142753.fb2 Esposa por un d?a - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 4

Esposa por un d?a - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 4

Capítulo 3

A su mamá va a encantarle ésta -dijo el fotógrafo con satisfacción. Al pensar en la reacción que su madre tendría si le enviara una foto besándose con un perfecto desconocido, Pandora tuvo que luchar contra un estallido de risa histérica. Miró a su alrededor, Ran y el fotógrafo estaban hablando, pero nada parecía real. El calor de su boca era real, la firmeza de sus manos, la oleada de placer febril eran reales. Su cuerpo todavía palpitaba con él, los labios aún le abrasaban y, cuando se miró los dedos, fue como si todavía pudiera sentir el vello varonil de sus muñecas, de donde le había sujetado.

De algún modo tuvo que despedirse, porque lo siguiente que supo fue que estaba de pie en la calle, con Ran, parpadeando al sol y abrazándose al ramo de rosas. Una brisa fresca le alborotó el pelo y se lo echó sobre la cara, pero no tenía las manos libres para apartárselo. Ran la miró a la cara, casi oculta tras la nube de pelo negro y suspiró.

– Sólo llevas treinta segundos fuera y ya estás hecha un desastre.

Pandora trató de quitarse los cabellos del rostro.

– Es difícil seguir peinada cuando sopla un huracán -protestó, aunque se daba cuenta de que él se mantenía impecable sin dificultad.

El viento apenas le revolvía el pelo y parecía tan sólido y compuesto como siempre. Todo en él era sólido y definido. Ran era el dueño absoluto de sí mismo, resultaba obvio en la soltura con que se movía, en su modo de hablar, en la manera que tenía de mirar el reloj.

En el modo en que besaba.

Pandora miró fijamente las rosas, alegrándose de que el pelo le ocultara la cara.

– Vamos a comer algo -dijo él.

Ran la llevó a un restaurante pequeño y tranquilo, escondido tras la plaza del mercado. Pandora escapó enseguida al tocador, supuestamente para peinarse, a recobrarse en realidad. Cuando se miró al espejo, sus ojos eran grandes y oscuros tras el pelo enredado, pero, aparte de eso, se asombró al ver lo normal que parecía. Había esperado ver que sus labios todavía estaban rojos y palpitantes por el beso y las mejillas encendidas con la sangre que todavía le hervía en las venas.

Puso las manos bajo el chorro de agua fría y se las llevó a la cara. Era una estupidez reaccionar de aquella manera. Cualquiera pensaría que nunca la habían besado. ¡Pero si ni siquiera había sido un beso de verdad! ¿Cuánto había durado? ¿Treinta segundos?

¿Un minuto entero?

«Una eternidad», dijo una vocecita interior que Pandora acalló firmemente. Tenía cosas mejores que hacer que preocuparse por un beso tonto, por mucho que hubiera durado. Tan sólo era una parte de la farsa que permitiría a Ran dejar Kendrick Hall cuanto antes y volver a África. Cuanto antes mejor, así ella podría volver a su alfarería y olvidarse del ardor de su boca, de lo inesperado de su sonrisa.

Mientras tanto, volvería a la mesa y fingiría que no le había molestado lo más mínimo que la hubiera besado. ¡Si Ran podía comportarse como si no hubiera sucedido nada, ella también!

Pandora se sintió orgullosa de la frialdad con que aceptó el menú. Él se había quitado la chaqueta, la camisa blanca le hacía parecer más duro y bronceado que nunca. Le estudió con disimulo por encima de la carta.

Leía su menú con las cejas ligeramente fruncidas y Pandora aprovechó para contemplar a sus anchas aquella boca fría y excitante.

¿Por qué tenía aquella fijación con su boca? Apartó la mirada bruscamente, pero aquello había bastado para inflamar el recuerdo del beso y la forma de sus labios siguió bailando ante ella, aunque se empeñó en no levantar los ojos del menú. ¿Qué tenía él para provocar aquella sensación de revoloteo en sus entrañas? Sólo había sido un hombre frío, agrio y desagradable con ella, y Pandora no creía que aquello tuviera algo que ver con su físico. Ran no era estrictamente guapo. Había algo duro en él, algo implacable y particular en sus rasgos que convertían la palabra guapo en un calificativo demasiado débil para aplicárselo. Era demasiado frío, demasiado duro, demasiado contenido.

Pandora no acertaba a definir aquello que le hacía tan diferente de los demás. Podía estar relacionado en aquel aire de eficiencia contenida que parecía tan suyo, o la sensación de fuerza oculta que lo destacaba por encima de todos los hombres que había en el restaurante. Después de todo, todos tenían dos ojos, una nariz, una boca… Sólo que ninguno de ellos tenía una boca que convirtiera sus huesos en agua cuando pensaba en ella.

«Se supone que no deberías estar pensando en su boca», se dijo a sí misma desesperada. «Te tenías que comportar como si nada hubiera sucedido, ¿lo recuerdas?»

Trató de concentrarse en el menú, pero sus ojos seguían atisbando subrepticiamente por encima y por los lados de la carta para contemplar sus manos, su pelo, el puente de su nariz.

Ran cerró el menú inesperadamente, levantó los ojos y la descubrió mirándolo. Pandora había olvidado lo penetrantes que podían ser sus ojos y una marea de rubor anegó sus mejillas. Ran arqueó una ceja al ver su expresión.

– ¿Has elegido ya?

– ¿Elegido? -preguntó ella sin comprender.

– Que si has visto algo que te apetezca comer -explicó él con una paciencia exagerada.

– ¡Ah, sí!

Pandora miró desesperadamente el menú, pero las letras continuaban bailando ante ella. ¡Tenía que dominarse!

– Yo… bueno, tomaré pollo.

«Pollo» fue la primera palabra que pudo leer, aunque no tenía la más remota idea de cómo estaba preparado.

– ¿Te encuentras bien, Pandora? -preguntó él, después de entregarle las cartas al camarero.

– Perfectamente.

– Pareces distraída. ¿Es normal en ti?

Pandora jugueteó con la servilleta y deseó que él no fuera tan observador.

– Tengo muchas cosas en que pensar -dijo con la intención de zanjar el tema, pero él no se dio por vencido.

– ¿Qué clase de cosas?

– Bien… la exposición, para empezar. Nunca he hecho una exposición en solitario, de modo que quiero que salga bien. Sólo me quedan dos semanas para acabar de prepararla. En realidad, no me puedo permitir perder todo este tiempo.

– Tampoco puedes comprar un jarrón chino, ¿no, Pandora?

– No -dijo ella, riñéndose por haber esperado un poco de comprensión de Ran Masterson.

– ¿Dónde va a ser la exposición?

– En la galería que hay en la plaza del mercado.

– La has organizado muy deprisa, ¿no? -preguntó él, frunciendo el ceño-. Creía que no llevabas mucho tiempo aquí.

– Unas seis semanas. En un principio, la galería iba a organizar una exposición del trabajo de Celia, ella también es ceramista, pero tuvieron que irse precipitadamente a los Estados Unidos.

«Cuando salí de la escuela de arte no tenía sitio donde trabajar. Durante una temporada, estuve utilizando los talleres de varios amigos y entonces fue cuando Celia sugirió que usara su taller mientras ella y su marido estaban fuera. Era perfecto. Vivir aquí sin tener que pagar un alquiler significa que puedo concentrarme en mi trabajo. Nunca había podido permitírmelo. Cuando Celia me presentó al propietario de la galería y sugirió que yo la sustituyera… Bueno, fue demasiado increíble para ser verdad.

Ran tomó un sorbo de vino y la miró por encima de la copa. Su expresión era inescrutable.

– No arruinarás la exposición por pasar un día haciendo de mi mujer, ¿verdad?

Pandora titubeó. ¿Cómo podía decirle que no se trataba tanto del tiempo sino de la pérdida de concentración y de las horas que pasaba pensando en él?

– No -reconoció de mala gana.

– En ese caso, será mejor que nos inventemos la historia de cómo nos conocimos, por si Myra y Elaine se les ocurre preguntar -dijo él, evidentemente consideraba que la exposición era un problema menor-. ¿Has estado alguna vez en África?

A Pandora, el repentino cambio de tema la pilló desprevenida.

– He estado en Italia.

– Italia no es África, ¿no te parece?

– Bueno, es lo más cerca que he estado -refunfuñó ella, todavía picada por su falta de interés en la exposición-. De acuerdo, Wickworth tampoco es la capital mundial del arte, pero por algo se empieza.

– ¡Hum! -murmuró él, frunciendo el ceño sin levantar la vista de su copa-, ¿Y tu familia? ¿Tampoco ha estado en África nadie de tu familia?

– Papá es vicario, siempre vamos de vacaciones a Escocia. Pero, ¿por qué tenemos que habernos conocido en África, vamos a ver? ¿Por qué no les decimos la verdad?

– ¿Cuál? ¿Que os atrapé a ti y a tu perro destrozando la herencia de mi familia?

Pandora alzó la barbilla.

– Al menos no tendríamos problemas para recordar la historia, tampoco tenemos que especificar cuándo sucedió.

– Por desgracia, Myra y Elaine ya saben que sólo puedo quedarme una semana más en Kendrick Hall. La gente no se casa en cuestión de unos pocos días, ¿a que no?

– Podría haber sido amor a primera vista, ¿qué te parece?

– Podríamos, pero no, ¿eh?

Pandora recordó la primera vez que lo había visto, alto, fuerte e iracundo.

– No, claro que no -dijo sin emoción en la voz.

– De todas maneras, ya les he dicho que has estado en África conmigo. Tendremos que inventarnos algo. ¿Tienes hermanos o hermanas?

– Dos hermanos. Ben todavía está estudiando y Harry acaba de graduarse como ingeniero. Ahora trabaja en Londres.

– Harry nos vendrá bien. Para nosotros estará trabajando en África. Le diremos a Myra y Elaine que nos conocimos cuando fuiste a visitarlo.

– Pero, ¿y si me preguntan cómo es aquello? Jamás he puesto un pie en África.

– Imagino que Myra y Elaine tampoco. Tienes que haber visto documentales en televisión. Lo único que tienes que hacer es dar rodeos y no parece que tengas muchas dificultades para hacer eso.

Pandora lo miró con hostilidad.

– Muy bien, hemos estado viviendo en África y regresamos a Inglaterra cuando supimos que habías heredado Kendrick Hall.

– Y ahora estamos entusiasmados con la idea de transformarlo en una casa para recibir huéspedes americanos -acabó Ran-. La verdad es que no es una trama complicada. ¿Crees que serás capaz de recordarla?

– Estoy convencida de que no será tan fácil como tú imaginas -dijo ella sombríamente-. Seguro que acabarán preguntándome algo de lo que no tenga ni idea, como si te gustan las coles de Bruselas o qué tal te llevas con mi madre.

– No creo probable que te examinen tan exhaustivamente. Si te preguntan algo que no sabes, tendrás que improvisar.

– Bueno, también ayudaría si me contaras algo sobre ti.

Ran pareció impacientarse.

– ¿Qué quieres saber?

¿Qué pensaría si extendía el brazo y le ponía la palma de la mano en la mejilla? ¿Cómo sería saber que, si le sonreía, él le devolvería la sonrisa? ¿Llegaría alguna vez el día en que fuera capaz de olvidar el beso que le había dado?

– ¡Oh! Pues eso, cosas -dijo ella, evitando su mirada-. Cuándo es tu cumpleaños, si tienes más hermanos, si siempre has sido tan malhumorado, esa clase de cosas.

– En absoluto tengo mal humor -dijo Ran, irritado-, Al menos, hasta que vi treinta mil libras destrozarse contra el suelo.

Pandora se atragantó con el vino.

– Tendría que haber imaginado que sería culpa mía.

– Vale, de acuerdo. Hasta que heredé Kendrick Hall -concedió él a regañadientes.

El camarero les sirvió los platos. Pandora tomó el cuchillo y el tenedor, un poco mortificada.

– La mayoría de gente se sentiría feliz de heredar una mansión tan encantadora como ésa.

– ¿Para qué quieres una casa en la que no puedes vivir? Aparte de todo lo demás, es demasiado grande para un hombre solo.

Pandora se concentró en el pollo.

– Quizá algún día tengas familia.

– No -dijo él, tajante hasta rozar la grosería.

Pandora juzgó que era mejor mantener la conversación lejos del tema de la familia. ¿Por qué tenía que importarle tanto que él no quisiera tener mujer e hijos?

– Sigue siendo una casa encantadora para vivir -dijo ella pensando en el caserón que había ido modificándose desde la Edad Media-. Me parece muy romántico, puedes respirar la historia allí.

– Yo sólo respiro humedad -repuso él prosaicamente-. ¿Tienes idea de cuánto va a costar restaurarla?

– ¿No serán treinta mil libras casualmente?

Ran le lanzó una mirada asesina, pero Pandora ya estaba tomando un sorbo de vino con una cara perfectamente inocente.

– Eso solucionaría los problemas principales, pero necesita muchas obras antes de que pueda empezar a admitir gente. Quizá a ti te parezca romántica. En lo que a mí respecta, es una carga demasiado costosa. Además, tampoco significa nada para mí, hasta la semana pasada, jamás había estado en Kendrick Hall.

– ¿Es que tu tío nunca te invitó a pasar unos días?

Pandora estaba sorprendida, pero sorprendió aún más cuando él rió sin humor.

– Para mi difunto tío, mi padre era la oveja negra de la familia. Se negaba a pronunciar su nombre, ni siquiera quiso oír hablar de mí cuando estuve interno en el colegio y durante la universidad.

– Debe haber cambiado de opinión cuando te dejó la casa.

– No tenía más remedio. Está estipulado que la propiedad debe pasar al heredero masculino y Eustace no tenía hijos.

– Tú tampoco quieres tenerlos. ¿Qué pasará entonces?

La expresión de Ran cambió, se hizo completamente opaca.

– Ése no es mi problema.

– ¿Y no tienes más hermanos? -preguntó ella, sintiendo que había cometido una falta de tacto.

– No, soy hijo único.

– ¿Nunca te sentiste solo?

Pandora no concebía la vida sin hermanos con los que jugar y pelearse. Ran se encogió de hombros.

– Yo me crié en Ghana. Cuando era pequeño, jugaba con los niños de allí, de modo que no eché de menos tener hermanos. África es mi hogar, mucho más de lo que Kendrick Hall lo será nunca.

– ¿Has estado casado? -preguntó ella, haciendo acopio de valor.

– ¿A qué viene este interrogatorio? -replicó él, enfadado.

– Hemos quedado en que me ayudaría saber algo sobre ti -dijo ella, enfadándose también-. ¿Cómo voy a fingir que soy tu esposa si no conozco lo más básico? Me ha parecido que saber si has estado casado era algo primordial para una esposa.

– Lo sería si fueras a pasar el resto de tu vida conmigo, pero sólo van a ser veinticuatro horas.

– ¿Por qué eres tan reservado con eso?

– No soy reservado -negó él mientras un músculo palpitaba en su mandíbula-. Y ya que estás tan interesada, te diré que no, nunca he estado casado y me propongo seguir así. Mantengo una relación abierta y sin exigencias con una americana que también vive en Mbuzi, una relación que los dos pretendemos dejar tal y como está. Bien, ¿hay algo más que quieras saber sobre mi vida privada o podemos seguir comiendo?

– ¿Cómo se llama? -insistió ella, sin poder reprimirse.

– Cindy -contestó él con un suspiro.

¿Cindy? ¡Vaya un nombre estúpido! Pandora concentró su agresividad en el pollo. Por supuesto que a Ran le gustaba una chica así. Tenía que ser almibarada, dulce y complaciente con todo lo que él quisiera.

– ¿Cómo es? -dijo, aunque no estaba muy segura de querer saberlo.

– Es inteligente, elegante y extremadamente buena.

Obviamente, Ran la comparaba con Pandora, que no encajaba en ninguna de aquellas categorías.

– Supongo que también será bonita.

– Mucho.

– Ya.

Pandora se arrepentía de haber empezado a preguntar, pero ya era demasiado tarde.

– ¿Cómo la conociste? ¿También se metió su perro en tu casa?

– Si Cindy tuviera un perro, seguro que lo mantendría controlado -dijo él, mirándola con severidad-. La verdad es que trabaja para una de las grandes agencias de ayuda internacional. Es asombrosamente buena en su trabajo.

Pandora clavó con saña los cubiertos en el pollo.

– Si es tan maravillosa, ¿por qué no está aquí contigo?

– Ha ido de permiso a su casa en los Estados Unidos. En cualquier caso, no mantenemos esa clase de relación. Cindy tiene su carrera y sabe que a mí no me interesa el matrimonio. Nos lo pasamos bien cuando estamos juntos, pero ninguno de los dos queremos complicarnos con ataduras ni compromisos.

– Entonces, no podéis estar enamorados -dijo ella, contrariada.

Ran la miró enfadado. Parecía tan contrariado como ella.

– Lo que yo sienta por Cindy no es asunto tuyo -le espetó-. Creía que ibas a preguntarme por mi cumpleaños, no que te propusieras analizar mis relaciones.

– Vale. ¿Cuándo es tu cumpleaños? -dijo ella, jugueteando con la guarnición de su plato.

– El veintisiete de abril -dijo mientras se apresuraba a levantar una mano con expresión sarcástica-. ¡No me lo digas! Soy Leo o Géminis, o algo parecido.

– Tauro, en realidad.

– Estaba seguro de que lo sabrías -dijo él sin molestarse en ocultar su expresión burlona-. A las artistas siempre os gusta esa cháchara, ¿verdad? Supongo que ahora empezarás a analizar mi signo.

Pandora dejó caer ruidosamente el tenedor.

– No lo necesito. Ya sé que no somos compatibles.

Se miraron furiosos. Ran tenía un aspecto imponente y Pandora tomó un sorbo desafiante de su copa. Tenía los ojos de un violeta intenso y la barbilla alzada en un ángulo orgulloso. El silencio tenso se rompió cuando una voz indecisa pronunció su nombre.

– ¿Pandora?

Absorta en el enfrentamiento con Ran, Pandora miró al recién llegado sin comprender. De repente, su frente se aclaró al reconocerlo. El permanecía junto a la mesa y tampoco parecía muy convencido de que se tratara de ella. Era alto y rubio, con un aire cortés y nobiliario.

– Hola, Quentin.

– ¡Eres tú! -exclamó el recién llegado con descarada admiración-. Por un momento lo he dudado. ¡Estás fabulosa!

Con el rabillo del ojo, vio que Ran fruncía el ceño mientras ella le dedicaba una sonrisa tan resplandeciente que Quentin parpadeó.

– Muchas gracias.

A Pandora no le sorprendía que le hubiera costado trabajo reconocerla. La única vez que se habían visto fue cuando Celia la llevó a la galería para presentarles y entonces Pandora llevaba los vaqueros rotos y la camiseta que usaba para trabajar. Quentin no se había mostrado muy feliz, pero la persuasión de Celia y las muestras de sus trabajos habían acabado convenciéndole de que le diera una oportunidad. Ahora la miraba como si el patito feo se hubiera transformado en cisne y, pensando que a Ran no le haría daño comprobar que no sentía en absoluto celos de la perfección de Cindy, Pandora levantó la mejilla para que Quentin la besara.

Algo a lo que él accedió con un placer evidente mientras que Ran observaba la escena con una expresión pétrea.

– ¿Cómo van las cosas? -preguntó el galerista con mucho más interés que el primer día-. ¿Te va a dar tiempo a tenerlo todo listo para la exposición?

– Eso espero. Ahora estoy ocupada con un par de problemillas. Pero no te preocupes, no es nada importante.

Aquel músculo delator en la mandíbula de Ran no dejaba de palpitar.

– ¿Es que no vas a presentarnos, «cariño»? -les interrumpió él con voz áspera.

Pandora sintió ganas de asesinarle. Por nada del mundo quería presentarles, pero ya no tenía otra alternativa.

– Quentin Moss, Ran Masterson -dijo de mala gana-. Quentin es el propietario de la galería que va a presentar mi exposición.

Los dos hombres se dieron la mano sin entusiasmo, mirándose como perros a punto de enzarzarse. Era evidente que Quentin se había dado cuenta del «cariño» y de la subsecuente mirada furibunda de Pandora, porque se volvió hacia ella casi enseguida.

– Tenemos que comer un día juntos -dijo con una voz cálida y acariciante-. Casi no nos hemos visto y le prometí a Celia que cuidaría de ti. ¿Por qué no pasas a verme la semana que viene? Podemos discutir los detalles de la exposición y luego ir a un restaurante pequeño que yo conozco.

– Vas a estar muy ocupada la semana que viene, ¿no es así, Pandora? -intervino Ran con una mirada de advertencia.

Pandora pensó en Cindy.

– Seguro que podré hacer un hueco para ver a Quentin -dijo devolviéndole una mirada empecinada antes de volverse al galerista con una sonrisa-. ¿Qué te parece el lunes?

– Fabuloso -dijo Quentin, inclinándose para besarla otra vez con una mirada de triunfo hacia Ran-. Te estaré esperando.

Pandora le sonrió con todo el encanto de que fue capaz, sin quitarle ojo a la expresión de Ran. Se sentía estimulada. Si hubiera sabido que un vestido podía tener aquel efecto, se lo habría puesto antes. Ran abrió la boca para dar su opinión, pero volvió a cerrarla al ver que el camarero se acercaba para retirar los platos.

La frustración no mejoró su humor.

– Seguro que podré hacer un hueco para ver a Quentin -dijo imitándola despiadadamente en cuanto se alejó el camarero.

Pandora abrió los ojos sorprendida.

– ¿Hay algún problema? -preguntó con voz dulce.

– Puede que tú hayas olvidado las treinta mil libras que me debes, pero yo no -dijo entre dientes-. ¡Se supone que la semana que viene tienes que ser mi esposa!

– ¡Sólo veinticuatro horas! No entiendo qué te puede importar lo que haga el resto de la semana.

– ¿Y qué pasará si las directoras deciden presentarse aquí el lunes? ¿Cómo vas a hacer un hueco para el chico guapo entonces?

– No creo que tenga dificultad para quedar con él cualquier otro día -dijo ella furiosa-. ¿A ti qué te importan mis asuntos? Creía que sólo querías volver junto a tu preciosa Cindy.

– No podré hacerlo si no representas tu papel convincentemente la semana que viene. Y tendrás que hacerlo mucho mejor que hoy si quieres que se crean que eres mi esposa y no una artista zalamera.

– No me había dado cuenta de que había empezado la representación.

– Teniendo en cuenta que llevas un vestido que he comprado yo y que estás en un restaurante que pago yo, creo que podrías haberlo tenido en cuenta, ¿no?

Pandora abrió el menú de postres con un gesto salvaje.

– ¿También calculas lo que te gastas con Cindy o eso no forma parte de vuestra relación abierta?

– No metas a Cindy en esto.

– Lo haré si tú dejas en paz a Quentin.

– ¿Por qué te importa tanto de repente ese tipo? Ni siquiera te habría prestado atención si no llevaras ese traje.

– Eso no puedes saberlo -dijo ella, cerrando el menú con un chasquido-. Sólo porque a ti no te interese, no quiere decir que no le guste a otros.

– No, si lo que más me sorprende es que él pueda interesarte a ti -se burló él-. ¿De verdad te has dejado impresionar por ese larguirucho remilgado? -murmuró él en voz baja cuando el camarero volvió a aparecer-. No querrás postre, ¿o sí?

– Tomaré pastel de trufa, por favor -dijo Pandora, aunque acababa de decidir que no le apetecía nada más.

Dedicó una sonrisa deslumbrante al camarero y esperó a que anotara el café de Ran antes de volver al ataque.

– ¡Y Quentin no es remilgado! Es un hombre de mundo, pero no espero que reconozcas la sofisticación aunque la tengas delante de las narices. También es encantador, culto, considerado, al contrario de cierta gente que no quiero mencionar.

– ¿Cultura y consideración? ¿Es eso lo que le pides a un hombre?

– ¡Desde luego, es mucho más de lo que pide Cindy!

– Cindy tiene demasiado sentido común como para perder el tiempo soñando con la clase de hombre que se te escurre entre los dedos cuando tratas de levantarlo. Ya sé que no me había hecho ilusiones de que tuvieras tanto sentido como ella, pero podías haber demostrado un poco más.

A Pandora le costó trabajo mantener la sonrisa.

– Bueno, los artistas tenemos que apoyarnos entre nosotros, ¿no? Y otra cosa, te agradecería que no me volvieras a llamar cariño.

– Pues yo creo que lo menos que me debes son unos cuantos «cariños» -dijo él, visiblemente irritado.

– Homer sólo rompió un jarrón. Puedes llamarme cariño en Kendrick Hall cuando lleguen las americanas. Es lo único que he aceptado y sobra con eso. Tú volverás a África, pero yo tengo que pasar el resto del año aquí. ¿Cómo voy a explicárselo a Quentin?

– Dile que soy un amante celoso.

El corazón de Pandora acababa de tranquilizarse. La mera idea de que Ran fuera su amante, volvió a desbocarlo otra vez. Se arrepintió de tener una imaginación tan vivida. Ran la estrechaba despacio entre sus brazos y le bajaba la cremallera del traje. Ran le sonreía mientras sus manos acariciaban todo su cuerpo…

– ¿Y qué se supone que tengo que decirle cuando te hayas ido? -preguntó ella con voz aguda.

– Puedes decirle que te he dejado.

– ¡Muchas gracias! ¡Seguro que le impresiona!

– Si de verdad le importas, se alegrará de tenerte para él solo y no hará caso de nada más -dijo él con indiferencia, ante lo que Pandora se sumió en un silencio hosco.

Después de haberse empeñado en tomar postre, tuvo que hacer un esfuerzo para engullir el pastel de chocolate mientras que Ran removía su café de mal humor. Se dijo a sí misma que debía alegrarse de haber descubierto el cerdo egoísta, arrogante e irracional que era en realidad. Era mucho más fácil enfrentarse a él que recordar cómo la había besado y cómo se transformaba su cara cuando sonreía. Deseó poder borrar de su mente aquella imagen de él estrechándola entre sus brazos. La acechaba desde lo más profundo a pesar de todos sus esfuerzos por recordar lo desagradable que era.

Pandora apartó el plato y se arriesgó a mirarlo con la esperanza de que hubiera vuelto a convertirse en un extraño inofensivo. Por supuesto, lo habría sido si hubiera seguido removiendo el café. Las miradas colisionaron antes de que los dos se apresuraran a apartarlas. Sólo había sido un segundo, pero fue suficiente para cambiar la atmósfera de hosco antagonismo por un nuevo silencio tenso que era menos identificable e infinitamente más incómodo.

No, no había nada inofensivo en Ran Masterson.

Volvieron a casa sin romper aquel silencio. Pandora miraba por la ventanilla, convencida de que era más fácil discutir y tratando de no mirar la maestría con que aquellas manos manejaban el volante, las mismas manos que había imaginado recorriendo su cuerpo, quitándole el vestido…

¡Basta! Era el silencio lo que la sacaba de quicio, nada más. Pandora se movió incómoda en su asiento y desesperadamente buscó algo que decir.

– ¿Tengo que hacer algo más antes de que lleguen las americanas? -graznó con una voz que no parecía la suya.

– Puedes ir pensando en lo que vas a hacer de cenar -contestó él sin apartar los ojos de la carretera-. En cuanto tenga noticias suyas, te diré cuándo vienen y te llevaré a comprar todo lo que necesites.

– Puedo ir sola, sé conducir.

– Eres tú la que no deja de repetir lo ocupada que estás. Seguro que acabaremos antes si te acompaño. Por lo menos, no te sentirás tentada a perder el tiempo con una visita a la galería de arte.

– Como tú quieras -dijo ella, cruzando los brazos sobre el pecho.

Ran la dejó en la entrada del establo y ni siquiera se molestó en apagar el motor mientras ella bajaba del coche.

– Dejaré que planees el menú -dijo él cínicamente, antes de seguir por la avenida hacia la mansión.

Pandora se lo quedó mirando llena de resentimiento.