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Tegan se levantó de la cama dispuesta a vestirse, reunir fuerzas y decirle a Maverick toda la verdad en cuanto terminara de hablar por teléfono.
– ¡Has estado fuera! -exclamó la abuela de él al otro lado del aparato.
– Sí, he estado unos días en Italia -admitió Maverick con un vago sentimiento de culpabilidad levantándose de la cama y apoyándose en el cristal de la ventana, desde donde se veía la ciudad envuelta en la oscuridad de la noche-. Te lo dije antes de irme, ¿no te acuerdas?
– Bueno, eso ya no importa -contestó ella dando largas al asunto-. Lo importante es que he encontrado una solución para estas Navidades.
Maverick suspiró ante la expectativa de que su abuela volviera a sacar el tema de sus padres.
– ¿Qué se te ha ocurrido? -preguntó con resignación.
– No entiendo cómo no se te ocurrió antes. Aunque, ahora que lo pienso, a lo mejor lo hiciste y lo has estado guardando en secreto para darme una sorpresa… ¿Es eso?
– ¿De qué estás hablando? -insistió él empezando a perder la paciencia.
– Vanessa. Hablo de Vanessa. ¿Por qué no le pides que venga a comer con nosotros? Estoy segura de que estará encantada.
– ¿No se te ha ocurrido que seguramente ella ya habrá hecho planes? -preguntó Maverick dándose la vuelta y sorprendiéndose al verla vestida y poniéndose los zapatos.
¿Es que pretendía marcharse? ¿No iba a quedarse con él?
– ¿Es que no se lo has preguntado todavía?
– Abuela, es mi secretaria.
Al escuchar el comentario de Maverick, Tegan lo miró atentamente con los zapatos en la mano.
– ¿Y qué quieres decir con eso? ¿Es que ella no celebra las Navidades? -continuó Nell-. Además, me he fijado en cómo la miras. Estás loco por ella. Serás un estúpido si dejas que se te escape.
Por un momento, Maverick sopesó la idea de su abuela. No era tan descabellada. Morgan podría conseguir que su abuela disfrutara de las fiestas como hacía mucho tiempo que no lo hacía.
– De acuerdo, abuela -accedió él-. Pero tengo una idea mejor. Hemos organizado una comida de Navidad con la gente del proyecto del Royalty Cove, será fantástica y Vanessa estará allí. Te lo prometo.
Maverick quedó en llamarla al día siguiente, colgó el teléfono y miró a Morgan. Parecía nerviosa, o preocupada por algo.
– Maverick, tengo que… -dijo ella acercándose a él.
– Vendrás a la comida de Navidad del Royalty Cove, ¿verdad?
– ¿Perdón? -preguntó Tegan sorprendida.
– La comida de Navidad… Nell quiere celebrar estas Navidades como Dios manda y le gustaría que estuvieras allí. He pensado que la mejor solución es llevarla a la comida de la gente del Royalty Cove. No será el día de Navidad, pero seguro que Nell ni siquiera se da cuenta.
– No creo que… -empezó a decir Tegan negando con la cabeza.
– Le harías a Nell un gran favor. Lleva años insistiendo con lo mismo. Estar contigo sería como un regalo para ella.
– ¿Por qué haces esto? -preguntó ella exasperada.
– ¿Hacer qué? A Nell le caes bien. Además, ibas a asistir a esa comida de todas formas -dijo posando su mano en el hombro de ella-. A mí también me gustaría mucho que fueras.
«Cuando sepas la verdad, no tendrás tantas ganas de que vaya a esa comida contigo», pensó Tegan.
– No sé si podré hacerlo.
– ¡Claro que podrás! Es una comida de trabajo.
– Pero es un sábado. No estoy obligada a ir.
– Pero a mí me gustaría mucho que fueras, y a Nell también. Y te advierto que cuando se le mete algo en la cabeza no se da por vencida. Nunca ha aceptado un no por respuesta.
– Ya veo que lo lleváis en los genes.
¿Es que nunca iba a poder librarse de aquella mentira? Cuanto más lo intentaba, más profunda y peligrosa se hacía.
– Hacer a mi abuela feliz significa mucho para mí -añadió Maverick.
«¿Y qué hay de mí? ¿Es que yo no te importo nada?», pensó ella.
– De acuerdo -accedió finalmente Tegan sabiendo que se iba a arrepentir de tomar aquella decisión, sabiendo que aquello sólo podía hacer que las cosas fueran a peor-. Iré.
Tegan decidió mirar las cosas por el lado positivo. Tenía todavía dos semanas más para disfrutar de aquel mundo de ensueño, catorce días enteros que pasar junto a él sintiéndose una mujer especial.
Como si fuera una niña, estuvo contándolos uno a uno, viendo cómo el tiempo consumía uno a uno los días que le quedaban, tachándolos en el calendario con ansiedad, con dolor, como si, con cada marca, la vida estuviera clavándole una espina indeleble en el corazón.
Cuando, el día anterior a la comida de Navidad, su hermana, Morgan, regresó, le fue muy difícil ocultar su tristeza. Al día siguiente, le contaría todo a Maverick. Esperaría a que terminara la celebración para no aguarle la fiesta a su abuela. Todo terminaría muy rápido.
Morgan descendió del avión sentada en una silla de ruedas. Las dos hermanas rompieron en lágrimas y se abrazaron en cuanto se vieron. Morgan estaba emocionada por estar de vuelta en casa. Tegan por todo lo que estaba a punto de perder. Pero, por encima de todo, lloraron de alegría por estar juntas de nuevo.
– Creí que ya estabas mejor -comentó Tegan al ver la dificultad de su hermana al entrar y salir del coche, el gesto de dolor que invadía su rostro al entrar por la puerta de la casa-. No hay que volver al trabajo hasta después de Año Nuevo, pero… ¿crees que estarás recuperada para entonces?
– Tengo que hablar contigo sobre eso -contestó Morgan derrumbándose en el sofá del salón para alivio de su pierna.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Tegan alarmada-. Pensé que, en cuanto volvieras, te reincorporarías al trabajo.
– Yo también lo creía, pero los médicos me han dicho que voy a necesitar varias semanas todavía para recuperarme e ir a un fisioterapeuta. Estuve pensando si debía pedirte que siguieras haciéndote pasar por mí…
Tegan estaba a punto de desmoronarse.
– Pero después pensé que ya has hecho suficiente -continuó Morgan-. No puedo pedirte más. Tal vez haya llegado el momento de renunciar a este trabajo.
– Pero… ¡Es toda tu vida! ¡Lo adoras!
– Sí, pero no puedo abusar más de ti. Sé lo difícil que te ha debido de resultar estar con Maverick, que ya no puedes más, que estás deseando dejarlo. No puedo pedirte que continúes.
– Morgan… -empezó Tegan con una punzada de culpabilidad-. En realidad, no es para tanto. No es tan malo.
– ¿Qué no es tan malo? -preguntó su hermana con los ojos como platos-. ¿Estamos hablando de la misma persona?
– ¡Dios mío, Morgan! ¡No puedo más! Lo he liado todo. Vas a odiarme cuando sepas lo que ha pasado.
– ¿Cómo? ¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho? ¿Olvidarte de recoger la ropa de Maverick de la tintorería?
– Peor -dijo Tegan negando con la cabeza-. Mucho peor.
– Hermanita… -murmuró Morgan con dulzura al ver su rostro de preocupación-. ¿Qué ha pasado?
Tegan respiró hondo y la miró fijamente.
– Creo que me he enamorado de él.
– ¿De Maverick? -preguntó Morgan incapaz de creerlo-. Imposible. Completamente imposible. ¿Cómo ha podido suceder?
– No lo sé, pero ha sucedido. Quise mantenerme lo más alejada posible de él, mantenerle a distancia, pero no pude.
– ¿Qué? -preguntó Morgan como si le hubieran disparado una bala en el estómago-. ¿Me estás diciendo que te has liado con mi jefe?
– Te prometo que no quería hacerlo -admitió Tegan.
– No me lo digas… -la interrumpió Morgan susceptible-. No pudiste evitarlo -añadió en tono sarcástico.
– Lo siento mucho, de verdad. ¿Por qué crees que tenía tanto interés en que volvieras cuanto antes? Sabía perfectamente que estaba complicando las cosas. ¡Se suponía que ibas a estar fuera sólo una semana!
– Lo sé, pero… ¡Cielos! ¡Te has liado con él! ¡Con mi jefe! ¿En qué demonios estabas pensando?
– Morgan, no es tan fácil. Maverick puede ser un cabezota, autoritario y demasiado exigente, pero… ¡Dios! ¡Es tan atractivo!
– Podría llegar a estar de acuerdo, pero… ¡No se lía con sus secretarias! ¡Te lo dije!
– ¿Qué quieres que te diga? A lo mejor deberías recordárselo a él. Mira, lo siento mucho, de verdad. No quería que todo llegara hasta este punto. Él dijo que cualquier cosa que pudiera haber entre nosotros acabaría muy pronto. Yo también lo creía, y pensé que sucedería antes de que tú regresaras. Pero no ha sido así. Y mañana, debo asistir a una comida de negocios con el equipo del Royalty Cove, con él y con su abuela. Y ahora tú has vuelto, él sigue pensando que soy tú, llevo mintiendo a todo el mundo desde hace semanas… ¡Cielos! ¡Ya ni siquiera sé quién soy yo!
Tegan se echó a llorar desconsoladamente, como si todo el peso que había estado aguantando durante todas aquellas semanas, se hubiera derrumbado de pronto sobre sus hombros. Morgan abrió los brazos y la acogió, acariciándole la cabeza intentando tranquilizarla.
– Vamos… Tiggy… No te preocupes. Encontremos la forma de solucionarlo todo. Haberte liado con él, haberte enamorado… Tal vez no haya sido la mejor idea del mundo, pero… Mira el lado bueno.
– ¿Lado bueno? ¿Qué lado bueno?
– Claro -contestó Morgan-. Siempre podría ser peor. Podrías haberte quedado embarazada.
Las lágrimas de Tegan empezaron a fluir con más intensidad todavía y comenzó a emitir gemidos desesperados.
Morgan se echó hacia atrás para mirar a los ojos a su hermana.
– ¡Oh! ¡Dios, Tiggy! -exclamó abrazándola de nuevo-. Por favor, eso no, eso no.
Y el día llegó. El cielo amaneció despejado, con un sol brillante y un grupo de nubes blancas a lo lejos que presagiaban una noche fresca.
Se levantaron pronto para desayunar. Morgan se tomó su primer café con leche decente en varias semanas y Tegan intentó tomar algo de la taza de té y los huevos fritos que su hermana le había preparado. Ya llevaba varios días despertándose con el estómago revuelto, pero no sabía a ciencia cierta si se debía a su embarazo o a lo nerviosa que estaba.
– Creo que debería ir contigo -dijo Morgan-. No creo que puedas afrontarlo sola, tal y como estás.
– No. He sido yo quien lo he liado todo, debo ser yo quien lo afronte.
– Pero fui yo quien te metió en esto. Tú sólo accediste para hacerme un favor.
– Tú no me obligaste a liarme con él ni a quedarme embarazada. Fue culpa mía.
– Pero, Tiggy…
– Gracias, hermanita -la interrumpió Tegan-. Pero debo hacerlo yo sola. Cada vez que he intentado decirle la verdad, ha sucedido algo que lo ha impedido. Debo detenerlo todo ya. Además, no creo que fuera buena idea que te encontraras con Maverick ahora mismo.
– Antes o después querrá hablar conmigo. Probablemente para cantarme las cuarenta, pero yo también le debo una disculpa.
– Lo sé, pero… déjame que sea yo quien le diga toda la verdad, ¿vale?
– Como quieras. De todas formas, a lo mejor te estás precipitando. Puede que él también sienta algo por ti y que acoja la idea de tener un hijo como un regalo.
– Sería bonito, sí, pero no ocurrirá. Ya se me ocurrió a mí también, así que le pregunté por su antigua secretaria, Tina. Me dijo que le había traicionado quedándose embarazada. Que era una mentirosa. No creo que se ponga muy contento cuando sepa que ha vuelto a cometer el mismo error.
– Entonces, ¿cuál es el plan?
– Le dije que me encontraría con él en su casa a las doce -dijo Tegan tomando un sorbo de té-. Eso me da dos horas y media para arreglarme, mentalizarme y preparar la mejor de mis sonrisas -añadió con la sensación de estar preparándose para asistir a su propia ejecución.
Maverick dejó las bolsas con las compras que había hecho en el asiento de atrás del coche y arrancó su Mercedes con un gesto de satisfacción. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía realmente contento en Navidades. Por primera vez, estaba deseando pasarlas con su abuela.
Y todo se lo debía a Nell. Aunque fuera difícil aceptarlo, había tenido una idea excelente. Puede que no fuera el día de Navidad propiamente dicho, pero era el mejor plan que había tenido en mucho tiempo. Era más que suficiente.
Maverick abrió la ventanilla del coche y sintió al aire jugando con su pelo. Estaba deseando ver a Morgan. Se había acostumbrado a tenerla cerca. ¿Quién lo hubiera dicho unas semanas atrás? ¿Quién hubiera podido predecir que acabaría teniendo una historia con su secretaria, una historia tan larga? Lo más sorprendente, era que no tenía ningún deseo de que terminara. Disfrutaba de Morgan cada segundo que pasaba con ella.
Tal era la plenitud que sentía a su lado que había intentado convencerla para acompañarla a su casa y recibir a su hermana, pero ella había insistido en hacerlo sola. Y, aunque sabía que iba a verla muy pronto, había pasado toda la noche pensando en ella, tocando su lado de la cama, intentando descubrir restos de su olor entre las sábanas. Por primera vez en varias semanas, se había despertado sin tenerla entre sus brazos. Y no le había gustado. Se había sentido solo.
Maverick miró la carretera y se dio cuenta de que no podía esperar hasta las doce. Necesitaba verla cuanto antes. Además, no tenía sentido que Morgan fuera hasta la casa de él cuando la residencia de Nell y el restaurante estaban, justamente, en la dirección contraria.
Ir a buscarla era una idea mucho mejor. Y si conseguían encontrar un rato antes de ir a buscar a Nell… Entonces sería redondo.
Cuando llamó por primera vez a la puerta, no hubo respuesta. Estaba pensando en que debería haberla llamado por teléfono antes de presentarse en su casa cuando la puerta se abrió.
– Feliz Navidad, Morgan -dijo Maverick extendiendo la mano con un pequeño regalo.
Su secretaria apenas reaccionó, como si estuviera en estado de shock. Entonces, Maverick reparó en su pierna. Estaba escayolada.
– ¿Qué te ha pasado? -preguntó él sorprendido-. ¿Por qué no me has llamado?
Algo se movió dentro del apartamento. De pronto, una mujer apareció vestida con un traje muy elegante y con una toalla enrollada en la cabeza.
¡También era Morgan!
Las dos lo miraban como si el aire se hubiera detenido súbitamente, como si se hubieran quedado paralizadas.
Maverick sabía que Morgan tenía una hermana, pero… ¿qué diablos significaba aquello?
La mujer que le había abierto la puerta se volvió hacia la otra.
– ¡Oh, Tiggy! ¡Lo siento!