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Gisella todavía estaba de mal humor cuando más tarde Meg y Neil la dejaron en la cabaña. La impasibilidad de Strachan ante sus encantos la había puesto furiosa. ¡Todo el esfuerzo que había hecho para vestirse con discreción e impresionarlo había sido una pérdida de tiempo! No lo había cautivado en lo más mínimo.
Era verdad que ella se había enfadado; sin embargo, él podía haber demostrado algún interés…
Decidió que entraría en el Castillo Kilnacroish, sólo para demostrarle a Strachan McLeod que no la derrotaría con tanta facilidad.
A pesar de lo frustrante del encuentro con el lord, la fiesta le había proporcionado algo en qué pensar. Sentía curiosidad por el misterio que rodeaba sus asuntos financieros, y también deseaba saber por qué le desagradaban tanto los periodistas.
Todos sus esfuerzos por averiguar algo sobre él durante la fiesta habían sido en vano, puesto que nunca había conocido personas más discretas. La gente de la localidad era la fuente de información más obvia, pero como no hacían comentarios, tendría que buscar en otro sitio.
A la mañana siguiente, llamó por teléfono al encargado de la biblioteca de su antiguo trabajo. Era un viejo amigo y después de intercambiar saludos, ella le preguntó si podría buscarle alguna noticia sobre Kilnacroish.
– No tengo mucha información para continuar, -confesó-. Quizá ni siquiera fue una gran noticia, pero si salió algo en los periódicos, debió de ser hace unos diez años o tal vez más.
Sabía que aunque la noticia hubiera sido pequeña, si había algo, Jeff lo encontraría. La biblioteca guardaba recortes de los periódicos más importantes, archivados cuidadosamente por temas y nombres. El encargado tenía la habilidad de proporcionar información sobre los temas más oscuros. Prometió enviarle por correo todo lo que encontrara y Gisella le dio las gracias antes de colgar.
Se sentó con la mano en el teléfono y planeó su siguiente movimiento. Meg la había presentado a una mujer importante, una tal señora Mclnnes, que le pareció la cotilla de la localidad.
La señora Mclnnes estaba relacionada con todo y conocía a todos, por lo que la joven la escuchó con atención cuando habló acerca de una recepción que planeaba hacer para ayudar a una de las obras de caridad locales. Gracias al «querido Strachan», se llevaría a cabo en el vestíbulo grande del Castillo Kilnacroish.
– A la gente le encantan los sitios históricos -había comentado la señora-. El Castillo Kilnacroish resulta siempre muy popular, puesto que tiene una atmósfera muy especial.
Al notar el interés de Gisella, la señora Mclnnes le contó todo sobre la recepción e incluso sobre los problemas que tenía el comité para encontrar camareras para el evento.
– Las jóvenes piensan que se les debe pagar una fortuna por salir en una noche fría. ¡Deberían agradecer el trabajo!
– Creo que conozco a alguien que podría trabajar como camarera -comentó Gisella de inmediato-. ¿Por qué no me da su número de teléfono para que pueda llamarle?
Era una oportunidad demasiado buena para perderla. Miró el número que le dio la señora Mclnnes. Era el de la señora Forbes.
– Anime a su amiga para que llame -le había pedido la señora Mclnnes-. Nos falta personal y la recepción es la próxima semana. No sé lo que haremos si no podemos encontrar a más personas.
Gisella levantó el auricular. Era buena para fingir otra identidad y a la señora Forbes nunca se le había ocurrido pensar que Mary Cameron de Kirkcaldy, no era quien decía ser: una joven que necesitaba ganar dinero. Su interlocutora estaba muy contenta por haber encontrado a otra camarera y no hizo muchas preguntas. Gisella sintió alivio cuando le dijo que no era necesario hacer una entrevista.
– Preséntate en el castillo el próximo miércoles, a las seis -indicó la señora-, y pregunta por mí. Lleva un vestido negro, si puedes. Nosotros te proporcionaremos un delantal cuando llegues allí.
La joven se preguntó cuál sería la reacción general si se presentara con el vestido negro que había llevado a la fiesta, pero decidió ponerse algo más sencillo, así que en su siguiente visita a Crieston, se compró un vestido negro adecuado.
El miércoles por la tarde se rió al ver su imagen reflejada en el espejo. Nunca había usado una ropa tan pasada de moda y cuando se puso la peluca de rizos castaños y las gafas de Neil que había logrado que le prestara Meg, estaba irreconocible.
Seguramente lograría lo que se proponía, pensó. Nadie se fijaría en ella mientras sirviera las copas en el intermedio y cuando todos regresaran al concierto, tendría una oportunidad para apartarse unos minutos.
No, no podía salir mal, se dijo. Metió el plano del castillo en su bolso y se puso unas botas. Tendría que ir andando, pues no podía llegar en un coche deportivo rojo.
Más tarde, mientras esperaba con el delantal puesto a que terminara la primera parte del concierto, pensó que todo estaba resultando demasiado fácil. Habían colocado una plataforma en el vestíbulo, para el cuarteto, y la audiencia sin duda se estaba quedando helada en esas sillas plegables.
Gisella se alegró de que la recepción se llevara a cabo en el salón, donde los leños ardían en la enorme chimenea. Miró la habitación con interés. ¡Podría ser encantadora! Las paredes de madera le daban un aire acogedor que le faltaba al vestíbulo. Con las cortinas gruesas de terciopelo cerradas y sólo el fuego de la chimenea como iluminación, casi no se notaba el desgaste de la alfombra y el mal estado del techo.
De las paredes colgaban retratos con marcos dorados. Gisella decidió que era fácil comprender de quien había heredado Strachan su expresión ceñuda. Los personajes de las pinturas la miraban de una manera desaprobadora que le resultaba familiar. Ella les hizo una mueca, antes de volverse para estudiar la pintura que estaba encima de la chimenea.
– Ese es un Rembrandt -comentó la señora Forbes a su espalda-. Es una lástima que la colección se haya tenido que vender. Sin embargo, Strachan ha hecho un gran trabajo, si se toma en consideración…
Gisella deseó preguntar qué era lo que se tenía que tomar en consideración, pero en ese momento se escucharon los aplausos en el vestíbulo, por lo que la señora Forbes añadió:
– Ya vienen hacia aquí.
La joven se puso las gafas de Neil cuando la gente empezó a entrar en el salón en busca de una bebida. Las gafas le distorsionaban la visión terriblemente y tuvo que entrecerrar los ojos para ver por dónde iba.
Le habían entregado dos bandejas con canapés para que los repartiera y ella mantuvo la mirada baja, como si fuera tímida. Había mucha gente pero, como ella había imaginado, nadie se distrajo en mirar otra cosa que no fuera la comida.
A través de las gafas de Neil, Gisella reconoció a algunas personas que habían asistido a la fiesta de Ellen, a pesar de que las veía borrosa. Descubrió a la señora Mclnnes en el otro extremo del salón y decidió evitarla a toda costa.
No había señales de Strachan, pero Elspeth estaba allí, con expresión contenta y un hermoso vestido rojo. Charlaba con un hombre a quien Gisella reconoció como William Ross, de acuerdo con las fotografías que había visto.
La joven lo observó con frialdad. Durante los últimos días había logrado averiguar bastante sobre las actividades de Ross, por supuesto, mucho más de lo que él desearía que se supiera.
Esa noche Ross aparentaba ser un buen ciudadano, pero Gisella lo conocía mejor. Los Donald no eran los únicos perjudicados por su manera de hacer negocios. El día anterior, había hablado con una pareja que tenía dos niños pequeños que de pronto se había quedado sin hogar. Al día siguiente, había quedado citada con uno de sus ex empleados y esperaba que le diera más información sobre los métodos poco éticos de Ross en los negocios.
Se escuchó un murmullo junto a la puerta y Gisella apartó la atención de William Ross. Para aquellos que nunca lo habían visto, el tamaño de Bran los impresionaba mucho, pero ella sólo podía mirar al hombre que estaba junto al perro.
Strachan era todo un lord esa noche. Llevaba puesta una falda escocesa con un espléndido morral y una chaqueta corta y oscura con los botones de plata. Llevaba una daga atada a la pantorrilla, encima de las gruesas medias. Con ese traje tradicional, tenía una apariencia inflexible y vigorosa y el corazón de Gisella comenzó a latir con mayor rapidez.
Él se encontraba junto a los músicos cuando la señora Forbes se acercó a él con una copa de vino en su mano. Gisella trató de esconderse entre la gente, pero la señora, que estaba buscando una camarera, la vio y llamó:
– ¡Mary!
La joven se aproximó y mantuvo la mirada baja mientras ofrecía el contenido de su bandeja.
– Tome una salchicha -murmuró. Lo único que pudo ver de Strachan fue su mano cuando él tomó una y se estremeció al recordar lo que había sentido cuando esa mano le vendó el pie.
– Gracias… ¿Mary? Te llamas Mary, ¿no es así? -preguntó él.
Nadie se había fijado en ella; todos se habían contentado con tomar algo y continuar su charla.
Gisella asintió y empezó a alejarse, pero Strachan continuó hablando.
– Me parece muy encomiable de tu parte el haber venido a trabajar en una noche tan fría.
– Es por una buena causa -murmuró ella, con acento de Kirkcaldy.
– ¿Has venido desde muy lejos?
– No, no en realidad.
¿Por qué no se callaría?
– ¿De dónde eres?
– De Kirkcaldy -murmuró la joven con la mirada baja. No podía mirarlo directamente, puesto que estaba segura de que la reconocería.
– ¿Kirkcaldy? -preguntó Strachan. Gisella estaba segura de que él se estaba divirtiendo a su costa-. Estás muy lejos de casa. ¿Qué haces aquí?
Por un momento terrible, la mente de Gisella quedó en blanco. Fijó la mirada en los canapés de salchicha y sintió pánico. ¿Qué podía decir que estaba haciendo?
– Mi novio es de por aquí -murmuró al fin, y agradeció que un músico llamara a Strachan en ese momento, para que no pudiera hacerle más preguntas embarazosas.
– Es una buena chica, pero muy tímida -murmuró la señora Forbes, mientras ella se alejaba.
Mientras se abría paso entre la multitud, Gisella empezó a notar las miradas curiosas y las sonrisas de los invitados, por lo que miró por encima de su hombro y vio que Bran la estaba siguiendo moviendo la cola.
Gisella sintió temor, pero continuó ofreciendo las copas, con el enorme perro siguiéndola. ¡Bran no podía haber encontrado una manera mejor para atraer la atención hacia ella! La gente no dejaba de hacer comentarios sobre el animal y le preguntaba a la joven si sabía que la seguía un amigo.
– Creo que está siguiendo los canapés de salchicha -respondió ella con una sonrisa y maldijo a Bran en silencio-. ¡Vete! -murmuró cuando se acercó a la mesa, pero el perro la acarició con su nariz negra y fría.
Gisella no se atrevió a mirar a su alrededor para saber si Strachan había notado el comportamiento extraño de su perro. Recogió más platos y se preparó para hacer otro recorrido. Bran parecía tener la intención de seguirla de nuevo, por lo que ella le ordenó:
– ¡Vete con otro! -habló entre dientes y trató de apartarlo, lo cual fue un error, ya que el animal pensó de inmediato que intentaba jugar con él y ladró con entusiasmo-. ¡Oh, bien hecho! -murmuró ella con sarcasmo. Todos dejaron de hablar para volverse a mirarlos.
La joven trató de aparentar desconcierto por la atención del perro y se mezcló entre la multitud, antes de que Strachan tuviera oportunidad de verla.
– ¡Aquí, Bran!
Gisella vio que Elspeth chasqueaba los dedos al perro, mientras declaraba lo bien que se le daban los animales.
– Me gustan mucho los perros; son buenos jueces del carácter, ¿no os parece? Nunca se puede engañar a un perro. Bran es más inteligente que la mayoría, ¿no es así, Bran?
Gisella la observó mientras continuaba el recorrido con los platos. Era obvio que Elspeth trataba de impresionar a la gente con el hecho de que conocía muy bien al perro de Strachan. Gisella se alegró cuando notó que Bran se negaba a responder a su llamada y Elspeth se vio forzada a acercarse al animal, sostenerlo por el collar y acariciarlo.
– ¿Estás preocupado por el próximo fin de semana? -preguntó con voz aguda y tonta-. Tranquilo, ¡te devolveré a Strachan de nuevo! -de forma casual, dejó caer el comentario de que el lord y ella iban a irse juntos-. Bran es demasiado grande para llevárnoslo, por lo que se quedará para cuidar el castillo.
Gisella la miró con desagrado. Era obvio que Elspeth quería dar la impresión de que ella y Strachan salían juntos. La señora Mclnnes pidió a todos que regresaran al vestíbulo para la segunda mitad del concierto y la gente empezó a moverse con lentitud, pues no deseaban alejarse del calor de la chimenea. Strachan estaba junto a la puerta y chasqueó los dedos para llamar a Bran, que de inmediato se separó de Elspeth y corrió a su lado. La joven siguió al perro y se colocó junto al lord.
Gisella les dio la espalda para que no pudieran verle el rostro y se ocupó en recoger las copas. Ahora que todos se habían ido del salón, las camareras se relajaron y empezaron a charlar entre sí, por lo que a Gisella no le resultó difícil alejarse sin ser notada.
Delante del salón había una antesala y Gisella se detuvo allí para quitarse las gafas y orientarse con el plano del castillo. Si el dibujo era correcto, la escalera de piedra la llevaría a la galería, y al final de ella encontraría la escalera que comunicaba con la torre.
El cuarteto mantenía ocupados a todos en el vestíbulo y las camareras descansaban. Era el momento apropiado. Aspiró profundamente, subió por las escaleras y recorrió la galería que se extendía sobre parte del vestíbulo. Gisella se mantuvo en las sombras, pegada a la pared.
La escalera que comunicaba con la torre se encontraba oculta detrás de una puerta de roble y el corazón de Gisella empezó a latir con mayor rapidez cuando puso la mano en el picaporte. De pronto, su corazón casi se detuvo al escuchar una voz que la aterrorizó.
– ¿Nunca te das por vencida? -preguntó Strachan con exasperación.
Ella se apoyó en la puerta y colocó una mano en su cuello. Su corazón latía con tanta fuerza que apenas si podía hablar.
– Me ha asustado -logró decir.
– Creía que había dejado muy claro que no deseaba que husmearas en mi castillo.
– No sé lo que quiere decir -murmuró Gisella y habló como Mary Cameron-. Estoy haciendo una revisión para ver si hay copas aquí arriba…
– No te molestes en hablar con ese estúpido acento, Gisella. Sé perfectamente quién eres.
– ¿Cómo lo has adivinado? -preguntó ella dándose por vencida.
– Te reconocería de cualquier manera -suspiró él-. ¡Incluso con esa ridícula peluca! ¡Tu estilo es inconfundible!
– Estoy segura de que de no haber sido por Bran no te habrías dado cuenta -dijo ella-. Los perros deben estar en las perreras para que no importunen a las camareras. Me he sentido ridícula mientras me seguía de esa manera.
– Si te pones un disfraz tan ridículo como el que llevas ahora, debes estar preparada para sentirte ridícula -comentó Strachan-. Reconozco que nunca pensé verte con algo que no estuviera de moda -la miró con desdén-. Debes de estar desesperada por subir a la torre si te has atrevido a ponerte ese vestido. Te sienta fatal.
Gisella apretó los puños.
– Creía que te gustaba la ropa anticuada -señaló.
– En ti, no -él extendió la mano y le quitó la peluca, por lo que el cabello rubio cayó sobre su rostro-. ¿Por qué eres tan terca? -preguntó con irritación, pero su voz tenía un tono diferente-. Estoy trastornado desde que te vi, con tu cabello dorado y tus ojos grises.
Dejó caer la peluca al suelo y deslizó los dedos entre el cabello. Después de un silencio, añadió:
– Representas todo lo que detesto en una mujer, Gisella -habló en voz baja-. Estoy deseando que te marches y dejes de importunarme, sin embargo, no puedo dejar de pensar en ti. Pienso en tu forma de reír, en cómo levantas la barbilla cuando estás enfadada, y en ocasiones incluso me olvido de que eres periodista, aunque no por mucho tiempo.
Él se encontraba muy cerca, y el corazón de Gisella latía con tanta fuerza que apenas si le permitía respirar. Sus ojos estaban fijos en los botones de plata de su chaqueta.
Strachan preguntó con voz baja y profunda:
– ¿Alguna vez te olvidas de tu historia, Gisella?
– En ocasiones -murmuró ella.
Él se acercó más y por instinto ella trató de dar un paso hacia atrás, pero se encontró atrapada contra la puerta de roble. Las partes de hierro se clavaron en su espalda. Abajo, el cuarteto terminó una pieza y les llegó el eco de los aplausos.
– Estoy seguro de que no la olvidas por mucho tiempo -comentó el lord con voz suave y ella percibió amargura y frustración en su voz. Strachan levantó la otra mano, le alzó la cara y la miró fijamente-. Eres periodista cien por cien, ¿no es así, Gisella?
– Sólo en ocasiones -murmuró ella de nuevo.
El rostro de Strachan estaba en penumbra y ella no podía apartar la mirada de su boca. Estaba asustada por el deseo que palpitaba entre ellos. ¿Lo estaría leyendo en sus ojos? ¿Notaría que ella sentía una gran necesidad de abrazarlo, de explorar su boca, de sentir sus manos sobre su cuerpo?
– ¡Maldición! -murmuró Strachan y sus dedos se tensaron contra la mejilla de ella-. ¿Por qué tienes que ser como eres? -inclinó la cabeza y la besó.
Cuando sintió la caricia de sus labios, el deseo ardiente se extendió por las venas de Gisella y la hizo gemir. Nunca hubiera imaginado que la simple caricia de una boca pudiera ser tan electrizante. Sus labios tibios se rindieron bajo los de él.
De pronto olvidó que había jurado conseguir lo máximo de él. La Torre Candle y el artículo sin terminar se desvanecieron de su mente y todo se convirtió en una incontenible pasión. Se olvidó de todo, menos de sus caricias. Era como si eso fuera lo único que deseaba desde que lo vio por primera vez.
Cuando los besos se hicieron más apasionados, las manos de Strachan se deslizaron con sensualidad por su cuerpo y ella sintió que se ahogaba. Se estremeció ante la urgencia de las caricias, tocó el rostro de él con los dedos y saboreó su textura, mientras los labios de él se apartaban de los suyos y formaban una hilera de besos hasta la oreja.
– Gisella -Strachan enterró el rostro en su cuello y aspiró la fragancia de su piel, murmurando su nombre con desesperación.
La joven movió la cabeza hacia atrás y se estremeció de deseo. Cuando la boca de Strachan encontró la de ella de nuevo, sus besos tenían una desesperación salvaje. En cualquier momento, la realidad regresaría, tendrían que separarse y la antigua rivalidad renacería entre ellos.
En silencio, Gisella pidió que no renaciera ese antagonismo, pero era demasiado tarde. Strachan se apartó, pero sus labios y manos la acariciaron hasta el último momento. Al fin se apartó por completo y la dejó apoyada contra la puerta. La miró y ella se volvió hacia el otro lado, incapaz de soportar el desdén en sus ojos. Sólo se oía el sonido de sus respiraciones agitadas y las notas distantes del cuarteto.
Gisella temblaba. Ansiaba sentir de nuevo esos brazos a su alrededor, pero Strachan había dado un paso hacia atrás.
– Gisella… -murmuró con voz ronca.
No pudo continuar hablando porque en ese momento apareció Elspeth al final de las escaleras. Los miró con inseguridad.
– ¿Strachan? -preguntó cuando se acercó a ellos. Sus zapatos de tacón alto golpeteaban el suelo de madera-. ¿Hay algún problema?
– No -respondió él con voz cortante y maldijo entre dientes-. Será mejor que te vayas -le indicó a Gisella, con el mismo tono abrupto, y ella asintió.
Se inclinó para recoger la peluca del suelo y pasó a su lado sin decir palabra, con la cabeza en alto. Ni siquiera prestó atención a la presencia de Elspeth.
– ¿Qué hace ella aquí? -preguntó Elspeth, con tono de sospecha-. ¿Por qué lleva puesto ese vestido?
Strachan no respondió. Sus ojos estaban fijos en Gisella que se alejaba por la galería.
Después de un silencio, Elspeth añadió:
– Has desaparecido durante tanto tiempo, que me he preguntado si te habría sucedido algo malo.
– Nada importante -respondió él.
Cuando ya estaba en la escalera, Gisella sintió que las rodillas le temblaban y se sentó en los escalones. Apoyó la mejilla contra la pared fría de piedra.
Nada importante… ¿Eso era lo que ella significaba para él?
Se sentía estremecer, como si él todavía la estuviera besando. ¿Acaso él no había sentido la misma pasión, la misma necesidad desesperada, el mismo placer?, se preguntó.
Cerró los ojos. Era demasiado tarde para negar la verdad. Estaba enamorada de Strachan, lo había amado y deseado desde el primer momento, a pesar de que había tratado con desesperación que él le resultara desagradable.
Recordó las palabras de Meg: «Cuando te enamores, será de pronto y de la persona que menos esperes».
Sin embargo, Strachan no la amaba. El beso no había significado nada para él. Gisella sintió una desolación muy grande. Tenía que marcharse.
Afuera estaba muy oscuro y el viento frío soplaba por encima de los árboles. La música del cuarteto flotaba en la noche. Gisella levantó el cuello de su abrigo y empezó a caminar por el sendero, con la cabeza baja.
¡Qué confiada estaba esa tarde al llegar allí! ¡Qué decidida a no permitir que Strachan se saliera con la suya!
Ella nunca se había enamorado de esa manera, nunca había experimentado ese anhelo, ese deseo de sentir sus caricias y de ver su sonrisa. Estaba enamorada de un hombre que la desdeñaba, que le había dicho que ella representaba todo lo que él detestaba.
«¿Por qué tienes que ser como eres?», le había preguntado y ella no había sabido qué responder. Sólo sabía que así era ella y no podía cambiar. No podía convertirse en una joven del campo agradable y sumisa. Si eso era lo que Strachan deseaba, ella se tendría que ir.