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– ¡Tiggy! ¿Cómo estás?
Tegan respiró aliviada al oír la voz de su hermana al otro lado del teléfono.
– ¡Morgan! Esto es un desastre. Tienes que regresar enseguida.
– ¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido?
– Maverick, eso es lo que ha ocurrido.
– ¿Qué quieres decir? Está en Milán, estará allí toda la semana. ¿A qué te refieres?
– Giuseppe Zeppa sufrió un ataque. El asunto de Zeppabanca se ha parado, al menos de momento. Y Maverick… está aquí.
– ¡Cielo santo! ¿Qué ha pasado?
– Ya te lo he dicho, un desastre. Tienes que volver cuanto antes.
– ¿Quieres decir que lo sabe?
– Sabe que algo raro está ocurriendo.
– Pero todavía no se ha dado cuenta del engaño, ¿verdad?
– No, todavía no, pero… ¿es que no te parece suficientemente grave que haya regresado? No puedo seguir con esto, Morgan. Aceptar fue una locura, pero con él aquí es imposible. Imposible.
– Pero… ¡La boda de Bryony es mañana! No puedo irme ahora.
– ¿Por qué? ¿Por qué tenía que casarse un martes y hacerlo en Hawai? ¿No podía hacerlo en la iglesia de su barrio como todo el mundo?
– Ya la conoces, le gusta ser diferente. Va a ser una boda increíble. Muchas gracias por hacerme este favor, gracias a ti puedo estar aquí.
– ¡Deja ya de darme las gracias! No puedes dejarme sola de esta manera. ¡No con Maverick aquí! No puede salir bien.
– ¡Eh! Me lo prometiste, ¿recuerdas?
– Eso fue porque creí que él no estaría aquí. Pero todo ha cambiado. ¿Es que no te das cuenta de que no puede salir bien? ¿No ves que es necesario que vuelvas?
Al otro lado del teléfono no se escuchaba nada, sólo un silencio desolador.
– ¿Morgan?
– Sí, hermanita, aquí estoy. Sólo estaba pensando. Mira, incluso si tomara el primer vuelo mañana por la mañana, no llegaría ahí hasta el miércoles.
– ¿Y?
– Eso quiere decir que, al menos, tendrás que seguir con todo esto dos días más.
– ¡Dos días!
– Mira, si estuvisteis juntos todo el día y no se dio cuenta de nada, las probabilidades de que…
– ¿De qué? ¿Qué te hace pensar que no se dará cuenta de todo mañana?
– Hoy has hecho lo más difícil. Mañana será, simplemente, un día más para él.
– Pero… estarás aquí el miércoles, ¿verdad?
– Tiggy, si puedes aguantarlo dos días, ¿por qué te es tan difícil hacerlo una semana?
– ¡No! ¡Tú no lo entiendes! ¡No puedo trabajar con él!
– Sé que a veces puede ser una persona difícil y exigente, pero tú puedes hacerlo, sé que puedes.
– Morgan, no es el trabajo lo que me preocupa.
Tegan volvió a escuchar de nuevo aquel incómodo silencio.
– ¿Morgan?
– ¿Qué quieres decir? -preguntó finalmente su hermana.
– Siempre que me hablabas de él, me decías lo terrible que era trabajar con él. Déjame hacerte una pregunta un poco tonta, ¿alguna vez te pidió salir con él?
– ¿Salir con él? ¿Estás bromeando? Maverick nunca dejaría que le vieran con su secretaria. Me lo dejó muy claro desde el primer día. Me advirtió que me despediría en el acto en cuanto intentara algo con él. Además, a mí me pareció bien, no es mi tipo.
– ¿Quieres decir que nunca ha mostrado el más mínimo interés en ti?
– Por supuesto que no. ¿Qué pasa? ¿Es que te ha hecho proposiciones o algo así?
Tegan siempre había sido sincera con su hermana. Pero, en aquella ocasión, no podía decirle toda la verdad.
– Bueno… Algo así.
– Pues no te preocupes, olvídalo. Para Maverick, no liarse con su secretaria es como un mandamiento escrito a fuego. Según parece, hace años se dejó llevar, la historia acabó muy mal y se prometió que nunca volvería a caer en el mismo error. De modo que, hermanita, puedes estar tranquila. No sé lo que ha pasado, pero seguro que lo has exagerado.
«Si tu supieras…», pensó Tegan.
Sin embargo, si lo que había dicho su hermana era cierto, en aquellos momentos, Maverick seguramente estaría arrepintiéndose tanto como ella de lo que había sucedido. Tal vez por eso la había llamado por teléfono, para disculparse y prometerle que no volvería a pasar.
¡Y ella le había colgado! Bueno, al menos eso le haría entrar en razón y le demostraría que ella no estaba dispuesta a que volviera a ocurrir.
Tegan dejó que su hermana parloteara durante un rato sobre la boda, el tiempo y el paisaje de Hawai. No podía obligar a su hermana a renunciar a todo eso. Después de todo lo que había hecho, lo que había luchado por el padre de ambas, se lo merecía.
¿Por qué no había sido James Maverick capaz de verlo igual que ella? De haberlo hecho, le habría dado a su hermana aquella maldita semana de vacaciones y Tegan no habría tenido ningún problema.
Cuando, a la mañana siguiente, Maverick llegó a la oficina, Tegan ya estaba allí.
– Buenos días -le saludó ella sin mirarlo, tecleando en su ordenador impasible.
Pero a él no le importó. Si ella estaba dispuesta a olvidar lo que había ocurrido el día anterior, a él le parecía más que bien.
Entró en su despacho, se sentó y observó durante unos minutos la bahía.
– Perdón, ¿interrumpo?
– No -contestó dándose la vuelta y viendo que era su secretaria.
– Aquí está la agenda de hoy y el correo -dijo Tegan dejando un montón de sobres en su escritorio.
Maverick observó a su secretaria. Había vuelto de nuevo a sus trajes sobrios y horriblemente profesionales, ésos que ocultaban las curvas que él sabía que ella tenía.
– Morgan, asegúrate de que la gente de Rogerson tenga una copia de esto antes de la reunión -dijo señalando un informe-. Por cierto, necesitaré que vengas conmigo para tomar algunas notas. ¿Puedes estar lista dentro de una hora?
– Por supuesto -contestó ella muy seria antes de salir del despacho.
Era un alivio que su secretaria hubiera rectificado en su actitud y hubiera vuelto a ser la eficiencia y la profesionalidad personificadas. El traje que se había puesto y su actitud eran un mensaje evidente hacia él, un mensaje indicando que se mantuviera a distancia.
Y eso era, exactamente, lo que él iba a hacer.
– Rogerson se las sabe todas -dijo Maverick mientras conducía su Mercedes SLK negro descapotable por la autopista de la bahía-. Es de la vieja escuela. Ya antes de que le diera el ataque a Giuseppe no las tenía todas consigo. Ahora mismo debe de estar completamente a la defensiva. Debemos darle algo, algo que le dé seguridad.
Sentada en el asiento del acompañante, Tegan veía pasar los edificios a toda velocidad mientras el olor de los asientos de cuero y el perfume masculino de Maverick se mezclaban para dibujar frente a ella la imagen de un hombre atractivo, poderoso y rebosante de testosterona. Era una combinación explosiva y peligrosa.
Pero ella se había propuesto que nada de aquello le afectara. Tenía que cumplir con su papel de secretaria y preocuparse únicamente del trabajo.
– ¿Y qué sucederá si Rogerson no está por la labor? -preguntó Tegan observando el paisaje para no tener que mirarle a los ojos-. ¿Y si accede pero el proyecto de Zeppabanca no sale?
– Saldrá adelante, estoy seguro. Pero Rogerson tiene otras dos propuestas encima de la mesa. En la reunión de hoy debemos actuar con inteligencia y adelantarnos.
– ¿Por qué tiene que ser él? Hay muchos constructores en la ciudad.
– Cierto, pero no quiero a nadie más. Lo quiero a él. Me fío de él. Puede que sea conservador, pero es escrupulosamente honesto y eso, en este sector, vale su peso en oro. Además, lo que hace, lo hace bien, le gusta la calidad, no la cantidad. Y eso es precisamente lo que necesito. El Royalty Cove va a ser el edificio de la década, quiero que lo sea y que sea él quien lo construya.
Maverick giró a la derecha y entró en una calle un poco más estrecha con edificios bajos de oficinas. En uno de ellos podía leerse el letrero Rogerson Developments. Maverick detuvo el coche frente al edificio.
– Un sitio modesto -apuntó Tegan saliendo del coche.
– Así es Rogerson. Nadie podría imaginarse que, en realidad, es multimillonario.
Una vez en la sala de reuniones, Tegan se sorprendió aún más al conocer al hombre en persona. Llevaba un traje viejo que había visto días mejores, tenía la piel ligeramente tostada y el pelo canoso. En general, parecía un hombre normal y corriente. Sin embargo, sus ojos azules transmitían algo especial. Además, de alguna forma, sus rasgos le resultaban familiares, como si le hubiera visto en alguna parte.
– Por fin nos conocemos -dijo Rogerson con una amplia sonrisa extendiendo su mano hacia ella-. Maverick la tiene encerrada en su oficina, ahora entiendo por qué. Me alegro de que haya decidido dejarla salir unas horas.
Parecía un anciano bondadoso y servicial, no un eminente y millonario constructor. Tegan le devolvió el saludo preguntándose dónde había visto a aquel hombre.
El equipo de abogados llegó a los pocos minutos junto con el resto del equipo de Maverick. Se presentaron unos a otros y tomaron asiento en torno a una mesa repleta de pequeñas botellas de agua, finos vasos de cristal y delicadas servilletas.
Tegan estaba sentada junto a Maverick en una de las esquinas, con Rogerson en la otra punta. A pesar de estar rodeados de gente, Tegan sentía la presencia de Maverick junto a ella como si todavía estuvieran solos en su coche. Algo en él la atraía contra su voluntad como un imán.
Uno de los abogados empezó relatando cuál era la situación, las implicaciones que había tenido la paralización del acuerdo Zeppabanca.
Después, llegó el turno de Maverick. Explicó los principales aspectos del proyecto y los beneficios que podría reportar a todos los implicados.
– Royalty Cove tiene que seguir adelante -dijo para concluir su discurso-. Es el proyecto para la Costa Dorada más ambicioso que se ha diseñado en los últimos años. Tenemos la oportunidad de construir un complejo prestigioso, respetuoso con el medio ambiente y mostrarle el camino a Australia y al resto del mundo. La única forma de llegar a buen puerto es involucrar a los mejores, por eso queremos que sea Rogerson Developments quien lo lleve a cabo. Nadie más sería capaz de hacerlo. Pero, para eso, tenemos que estar listos para empezar en cuanto Zeppabanca se recupere.
Su voz tenía algo que atrapaba a cuantos le escuchaban, tenía seguridad en sí mismo y una inexplicable credibilidad. Todos los presentes asentían con la cabeza, convencidos por sus palabras. Todos salvo Rogerson, que jugueteaba con los dedos en la mesa sin dejar de mirar a Maverick.
– Nadie duda de que sea un buen proyecto -empezó Rogerson, y Tegan sintió el nerviosismo que las palabras de aquel hombre estaban provocando en Maverick-. Tampoco de la pasión que hay en él. Pero, dada la situación, ¿cómo podemos estar seguros de que Zeppabanca querrá seguir adelante cuando se recupere?
– Giuseppe estuvo en este proyecto desde el principio.
– Lo sé, pero… ¿y si ocurre lo peor, Dios no lo quiera, y no se recupera? -apuntó Rogerson mirando a todos los presentes-. ¿Qué ocurrirá entonces si el nuevo director ejecutivo no es tan entusiasta como él o no tiene las mismas ideas? Comprenda mi posición. No me gusta trabajar con esa incertidumbre, y más cuando apostar por este proyecto me cerraría otras oportunidades. Tengo otras dos propuestas sobre mi mesa, incluso esta mañana he recibido una tercera cuya fecha de inicio sería en tres meses y que garantizaría trabajo para mis empleados durante los próximos tres años.
– El Royalty Cove garantizaría, al menos, siete.
– Si sale adelante.
– Saldrá adelante, y será lo mejor que haya construido Rogerson Developments, estoy seguro.
– ¿Y si no sale adelante? Necesito que, de alguna manera, Zeppabanca se comprometa.
– Giuseppe está enfermo, no puedo hablar en su nombre.
– Entonces, estamos perdiendo el tiempo.
– En ese caso… Le doy yo la garantía que necesita -dijo Maverick.
Todos se volvieron para mirarlo.
– ¿A qué se refiere? -preguntó Rogerson.
– Me comprometo personalmente a cubrir todos los gastos que pueda tener su personal mientras esperamos noticias de Zeppabanca. Usted no perderá dinero y su equipo tampoco. Nadie perderá.
Tegan observó a los dos hombres. Los dos poderosos, los dos empresarios de éxito. Rogerson tenía aversión al riesgo, Maverick, en cambio, iba tras él. Hasta entonces, se había implicado con su trabajo en aquel proyecto. Aquella proposición significaba su compromiso personal, con su dinero, con su empresa, con todo.
Rogerson enarcó una ceja y Tegan, de pronto, recordó algo que había sucedido en un campo de refugiados de Somalia. Una larga cola de mujeres y niños esperaban al equipo de Médicos Sin Fronteras. En la cabeza de la cola, un hombre con el pelo revuelto estaba bromeando con los chiquillos para hacerles más grata la espera. Los que le conocían se referían a él como doctor Sam, pero en realidad se apellidaba Rogerson.
¡Por eso le resultaba familiar!
– Creo que deberíamos hacer un descanso de quince minutos para tomar un café -ordenó Rogerson levantándose.
El equipo de Maverick se dirigió hacia él como un rayo, lleno de preguntas. Lo mismo hizo el de Rogerson.
Tegan decidió dejarle solo y se levantó para conseguir un café para su jefe y un zumo para ella. Tenía ganas de poder hablar con Rogerson, pero sabía que no debía hacerlo.
– ¿Necesita algo? -le preguntó de repente el constructor mientras sostenía un plato lleno de sándwiches.
– No, gracias -respondió ella-. Vaya, veo que ha conseguido librarse de todo el mundo.
– En los negocios, la rapidez es esencial -dijo Rogerson sonriendo-. Debo admitir que su jefe es muy persuasivo.
«Desde luego», pensó Tegan recordando lo que había ocurrido el día anterior en la puerta del ascensor.
– A Maverick le apasiona su trabajo. Por eso quiere que usted entre en el proyecto, quiere al mejor.
Rogerson se llevó a la boca uno de los sándwiches sin dejar de mirarla.
– Señor Rogerson, espero que no le moleste la pregunta, pero se parece mucho a un hombre que conocí una vez. No tendrá usted algo que ver con Sam Rogerson, ¿verdad?
– ¡Vaya! -exclamó Rogerson con sus ojos azules iluminados-. Estaba esperando que me preguntara algo sobre Zeppabanca, es usted encantadora. Pues sí, mi segundo hijo se llama Sam, trabaja en Médicos Sin Fronteras.
– ¡Lo sabía! Sam es una persona extraordinaria y un gran médico. Tiene un talento natural con los niños. Todo el mundo se alegra mucho cuando él está cerca. Debe estar muy orgulloso de él.
– ¿No me diga que ha estado usted trabajando en alguno de esos países olvidados de Dios?
– ¡Oh! -exclamó Tegan recordando, de repente, que se suponía que ella era su hermana, Morgan, que nunca había estado en África y mucho menos en un campo de refugiados-. En realidad no, pero he oído hablar de él. Mi hermana estuvo varios años en GlobalAid y trabajó con él una temporada. Me ha hablado mucho de él, sobre todo de lo maravilloso que era con los niños.
– Es precioso oírla decir eso de mi hijo. Sobre todo porque no solemos tener noticias suyas muy a menudo, sólo un par de veces al año. A Doris y a mí nos vuelve locos, nunca sabemos en qué anda metido.
– Pues, si le sirve de consuelo, puedo asegurarle que está haciendo un trabajo excelente. Mi hermana me contó que estuvo con él hace un mes, justo antes de que ella saliera del país. Me contó que su hijo estaba haciendo un trabajo increíble, pero que echaba mucho de menos a su familia.
En realidad, Sam había sido el médico que había dado el visto bueno a Tegan para que regresara a casa. Había pasado un rato hablando de Australia, de la Costa Dorada, y de lo mucho que él la echaba de menos.
– No sé qué decir. Sus palabras me llenan de alegría. ¿Y dice que fue su hermana quien le contó todo?
– Sí, acaba de volver hace poco después de haber pasado en África tres años.
– Querida, me ha alegrado usted el día. Doris se pondrá muy contenta cuando lo sepa. Se preocupa mucho por nuestro hijo, como no le vemos mucho…
Tegan lo entendía perfectamente. Su propia hermana le había rogado, a su regreso, que no volviera, ya que no podía dormir por las preocupaciones y los temores.
– No saber nada es lo peor -dijo Tegan-. Pero, si le sirve de ayuda, puedo decirle que mi hermana, su hijo y todos los que han decidido orientar sus vidas como ellos son conscientes de los riesgos que conlleva. Siempre hacen todo lo que pueden para correr el menor peligro posible. Pero, a veces, son conscientes de que hay que arriesgar para marcar la diferencia.
Rogerson pareció meditar sus palabras unos instantes y, entonces, posó su mano sobre el hombro de Tegan.
– Sabias palabras, querida. Sabias palabras -dijo sacando una tarjeta de su chaqueta-. Aquí tiene mis señas. Llámeme cuando su hermana tenga un rato libre y arreglaremos una cita para que pueda contarnos a mi mujer y a mí cosas sobre los campos de refugiados y sobre nuestro hijo. Y muchas gracias de nuevo. Doris se va a poner muy contenta cuando se lo cuente todo. Ahora, será mejor que se tome ese café antes de que se enfríe.
¡Cielos!
Se había olvidado del café de Maverick.
Estaba helado.
¿Qué estaba haciendo Morgan? ¿De qué demonios estaba hablando con Rogerson? ¿Por qué sonreía tanto? A él nunca le había sonreído así.
Cuando Rogerson posó su mano sobre el hombro de su secretaria, empezó a hervirle la sangre en las venas.
– Maverick, ¿quiere añadir algo?
El jefe de su equipo de abogados le estaba mirando fijamente, esperando una respuesta.
– No, nada más.
¿De qué había estado hablando con él? Si había hecho o dicho algo para poner en peligro el proyecto, se lo haría pagar.
Su secretaria se sentó junto a él al fin y le puso sobre la mesa una taza de café. La sonrisa que había observado en ella mientras hablaba con Rogerson había desaparecido.
– Bueno -dijo Rogerson-, no veo ninguna necesidad de que sigamos perdiendo el tiempo. ¿Qué opinas, Maverick?
Maverick miró de reojo a su secretaria.
¿Qué demonios le había dicho?
– Señor Rogerson -dijo Maverick apartando el café con la mano, incapaz de beber nada-. Eso depende de lo que usted decida.
– Tiene toda la razón. Lo he estado pensando y he tomado una decisión. No voy a aceptar la garantía personal que me ha ofrecido.