142747.fb2
– ¿Qué diablos está pasando aquí? -preguntó Maverick en tono agresivo. Tegan tragó saliva y deseó que se la tragara la tierra. No estaba en absoluto preparada para aquello. Entonces, se dio cuenta de que su hermana estaba en la puerta, frente a él, y que estaría todavía más nerviosa que ella.
– Maverick, todo es culpa mía -dijo Tegan dando un paso al frente.
– No -replicó Morgan desde la puerta-. La culpa es mía.
– ¿Qué es culpa vuestra? -preguntó Maverick sin moverse.
– ¡Todo! -exclamaron ambas a la vez.
Maverick no entendía nada de lo que estaba pasando, pero, a pesar del increíble parecido entre las dos, sabía perfectamente que la mujer a la que había ido a ver era la que estaba al fondo del apartamento con una toalla enrollada en la cabeza.
– Morgan, ¿qué demonios está pasando? -preguntó dirigiéndose a ella.
– Ésa es la cuestión -contestó Tegan con los ojos llenos de pánico-. Yo no soy Morgan.
– ¿Qué no eres Morgan? ¿Y cómo quieres que te llame? ¿Vanessa?
– Iba a contártelo todo hoy después de comer, pero, ya que estás aquí… Mi nombre es Tegan -admitió-. Morgan es ella -añadió señalando a su hermana, que se había apartado ligeramente de la puerta.
– ¿Se puede saber a qué habéis estado jugando vosotras dos?
– Lo siento -contestó Morgan-. Intercambiamos los papeles. Tiggy se hizo pasar por mí. Se suponía que yo sólo iba a estar fuera una semana.
– ¿Y pensasteis que os podríais salir con la vuestra?
– Se suponía que no estarías en la oficina en toda la semana, que ibas a estar en Milán -contestó Morgan-. No era mala idea. Pero, entonces, tuve un accidente, me ingresaron en un hospital y no he podido volver hasta ahora.
Entonces, Maverick lo entendió todo.
¿Cómo no se había dado cuenta? Con razón aquella primera semana había notado a su secretaria tan distinta, con razón se había sentido atraído de repente por sus piernas. ¡No era la misma persona!
– ¿Y pensaste que podríais seguir engañándome eternamente?
– No quería, pero no tuve otra opción. Tegan aceptó ocupar mi lugar y salvar mi trabajo, y de esa manera…
– ¿Tu trabajo? -preguntó Maverick en tono sarcástico-. ¿Sigues creyendo que tienes un trabajo? Debes de estar realmente loca.
La mujer que había estado a su lado las últimas siete semanas, haciéndose pasar por su secretaria, dio un paso al frente y tomó el brazo de su hermana para darle ánimos.
– No hace falta ponerse así -dijo Tegan-. ¿No ves que lo está pasando muy mal?
– ¿Y tú? -preguntó él-. ¿Por qué te entrometes?
– Porque es mi hermana. Fui yo la que acepté hacerme pasar por ella. Es conmigo con quien deberías enfadarte, no con ella.
– Deberías habérmelo dicho el primer día.
– ¿Y crees que yo no quería hacerlo? ¿Qué me gustaba la situación? ¡Por supuesto que no! Pero no pude hacerlo. Mi hermana me lo había pedido y yo se lo debía. No pude hacerlo.
– Se lo debías… ¿Y qué hay del trabajo? ¿Pensasteis alguna de las dos en el trabajo?
– Cumplí con el trabajo. Y lo hice perfectamente, lo sabes de sobra. Si no hubieras sido tan cabezota y le hubieras concedido a mi hermana una semana de vacaciones para que pudiera ir a la boda de su mejor amiga, nada de esto habría pasado.
– No era buena idea.
– ¿No era buena idea? ¿Es que no podías hacer una excepción? ¿Esperabas en serio que Morgan sacrificara toda su vida, incluso a su mejor amiga?
– No te vayas por las ramas -dijo Maverick retomando la razón principal de su enfado al darse cuenta de que empezaba a sentirse culpable-. Has estado todas estas semanas haciéndote pasar por ella sin decirme nada. Es intolerable.
– No hace falta que lo repitas, ya estoy pagando las consecuencias.
Maverick miró a las dos mujeres atentamente. Eran prácticamente idénticas, las mismas facciones, los mismos gestos… Sin embargo, mientras una tenía el rostro pálido y el semblante asustado, la otra le miraba desafiante, con el rostro acalorado y la respiración agitada. ¿Cómo no había percibido antes la diferencia? Teniendo a las dos frente a él, se dio cuenta de que Morgan era… Morgan, la misma secretaria profesional que había trabajado con él durante un año y medio pero que, como mujer, le resultaba indiferente. Tegan, en cambio, era completamente distinta a su hermana. Le había bastado estar un solo día en la oficina para cambiarlo todo.
¿Cómo había sido tan estúpido cuando eran como la noche y el día? ¿En qué había estado pensando?
Maverick hizo un acto de contrición. En sus piernas. Había sido ver aquellas piernas extendidas, trepando por encima del escritorio, lo que le había vuelto loco y le había hecho olvidar todos sus principios acerca de las relaciones íntimas entre compañeros de trabajo. Había sido eso lo que le había hecho olvidar que aquella mujer era su secretaria, había sido eso lo que había destruido dentro de su cabeza cualquier otro objetivo que no fuera llevársela a la cama.
Antes de que pudiera responder, Tegan soltó a su hermana, se llevó la mano a la boca y, tapándosela con los ojos cerrados, huyó corriendo para desaparecer detrás de una puerta.
– ¿Qué le pasa? -le preguntó Maverick a Morgan, que seguía de pie frente a él.
– Deberías preguntárselo a ella, no a mí.
Por un momento, sin saber por qué, a Maverick le vino a la cabeza el rostro de Tina, aquella mujer fría y calculadora que había sido capaz de utilizar un error por su parte, un embarazo fortuito y no deseado, para solucionarse la vida para siempre.
– ¡Morgan! -gritó Maverick yendo hacia la puerta tras la que había desaparecido Tegan, dándose cuenta, tarde, de que la había llamado por el nombre equivocado-. ¿Qué demonios te pasa? -preguntó intentando abrirla sin éxito, ya que ella había echado el cerrojo.
Tras esperar lo que le pareció una eternidad, Maverick escuchó un ruido y, acto seguido, la puerta se abrió. Tegan estaba pálida.
– Estás embarazada -afirmó él con la esperanza de estar equivocándose.
Tegan pasó junto a él, apoyándose con la mano en la pared, sin mirarle.
– También iba a decírtelo hoy -murmuró.
– ¡Oh! ¡Claro! Ya me lo imagino… Ya te veo llegar a la comida y decirme: «¡Feliz Navidad, Maverick! ¿Sabes qué? No soy tu secretaria, soy la hermana de tu secretaria. He estado haciéndome pasar por ella todas estas semanas. ¡Ah! Por cierto… Estoy embarazada».
Tegan miró a su alrededor en busca de su hermana, pero no la encontró. Debía de haberse refugiado en su cuarto para no tener que asistir a aquel cruce de acusaciones y revelaciones.
– ¿Crees que todo esto es divertido? -preguntó Maverick tomándola del brazo y forzándola a mirarle a los ojos-. Porque te aseguro que no me lo estoy pasando nada bien.
– ¿Sabes? -dijo Tegan muy tranquila-. Cuando me agarran de esa forma, me pongo de un humor insoportable. ¿Me puedes soltar, por favor?
Maverick hizo lo que le había pedido y empezó a dar vueltas por la habitación como un animal enjaulado.
Sin dejar de mirarlo, Tegan se llevó la mano al brazo, al lugar donde él la había tocado. No le había hecho ningún daño, apenas la había rozado, pero qué diferente había sido de las otras ocasiones en las que él la había acariciado con ternura.
– ¿Se puede saber qué te llevó a pensar que podrías salirte con la tuya? -preguntó Maverick rompiendo el silencio y señalándola con el dedo.
Tegan bajó la mirada y negó con la cabeza.
¿Qué podía decir?
Le había mentido.
Se había quedado embarazada.
Y él se había enterado de la peor manera posible.
Todo se había perdido.
Estaba condenada.
¿Lo habría entendido si hubiera llegado a decírselo ella como había planeado? Ya nunca lo sabría.
Pero, en cualquier caso, se merecía una explicación.
– No tiene nada que ver con salirme con la mía. Simplemente he intentado solucionar las cosas causando el menor daño posible. Iba a contártelo todo hoy, después de la comida con Nell. De hecho, intenté decírtelo varias veces, pero siempre ocurría algo que lo impedía.
– ¡Vaya! ¡Qué casualidad!
– No, qué frustrante.
– Y que lo digas -replicó él en un tono que indicaba que no creía nada de lo que estaba diciendo.
– Si vas a sentirte mejor, entonces acepto que sólo fueron excusas para retrasar lo inevitable. He intentado convencerme durante todas estas semanas de que estaba actuando correctamente, pero seguramente me haya equivocado. Sin embargo, ¿crees realmente que he disfrutado mintiendo a todo el mundo, haciéndole creer a todo el mundo que era mi hermana? Ni mucho menos. Creí que sólo sería por una semana, que ni siquiera tendría que encontrarme contigo… En cambio, he conseguido liarlo todo y convertir mi vida en un infierno. Pero, maldita sea, te prometo que intenté decírtelo.
– ¿Cuándo?
– Aquel lunes, por ejemplo, justo después de… -Tegan se interrumpió un instante-. El sábado yo me había ido para ir a buscar a mi hermana al aeropuerto. Estaba deseando que regresara para poder contarle todo con la esperanza de que me perdonara por haberme acostado contigo y haber echado a perder su trabajo, pero me encontré con un mensaje en el contestador en el que me decía que había tenido un accidente y que tardaría varias semanas en volver. Me dije que no podía continuar, que no podía seguir mintiéndote, y más después de lo que había pasado entre nosotros. Al lunes siguiente, fui a la oficina dispuesta a sincerarme.
– ¡Pero no lo hiciste!
– Empecé a hacerlo. Pero entonces tú me hablaste de Phil Rogerson, de que quería que formara parte del equipo del Royalty Cove, que confiaba en mí… Antes de que me diera cuenta, había aceptado y estaba sentada en el coche contigo. ¿Cómo crees que me sentí? ¿Puedes imaginarte la presión a la que estaba sometida? ¿Cómo iba a decírtelo después de eso? Lo único que hice fue intentar hacer el trabajo lo mejor posible.
– ¿Eso es todo?
– No. Después me dijiste que no me preocupara, que lo que había entre nosotros acabaría antes de dos semanas. ¡Dos semanas! -sonrió Tegan-. Era tan tentador… Pensé que podría seguir cumpliendo en el trabajo y estar contigo, al fin y al cabo, mi hermana no iba a volver por el momento. Pensé que podría funcionar.
Tegan hizo una pausa para tomar aire.
– Pero no fue así. Cuanto más tiempo pasaba, más me implicaba, con el trabajo y contigo. Pasaban los días, y nada hacía indicar que lo nuestro fuera a terminar. Y, aunque en el fondo no quería que acabara, sabía que no podía seguir mintiéndote. Entonces, descubrí que me había quedado embarazada…
– ¿Y quién es el afortunado?
– ¿Cómo eres capaz de preguntarme eso? -dijo Tegan sintiendo como si una bomba hubiera explotado dentro de ella-. No puedo creer que tengas siquiera el valor de…
– Con tantas mentiras… ¿Qué esperas?
– Hemos vivido una relación juntos durante las últimas seis semanas, ¿es que no sabes cómo ha ocurrido? ¿Dónde estabas? No ha habido nadie para mí en todo este tiempo excepto tú. Es tu hijo, Maverick, lo que está creciendo dentro de mí. Importa poco si te lo crees o no, pero es tuyo.
– ¡Siempre utilizamos preservativo!
– ¡Pues habrá fallado! ¿Qué quieres que te diga?
– ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?
– Me enteré cuando estabas de viaje en Milán -admitió Tegan.
– ¡De eso hace más de dos semanas! -exclamó él indignado.
Tegan asintió sin decir nada.
– Y ni siquiera cuando lo supiste me dijiste la verdad, seguiste mintiéndome.
– ¡Es tu hijo!
– Y a pesar de todo decidiste no decírmelo.
– No, no es verdad, iba a decírtelo. Eres el padre, tienes derecho a saberlo.
– ¡Un derecho que querías arrebatarme!
– ¡Iba a decírtelo hoy!
– Si no hubiera venido hoy de repente, habrías seguido engañándome y yo seguiría sin saber nada -dijo Maverick furioso negando con la cabeza.
– Mira, intenté decirte que estaba embarazada desde el mismo momento en que bajaste del avión, pero entonces Nell te llamó por teléfono, empezaste a hablar de la comida de Navidad, de que querías que fuera contigo y con ella…
– Pudiste haber insistido, decirme que esperara, que tenías que hablar conmigo.
– ¡Te dije que no quería ir! Pero tú insististe, no querías escucharme, para ti lo único que importaba era lo contenta que iba a ponerse Nell y toda la gente del proyecto. Así que acepté por ti. Por la gente del proyecto. Por Nell.
– Por Nell… -repitió Maverick-. Parece que estás acostumbrada a hacer muchas cosas por los demás. Me mentiste para ayudar a tu hermana, seguiste mintiéndome para no darle un disgusto a Nell… Eres una persona muy noble… ¿O será que siempre acabas pagando con los demás tu inmadurez y tu irresponsabilidad? ¿No será que lo que intentas es ver de qué manera puedes obtener el mayor beneficio para ti misma?
– ¡Deja de ser tan manipulador! ¡Iba a decírtelo! ¡Intenté decírtelo! Pero fuiste tú el que insististe en que fuera a comer hoy con vosotros para darle una alegría a Nell. Por eso accedí. Sólo por eso.
– ¿De verdad? ¿Seguro que no lo hiciste por ninguna otra razón?
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Tegan perpleja, asustada por lo que implicaban sus palabras.
– Creo que, cuando te dije que iba a haber una comida de Navidad, empezaste a darle vueltas para ver cómo podías sacar el mayor partido a la situación.
– ¿De qué estás hablando?
– ¿De verdad que no lo sabes? Seguro que habías planeado decir hoy delante de todo el mundo que estás embarazada.
– ¿Delante de todo el mundo? ¡Claro que no! Ya te lo he dicho cien veces, iba a decírtelo después de la comida. ¿Por qué habría de hacerlo de otro modo?
– Porque estamos en Navidad -dijo él-. Eso te dio la idea. Soltar la bomba delante de todo el mundo, en estas fechas tan señaladas y tan caritativas, haría que todos sintieran compasión por ti e hicieran presión para que me comportara como un caballero y me casara contigo.
– ¿Qué? ¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto loco?
– ¿Por qué has esperado entonces hasta ahora si no es para aprovechar la oportunidad y casarte conmigo?
– ¿Crees de veras que te necesito para sacar adelante a mi hijo? ¡Claro que no!
– Creí que habías dicho que también es hijo mío.
– Eso da igual. Has dejado bien claro que no tienes ningún interés en él. No me importa. Ya te he contado todo. Ya lo sabes. Ya no tengo ningún remordimiento de conciencia ni nada que ocultar. Por mí, puedes olvidar que existo y que llevo en mi vientre un hijo tuyo.
– ¿Cómo quieres que olvide algo así?
– Fácil, de la misma manera que eres incapaz de valorar todo el trabajo que he hecho para ti durante todas estas semanas.
– Por no mencionar el trabajo que has estado haciendo fuera de la oficina -añadió él en tono sarcástico.
Tegan lo miró a punto de echarse a llorar.
– No entiendo cómo eres capaz de hablar de esa manera. ¿Es que no te has dado cuenta de cómo soy, aunque sea un poco, en las siete semanas que hemos pasado juntos?
– Sí -contestó Maverick fríamente-. Me he dado cuenta de que eres una mentirosa, que no puedo confiar en ti, que eres capaz de hacer cualquier cosa para volver las circunstancias en tu propio y único beneficio.
Tegan no podía creerlo. Se había preparado desde hacía días para encajar su enfado, su estallido de violencia verbal, incluso una irrefrenable sensación de decepción. Pero lo único que no había llegado a imaginar era aquella censura sistemática de su carácter, de su forma de ser, de todo lo que había hecho y dicho aquellas semanas.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó con aprensión llevándose la mano a la boca al sentir que volvía a revolvérsele el estómago.
– Ve y haz lo que tengas que hacer -ordenó Maverick señalando el cuarto de baño-. Después vístete. Te esperaré en el coche. Pero te lo advierto, que no se te ocurra decirle ni una palabra a nadie.
– ¿Qué? -dijo Tegan agitando incrédula la cabeza-. Debes de estar bromeando. ¿Todavía esperas que vaya contigo…?
– ¡Por supuesto! ¡Ve a vestirte! -exclamó él firmemente-. No te librarás de todo esto tan fácilmente.
Todas las mesas del restaurante estaban reservadas, pero la comida del Royalty Cove había sido organizada en un salón privado, rodeado de palmeras, con unas vistas extraordinarias al extenso mar que rodeaba el local. Era un lugar paradisíaco, un lugar diseñado para transmitir tranquilidad y relajación.
– ¿No es precioso? -preguntó Nell tomando un sorbo de una copa de champán, ajena a la tensión que existía entre las dos personas que se hallaban sentadas a su lado-. Hacía siglos que no me divertía tanto.
Tegan sonrió de forma forzada y bebió un poco de agua deseando que todo se acabara cuanto antes para que así pudiera volver al lado de su hermana y olvidar aquella incómoda situación.
Había muchas cosas que pensar, muchos planes que hacer. Para empezar, Morgan debía comenzar a ir a rehabilitación y ponerse a buscar un nuevo empleo.
Ella, por su parte, aunque no se veía en absoluto preparada para ello, tenía que mentalizarse para ser una madre soltera y ver cómo y dónde iba a criar al hijo que llevaba dentro de sí. Tenía suficiente dinero ahorrado para los primeros años, sobre todo contando con que la benevolencia de su hermana le permitiera quedarse en su casa una temporada. Pero no podía seguir dependiendo de ella eternamente. Debía pensar algo. Aquello le había pillado completamente desprevenida, era lo último que hubiera podido imaginarse, pero, una vez que había sucedido, de nada valía lamentarse.
Pero todos aquellos planes tendrían que esperar un poco más. Todavía quedaban por servir los postres, el café, las copas… Sólo de pensarlo se le revolvía el estómago. Y más al ver que ninguno de los presentes parecía tener la más mínima prisa por dar aquello por terminado. Era comprensible. El proyecto del Royalty Cove suponía para ellos un futuro lleno de nuevas esperanzas. Tenían mucho que celebrar.
A su alrededor, la gente conversaba afablemente pero, aunque intentaba participar del buen humor general, no conseguía integrarse con los demás, hasta todo se convirtió en un rumor informe e incomprensible. Mirando su vaso de agua, cerró los ojos y, por un instante, imaginó que las olas se la llevaban flotando hasta lo más profundo del océano y le quitaban de encima todos sus problemas, el hijo no deseado que llevaba en su vientre, el amor no correspondido que profesaba a Maverick, el imborrable sentimiento de culpa…
Tegan se preguntó si él habría albergado, en lo más profundo, algún tipo de amor hacia ella, aunque fuera pequeño. Si, en algunas de las ocasiones en las que la había tenido entre sus brazos, había experimentado cariño o ternura además de pasión. No supo responderse a la pregunta, pero se dijo a sí misma que ya no importaba demasiado, que después de lo que había sucedido en el apartamento de Morgan aquella mañana, cualquier rescoldo de amor habría desaparecido…
– Nell te ha hecho una pregunta -lo había dicho Maverick, que la estaba mirando fijamente, con el rostro serio y una pose agresiva.
Desconfiando de ella, de que a pesar de la advertencia cayera en la tentación de decir algo sobre su embarazo delante de todo el mundo, Maverick había intentado sentarla en una esquina de la mesa, lejos de su abuela y de todo el mundo. Pero Nell había insistido personalmente en sentarse junto a la joven secretaria de su nieto, tomándola de la mano para mostrar su incorruptible decisión. A la vista de la situación, lo único que había podido hacer Maverick había sido sentarse al otro lado de su abuela para mantenerse a la escucha y velar por sus intereses.
– Lo siento, Nell -se disculpó Tegan, de vuelta a la realidad-. ¿Qué decías?
– Te había preguntado qué querías por Navidad.
– Nada especial -dijo Tegan sin poder evitarlo, sonriendo ante la maravillosa inocencia de la anciana.
«Y menos ahora», pensó con amargura imaginando lo increíbles que habrían sido aquellas fiestas si todo se hubiera desarrollado de otra manera.
– Pues yo creo que Santa Claus traerá algo muy especial para ti en su trineo -dijo Nell posando su mano agrietada por la edad sobre la mano de la joven.
Tegan sonrió amablemente y agradeció internamente, con sinceridad, el optimismo de la anciana.
Pero lo que ella quería para Navidad nunca lo tendría. Maverick se había encargado de dejárselo muy claro, había destruido todo resquicio de esperanza. Nunca la perdonaría. Jamás.
– Yo sé lo que tú necesitas -insistió Nell, dispuesta a animar a la secretaria de su nieto a toda costa-. Pasadme la botella de champán. La copa de Vanessa está vacía.
Tomando la botella, Phil Rogerson llenó la copa de Nell preguntándose por qué había llamado la abuela de James Maverick a la secretaria de su nieto, Vanessa.
– No, gracias -dijo Tegan tapando con la mano su copa cuando Rogerson se dispuso a llenarla-. Mejor no.
Lo último que necesitaba en aquel momento era alcohol corriendo por sus venas y agitándole el estómago todavía más.
Viendo que Nell no le quitaba el ojo de encima, Tegan recordó felizmente un pequeño regalo que le había comprado a la anciana y lo sacó para desviar por un momento su atención.
– Estaba guardando esto para cuando terminaran los postres, pero creo que ahora también es buen momento -dijo Tegan-. Sólo es un pequeño detalle, pero espero que te guste. ¡Feliz Navidad, Nell!
– ¡Oh! ¡Me encantan los regalos! -exclamó la mujer aplaudiendo con las manos temblorosas y los ojos húmedos por la emoción-. ¿Qué es?
– Ábrelo y lo verás -dijo Tegan.
Nell rasgó el papel que envolvía la pequeña cajita con la ansiedad de una niña de seis años. A pesar de todas las preocupaciones y problemas que tenía en la cabeza, Tegan no pudo sino sonreír ante la genuina expresión de emoción de la mujer.
– ¡Es precioso! -exclamó Nell-. ¡Mira, Maverick! ¡Mira el regalo que me ha hecho Vanessa! -dijo casi gritando mostrándole a su nieto un pequeño camafeo dorado.
– Déjame ponértelo -dijo él tomándolo de las manos de su abuela y ajustándoselo en la solapa.
– Tiene más de cien años -comentó Tegan, contenta porque su regalo hubiera sido tan bien recibido.
– ¡Cielos! ¡Es casi tan viejo como yo! -exclamó Nell haciendo que toda la mesa se echara a reír-. Me encanta -añadió tomando de nuevo la mano de Tegan-. Eres una chica adorable. ¿No es verdad? -preguntó dirigiéndose a su nieto.
Maverick aprovechó que justo en ese momento habían empezado a servir los postres para no responder. Lo que tenía en la cabeza no era apto para ser dicho delante de tanta gente.
Había estado observando a Tegan en todo momento. Apenas había tocado la comida. No había bebido ni una gota de alcohol. Era evidente que la situación era incómoda, pero su conducta también parecía motivada por otra razón.
¿Sería verdad que llevaba un hijo suyo dentro de su vientre?
Después de la desagradable experiencia que había tenido con Tina, Maverick se había prometido a sí mismo que nunca más volvería a dejarse impresionar, ni chantajear, por ninguna mujer que acudiera a él afirmando haberse quedado embarazada de un hijo suyo. Cuando Tegan le había contado todo aquella mañana, había sido aquella remota sensación de furia, de humillación y defensa propia, la que había acudido a él como un escudo protector.
Sin embargo, allí sentado, mirando a Tegan, descubrió que sentía algo extraño. Mientras que con Tina todo había sido desagradable, a pesar de haber terminado por descubrir que todo era mentira, con aquella chica estaba empezando a experimentar algo parecido al orgullo. El orgullo de que ella llevara dentro un hijo suyo.
¿Por qué aquella mujer provocaba en él sentimientos tan contradictorios? Tenía ganas de gritarla, de humillarla por todo lo que le había hecho, por todas las mentiras que le había dicho durante todas aquellas semanas. Sin embargo, al mismo tiempo, sentía la necesidad de protegerla, de abrazarla para que nada la afectase.
Cuando Tegan se disculpó un momento para ir al servicio, Nell se inclinó levemente sobre su nieto.
– Tu madre se comportaba igual -dijo la anciana.
– ¿A quién te refieres? -preguntó Maverick.
– A Vanessa. No bebe nada. No come nada. Tu madre hacía lo mismo cuando se quedó embarazada de ti. Yo, en cambio, lo hice justo al contrario, ya me conoces. Nunca tuve náuseas, ni vómitos, ni… ¡Maverick! ¿Dónde vas?