142753.fb2 Esposa por un d?a - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 3

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Capítulo 2

Sólo era un trabajo. En cualquier caso, eso se decía Pandora. Ran tenía razón. Hacerse pasar por su esposa era un precio pequeño a pagar por haber destrozado semejante herencia familiar. Sólo que, cuando pensaba en él, en pasar la noche juntos, sentía un vértigo, una mezcla turbulenta de alarma y excitación nerviosa.

Por supuesto, era natural que se sintiera nerviosa ante la idea de compartir el dormitorio con un completo desconocido, se repetía una y otra vez. Pero habría preferido que su nerviosismo no estuviera tan enredado con el recuerdo de aquellos dedos en torno a su muñeca, de la calidez de aquellas manos sobre sus hombros. Esa misma noche, mientras estaba tumbada en la cama y Homer roncaba ruidosamente en el suelo a su lado, volvió a repetirse hasta la saciedad las razones que justificaban que fingiera ser la señora de Ran Masterson, diciéndose que era un acuerdo perfectamente decente y que no tenía por qué preocuparse. Pero justo cuando creía haberse convencido, se acordó de aquellos ojos fríos, de la boca helada, de las manos cálidas y ya nada fue decente.

Pandora necesitó mucho tiempo para dormirse. El morro frío de Homer la despertó a la mañana siguiente. Sin abrir los ojos, buscó a tientas el reloj. Eran las nueve menos cinco.

– ¡Oh, Dios! Y él va a pasar a buscarme a las nueve y media -gritó mientras echaba a Homer a un lado sin explicarle quién era él.

Ran la había llamado la noche anterior, tan cortante como siempre, para decirle que estuviera preparada a esa hora.

– Y quizá puedas esforzarte un poco más con tu aspecto -añadió severamente-. No quiero llevar a comer a Annie «la huerfanita».

Pandora se echó agua en la cara y, con el cepillo de dientes en la boca, fue a inspeccionar con aire pesimista su vestuario. Aparte del vestido que su madre había insistido en darle, no tenía absolutamente nada elegante que ponerse. Resignada, pensó que no podía hacer otra cosa. Se puso la falda con dibujos negros, marrones y verdes, y un jersey holgado de color gamuza, lo que fue un poco difícil puesto que todavía llevaba el cepillo de dientes en la boca. Por lo menos, ni la falda ni el jersey tenían agujeros, no que se vieran, claro.

No había tiempo para desayunar. Silbó para llamar a Homer y abrió la puerta. Hacía una hermosa mañana de junio. La lluvia del día anterior había dejado los setos verdes y lustrosos y el sol brillaba sobre sus hojas trémulas. Era un día demasiado bueno para llevar a Homer de la correa cuando iba a tener que pasarse el resto del día encerrado. Pandora le permitió que fuera husmeando delante de ella mientras paseaba lentamente por la senda disfrutando del aire de la mañana. Ni siquiera había muchos tractores por aquellos caminos.

Consultó su reloj, tenían que regresar. No le parecía que Ran Masterson fuera un hombre que tolerara la impuntualidad. Buscó a Homer con la mirada a tiempo de verle desaparecer a través de una cerca meneando el rabo furiosamente. Pandora echó a correr. Por suerte, un olor particularmente desagradable había atraído la atención del perro, por lo que podía seguirle sin dificultad. Con todo, tuvo que atravesar una zanja y vadear el seto, que le llegaba a la cintura, antes de sujetarlo por el collar. A continuación hubo un forcejeo que la dejó jadeante, despeinada y con la mitad del seto encima, pero consiguió volver a arrastrar al chucho a la carretera.

Ya eran las nueve y media, casi. Sujetando la correa con firmeza, Pandora echó a correr. Captando el espíritu del juego, Homer trotó delante de ella, saltando para lamerle la cara mientras ladraba animadamente. El jaleo hizo que Ran saliera del patio del establo y asistiera al espectáculo. Pandora era arrastrada por aquel chucho infame, tenía las mejillas encendidas por el esfuerzo y el pelo lleno de ramitas y hojas.

– Siento llegar tarde -dijo jadeando cuando llegó a su lado.

Homer se empeñó en saludar a Ran como si fuera un viejo amigo, haciendo caso omiso de las evidencias en contra.

– ¡Siéntate! -ordenó Ran, antes de que el perro le pusiera perdido el traje.

Homer bajó las orejas sumisamente y se contentó con olisquearle los tobillos y menear la cola. Ran se volvió a Pandora y la contempló con desagrado.

– ¿Dónde demonios te has metido?

– Tenía que sacar a Homer antes de encerrarlo.

Frente a la compostura de Ran, Pandora se sintió acalorada, molesta y mucho más jadeante que antes. Él parecía reservado, con un traje gris impoluto, camisa blanca y corbata gris. Tendría que haber parecido raro con aquellas ropas formales, pero las llevaba como si fueran parte de él y le daban un aspecto más duro y contenido que nunca.

– Tengo la impresión de que ha sido él quien te ha sacado a ti a pasear -dijo Ran cáusticamente mientras le quitaba unas hojas del hombro-. ¿Hay algún motivo para que te hayas puesto encima la mitad del campo?

Apenas la rozó, sin embargo, Pandora sintió que el hombro le ardía. Aquella hipersensibilidad estúpida hizo que se enfadara y se sacudió impaciente el pelo y el jersey.

– He tenido que sacar a Homer de un seto. Voy a encerrarlo para que podamos irnos.

– ¿Es que no te vas a cambiar?

Pandora lo miró sorprendida.

– ¿Qué quieres decir?

– Creía que te había dicho que te pusieras algo elegante.

– ¡Esto es elegante!

Ran frunció el ceño, irritado.

– ¡Tienes que ser capaz de algo mejor! ¡Ni siquiera tú te casarías con algo que parece un trozo de saco!

– ¡No esperaba casarme cuando vine! De lo contrario, habría traído el vestido blanco y el velo que tengo en el armario preparado por si acaso a alguien se le ocurre hacerme proposiciones.

– Nadie te ha dicho que saques un traje de novia de una chistera, pero debes tener algo mejor para una foto de bodas que ese jersey marrón.

– Pues bien, da la casualidad de que no lo tengo.

Ran suspiró exasperado ante su tono infantil.

– Supongo que tendrás que comprar algo apropiado en Wickworth. No será la capital de la moda del norte, pero seguro que puedes encontrar algo mejor que lo que llevas.

– No veo por qué tiene que importar.

Pandora metió a Homer en la cocina, de la que había retirado previamente todo lo que fuera remotamente masticable, y se llevó una manzana para comer en el coche.

– El fotógrafo puede hacernos una foto que sólo abarque el busto.

– Porque le he dicho al fotógrafo que queríamos una foto de boda y parecería muy raro que yo me presentara con traje mientras que tú vas como si quisieras quitar las malas hierbas del jardín.

– Suena raro, te pongas como te pongas -dijo ella con la boca llena de manzana-. Si queríamos una foto, ¿por qué no nos la hicimos el mismo día de la boda?

– Pudimos casarnos de repente.

Era obvio que Ran se sentía irritado por el cuestionamiento al que Pandora sometía su historia. Los dos cerraron las puertas del coche con más fuerza de la necesaria.

– No me cabe en la cabeza que seas capaz de algo tan romántico -dijo ella, provocativamente.

– Desde luego, no me considero capaz de algo tan estúpido -respondió él, mientras salía marcha atrás del patio-. Pero el fotógrafo no tiene por qué saber que la idea de casarme, por no hablar de una boda precipitada con una mujer tan desastrosa como tú, es prácticamente inconcebible, ¿no?

– ¿Por qué? ¿Qué tienes en contra del matrimonio?

Pandora dio otro mordisco furioso a la manzana y decidió que iba a ignorar aquellos comentarios tan poco halagadores.

– Todo. Otra gente pierde la cabeza por casarse, pero yo pienso evitar esa trampa.

Pandora lo miró de reojo, preguntándose por qué era tan vehementemente contrario al matrimonio. La línea de su mentón y su garganta se recortaba nítida en la luz clara de la mañana. Todo en él era tajante y definido, el ligero ceño de concentración entre sus cejas, la línea arrogante de su nariz, las sorprendentes pestañas negras que bordeaban los ojos claros. Pandora contempló la boca fría e inquietante y, de repente, su estómago desapareció.

Pandora apartó rápidamente los ojos. Era más fácil pensar en lo gruñón y desagradable de su comportamiento que preguntarse por qué se sentía tan extraña siempre que miraba su boca.

– O sea, que la historia es que estábamos tan enamorados que no pudimos esperar a celebrar una boda normal y corriente, ¿no?

– Algo parecido -dijo él con disgusto.

– Si no nos tomamos la molestia entonces, ¿por qué íbamos a preocuparnos ahora por hacernos una foto?

– No sé -dijo él con irritación creciente-. Para mandársela a tu madre que está enferma en Canadá o algo por el estilo.

– ¡Pero mi madre vive en Dorset!

– Mira, me importa un rábano dónde viva tu madre. Y al fotógrafo menos. El sólo tiene que hacernos una foto como si estuviéramos razonablemente enamorados.

– Esperemos que sea creativo -replicó ella con cierta acritud-. Va a sudar tinta haciendo que parezcas un hombre enamorado, nunca he visto a ninguno que diera menos la imagen.

Ran le lanzó una mirada desagradable.

– ¿Qué aspecto quieres que tenga?

– ¿No podrías mostrarte un poco más… amable?

– ¿Te mostrarías amable tú si alguien hubiera hecho pedazos una herencia familiar de un valor incalculable?

– Cualquiera diría que lo tiré al suelo deliberadamente.

Pandora dio el último mordisco a la manzana y dejó el corazón en el cenicero, ganándose una mirada de furia que sí ignoró deliberadamente.

– Si te acuerdas, fue Homer el que rompió el jarrón, no yo. No me explicó por qué no lo atosigaste a él para que hiciera de tu esposa, al menos no tendrías que preocuparte por la ropa que lleva.

– ¡No seas ridícula! -exclamó él. Un músculo palpitó en su mandíbula-. Los dos tendremos que actuar delante del fotógrafo y ayudaría que tú dieras el papel. Tengo una cita con el abogado antes, de modo que podrás ir a comprar algo decente mientras yo hablo resuelvo mis asuntos.

Pandora dejó escapar un suspiro de mártir. Detestaba comprar ropa.

– ¿En qué clase de cosa decente has pensado?

– No soy un experto en moda.

– Pues pensaba lo contrario, ya que no has dejado de meterte con mi ropa -masculló ella.

– Tú cómprate algo apropiado, un conjunto, un vestido. Lo que te comprarías si fueras a casarte de verdad.

Media hora después, Pandora se dio cuenta de que era más fácil decirlo que hacerlo mientras miraba las tiendas de ropa de la calle principal. Wickworth era una ciudad comercial de buen tamaño que no se distinguía por sus tiendas de moda. Ran le había dado un buen fajo de billetes de veinte libras, recalcando que la esperaba en el hotel a las once en punto completamente preparada.

– ¡A la orden! -había dicho ella a sus espaldas.

Pensó que, si podía permitirse el lujo de gastarse tanto dinero en ropa, no debía tener muchas dificultades en comprarse otro jarrón chino.

Ya había recorrido todas las tiendas normales sin éxito, cuando se atrevió a entrar en una boutique de aspecto y precios intimidantes. Desde luego, nunca se le habría ocurrido ni soñar con meterse en aquella clase de tienda, pero se le acababa el tiempo y por nada del mundo quería encontrarse con Ran y decirle que no había podido encontrar «algo apropiado». La vendedora alzó las cejas al ver su aspecto, pero Pandora había decidido que era el momento de pedir ayuda.

– Voy a casarme mañana -dijo haciéndose la ingenua-. Pero no encuentro nada que ponerme.

La cara de la vendedora se iluminó de repente.

– ¿Qué clase de ropa está buscando?

– Mi prometido quiere algo elegante -dijo Pandora, alegrándose de que aquélla no fuera la clase de tienda a la que tuviera que volver a entrar.

Antes de que lograra saber qué estaba ocurriendo, se encontró metida en un probador con una serie de conjuntos cuyos precios tiraban de espaldas. Obviamente, la vendedora había hecho suyo el reto de transformar a Pandora y la obligó a ponerse un modelo tras otro mientras descargaba una andanada interminable de preguntas sobre la clase de boda que iba a ser, adónde iban de luna de miel, y sobre cómo era su prometido.

– Él es muy… enérgico -dijo Pandora, que empezaba a marearse con tanta pregunta.

Actuar con un mínimo de credibilidad era más difícil de lo que ella había imaginado.

– Supongo que será muy atractivo, ¿no? -dijo la vendedora con un suspiro sentimental.

Una imagen de Ran se alzó ante Pandora con tanta claridad que dejó de luchar para embutirse en un vestido. Se dio cuenta de que podía recordarlo con todo detalle, cada plano, cada línea, la fuerza contenida de su cuerpo, las manos cálidas y seguras. Volvió a preguntarse de nuevo si lo que había en torno a sus ojos eran arrugas de la risa. Jamás le había visto sonreír. ¿Qué podía hacer una sonrisa con aquella boca gélida? Algo se estremeció en sus entrañas y Pandora se enderezó repentinamente.

– No está mal -dijo sin comprometerse.

La otra mujer parecía desilusionada, pero entonces contempló a Pandora en el espejo y lanzó una exclamación.

– ¡Ése sí es perfecto para usted! Tenga, pruébese la chaqueta.

Pandora estuvo de acuerdo, parecía otra mujer con aquel traje de chaqueta amarillo crema. Realzaba el color de su piel y la masa negra de sus cabellos.

– Ni siquiera me reconozco.

– ¡Le sienta maravillosamente! -dijo firmemente la vendedora-. ¡Elegante y sofisticada! Lo único que le falta son unos zapatos y un sombrero.

Pandora se dejó convencer con los zapatos, pero se negó en redondo a ceder con el sombrero. Ya había cumplido con la orden de encontrar un atuendo adecuado y Ran no había dicho nada sobre sombreros, ¿no?

– Me llevaré ése de allí -dijo señalando al que había en el escaparate y que había llamado su atención sobre aquella boutique.

Decorado con una cinta extravagante, tenía un ala ancha que se doblaba delante de un ojo. Era tan excesivo que Ran se quedaría estupefacto.

Era perfecto.

Sintiéndose contenta consigo misma, Pandora pagó con la mayor parte del dinero que Ran le había dado y salió de allí dispuesta a cumplir con las instrucciones de la vendedora respecto al lápiz de labios. Si Ran quería verla transformada, ¡transformada la iba a tener!

Ran estaba sentado cómodamente leyendo el periódico en un sillón del vestíbulo del único hotel de cuatro estrellas que había en la ciudad cuando Pandora hizo su entrada a toda prisa, se acababa de dar cuenta de que llegaba diez minutos tarde. Ran bajó el periódico y la contempló de arriba abajo con una mirada intensa y desaprobatoria.

– Llegas tarde.

– Sólo diez minutos.

Pandora pensó que debía haber sido la carrera por la calle principal lo que la había dejado sin aliento. No podía tener nada que ver con la sensación que se apoderaba de ella siempre que lo veía. Ran no hacía nada para llamar la atención, pero había algo en él que lo convertía en el centro de atracción de todo el vestíbulo. Se puso de pie y consulto su reloj.

– Catorce minutos.

– ¡Muy bien! Son catorce minutos. ¿No quieres ver lo que he comprado? -dijo ella, enseñándole las bolsas que llevaba.

– Me gustaría vértelo puesto. Teníamos que estar a las once y media en el fotógrafo.

Pandora estuvo a punto de perder los nervios mientras se cambiaba en el tocador de señoras.

– No podré seguir adelante -murmuró a la extraña que la miraba desde el espejo mientras se pintaba los labios.

La desconocida la miró, bella y orgullosa. Al menos, Ran no podría decir que estaba exactamente igual. Realmente, el sombrero era un tanto excesivo. Con gestos nerviosos, Pandora se alisó la chaqueta y decidió que lo mejor sería que Ran viera el sombrero poco a poco.

Había vuelto a su lectura, esperando evidentemente que ella tardara años en arreglarse y no se dio cuenta de que estaba a su lado.

– Bueno, ¿qué te parece?

Ran bajó el periódico otra vez, alzó la mirada y se quedó helado al ver a la mujer esbelta y sofisticada que estaba junto al sillón con un sombrero absurdo en la mano y una expresión insegura en los ojos violeta.

– ¿No tengo buen aspecto? -preguntó ella, dudando al ver que Ran no contestaba. Quizá pensaba que estaba ridícula…

– Bueno… sí… -Ran pareció darse cuenta de que su voz sonaba rara y se aclaró la garganta-. Estás muy bien.

¿Bien? ¿Eso era todo lo que se le ocurría? Hasta ese momento, Pandora no había querido admitir lo mucho que deseaba impresionarle, lograr que la viera de un modo distinto. Evidentemente, para eso hacía falta algo más que un vestido caro.

«Míralo», pensó. «Está más preocupado en doblar su periódico que en prestarte atención».

Entonces, volvió a mirarla y el corazón de Pandora dio un salto mortal. Los ojos grises no eran alentadores ni la contemplaban en admiración, pero tenían una expresión que la dejó sin aliento. Para disimular su repentina confusión, levantó el sombrero y le lo plantó alegremente en la cabeza.

– Me pareció que lo mejor era acompañar el traje con un sombrero, ¿no crees?

La acostumbrada expresión de espanto que apareció en el rostro de Ran fue casi un alivio.

– ¿No me dirás en serio que has pagado dinero por esa cosa?

– ¿No te gusta? -dijo Pandora con voz candorosa desde algún punto al otro lado del ala.

– ¿No has podido encontrar algo que fuera un poco menos llamativo?

– Estaba segura de que, si me fuera a casar contigo, te habría gustado que tuviera un aspecto memorable.

– Sí, inolvidable es una manera de describir el aspecto que tienes -dijo él con desdén y Pandora tuvo la sensación de que Ran se sentía tan aliviado como ella de que las cosas volvieran a la normalidad-. ¡Completamente ridículo es otra!

Pandora fingió hacer un puchero.

– ¡Pero si lo he comprado especialmente para ti!

– Si crees que voy a andar por las calles de esta ciudad a tu lado, olvídalo.

Pandora se quitó el sombrero de mala gana y acarició el ala.

– Creí que te gustaría.

Su exagerado suspiro de desilusión, sorprendentemente, provocó un brillo de humor en aquellos ojos grises. Ran dejó el periódico sobre la mesa.

– Te refieres a que me molestaría mucho, ¿no? -dijo Ran y. aunque sonrió de verdad, Pandora presintió que había conseguido una gran victoria.

– De verdad, chico, ni si quiera se me había pasado por la cabeza -dijo ella, llevándose una mano al corazón y abriendo mucho los ojos.

– ¡Y yo que había llegado a pensar que te habías transformado por arte de magia! Al fin y al cabo, parece que eres la misma de siempre.

– Me temo que sí -dijo ella, empezando a recoger las bolsas.

– Todavía llevas una etiqueta colgando -dijo él-. Estate quieta.

Pandora se quedó como una estatua mientras él le quitaba el precio del cuello de la chaqueta. Era intensamente consciente de lo cerca que se encontraban, de aquellas manos que le rozaban el cuello bajo el pelo. Sus ojos se encontraron involuntariamente cuando Ran retrocedió y, por un instante, Pandora se olvidó de respirar. Una pausa casi inapreciable y entonces Ran se dio la vuelta.

– Será mejor que nos vayamos -dijo bruscamente.

El ambiente entre ellos era tenso mientras volvieron al coche para dejar las bolsas. Pandora quería decir algo y romper el silencio, pero no se le ocurría nada. Se sentía rara dentro de aquel traje elegante. Incluso sin el sombrero, más de una cabeza se volvía para mirarla al pasar.

Tuvieron que atravesar el mercado para llegar al estudio del fotógrafo. Concentrada en no cruzar la mirada con nadie, Pandora mantuvo la cabeza baja y no se dio cuenta de que Ran se había parado junto a un puesto de flores hasta que él le tocó el brazo.

– Necesitas unas flores.

– ¡Oh!

Pero no pudo continuar, Ran ya había comenzado una discusión enérgica con el florista a resultas de la que Pandora se encontró cargada con un ramo de rosas amarillas. Pandora las rozó con la cara, olió su fragancia y le dedicó una sonrisa tímida a Ran.

– Son preciosas, gracias -dijo mientras veía que una expresión extraña cruzaba por sus ojos-. ¿No sería mejor que llevaras un clavel en el ojal?

– Esto es por cuenta de la casa -dijo el florista, dándole a Pandora un clavel blanco.

Entonces, ella tuvo que sujetar el ramo con una mano para ponerle la flor a Ran. De nuevo, estar tan cerca de él la hizo sentirse abrumadoramente consciente de su fuerza. Hubo de morderse los labios para pasar el tallo de la flor por el agujero. Al final, Ran tuvo que ayudarla y Pandora sintió aquellos dedos hábiles y cálidos sobre los suyos. Poseída por una extraña timidez, sintió que el rubor se apoderaba de sus mejillas y evitó su mirada.

– Van a casarse, ¿verdad? -preguntó el florista que había presenciado la escena con interés.

– Algo parecido -contestó Ran.

El fotógrafo era un hombre alto y delgado con pretensiones artísticas. Lanzó una mirada dudosa al sombrero de Pandora y alcanzó el éxtasis con las rosas y con su estructura ósea mientras les hacía pasar al estudio.

– ¿Quizá le gustaría prepararse? -preguntó haciendo un gesto hacia un tocador equipado con pinceles, pañuelos y una selección de maquillajes, antes de apartarse revoloteando para trastear con las luces.

– ¿Qué quiere decir con eso de «prepararse»? -preguntó ella a Ran-. Ya estoy preparada.

– No del todo -dijo él sacándole otra hoja del pelo, producto de su batalla matutina con el seto-. La mayoría de las novias suele peinarse un poco.

Pandora se dejó caer frente al tocador y se pasó unas cuantas veces el cepillo. Ran chasqueó la lengua y se lo quitó de las manos.

– ¡Ay! -exclamó ella con lágrimas en los ojos-. ¡Cuidado, que duele!

– No te quejes tanto.

Ran dio un paso atrás para considerar su peinado. El pelo envolvía como una nube resplandeciente y oscura su cara en forma de corazón. Se lo arregló sobre los hombros mientras acariciaba su sedosidad con gesto meditabundo.

– ¡Ya está! -dijo al fin, volviendo a ponerle las rosas entre las manos-. Ahora sí pareces la chica de la que podría enamorarme.

Pandora lo miró con los ojos muy abiertos. Los de Ran no eran menos fáciles de leer, pero a la luz de los focos hizo que se quedara sin aliento mientras que su corazón latía fuertemente contra su caja torácica. Ran estaba muy cerca…

– ¿Ya están listos?

El fotógrafo debía haber vuelto preguntándose lo que estaban haciendo. Los dos se separaron con un aire que sólo podía describirse como culpable. Pandora deseó que su respiración dejara de comportarse de aquel modo extraño. Sólo era Ran, un hombre que se había mostrado completamente desagradable con ella desde el primer momento, un hombre que ni siquiera le había sonreído. Ella se encontraba allí únicamente por culpa de Homer. Nada más.

Sin fiarse de su expresión, Pandora se empeñó en llevar el sombrero, para mortificación del fotógrafo que alegó que eso le ocultaría el rostro. Comenzó una discusión que sólo acabó cuando Ran propuso que le hiciera un par de fotos a ella sola con la pamela y luego a los dos sin el sombrero. Aunque la luz de la batalla todavía brillaba en sus ojos y miró desafiante al objetivo, Pandora se sintió más ella misma y pudo acceder al acuerdo.

Estaba claro que el fotógrafo pensaba que aquel engendro de pamela ponía su reputación artística en entredicho y se alivió visiblemente cuando ella se la quitó para que él pudiera colocar a Ran de pie a su lado.

– ¿Quizá quiera ponerle la mano sobre el hombro, no? -sugirió a Ran-. Y usted puede alzar los ojos hacia su esposo, señora Masterson. Eso es, encantador. ¡Quietos!

– Relájate -murmuró Ran sin mover los labios, sintiendo su tensión-. Se supone que tienes que parecer enamorada de mí.

– No es nada fácil -repuso ella, inquieta como siempre por su cercanía.

– Lo será si lo intentas. Tú relájate y piensa en lo que me debes. ¡Y no olvides sonreír!

– Las fotografías, ¿son para alguien en especial o sólo para ustedes?

Para sorpresa de Pandora, el fotógrafo no parecía poner en duda que estuvieran casados.

– Son para la madre de Pandora -dijo Ran.

– Vive en Canadá -añadió ella, pensando que podía embellecer un poco aquella historia-. Está postrada en la cama y no pudo venir para la ceremonia y, como no conoce a Ran, naturalmente, quiere ver cómo es.

Sintió que Ran se quedaba rígido a su lado. Sin embargo, el fotógrafo quedó convencido.

– Ya. Una foto de estudio es mucho más bonita que una instantánea de boda, ¿verdad que sí?

– ¡Oh! La verdad es que no hubo fotos en la ceremonia -dijo ella animadamente, a pesar de la mirada de advertencia de Ran-. Queríamos que fuera algo especial, sólo para nosotros dos, ¿verdad, cariño?

Ran no se dignó contestar a eso.

– ¿No será mejor que hagamos otra? -fue todo lo que dijo con cara de póquer.

En su desesperación por conseguir una foto «interesante», el fotógrafo los colocó en unas posturas increíblemente forzadas. Algunas fueron tan incómodas que Pandora descubrió que le ayudaban a olvidar la proximidad de Ran. Al menos, la incomodidad les unió en su antipatía por el «artista».

– ¿Quiénes se cree que somos? -murmuró Ran, irritado-. ¿El señor y la señora Houdini?

La situación era tan absurda que a Pandora le dio la risa tonta.

– Venga, ahora mírense a los ojos -gritó el fotógrafo.

Obedientemente, Pandora miró a Ran, pero todos sus esfuerzos por parecer una devota esposa la hicieron reír aún más. Aunque trató de resistirse, incluso Ran acabó riendo.

Fue como si de repente se encontrara mirando a un perfecto desconocido. El corazón de Pandora dio un brinco en su pecho cuando vio la sonrisa que arrugaba su cara, marcando las líneas que rodeaban sus ojos, suavizando los ojos grises con un brillo de humor e iluminando su expresión con una claridad súbita. Todo en él era a la vez extraño y raramente familiar, como si siempre hubiera sabido cómo sería al sonreír. ¿Acaso no sabía que sus dientes eran blancos y contrastaban con su tez morena? ¿Que sus mejillas adoptarían aquel gesto? Pandora vio la aspereza casi imperceptible de la barba y los dedos le hormiguearon, casi como si supiera lo que era pasar sus yemas sobre aquel mentón.

– ¡Súper!

El fotógrafo emergió tras la cámara y Pandora se dio cuenta de que se había quedado petrificada sonriendo. Ran miraba al artista, aparentemente inconsciente del efecto abrumador de su propia sonrisa.

– ¿Ya está?

– Sólo una más. ¿Qué tal una bonita foto romántica para su mamá? ¿Un beso, quizá?

La sonrisa desapareció como por ensalmo de los labios de Pandora. No se atrevió a mirar a Ran y dejó que él buscara alguna excusa para evitar aquella situación.

– Buena idea -dijo Ran con calma.

«¿Buena idea?», le preguntó ella con el movimiento de los labios. Ran la miró con una expresión inescrutable.

– ¿A ti no te lo parece, cariño? -preguntó, pagándole en su misma moneda.

– Bueno, yo… no creo que…

Pero Ran hizo que se levantara de la silla y la estrechó contra sí.

– ¿Estamos bien así? -le preguntó al fotógrafo sin apartar sus ojos de ella.

– ¡Perfecto!

Ran le apartó un mechón de pelo de la cara y deslizó la mano, cálida y suave, tras el cuello mientras acariciaba la línea de su mejilla con la yema del pulgar. Contempló un momento su cara hasta que los ojos se centraron en la boca.

Pandora temblaba, dividida entre el miedo a lo que aquel beso pudiera significar y un anhelo profundo y peligroso, sostenida por la trémula promesa de los dedos que le acariciaban la cara y el cuello. El corazón le latía alocadamente, se olvidó de respirar, se olvidó de todo, excepto de Ran y el deseo que la invadía.

Un deseo incandescente que le oscureció los ojos mientras Ran se inclinaba muy despacio sobre ella hasta que sus labios se encontraron. El estudio giró a su alrededor mientras ella jadeaba involuntariamente con el primer contacto electrizante.

¿Cómo podía haber pensado que su boca era fría? Era cálida, ardiente, segura y persuasiva. Ya nada importó, sólo el roce de aquellos labios embriagadores. Se inclinó hacia él, las manos se movieron por propia voluntad hasta sus muñecas, pero en vez de apartarle, se aferró a él con un ansia muda, y el placer del beso se intensificó.

Y entonces, él se estaba apartando mientras le rozaba la garganta con la mano. Por un momento, la miró directamente a los ojos antes de sonreírle cínicamente.