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Gisella se mordió el labio. No había escapatoria, tenía que responder, aunque debía elegir las palabras con cuidado. Con el fin de darse tiempo para pensar, llevó la taza y el plato hasta la bandeja.
– Quizá no me expliqué con claridad -dijo-. Tal vez interpretó mal mi carta.
– No soy tonto, señorita Pryde -respondió él-. Sé leer una carta tan bien como cualquier otra persona, a pesar de ser «sólo un granjero». Desea pasar la noche aquí.
– Sí… en la torre hechizada por el fantasma de lady Isobel -Gisella trató de parecer razonable. Con seguridad, eso no era pedir demasiado.
Strachan se volvió para mirarla con una expresión poco alentadora.
– La torre no está hechizada -aseguró-. Los fantasmas no existen.
– Lo sé -respondió la joven, molesta porque él pensara que ella creía en fantasmas.
– Entonces, ¿por qué pierde el tiempo escribiendo sobre algo que no es verdad? ¡Aunque eso no parece preocupar a la mayoría de los periodistas! -añadió con tono mordaz.
– Es obvio que no me expliqué bien -Gisella controló con dificultad su temperamento y habló con paciencia exagerada-. He escrito una serie de artículos acerca de cómo se forman las creencias populares. Para cada artículo he visitado un sitio diferente que se supone está hechizado y sin embargo todavía está habitado. Intento contrastar el pasado y el presente, así como explicar la realidad histórica que hay detrás de esas leyendas. Es muy interesante enfocar los antecedentes psicológicos de algunos de estos mitos.
– Tal vez a usted le resulte interesante -comentó Strachan. No parecía impresionado-. A mí no.
– Había pensado que el castillo Kilnacroish fuera el artículo principal de la serie. Es una historia particularmente romántica.
– ¿Romántica? -Strachan la miró con incredulidad-. Yo no lo calificaría así.
– Por supuesto que lo es -insistió ella. Se acercó a la ventana y miró la lluvia, mientras recordaba todo lo que había leído sobre el castillo-. Un lóbrego castillo escocés, una mujer hermosa que se queda sola mientras su marido se marcha para luchar contra los ingleses, un amante de un clan rival… ¿qué más se puede pedir para que sea romántico?
– No fue muy romántico cuando el marido regresó y los encontró juntos -la voz de Strachan se escuchó desde la chimenea y Gisella se volvió hacia él-. Mató a Isobel y a su amante y los arrojó desde una almena. No es lo que llama un final feliz.
– Lo romántico no sólo consiste en finales felices -opinó Gisella-. Hablo sobre una atmósfera romántica -apoyó las manos en el respaldo de un sillón y se inclinó hacia adelante, ansiosa por hacer comprender al lord. Podría escribir un artículo maravilloso sobre la historia del castillo y su atmósfera actual, si lograra convencerlo-. Tiene que haber algo para que la historia haya perdurado más de seiscientos años. ¿Por qué la gente de la localidad le habla a sus hijos sobre Isobel y sobre cómo arriesgó todo por amor? -se enderezó y se apartó del sillón-. ¿Por qué dicen que en las noches oscuras se escuchan gritos, como si alguien cayera desde lo alto del castillo?
– El viento -respondió Strachan-. Eso es obvio -en contraste con la inquietud de la joven, él estaba de pie e inmóvil junto a la chimenea.
La actitud cínica de él empezaba a hacer que Gisella se sintiera humillada y tonta.
– Estoy de acuerdo en que el viento puede parecer un lamento, pero eso no explica todo lo demás. ¿Qué me dice de la vela?
– ¿Qué pasa con la vela? -preguntó Strachan.
– Según los relatos que he leído, el amante de lady Isobel solía esperarla entre los árboles, allí afuera -Gisella miró por la ventana, como si esperara ver la figura fantasmal en el bosque-. Cuando ella estaba sola, encendía una vela y la colocaba en la ventana de la torre. Esa era la señal para que él entrara por la puerta secreta y subiera a su habitación. Dicen que en las noches oscuras todavía se puede ver la vela ardiendo en la ventana, indicándole al amante que entre… -se interrumpió y comprendió que se dejaba llevar por la historia y no daba la impresión de ser la periodista escéptica que aseguraba-. Naturalmente, tiene que haber una explicación lógica a todo eso.
– Por supuesto -respondió Strachan, con expresión divertida.
– En realidad, me gusta centrarme en los aspectos físicos -indicó Gisella.
Trató de apartar la vista de la curva inesperada que formó la boca de él. ¡Si Strachan sonreía, el resultado sería devastador! ¿Qué se necesitaría para hacerlo sonreír?
Al notar que él arqueaba las cejas, la joven comprendió que no había terminado la frase y se esforzó por concentrarse. En seguida añadió:
– Sí, los detalles físicos. ¿Cómo es ahora la habitación? ¿Hay algún truco de luz que pueda explicar la misteriosa llama de la vela? ¿Existe en realidad una escalera secreta para subir a la torre? -dejó de hablar y lo miró esperanzada, pero él no dio señal de responder a ninguna de las preguntas-. Esos son los detalles que quiero investigar, por lo que comprenderá lo importante que es para mí pasar una noche en esa habitación.
– No lo comprendo en absoluto -dijo él. Su diversión momentánea se había evaporado-. Me parece que lo único que desea es husmear en mi casa.
– ¡Por supuesto que no! -Gisella aspiró profundamente y contó hasta diez-. Sólo deseo explorar esa habitación a fondo. No me acercaré a las otras habitaciones si no desea que lo haga. Como le dije en mi carta, me gustaría pasar la noche allí. Siempre he hecho eso para escribir los otros artículos, por lo tanto, resulta difícil cambiar ahora mis métodos. Además, me gustaría entrevistarlo.
La posibilidad de ser entrevistada por lo general entusiasmaba a la gente, mas Strachan se tensó.
– ¿A mí?
– He incluido un perfil de todas las personas que tienen algo que ver con las leyendas que he tratado -explicó la joven-. Usted resulta particularmente interesante porque es descendiente directo de lady Isobel.
– ¿Debo sentirme agradecido porque le resultó interesante? -preguntó él-. ¿Por qué no dice con franqueza que desea husmear en mi vida, de la misma manera en que intenta hacerlo en mi castillo?
– No es verdad -protestó ella.
– ¡Oh! Entonces, ¿qué desea?
– Bueno -dijo ella con precaución y se preguntó qué tendría él en contra de los periodistas-, sólo deseo averiguar un poco sobre usted, lo que siente viviendo en un castillo supuestamente hechizado, lo que piensa acerca de sus antepasados y esa clase de cosas.
– Comprendo. ¿Se le ocurre alguna razón por la que debo estar de acuerdo con todo eso?
– Resultaría un artículo interesante -pensó que sería un artículo excelente, pero no quería parecer demasiado desesperada.
– Si piensa que voy a permitir que invada mi intimidad sólo para proporcionar a sus lectores unos momentos de interés con un artículo sin valor que tan pronto sea leído será descartado y olvidado, está en un error, señorita Pryde -replicó Strachan.
– ¡Yo no escribo artículos sin valor! -exclamó la joven, perdiendo el control.
– Supongo que eso es cuestión de opiniones.
– ¿Ha leído algunos de mis escritos? -inquirió Gisella y lo miró con frialdad y desafío.
– No, y no deseo leerlos -aseguró él, con el mismo tono desagradable.
– Quizá le interese saber que tengo muy buena reputación como periodista investigadora -informó la joven-. De no haber sido por mí, el escándalo Wightman nunca se habría descubierto. El Daily Examiner tuvo problemas por publicar esa historia, pero al final probamos que teníamos la razón.
– ¿El Daily Examiner? -preguntó Strachan con enfado-. ¿Ha trabajado para esa horda de sinvergüenzas?
– Es un periódico de calidad -lo corrigió ella-. Goza de muy buena reputación en lo referente a los artículos de investigación. Si no hubiera sido por el Examiner, cientos de casos de explotación o de injusticia nunca habrían salido a la luz. He trabajado en varios de esos casos y puedo asegurarle que nadie que haya leído alguno de esos artículos puede decir que son «basura».
– ¿Podría decir que son verdad? -preguntó él.
– ¡Por supuesto! -respondió Gisella, iracunda-. Nunca escribo una historia sin investigarla a fondo.
– ¿Realiza la clase de investigación que ha hecho antes de venir aquí?
La joven lo miró con desprecio.
– Normalmente, habría hecho una averiguación más profunda -respondió con frialdad-, pero tenía que escribir un artículo importante sobre Eric Wightman. Simplemente, no he tenido tiempo de investigar sobre usted antes de venir. Estaba demasiado ocupada.
– Sí, seguro -dijo Strachan con una mueca-. Los periodistas siempre están ocupados metiéndose en los asuntos de otras personas y destrozando vidas ajenas.
– ¡Eso es injusto!
– ¿Está segura? -preguntó él y se volvió hacia la chimenea-. Sé por experiencia cómo trabajan los periodistas y hasta dónde son capaces de llegar para conseguir una historia «interesante».
La amargura que se escuchó en su voz hizo que Gisella hiciera una pausa y recordara de pronto lo que Meg le había comentado sobre su compromiso roto. ¿Habría estado mezclado un periodista en todo eso? Eso explicaría su desagrado por los reporteros.
Meg había dicho: «Una mujer muy guapa». Gisella fijó la mirada en la nuca de Strachan y se preguntó cómo sería su ex prometida. ¿Por qué no se habría realizado el matrimonio? ¿Todavía la quería?
– Mire -dijo la joven y aspiró profundamente. No podía darse por vencida-, si no desea ser entrevistado, respetaré su decisión. No lo mencionaré en mi artículo si me deja quedarme una noche en la habitación de lady Isobel. No me interpondré en su camino. Ni siquiera sabrá que estoy allí.
Strachan la miró con un brillo en los ojos.
– Sería muy difícil ignorarla -comentó él.
– No, se lo aseguro. Me quedaré en la cama. No andaré caminando para husmear. Lo prometo.
– Comprendo. Entonces, ¿lo único que desea es pasar una noche metida en la cama en la Torre Candle?
– Sí -la joven asintió. Quizás él le permitiera quedarse, después de todo.
Strachan la estudió. La piel suave de ella aún estaba un poco bronceada y sus ojos grises miraban implorantes.
– Es muy halagador, por supuesto -dijo él con lentitud y fijó la mirada en la boca de ella.
– ¿Halagador? -preguntó Gisella, perpleja. Con la mirada del lord fija en su rostro, le resultaba difícil pensar. Era muy consciente de la presencia de él.
– Supongo que sabe que utilizo la Torre Candle como dormitorio. ¿O acaso esto es otro ejemplo de su exhaustiva investigación?
La joven se quedó con la boca abierta.
– ¿Su dormitorio? ¡No puede ser! -exclamó.
– ¿Por qué no?
– ¡No dormiría en una habitación hechizada!
Strachan la miró con exasperación.
– Ya hemos hablado de eso. No está hechizada. Me dice que quiere darle al asunto un enfoque realista y objetivo. Y ahora me sorprende diciendo que desea dormir conmigo.
– ¡No quiero dormir con usted! -protestó ella.
– Ha dicho que deseaba pasar la noche en la cama de Candle Tower. Eso significa dormir conmigo. ¡No había comprendido lo lejos que estaba dispuesta a llegar para conseguir su «interesante» historia!
– ¡Sabe perfectamente que no lo habría sugerido de haber sabido que era su dormitorio!
– No se habría arreglado con tanto esmero si no hubiera pensado seducirme -opinó Strachan.
– Si hubiera pensado seducirle, no me habría vestido de esta manera -respondió Gisella y por un momento olvidó que su artículo dependía de la buena voluntad de él-. ¡Esta no es mi idea de una ropa seductora!
– Es una gran mejoría en comparación con la ropa que llevaba hace unas horas -comentó él y fijó la vista en las curvas suaves de ella-. Debo aceptar que la encuentro mucho más deseable vestida de esta manera.
Gisella luchó por mantenerse tranquila, pero no pudo evitar que sus mejillas se ruborizaran.
– Esa no era mi intención.
– ¿No lo era? -preguntó Strachan con cinismo-. Entonces, ¿por qué se ha cambiado de ropa?
– Porque yo… -empezó ella y calló. No podía decir que esperaba encontrarse con un anciano lord-. Usted me dijo antes que mi ropa era inapropiada para el campo. Debería estar contento porque he tenido en cuenta su opinión.
– Sorprendido sería una palabra más indicada -replicó él-. ¡Hubiera pensado que quien lleva zapatos de color rosa con tacón alto para caminar por un lodoso campo escocés no aceptaría consejos!
– Acababa de llegar de Londres -explicó la joven-. Son zapatos apropiados para la ciudad.
– Con franqueza, me resulta difícil creer que unos zapatos de color rosa sean apropiados en algún sitio -opinó Strachan.
– Supongo que es un gran arbitro de la moda -comentó ella y fijó la mirada en la ropa gastada de él.
Una expresión divertida apareció en el rostro masculino.
– Aquí la moda no es importante. A nadie le importa la apariencia de uno.
– Si eso es cierto, ¿por qué se ha fijado en mis zapatos? -inquirió Gisella. No le gustaba la forma en que reaccionaba su pulso cuando él sonreía.
– Sólo es un consejo, si desea sobrevivir un invierno en Escocia.
– Puedo sobrevivir perfectamente bien sin sus consejos, gracias -respondió ella.
– Entonces, se encuentra en una posición poco afortunada, ¿no es así? -indicó Strachan. Su tono sonó calmado, pero sus ojos brillaron al comprender el dilema de ella-. Puede rebatir todas mis opiniones, pero nunca conseguirá sus propósitos de ese modo: Como lord de Kilnacroish, soy el único que puede darle lo que tanto desea. ¡La única forma de pasar la noche en la Torre Candle es durmiendo conmigo, y a pesar de que usted es muy atractiva, jamás dormiría con una periodista venenosa!
– El sentimiento es mutuo -respondió Gisella.
Strachan extendió las manos.
– Bueno, parece que eso arregla el asunto, ¿no es así? No deseo que duerma en la Torre Candle y tampoco lo desea usted.
– Sí lo deseo, lo que no quiero es dormir con usted -replicó ella y apretó los dientes con frustración-. ¿No podría usted dormir con otra habitación sólo por una noche?
– ¿Qué? -Strachan la miró como si se preguntara si la había escuchado bien.
– Aquí debe de haber muchos dormitorios -comentó la joven con valor-. Me parece mucha casualidad que duerma precisamente en la habitación que a mí me interesa.
– En otras palabras, ¿piensa que miento sólo para poner obstáculos?
– Sí -respondió ella y levantó la barbilla. Sus ojos grises brillaron con desafío. Sospechaba que había ido demasiado lejos.
Él la miró fijamente durante un largo rato. Después, sin advertencia alguna, movió la cabeza hacia atrás y rió. Fue una risa profunda y masculina, que transformó su rostro. Al observar su expresión que de pronto se volvió cálida, Gisella sintió un anhelo repentino. No estaba segura de lo que anhelaba, sólo supo que sentía una opresión en el corazón que la hacía abrir mucho los ojos y la dejaba sin aliento.
– No puedo negar que tiene valor -comentó Strachan, con admiración, cuando pudo al fin hablar-. He sido lo más claro que puedo ser. No necesito poner obstáculos, puedo simplemente negarle el permiso para escribir ese precioso artículo, y eso es lo que voy a hacer. No quiero tratos de ninguna especie con periodistas. No deseo que venga a mi casa y por supuesto, no la deseo en mi cama. Cualquier otra persona habría comprendido mi punto de vista y se habría marchado ya, pero usted me pide con toda calma que pase la noche fuera de mi dormitorio.
– Eso es si en realidad duerme en la Torre Candle -señaló la joven. Había llegado tan lejos que no tenía objeto retroceder ahora.
– No me importa mucho si me cree o no, pero la verdad es que sí duermo allí. El techo principal se encuentra en muy mal estado y la mayoría de las habitaciones tienen humedades. La Torre Candle fue restaurada en el siglo diecinueve. Quizá no sea muy lujosa, pero al menos está seca.
– Podría demostrármelo con sólo mostrarme la habitación -suspiró Gisella. Un simple vistazo sería suficiente para saber si la habitación se utilizaba como dormitorio o no.
Strachan negó con la cabeza.
– No necesito probarle nada -respondió él.
Sus implacables ojos azules se encontraron con los de Gisella cuando él se apartó de la chimenea y se sentó en una silla. Estiró las piernas hacia el frente y sus pies cubiertos sólo por los calcetines quedaron a la vista. Apoyó la barbilla sobre las manos y observó a la joven, que se encontraba de pie junto a la mesita.
Después de una pausa, él continuó:
– La respuesta es no. Parece que esa es una palabra que no comprende, por lo tanto, sugiero que vaya a buscarla en un diccionario, porque mi decisión no va a cambiar.
Se hizo un silencio extraño en la habitación. Strachan parecía muy relajado, con Bran dormido a sus pies. Gisella lo observó y meditó.
Estaba convencida de que él no decía la verdad.
Nadie elegiría como dormitorio una torre medieval, supuestamente hechizada, cuando tenía muchas otras habitaciones entre las que elegir. Lo que él intentaba era desanimarla.
Comprendió que no había manejado bien a Strachan, a pesar de que él no daba la impresión de ser un hombre que pudiera ser manejado. Afuera ya había oscurecido, pero el fuego de la chimenea era suficiente para iluminar la habitación.
Gisella tenía la cabeza inclinada y su cabello rubio reflejaba la luz de la chimenea. De pronto se sintió muy cansada debido a la gran actividad de las últimas semanas en Londres. Había pensado que ese iba a ser un artículo fácil, pero parecía que resultaría el más difícil de todos.
De no haber sido por la insistencia de Yvonne, Gisella habría abandonado la idea, pero sabía la desesperación con que Focus necesitaba una buena serie de artículos que mantuviera interesado al lector de una semana a otra.
Estaba muy bien fingir que era una periodista dura, pero no podía olvidar que Yvonne luchaba por educar sola a dos hijos ni que su editor era un hombre muy severo que aprovechaba la menor excusa para despedir a su personal. Además, le había prometido ese artículo a su amiga y le gustaba cumplir sus promesas.
Strachan estaba decidido a bloquearle el camino, pero tenía que haber otra manera.
Ensimismada en sus pensamientos, Gisella se mordisqueó la uña del dedo pulgar. Debía entrar en esa habitación, sin que Strachan lo supiera. Él tendría que salir del castillo en algún momento. Lo único que tenía que hacer era entrar cuando nadie la viera y comprobar si era cierto lo que él decía. Si de verdad ese era su dormitorio, ella no podría quedarse allí, pero sí podría tener una buena idea del conjunto y la atmósfera. Si Strachan mentía, era probable que nadie entrara allí y ella pudiera pasar la noche sin que él se enterara.
Tomó una decisión, y al levantar la mirada, vio una expresión extraña en el rostro masculino que desapareció de inmediato.
– ¿Y bien? -preguntó él-. ¿Todavía no recuerda lo que significa «no»?
– No deseo continuar con esta discusión -dijo Gisella e ignoró la pregunta.
Strachan la escoltó por el vestíbulo.
– Me alegra que haya decidido ser sensata y abandonar esa idea -comentó él al abrir la pesada puerta de roble.
– ¿Quién ha dicho que me he dado por vencida? -preguntó la joven con dulzura y sacó de su bolso las llaves-. Le advierto que no me rindo con facilidad cuando se trata de una buena historia.
Strachan la miró a los ojos y ella dio un paso atrás por instinto.
– ¡Y yo le advierto, señorita Pryde, que nunca cedo!
Casi veinticuatro horas después, Gisella se encontraba sentada sobre un tronco bajo los árboles y observaba el castillo a través de la maleza. El Land Rover de Strachan estaba estacionado sobre la grava y la ventana de la biblioteca formaba un rectángulo de luz amarilla.
Exhausta por el largo viaje y el enfrentamiento con Strachan McLeod, Gisella había dormido bien la noche anterior, pero esa mañana se había despertado temprano.
Permaneció acostada un tiempo, con la mirada fija en las cortinas y recordando fragmentos de su sueño. La imagen de Strachan pasó por su mente: sus ojos, nariz, mandíbula, mejillas y en especial… su boca.
La joven movió las piernas debajo de las sábanas. ¿Qué hacía acostada allí, pensando en la boca de Strachan McLeod? Sería mejor pensar en lo desagradable que había sido y en cómo entraría a la Torre Candle.
Se levantó y se dirigió a la cocina para prepararse una taza de café.
Poco después llamó a Yvonne para decirle dónde podría localizarla.
– ¿Has entrado ya en la Torre Candle? -preguntó su amiga de inmediato.
– ¡Apenas llegué ayer!
– No tardes mucho -pidió Yvonne-. No hago más que enterarme de la cantidad de revistas que han dejado de circular este año. Si no logramos mantener el interés de los lectores con algo diferente, me quedaré sin trabajo.
Gisella miró hacia el cielo y colgó. No soportaba en ese momento ninguna clase de presión, aunque sabía que su amiga se había esforzado mucho por esa serie, y si no resultaba, su jefe le ofrecería su puesto a otra persona.
La joven se puso la chaqueta y salió. Había un sendero que cruzaba el bosque y llegaba hasta el castillo. Empezó a recorrerlo poco antes de que anocheciera.
Ahora sólo esperaba que oscureciera lo suficiente antes de explorar el exterior del castillo para ver si había otras entradas. El plan era tomar algunas notas sobre la atmósfera del lugar en la oscuridad.
Había pensado en iniciar el artículo describiendo cómo debía de encontrarse el amante en la oscuridad, mirando hacia la torre en espera de la luz de la vela, pero no había previsto la atmósfera fantasmal del bosque. Se encontraba allí sola, y cuando oyó el ruido de una ramita que se quebraba, dio un respingo. Su corazón latió con fuerza. Llegó hasta el final del bosque y mantuvo los ojos fijos en la ventana de la biblioteca.
En ese momento, la luz se apagó y Gisella pasó saliva. Tenía frío, estaba sola y asustada.
– ¡Qué manera tan fabulosa de pasar una noche! -murmuró para sí.
La enorme puerta se abrió en ese momento y la grava se iluminó. Strachan apareció, seguido por el fiel Bran. El perro dudó un momento junto al jeep y giró la cabeza, como si percibiera su presencia.
Ella contuvo la respiración. Strachan le ordenó al animal que subiera en la parte trasera y el vehículo se alejó por el sendero.
Gisella se puso de pie. Debía actuar con rapidez.
Haría un recorrido por el castillo y luego regresaría a la cabaña.
Ansiosa por alejarse del bosque, corrió sin precaución. De pronto pisó un hoyo y cayó sobre la hierba húmeda.
Intentó ponerse de pie, pero un dolor agudo en el tobillo se lo impidió. ¡Qué momento para que le ocurriera algo así! ¡Y en la propiedad de Strachan McLeod! No quería pensar en lo que haría él si la encontrara allí. Apretó los dientes y saltó sobre la pierna sana un par de metros, antes de tener que detenerse para descansar.
Sentía un profundo dolor en el tobillo. Se sentó y colocó la cabeza entre las rodillas para evitar desmayarse.
Esforzándose por alejarse del castillo, perdió la noción del tiempo. Después de dar algunos pasos, tenía que descansar varios minutos. Se había olvidado del artículo y de Yvonne. Lo único que deseaba era salir de las tierras de Strachan McLeod antes de que él regresara.