142753.fb2 Esposa por un d?a - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

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Capítulo 8

El estudio estaba muy silencioso. Pandora se sentó en el taburete y pasó un dedo por el borde del torno. Tenía la sensación de haber estado fuera años y se sentía segura al volver y comprobar que todo seguía tal como lo había dejado.

Incapaz de sosegarse, anduvo por la habitación contemplando las piezas que había terminado, capaz por última vez de contemplarlas con ojo crítico. Decidió que eran buenas, las mejores que había logrado. ¿Por qué no se sentía ilusionada con ellas?

Ran se había llevado a Homer mientras iba a hablar con Nancy.

– Ya es hora de que este perro aprenda un poco de disciplina. Conmigo va a saber lo que significa obedecer.

Quizá fuera su ausencia lo que hacía que el estudio pareciera tan vacío. Pandora suspiró. Un estudio vacío, paz y silencio, sin tener que preocuparse por Homer ni por lo que podía estar haciendo… ¿Qué más podía pedir? Tendría que estar aprovechando el tiempo en vez de pensar sombríamente en un hombre y un perro.

Los cacharros en los anaqueles habían adquirido la textura del cuero, la ideal para darles la vuelta. Uno a uno, Pandora los fue poniendo en el torno y quitándoles la arcilla sobrante con una espátula. Una vez tomó ritmo, fue fácil.

De vez en cuando pensaba en la senda que llevaba de la mansión al pueblo. Ran debía estar recorriéndola con Homer, un hombre controlado y seguro de sí mismo y un perro un poco desgarbado y descoordinado. Pandora sonrió a imaginarlos juntos. Sin embargo, cuando descubrió que llevaba sonriéndole más de una hora a la misma pieza, se apresuró a volver al trabajo. Perdió la noción del tiempo y, cuando Homer entró como una tromba en el taller, se sorprendió al descubrir que era la una y media.

– ¡Hola, chico! -dijo ella, sonriendo al ver sus saludos entusiastas-. ¿Qué has estado haciendo con Ran?

– Distrayéndome sin parar, eso ha hecho -dijo Ran, apareciendo en la puerta.

Pandora estaba sonriendo cuando levantó la vista. Como siempre que lo veía, el corazón le dio un vuelco y la sonrisa tembló imperceptiblemente, sin embargo se las arregló para que su voz sonara firme.

– ¡Ay, Dios! ¿Es que has sido malo?

– ¿Malo? Poseído por el demonio, querrás decir. He tratado de enseñarle algunas órdenes elementales.

Aunque Ran trató de permanecer en actitud severa, acabó sacudiendo la cabeza y agachándose para palmear la barriga del animal.

– ¡Es un caso sin solución!

Pandora contempló cómo las caricias de aquella mano llevaban al perro hasta el éxtasis. Pensó que Homer era un perro con suerte y se apresuró a apartar la vista.

– Espero que no te haya causado demasiadas molestias. ¿Quieres que se quede conmigo?

– No, a menos que te apetezca especialmente y, la verdad, me costaría creerlo. Es peor que tú para destrozar la concentración de cualquiera.

Ran se levantó y fue a traer un plato que había dejado sobre la mesa al entrar.

– Sólo venía a traerte algo de comer. He pensado que, ya que estás trabajando, te gustaría comer un sándwich.

– ¡Oh!

Aunque era ridículo, a Pandora no se le ocurría nada que decir. Aceptó el plato como si contuviera las joyas de la corona, emocionada de que él se hubiera tomado la molestia de llevarle un tentempié.

– Quizá sea mi manera de decir que siento que tengas que seguir fingiéndote mi esposa -dijo en tono hosco-. Ya sé que no te gusta esta situación.

– No es tan mala -murmuró ella, mirando al suelo.

– Tomémosla lo mejor que podamos, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

Se hizo el silencio. Una extraña sensación empezó a revolotear en el estómago de Pandora mientras se habría camino hacia fuera. Al final, fue Ran el que lo rompió.

– Bueno, será mejor que te dejemos trabajar. Vamos, Homer.

Homer que había permanecido patas arriba esperando con ilusión que le siguieran rascando la barriga, se puso en pie de un salto y le siguió a la puerta.

– Ran -llamó ella antes de que desapareciera.

– ¿Sí?

– Yo…

¿De qué manera podía decirle cómo se sentía? Ya ni siquiera se conocía a sí misma.

– Gracias por el sándwich.

Fue todo lo que pudo articular, pero Ran le dedicó una de aquellas sonrisas que le derretían los huesos.

– Luego nos vemos -dijo él al salir.

Pandora se lavó las manos y se sentó a comer. El emparedado era de jamón y salsa picante, su preferido.

¿Cómo había podido adivinarlo? Además, Ran se había disculpado por aquella situación.

Pandora se preguntó si de verdad no le gustaba. La respuesta le dejó seca la garganta y abandonó el sándwich en el plato. Se había estado engañando desde el principio. No le molestaba estar con Ran en absoluto, todo lo contrario. Lo quería.

– ¡Ay, Dios mío! -se quejó en voz alta.

¿Cómo había podido enamorarse de Ran Masterson? No tenían absolutamente nada en común. Además, él ya estaba con Cindy. Se iría de Inglaterra en cuanto pudiera. Aquéllas eran tres buenas razones para no cometer la estupidez de enamorarse de él. Pero ya era demasiado tarde, lo había sido desde la primera vez que la había tocado.

¿Qué iba a hacer ahora? No tenía sentido pensar que Ran había cambiado sólo por haberle llevado un sándwich y sonreírle. Ran nunca había mantenido en secreto cuáles eran sus prioridades. Lo mejor que podía hacer era aguantar aquellos diez días como pudiera sin que él llegara a sospechar lo que sentía. No iba a ser fácil, pero podía intentarlo.

Sin querer volver a verlo hasta estar segura de que él no podría leer la verdad en sus ojos, Pandora pasó todo el día en el taller. Trató de convencerse de que aquello no era más que un capricho pasajero y que podría olvidarle en cuanto volviera a África. No obstante, el corazón le decía que no era verdad. Ahí lo tenía, aquello sí era amor. Su mala suerte había querido que tuviera que enamorarse de un hombre que jamás podría corresponderle.

El corazón se le encogió y se llevó las manos a los ojos para contener las lágrimas. ¡Llorar no servía de nada! Y no, no iba a llorar.

Estaba inclinada sobre una tetera con un gesto de concentración feroz, cuando Myra y Elaine la encontraron.

– ¿Aún sigues trabajando? ¡Pero si tienes que estar rendida! Ran nos ha dicho que llevas todo el día metida aquí.

Pandora dejó la tetera y se obligó a sonreír. Si alguna vez había necesitado talento para la interpretación fue entonces.

– He adelantado mucho.

– ¿Podemos ver lo que haces? ¡Pero esto es maravilloso! -dijo Elaine, admirando un plato-. Debe ser estupendo poder vivir en un lugar así y poseer tu talento. Eres muy afortunada.

Pandora sabía que seguiría teniendo el sitio y el talento cuando Ran se marchara, pero se preguntó si le servirían de algo. No obstante, se recordó que, a pesar de todo, seguía teniendo más que la mayoría de la gente.

– Sí, la verdad es que sí.

Se empeñó en mostrarse alegre durante toda la velada. Una o dos veces descubrió a Ran mirándola con curiosidad, pero no dijo nada. Por suerte, Myra y Elaine estaban deseosas de relatar sus experiencias y fueron ellas quienes llevaron el peso de la conversación. La peor parte fue irse a la cama. Era la primera vez que Ran y ella se quedaban solos aquella noche. Pandora sabía que si él la rozaba, las defensas que había levantado con tanto esfuerzo se convertirían en polvo.

Sin embargo, con un aire de hombre de negocios, Ran le dio la espalda en cuanto se metieron en la cama. Tendría que haberse sentido agradecida, pero su evidente falta de interés le destrozó el corazón. Contempló su espalda en la oscuridad aunque ardía en deseos de extender la mano y tocarlo, de que se diera la vuelta, sonriera y la tomara entre sus brazos. No obstante, ella también se giró de espaldas para que no se diera cuenta si empezaba a llorar.

Al día siguiente, Pandora se refugió en la seguridad de su taller. Estaba revisando las piezas terminadas cuando oyó la puerta de un coche en el patio y unos pasos que se aproximaban. Pensó que era Ran que volvía a llevarle la comida.

Pero no se trataba de él, sino de Quentin. Pandora tuvo que tragarse su frustración para poder saludarle.

– Se me ha ocurrido pasarme por aquí para ver cómo marcha esto -dijo él, besándola con demasiado ardor en ambas mejillas-. ¿Qué tal estás?

Recordando cómo le había animado deliberadamente para provocar a Ran, Pandora se sintió avergonzada.

– Bien.

Durante un rato, Quentin contempló sus trabajos.

– Eres una chica lista. ¡Son unas piezas fantásticas! ¿Qué te parece si me llevo a la galería las que estén acabadas? Así iremos adelantando trabajo.

Entre los dos cargaron varias bandejas en el coche. Sin embargo, Quentin rechazó todos sus intentos de darle las gracias.

– Cualquier cosa que pueda hacer por ti es un placer, Pandora -dijo acercándose más a ella-. Lo sabes, ¿no es así?

El corazón de Pandora se le cayó a los pies.

– Eres muy amable -dijo con voz débil.

– No quiero tu gratitud -afirmó él, mientras le tomaba las manos y la miraba a los ojos-. Fue maravilloso comer contigo el otro día. ¿Cuándo vamos a repetirlo?

Pandora se echó la culpa por haber coqueteado con él delante de Ran. Iba atener que decirle que había sido un tremendo error.

– Quentin, yo…

– ¿Interrumpo algo?

La voz fue como el restallido de un látigo de acero. Pandora se apresuró a apartar las manos de las de Quentin y se ruborizó. Ran estaba en la puerta del patio y los miraba con una expresión asesina. Tenía un plato de emparedados en la mano, pero estaba claro que hubiera preferido que fuera una espada para poder atravesar a Quentin allí mismo.

El galerista también se enfadó.

– En realidad, sosteníamos una conversación privada.

– Sí, demasiado privada me parecía a mí.

– No veo por qué tiene que ser asunto tuyo -empezó Quentin y entonces, dio un paso atrás al ver la amenaza en los ojos de Ran.

– Lo es cuando sostienes una conversación privada con mi esposa.

– ¡Tu esposa! -exclamó Quentin, volviéndose hacia ella-. Yo creí que estabas soltera.

– Yo…

– Pandora y yo hemos tenido algunos problemas -dijo Ran en un tono gélido-. Vino aquí para comenzar los trámites del divorcio, pero hemos decidido hacer las paces, ¿no? -dijo mirando a Pandora, quien empezaba a sentirse acosada.

– Algo parecido -confirmó ella.

– Comprendo -dijo Quentin rígidamente-. En ese caso, siento haber mal interpretado la situación.

– Ha sido culpa mía -dijo ella avergonzada mientras Ran la miraba furioso-. ¿Va a… afectar este incidente a la exposición?

– Por supuesto que no. La exposición va a ser un éxito.

Quentin lanzó una mirada de disgusto a Ran y se volvió hacia ella. Era evidente que pensaba que aún había esperanzas. Con un marido tan violento como aquél, ella podía cambiar de opinión en cualquier momento.

– Si hay algo que pueda hacer por ti, lo que sea, ya sabes dónde encontrarme.

– Gracias.

Pandora se sentía terriblemente mal, pero estaba deseando que Quentin se fuera antes de que la situación se hiciera peligrosa.

– Llevaré el resto de las piezas en cuanto pueda.

– Te estaré esperando -dijo Quentin provocativamente-. Eres un hombre afortunado -le dijo a Ran por la ventanilla del coche.

– Lo sé -respondió él fríamente.

Ran puso un brazo posesivo al rededor de Pandora mientras que el galerista salía del patio. En cuanto se perdió de vista, Pandora se apartó de él.

– ¡No tenías derecho a decirle a Quentin que estamos casados!

– Alguna vez tenía que enterarse. Myra y Elaine van a asistir a la exposición. ¿Quién sabe con quién pueden hablar allí? No voy a dejar que todo se vaya al traste en el último minuto sólo por tu relación con Quentin. A propósito, ¿qué quería? ¿O prefieres que lo adivine?

– Ha venido para hablar de la exposición -dijo ella apretando los dientes.

– ¿No me digas? ¿Y para eso tenía que tomarte de las manos? Siento haber interrumpido vuestra pequeña conferencia, pero puedes consolarte con esto.

Le puso en las manos el plato de emparedados y, sin más, giró sobre sus talones y se alejó a paso vivo.

Después de aquello, no volvió a llevarle la comida. Los cuatro días que siguieron fueron tensos y deprimentes. Ran y Pandora se comunicaban con monosílabos cuando estaban solos, pero sonreían encantadores cuando las americanas estaban presentes.

Pandora procuraba pasar todo el tiempo que podía en el taller. Estaba furiosa consigo misma por haberse enamorado de un hombre así. Ran no la quería para él, pero tampoco estaba dispuesto a que ella tratara de rehacer su vida. Era como el perro del hortelano.

Ni siquiera tenía hambre, pero se había impuesto la obligación de volver todos los días a Kendrick Hall y prepararse un sándwich en la cocina sólo para que Ran viera que no había perdido el apetito. El quinto día, Pan dora estaba cruzando el salón, cuando sonó el teléfono en el estudio. Nancy le había dicho que Ran había salido, de modo que contestó aun a sabiendas de que era Cindy.

No se equivocó.

– Me temo que ha salido -contestó con frialdad cuando Cindy preguntó por él-, ¿Quieres dejar un mensaje?

– No, no importa -dijo la americana con una voz alarmantemente cálida y amistosa-. Sólo dile que he llamado y que me llame en cuanto tenga un momento. Ya sabe el número.

Pandora ya se lo imaginaba. No había ningún problema entre Ran y Cindy y ya era hora de que aceptara que su futuro estaba junto a la chica americana y no junto a ella. Escribió un mensaje en el bloc de notas.

Cindy ha llamado a las once y cuarto. Que, por favor, la llames. Yo voy a llevar el resto de mis piezas a la galería, de modo que estaré fuera toda la tarde.

¡Muy bien! Eso le enseñaría lo poco que le importaba.

Quentin se mostró entusiasmado con sus últimas obras. Pandora pasó la tarde con él, poniendo etiquetas y precios y tratando de no pensar ni en Ran ni en Cindy. Tardó más de lo que había previsto y volvió a Kendrick Hall a las siete. El caserón estaba en silencio, ni siquiera Homer dio señales de vida, lo que era muy raro.

Perpleja, subió a ducharse y se puso una falda india y una camisa blanca. Pandora bajó al estudio, inundado de la luz dorada del atardecer. Levantó la foto que Ran había dejado allí a propósito para que la vieran las americanas y contempló su cara sonriente con el corazón encogido. Sí, parecían muy felices, pero todo era una ilusión.

– De modo que ya has vuelto.

La voz de Ran la sobresaltó tanto que dejó caer el marco sobre la mesa. Pandora se apresuró a ponerlo de pie.

– ¿Qué has estado haciendo con Quentin todo este tiempo?

– Poniendo etiquetas y precios para la exposición -contestó ella, sonrojándose.

– ¿Nada más? -preguntó como si alguien estuviera arrancándole aquellas palabras del cuerpo.

– No, nada más. ¿Dónde está todo el mundo? -preguntó ella, sintiendo la tensión que vibraba en el aire.

– Elaine llamó hace una hora. Por lo visto han encontrado un restaurante que les apetecía visitar y llegarán más tarde de lo acostumbrado. También creen que es una cuestión de tacto dejar que pasemos un rato a solas.

– ¡Oh! -el rubor de Pandora se hizo más intenso-. ¿Creen que tenemos problemas?

– Por supuesto que sí -dijo él, irritado-. No son estúpidas. Saben que no nos hablamos cuando ellas no están aquí.

– ¿Y qué vamos a hacer?

– Podemos empezar por cenar juntos y hacer justamente eso, hablar.

Nancy les había dejado pollo frío y ensalada. Cenaron en la cocina sin tener que ponerse de acuerdo, quizá con la esperanza de que una atmósfera menos formal favoreciera la conversación. Los dos lo intentaron, pero cada vez que empezaban a hablar, se encontraban surcando aguas peligrosas que les llevaba a Cindy o a Quentin o a las veces que él la había besado y las palabras acababan muriendo en silencio.

Pandora pensó que aquello no tenía remedio. ¿Cómo podía hablar cuando lo único que deseaba era sentarse en su regazo, echarle los brazos al cuello y fingir que aquello no era más que una horrible pesadilla, que él no iba a dejarla nunca?

Acabaron conversando sobre la erosión del suelo, que parecía ser el único tema que no tenía connotaciones peligrosas. Al final de la comida, Ran sugirió que salieran a la terraza.

Fuera había una luz suave de color lavanda. Pandora se sentó en los escalones y acunó la taza de café entre las manos. El cielo estaba oscuro y brumoso, pero el aire todavía era fragante. Ran se sentó en silencio a su lado, a una distancia cautelosa en la que no pudieran rozarse ni por casualidad.

La tentación de hacerlo era tan intensa que Pandora apretó la taza entre las manos y se obligó a recordar a Cindy. Decidió que era una estupidez evitar la cuestión y que lo mejor sería airearla cuanto antes.

– ¿Has visto el mensaje de Cindy?

– Sí, la he llamado al llegar.

Había una nota tensa en la voz de Ran. Pandora lo miró, pero su expresión se perdía en aquella semioscuridad.

– ¿Va a venir aquí? -se obligó a preguntar ella.

– No lo sé.

Ran hizo una pausa tan larga que Pandora pensó que no quería hablar. Al cabo, continuó, escogiendo las palabras con cuidado.

– Acaba de terminar su contrato. Cuando yo me fui, ella había vuelto de permiso a los Estados Unidos. Llevábamos juntos un tiempo y Cindy pensó que era una buena oportunidad para darnos «un respiro», tal como lo llama ella. Ninguno de los dos quería casarse, siempre hemos dejado claro que mantendríamos nuestra independencia, pero parecía que había llegado el momento de tomar caminos separados y ver si queríamos seguir juntos o no. Cindy no tiene problemas para encontrar otro trabajo fuera de Mandibia, pero tampoco tiene prisa, por ahora. Estamos viendo cómo se desarrollan los acontecimientos.

La camisa blanca de Pandora era un borrón claro en la oscuridad. Para ella era inconcebible que alguien no quisiera estar con Ran.

– ¿Volverás a África aunque ella decida quedarse en los Estados Unidos?

– Por supuesto -dijo él, al parecer sorprendido-. Tengo un trabajo que hacer y, además… África es un sitio muy especial. Lo echaría de menos si no regreso.

– ¿Y no crees que también echarías de menos Inglaterra?

Ran se volvió a mirarla. Sus ojos oscuros brillaban en la penumbra. Había un aroma a flores procedente de los parterres del jardín.

– Estoy empezando a pensar que sí -respondió él.

Otra vez se quedaron en silencio. Sin embargo, la incomodidad había desaparecido, dejando en su lugar una clase de tensión distinta que les rodeaba insidiosamente. Pandora dejó su taza y el sonido de la porcelana contra la piedra pareció despertar ecos en la noche.

– ¿Por qué significa tanto para ti África?

– Es un lugar grande. El cielo es enorme y el horizonte no se acaba nunca. Las cosas tienen una escala mayor allí, el paisaje, las emociones, los problemas, todo. Los colores son más brillantes, los olores más intensos, la luz más cegadora y las calles siempre están llenas de gente, música y bullicio. A ti te encantaría.

– Yo no puedo imaginarme siquiera yendo a un lugar así -dijo Pandora-. Para ti es distinto. Tú creciste allí.

– En África Occidental. Mi padre era médico. Fue a dirigir una clínica en un sitio perdido cuando yo tenía cuatro años. Ni siquiera recuerdo cómo era la vida antes de ir a África. No volví a Inglaterra hasta que me internaron en un colegio y me opuse con todas mis fuerzas. Estaba acostumbrado a corretear libremente, de modo que ya puedes imaginarte lo traumático que fue.

– A mí me parece una infancia muy romántica -dijo ella con envidia, acordándose de su rancia educación inglesa.

– Yo no la describiría así -objetó él con una nota amarga en la voz.

– ¿Por qué? ¿No fuiste feliz?

– ¡Oh! Yo sí, pero mi padre no. Mi madre se fue cuando yo tenía cinco años y él nunca logró sobreponerse.

– ¿Que tu madre os dejó? ¿Cómo pudo hacer una cosa así?

– Pues fácilmente, supongo. Para ella, tener un hijo sólo significaba un medio de conseguir un fin. Cuando conoció a mi padre, le consideraban un buen partido, un Masterson de Kendrick Hall y todo eso. Por lo visto, ella era una chica preciosa y mi padre se enamoró de pies a cabeza. Ella se imaginaba a sí misma viviendo como una reina en esta mansión, pero no tuvo en cuenta la conciencia social de mi padre.

Ran se inclinó hacia delante y apoyó los brazos sobre las rodillas.

Mi padre amaba Kendrick Hall, pero era consciente del privilegio que supone crecer en un lugar así y estaba decidido a ejercer sus capacidades donde más necesarias fueran. En cuanto yo tuve edad suficiente, aceptó el puesto de una clínica perdida en la selva de Ghana.

Mi madre estaba horrorizada. Estaba segura de que una mujer y un hijo pondrían fin a lo que ella llamaba las «ideas caritativas de mi padre» y, de repente, se vio arrastrada al África más oscura donde la dejaron sola con un niño mientras mi padre se dedicaba a su trabajo. Si hubiera sido otra clase de mujer, se habría puesto a trabajar con él, pero sólo sabía quejarse del calor, las moscas y el aburrimiento. Ella deseaba dar grandes fiestas y que la gente viniera a pasar el fin de semana a Kendrick Hall. Cuando se dio cuenta de que no iba a tener esa clase de vida con mi padre, nos abandonó. Yo sólo tenía cinco años.

A Pandora se le partió el corazón al pensar en aquel niño perplejo.

– Me cuesta trabajo creer que te abandonara sin más.

– No era una mujer maternal. Sólo me había tenido para mantener a mi padre lastrado aquí y evidentemente no le funcionó. Yo sólo hubiera sido un recordatorio permanente de su fracaso.

– Lo siento -dijo Pandora.

– Bueno, al mirar hacia atrás, creo que hizo bien en irse en vez de malgastar su vida quejándose. Pero aquello destrozó a mi padre. Fue mi primera lección sobre lo destructivo que puede ser el matrimonio. Desde entonces, he visto muchas parejas encadenadas a la frustración y al abatimiento, igual que mis padres. Hace tiempo que decidí no cometer el mismo error.

Pandora quería gritarle que no tenía por qué ser así, pero sabía que no querría escucharla. El abandono de su madre le había dejado unas heridas más profundas de lo que él mismo se atrevía a admitir.

– ¿Tu padre nunca trató de convencerla para que volviera?

– Le escribió, pero ella nunca contestó. Creo que acabó en Australia, pero no antes de venir aquí y contarle a Eustace lo cruel que había sido mi padre. Mi tío no creía en el divorcio, pero le escribió una carta a mi padre. No sé qué decía porque mi padre la quemó. Nunca volvieron a dirigirse la palabra. Eso volvió a romperle el corazón. Nunca se había llevado de maravilla con Eustace, pero amaba Kendrick Hall.

– Solía sentarse en la galena las noches de calor y me contaba historias de su infancia aquí. Para mí, África siempre ha sido mi hogar, pero el de mi padre estaba aquí, a pesar de que no volvió a verlo nunca. Cuando supe que había heredado Kendrick Hall, sólo sentí amargura. Mi padre murió seis meses antes que Eustace.

Se quedaron en silencio. A Pandora no le parecía extraño que Ran fuera tan contrario al matrimonio.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó Ran.

– Bueno, en lo diferente que fue mi infancia, yo crecí en una familia feliz. Nunca tuvimos dinero ni fuimos a ningún sitio emocionante, pero eso tampoco importaba cuando éramos niños. Nos lo pasábamos estupendamente cuando no estábamos peleándonos.

Ran sonrió.

– ¿Se parecen a ti tus hermanos?

– Son ellos quienes cuidan de mamá. Ella siempre ha sido inteligente y práctica, mientras que papá era un soñador sin remedio. Yo me parezco más a él.

– Eso me parece a mí.

– Es curioso. Eran completamente distintos y, sin embargo, hacían una pareja perfecta. En fin, dicen que los extremos se atraen, ¿no?

Pandora se dio cuenta demasiado tarde de lo que había dicho y trató de corregirse.

– Bueno… no siempre.

Ran la estaba mirando.

– Yo siempre he creído que ésa era una teoría más bien dudosa, pero me parece que estoy empezando a cambiar de opinión.

Pandora volvió la cabeza y se quedaron mirando en la oscuridad. Despacio, Ran le apartó el pelo de la cara y le puso la mano en la curva de la nuca de modo que pudiera acariciarle la mejilla con el pulgar. La tensión furibunda de los últimos días cayó en el olvido, el futuro era algo demasiado remoto como para pensar en él. Lo único que importaba era el azul profundo de la noche, la mano que le acariciaba la cabeza y el cuerpo que tenía junto a ella.

Instintivamente, Pandora se inclinó hacia él… en el preciso momento en que un claxon sonó frente a la casa y unos neumáticos hendieron la grava. Homer dio comienzo a una de sus ruidosas bienvenidas.

Myra y Elaine habían vuelto.