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Pandora se quedó mirando cómo el coche de Myra y Elaine se alejaba, se detenía un momento junto a las puertas de piedra del jardín y, con un bocinazo, desaparecía de vista.
Todo el rato había estado sujetando a Homer para que no echara a correr tras ellas. Ahora se agachó, le puso la correa y se la dio a Ran.
– ¿Me haces el favor de sujetarlo mientras voy a recoger mis cosas?
Ya había hecho las maletas y lo único que tenía que hacer era pasar por la cocina y recoger el cuenco de Homer. Cuando volvió a salir de la casa, Ran estaba acariciándole las orejas, pero dejó de hacerlo en cuanto oyó sus pasos sobre la grava y se puso en pie. Contempló el neceser que llevaba en una mano y el cuenco en la otra.
– ¿De modo que te vas?
– Creo que ya he pagado mi deuda, no te debo nada más, ¿verdad? -dijo Pandora, manteniendo la voz deliberadamente dura y la voz helada.
– No, no me debes nada.
Pandora dejó las maletas en el suelo, se puso el cuenco debajo del brazo, se quitó los anillos que le había dado y se los entregó.
– Será mejor que los guardes bien. Nunca se sabe cuándo puedes volver a necesitar una esposa.
De mala gana, Ran extendió la mano abierta y ella se los dejó caer en la palma sin rozarle siquiera.
– Adiós -dijo ella en el mismo tono que había estado ensayando durante toda la noche, frío, impersonal, desentendido.
Ran cerró los dedos convulsivamente sobre los anillos. Tenía una expresión airada y rígida y el ceño fruncido mientras la miraba, como si no pudiera creer lo que ella estaba diciendo. Por un momento, Pandora creyó que iba a protestar, pero se limitó a decir adiós con voz impersonal y le dio la correa de Homer.
Furiosa consigo misma por haberse permitido aquel último momento de esperanza, Pandora se dio la vuelta sin más palabras. ¿De verdad había creído que él iba a pedirle que se quedara cuando su querida Cindy llegaba al día siguiente? Recogió sus cosas y echó a andar hacia la senda que llevaba a los establos. Homer presentía que algo iba mal, no dejaba de gemir y de tironear de la correa, volviéndose constantemente a mirar a Ran.
– Vamos, Homer -le suplicó ella al borde del llanto.
No pudo permitirse derramar una sola lágrima hasta que no llegara a casa de Celia, pero en cuanto se cerró la puerta de la cocina, se derrumbó sobre la mesa y ocultó el rostro entre los brazos. Apenado por sus sollozos inconsolables, Homer metió el morro bajo sus brazos y puso las patas delanteras en su regazo para poder lamerla y reconfortarla.
– ¡Ay, Homer! ¿Qué voy a hacer ahora?
Tras una noche de insomnio, se obligó a ir al taller a la mañana siguiente. Ahora era todo lo que le quedaba, sería mejor que se pusiera manos a la obra. Antes había sido feliz sin Ran y pretendía volver a serlo.
Algún día.
Algún día aquel dolor desaparecería y ella podría volver a sonreír. Algún día, pero aún no.
Pandora amasó la arcilla sin conmiseración mientras las lágrimas resbalaban lentamente por sus mejillas. Al final de la tarde no había sido capaz de hacer otra cosa que mirar cómo el torno giraba sin fin. Se sentía tan vacía e inútil como la vida sin Ran. Pensó que debería estar lloviendo para que todo se adaptara a su estado de ánimo. Sin embargo, el atardecer dorado se derramaba sobre el patio, haciéndole recordar la tarde en que se había tumbado junto al río con él.
Se levantó de repente para evitar aquellos recuerdos. ¡Tenía que dejar de llorar de aquella manera! Pandora se sentó en el patio, cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared, decidida a borrar todo de su mente, excepto el zumbido de las abejas y el calor del sol sobre su piel.
Funcionó… o casi. Su cuerpo esbelto se relajó en aquella atmósfera tranquila, pero en cuanto bajaba la guardia, la imagen de Ran surgía en su mente. No quería verlo. Abrió los ojos justo a tiempo de ver cómo Homer abría la verja con el morro.
– ¡Homer, vuelve aquí!
Pero ya era demasiado tarde. El chucho trotaba hacia el caserón que había aprendido a identificar con su hogar. Pandora recogió la correa y lo siguió con la esperanza de que se entretuviera con algún olor antes de llegar a la mansión, pero mientras corría vio que Homer ya había encontrado al hombre que buscaba.
Ran estaba cerrando la puerta de su coche. Una rubia alta estaba a su lado sobre la grava. Pareció sorprenderse con la aparición de un perro grande y desaliñado que saludó extasiado a Ran como si hiciera años que no lo veía.
Pandora se detuvo en seco, pero ya la habían visto. Respiró profundamente y se armó de valor para ir a su encuentro. Tarde o temprano tendría que volver a enfrentarse con Ran, cuanto antes, mejor. Ran tenía al perro bajo control para cuando llegó junto a ellos. Parecía cansado y tenso y había una expresión extraña en su boca.
– Lo siento -murmuró Pandora, haciendo un esfuerzo para no arrojarse a sus brazos-. Se ha escapado antes de que pudiera detenerlo.
Ran asintió. Se contemplaron un momento y después, los dos apartaron la mirada. Cindy los observaba con curiosidad. Dándose cuenta de aquella mirada, Ran las presentó.
– Ésta es Pandora Greenwood -dijo sin expresión alguna en la cara.
– Hola, yo soy Cindy -dijo la rubia, sonriéndole amistosamente-. ¿Vives por aquí cerca?
– En los establos -respondió Pandora, haciendo un esfuerzo.
Cindy tenía un aspecto inmejorable y, cuando volvió a sonreír, exhibió unos dientes perfectos y blancos.
– ¿De verdad? -dijo Cindy con interés-. No me dijiste que tenías vecinos, Ran. Creía que estabas en mitad de ninguna parte y solo. ¿Es tu perro? -preguntó a Pandora mientras contemplaba a Homer con una aire divertido.
– Sí.
A Pandora le costaba trabajo hablar, parecía que la boca no le funcionaba correctamente. Era muy consciente de lo cerca que Ran se mantenía de Cindy. Era obvio que no la había considerado digna de mencionársela y los últimos jirones de orgullo que le quedaban se perdieron en el viento.
– Es muy simpático -dijo Cindy, acariciándole la cabeza a Homer-. ¡Vaya un sitio estupendo para tener un perro! No me imaginaba que fuera tan hermoso. Debe ser genial vivir aquí.
Lo había sido hasta ayer.
– Sí -repitió Pandora.
Se agachó para ponerle la correa al perro.
– Que disfrutes de tu visita. Trataré de mantener a Homer fuera de tu camino -dijo mirando a Ran al hombro, no se atrevía a hacerlo a los ojos.
Aquella noche. Pandora se acostó completamente vestida. Se quedó mirando al techo mientras abrazaba a Homer contra sí. Ran hubiera dicho que no debía dejar que se subiera a las camas.
Ran… Siempre que pensaba en él sentía el dolor de su ausencia. Deseó no haber conocido a Cindy. Saber de su existencia había sido bastante malo, pero verla en persona sólo había servido para convencerla de que su amor por Ran no tenía esperanzas. Si sólo no hubiera sido tan buena persona. Si ella no hubiera sido tan horriblemente inapropiada para él, quizá… Pero no, Ran tenía razón. Era una chica buena, brillante y confiada. Exactamente la clase de mujer que necesitaba a su lado en África.
Pandora se torturó imaginando a Ran y a Cindy juntos. Cindy se portaba con él de una manera tan natural que, aunque no lo hubiera sabido, habría adivinado que eran amantes. ¿Estarían haciendo el amor en aquel momento? ¿Ocuparían la misma cama en la que ella había conocido el éxtasis? El dolor fue tan agudo que Pandora tuvo que morderse los labios con fuerza para no volver a romper en sollozos.
Por la mañana había tomado una decisión. No podía quedarse cerca de Ran sabiendo que Cindy estaba con él. Ya era hora de que aceptara que ella no había sido sino un medio para lograr un objetivo. Recogió su maleta, metió a Homer en la furgoneta y cerró los establos. No tenía la menor idea de dónde iba, sólo sabía que tenía que alejarse de él.
Primero fue a Wickworth. Quentin le había dado la oportunidad de hacer su primera exposición y todavía tenía la galería llena con sus piezas. Se consideraba obligada a decirle que se marchaba. Aparcó la furgoneta. Al atravesar el mercado pasó junto al puesto de flores donde Ran le había comprado las rosas hacía una eternidad.
Un coche conocido se acercó mientras Pandora esperaba junto con otra gente para cruzar un semáforo. Se apresuró a ocultarse tras una mujer voluminosa que se estaba quejando de las varices. Ran y Cindy pasaron riendo, parecían felices y ninguno se dio cuenta de que Pandora los miraba desde la acera con el corazón destrozado.
– Me voy de aquí -le dijo a Quentin sin rodeos.
El galerista estaba colocando un cuadro en un caballete, pero lo dejó en cuanto vio la cara que tenía Pandora.
– ¿Cómo que te vas? ¿Qué demonios ha sucedido?
– Necesito alejarme de aquí durante una temporada.
– ¿Has tenido una pelea con Ran?
Incluso la mera mención de su nombre bastaba para que ella hiciera una mueca de dolor. Asintió en silencio y Quentin pareció preocuparse.
– No puedo decir que le tenga mucho aprecio, pero deberías tratar de arreglar las cosas con él. Al fin y al cabo, es tu marido.
– ¡No es mi marido! -dijo ella desafiante-. Siento haberte mentido, Quentin, pero sólo se trataba de una comedia.
– Ran no estaba fingiendo cuando me pilló tomándote de las manos. Nadie puede fingir esa mirada asesina.
– Sólo lo hacíamos para convencer a Myra y Elaine de que estábamos casados, pero no es verdad.
La voz de Pandora se quebró y trató de llevarse la mano a la boca para evitar que temblara, pero era demasiado tarde.
– Vamos -dijo Quentin abrazándola y animándola a llorar-. ¿Y qué pasa si no estabais casados de verdad? Cualquier tonto se daría cuenta de lo enamorados que estáis…
– ¡Ran no me quiere! -sollozó ella-. Estaba deseando librarse de mí para que su amiguita pudiera venir y ahora parecen muy felices juntos…
– Venga, venga -dijo el galerista con determinación-. Todo el mundo puede verte por el escaparate. Ven a la trastienda. Te prepararé una taza de té y podremos hablar.
A Quentin le llevó algún tiempo desentrañar aquella historia. Al cabo, sonrió pesaroso y le dijo a Pandora que estaba loca si de verdad pensaba irse.
– Créeme, me gustaría pensar que tengo alguna posibilidad contigo, pero no me gusta engañarme. No sé lo que esa tal Cindy estará haciendo aquí, sin embargo, por mucho que tú digas, a mí no me parece que Ran esté enamorado de ella. Sigo pensando que deberías hablar con él.
– No, tengo que marcharme.
– ¿Dónde piensas estar?
– No estoy segura. Quizá vaya a casa de mis padres -dijo mientras se preguntaba lo que iban a pensar cuando la vieran volver-. No sé. Te llamaré por teléfono.
– Hazlo -dijo él con una testarudez bienintencionada-. Aparte de todo, han estado preguntando mucho por ti desde la exposición. Es probable que te hagan varios encargos. Vuelve pronto -dijo despidiéndola en la puerta.
Sus padres le dieron la bienvenida en casa sin hacerle preguntas. Pandora les dijo que necesitaba un descanso y su madre, después de mirarla a la cara, evitó preguntarle qué había pasado. Al menos, Homer era feliz. Se hizo amigo instantáneamente del Labrador de sus padres y los dos perros pasaban el tiempo alborotando en el jardín trasero. Pandora hubiera deseado adaptarse con la misma facilidad. A veces, el dolor por la ausencia de Ran era tan fuerte que le costaba trabajo respirar.
Pasaron los días y nada era más fácil. Pandora se preguntó si iba a ser a sí para el resto de su vida. El cuarto día estaba sentada en la cocina, contemplándose la mano izquierda y pensando en lo vacía que estaba sin los anillos de Ran. Se había acostumbrado al peso del metal y al brillo de las piedras. Su madre puso una tetera sobre la mesa y sirvió dos tazas.
– No me has contado casi nada de la exposición -dijo con tacto-. ¿No dices que ha sido un éxito?
– Sí, lo fue -dijo Pandora, tratando por un momento de parecer entusiasmada sin conseguirlo-. Lo vendí casi todo. Quentin estaba encantado.
– ¿Quentin es el propietario de la galería? ¿Cómo es?
– Es un hombre muy amable, mucho más de lo que yo pensaba al principio. Y buena persona, también.
Su madre la contempló con preocupación.
– ¿De modo que no es el hombre por el que te estás destrozando el corazón?
La taza claqueteó en el plato mientras que Pandora trataba de dejarla en la mesa. Tendría que haber imaginado que no podía engañar a su madre. Siempre había sido capaz de leer su corazón, lo mismo que Ran. De repente, le vio mirándola con su gesto característico de exasperación. Volvió hacia su madre unos ojos violetas angustiados.
– No -dijo desesperadamente-. No es Quentin.
Pero antes de que pudiera hablarle de Ran, Homer salió a toda prisa de debajo de la mesa y corrió hacia la puerta en compañía del Labrador, ladrando excitados.
– Será mejor que vaya a ver quién es -dijo su madre, dejándola sola en la cocina.
Absorta en sus recuerdos agridulces, no prestó atención al jaleo que había en la entrada. Homer estaba muy excitado por algo. Pandora no se imaginó quién podía ser el visitante hasta que una voz familiar le ordenó silencio. Se quedó petrificada, con la taza a medio camino de los labios.
– ¡Siéntate, Homer!
Homer obedeció gimiendo. El Labrador siguió ladrando celoso hasta que su madre le impuso silencio. Hubo un murmullo de voces y entonces se abrió la puerta de la cocina.
– ¿Es éste el hombre que estabas esperando? -preguntó su madre, apareciendo delante de Ran que la miraba con ansiedad.
Pandora se puso de pie. La expresión de su cara le dijo a su madre todo lo que necesitaba saber.
– Sí, parece que sí.
Hizo pasar a Ran y se retiró sin hacer ruido. Ran y Pandora se miraron en silencio. Homer iba de uno a otro, deseando participar en los acontecimientos. Fue Ran quien habló primero.
– Me ha costado cuatro días dar contigo -dijo con una voz que ella apenas reconoció-. ¿Por qué te fuiste de esa manera? Ni siquiera te despediste de mí.
– No podía.
– Pero tenías que imaginarte cómo iba a sentirme cuando supe que te habías ido.
Ran no se había movido de la puerta, como si estuviera dispuesto a marcharse en cualquier momento.
– Creí que eso te gustaría.
– ¿Que me gustaría? -repitió él sin poder creer lo que estaba oyendo-. ¿Acabo de pasar cuatro días en el infierno y tú me dices que creías que me gustaría?
Desconcertada, Pandora hizo un gesto de desesperación.
– Eras muy feliz con Cindy.
– No he sido feliz desde el día en que se celebró aquella maldita exposición. Fue como si te hubieras retirado tras un muro invisible que yo no podía traspasar. Pandora, acababa de descubrir lo que era la verdadera felicidad y tú la borraste de un solo golpe.
– Pero parecías ser muy feliz con Cindy. Os vi en Wickworth. Vosotros no os disteis cuenta, pero os vi pasar en coche. Ibais riéndoos. Pensé que os habíais reconciliado.
Disgustado con que nadie le hiciera caso, Homer se tumbó en el suelo. Ran todavía no se había movido de la puerta.
– Nos reconciliamos en cierto sentido. Llegamos a la conclusión de que habíamos evitado cometer el mayor error de nuestras vidas. Si yo no hubiera heredado Kendrick Hall y ella no hubiera vuelto a casa, jamás habríamos sabido lo que es el amor verdadero. Cindy ha conocido al hombre de su vida en los Estados Unidos. Y yo te he encontrado a ti.
– ¿A mí? -dijo ella en un susurro.
– Sí, a ti. La mujer más irritante con la que me he tropezado. Jamás había imaginado que acabaría enamorándome de una mujer como tú, Pandora. Pero, desde el momento en que salí del estudio y te vi en el salón, estuve perdido.
Pandora abrió unos ojos como platos.
– ¿Estás enamorado de mí?
Ran fue hacia ella y le tomó las manos.
– Desesperadamente. Me resistí, te lo juro. Me empeñé en recordarme el matrimonio de mis padres y que hoy en día es mucho más razonable mantenerse soltero y sin ataduras como la relación que había tenido con Cindy, pero no funcionó. Cada vez que me mirabas con esos hermosos ojos, cada vez que me sonreías, me enamoraba más y más de ti.
– ¿Por qué no me lo dijiste? -dijo ella, buscando el apoyo de aquellas manos fuertes.
– No estoy acostumbrado a enamorarme. Para mí era un terreno peligroso y antes quería estar seguro de que quería atravesarlo. Sabía que si me enamoraba de ti, no bastaría con una relación abierta. Lo supe en el momento en que te vi con Quentin, tenía ganas de darle un puñetazo sólo porque tú le habías sonreído. Me volvías loco y yo siempre he sido dueño de mis actos hasta que tú pusiste mi mundo patas arriba.
– Con Quentin sólo trataba de ponerte celoso.
– ¡Pues lo lograste! Cuando Elaine me pidió que le presentara a mi esposa, vi tu imagen tan claramente que casi no podía creerlo. Sólo nos habíamos visto una vez y no en las mejores circunstancias. Desde luego, yo había decidido no casarme nunca y no me explicaba por qué no podía dejar de pensar en ti. Sabía que sólo estabas conmigo porque te había chantajeado y, entonces, me di cuenta de que me había puesto a mí mismo en una posición imposible. Tenía miedo de haberme atado y también de perderte.
– ¿Por eso estabas tan enfadado? -dijo Pandora sin poder evitar una sonrisa-. Creía que sólo me encontrabas exasperante.
– Era el deseo de besarte y el saber que no podía aprovecharme lo que me exasperaba. Después de aquella vez en la cocina, supe que tenía que comprometerme a no hacerlo a menos que tú me lo pidieras.
– Pero yo te lo pedí -dijo ella con los ojos rebosantes de alegría.
– Sí, me lo pediste.
La sonrisa de Pandora se adueñó de sus labios.
– ¿Volverías a besarme si te lo pidiera?
– Sí -dijo él, contagiándose-. ¡Ah, sí! Claro que te besaría.
– Entonces, ¿por qué no lo haces? Creo que no puedo soportarlo más.
Ran la estrechó tiernamente contra sí.
– Pandora. Pandora, te quiero.
– Y yo a ti.
Entonces se unieron en un beso desesperado que liberó todas las frustraciones que habían acumulado en aquellos últimos días de agonía. Pandora le clavó los dedos en la espalda mientras se apretaba contra él y lo besaba frenéticamente.
– ¿Te imaginas lo duro que era mentirte noche tras noche, sabiendo que estabas a mi lado y que no podía tocarte? -preguntó él.
– Lo sé. ¡Vaya si lo sé! Yo te deseaba tanto que no sabía qué hacer conmigo misma.
– ¿Por qué tardaste tanto en pedirme que te besara?
– Tenía que estar segura de que me deseabas…
– Pero, aquella noche, tuviste que darte cuenta de que estaba enamorado de ti.
– Esperaba que sí. Yo iba a confesarte mis sentimientos cuando las invitadas se fueran y la exposición hubiera terminado. Pero oí la conversación que tuviste con Cindy por teléfono -admitió Pandora, avergonzada-. Te oí preguntarle que si había decidido aceptar el trabajo y creí que aquello significaba que volvía a Mandibia para trabajar contigo.
– ¡De modo que fue eso! -Ran se sentó en un sillón y la acomodó sobre su regazo-. El trabajo al que se refería es en los Estados Unidos, pero me llamó para decirme que necesitaba hablar conmigo. Cuando Cindy llegó, me dijo que le había parecido un poco raro por teléfono y que temía que estuviera celoso. Por eso decidió venir a hablar conmigo en persona y decirme que había decidido casarse con Bob.
– Pero tú dijiste que habías pensado mucho en ella últimamente, que necesitabas verla.
– Es verdad. Sentía que debía decirle lo que me pasaba contigo. Nos hemos alegrado mucho al ver que los dos hemos encontrado algo que ni siquiera sabíamos que estábamos buscando. ¿Por qué no me dijiste que habías escuchado esa conversación?
– Esperé a que tú me dijeras que Cindy iba a venir, pero no lo hiciste.
– Porque me daba cuenta de que algo andaba mal y no quería empeorar las cosas. Tendría que haber insistido en que me contaras lo que te pasaba aquella noche, pero estaba tan herido y celoso de Quentin que llegué a pensar que la noche anterior no había significado nada para ti. Tengo muchas cosas que decir sobre el matrimonio. Estoy comprometido contigo, me quieras o no. Es irónico que me haya dado cuenta de que la libertad no significa nada sin ti y justo cuando te iba a proponer que te casaras conmigo, tú desapareces.
– No soportaba el dolor de verte con Cindy.
– Cindy está bien, pero no puede compararse contigo. No consigue que me distraiga, no ilumina mi vida. Puede que sea sensata e inteligente, pero no la quiero a ella, sino a ti.
Se besaron. La desesperación se había apaciguado y la ternura ganó terreno en sus besos. Pandora creyó que iba a disolverse de pura felicidad.
– ¿Como me has encontrado? -preguntó al cabo de un rato.
– Acabé diciéndole a Cindy lo que sentía por ti y me dijo que debía confesarte mis sentimientos cuanto antes. Después, fui a llevarla a la estación de Wickworth y dimos un paseo. Cuando pasamos delante de la galería te vi en brazos de Quentin por el escaparate -dijo estrechándola contra su pecho-. No sabía que un hombre podía sentirse así. Fue como si se hubieran apagado las luces dentro de mi cerebro. Sólo quería matar a Quentin, desesperado ante lo oscura y vacía que podía ser la vida sin ti. En cuanto dejé a Cindy en el tren, fui a la galería. Tuve una conversación con Quentin, aunque había ido allí con intención de matarlo. Me dijo que era un estúpido, que era obvio que tú estabas locamente enamorada de mí, aunque yo no me lo mereciera.
– ¿Y lo creíste?
– Bueno sí, con el tiempo, cuando conseguí calmarme un poco. Consiguió que me sintiera mejor contándome que tú estabas tan destrozada como yo, pero que sólo sabía que quizás volverías a casa de tus padres. Por lo visto, ni siquiera te molestarte en darle una dirección, de modo que tuve que localizar a los William. Conseguí su número de Estados Unidos gracias al abogado de la propiedad, pero ellos estaban fuera y tuve las manos atadas hasta que los localicé en su casa. Por suerte, sabían la dirección de tus padres, de lo contrario no sé lo que hubiera hecho.
– Deben haberse sorprendido mucho cuando los llamaste. No se te ocurriría contarles el incidente de Homer y el jarrón, ¿verdad?
– No. sólo les dije que Homer nos había unido. Me pareció una manera más delicada de expresarlo. También les conté que quería casarme contigo y llevarte a África y que si no les importaba que tus padres cuidaran del perro. ¿Tú crees que les molestará?
– Homer ya se siente como en casa y mi madre es mucho más estricta con él de lo que yo seré nunca.
Pandora se lo quedó mirando y, de repente, su sonrisa desapareció.
– Ran, ¿de verdad quieres casarte conmigo?
– De verdad. Me había acostumbrado tanto a la idea en Kendrick Hall que a veces olvidaba que no estamos casados. Fue lo primero que pensé cuando me devolviste los anillos y sentí como si me hubieras dado un golpe en el corazón.
Ran se metió la mano en el bolsillo y sacó el anillo de diamantes.
– ¿Quieres aceptarlo ahora y llevarlo para siempre?
– Sí -dijo ella, mientras él se lo ponía.
Pandora tuvo la sensación de que nunca habría debido salir de su dedo y volvió a besarlo.
– Nos casaremos lo antes posible -dijo él-. Y en cuanto comiencen las reformas, nos iremos a África. Quizá incluso te lleve a la selva.
– Muy bien, pero sólo si puedo ponerme mi sombrero en la boda -bromeó ella.
– ¡Jamás me casaría contigo si te pusieras otra cosa!
Pandora dejó escapar un suspiro de felicidad.
– ¿No te parece bonito que no tengamos que fingir nunca más? Todo lo que inventamos para convencer a Myra y Elaine se ha hecho realidad.
– ¿Ah, sí? -dijo él con una sonrisa que fundió los huesos de Pandora-. ¿Y qué me dices de esos seis niños que pensábamos tener?
Pandora le dio un beso riendo.
– Puede que eso tarde un poquito más, pero estoy segura de que podremos conseguirlo.