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Tegan se cubrió la cara con una toalla húmeda. No se sentía mal, no le habían entrado náuseas. Simplemente, había necesitado refugiarse en el cuarto de baño un momento para estar sola.
Preocupada por el tiempo que llevaba allí, pensando que Maverick era capaz de montar una escena si se retrasaba demasiado, Tegan dejó la toalla en su sitio y salió por la puerta camino de la mesa donde se estaba celebrando la fiesta. Pero, antes de llegar, fue a Phil Rogerson a quien se encontró.
– ¿Te ha gustado la comida? -le preguntó Rogerson.
Tegan asintió sonriendo y se dio cuenta de que aquélla sería, con toda seguridad, la última vez que vería a aquel hombre.
– Por cierto, quería preguntarte algo -dijo Rogerson-. ¿Por qué Nell te ha llamado Vanessa?
– Dice que no tengo pinta de llamarme Morgan -sonrió Tegan.
– ¡Muy bueno! -se rió Rogerson-. Nell es todo un personaje.
Mientras el constructor se reía, Tegan miró a su alrededor y comprobó que no había nadie cerca. Tenía que aprovechar el momento.
– Phil… Mmm… -empezó Tegan-. Me gustaría decirte algo. ¿Tienes un momento?
– Claro, querida -aceptó Rogerson indicando con la mano una agradable zona en la terraza del restaurante con un par de sillones donde podrían hablar con tranquilidad-. Podemos sentarnos allí, si te parece.
– Y ésa es la historia -terminó Tegan esperando la reacción de Rogerson-. Siento haberte decepcionado, Phil, de verdad. Odio haberlo hecho, pero en aquel momento no vi otra opción. Pensé que debías saberlo por mí antes de enterarte por otra persona.
– Bueno -dijo Rogerson posando una mano en el hombro de Tegan-. Si te sirve de consuelo, siempre tuve la sensación de que algo no encajaba. Aquella conversación sobre mi hijo… Sabías demasiado sobre Sam, sobre el trabajo que hacía en Somalia, para ser simplemente de lo que te había contado tu hermana. Pero ahora que me has dicho que tienes una hermana gemela… Todo encaja. ¿Qué ocurrirá contigo ahora que todo ha salido a la luz?
– Para ser sincera, no lo sé. Sé que he traicionado a mucha gente. Tengo tantas cosas que arreglar…
– Si alguna vez necesitas un trabajo -dijo Rogerson tomando las manos de Tegan-, llámame. Volverás a estar en la brecha en menos de que cante un gallo.
– Muchísimas gracias, Phil. Me siento tan culpable… Entiéndelo, tenía que contártelo para que lo comprendieras.
– Me alegro de que lo hayas hecho, es un gesto que me halaga. Además, debes de querer mucho a tu hermana y tu hermana a ti para haber hecho algo así por ella. Y no lo olvides, Doris todavía está deseando ver a tu hermana… ¡perdón! -se corrigió a sí mismo Rogerson-. Sigue deseando verte para que le cuentes más cosas de Sam. Por cierto, ¿sabes que llamó ayer? Viene a casa dentro de tres meses. Doris está muy feliz.
Rogerson le dio un beso en la mejilla antes de levantarse, darle ánimos y volver a la mesa.
Alegrándose por lo contento que estaba Rogerson por la inminente visita de su hijo, Tegan se levantó y se apoyó en la barandilla de la terraza cerrando los ojos, sintiendo la brisa del océano bañar su cara. Era el primer momento de relajación que tenía en todo el día.
– ¿Se puede saber de qué demonios estabais hablando?
Era la voz de Maverick, justo detrás de ella.
– ¡Maverick! Sólo quería que Phil supiera…
– ¿Igual que querías que lo supiera Nell? -preguntó él con los ojos llenos de furia.
– ¿Nell? ¿De qué hablas?
– Sabía que lo harías. Lo habías planeado todo desde el principio, ¿verdad?
– ¿Me puedes decir de una vez de qué estás hablando?
– Nell sabe que estás embarazada. Y deduzco que Rogerson también. Dentro de unas horas, lo sabrá todo el país.
– ¿Qué? ¿Qué sabe que estoy embarazada?
– Sí, no te hagas la tonta. ¿Cómo crees que se habrá enterado?
– Yo no le he dicho nada.
– Sabía que no podía confiar en ti. Te lo dije, te lo advertí, y a pesar de todo lo has hecho. Nunca debí haberte traído a esta comida.
– ¡Mira! ¡Por una vez estamos de acuerdo en algo! Yo no quería venir, ¿recuerdas? Y tú insististe, como siempre, para salirte con la tuya. Ahora bien, dejemos una cosa bien clara. ¡Yo no le he dicho nada a Nell!
– ¿Entonces cómo lo sabe?
– ¿A mí qué me cuentas? Tal vez se haya fijado en que no bebía alcohol ni comía nada, se haya fijado en lo pálida que estoy, y lo haya deducido. ¿Por qué no le preguntas a ella en lugar de acusarme a mí?
– No tienes tan mal aspecto.
– Por fuera no lo sé, por dentro estoy bastante mal -dijo agarrándose al respaldo de una silla para tomar aire.
– ¿Qué le estabas contando entonces a Rogerson?
Tegan se estaba empezando a sentir cada vez peor. Lo último que necesitaba en aquel momento era una discusión o un interrogatorio.
– Le dije que en realidad yo no soy Morgan. Tenía que pedirle perdón.
– Y después le dijiste que estás embarazada, ¿verdad?
– ¡No! ¿Cuál es tu problema, Maverick? ¿Es que no escuchas? Sólo lo sabemos mi hermana, tú y yo.
– Cualquier cosa que hagas será inútil, ya he estado en esta situación. Hagas lo que hagas, se lo digas a quien se lo digas, no conseguirás que me case contigo.
– Por última vez, ¡no se lo he dicho a nadie! No quiero presionarte para que te cases conmigo, no quiero forzarte a nada, no quiero nada. ¡Nada!
– No te creo.
– Cree lo que te dé la gana -replicó Tegan empezando a sentir náuseas-. De hecho, creo que, ahora mismo, no me casaría contigo aunque fueras el último hombre que quedara sobre la faz de la tierra -añadió irguiéndose, dispuesta a regresar al cuarto de baño.
Ignorándola con un gesto de la mano, Maverick regresó a la mesa con los demás justo cuando servían el café.
Para cuando sirvieron las copas, Tegan aún no había vuelto.
¿Dónde se había metido?
Todavía no había terminado con ella. Ni siquiera había empezado. Tenía que pagar por todos los problemas que le estaba causando. Le había mentido durante siete semanas, se había hecho pasar por su secretaria y le había ocultado su embarazo. Maverick estaba furioso.
Sin embargo, por otra parte, durante aquellas semanas, aquella mujer, se llamara como se llamase, había conseguido hacerle sentir cosas que jamás había experimentado. La había tenido entre sus brazos noches enteras. Había sido toda suya.
¿Dónde estaba ahora?
¿Dónde se había metido?
Maverick se levantó y se lo preguntó al camarero, que le dijo que hacía más de veinte minutos que Tegan había pedido un taxi.
¡Se había ido!
Se le heló el corazón de repente, lleno de amargura. Había dado en el clavo. Había adivinado lo que ella se proponía y sólo le había dejado la opción de huir.
Pero no podía permitirlo. Por mucho que ella afirmara no querer nada de él, no podía dejar que se saliera con la suya. Al fin y al cabo, era el padre del hijo que llevaba dentro.
No se libraría de él tan fácilmente.
En cuanto terminara la comida, llevaría a Nell a la residencia e iría de nuevo a casa de Morgan y Tegan.
– ¡Le odio! -gritó Tegan sentada en el sofá del apartamento de Morgan, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados.
– Vaya cambio -comentó Morgan, que había puesto a calentar un poco de agua para hacerle un té a su hermana-. Y eso que ayer estabas enamorada de él.
– Eso fue antes de que me acusara de decirle a todo el mundo que estoy embarazada de él.
– ¿Qué? ¿Por qué se le ha ocurrido una estupidez semejante?
– Cree que intento hacerle algún tipo de chantaje para que se case conmigo. La confianza que tenía en mí ha desaparecido por completo. Aunque en eso, en realidad, no puedo culparle -dijo llevándose la mano a la tripa-. ¡Cielos! ¡Me duele mucho! ¿Esto es normal?
– No lo sé -admitió Morgan-. ¿Puedo ayudarte en algo?
– No, soy yo quien debería estar ayudándote con tu pierna.
– Bueno, entonces nos cuidaremos la una a la otra -sonrió Morgan.
– Gracias, hermanita. Siento que hayas vuelto a casa para encontrarte con todo este lío.
– Pero estoy en casa. Es mucho mejor que pasar las Navidades en un hospital a miles de kilómetros de distancia. Además, no perdamos la esperanza. Puede que Santa Claus exista de verdad y mañana nos traiga algún regalo.
– ¡Oh! ¡Otra vez! -exclamó con un gesto de dolor.
Tegan se inclinó sobre sí misma para intentar combatir la punzada que le había dado en el vientre, pero, entonces, empezó a marearse, todo se volvió negro y cayó desmayada sobre el suelo del apartamento.
– ¡Feliz Navidad! -exclamaron dos ancianas al unísono cuando Maverick salió del coche.
Haciendo un esfuerzo por sonreirías, Maverick avanzó por el estrecho camino que llevaba al apartamento de Tegan. Necesitaba verla de nuevo.
Al llegar a la puerta, llamó con determinación.
Esperó unos segundos, pero nadie respondió.
Lo intentó varias veces, sin éxito.
– ¿Está usted buscando a las hermanas Fielding?
Maverick se dio la vuelta y vio detrás de él a las dos ancianas que le habían dado el recibimiento al bajarse del coche.
– Sólo a una de ellas -dijo él volviendo a llamar a la puerta.
– Me temo que se lo ha perdido usted todo.
– ¿Qué me he perdido? -preguntó dándose la vuelta.
– La ambulancia se fue hace ya más de media hora. Estaba todo lleno de sirenas y luces. Precisamente le estaba contando ahora mismo a mi amiga Deidre Garrett que…
– ¿Ambulancia? -la interrumpió Maverick asustado-. ¿Qué ha pasado? ¿Quién está mal?
– Eso es lo que estábamos discutiendo ahora mismo. No estoy segura de cuál de las dos estaba mal.
– Yo tampoco, la verdad -dijo la otra mujer.
– Entonces, díganme qué ha ocurrido exactamente -dijo Maverick intentando tener paciencia.
– No estamos seguras. A una de ellas la metieron en la ambulancia en una camilla. Estaba llena de tubos por todas partes. La otra iba cojeando al lado de su hermana.
– ¿Cojeando?
– Sí, tenía una escayola. Tampoco parecía estar muy bien. El caso es que se subió a la ambulancia con su hermana.
¡Tegan!
¡La que estaba llena de tubos era Tegan!
Algo le había pasado.
¡El bebé!
Dándoles las gracias apresuradamente a las dos mujeres, Maverick entró en el coche y arrancó a toda velocidad.
Debían de haberla llevado al Gold Coast Central. Era el hospital más grande de los alrededores y el que tenía la mejor unidad de urgencias de la zona.
Tenía que estar allí.
¿Qué le habría pasado?
Se había ido de la comida sin decir nada.
¿Qué iba a hacer él si a ella le pasaba algo?
Tegan. Y llevaba su hijo dentro…
¿Era eso lo que había pasado? ¿Había perdido el bebé?
«Dios, por favor, que no sea así», rogó Maverick con toda su alma mientras recorría las calles a toda velocidad.
Tenía que verla.
Tenía que pedirle perdón, decirle lo arrepentido que estaba por todo lo que había ocurrido.
Tegan.
«Por favor, Señor, haz que no sea ya demasiado tarde», rogó de nuevo mirando al cielo.