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– !Ya sólo nos quedan dos días! -dijo Myra a Pandora durante el desayuno-. Tan sólo hoy y mañana, y luego tu exposición. Nos lo hemos pasado en grande, pero después vamos a tener que marcharnos. Ya nos hemos quedado demasiado tiempo.
– En absoluto -dijo Ran-. Pero si os tenéis que ir, os despediremos como es debido y celebraremos vuestro último día en esta casa.
Pandora pensó que sólo a él se le ocurriría celebrar que las dos americanas se iban, pero trató de mostrar su mejor sonrisa.
– Eso, vamos a hacer algo todos juntos -sugirió-. El viernes tengo que estar temprano en la galería, pero podemos ir de excursión al río mañana. Si el tiempo sigue bueno, es un lugar estupendo.
Myra y Elaine se declararon encantadas con la idea y salieron para hacer una visita al Muro de Adriano. Pandora recogió la mesa y Ran desapareció en el estudio a atender una llamada de Mandibia. Pandora no lo sintió en absoluto.
¡Había faltado tan poco para que se besaran la noche anterior! El bocinazo de las americanas les había hecho separarse, Ran había ido a recibirles inmediatamente. Era imposible saber si estaba resentido por aquella interrupción o no. Después, en la cama, se mostró curiosamente reacio a tocarla. Pandora empezó a preguntarse si no habría imaginado su mano en la nuca y la caricia de su pulgar en la mejilla. Avergonzada, frustrada, horriblemente insegura, volvió a retirarse tras una fachada de corrección y frialdad.
Ya no tenía nada más que hacer para preparar la exposición y Pandora se sentía desorientada. Se llevó a Homer a un paseo largo, fue en la furgoneta a Wickworth a hacer algunas compras para la excursión del día siguiente y echó una mano a Nancy en la cocina, pero nada de eso la distrajo. «¡Sólo dos días más!», las palabras de Myra resonaban en su cerebro. En dos días todo habría acabado, esta vez para siempre. Myra y Elaine volverían a los Estados Unidos, Ran a África y ella… Bueno, ella a su cerámica.
Ran pareció pasarse todo el día al teléfono. Pandora podía oír su voz tensa solucionando lo que tenía todo el aspecto de ser un problema particularmente espinoso siempre que pasaba por el salón. Era un recordatorio de lo diferente que era la vida de Ran de la suya. Durante unas pocas semanas, sus vidas habían convergido, pero dentro de dos días tomarían rumbos opuestos y nunca más volverían a encontrarse.
Aquello la llenaba de desesperación. Si dos días era todo lo que le quedaba para estar con Ran, tenía que aprovecharlos al máximo. Aquella noche, acostada junto a él, recordó lo que le había dicho la primera vez que compartieron la habitación, que no iba a tocarla a menos que ella se lo pidiera. Pandora se preguntó si era capaz. Se dio la vuelta y contempló su espalda mientras ensayaba lo que iba a decir. Quizá lo único que necesitaba era extender la mano y acariciarle el costado. Aquella espalda le parecía tentadora y prohibitiva a la vez. Deseaba que Ran se diera la vuelta, que le demostrara que él tampoco dormía, pero permaneció inmóvil y Pandora acabó perdiendo el valor. Con un suspiro, volvió a darse la vuelta para mirar por la ventana y preguntarse si no lamentaría amargamente aquella cobardía en años venideros.
Salieron hacia el río a las once del día siguiente. El calor estaba haciendo fraguar una tormenta al otro lado de las montañas, pero, por el momento, el cielo estaba azul y despejado. Extendieron las mantas bajo un roble, junto a un río idílico. No muy lejos, unas vacas pastaban entre la hierba alta. Homer enderezó las orejas, pero Ran le dijo una sola palabra, «no».
Pasaron la tarde calurosa tumbados indolentemente sobre las mantas bebiendo champán. Myra propuso dar un paseo. Homer pareció volver a la vida con aquella palabra mágica. Al final, sólo fueron las dos americanas y el perro, dejando a Ran, Pandora y las vacas solos.
Ran cerró los ojos tumbado sobre una manta y entrelazó las manos tras la cabeza.
– Estas dos tienen más energía de la que les conviene.
– Pero son simpáticas, ¿verdad? -dijo Pandora, que estaba sentada abrazándose las rodillas-. Creo que voy a echarlas de menos cuando se vayan.
Sin embargo, no se atrevió a decirle a Ran cuánto iba a echarlo de menos a él.
– Desde luego, Kendrick Hall parecerá mucho más silencioso sin ellas -dijo él sin abrir los ojos.
Pandora se tumbó a su lado, sin tocarlo, conformándose con estar cerca de él. Si volvía la cabeza, podía contemplar los rasgos de su cara y su cuerpo musculoso. Lo conocía tan bien que ya no podía imaginar un tiempo en que supiera de memoria los ángulos de su nariz y su mandíbula, el gesto frío de la boca, el calor de las manos y la fuerza tranquila y serena de su cuerpo. ¿Cómo iba a poder decirle adiós y salir para siempre de su vida?
Pandora también cerró los ojos. Se negaba a pensar más allá del aquí y ahora. Se concentró en la calurosa tarde de verano, el soplo de la brisa, en el murmullo de la corriente y empezó a relajarse.
Algo le hacía cosquillas en la nariz y la animaba a salir del sueño. Pandora refunfuñó y le dio un manotazo, pero el cosquilleo persistió y ella acabó abriendo los párpados perezosamente. Ran estaba apoyado sobre un brazo junto a ella y le hacía cosquillas con una brizna de hierba. Sus ojos eran cálidos y particularmente intensos.
– Debo haberme dormido -dijo ella, aunque sin hacer el menor esfuerzo por moverse, atrapada en la excitación de aquellos ojos.
– Has hecho algo más que dar una cabezada, llevas profundamente dormida más de una hora -dijo él con una sonrisa que penetró a través de su piel y se transformó en un resplandor ardiente en sus entrañas.
– ¿No han vuelto Myra y Elaine?
– No, pero puedo oírlas. Llegarán en cualquier momento.
Era extraño el modo en que mantenían una conversación con las palabras y otra completamente distinta con las miradas. Ran tiró la hoja de hierba a un lado y se inclinó sobre ella con el pretexto de quitarle una ramita del pelo. Sin embargo, no retiró la mano y siguió acariciando lentamente sus cabellos.
Pandora no podría haberse movido por mucho que lo hubiera intentado. El aire que les separaba se cargaba de tensión por momentos, acortando la distancia entre ellos con una fuerza irresistible. Ran por fin iba a besarla. En cualquier momento iba a sentir su cuerpo encima y sus labios serían ardientes, seguros y posesivos. Pandora no tenía la menor intención de resistirse. ¿Por qué iba a hacerlo cuando era inevitable y perfecto?
Pandora le puso las manos en los hombros mientras sonreía. La cara de Ran cambió.
– Pandora, ¿recuerdas que…?
Nunca escuchó el resto de la pregunta. Un morro peludo se interpuso entre ellos y una lengua húmeda le lamió la cara con afecto desbordado.
– ¡Homer! -exclamó ella, riendo sólo a medias-. ¡Basta!
Ran sujetó al perro para que ella se sentara. Pandora hubiera podido llorar de frustración.
– Siempre tan oportuno, nuestro querido Homer -dijo Ran.
Homer se sentó con la lengua colgando a un lado de la boca, con un aspecto tan satisfecho de sí mismo que Pandora tuvo que echarse a reír. Un segundo después, el chucho había vuelto a saltar para dar la bienvenida a Myra y Elaine que volvían bordeando una curva del río.
– Quizá no haya estado tan mal que Homer nos interrumpiera justo en ese momento -dijo Ran, mientras ayudaba a Pandora a levantarse.
Pero no le soltó la mano y siguió mirándola a los ojos. Ella le devolvió la mirada risueña y luego echó un vistazo a las dos mujeres que se acercaban.
– Quizá -dijo a regañadientes mientras Ran le apretaba la mano.
– Sentimos haber tardado tanto -dijo Myra, jadeando cuando llegó junto a ellos abanicándose con un sombrero-. ¿Os habéis aburrido mucho esperándonos?
Ran soltó la mano de Pandora.
– No, no nos hemos aburrido en absoluto. ¿Verdad, Pandora?
– No -dijo ella en un hilo de voz.
– Hemos pensado que será mejor volver. Puede empezar a llover en cualquier momento -sugirió Elaine, señalando el cielo.
Aún no había terminado de hablar, cuando oyeron el rodar de los truenos. Una masa de nubes negras amenazaba con ocultar el sol. Despertando de la burbuja de ensueño en la que habían estado hasta entonces, pusieron las mantas en manos de las americanas, recogieron la cesta de la comida y echaron a correr. Las primeras gotas les alcanzaron cuando llegaban al bosque, pero estaban calados hasta los huesos cuando consiguieron refugiarse en la casa.
– No podría haber sido una verdadera excursión inglesa si no hubiera llovido -les aseguró Pandora sin aliento.
La cena de aquella noche fue un acontecimiento alegre. Todos reían cuando llegó la hora de retirarse. Después, Pandora ni siquiera pudo recordar qué les había hecho tanta gracia, ni porqué Ran y ella abrieron la puerta de su habitación doblados en dos, pero todo acabó en cuanto se miraron a los ojos.
Algo nuevo y peligroso brotó a la vida entre los dos. Ran dejó de apoyarse en ella, pero no se apartó. Por un momento, se miraron sin fingir y se enfrentaron a la verdad que ya no podían seguir negando.
– Quería besarte cuando estábamos en el río -dijo él con una voz profunda que Pandora sintió vibrar en todo su cuerpo.
– Lo sé -dijo ella en un susurro.
– ¿Te hubiera importado?
– No.
Ran le apartó el pelo de la cara.
– Iba a preguntarte si te acordabas de lo que te prometí.
– Me dijiste que no me tocarías a menos que yo te lo pidiera.
– ¡Te acuerdas! -dijo él con ojos risueños-. Me gustaría besarte ahora, pero no lo haré si no me lo pides.
La anticipación estaba desgarrando el cuerpo de Pandora. Despacio, sin sonreír, empezó a desabrocharle los botones de la camisa uno a uno. Ran no dijo nada, pero se quedó inmóvil hasta que ella le sacó la camisa del pantalón, la abrió y extendió las manos lujuriosamente sobre el vello en forma de uve que desaparecía en la cintura.
– Pandora… -le advirtió él con un gemido.
– Ran, por favor, ¿quieres besarme?
Ran inclinó la cabeza hasta rozarle los labios.
– Ahora vamos a ver si te gusta que te hagan esperar -murmuró él, cambiando de idea en el último segundo.
En cambio, la besó en el lóbulo de la oreja, en la piel suave del hueco de la mandíbula, en la garganta, y Pandora arqueó la espalda con un murmullo que era mitad protesta y mitad placer mientras él descargaba una lluvia de besos sobre su cuello.
Los dedos de Ran, mucho más firmes y seguros que los de ella, la despojaron de la camisa rápidamente. Entonces, se inclinó para continuar con aquel devastador chaparrón de besos a lo largo de los brazos, sobre sus senos en los que las manos abrían unas sendas que los labios seguían.
– ¡Ran!
Ardiendo de deseo, Pandora gritó su nombre y enredó los dedos en su pelo hasta que le sintió sonreír contra sus pechos.
– ¿Y bien? -preguntó él junto a su garganta.
Pandora dejó que sus manos le acariciaban mientras se levantaba.
– Bésame -susurró.
Pandora seguía con la espalda apoyada contra la puerta, los ojos oscuros y dilatados por el deseo.
– Bésame, por favor. Bésame como querías besarme en el río.
– Yo te enseñaré cómo quería besarte.
Ran la tomó en brazos y la llevó a la cama. En otra ocasión, la había dejado caer de cualquier manera, exasperado. Ahora, sin embargo, la depositó suavemente, como si fuera algo precioso.
– Tenías el pelo revuelto, así -dijo él mientras se lo extendía sobre la almohada-. Y entonces, has abierto los ojos y me has sonreído… y yo he sentido deseos de hacer esto…
Se inclinó sobre ella igual que antes e igual que antes, Pandora le puso las manos en los hombros, aunque esta vez Homer no se interpuso entre ellos. No hubo voces que se acercaran, nada que les impidiera unirse en un beso de inexplicable ternura. Pandora se entregó con un murmullo de alivio, dejando que sus manos vagaran sobre la firmeza de aquellos hombros, deleitada al sentir los músculos tensos.
El beso se prolongo hasta que los dos se intoxicaron de placer, acariciándose, saboreándose y riéndose ante su fuerza inesperada.
– Ahora ya sabes cómo iba a besarte si ese chucho tuyo no hubiera metido el morro donde no le llamaban -dijo Ran con voz un tanto trémula-. Y no ha estado mal, porque dudo que hubiera podido detenerme cuando nuestras invitadas llegaran. Nos habríamos mojado mucho más aún.
– ¿Y qué hubieras hecho? -preguntó ella con picardía.
– Te habría arrancado la ropa a jirones y luego me habría desnudado yo. Entonces, me habría tumbado a la sombra del árbol a tu lado, así.
Ran bajó el cuerpo de modo que apenas se rozaba con ella. Pandora se echó a temblar al sentir su firmeza en la piel, su calor y su erección. Le pasó la mano por un brazo.
– Es una suerte que Homer apareciera en el momento preciso.
– A mí no me ha parecido una suerte -dijo él con vehemencia.
– ¿Y ahora? ¿Qué tienes ganas de hacer?
– Esto.
Ran volvió a besarla en la boca. La piel de Pandora era nívea a la luz de la luna, pero ella se sentía arder por dentro. Las manos de Ran la exploraban hábiles y posesivas, hurgando en su centro aterciopelado y avivando su urgencia. Ella se disolvía bajo sus caricias, se ahogaba en la delicia indescriptible de sus labios. Todo desapareció excepto aquel palpito de necesidad y ella gritó su nombre suplicante, temerosa de que la oleada imparable de deseo salvaje la arrastrara a un territorio desconocido.
Y entonces ya no tuvo miedo porque Ran estaba con ella, dentro de ella, sujetándola con firmeza mientras el torbellino de sensaciones amenazaba con devorarla.
– ¡Pandora!
La voz no parecía la de Ran. Pandora le acarició desesperadamente, deseando tenerle más hondo, queriendo tenerle entero. Era la única realidad de un mundo que se había convertido en puro deseo, nunca había imaginado que fuera posible sentir aquello.
Entonces, el ritmo cambió y el torbellino se transformó en una única y desesperada necesidad que les unió para lanzarles al mismo tiempo a una explosión gloriosa de alivio que sorprendió a Pandora completamente desprevenida. Apabullada, fuera de sí, sólo pudo aferrarse a él con todas sus fuerzas durante aquel momento eterno y sin tiempo en que el universo se detuvo.
Poco a poco, muy despacio, recobró los sentidos a través de la euforia. Ran yacía inerme encima de ella, el rostro apretado contra su cuello, respirando entrecortadamente. Pandora se había olvidado de respirar. Tomó aire cautelosamente y comenzó a aflojar la presión de los dedos que le había hundido en los hombros.
Ran se movió bajo sus besos. La besó en la garganta y se dejó caer a un lado arrastrando a Pandora de modo que acabaron cara a cara. Le apartó el pelo del rostro y le besó los ojos, la boca, las manos.
– Ahora sí me siento afortunado -dijo él.
– Yo también -dijo Pandora con lágrimas de felicidad-. Muy afortunada.
Ran la abrazó y la acarició como si quisiera convencerla de que él era real. No necesitaron palabras. Pandora apoyó la cabeza sobre su pecho y escuchó los latidos de su corazón. Se sentía a salvo y mimada, llena de maravilla por el éxtasis sin límites que habían experimentado juntos.
La maravilla persistía cuando Ran la despertó con sus besos a la mañana siguiente. Pandora se desperezó somnolienta bajo aquellas manos acariciantes y posesivas.
– ¿Ya es hora de levantarse?
– No -dijo él mientras le besaba los hombros-. Pero puedes volver a dormirte si quieres.
Pandora sonrió radiante de felicidad. Arqueó el cuerpo y le rodeó el cuello con sus brazos.
– ¿Y si no me da la gana?
Ran levantó la cabeza y la miró a los ojos con una sonrisa por respuesta.
– Estoy seguro de que ya se me ocurrirá algo para pasar el tiempo.
Para Pandora el día pasó en una neblina de felicidad donde no existían los conceptos de pasado y futuro, le bastaba con mirarlo y recordar las caricias, los gloriosos jadeos.
A las cinco bajó las escaleras llevando el vestido amarillo que había llegado del tinte. Aquella mañana, había pasado un par de horas ayudando a Quentin con los últimos detalles de la exposición. Habían quedado en que ella se adelantaría y luego iría Ran con Myra y Elaine. En otras circunstancias, Pandora hubiera sido un manojo de nervios ante su primera exposición, pero aquel día sólo podía pensar en las maravillas sobrecogedoras de la noche anterior y las que le quedaban por descubrir aquella noche.
Antes de marcharse, quiso pasar por el estudio para despedirse de Ran. Estaba a punto de entrar cuando sonó el teléfono. Ran debía esperar aquella llamada porque sólo dejó que sonara dos veces. Oyó que decía el nombre de Cindy y se detuvo ante la puerta entornada.
– Que estás… ¿dónde? ¿Cuándo has llegado? ¿De modo que has decidido aceptar el trabajo? Ya, comprendo. Me alegro de que hayas venido. He estado pensando mucho en ti y tenemos que hablar. Tienes razón, no podemos discutir esto por teléfono.
Durante un rato, Pandora sólo le oyó asentir de vez en cuando.
– Mañana será un poco difícil. ¿Por qué no pasado mañana, cuando me haya librado de mis invitadas? Entonces estaremos solos y podremos hablar con tranquilidad.
Pandora no esperó a oír más. Llegó sin saber cómo a la furgoneta y la puso en marcha. Era evidente que Cindy había decidido volver a África y recuperar a Ran y él sólo esperaba librarse de sus invitadas, lo que la incluía a ella, para poder verla a solas.
Pandora estaba tan destrozada que ni siquiera podía llorar. No se trataba de que él le hubiera ocultado su relación con Cindy. Quizá la noche anterior le hubiera hecho el amor a Pandora, pero nunca le había dicho que la amaba. Iba a hacer lo que siempre había dicho que haría, volver a África y a Cindy. Y eso era todo.
Nunca supo cómo llegó a Wickworth. De algún modo se las arregló para sacar la cabeza del mar de miseria que la ahogaba y entrar en la galería con una sonrisa en los labios. La exposición resultó un éxito tremendo, todo el mundo se lo dijo. Las etiquetas rojas de «vendido» parecían una epidemia de sarampión. Quentin había invitado a todos los peces gordos de la ciudad y atestaban la galería bebiendo vino blanco y hablando a gritos por encima del barullo.
Ran llegó con las americanas. Parecía preocupado, pero sonrió al ver a Pandora y se abrió paso hasta ella entre la multitud.
– Ni siquiera he podido desearte buena suerte.
– Ya, estabas muy ocupado hablando por teléfono -dijo ella, haciendo un esfuerzo sobre humano por aparentar normalidad.
– Podrías haberte asomado un momento -dijo él, mirándola con el ceño fruncido-. ¿Qué te pasa?
– Nada -dijo ella secamente-. Sólo que hay demasiada gente aquí. Disculpa, tengo que hablar con Quentin -dijo ella, desesperada por irse antes de echarse a llorar.
El resto de la noche, Pandora sintió los ojos de Ran sobre ella mientras que intentaba charlar y sonreír. Gracias a Myra y a Elaine, los presentes no tardaron en enterarse de que Ran y ella estaban casados. Les llovieron invitaciones a cenar que tuvieron que rechazar con excusas vagas. Fue la noche más larga en la vida de Pandora. Permaneció al lado de Quentin obstinadamente. La sonrisa de Ran empezó a parecer tan artificial como la suya, pero no hizo el menor esfuerzo por acercarse y explicarle lo de Cindy. Al cabo, la gente empezó a marcharse, pero aquello todavía no había terminado.
– A Myra y a mí nos gustaría invitaros a ti y a tu marido a cenar -dijo Elaine-. Es una manera de agradeceros todo lo que habéis hecho por nosotras y, por supuesto, celebrar el éxito que has tenido.
Pandora no creía que hubiera nada que celebrar, pero prefería hacer cualquier cosa antes que volver a casa y encontrase a solas con él.
– Sois muy amables, pero si vamos a celebrarlo, ¿os importaría que nos acompañara Quentin? Si no hubiera sido por él no habría habido exposición y se ha portado maravillosamente. Ha sido él quien más me ha apoyado durante estas últimas semanas.
Pandora vio que Ran apretaba los dientes y se apresuró a apartar la mirada.
– Pues claro que no nos importa -dijo Myra-. Que venga. Haremos una fiesta.
Pandora llegó a pensar que aquella cena no terminaría nunca, todos estaban encantados con su éxito y no dejaban de repetirle a Ran que debía sentirse orgulloso de ella. Sin embargo, no parecía estarlo. Tenía un aspecto sombrío y reservado, pero hacía verdaderos esfuerzos por comportarse con normalidad.
Al menos, no tuvo que ir con los demás a casa.
– Necesito llevarme la furgoneta -le dijo a Myra cuando salieron del restaurante-. Elaine y tu volved con Ran, yo os seguiré. Estoy segura de que Quentin me acompañará al aparcamiento, ¿verdad, Quentin?
– Por supuesto.
Pandora le tomó del brazo y se atrevió a mirar a Ran a los ojos por primera vez en toda la noche.
– Luego nos veremos.
Condujo tan despacio como pudo, con la esperanza de que Ran se cansara de esperarla y se fuera a dormir. Pero estaba esperándola levantado, completamente vestido y con una cara poco halagüeña.
– Ya veo que al fin has podido separarte de Quentin -dijo sin rodeos en cuanto ella cerró la puerta de la habitación-. Debes sentirte muy orgullosa de ti misma. Dos seducciones y una exposición coronadas por el éxito en sólo dos días.
– Sí, la exposición ha ido mejor de lo que yo esperaba -respondió ella, ignorando la primera parte del comentario-. Sin embargo, creo que ha sido un error que tú asistieras.
– ¿Por qué? Mi presencia no te ha impedido engatusar a Quentin Moss, que era lo que tú pretendías desde el principio.
El tono era tan salvaje que Pandora se mordió los labios para no llorar y mantener un tono de voz frío.
– La verdad es que estaba pensando en todas esas invitaciones a cenar. ¿Cómo vas a explicarles a esas personas que no soy tu esposa? Fue idea tuya. Yo sólo estuve de acuerdo en fingir hasta que Myra y Elaine se fueran, lo que sucederá mañana. Al fin y al cabo, es tu problema, voy a volver a los establos en cuanto se hayan ido.
– ¡Espero que te lleves ese maldito perro!
– Naturalmente -dijo ella, asombrada ante su propia calma-. Creo que ya he pagado con creces el daño que hizo.
– No me había fijado en que llevaras la cuenta.
– No, de eso ya te has encargado tú.
– ¿Vas a decirme ahora que hice mal? -preguntó él entre dientes.
– No.
– ¿Quieres decir que estás dispuesta a fingir que todo va bien?
Pandora empezó a cepillarse el pelo. Era él quien había decidido mantener en secreto la llegada de Cindy. De acuerdo, pero que no esperara que ella cometiera la estupidez de decirle que todo si mundo se había derrumbado al escuchar la conversación que habían mantenido por teléfono.
– No -dijo ella-. Bien, dime. ¿Qué piensas hacer cuando empiecen a llegar invitaciones a nombre del señor y la señora Masterson?
– No tengo por qué dar explicaciones a nadie -dijo él con una expresión indescifrable que parecía esculpida en granito-. Ahora que Myra y Elaine han accedido a mandar sus clientes a Kendrick Hall, podrán entrar los albañiles y yo me iré a África en cuanto empiecen con la reforma.
– Me parece muy bien para ti, pero, ¿qué hay de mí? Soy yo la que tiene que quedarse aquí. ¿Qué pasará cuando me encuentre a todas esas personas en Wickworth?
– Diles que me has dejado por Quentin. Y si quieres hacer el papel de víctima, diles que te he abandonado y que has vuelto a los establos porque Kendrick Hall tenía demasiados recuerdos para ti.
Pandora se preguntó si Ran pensaba de verdad que los recuerdos se dejaban atrás tan fácilmente. Pasara lo que pasara, Ran ya formaba parte de ella. Tendría que aprender a vivir con el recuerdo de su cara, de su sonrisa, de su cuerpo excitante.
– ¿Y mientras? Porque supongo que tú no te irás de inmediato.
Era su última oportunidad para hablarle de Cindy, pero Ran se negó a hacerlo. Al contrario, tomó una almohada de la cama.
– Mientras, te sugiero que te mantengas apartada de Wickworth. No será por mucho tiempo -dijo mirándola amargamente-. Hoy puedes quedarte con la cama para ti sola. Seré yo quien duerma en el sofá.