142751.fb2 Entre llamas de pasi?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 11

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Capítulo 10

Gisella arrojó los guantes con furia y se volvió hacia la puerta, decidida a irse, pero Strachan la detuvo con fuerza.

– ¡Oh, no, no te irás! ¡No me va a abandonar otra prometida públicamente!

– Nadie sabe que estamos comprometidos… que estábamos comprometidos -corrigió ella con voz fría.

– ¡Eso es lo que crees! Pero parece que la señora Robertson y la señora Mclnnes han contado a todo el mundo lo nuestro. Incluso me han felicitado tres personas hoy en el pueblo. Todos vendrán esta noche con la esperanza de verte y te aseguro que te van a ver.

– ¿Por qué no les dices que hemos tenido una discusión? -preguntó ella-. ¡Es la verdad, después de todo!

– No. Todos esperan con ansiedad el baile, y si se enteran de que hemos reñido, se sentirán a disgusto y no se divertirán. Ya han sentido suficiente compasión por mí durante los últimos años por la forma en que me trató Fay, y no les voy a amargar la noche.

– ¡Me parece muy bien que tengas tanta consideración con sus sentimientos! -exclamó la joven-. ¿Qué pasa con los míos?

– ¿Qué sentimientos? Cualquiera que utiliza a un hombre como lo has hecho tú conmigo, no tiene sentimientos.

– ¡Tú eres el que no tiene ningún sentimiento! -exclamó-. ¡Sólo tienes prejuicios! -al fin logró liberar su brazo-. ¿Puedes darme un motivo por el que deba quedarme y ayudarte, después de todas las cosas que me has dicho?

– Me lo debes -dijo él-. Has obtenido lo que deseabas y ahora debes pagar por ello. ¡No se puede decir que no sepas fingir! Le diremos a la gente que no estamos comprometidos, aunque por supuesto no nos creerán. Sólo te pido que te quedes esta noche, después podrás marcharte.

Antes de que Gisella pudiera responder, se oyó un vehículo en el patio.

Strachan miró por la ventana y comentó:

– Es la banda. Vienen para colocar una plataforma. Confío en que tendrás el suficiente sentido común para comportarte frente a los demás como si nada hubiera sucedido.

– No te preocupes -dijo ella y apretó los puños-. Incluso los periodistas sabemos cómo comportarnos, en ocasiones -se quitó el delantal y lo dejó caer en el suelo. Luego se volvió y se dirigió hacia las escaleras-. Termina tú de cocinar.

– ¿A dónde vas? -preguntó Strachan.

– ¿Quieres que aparente que soy tu prometida, no es así? -se detuvo en los primeros escalones-. Subiré a cambiarme.

La Torre Candle seguía igual que siempre. Allí estaba la cama donde habían pasado tantas horas felices. Esa mañana, Strachan la había despertado con besos y caricias. ¿Por qué se había estropeado todo tan pronto?

Lo ayudaría a quedar bien esa noche, pero al día siguiente se iría. Le estaba bien empleado por haberse enamorado de un hombre tan amargado. Comprendió que la ira era su única defensa contra la desolación que amenazaba con envolverla.

Se arregló y luego estudió su imagen en el espejo. Sus ojos brillaban por la emoción contenida. Su vestido era verde y de falda amplia, y dejaba sus hombros al descubierto. Se estremeció de frío, pero no tenía intención de quitárselo y ponerse otro. Se dijo que si su apariencia era inadecuada para un baile local, mejor. ¡Aunque no se quedara, haría que todos la recordaran!

Cuando bajó, la fiesta ya había empezado. Escuchó al acordeonista y la charla de los invitados que llegaban. Gisella se asomó por una ventana superior y vio que el patio estaba lleno de coches. Ahora la gente aparcaba los coches a lo largo del sendero y caminaba en grupos.

Al observar la escena, se sintió desolada. Se había sentido feliz hasta dos horas antes. Ahora, era difícil sentir otra cosa aparte de ira y amargura.

Se detuvo en la parte superior de las escaleras.

Abajo, el amplio vestíbulo estaba lleno de gente. En un extremo, la banda se encontraba sobre una plataforma y sus ocupantes bebían cerveza mientras afinaban los instrumentos.

La señora Robertson le había dicho que era un baile informal, sin embargo, muchos de los hombres vestían falda escocesa. Algunos la llevaban con una camisa y otros de forma más tradicional, con chalecos y chaquetas cortas con botones brillantes.

Gisella buscó entre los invitados hasta que localizó a Strachan. A pesar de su ira, cuando lo vio su corazón dio un vuelco. Se encontraba de pie cerca de la puerta y sonreía mientras saludaba a sus invitados que llegaban. No parecía que su corazón estuviera roto. ¿Acaso había pensado que ella no iba a ser una esposa adecuada y había utilizado el artículo como una excusa para terminar con ella?

Strachan se volvió para señalar a alguien la mesa de las bebidas. Entonces levantó la vista y vio a Gisella, que lo estaba observando. Los que estaban cerca de él volvieron la cabeza para ver lo que miraba con tanto interés. Se hizo un silencio y todos contemplaron a la joven que se encontraba en la escalera.

Gisella tragó saliva. Aspiró profundamente y empezó a bajar en silencio. El lord se abrió paso entre la multitud para recibirla, pero la señora Donald llegó primero.

Cuando la joven terminó de bajar las escaleras, la señora la abrazó.

– No sé cómo agradecérselo Gisella -dijo con gratitud-. El agente nos ha llamado hoy y nos ha dicho que podíamos quedarnos en la cabaña. Un empleado del ayuntamiento vino a visitarnos y nos dijo que habían leído su artículo y que se asegurarían de que no nos pasara nada -la abrazó de nuevo-. Todo gracias a usted. Si no hubiera averiguado lo que se proponía el señor Ross, no sé lo que habríamos hecho.

– Me alegro de que todo haya salido bien -respondió Gisella y la abrazó a su vez.

– Archie también desea darle las gracias -anunció la señora Donald y llamó a su marido.

Archie se acercó en su silla de ruedas y observó a la joven. Después de un momento sonrió y extendió la mano. Era una sonrisa dulce y Gisella sintió lágrimas en los ojos. Siguiendo un impulso, se inclinó y besó la mejilla del anciano.

Un murmullo se escuchó a su alrededor y la charla continuó. Gisella se enderezó y sorprendió a Strachan observándola. Al notar la expresión de sus ojos, comprendió que no la había perdonado y se entristeció más.

– Es una buena mujer -comentó Archie dirigiéndose al lord.

– Lo sé.

– Todos nos hemos puesto muy contentos al conocer la noticia -añadió la señora Donald y sonrió.

Strachan miró a la joven, quien se encontraba de pie a su lado.

– No tenemos planes definitivos -comentó él, pero la señora Donald no se desanimó.

– ¡Entonces ya es hora de que los hagan! -opinó-. Quizá sea una anciana tonta, pero sólo hay que mirarlos para saber que están enamorados.

Mientras recorrían el salón, Gisella y Strachan escucharon casi las mismas palabras. Cada vez que negaban estar comprometidos, recibían miradas cómplices y felicitaciones; Gisella por revelar la forma en que William Ross había tratado a los Donald, y Strachan por sus planes para construir el centro de actividades al aire libre.

– Es una idea maravillosa -comentaron todos. Pronto quedó claro que la mayoría de la gente había leído el artículo y les atraía la idea de poder utilizar ese centro, por lo que no les preocupaba el asunto ecológico. Estaban seguros de que podían confiar en el lord.

Williams Ross no había asistido a la fiesta, pero se encontraban otros miembros del ayuntamiento que felicitaron a Strachan por sus planes.

– Hay mucho apoyo local -le aseguraron-. No debes preocuparte por el permiso para construir. Nos aseguraremos de que todo salga bien.

Era irónico que el artículo que había provocado la ruptura de su compromiso asegurara el éxito del centro. Gisella se preguntó si ese hecho cambiaría la actitud de Strachan, aunque lo dudaba. Él seguía creyendo que ella era capaz de engañarlo y traicionarlo, por lo que no había futuro para ellos.

La joven sonrió una vez más y dejó que fuera el lord quien hablara. No se miraban ni se tocaban. Con seguridad, la tensión que había entre ellos evidenciaba que no había ningún compromiso.

Gisella sintió alivio cuando Meg se acercó y la apartó.

– ¿Qué es lo que todo el mundo dice? -preguntó-. No hago más que oír que Strachan y tú estáis comprometidos. ¡Tenías que habérmelo dicho! ¡Se supone que soy tu amiga!

– No estamos comprometidos -aseguró la joven.

– ¡Todo el mundo dice que lo estáis!

– Pensamos hacerlo -aceptó Gisella-, pero nos dimos cuenta de que sería un terrible error.

– No es un error casarse con alguien de quien se está enamorado -opinó Meg.

– Lo es, cuando no confías en esa persona -señaló Gisella con amargura.

Meg la miró con preocupación.

– ¿Por qué no confías en Strachan? Es obvio que está locamente enamorado de ti.

– Ya no -aseguró la joven-. ¡Él es quien no confía en mí!

– Así es, no confío -dijo Strachan con voz fría al acercarse-. ¿Le has contado a Meg cómo me engañaste?

– ¡No, pero estaba a punto de decirle lo poco razonable que eres! -respondió Gisella, alarmada por la forma traicionera en que habían respondido sus sentidos ante la presencia de él.

– ¡Eso es mejor que ser una periodista testaruda! -replicó él.

Se miraron y la preocupación de Meg se desvaneció cuando vio cómo lo hacían.

– Vamos, vamos, chicos, no os enfadéis -aconsejó-

– Discúlpanos, Meg -pidió Strachan y asió la muñeca de la joven con fuerza-. Gisella y yo tenemos que iniciar el baile.

– ¿Y si no quiero bailar? -preguntó Gisella con enfado.

– Todos esperan que iniciemos el baile. Vamos, finge que te diviertes.

– No me estoy divirtiendo y no puedo bailar contigo. No sé cómo hacerlo.

– Sólo observa lo que hacen los demás -sugirió él e indicó a la banda que empezara a tocar.

La multitud se movió hacia los extremos del salón para dejar espacio libre para el baile.

Gisella se sintió muy sola, mientras los demás buscaban pareja y formaban un grupo.

El anfitrión rió por algo que le comentó una joven que estaba a su izquierda. Gisella sabía que debía charlar con el hombre que tenía a su lado, pero sólo podía pensar en Strachan.

Al fin la banda comenzó a tocar y todos se cogieron de la mano. La joven aspiró profundamente cuando los dedos fuertes de Strachan se cerraron sobre los de ella y trató de concentrarse en el baile.

– ¡Sonríe! -le ordenó él en voz baja, cuando formaron un círculo hacia la izquierda y después hacia la derecha.

– Trato de ver lo que tengo que hacer -murmuró ella con furia-. ¡Has sido tú quien ha querido que yo te acompañara en este baile!

Muy pronto llegó su turno para bailar en el centro del círculo, mientras los demás sonreían y aprobaban. Por fortuna, Gisella tenía un sentido natural del ritmo y le resultó fácil aprender el pas de bas, pero se sintió confundida cuando el círculo se detuvo esperando que ella bailara con cada uno de los hombres, como lo habían hecho las otras jóvenes.

– ¡Concéntrate, Gisella! -siseó Strachan y resolvió su problema cogiéndole las manos y haciéndola girar a su alrededor-. ¿Por qué no has observado a las demás chicas? ¡Ellas no se han quedado de pie mirando a su pareja!

– Tal vez eso se debe a que sus parejas no las han ignorado -respondió ella, antes de que él la soltara y la enviara girando hacia el hombre que se encontraba en el lado opuesto del círculo.

– ¡Y tú hablas de ignorar! -exclamó Strachan, cuando ella ocupó de nuevo su lugar en el círculo, después de bailar con los otros hombres-. Se supone que estás muy contenta pero apenas me has dirigido la palabra -le tomó la mano y giraron una vez más.

– ¡No sabía que tu espalda estaba interesada en escucharme! -replicó ella-. Parece que estás muy ocupado con la morena que tienes a tu lado.

– Sólo trato de ser sociable -murmuró él-. Soy el anfitrión, después de todo. Sería muy extraño si estuviera callado como tú. No pareces una joven que acaba de comprometerse.

– Me pregunto por qué será eso -respondió ella con sarcasmo.

Gisella pensó que ese baile nunca iba a terminar, pero al fin la música se detuvo. Ella se apartó de Strachan cuando una pareja se acercó a felicitarlo. ¡Nunca pensó que podría sentir calor en ese vestíbulo!

– ¡Gisella! -la llamó Iain Douglas-. ¡Qué éxito ha tenido tu historia! Todo el mundo habla de ella. El Echo se agotó en seguida. Va a haber una investigación especial sobre los planes de Ross, como resultado de tu artículo.

– Oh, gracias -respondió Gisella.

– La historia que aparece en la segunda página también ha despertado interés -añadió Iain sin notar la falta de entusiasmo de ella-. A propósito, ¿has visto que al final hemos puesto tu nombre?

– Sí, me lo han enseñado -contestó Gisella-. ¿Por qué lo has hecho, Iain?

– Alan vino a verme y me dijo que querría escribir un artículo. Con franqueza, pensé que tú éxito lo había inquietado, por lo que me alegré cuando me dijo que había decidido aprovechar tu experiencia para trabajar contigo y no contra ti. Dijo que le habías pedido que no apareciera tu nombre, pero él pensó que merecías que se reconociera tu ayuda, por lo que accedí.

¿Por qué habría mentido Alan? Fijó la mirada en sus manos y se preguntó que diría Iain si le comentara el problema que su colaborador había ocasionado. Sin embargo, ¿qué lograría con eso? No era culpa de Iain si Strachan pensaba lo peor de ella.

De pronto, sintió que necesitaba estar a solas. Sonrió y se abrió paso entre la gente hacia la puerta.

Fue un alivio salir y dejar de sonreír. Se apoyó contra la piedra fría y cerró los ojos.

– No pareces muy feliz, para ser una joven que acaba de comprometerse.

Gisella abrió los ojos y se encontró con Elspeth Drummond que la estaba mirando con cierta satisfacción. Vestía una blusa blanca con cuello escarolado y una falda tableada que hacía que el vestido de Gisella pareciera fuera de lugar.

Después de un silencio, Elspeth añadió:

– Sabía que eso no duraría. Quizá Strachan quedó deslumbrado contigo, pero enseguida se ha dado cuenta de que no eres la mujer adecuada para él. Su anterior novia también era una inglesa de ciudad como tú. Él necesita una joven del campo.

– Supongo que como tú -dijo Gisella.

– Sí, como yo -Elspeth se sonrojó-. Estábamos a punto de comprometernos cuando llegaste tú.

– No te creo -replicó Gisella-. Tal vez deseabas que Strachan estuviera enamorado de ti, pero no lo estaba. En cambio, se enamoró de mí.

– Ahora no parece muy enamorado de ti -señaló la joven con enfado-. Fuiste una estúpida por escribir un artículo sobre su centro de actividades al aire libre. A él no le ha gustado que le contaras sus secretos al periódico.

Gisella se abrazó para protegerse del frío.

– No escribí ese artículo. Alguien le dio los detalles sobre el centro a Alan y puso mi nombre -miró a su interlocutora con sospecha y recordó que la había visto entrar con Alan Wates en las oficinas del Echo-. ¿Supongo que no sabes de quién se trata, verdad?

– ¿Yo? ¿Por qué iba a saberlo?

– Conoces a Alan Wates.

– Sin embargo, Strachan nunca me ha hablado sobre sus planes para ese centro -indicó Elspeth con aire de triunfo-. ¡Pregúntaselo, si no me crees!

– Es extraño que él nunca te lo mencionara, si estabais «casi comprometidos» -señaló Gisella-. De cualquier manera, no era necesario que te lo dijera. Sé que venías al castillo constantemente y él nunca lo deja cerrado con llave. Has podido encontrar sus papeles y ver lo que planeaba.

– ¿Y si lo hice? -preguntó Elspeth-. Todo era perfecto hasta que tú llegaste. Strachan se sentía feliz. La otra noche vi que te besaba y me di cuenta que en cuanto pudieras lo atraparías. La señora Mclnnes me contó que habías pasado la noche con él, por lo que llamé a Alan y le dije que tenía información para él, siempre que escribiera tu nombre junto al suyo. Como Strachan odia a los reporteros, pensé que no se necesitaría mucho para convencerlo de que habías entregado esa información al periódico -sonrió al ver la expresión de Gisella-. Al principio, Alan no deseaba firmar contigo, pero estaba tan desesperado por escribir una historia que igualara a la tuya que por fin cedió. Le conté lo que sabía sobre el centro y él hizo el resto.

Gisella apenas si podía creer lo que estaba oyendo.

– ¿No se te ocurrió pensar que estabas poniendo en peligro todos los planes de Strachan? -preguntó-. ¿Como pudiste hacer eso?

– Él hará otros planes. No se me ocurrió otra manera para librarme de ti… y ha funcionado, ¿no es así?

– ¿Qué es lo que ha funcionado? -la voz de Strachan las sobresaltó. Él estaba en la puerta y bloqueaba la luz-. ¿Y bien? -insistió, cuando ninguna de las dos respondió. Su voz sonó peligrosamente calmada y Gisella se preguntó si pensaría que ella estaba actuando de nuevo.

– Fue ella quien le contó a Alan Wates tus planes para el centro -explicó, ya que era evidente que la otra chica no admitiría nada.

Elspeth se asió con fuerza de los brazos de Strachan.

– ¡No lo hice! ¡Ella es la periodista!

De pronto, Gisella perdió el control.

– ¡No, no es cierto! -gritó con amargura y soltó un sollozo.

Horrorizada y avergonzada por su debilidad, se volvió y corrió hacia el prado, sin importarle el frío.

Strachan no intentó detenerla y ella comenzó a llorar al comprender que él creería a Elspeth después de todo.

De pronto, Bran le dio alcance y la detuvo de la falda del vestido.

– ¡Suéltame! -pidió ella, sin dejar de llorar, y tiró sin éxito de su vestido-. ¡Suéltame, Bran!

El perro sólo se echó, sin dejar de morder la prenda, hasta que Strachan llegó a su lado. Al escuchar una orden de su amo, el animal soltó obediente el vestido. Parecía contento con su actuación y movió la cola.

La joven sollozó y dijo:

– ¡Ha roto mi vestido!

Strachan la tomó en sus brazos. Ella puso resistencia, pero él la atrajo hacia sí.

– Te compraré uno nuevo -prometió.

– No podrás pagarlo -Gisella lloró sobre el hombro de él, sin darse cuenta de lo que decía.

– Venderé el castillo. Haré cualquier cosa, si dices que me perdonas -la consoló como si fuera una niña-. ¿Acaso pensabas que creería a Elspeth antes que a ti?

– No me has creído antes -le recordó ella sin dejar de sollozar. Sin embargo, no intentó alejarse de él.

– No podía pensar con claridad -respondió Strachan-. Trata de imaginar lo que he sentido cuando he visto ese artículo con tu nombre. He sentido que se me rompía el corazón. Creía que me habías mentido y que los últimos días no habían significado nada para ti. Debía haber imaginado que no podías haberme hecho eso, a pesar de que parecía lo contrario.

Gisella tenía la cabeza apoyada en el cuello de él y Strachan sintió la humedad de sus lágrimas. Le acarició el cabello y añadió:

– De repente me ha venido todo el odio que sentía hacia los periodistas desde que mi padre murió. También he sentido que había sido engañado y humillado de nuevo.

– Nunca te hubiera hecho eso -aseguró la joven.

Él la abrazó con más fuerza.

– Lo sé, querida. Nunca podré perdonarme todo lo que te he dicho. Me he puesto como un loco, pero cuando te he visto bajar por la escalera esta noche, estabas tan hermosa que me he olvidado de todo. Te habría tomado en mis brazos en ese momento, pero los Donald han llegado primero a tu lado y he recordado que eres una periodista muy dedicada.

Hizo una pausa antes de añadir:

– Lo he pasado fatal frente a toda esa gente y sin poder tocarte. Me he dado cuenta que te necesito, pero cuando te he ido a buscar para aclararlo todo, habías desaparecido y no podía encontrarte. Alguien me ha dicho que habías salido y cuando he llegado a la puerta, he oído a Elspeth que decía que todo había funcionado.

La miró a los ojos y continuó:

– En cuanto me has dicho que había sido ella, me he dado cuenta de que todo tenía sentido, pero te has marchado antes de que pudiera decírtelo. Le he pedido a Bran que te atrapara, mientras me libraba de Elspeth. Sin embargo, siento que te haya roto el vestido.

– No importa -aseguró Gisella. Sintió frío, pero lo ignoró. Strachan la abrazó y su corazón dio un vuelco. Nada más importaba.

Él le tomó la barbilla y le levantó el rostro para que lo mirara a los ojos.

– Me temo que estás atrapada, Gisella -dijo y sonrió al ver la expresión de ella-. Bran no está dispuesto a dejarte ir y yo tampoco. En realidad, ninguno de los dos podemos vivir sin ti.

– Entonces, será mejor que me quede -murmuró la joven y lo abrazó por el cuello.

Strachan la atrajo más y le dio un beso dulce. Todo había quedado aclarado y perdonado. Luego ella apoyó la cabeza contra el hombro de él y suspiró feliz.

– Menos mal que nadie nos ha creído cuando hemos dicho que no estábamos comprometidos -comentó.

– Entonces, vamos a entrar para comunicar a todos lo que en realidad ya saben -sugirió Strachan-. ¿Qué mejor momento para presentar a la futura señora de Kilnacroish? Deseo anunciarlo frente a todo el mundo, para que no puedas cambiar de opinión.

– No querré hacer eso -prometió ella y lo besó. Luego sonrió-. Creo que debo ir a cambiarme el vestido. ¡No vas a presentar a tu prometida con el vestido roto y la cara manchada por las lágrimas!

– No me importa -aseguró él-. Te quiero como eres.

Le cogió la mano, le silbó a Bran y juntos caminaron por el prado hacia el calor, la luz y las risas.