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Algo dentro de Maverick se quebró como el cristal. Morgan había firmado su sentencia de muerte.
Había estado trabajando en aquel proyecto durante años, planificándolo hasta el último detalle y, cuando estaba a punto de conseguirlo, algo que había dicho ella lo había echado todo por tierra.
– Entiendo -dijo Maverick incrédulo.
– Me temo que no lo ha entendido -dijo Rogerson-. No voy a aceptar su garantía porque no la necesito.
Maverick miró al hombre como si le hubiera regalado una segunda vida, aunque inseguro todavía de haber comprendido bien.
– Entonces… ¿Significa eso que acepta construir el Royalty Cove sin ninguna garantía?
– Por supuesto. Un hombre que habla con tanta pasión como usted, y que está dispuesto a poner su propio patrimonio como garantía, es un hombre en quien se puede confiar. Además, hay cosas más importantes en la vida que la seguridad. A veces, es necesario asumir riesgos para marcar la diferencia.
– ¿Me vas a contar qué ha pasado? -preguntó Maverick en el trayecto de vuelta mientras conducía su descapotable.
– ¿A qué te refieres? Rogerson aceptó el contrato, ¿no era eso lo que se suponía que tenía que suceder?
– No me refiero a eso -dijo apartando la mirada de la carretera por un instante para mirarla-. ¿De qué estuvisteis hablando Rogerson y tú? Parecíais tener mucha complicidad. Hasta te puso la mano en el hombro. ¿De qué hablasteis?
– Se diría que estás celoso -bromeó Tegan.
– No digas tonterías -dijo él poniendo suficiente agresividad en su voz como para que ella captara correcta y claramente el mensaje-. Podría ser tu abuelo.
– ¿Y? Me gusta ese hombre. No es el típico multimillonario engreído y egocéntrico. Es una persona cercana, cálida y auténtica.
Maverick la miró de nuevo. ¿Era eso lo que opinaba ella de él, que era un empresario egocéntrico? ¿Por eso nunca le sonreía como lo había hecho con Rogerson?
– ¿Qué le dijiste?
– Phil Rogerson tiene un hijo llamado Sam, es médico y trabaja para Médicos Sin Fronteras.
– ¿Y?
– Pues resulta que yo… Mi hermana trabajó con él durante un tiempo. Estuvimos hablando sobre ello.
– ¿Tienes una hermana?
– Sí.
– ¿Y trabaja en campos de refugiados?
– Trabaja para GlobalAid. O, al menos, trabajaba. Acaba de regresar hace poco.
– Nunca me dijiste que tuvieras una hermana.
– Nunca lo preguntaste.
Y así era, en verdad. Nunca le había interesado mucho la vida personal de su secretaria. Sin embargo, de pronto, todo lo que tenía que ver con ella le interesaba, le obsesionaba.
– ¿Y dices que tu hermana trabajó un tiempo con el hijo de Rogerson?
– Eso es.
– ¿Cómo lo supiste tú?
– Mi hermana me lo contó.
– ¿Y cómo te diste cuenta de que Phil Rogerson era su padre?
– Disculpa, pero… ¿adónde quieres llegar? -preguntó Tegan nerviosa.
– Dímelo tú -contestó Maverick observando la inquietud de su secretaria.
– No lo sabía, ¿contento? No estaba segura, se lo pregunté y tuve suerte. Él y su mujer no han tenido noticias de su hijo desde hace mucho tiempo, por eso se alegró tanto de hablar conmigo. Mi hermana estuvo con el hijo de Rogerson hace apenas un mes.
Maverick detuvo el coche en el aparcamiento del edificio que albergaba sus oficinas, pero no hizo ninguna intención de salir del vehículo.
– Morgan.
– ¿Sí?
Maverick pasó el brazo derecho por detrás del respaldo del asiento de ella y se inclinó levemente hacia Tegan, observando cómo ella se pegaba a la puerta para aumentar el espacio entre ambos.
Era evidente que su secretaria estaba pensando que él estaba dispuesto a continuar con el beso que habían interrumpido el día anterior.
La idea no carecía de atractivo. Había pasado toda la noche dándole vueltas, recordando el momento, recordando el cuerpo de ella y fantaseando sobre lo que habría podido pasar.
– ¿Quieres algo? -preguntó ella, nerviosa, con la respiración agitada.
– Dices que tu hermana volvió hace apenas un mes y te contó que había estado con el hijo de Rogerson. ¿No te parece curioso?
– No te entiendo. ¿Dónde está el problema? Deberías estar contento después de lo que acaba de ocurrir en la reunión. ¿Acaso no has conseguido lo que querías?
¿Lo que quería?
Últimamente, no estaba muy seguro de lo que quería.
En esos momentos, por ejemplo, lo único que deseaba era besarla.
Pero ya era demasiado tarde. Su secretaria había abierto la puerta y había salido apresuradamente del vehículo.
– ¡Morgan!
Maverick salió del coche rápidamente, lo cerró y fue corriendo hasta los ascensores, donde su secretaria esperaba ansiosa.
– ¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás a la defensiva? Al fin y al cabo, no es algo que tenga demasiada importancia.
Tegan estaba agotada. Agotada de sus constantes preguntas, de sentirse examinada a cada segundo. Sólo era cuestión de tiempo que terminara por descubrir el engaño.
– Creí que estabas enfadado conmigo.
– No estaba seguro de ti. No entendía qué había pasado en la sala de reuniones entre Rogerson y tú.
Tegan se volvió para responderle, pero no supo qué decir. Durante todo el día, hasta aquel momento, Maverick se había mantenido a distancia, se había comportado como su jefe en todo momento, y eso le había servido a ella para manejar un poco mejor la situación.
Pero, en los últimos minutos, todo había cambiado. Su presencia se había vuelto peligrosa de nuevo, volvía a tener problemas para respirar con normalidad.
La inseguridad que sentía aumentó todavía más al abrirse las puertas del ascensor y entrar los dos. Maverick sacó una tarjeta del bolsillo de su chaqueta y pulsó el botón de la planta donde estaba su despacho. Sin embargo, en lugar de ponerse a su lado, Maverick se situó de espaldas a las puertas, mirándola fijamente. Tegan apoyó la espalda contra la pared opuesta, como si estuviera prisionera en una cárcel.
– ¿Es que no te das cuenta de lo que ha sucedido? -le preguntó él acercándose-. Si tu hermana no te hubiera contado que había visto a Sam Rogerson, el resultado de la reunión seguramente habría sido muy distinto. Rogerson no estaba convencido, lo noté. Sin embargo, hablar contigo le hizo cambiar de opinión. ¿Qué le dijiste?
Estaba cerca.
Demasiado cerca.
Podía sentir el calor del cuerpo de él, su perfume invadiéndola como una ola de deseo. Su cuerpo estaba empezando a despertar, luchando por lanzarse en los brazos de él. Aquello se estaba volviendo cada vez más peligroso.
– No lo sé -dijo Tegan-. Phil me estaba contando lo preocupados que estaban su mujer y él por los constantes riesgos que tenía que asumir su hijo. Lo único que yo le dije fue que, a veces, es necesario asumir riesgos para marcar la diferencia.
– ¡Bravo! -exclamó él-. Lo que hiciste fue resumir en una sola frase el espíritu del proyecto, mientras que a mí me costó una hora de discurso.
Maverick extendió la mano y le acarició la mejilla suavemente con las yemas de los dedos. ¿Por qué un gesto tan insignificante estaba provocando una reacción tan desproporcionada dentro de su cuerpo? Sus pechos se estaban endureciendo y sus labios entreabriendo. La última vez que habían estado tan cerca había sido el día anterior, y las cosas habían ido demasiado lejos. Sin embargo, el día anterior, Tegan había pensado que por quien estaba interesado Maverick era por su hermana. Sin embargo, después de la conversación con Morgan, ese extremo había quedado claro.
¿Era posible que Maverick se sintiera atraído por ella?
¿Cómo iba a ser capaz de luchar contra eso?
«Morgan volverá dentro de unos días, y tendrá que afrontar las consecuencias de lo que yo haga», se recordó Tegan a sí misma.
– Maverick… -murmuró.
– Debería darte las gracias -dijo él mirándola fijamente-. Has salvado todo el proyecto. Debo encontrar la manera de agradecértelo.
– No es necesario -dijo ella rápidamente mirando hacia otro lado, pensando en lo rápido que saldría de allí si pudiera atravesar las paredes.
– Al menos, debería darte las gracias -insistió él apoyando una mano contra la pared, cortando así la vía de escape de Tegan.
– Entonces, hazlo -dijo Tegan, suplicando por dentro que no insistiera más.
– Sin embargo, creo que te mereces algo más que darte las gracias -dijo Maverick sosteniéndole la barbilla con la mano y alzándole la cabeza.
El cuerpo de Tegan estaba ya casi incandescente. Sus últimos reductos de sensatez estaban derritiéndose poco a poco.
– Entonces… -murmuró Tegan mirándole con los ojos llenos de deseo-, ¿qué?
Como si hubiera adivinado sus más íntimos pensamientos, Maverick se acercó aún más a ella, hasta que sus cuerpos se tocaron. Los pechos de Tegan estaban a punto de explotar, presionados contra el tórax de él. El menor movimiento, el menor gesto, y se entregaría a él sin la menor resistencia.
– Entonces… esto.
Los labios de él tocaron los suyos y Tegan se sintió como si hubiera regresado a casa después de haber pasado mucho tiempo lejos. Maverick la estaba besando tan suavemente, con tanta delicadeza, que lo único que podía hacer era darle la bienvenida con su boca.
Justo en ese momento, el ascensor se detuvo, sonó un timbre y las puertas se abrieron.
– ¡Cielo santo! -exclamó Maverick separándose un poco de ella, mostrando con su reacción que estaba tan turbado como Tegan.
Con un movimiento casi imperceptible, Maverick la tomó en brazos y salió de ascensor. Tegan estaba tan sorprendida como excitada. Nunca le había ocurrido nada semejante. Estar envuelta en sus brazos la embriagaba de una forma inesperada, tanto que apenas se dio cuenta de que, en lugar de detenerse en el escritorio de ella, Maverick había seguido recto.
¿En qué estaba pensando?
¿Quería llegar hasta el final?
– ¿Adónde me llevas?
– A un lugar donde no nos moleste nadie -dijo él abriendo una puerta.
– ¡Maverick! -protestó Tegan intentando liberarse-. No creo que sea buena idea.
– Pues a mí no se me ocurre ninguna mejor.
El cuerpo de Tegan estaba de acuerdo con él, pero su parte racional le decía a gritos que todo era un tremendo error.
Maverick avanzó a través de un enorme salón que, al igual que el despacho de él, gozaba de unas preciosas vistas a la bahía.
– ¡Déjame bajar! -gritó Tegan-. ¡No podemos hacer esto!
– Claro que podemos, pero, ya que lo pides tan amablemente -bromeó él-, haré lo que me pides.
Pero Tegan no aterrizó en el suelo, como esperaba, sino en una cama enorme cubierta por un edredón de seda.
Quitándose la chaqueta, Maverick la miró desde los pies de la cama con los ojos encendidos.
– ¡No! -exclamó Tegan viendo que él empezaba a quitarse la camisa despacio.
Tenía que escapar de allí. Era evidente que aquello no podía suceder. ¿Por qué su cuerpo no le obedecía? ¿Por qué estaba tan excitada?
La respuesta la tenía delante de ella. Maverick se había quitado la camisa y los pantalones, exhibiendo un cuerpo perfecto, un cuerpo diseñado por un escultor para volver locas a las mujeres.
– Tú sientes lo mismo que yo -murmuró él-. Lo sentiste mientras subíamos en el ascensor.
– Sólo fue un beso -mintió Tegan.
– Fue mucho más que un beso -dijo él.
– Eso no significa…
Aprovechando el momento, Tegan se revolvió en la cama e intentó salir por un lado.
Pero Maverick, haciendo gala de nuevo de sus excelentes reflejos, fue hacia ella rápidamente y abortó su fuga.
– Eso significa que me deseas.
Y, para demostrarlo, tomó la mano de ella, la obligó a recorrer su tórax y, suavemente, hizo que tomara su miembro.
Tegan se quedó sin respiración. Era demasiado. No podía más. Deseaba tener aquello dentro de ella.
– Yo también te deseo -añadió besándola.
Pero, incluso poseída por aquella intensa pasión, algo dentro de ella no iba bien.
Aquello estaba yendo demasiado rápido, lo había conocido hacía sólo dos días y ya estaba tendida en una cama con él deseando que la penetrara.
Era una auténtica locura.
Una locura que no podía permitirse, y mucho menos con él. No cuando, en realidad, ella estaba suplantando el lugar de su hermana, no cuando iba a ser Morgan la que afrontara las consecuencias del caos que ella estaba creando.
– ¡No puedo hacerlo! -suplicó Tegan.
– ¡Deseas hacerlo!
Quería gritar, quería decirle que sí, que lo deseaba, que siguiera adelante, que no se detuviera… Pero no podía hacerlo.
– No -mintió-. No te deseo, quiero que pares, por favor.
Maverick se quedó inmovilizado, como si lo hubieran congelado.
– ¿Hablas en serio? -preguntó mirándola.
– Tengo que irme -dijo Tegan haciéndose a un lado y saliendo de la cama.
– ¡Morgan! ¿Qué ocurre?
– No quiero hacer el amor contigo. ¿Es que no lo entiendes? Tú no me deseas de verdad.
– ¿De qué estás hablando? Claro que te deseo. Y lo sabes.
Tegan negó con la cabeza. Morgan había sido muy clara en lo referente a su relación con Maverick. Cuando regresara la semana siguiente, todo debía seguir igual.
– ¿Cuál fue la frase que me dijiste el primer día que entré a trabajar aquí? ¿No me dijiste que me despedirías en el acto en cuanto intentara algo contigo? ¿Qué está pasando ahora? No lo entiendo.
Maverick la miró furioso. Sí, le había dicho eso, ésas eran sus palabras.
– ¡Vete a casa! -exclamó fuera de control-. ¡Tómate la tarde libre!
– Pero… tengo trabajo que hacer.
– ¡He dicho que te vayas a casa! Ya has hecho bastante por hoy.
Maverick se abrochó la camisa insatisfecho, con el cuerpo en tensión y la cabeza confusa.
¿Qué le estaba ocurriendo?
Morgan llegaba trabajando para él desde hacía más de un año y medio y nunca le había parecido nada especial.
¿Por qué, de repente, todo había cambiado?
¿Por qué la deseaba con tanta intensidad?
La deseaba. ¿Por qué debía renunciar a ella? No se parecía en nada a Tina. De lo contrario, no habría dejado escapar la menor oportunidad para acostarse con él.
Morgan, en cambio, estaba intentando luchar contra la evidente atracción que sentía hacia él. Y, aunque eso la hacía aún más atractiva, no podía entenderlo.
¿Por qué?
Maverick se arregló el pelo sintiendo su cuerpo todavía excitado. Necesitaba una mujer urgentemente.
Entró en su despacho, sacó su PDA y consultó su agenda. Disponía de todas las mujeres que deseara.
Al llegar a Sonya se detuvo. Era una preciosidad de pelo corto, moreno y ojos verdes. Nunca le había dicho que no.
Pero, al tomar el auricular para marcar su número, se detuvo. No quería a Sonya. No quería a ninguna otra mujer que no fuera su secretaria.
La culpa de todo la tenía Tina. Había sido aquella mujer quien le había llevado a hacerle aquella estúpida advertencia a Morgan.
Sin embargo, él seguía siendo el responsable de sus actos. Podía romper sus propias reglas en cualquier momento. Nadie le obligaba a seguirlas.
Deseaba a Morgan e iba a tenerla antes de que terminara la semana.
Lo único que tenía que hacer era esperar.