabeza.

– Ya lo veo.

– Alabo tu comedimiento. Una situación novedosa para ti, supongo.

– Tal como lo dices -respondió Julius con una sonrisa tensa-. Pero maman me hubiera echado un rapapolvo si no me hubiera comportado.

– Te fascina esta mujer, deduzco.

– Por lo visto sí.

– ¿Estás sorprendido?

– Mucho.

– ¿Qué pretendes hacer al respecto?

Darley enarcó las cejas.

– No tengo la intención de decírtelo.

– No ofendas a tu madre.

– ¿Qué?

– Lo que oyes. La niña le gusta. Y a quién no, con esa dulzura y belleza, sin mencionar las tragedias que ha tenido que afrontar durante su joven vida.

Darley se topó con la mirada fija de su padre:

– ¿Me estás advirtiendo?

– No me atrevería a decirte lo que tienes que hacer a tu edad. Pero deberías reconsiderar acompañar a la dama a Marruecos. No tienes nada que hacer más allá de tu acostumbrada vida disoluta, como sabes muy bien. No espero que le hagas una declaración.

– Me siento aliviado -dijo el marqués, hablando cansinamente-, puesto que ya está casada. Pero permíteme que rehúse por mis propios motivos. Primero, no me atrae la idea de pasar unas semanas en el mar con una mujer -se encogió de hombros-. Son distancias muy cortas. Y ya la oíste. Está dispuesta a seguir sus propios planes.

El duque examinó el licor de su copa un instante.

– Quizá tengas razón. Conserva algo de inocencia, a pesar de todo, ¿verdad? -meneó la cabeza-. Es desagradable pensar que está casada con el canalla de Grafton.

– El matrimonio nunca fue consumado si te hace sentir mejor.

– Ah… ya veo. Desde luego -y se encogió de hombros ligeramente-. Me estoy haciendo viejo. En todo caso, éste no sería el primer matrimonio concertado.

– Dinero por belleza -musitó Darley-. Una costumbre vieja como la humanidad.

El duque acabó de vaciar su copa, la dejó a un lado y se levantó.

– ¿Cómo está Grafton? ¿Podría enviudar pronto?

– Estáis poniendo un interés desmesurado en alguien que acabáis de conocer.

El duque enarcó ligeramente las cejas.

– Tal vez tengas más gusto del que me imaginaba.

– Te lo pido, no empieces a hacer planes por mí.

– ¿Por qué tendría que hacerlo ahora, cuando has estado fornicando hasta la saciedad durante todos estos años?

– Me reconforta que no te hayas vuelto empalagosamente zalamero en tus últimos años.

– Amar a alguien es la felicidad más plena -sonrió el duque-. Espero que algún día tengas tanta suerte como yo.

– Sólo que no demasiado pronto -observó Darley-. Creo que aún me quedan cinco años por delante antes de que me alcance la flecha de Cupido.

– Un consejo -murmuró el duque-. El amor no se te presentará cuando a ti te vaya bien. Que duermas bien -añadió con un pequeño temblor de cejas.

– Y puesto que a maman le gusta tanto, Elspeth tiene que dormir en la Queen's Room, ¿no?

– Tu madre la ha instalado allí porque pensaba que a ti te gustaba mucho.

– Ella no podía saberlo. Yo no estaba aquí.

Su padre sonrió.

– Ya conoces a las madres. Ellas lo saben todo.

* * *