142751.fb2 Entre llamas de pasi?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 10

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Capítulo 9

Gisella casi se olvidó de respirar. En el último momento, suspiró profundamente y abrió los ojos.

Strachan estaba encima de ella, con el rostro hundido en su cuello, y ella lo abrazaba y le besaba la oreja.

Lo sintió sonreír al rodar y llevarla consigo. Sin soltarse y sonriendo, se miraron a los ojos, mientras su pulso se calmaba y su respiración volvía a la normalidad.

– He cambiado de opinión respecto a lady Isobel -dijo él con voz suave, cuando pudo hablar-. Tal vez no fue tan mala, después de todo. De no haber sido por ella, no estarías aquí ahora.

– No -abrazada por él, sintiendo su calor, la joven se preguntó si alguna vez se había sentido más feliz-. De verdad que he visto la vela, Strachan. Ha sido como si me invitara a entrar.

– Alguien debía saber que yo estaba durmiendo aquí y soñaba contigo -le besó los labios una vez más, pero ahora, la urgencia había desaparecido y sus besos eran suaves y lentos-. Nunca he creído que hubiera fantasmas en el castillo. Es extraño que seas tú quien haya visto la vela. Pensé que te interesaba esclarecer la leyenda.

– Así es -confesó Gisella y apoyó la cabeza en el hombro de él-. ¡Mi artículo se ha venido abajo! -sintió que Strachan se estremecía por la risa cuando le relató cómo la había presionado Yvonne-. Por eso insistí tanto. Intenté explicarle lo difícil que era tratar contigo, pero aseguró que su revista corría el riesgo de desaparecer si yo no lograba entrar aquí.

– Bueno, aquí estás. Ya no podrá decir que no has dormido en la Habitación Candle cuando reciba tu nuevo artículo -Strachan sonrió.

– Pero… ¿no te importa que escriba el artículo?

– Ya no -le acarició el cabello-. Ya he sentido bastante odio hacia los periodistas. ¿Por qué no vas a poder escribir tu historia? No daña a nadie.

– Cualquiera habría reaccionado como tú -dijo ella con voz suave-. Debes de haberte sentido muy solo.

– Sí -la abrazó con más fuerza al recordar-. Cuando mi padre murió, sentí que también él me abandonaba. Estaba comprometido para casarme cuando eso sucedió. ¿Lo sabías?

Gisella asintió con la cabeza. Él añadió:

– Se llamaba Fay. Era muy guapa y deseaba casarse con el heredero de Kilnacroish, pero un terrateniente sin dinero y con una familia en desgracia era algo muy diferente. Después de eso, no quise saber nada de las mujeres, hasta que llegaste tú, Gisella. Representabas todo lo que yo detestaba, sin embargo, me enamoré.

– ¿Qué hay sobre Elspeth? -preguntó la joven, sin poder evitarlo-. ¡Parece que hacia ella sí te sentías inclinado!

– ¿Elspeth? -Strachan se encogió de hombros, un poco incómodo-. En lo que a mí respecta, sólo es una amiga; pero últimamente me visita con frecuencia. He tratado de desanimarla, pero no puedo evitar encontrarme con ella el día de mercado o en las fiestas.

– No es desanimarla el aceptar pasar con ella un fin de semana -opinó Gisella-. La señora Robertson me ha dicho que os habíais ido juntos.

– A la señora Robertson le gusta mucho chismorrear -señaló Strachan-. Elspeth me invita muchas veces a sus fiestas pero yo siempre pongo excusas. Hace meses me preguntó cuándo podría acompañarla, por lo que tuve que ceder y sugerir este fin de semana. La semana pasada pensé que si me marchaba me distraería y no pensaría en ti, pero en el último momento la he llamado y la he dicho que no iría. No deseaba pasar todo un fin de semana con los Drummond y sus amigos y sin poder verter a ti.

– Pensé que estabas enamorado de ella -confesó la joven-. Ella se comporta como si fuera tu novia. Sólo tienes que ver la forma en que te siguió la otra noche hasta la galería.

– Me enfurecí con ella porque nos había interrumpido -dijo Strachan-. Me puse tan furioso con ella como conmigo mismo por haberte besado. Me sentía perdido.

– ¿Por eso le dijiste que estabas haciendo algo sin importancia?

– Sólo quería sacarla de la galería. No habría tardado mucho en adivinar lo que estábamos haciendo, y yo sabía que si me quedaba cerca de ti, terminaría besándote de nuevo, sin importar quién nos viera.

– ¿De esta manera? -preguntó ella y le acarició la boca con los labios.

– Así -corrigió él y le dio un beso prolongado.

– Pensé que no tenía nada que hacer contra Elspeth -confesó Gisella-. Ella es muy adecuada para ti.

– Bran no lo cree así -respondió Strachan y le acarició la cadera con gesto posesivo-. No le gusta Elspeth. En realidad, no le gusta ninguna mujer. Por eso me sorprendí tanto cuando se mostró tan cariñoso contigo. Él se dio cuenta antes que yo de que eras la mujer indicada para mí.

– No siempre he sido así -señaló ella-. Antes era reportera, y creo que de las buenas. Escribí historias que pensé necesitaban ser contadas, pero hace unos meses me di cuenta de que ya estaba cansada de escribir sobre la corrupción y la incompetencia. Ya no hago trabajo de investigación.

– Alguien tiene que hacerlo -dijo él y la atrajo más hacia él-. Tenías razón. Yo estaba resentido con los periodistas por la manera en que trataron a mi padre, pero la realidad es que él tuvo la culpa. Se arruinó y arruinó a Kilnacroish.

– ¿Tuviste que luchar mucho?

– Tuve que trabajar duro -corrigió él-. Me di cuenta de quiénes eran mis verdaderos amigos y sobreviví. Me entristece ver el castillo en ruinas, pero no lo venderé. Éste es mi hogar.

– ¿Podrás arreglarlo alguna vez? -preguntó la joven.

– Eso espero. Ahora que las aguas han vuelto a su cauce, estoy pensando en varias formas de ganar dinero extra. Deseo poner un centro de deportes al aire libre, pero estoy en espera del permiso -suspiró-. Si se niegan a otorgármelo, volveré a estar igual que al principio.

– ¿Por qué no habrían de dártelo? -preguntó ella-. A mí me parece una buena idea.

– La tierra de por aquí es reserva ecológica. No desean que la gente construya -Strachan frunció el ceño y le acarició el cabello-. Sin embargo, eso no me preocupa en este momento. Aunque el castillo se viniera abajo, no me importaría si tú estuvieras conmigo -su expresión cambió y se puso serio-. Nada me importa si estás conmigo, Gisella. ¿Te quedarás?

– Siempre que me desees -prometió ella.

– ¿Para siempre? ¿Te quedarás para siempre?

– Sí.

– ¿Quieres decir que te casarás conmigo? ¿Estás dispuesta a vivir en un castillo en ruinas, sin calefacción y con goteras?

– Sí -respondió ella y rió feliz-, siempre que prometas mantenerme cálida.

Strachan la abrazó con fuerza.

– ¡Será un placer! -murmuró, antes de que sus labios se encontraran. Al principio el beso fue tierno pero en un momento cambió y volvió a encenderse la pasión. Se unieron de nuevo y saborearon la gloria una vez más.

A la mañana siguiente, Strachan preparó pan tostado y café para el desayuno en la amplia cocina. Gisella se sentó ante la antigua mesa de pino y lo observó con ojos brillantes. Esa noche de amor y poco sueño la había dejado en un estado de euforia.

El sol brillaba. La joven miró a su alrededor con ojos nuevos, como si el mundo hubiera cambiado.

Strachan colocó el café en la mesa y comentó:

– No es exactamente una cocina elegante, ¿verdad?

– No -acordó ella y sonrió.

– En realidad no te ofrezco un gran hogar -la miró-. Hay humedad, frío… ¿estás segura de que no deseas cambiar de opinión?

– No -respondió ella y negó con la cabeza-. Además, le prometí a Bran que me quedaría.

– Entonces, ¿te casarás conmigo y vendrás a vivir aquí?

– Sí -respondió Gisella-. Viviré en cualquier sitio contigo.

– ¿Te he dicho ya cuánto te quiero, Gisella?

– ¡Creo que no me lo has dicho!

– Bueno, te quiero -se inclinó y la besó-. ¿Tú me quieres?

– Sabes que te quiero -respondió ella.

Después del desayuno, Strachan decidió salir para ver el ganado.

– Ese ganado que tanto te asustó -le recordó.

– ¡No necesita ser atendido… esos animales saben cuidarse solos! -opinó la joven.

Tenía planeado ir a Crieston y mostrar a Iain Douglas la historia sobre William Ross. Cuando Strachan ofreció llevarla a la cabaña para que allí tomara su coche, ella negó con la cabeza.

– Me gustaría ir dando un paseo -indicó-. Hace un día muy bueno.

– ¿Volverás luego? -preguntó él y le tomó el rostro entre las manos.

– Vendré a prepararte la cena -prometió ella y sonrió.

Strachan la abrazó para darle un beso de despedida. Ninguno de los dos deseaba alejarse del otro.

– Debo irme -dijo Gisella, pero no protestó cuando él la besó de nuevo.

Salieron al prado. Absortos en sus besos, no notaron que un coche se acercaba. Cuando ya estaba cerca. Se separaron sorprendidos.

La señora Mclnnes asomó la cabeza por la ventana del coche, con los ojos brillantes.

– Vengo a decirte todo lo que ganamos el último miércoles, Strachan -declaró-, pero veo que interrumpo… -le sonrió a Gisella, quien se ruborizó y dijo de inmediato:

– Ya me iba. Te veré más tarde, Strachan -supuso que la señora Mclnnes correría la noticia y que a la hora de comer todo el mundo sabría que había pasado la noche en el castillo.

Al llegar a Crieston, se dirigió a la oficina de Iain Douglas para entregarle su artículo.

– ¿Qué te ha sucedido? -preguntó el editor con expresión divertida mientras revisaba el escrito-. ¡Estás radiante!

– Me alegran los días soleados -respondió la joven. Había acordado con Strachan que no hablarían de su compromiso por el momento-. ¿Qué opinas de mi artículo?

– ¡Es estupendo! -la felicitó él-. Escribes muy bien y la historia sobre Ross es muy interesante. Se va a formar un gran alboroto cuando aparezca el jueves en primera plana -parecía satisfecho-. ¡Todo el mundo va a comprar el Echo.

– Espero que ayude a los Donald -dijo ella.

– Los ayudará -aseguró Iain-. Se formará tal alboroto cuando la gente se entere de que Ross pretende dejar sin hogar a una pareja de ancianos para construir un lujoso centro recreativo, que las autoridades no le otorgarán el permiso.

Al salir del periódico y bajar por la escalera, Gisella tropezó con Alan Wates. Cuando le miró para disculparse, vio que Elspeth Drummond lo acompañaba.

– Hola -saludó con una sonrisa. Ahora que sabía que no tenía por qué sentir celos de la joven rica, le resultaba fácil ser simpática. Incluso, sentía lástima por ella.

Elspeth murmuró un saludo, como si le desagradara ver el rostro radiante de la periodista. Alan también parecía molesto.

Gisella se dirigió hacia su coche y se dijo que lo único que le importaba era que Strachan la amaba.

Durante los siguientes días, escribió de nuevo el artículo para Yvonne, sentada en la Torre Candle.

Cuando lo terminó se dio cuenta de que era uno de los mejores artículos que había escrito.

– Estaba segura de que podías hacerlo, Gisella -dijo Yvonne con júbilo cuando le llamó para darle las gracias-. Incluso el editor ha comentado que es muy bueno. Ese castillo parece un lugar fantástico. No me sorprende que el dueño no desee compartirlo… debe de ser agradable tener un lugar así para uno solo.

– Lo es -respondió Gisella.

Por fin tenía libertad para explorar el castillo. Se había sentido atraída hacia él desde la primera vez que lo había visto, y esa sensación fue en aumento mientras recorría las habitaciones. Era un lugar incómodo para vivir, pero ella se sentía encantada.

Strachan la llevó a recorrer la propiedad y ella no le temió más al ganado pues se sentía protegida por su amado y por Bran.

– No puedo trabajar cuando estás cerca -confesó el lord con severidad fingida-. Me distraes demasiado.

Por la noche encendían la chimenea de la biblioteca y planeaban el futuro. Strachan se sentaba en el sillón y Gisella en el suelo, para apoyar la cabeza en sus rodillas. Él estaba seguro de que el centro de actividades al aire libre sería un éxito, si lograba conseguir el permiso.

Los proyectos los absorbían. No necesitaban palabras para comunicarse. La joven se sentaba en sus rodillas y se besaban. Por mutuo acuerdo, se ponían de pie y subían las escaleras de piedra, hacia la Torre Candle.

Los días estaban llenos de alegría y las noches de pasión. Se amaban con tal fuerza, que Gisella quedaba sorprendida y estremecida.

Cuando llegó el viernes, ella se había olvidado de su artículo, que debía aparecer en la primera plana del Crieston Echo. Strachan tuvo que ir al pueblo, pero ella se quedó para ayudar a la señora Robertson a hacer los arreglos para el baile de esa noche.

– Me había olvidado del baile -confesó él, cuando se lo recordó la señora.

– Tiene otras cosas en mente -dijo la empleada con indulgencia.

Gisella y la señora Robertson prepararon gran cantidad de comida mientras charlaban.

La mujer mayor le mostró una copia del Crieston Echo y comentó:

– ¡Qué historia! Ese hombre, Ross, no se atreverá a volver a dar la cara por aquí. ¡Usted ha salvado a los Donald! ¡Es una heroína!

Gisella estaba sacando la última bandeja del horno cuando escuchó que llegaba el Land Rover de Strachan. Sin quitarse los guantes, salió al vestíbulo para recibirlo sin que los observara el ama de llaves.

– Hola -saludó y notó una expresión sombría en él-. ¿Qué sucede?

– He comprado el Echo en el pueblo -respondió él con tono amargo-. Supongo que te sentirás orgullosa.

– Bueno, estoy contenta -admitió ella.

– ¿Y has tenido el valor de decirme que estabas cansada del trabajo de investigación? ¿Es esa la única mentira que me has dicho o acaso hay más?

– ¡Nunca te he mentido! -la joven lo miró sorprendida-. Estoy cansada de escribir esa clase de artículos, pero si has leído éste, comprenderás por qué no podía dejar de escribirlo.

– Nunca podrías dejar pasar una buena historia, ¿no es así, Gisella? ¡No importa lo que tengas que hacer para conseguirla! Aunque no tuviste que hacer demasiado para conseguir esta.

– No fue difícil conseguir la información -respondió ella.

– ¡Lo sé muy bien! ¡El seducir a un pobre tonto es sólo un día de trabajo para ti!

– ¿Seducir…? -repitió Gisella y añadió con enfado-: Sólo hablé por teléfono con William Ross para pedirle sus comentarios, y te aseguro que no lo seducí en absoluto.

– No me refiero a William Ross y lo sabes -señaló Strachan.

– ¿De qué estás hablando?

– De esto -Strachan desdobló el periódico y le mostró la segunda página. «Pueden venirse abajo los planes del lord para construir un centro deportivo», decía el encabezado. Debajo aparecía una fotografía del castillo y una descripción detallada de los planes de Strachan. El artículo aseguraba que la gente estaba en contra de que se utilizara una reserva ecológica para eso.

– ¿Cómo se han enterado de eso? -preguntó la joven, sorprendida.

– Basta de hipocresías -dijo él con amargura.

Hasta ese momento no había visto los nombres que tenía ante sus ojos. «Por Gisella Pryde y Alan Wates».

– ¡Yo no he escrito esto! -exclamó.

– ¡No trates de hacerte la inocente! -respondió Strachan con furia-. Todas esas noches que hemos estado hablando sobre el centro… sólo pensabas en escribir esta historia, ¿no es así?

– ¡Por supuesto que no! Te juro que hay un error. Este artículo no tiene nada que ver conmigo -señaló con desesperación-. No sabía nada del centro antes de que tú me hablaras sobre él.

– No mientas, Gisella. Últimamente has pasado mucho tiempo en la oficina de urbanismo, según me han dicho. ¿Qué mejor lugar para enterarse de estos planes que allí?

– Sí, he estado en esa oficina -confesó ella. Las manos le temblaban-. Trataba de hacer investigaciones sobre los planes de William Ross, respecto a la cabaña de los Donald. ¡Te lo dije!

– ¿Y fue William Ross el motivo por el que ansiabas entrar en mi castillo? Has tenido mucha libertad para revisar mis papeles durante los últimos días -arrojó el periódico contra la pared-. ¡Qué tonto he sido! Si alguien debía saber que no se podía confiar en una periodista, ese debía haber sido yo, pero no… Un cuerpo tibio, unos ojos grises y quedé prendado. ¡Creí cada palabra que dijiste! -la asió por los hombros y la zarandeó con furia-. Durante todo este tiempo he confiado en ti y tú te has reído de mí.

– ¿Cómo te atreves a pensar eso de mí? ¿De verdad piensas que me tomaría la molestia de seducirte sólo por un artículo acerca de un centro deportivo por completo inofensivo? ¡Ni siquiera es una buena historia!

Bran aulló al escuchar los gritos, pero los dos lo ignoraron.

– No importa si es buena o no. Tan pronto como los encargados de otorgar el permiso lean esto, se negaran a dármelo.

– ¡Tonterías! -exclamó ella-. Si fuera una buena historia, la hubieran publicado en primera plana. Está en la segunda página, sólo para llenar espacio -recogió el periódico del suelo-. ¿Por qué iba a molestarme en escribir una historia como ésta? Está mal escrita, no es precisa. Te darás cuenta si la comparas con la que se refiere a William Ross.

– Tal vez la ha escrito Alan Wates, apoyándose en la investigación de la famosa señorita Pryde -sugirió Strachan con enfado.

– Estás decidido a no creerme, ¿no es así? -preguntó la joven con furia-. ¡Después de lo sucedido entre nosotros durante los últimos días, puedes creer esto de mí! ¿Cómo es posible? -estaba a punto de llorar-. Si de verdad me quisieras sabrías de inmediato que no he podido escribir esto, pero no estás dispuesto a olvidar tus viejos prejuicios con tanta facilidad. Es más fácil creer que soy una periodista sin sentimientos, una mujer malvada, que confiar en mí. Si eso es lo que crees, está bien, pero no esperes que me quede hasta que descubras que estás equivocado. ¡Me voy en este momento!