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– Ponte en contacto con Rogerson e intenta concertar una reunión para mañana a primera hora en su oficina.
Con las manos en los bolsillos, Maverick dictaba órdenes sin cesar mientras se paseaba de un lado a otro de la omnipresente pared de cristal, desde la que se divisaba la Costa Dorada.
Tegan se esforzaba en copiar todo lo que él decía y, al mismo tiempo, comprender aquel aluvión de información.
– Te refieres a Phil Rogerson, el director ejecutivo -murmuró para sí.
– Y asegúrate de que George Huntley acuda a la reunión -dijo Maverick asintiendo al comentario de Tegan-. Necesitamos que todos los implicados estén allí.
– George Huntley… El responsable del bufete Huntley & Jacques… -volvió a murmurar Tegan.
Había sido una idea excelente demorarse un par de minutos antes de entrar en el despacho de Maverick para ojear los documentos relativos a aquella operación. Gracias a la eficiencia de Morgan, que se había preocupado de dejar toda la información preparada antes de irse, Tegan había podido enterarse un poco del asunto que preocupaba tanto a Maverick.
– Cuando esté todo arreglado, quiero que envíes un ramo de flores a Giuseppe.
– ¿Giuseppe? -preguntó Tegan sin saber a quién se refería, aunque el nombre le resultaba familiar.
– Giuseppe Zeppa -aclaró Maverick-. Averigua en qué hospital está ingresado y mándale las mejores flores que puedas encontrar.
¡Giuseppe! ¡Claro!
Era el italiano al que le había dado un ataque al corazón, el que había provocado aquella pequeña crisis, pillándola a ella desprevenida. Y no era que fuera culpa de él, por supuesto, sino de su hermana, que le había prometido que no tendría que hacer nada, sólo estar allí sentada y distraerse enviando correos electrónicos, pintándose las uñas… Lo que a ella le apeteciera. Si hubiera sabido lo que iba a ocurrir, si hubiera sabido que iba a tener que representar el papel de secretaria de James Maverick en una crisis financiera, se habría quedado repartiendo paquetes de comida en el centro de refugiados sin dudarlo.
Estaba tan absorta copiando las últimas instrucciones que le había dictado, tan absorta en sus propios pensamientos, maldiciendo el momento en que había entrado por la puerta de aquella oficina, que no se dio cuenta de que Maverick había dejado de hablar y la estaba mirando.
– ¿Se puede saber qué te ocurre hoy? -preguntó él como si sospechara algo.
– Nada -contestó Tegan nerviosa-. ¿Por qué lo dices? -añadió apartándose un mechón de cabello del rostro.
– Porque no haces más que repetir todo lo que digo. ¿Estás segura de que estás bien? Tienes la voz un poco distinta.
– Estoy bien, claro que estoy bien -se apresuró a responder-. Al menos, no soy consciente de que me pase nada raro.
– Entonces, ¿qué demonios te pasa?
– ¡A mí no me pasa nada!
– Llevas toda la mañana comportándote de una forma muy extraña.
– ¡Y tú llevas toda la mañana de un humor de perros!
Maverick guardó silencio.
No había hecho el menor gesto, pero era evidente que su comentario no le había sentado nada bien. Tenía el rostro lleno de tensión, y los hombros rígidos como una roca. Había dejado de parecer un pistolero del salvaje oeste. En aquel momento, mientras su figura se recortaba sobre el océano azul y el brillante cielo matutino, se había convertido, de repente, en un dios furioso. Y su furia estaba concentrada en una sola persona. En ella.
– ¿Ah, sí? -dijo arqueando las cejas-. ¿He estado de mal humor toda la mañana?
Si todo lo que Morgan le había contado sobre él era cierto, seguramente no era cuestión de una mañana. Aquel hombre había nacido ya de mal humor. Tegan no estaba dispuesta a echar más leña al fuego.
– Bueno, al menos, desde que he llegado.
– Y muy tarde, por cierto.
– ¿Disculpa? -preguntó Tegan mirándolo.
– Te recordaba que has llegado muy tarde. Tal vez, si hubieras llegado a tu hora, ahora mi humor sería otro.
Tegan miró su reloj. ¿Cuánto más iba a durar aquella pesadilla?
– ¿Has quedado con alguien?
– ¿Perdón?
– ¿Tienes que ir a alguna parte? ¿A comer con alguien, quizá?
– No creo que sea asunto tuyo, pero había pensado comer aquí para no perder tiempo -respondió Tegan empezando a hartarse de la forma en que le estaba hablando-. Así haré penitencia por mis pecados.
Maverick volvió a mirarla con los ojos llenos de furia, pero se relajó al instante.
– Perfecto -apuntó finalmente dándose la vuelta-. Avísame en cuanto hayas hablado con Rogerson.
Pero Tegan no dijo nada. Se había quedado hipnotizada observando lo bien que le quedaban los pantalones, los músculos que se marcaban en su camisa, la asombrosa anchura de sus hombros. Era imposible imaginar a un hombre más perfecto que él.
– ¿Algo más? -preguntó Maverick dándose la vuelta de repente.
La había visto. La había visto mirarlo embobada. Estaba como paralizada, como atada con cuerdas a la silla. ¿Qué le ocurría? ¿Es que no tenía ya suficientes complicaciones?
– No -contestó sonrojada mientras se levantaba de la silla-. Nada más.
Maverick la vio salir de su despacho. Las cosas empezaban a arrancar de nuevo, pero no estaba tranquilo. ¿Por qué había sentido una sensación de alivio al saber que su secretaria no había quedado con nadie para comer? ¿Qué le importaba a él eso?
Aquellas piernas interminables, aquellas medias brillantes…
¿Por qué se las había puesto? Si no había quedado a comer con nadie… ¿Tal vez tenía una cita para cenar? ¿Acaso la inesperada presencia de él allí le había echado a perder algún plan? Eso explicaría su actitud.
No es que le importara mucho. Sólo era curiosidad, nada más. Todo cuanto afectara a uno de sus empleados requería su atención. Si algo estaba afectando a su secretaria, tenía derecho a saberlo.
No había tiempo que perder.
Una vez que hubo repasado de nuevo toda la información, Tegan se lanzó a hacer llamadas siguiendo las instrucciones de Maverick. No podía cometer el más mínimo error.
Sin embargo, lo primero que había hecho, nada más sentarse, había sido enviarle un correo electrónico urgente a su hermana. El mensaje había sido bastante claro: Llámame esta noche sin falta. Es urgente. Morgan le había prometido comprobar su buzón de correo electrónico todos los días.
Aunque, en realidad, no había accedido a nada. Casi había sido una imposición.
– Me lo debes -había dicho Morgan-. Cuando papá enfermó, fui yo la que tuve que arreglármelas sola para cuidarle.
– ¡Estaba enferma! -había exclamado Tegan defendiéndose-. Quería venir para ayudarte, pero no podía viajar en las condiciones en las que estaba.
– Eso no cambia el hecho de que fui yo la que tuve que cargar con todo -había replicado Morgan, indiferente al comentario de Tegan-. Maverick insiste en que esté en la oficina, allí, sin hacer nada, sólo por si surge algo y me necesita. Vamos, Tegan, por favor, es lo menos que puedes hacer. Bryony es mi mejor amiga y se va a casar dentro de dos semanas. ¿Cómo voy a decirle a estas alturas que no puedo ser su dama de honor? ¿Con qué cara voy a decirle que ni siquiera puedo asistir?
– Es una semana entera. Nadie se va a tragar el engaño tanto tiempo.
– ¿Por qué no? -había insistido Morgan-. Maverick estará en la otra punta del globo. Además, todos los que saben que tengo una hermana creen que sigues perdida por ahí, luchando contra el hambre en el mundo.
Tegan había intentado discutir con su hermana, hacerle ver que eran muchas las cosas que podían salir mal, que cualquier imprevisto podría echarlo todo abajo. Pero Morgan parecía muy segura de sí misma, parecía haber pensado en todo.
Además, por otra parte, Morgan tenía razón. Se lo debía. Había tenido que afrontar ella sola el ataque al corazón del padre de ambas mientras ella yacía inmóvil en un país africano, en un lugar apartado de todo contacto con la civilización, afectada por un extraño virus que le había hecho guardar cama durante más de dos meses.
Nunca se perdonaría haber llegado tarde, no haber podido dar el último adiós a su padre. Pero si había alguna manera de compensarlo, era haciéndole aquel favor a su hermana. El hecho de que Morgan estuviera aprovechándose de ella haciéndola sentir culpable no cambiaba en nada el fondo de la cuestión.
¿Quién podría haber imaginado que el viaje de Maverick iba a cancelarse?
Tenía que aguantar todo lo que pudiera, pero era necesario que Morgan regresara enseguida. En caso contrario, tarde o temprano, él lo descubriría.
– Pareces muy pensativa.
Tegan se asustó tanto al oír la voz de Maverick que, sin darse cuenta, tiró al suelo algunas carpetas que estaban amontonadas, llenando la mesa de papeles.
– ¿Se sabe algo ya de Phil? -preguntó él dejando más carpetas llenas de papeles sobre el escritorio.
– Estoy esperando a que me confirme que puede mañana a las diez. Los abogados dicen que no tienen problema en asistir.
– Bien. Estaré fuera, tengo varias reuniones con algunos inversores. Llegaré tarde -dijo dirigiéndose a los ascensores.
– ¿Qué quieres que haga con esto? -preguntó Tegan señalando las carpetas que Maverick le había dado.
– Lo que haces siempre. ¿Hay algún problema?
– No, no, ninguno -contestó con su mejor sonrisa mientras Maverick entraba en el ascensor.
Necesitaba una cerveza fría.
Por si la reunión no hubiera sido suficiente, la visita a la residencia de ancianos donde estaba su abuela había terminado por rematarlo. Había días en que la mujer estaba tranquila y era una delicia escuchar sus historias familiares sobre cómo había crecido allá en Montana. Otros, en cambio, era muy difícil soportarlo. Y aquél había sido uno de esos días.
Mientras conducía de regreso a la oficina, había pensado en llamar a alguien para cenar aquella noche. Pero, después de pensarlo con calma, había desechado la idea. En primer lugar, porque se suponía que estaba en viaje de negocios. Y, por otro lado, porque no quería que ninguna de sus amantes habituales llegara a pensar que le estaba dando un trato preferencial, que se estaba comprometiendo más de la cuenta.
De modo que había parado en un restaurante chino cercano a la oficina y había pedido algo de comida para llevar.
Mientras subía en el ascensor, repasó una vez más el asunto que le estaba dando dolores de cabeza aquel día. Phil Rogerson había estado de acuerdo con el proyecto hasta que el ataque al corazón de Giuseppe lo había dejado todo en el aire. No debía permitir que se volviera atrás. No podía permitir que Rogerson se desvinculara del trato. Debía atacar mientras el asunto estuviera aún caliente.
Las puertas se abrieron y entró en el vestíbulo de la planta donde estaba su despacho. No parecía haber nadie, pero no se detuvo a comprobarlo. Sólo podía pensar en tomarse esa cerveza tranquilamente.
Entonces, al abrir la puerta que daba a la sala donde estaba su despacho, se encontró con su peor pesadilla.
– ¡Oh! -exclamó Tegan quitándose los auriculares-. No te oí llegar.
– Con eso puesto, no me extraña -dijo Maverick refiriéndose al iPod.
– Lo tenía muy bajito. Además, no había nadie.
En realidad, no le importaba en absoluto que estuviera escuchando música. Si aquella mañana no hubiera llevado los auriculares puestos, se habría dado cuenta de que él estaba en la oficina, y no habría tenido la oportunidad de asistir a aquel magnífico espectáculo que eran sus esculturales piernas, esas piernas en las que no había podido dejar de pensar en todo el día, esas piernas que no habían hecho más que obsesionarle.
¿Escondía bajo aquella ropa un cuerpo tan impresionante como sus piernas? ¿Cómo no se había dado cuenta de nada en el año y medio que llevaba trabajando para él? ¿Cómo no había observado el brillo de sus ojos?
– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó confuso.
– Trabajo aquí -contestó ella volviéndose para seguir trabajando.
– Pensé que ya te habrías ido a casa.
– Llegué tarde, ¿recuerdas? Estoy compensando el tiempo que perdí esta mañana.
Pero Maverick no estaba escuchando. Lo que hacía era mirar su boca, sus labios perfilados y sensuales que parecían estar invitándolo. Tenía que averiguar qué más secretos ocultaba su secretaria.
Ignorándole, Tegan tomó otra hoja de papel y la leyó detenidamente.
– Ya has trabajado en la hora de la comida -dijo Maverick acercándose a ella, sintiendo el embriagador aroma de su perfume y saboreándolo como si fuera vino.
Además, tenía el pelo distinto. Por lo general, Morgan lo llevaba siempre bien sujeto para que no se moviera ni un mechón de su sitio en todo el día. Sin embargo, aquel día, se había rebelado, parecía estar buscando su lugar, derramándose por sus hombros y su rostro.
– ¿No has comido?
– He llegado tarde. Pensé que salir a comer sería imperdonable por mi parte -contestó Tegan con un toque de ironía en la voz.
¿Por qué se estaba sonrojando? ¿Por qué ni siquiera se había vuelto a mirarlo? No parecía estar furiosa, sino… nerviosa por su cercanía. ¿Qué creía ella que le iba a hacer? Sólo era su secretaria, por el amor de Dios.
Tegan dejó el documento que había estado leyendo sobre la mesa y empezó a teclear en el ordenador para hacer algunas anotaciones. Pero entonces, de repente, Maverick apagó la pantalla.
– ¿Qué estás haciendo? ¡No he terminado!
– ¿Y qué crees que estás haciendo tú?
– ¿A ti qué te parece? ¿Qué me estoy bañando?
Maverick palideció súbitamente sólo de pensarlo. La tentación de hacer una estupidez, como acercarse a ella todavía más y comprobar si aquellos labios eran tan sabrosos como parecían, era cada vez más peligrosa.
– Un baño… -murmuró Maverick-. Es una buena idea después del día de hoy.
Por un momento, creyó observar un destello en los ojos de ella, como si compartiera con él el mismo deseo.
– Lo siento -se disculpó Tegan-, no debí haber dicho eso. Sólo estaba terminando algunas cosas antes de irme a casa.
– Qué extraño, siempre haces estas cosas nada más llegar.
– Ah… Bueno… -dudó Tegan intentando pensar una respuesta-. Sí, suelo hacerlo por la mañana. Pero, dado que he llegado tarde y ahora tenía tiempo libre, pensé en adelantar trabajo para mañana -mintió con la esperanza de que él se lo creyera-. De todas formas, se ha hecho muy tarde. Creo que me voy a ir a casa.
Tegan apagó el ordenador, metió sus cosas en el bolso y tomó el iPod de la mesa.
– Por cierto, Phil Rogerson confirmó la reunión de mañana -dijo sin mirarlo-. A las diez en su oficina. Los abogados también. Está todo arreglado. Buenas noches. Hasta mañana.
Estaba mirando cómo su secretaria se dirigía a los ascensores cuando se dio cuenta de que no quería cenar solo. Lo que quería era pasar la noche con aquella impresionante mujer.
– ¡Morgan!
Su exclamación hizo que se detuviera, que tomara aire y que se diera la vuelta lentamente.
– ¿Sí?
– Ven a cenar conmigo.