142753.fb2 Esposa por un d?a - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 7

Esposa por un d?a - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 7

Capítulo 6

El campanazo ensordecedor cayó sobre ellos como un cubo de agua fría. Ran dejó que Pandora mantuviera el equilibrio como pudiera. Homer entró en un frenesí de ladridos y salió disparado hacia la puerta.

– Salvada por la campana -dijo él con voz ahogada-. Deben ser Myra y Elaine.

Pandora se alisó la falda con manos temblorosas.

– ¿No sería mejor que fueras a abrirles?

– Iremos los dos juntos.

Pandora se dio cuenta con rencor de que a él no le costaba ningún esfuerzo recuperar su respiración normal mientras que ella seguía jadeando. Ran le sacudió un poco de harina del pelo.

– ¿No podías haberte arreglado un poco?

– No he tenido tiempo -dijo ella apartándose-. No puedes tener una cocinera, una asistenta y una esposa elegante todas en una.

Ran la miró con ojos críticos. Nadie habría dicho que un momento antes estaba subiéndole la falda, acariciándola con todo su cuerpo, besándola.

– Todavía estás un poco acalorada.

– ¿Y de quién es la culpa ahora?

Pandora trató de arreglarse el pelo, pero le temblaban tanto las manos que sólo consiguió empeorar las cosas. Por encima de sus cabezas, la campana volvió a sonar.

– Tendrá que servir así. Vamos allá. ¿Estás lista?

¿Cómo podía estarlo cuando todavía le palpitaban los labios, cuando su cuerpo todavía hervía con un deseo incontrolable y vergonzoso?

– Perfectamente -mintió.

Ran no le había advertido del contraste cómico que existía entre las dos directivas. Elaine era alta y delgada, con el pelo corto y de punta. Myra era baja y regordeta con el pelo rizado, pero las dos vestían con una elegancia feroz y compartían un vigor y un dinamismo que resultaba abrumador al principio. Incluso sin el efecto perturbador de los besos de Ran, Pandora se habría sentido andrajosa cuando entraron en la casa, disculpándose efusivamente por llegar tan temprano y observándola sin disimular su interés. Estaba claro que eran dos mujeres inteligentes y Pandora comenzó a flaquear, convencida de que no podría engañarlas ni por un momento.

Ran se dio cuenta de la situación con el rabillo del ojo y le pasó un brazo firme por la cintura.

– Ésta es mi mujer, Pandora.

– ¡Oh, es usted tan preciosa como Ran nos dijo! -intervino Myra-. Estamos encantadas de haberla podido conocer.

Pandora pensó que era extremadamente improbable que Ran la hubiera descrito como «preciosa», pero todos esperaban que ella dijera algo.

– Siento no haber estado aquí la primera vez que vinieron. Pero, por favor. Vamos a tutearnos.

Obviamente, Ran se sintió aliviado de que ella cumpliera con su papel porque no tardó en soltarla.

– Es perfectamente comprensible -dijo Elaine en tono amistoso-. ¿Cómo está tu madre?

– Bien -dijo Pandora, sorprendida.

– Teniendo en cuenta el poco tiempo que hace de su operación -se apresuró a añadir Ran-. Le conté a Myra y a Elaine lo ansiosa que estabas por visitarla cuando volvimos de Mandibia.

Sí, era una lástima que no se lo hubiera contado a ella también. Pandora le lanzó una mirada vengativa, pero se las arregló para sonreír a las americanas.

– Eso son buenas noticias -dijo Myra-. Tenías que estar deseando ver tu nueva casa. ¿Es lo que tú esperabas?

Pandora contempló la serpiente disecada.

– Bueno, no del todo.

– ¿Qué os parece si tomamos el té? -interrumpió Ran, haciéndolas pasar al salón que daba a la terraza.

– Nos encantaría, pero somos conscientes de que llegamos antes de lo previsto, de modo que si estabais haciendo algo, por favor, continuar.

Pandora rió para sí al pensar la cara que hubieran puesto si supieran lo que habían estado haciendo. Ran la miró con una chispa de humor en sus ojos grises y Pandora adivinó sin dificultad sus pensamientos.

– No estábamos haciendo nada de importancia -dijo con una sonrisa para las mujeres y una mirada desafiante que Ran aceptó sin protestar.

– ¿Por qué no voy trayendo el té mientras que les enseñas a Myra y Elaine sus habitaciones, «cariño»?

Las dos americanas no parecieron darse cuenta de la nota sarcástica que acompañó a la última palabra. Siguieron a Pandora por la escalera de madera tallada, lanzando exclamaciones ante cualquier detalle.

– Sólo tuvimos tiempo para hacer una visita rápida la primera vez -confesó Myra-. La verdad es que estábamos deseando tener la oportunidad de explorar la casa como es debido. ¡Parece fascinante!

– Yo tampoco la conozco muy bien todavía -dijo Pandora con una sinceridad encomiable-. Estoy segura que a Ran no le importará volver a enseñárosla. No olvidéis recordárselo.

Al fin y al cabo, eran sus invitadas. Que él se encargara de hacerles los honores.

– Ran es un hombre encantador -dijo Elaine con un suspiro.

«Sólo cuando le conviene», pensó Pandora amargamente. Nunca se había molestado en mostrarse encantador con ella, desde luego. Recordó su imagen cuando le había sonreído desde el otro lado del salón. Pero aquello no contaba. La mayor parte del tiempo era un hombre detestable e irritante, todo menos encantador.

– Y es tan evidente lo enamorado que está de ti -apostilló Myra con un deje de envidia.

Pandora tropezó y tuvo que sujetarse a la barandilla para no caer rodando por las escaleras.

– Perdón, ¿cómo has dicho? -preguntó, olvidando que lo más natural era que un marido estuviera palpablemente enamorado de su mujer.

– Por supuesto -dijo Myra sin darle importancia-. Lo supimos enseguida por el modo en que nos habló de ti, ¿verdad, Elaine?

La aludida asintió con entusiasmo.

– Naturalmente, es muy reservado y británico, pero te describió con tanta exactitud que nos dimos cuenta al instante.

– ¿Ah, sí? -dijo Pandora por decir algo, incapaz de elaborar algo más elocuente.

– Y ahora que os hemos visto juntos, es obvio que hacéis una pareja perfecta.

Por lo visto, las americanas no eran tan inteligentes como parecían. Sin embargo, eran tan abiertas y amistosas que Pandora empezó a sentirse un tanto incómoda por tener que engañarlas. Abrió la puerta de la primera habitación.

– Esta habitación es para una de vosotras -dijo con la esperanza de cambiar de tema.

Pero las directivas no se dejaron distraer tan fácilmente.

– ¿Cómo os conocisteis? -preguntó Elaine una vez que hubieron declarado que la habitación era «simplemente perfecta».

Pandora se quedó completamente en blanco.

– ¿Ran y yo?

Desesperada, trató de ganar tiempo para recordar la historia. Tenía algo que ver con Harry…

– ¡En Mandibia! Nos conocimos en África -añadió más tranquila, consciente de la mirada de curiosidad de las otras mujeres-. Mi hermano estaba trabajando allí y conocí a Ran cuando fui a visitarlo.

– ¿Fue un amor a primera vista? -quiso saber Elaine a pesar de su tono tímido.

Pandora recordó la primera vez que le había visto, moreno, formidable y muy, muy enfadado. Sin previo aviso, algo se estremeció en sus entrañas y la dejó sin fuerzas.

– No -contestó como si tratara de convencerse a sí misma-. A Ran no le impresioné en absoluto. Él pensó que yo era muy tonta y a mí me pareció un hombre amargado y profundamente desagradable.

Myra se echó a reír.

– ¡A mí sí me parece amor a primera vista! De todas formas, es obvio que no tardasteis mucho en cambiar de opinión. ¿Os casasteis allí mismo?

Pandora no podía recordar si Ran había dicho algo al respecto.

– La verdad es que fue algo un poco precipitado. Una ceremonia sólo para nosotros dos.

– ¡Qué valientes! -dijo Elaine, admirada-. Por supuesto, supongo que sería más fácil en África, lejos de vuestras familias, pero aún así… Ran debe haberte robado el corazón. ¿Cómo se te declaró?

¡Vaya una manera de hacer preguntas! Pandora empezaba a sentirse acosada.

– Fue algo muy romántico -mintió con todo su aplomo.

– Desde luego. ¡Los dos solos en mitad de África! Casi puedo verlo.

Era más de lo que Pandora podía lograr. Por supuesto, había visto «Memorias de África», pero tenía un recuerdo borroso de la película.

– Sí, Ran me llevó a un safari y nos sentamos bajo las estrellas. Se había esforzado mucho en que fuera algo especial para mí -dijo, ganando confianza-. Teníamos mantel para la mesa, cubertería de plata y copas de cristal.

La idea de que Ran transportara cuidadosamente una vajilla de cristal de un lado a otro de África era tan incongruente que Pandora tuvo que morderse los labios para no echarse a reír.

Myra y Elaine intercambiaron una mirada húmeda.

– ¡Igual que en «Memorias de África»! -dijo Myra con otro suspiro.

– Bien, creo que es mejor que vaya a ver cómo va Ran con el té. Bajad cuando estéis listas.

Pandora fue deprisa a la cocina y encontró a Ran calentando los pasteles.

– ¿Conque no iban a hacer demasiadas preguntas, eh? Acaban de someterme a un interrogatorio que no tiene nada que envidiarle a los de la Gestapo.

– Espero que hayas recordado nuestra historia.

– Bueno, algo parecido. Querían saber si nos enamoramos a primera vista, pero les he contado que te parecí demasiado estúpida como para mirarme siquiera.

– ¡Qué perspicaz!

– Pero es obvio que cambiaste de opinión. Me llevaste de safari para declararte y preparaste una cena bajo las estrellas, con candelabros, cubiertos de plata y vajilla de cristal.

– ¡Qué!

– Y música romántica de fondo. Me ha parecido que era mejor que te lo dijera antes de que te preguntaran cómo te las arreglaste para mantener el champán frío.

– ¡Champán! Si te hubiera llevado a la sabana, habrías tenido que sentarse sobre un tronco y beber el té en un pote de latón.

– Sí, pero se me ha ocurrido que podía mejorar tu imagen si Myra y Elaine pensaban que tienes estilo suficiente como para impresionar a tus clientes.

– No le pasa nada malo a mi imagen. Y si lo hubiera, esa historia no serviría para nada. ¿Qué demonios te ha dado para contarles una historia así?

– Tú mismo dijiste que tendría que improvisar si me preguntaban algo que no supiera -protestó ella, mientras probaba la mermelada con el dedo.

Ran le dio un cachete en la mano.

– Me refería a que improvisaras algo razonable, no que te dejaras llevar por una fantasía. Cualquier idiota se daría cuenta de que es irreal. ¿Qué van a pensar las americanas?

– Creen que eres muy romántico bajo esa reserva típicamente británica tras la que te escudas. No me explico cómo han podido creerme. ¡No has tenido un sólo pensamiento romántico en tu vida!

– Seguramente es más fácil que pensar que me he casado con una mentirosa patológica. ¿Qué más se supone que hice, aparte del imbécil yendo por la sabana con una vajilla de cristal? No se te habrá ocurrido contarles que luché a brazo partido con leones o elefantes, ¿verdad?

– No -dijo ella, herida-. Sólo hicimos el amor apasionada y locamente bajo las estrellas y después me dijiste que jamás permitirías que me apartara de tu lado.

El tono era sarcástico, pero Pandora se arrepintió de aquellas palabras apenas las había pronunciado.

– ¿Ah, sí? -dijo él en tono irónico-. Tuve que beber demasiado champán.

¿Por qué había tenido que mencionar que habían hecho el amor? Si Ran era capaz de hacer que perdiera la cabeza cuando la besaba con furia, ¿cómo sería cuando verdaderamente hiciera el amor bajo las estrellas? Seguramente, Cindy podría decírselo.

– A Myra y Elaine les ha parecido una historia conmovedora -dijo ella, desafiante.

– Bien, en el futuro, procura que tus historias sean menos conmovedoras y más realistas, por favor.

Ran acabó de preparar la bandeja y la llevó al salón. Pandora le siguió con la bandeja de pasteles que había comprado el día anterior. Aun así, aceptó el mérito de haberlos preparado en casa sin sonrojarse.

– Eres una cocinara estupenda, Pandora.

– La verdad es que no -repuso ella-. Mi madre me enseñó a preparar pasteles de pan, pero todavía soy una principiante en la cocina. Naturalmente, seguiré un cursillo para prepararme antes de que lleguen los invitados -añadió en un arranque de inspiración.

Myra asintió satisfecha.

– Me alegro de ver que te has comprometido con el proyecto. Debo decir que es remarcable lo distinta que parece la casa con un toque femenino. Elaine y yo hemos hablando de las flores recién cortadas. ¡Son encantadoras!

– Supongo que estaréis pensando en hacer algunas reformas en la casa, ¿no, Pandora? -preguntó Elaine-. ¿Te has decidido ya por alguna decoración en especial?

– Pandora todavía no se ha organizado lo suficiente como para empezar a pensar en la decoración -intervino Ran.

Pandora, lo miró fijamente antes de volverse hacia Elaine con una amplia sonrisa.

– La verdad es que tengo demasiadas ideas.

– No me habías dicho nada -dijo Ran, fingiendo sorpresa.

– Tampoco he tenido tiempo -dijo Pandora mientras se inclinaba hacia Myra con un gesto de confidencia-. Ya te puedes imaginar, apenas hemos pasado un momento juntos desde que llegamos.

Myra adoptó una expresión comprensiva.

– Siempre hay montones de cosas que hacer cuando te mudas de casa, ¿verdad?

– Sí, tengo la impresión de que no voy a terminar nunca -dijo Pandora con un suspiro de resignación.

– Cuéntanos cómo ves Kendrick Hall en el futuro -dijo Ran con un deje irónico que, sin embargo, despertó el entusiasmo de las americanas.

– Bueno… -Pandora titubeó-. No me gusta que las casas sean demasiado formales. Ante todo, han de ser hogares en vez de meros decorados, un sitio donde los niños puedan corretear sin preocuparse si los cojines quedan desordenados ni si el perro va a tropezar con los muebles y destrozar alguna cerámica de valor incalculable.

– ¡Ah, en eso estoy de acuerdo! -dijo Elaine-. Las casas deben ser hogares, no museos. Algunas de las que visitamos son sitios hermosos, pero fríos. Nuestros clientes prefieren una atmósfera más familiar y por eso nos gusta tanto Kendrick Hall. Espero que no os parezca descortés si decimos que nos encanta su aire excéntrico. Nos parece que tiene un gran potencial -dijo dirigiéndose a Ran-. Supongo que ésa es la razón por la que nos sentimos tan aliviadas al saber que estabas casado. Ya sé que piensas acometer una reforma de envergadura, pero lo que esta casa necesita es alguien que le devuelva la vida. Tiene que parecerte un sitio distinto desde que Pandora está contigo.

Ran miró a su pretendida esposa que se acababa de manchar con mermelada y trataba de recogerla de la falda mientras se desmigajaba encima el pastel que sostenía en una mano. No había prestado atención a la última parte de la charla, pero alzó la cabeza al sentir que él la estaba mirando. Había una expresión extraña en los ojos de Ran. Pandora se sonrojó, viendo que la había vuelto a descubrir en una torpeza.

– Sí -dijo Ran, contestando a Elaine en un tono perplejo-. Desde luego.

– Será un hogar magnífico para una familia -dijo Myra-. Pandora, ¿tienes pensado cuántos niños queréis?

– Seis, por lo menos.

Ran estuvo a punto de atragantarse y se llenó la camisa de migas.

– ¡Qué desastre! -murmuró Pandora ante su mirada asesina.

– Supongo que tendréis que acostumbraros al jaleo si planeáis tener seis niños. Bien lo sé yo que tengo sólo cuatro -dijo Myra.

– A mí me gustan los niños, pero Ran prefiere las chicas, igual que yo -dijo Pandora-. ¿Verdad que sí, cariño?

Ran tenía todo el aspecto de estar aterrorizado ante la idea de enfrentarse a seis pequeñas Pandoras.

– Nunca habrá otra como tú, querida.

– ¿Ésta es la foto de la boda? -dijo Elaine, tomando el marco que había en una mesa junto a ella-. No recuerdo haberla visto en nuestra visita anterior.

– ¿Ah, sí? -dijo Ran-. Me sorprende. Fue una de las cosas que primero saqué de las maletas nada más llegar.

Pandora lo contempló admirada. Era mucho mejor mentiroso que ella. Estaba segura que las americanas no tenían la más mínima sospecha de que la había recogido del buzón aquella misma mañana.

– Es preciosa -dijo Elaine, mirando sus caras sonrientes-. Parecéis verdaderamente felices.

Myra la reclamó y asintió lentamente.

– Algunas parejas nunca consiguen parecer unidas, pero no es vuestro caso.

Pandora no se atrevió a mirar a Ran, pero podía sentir la repugnancia que le provocaba esa idea. Myra seguía con la foto.

– Parece muy reciente. No hace mucho que os habéis casado, ¿verdad?

– A veces me parece que hace unos pocos días -dijo Pandora con un suspiro.

Ran la miró y le enseñó los dientes.

– ¡Y otras parece que fuera una eternidad!

– Así es como debe ser -intervino Elaine en tono sentimental-. Pandora nos ha contado que no os caísteis bien al conoceros.

– No -dijo él bruscamente-. Pensé que era la mujer más exasperante con la que había tenido la mala suerte de tropezarme.

– Les he contado que a mí me ocurrió algo parecido, «cariño». Me pareciste el hombre más pomposo, arrogante e insufrible que había conocido en toda mi vida.

Las americanas se echaron a reír de buen humor.

– Bueno, no se puede decir de este agua no beberé.

Pandora se dio cuenta de que Ran se tragaba una réplica mordaz. En un impulso de malicia, se sentó a su lado y apoyó la cabeza sobre su hombro.

– Desde luego, Ran tuvo que arrepentirse -atacó Pandora-. ¿No es así, cariño?

– Y que lo digas -dijo él entre dientes.

Sin embargo, Ran aprovechó la primera oportunidad para sacar de allí a Pandora junto con la bandeja y discutir con ella a sus anchas.

– ¿A qué demonios estás jugando con esa comedia de la esposa boba? «Desde luego, Ran tuvo que arrepentirse» -dijo imitándola despiadadamente.

Pandora le dio a Homer el último pastel de pan y la bandeja a Ran mientras se chupaba las últimas migajas de los dedos.

– ¿No querías que me portara como una esposa?

– ¿Y no se te ha ocurrido nada mejor que llamarme cariño y mirarme con ojos de cordero degollado?

– Por lo menos lo he intentado. En cambio tú te has comportado como un verdadero déspota.

– No exageres.

– No exagero. El oso del salón habría respondido con más sentimiento que tú. ¡Menudo recién casado!

– No te habías quejado antes.

Pandora se ruborizó. Era injusto que él aprovechara para recordarle el beso precisamente cuando estaba enfadada. No quería revivir aquel deseo, la excitación oscura y peligrosa que despertaba en ella sus labios, aquel cuerpo apretándola contra sí sin piedad.

– Y no me quejo -dijo ella con toda la dignidad que pudo-. Eras tú el que querías convencerlas de que estamos casados, no yo. No tiene sentido que me esfuerce por ser afectuosa cuando tú te exasperas cada vez que me miras.

– Quizá fuera más fácil si tú no me exasperaras. Muy bien -dijo Ran, pasándose una mano por el pelo-. Volveremos a intentarlo esta noche. Si no han recelado nada, puede que lo consigamos. Con un poco de suerte, mañana a estas horas la farsa se habrá terminado. No dudo de que estás tan deseosa como yo de seguir adelante con tu propia vida.

Pandora no estaba tan segura, ni siquiera recordaba que tuviera una vida propia. Le parecía recordar que había sido feliz con Homer y su torno, pero todo parecía lejano y borroso. El mundo sólo cobraba vida cuando Ran estaba cerca. Se preguntó si volvería a verlo en blanco y negro cuando él se fuera. Decidió aferrarse a la idea de la exposición como si fuera un salvavidas.

– Sí -acabó por contestar sin ninguna convicción-. Por supuesto.

Mañana todo acabaría, podría seguir adelante con su vida y jamás volvería a saber de Ran Masterson.

Mientras Ran llevaba a las americanas a ver la casa, Pandora trató de organizar la cena. No tardó en descubrirse añadiéndole una tercera cucharada de sal a las patatas. ¡Aquello tenía que terminar! Sin embargo, cuando Ran apareció de nuevo en la cocina, parecía que hubiera caído una bomba. Pandora había tratado de espesar la salsa del pollo con harina y mantequilla y trataba desesperadamente de disolver los grumos resultantes.

Ran apareció vestido para la cena y, por una vez, su corazón traicionero no dio un vuelco al verlo. Al contrario, dio brincos dentro de su pecho como un gimnasta olímpico, haciendo piruetas descontrolado. Dejó caer la cuchara de madera, que se hundió en la salsa sin que ella se diera cuenta. Ran vestido con ropa cómoda era perturbador, pero con un traje de etiqueta era irresistible. La severidad del blanco y el negro realzaba sus rasgos austeros y le hacía parecer más imponente y atractivo que nunca. Pandora tragó saliva.

– ¿Qué te pasa? -preguntó él al ver su expresión.

– Nada -graznó ella, mientras procuraba rescatar la cuchara-. No me había dado cuenta de que la cena iba a ser tan formal. Nada más.

– Myra y Elaine están cada vez más entusiasmadas. Si nos lo proponemos, podemos conseguirlo esta misma noche. Quiero decir que procures estar elegante tú también.

– No tengo tiempo. Todavía hay mucho que hacer aquí.

– No importa que la cena se retrase un poco, lo que cuenta es que no te presentes hecha un desastre. Yo trataré de ir ordenando todo por aquí mientras las americanas se cambian. Bueno, eso si puedo.

Pandora recordaba la desilusión que se había llevado en su último cumpleaños cuando su madre le había regalado el vestido gris. Ella había pedido un saco de arcilla. Sin embargo, su madre le había advertido que nunca podía saber cuándo la iban a invitar a una cena formal. Ahora se alegraba de tener aquel vestido.

Era muy sencillo, un escote bajo que dejaba al descubierto los hombros y una falda ligera que caía flotando desde la cintura ceñida. La belleza estaba en la textura de la tela, un gris plateado que le daba lustre a su piel. Pandora se inspeccionó ante el espejo. No le gustaba su aspecto, decidió sin darse cuenta del efecto que causaba la línea de su garganta y sus hombros descubiertos. El vestido combinaba de maravilla con el pelo negro y los ojos violetas, pero ella sólo podía pensar en que nunca estaría a la altura de Cindy.

Trató de recogerse el pelo rebelde y el resultado fue que quedó un tanto torcido. Pandora lo dejó así pensando que le daba un aspecto más sofisticado. No mucho, pero sí un poco.

Los diamantes de su mano izquierda no dejaban de distraerla con su brillo. Pandora contempló los anillos y recordó cómo Ran le había acariciado la mano al ponérselos. Algo se inflamó en sus entrañas y tuvo que apartar la mirada. Se puso los pendientes de perlas de su abuela con manos temblorosas. Aquélla le parecía la noche perfecta para que una chica luciera las joyas de su abuela.

Cuando se miró de nuevo al espejo, le pareció que sus ojos delataban lo vulnerable que se sentía. Estaba hecha un manojo de nervios. Trató de imaginar lo que sucedería si alguna vez Ran volvía a sonreírle con dulzura.

– Ni lo pienses siquiera -dijo ante el espejo.

Se trataba de pagar una deuda y nada más. Iba a bajar las escaleras y a mostrarse encantadora con las invitadas. Después, subiría hasta esa misma habitación, se acostaría a dormir en el sofá y mañana todo habría acabado. Era fácil. Sonrió para sí en el espejo. Pretendía ser una sonrisa de confianza pero sólo demostraba inseguridad.

Bueno, no podía pasarse allí toda la noche. Con la mano en el picaporte, respiró hondo y volvió a repetirse que era sencillo. Abrió la puerta y bajó las escaleras.