142753.fb2 Esposa por un d?a - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

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Capítulo 7

Pandora titubeó un momento junto a la pitón que se enroscaba en su tronco al pie de las escaleras. La puerta del estudio estaba entreabierta y dentro sonaban voces. Echó a andar resueltamente, sólo para detenerse en el último momento con la excusa de arreglarse el escote. Cuando se dio cuenta de que no podía seguir demorándolo, abrió la puerta.

La luz del atardecer llenaba la habitación de un resplandor dorado. Pandora tuvo que entornar los ojos y detenerse mientras los demás se volvían a mirarla. Por un instante, nadie habló. Pandora se quedó allí, parpadeando como un búho al sol, envuelta en un resplandor áureo, con el pelo desmoronándose y las perlas bailándole en los lóbulos.

– ¿Va todo bien? -preguntó, perpleja ante aquel silencio.

Ran carraspeó.

– Nos estábamos preguntando dónde te habías metido -dijo él con voz ahogada.

– ¡Estás preciosa! -dijo Elaine con admiración-. ¿Verdad que sí. Ran?

Ran miró a Pandora.

– Sí -dijo poniéndole una copa de vino en la mano-. Mucho.

Sus dedos se rozaron, pero ella no quiso mirarlo a los ojos. Ran sólo lo decía para seguir la corriente. Sabía que el pelo se le derrumbaba sobre la cara y que debía tener un aspecto tan desastrado como de costumbre.

– Me encantan tus pendientes -dijo Myra, observándolos de cerca.

Pandora se los tocó de modo que bailaron y refulgieron.

– Eran de mi abuela.

– Es muy bonito ver que las joyas de una abuela todavía se utilizan en vez de dejarlas abandonadas en un cajón -comentó Myra.

Pandora no pudo evitar echar un vistazo fugaz a los anillos que llevaba en la mano.

– Sí, yo pienso lo mismo.

– Son poco corrientes, ¿eh? -dijo Elaine, que también se había acerado a admirarlos-. Tengo que decir, querida, que tienes un estilo muy personal.

Al otro lado del estudio, Pandora vio cómo Ran estaba a punto de atragantarse con su bebida. Nunca le habían dicho una cosa así y se quedó mirándola.

– ¿De verdad?

– ¡Ah, sí! Precisamente lo comentábamos antes. Fíjate en el vestido que llevabas cuando hemos llegado. Parecía cómodo y viejo y, no obstante, es perfecto para una casa como ésta.

– Bueno, supongo que no tiene sentido ir vestida a la última cuando hay un oso disecado en el salón -dijo Pandora sin salir de su asombro.

– ¡Justo! Pero está claro que puedes ser muy elegante cuando quieres. Como ahora, por ejemplo.

– O como la foto que hemos visto de la boda -intervino Myra-. ¡Vaya sombrero! Eso sí que es clase.

– ¿El sombrero?

Pandora se preguntó cómo demonios se habían enterado de que llevaba un sombrero. No salía con él en la foto que Ran había puesto en el salón.

– Sí, éste -dijo Myra, tomando otra fotografía enmarcada de la repisa de la chimenea.

Allí estaba, con la barbilla levantada, el rostro medio oculto por el vuelo de la pamela, arreglándoselas para parecer magnífica y desafiante al mismo tiempo. ¿Por qué tenía Ran una foto suya allí? Claro, era la clase de detalle que sólo podía ocurrírsele a él, pero aún así…

– Es curioso, siempre he pensado que Ran detestaba este sombrero.

– Y es cierto -dijo él-. Pero mientras no estabas aquí, siempre que pensaba en ti, te recordaba llevándolo.

– ¿No os parece que hace demasiado calor aquí? -dijo Pandora, notando que se ruborizaba-. ¿Por qué no sacamos las bebidas fuera?

Ran abrió las puertas y salieron a la terraza. ¡Por supuesto! Tenía que ser el sitio donde la había besado aplastándola contra el león.

– ¡Cómo me gustan estos leones! -exclamó Myra-. ¡Ah! Pensar en el tiempo que llevan aquí, todo lo que habrán visto y oído.

Con el rabillo del ojo, Pandora vio por la expresión de Ran que estaba pensando en la escena de la que habían sido testigos el día anterior. Ran lanzó una mirada intencionada al musgo que cubría el lomo de la estatua.

– A mí me parecen un poco pretenciosos.

– ¡Vaya! Después de haber vivido en África supongo que estarás acostumbrada a ver leones de verdad -comentó Elaine.

– ¡Claro, a cada momento! -improvisó Pandora, ante el evidente enfado de Ran.

– No, no a cada momento -intervino él-. Como ya os habréis dado cuenta, Pandora tiene tendencia a exagerar. La verdad es que vivimos… vivíamos en la capital, y allí tampoco se ven leones deambulando por las calles.

– Pero había cientos de ellos cuando me llevaste de safari para declararte, ¿no?

– Bueno, algunos -repuso él con una mirada de advertencia.

Encantada, Myra juntó las manos.

– ¿No tenías miedo de viajar por la jungla con tantas fieras, Pandora?

– Nunca tengo miedo cuando Ran está a mi lado -respondió ella, convertida en la viva imagen de la inocencia.

– ¡Oh, debe haber sido maravilloso!

– La verdad, ahora que estamos aquí, a veces me parece que ha sido un sueño -dijo Pandora-. Es como si nunca hubiera estado allí en realidad.

Les sonrió a las otras dos mujeres que asintieron comprensivamente. Se dio cuenta de que Ran estaba dividido entre el humor socarrón y la exasperación y, aunque la miró reprobatoriamente, acabó sonriendo. Pandora sintió que había ganado un asalto y le devolvió la sonrisa. A pesar de que no se tocaron, compartieron un instante de complicidad y buen humor.

– La luz es perfecta -dijo Elaine-. Se respira paz en este lugar.

Pandora distaba mucho de sentirse en paz cuando Myra sugirió a su compañera que hiciera una foto de la pareja.

– Quedaríais muy bien junto a león.

– Bueno, la verdad es que tengo que ir a echarle un vistazo a la cena…

– Sólo será un segundo -le prometió Elaine.

– Sé amable y ven aquí, Pandora -dijo Ran con una ironía secreta tras su sonrisa.

Pandora no tuvo más remedio que obligarse a sonreír y acudir junto a él.

– Un poco más juntos -dijo Elaine.

Con una calma absoluta, Ran le pasó un brazo por la cintura y la estrechó contra sí.

– ¿Así?

– Perfecto. Relajaos y sonreír.

Pandora no podía relajarse. Quizá fuera capaz de sonreír, pero en modo alguno podía relajarse. El cuerpo de Ran era una roca tentadora, fuerte, sólido y completamente controlado. Aterrorizada de caer en la tentación, Pandora sonrió decidida a la cámara.

Elaine disparó y la escena llegó a su fin. Ran la soltó de inmediato, no sin antes dejar que la mano se deslizara lánguidamente por su espalda. Pandora no tardó en sentirse desequilibrada sin él.

– Será mejor que vaya a ver lo que está ocurriendo en la cocina -dijo Pandora antes de salir huyendo.

Al cabo, la cena no salió tan mal como Pandora temía. La mousse de pescado no había tomado la textura adecuada, pero lo arregló en la presentación gracias a su vena de artista. En cuanto al pollo, no se parecía lo más mínimo a la receta, pero en cuanto coló la salsa, mejoró su aspecto y resultó sabroso. No obstante, la tarta de limón fue directamente a la basura y Pandora tuvo que arreglar cuatro platos con fruta fresca en su lugar.

En la mesa, Ran se comportó con perfecta urbanidad. Pandora tenía la impresión de que era un hombre que buscaba los horizontes abiertos, que daba lo mejor de sí sin las ataduras de los compromisos y los lazos familiares. Un hombre que jamás había tratado de ocultar que se iría en el momento en que dejara solucionado aquel problema. Se reprochó no acordarse de eso en vez de pasarse las horas buscando aquella sonrisa que le derretía los huesos. Sin embargo, quizá fuera mejor conformarse con eso que pensar en que aquella noche tenía que dormir en la misma habitación que él. ¿Cómo iba a dormir tranquila después de cómo la había besado, después de cómo le había sonreído en el salón? ¿Cómo iba a pegar ojo si recordaba cada vez que la había tocado?

Myra estaba entusiasmada con las vistas campestres que se dominaban desde el caserón.

– ¡Es un paisaje precioso! No teníamos ni idea. La verdad es que ninguna de nosotras habíamos estado en Northumberland. ¡Estamos deseosas de salir a explorar!

– Hoy hemos pasado en coche por Wickworth -dijo Elaine-. Parece justo el sitio que a nuestros clientes les agrada descubrir por sí mismos. Solemos facilitarles una guía de la zona cuando se inscriben. Pensamos que podíamos empezar a dar una vuelta por los alrededores y ver qué podemos encontrar.

– Viajamos tanto que apenas tenemos tiempo para visitar los distintos sitios como se merecen. Sería todo un lujo quedarse en algún sitio para variar -dijo Myra, que parecía una verdadera maestra en falta de tacto-. Me pregunto si no podrías recomendarnos algún sitio bonito donde pudiéramos alojarnos.

Ran y Pandora intercambiaron miradas, pero sabían que sólo había una respuesta.

– Podéis quedaros aquí, no faltaba más -dijo él, haciendo un esfuerzo por disimular su consternación.

– ¡Oh! No quisiéramos molestar.

– Tonterías. Estaremos encantados de teneros aquí, ¿verdad, cariño?

Si Ran había hecho un esfuerzo por disimular, Pandora realizó un acto de heroísmo.

– Naturalmente que sí.

– Sólo hay un problema -siguió Ran-. Pandora va a presentar una exposición dentro de poco, de modo que estará bastante ocupada durante los próximos días.

Y, por supuesto, Pandora tuvo que explicar que se dedicaba a la cerámica y estaba preparando una exposición en la ciudad. La velada acabó cuando Ran sugirió con tacto que dejaran la limpieza para el día siguiente. Las dos americanas continuaron insistiendo.

– Aunque digas que no es nada importante, a nosotras nos encantaría verla, si no te molesta, claro. Sería maravilloso quedarnos unos días aquí. No será ningún problema. Pasaremos el día fuera y también podemos comer por ahí, si con eso te facilitamos las cosas. No tendrás que hacer nada por nosotras.

– Sólo seguir casada -dijo Ran, cuando consiguieron despedirse de ella en el rellano de la escalera.

– Es culpa tuya -le acusó Pandora, irritada ante la idea de mantener aquella comedia otros diez días y olvidando que debían compartir la misma habitación-. ¡Tú las has invitado!

– No tenía otra salida. Las indirectas eran tan evidentes que no habría estado bien ignorarlas.

– ¡Podrías haber pensado en algo!

– ¿Como qué?

– No sé. No te costó mucho trabajo encontrar una esposa cuando la necesitaste.

– Bueno, entonces, ¿por qué no has dicho nada? Yo te hubiera apoyado, pero ya es tarde para evitarlo. Tendremos que soportarlo, sólo serán unos cuantos días.

Con toda calma, Ran se quitó la chaqueta y se sentó en la cama para desatarse los zapatos.

– ¡Serán diez días! ¿Y si luego quieren quedarse más tiempo? Quizá pasen semanas enteras. A este paso, vamos a estar casados para siempre.

– ¿No crees que estas exagerando? Es cierto que tendremos que seguir casados mientras estén aquí, pero tu madre siempre puede sufrir una recaída que te obligue a ir a verla.

– ¡No puedo desaparecer así como así! La exposición también es dentro de diez días y ya tengo demasiadas cosas que hacer.

– Podrás seguir trabajando en tu cerámica durante el día -sugirió él, irritante y razonable-. Se marcharán todos los días después de desayunar, tendrás tiempo de sobra mientras ellas estén recorriendo el país. ¡Deja de preocuparte! Todo esto sólo significa que tendrás que dormir aquí en vez de en los establos.

Pandora se dejó caer pesadamente frente al tocador y empezó a quitarse las horquillas del pelo con gestos nerviosos.

– ¡Claro, nada más! Debo continuar fingiendo que estoy enamorada de ti, compartir el dormitorio con un completo desconocido y tú me dices que no me preocupe.

– Dejaré de ser un desconocido cuando lleves un tiempo durmiendo conmigo -dijo él con un inquietante sentido del humor.

Ran puso los pies encima de la cama y se recostó en la almohada con las manos detrás de la cabeza.

– ¡No tengo intención de dormir contigo!

– La verdad es que no sé por qué te pones así. No voy a tocarte.

– Ésa no fue la impresión que me dio esta tarde.

– No te preocupes, no volverá a suceder -dijo él con sorna-. ¡Palabra de Boy Scout! A menos que tú me lo pidas, claro.

Pandora se quedó inmóvil y lo miró a través del espejo. Se daba cuenta de que se divertía con aquella situación. Parecía relajado, con la camisa abierta, mostrando el vello oscuro de su pecho. Por un momento, Pandora se imaginó cruzando la habitación y dejando que él la estrechara entre sus brazos, suplicándole que volviera a besarla.

Asustada con la nitidez de aquella escena, Pandora se levantó bruscamente.

– Yo que tú no contendría el aliento.

Sin embargo, tenía la boca seca y su voz no era tan firme como le hubiera gustado. Recogió sus cosas y fue al baño antes de que su imaginación acabara de desbocarse.

Cuando regresó, se había puesto uno de los camisones anticuados de su madrina. Daba demasiado calor, pero contaba con la ventaja de un cuello cerrado y unas mangas largas. Pandora se sentía a salvo entre sus amplios pliegues.

– ¡Muy recatada! -comentó él, divertido-. Pero ten cuidado de no ponerte delante de la luz o se volverá trasparente.

Sonrojándose, Pandora se apartó de la luz y rodeó la cama. Ran no se movió.

– ¿No me digas que has cambiado de idea respecto a compartir la cama?

– ¡De ninguna manera! -dijo ella, mientras tomaba una almohada-. Si fueras un caballero, ni siquiera lo sugerirías.

– ¡Deja de hablar como si acabaras de salir de una novela mala, Pandora! Estamos en el siglo veinte, la cama es más que suficiente para nosotros dos y no veo por qué debo pasar una noche incómoda en el sofá sólo porque tú no quieres creer que no babeo por tu cuerpo.

– Perfecto. Si es eso lo que piensas, yo dormiré en el sofá. Fin de la discusión.

Ran alzó los ojos al techo y se movió un poco para que ella pudiera sacar el edredón.

– Vas a estar muy incómoda -le advirtió.

– No tanto como lo estaría en la misma cama que tú.

Pandora volvió al sofá y se acomodó como pudo. No pasó mucho tiempo antes de que empezara a arrepentirse de la decisión que había tomado. El sofá de cuero era aún más incómodo de lo que Ran le había advertido. Hacía calor, los bultos no la dejaban dormir y, para acabar de empeorar las cosas, empezó a enredarse con los pliegues del camisón.

– ¡Por el amor de Dios! -exclamó Ran en la oscuridad-. ¿Es que no puedes estarte quieta?

– Lo que no puedo es ponerme cómoda -dijo ella mientras golpeaba la almohada.

– Si dejaras de hacerte la mártir y te metieras en la cama, no tardarías en estarlo.

– No, muchas gracias -replicó ella con voz helada.

– Bien, en ese caso, ¿quieres hacer el favor de no armar jaleo para que al menos uno de nosotros pueda dormir un poco?

Pandora juró que no iba a moverse. Se quedó mirando al techo, tratando de ignorar el bulto que se le clavaba en el hombro, pero no sirvió para nada. Cuando no pudo soportarlo más, giró con cuidado sobre sí misma, pero el sofá no tardó en crujir como si se hubiera puesto a dar saltos encima. Contuvo el aliento, ningún sonido llegó desde la cama.

Tampoco tardó en descubrir que resbalaba hacia fuera. La única vez que se quedó dormida apareció en el suelo, enredada con el camisón.

Sonó un chasquido y se encendió la luz. Sin decir una palabra. Ran se levantó, la tomó en brazos y la llevó a la cama sin ceremonias.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella casi sin aliento tanto por el contacto con su pecho desnudo como por la caída.

– Estoy tratando de dormir -dijo él, tirándole encima la almohada-. Y ya que ninguno de los dos va a conseguirlo mientras sigas con el concierto de sofá, te sugiero que te tragues tu orgullo y aceptes dormir en la cama. No me importa que duermas encima de la sábana o que hagas una barrera con las almohadas, pero, ¡por Dios! Deja de moverte.

Pandora se quedó rígida mientras él volvía a acostarse y apagaba la luz. Cuando Ran le dio la espalda, empezó a relajarse.

Ran tenía razón. Había espacio de sobra para los dos. No lo tocaba, pero era muy consciente del cuerpo cálido que yacía a pocos centímetros de ella. La luz de la luna caía sobre la cama a través de la ventana abierta. Ran quedaba en la sombra, pero Pandora podía ver el movimiento de sus músculos cuándo se agitaba en el sueño. Se había abrazado a él por instinto cuando la había levantado del suelo. Todavía podía sentir aquellos músculos firmes bajos sus manos.

Deseó quitarse el camisón y quedarse como él, dejando que la brisa de la noche la refrescara. Daba igual, no conseguía apartar de su mente las imágenes de sus besos, de sus caricias salvajes. Habría sido mejor que se hubiera quedado en el sofá. Sabía que iba a suceder esto. A ese paso, no iba a pegar ojo hasta que Myra y Elaine se marcharan.

Sin embargo, poco a poco, el sonido de la respiración regular de Ran empezó a tranquilizar sus nervios alterados y comenzó a dormirse.

La luz del amanecer la despertó. Parpadeó un momento, sintiéndose invadida por una desacostumbrada sensación de bienestar. Sólo entonces se dio cuenta de que había un peso extraño sobre su cuerpo. Al levantar la cabeza descubrió que era el brazo de Ran. Estaba tumbado de cara a ella, la expresión alerta de su rostro relajada durante el sueño.

Era muy temprano. Fuera, sólo los pájaros estaban despiertos, gorjeando y trinando en los árboles. Apoyó su mano en el brazo que descansaba sobre su cuerpo y saboreó la fuerza compacta de aquellos músculos, trazando círculos con la yema del pulgar sobre el vello oscuro que los cubría.

Para Pandora, a mitad de camino entre el sueño y el despertar, era perfectamente natural estar acostada junto a él, sentir su aliento sobre la piel. En algún lugar de su cerebro una voz la apremiaba a levantarse, pero tenía demasiado sueño y estaba demasiado cómoda para hacerle caso, de modo que cerró los ojos y se volvió instintivamente hacia la seguridad que le ofrecía el cuerpo de Ran.

Cuando volvió a despertarse, él había desaparecido. Pandora se desperezo y entonces se sobresaltó al darse cuenta de dónde estaba. Recordó haber caído del sofá y la exasperación de Ran cuando la había recogido del suelo. Recordaba haber sentido su pecho desnudo, el modo en que la había dejado caer sobre la cama, pero…

¿no había sido en el otro lado? ¿Qué estaba haciendo ella en el lado de Ran?

Pandora se sentó y se apartó el pelo de la cara. Extendió las manos sobre la sábana, como si así pudiera averiguar si había pasado toda la noche allí o sólo se había movido cuando Ran se había levantado. Esperaba que fuera lo último. Recordaba vagamente haber dormido junto a él, pero se apresuró a suprimir aquel pensamiento. Tenía que haber sido un sueño. Si se hubiera despertado con un brazo de Ran encima de ella se habría apartado de inmediato. ¿O no?

Le encontró preparando café en la cocina, gruñéndole a Homer que no dejaba de enredarse entre sus piernas. Pandora se sentía avergonzada de volver a verlo, pero nada en su actitud daba a entender que hubieran pasado la noche juntos.

– ¡Menos mal! -dijo él cuando reparó en su presencia-. Ya creía que ibas a pasarte todo el día durmiendo.

– ¡Sólo son las siete y media!

Homer se lanzó a saludarla con entusiasmo y Pandora se agachó para acariciar su cabeza hirsuta. Era demasiado temprano como para empezar a discutir.

– ¿A qué hora te has levantado?

Ran llevaba unos pantalones grises y una camisa blanca de manga corta. Parecía completamente despierto y activo, como si llevara horas de un lado para otro.

– A las seis. Tú estabas inconsciente, de modo que has podido sobrevivir al trauma de tener que compartir la cama conmigo. Desde luego, cuando me he levantado, estabas a tus anchas.

Pandora quería preguntarle si había dormido abrazada a él, pero no tuvo valor. Había una luz inquietante en aquellos ojos grises y quizá fuera mejor no saberlo.

– No puedo decir que me haya sentido a mis anchas al despertarme -dijo ella.

– Para cuando Myra y Elaine se vayan, ya te habrás acostumbrado -dijo él sin mostrar la menor compasión-. Hasta entonces, ¿no crees que podríamos acostarnos con un poco menos de alboroto?

Durante el desayuno, las americanas anunciaron que pensaban ir a Bamburgh y que no volverían hasta la noche.

– Comeremos fuera. Por favor, no te molestes en hacer la cena para nosotras.

– De todas maneras, querrán tomar algo -dijo Pandora, mientras se despedía de ellas-. Tendremos que ir a comprar otra vez.

– Tú ponte a trabajar con el torno -dijo él-. Yo me ocuparé de eso.

Pandora lo miró sorprendida.

– ¿No quieres que prepare cena para esta noche?

– Creía que estabas desesperada por seguir montando tu exposición.

– Sí, bueno. Creí que ibas a recordarme el precio del jarrón si no insistía un poco. Esperaba que los próximos diez días también formaran parte del pago de la deuda.

– Acordamos que me ayudarías a convencer a Myra y Elaine de que eras mi esposa y espero que cumplas con tu parte. Dado que tienes que preparar una exposición, no me parece justo que también tengas que encargarte de cocinar.

– ¡Oh! Muchas gracias. ¿Significa que vas a encargarte tú de la cocina?

– No, Pandora. Una mujer de la ciudad ha estado viniendo tres veces por semana para ayudarme. Le pediré que venga todos los días a hacer la limpieza y preparar de comer. No quería que Myra y Elaine la vieran, pero como ya les hemos habado de tu exposición, espero que lo comprenderán.

– ¿Qué le vas a decir respecto a nosotros?

– La verdad. Es una mujer muy discreta y lo más probable es que no tenga ocasión de cruzarse con nuestras amigas americanas.

– Suena perfecto. ¿No te importa pagarle cuando podrías conseguir que yo hiciera el mismo trabajo gratis?

A Ran la idea la pareció divertida.

– Cualquiera diría que quieres continuar como sirvienta.

– No es eso -dijo ella-. Creo que me siento un poco culpable.

– Pues no te sientas. Nancy es una cocinera excelente y necesita el trabajo. Tú ya has cumplido con tu parte del trato en lo que se refiere a cocinar y yo no deseo que me acusen de haber puesto en peligro la carrera de una futura artista. Además, vas a tener bastante trabajo tratando de parecer una esposa enamorada. O sea que, si te sientes culpable, piensa en eso.