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Nell consideró rápidamente la posibilidad de fingir que no tenía idea acerca de qué le estaba hablando pero decidió no hacerlo. Por alguna razón, él lo sabía, y su única salvación era confesar.
– Está debajo del escritorio -respondió, y en ese momento Riley llegó desde la calle y dijo:
– ¿Quién era ese imbécil que acaba de salir a los gritos?
– Retrocede -dijo Gabe, sin desviar la mirada de Nell-. Ya me ocuparé de ti luego.
– ¿Qué? -dijo Riley-. ¿Yo qué hice?
Nell sacó la canasta de Pastelillo de Azúcar y la colocó encima del escritorio.
– ¡Jesús! ¿La trajiste aquí? -dijo Riley-. ¿Y si viene el tipo a buscarla? Él sabe que su esposa…
– Ése era él, el que se iba -dijo Gabe, mirando al perro con asco-. ¿Qué diablos es eso?
– Una ex perra salchicha de pelo largo marrón -dijo Nell-. Suze la disfrazó.
– ¿Suze Dysart? -dijo Gabe-. Ésa debe de ser la rubia despampanante.
– Muy despampanante-dijo Riley, y Gabe lo miró con odio.
– ¿Alguna vez se te ocurrió decirles que no a estas mujeres?
– Lo hizo -intervino Nell-. Pero como nosotras insistimos en que lo íbamos hacer de todas formas, nos ayudó para que no nos metiéramos en problemas.
– Qué tipo. -Gabe volvió a mirar a la perra y sacudió la cabeza-. Y yo la contraté. ¿Dónde estaba esta mañana?
– Aquí, ¿no? -dijo Nell, tratando de verse inocente. Podría darle los cinco mil dólares más adelante. Digamos, el lunes. Un bonito lunes de diciembre.
– Inténtelo una vez más -dijo Gabe peligrosamente.
– Está bien. -Nell levantó la canasta de Pastelillo de Azúcar. Tal vez si él no tuviera que mirar a la perra-. Fui a hacer una diligencia para la compañía.
– No le haga más favores a esta agencia -dijo Gabe-. ¿Adónde fue? Y si violó la ley, está despedida. No estoy bromeando.
El estómago de Nell se hundió al oír la palabra «despedida».
– Fui a casa de Lynnie. Conseguí el dinero. -Volvió a poner a Pastelillo de Azúcar sobre el escritorio y sacó el sobre del Banco que estaba en el cajón para entregárselo-. ¿Ve? Más de cinco mil dólares. Cobré una deuda de la agencia.
– Caramba -dijo Riley-. Bien hecho.
– No, nada de bien hecho -dijo Gabe con tono salvaje-. Tengo muchos deseos de hablar con Lynnie, lo que puede volverse un poco más difícil ahora que ella sabe que nos enteramos de lo que hizo.
Nell volvió a guardar el dinero en el escritorio.
– Lamento haberle dicho que sabíamos en qué andaba, pero les conseguí el dinero. Ayudé.
Él no se veía impresionado. Estoy despedida, pensó ella.
– Está bien, escuche -dijo, hablando más rápido que nunca en su vida-. Sé que está furioso, pero sigo pensando que hice lo correcto. Creo que ésta es una gran agencia, pero necesita ayuda en la oficina, y parte de eso consiste en arreglar las finanzas, y ahora están mucho mejor debido a lo que yo hice, y yo no violé la ley, ni siquiera violé todas las reglas de la agencia, y en cualquier caso la tercera no cuenta porque yo no sabía que era una regla. -Se detuvo cuando Riley cerró los ojos y Gabe levantó la cabeza-. Realmente creo que ésta es una gran agencia -terminó.
– Gracias -dijo Gabe, con el tono de voz más lúgubre que ella había escuchado jamás-. Quiero hablar con usted pero, antes quiero ver a Riley. Vamos a la oficina de él. Cuando salga, usted tiene que estar aquí.
– Claro -dijo Nell, sentándose.
Se volvió a Riley y le señaló la oficina.
– Entra allí.
– No te desquites conmigo -dijo Riley-. Tú la contrataste.
Gabe cerró la puerta de la oficina de Riley con un golpe y dijo:
– Estas son las buenas noticias. Nuestra secretaria no sólo robó esa maldita perra, también destruyó la oficina de su esposo. Acabo de frenar a la policía que la vino a buscar. Y ahora Lynnie puede acusarnos de extorsión, así que quizás regrese la policía. Esta mujer está descontrolada y deberá irse.
– No -dijo Riley y Gabe se detuvo, sorprendido-. Sí, yo también estoy sorprendido -dijo Riley, sentándose detrás de su escritorio-. Pero voy a oponerme a ti en este tema. Ella es buena. Está pasando por un mal momento, eso es todo. Dale otra oportunidad.
– ¿Para qué? -dijo Gabe-. ¿Así puede seguir perjudicando a la agencia?
– Ella no es la amenaza de esta agencia -replicó Riley-. Y tú lo sabes. No estás furioso con Nell, estás furioso con Patrick.
Gabe se detuvo, desconcertado, y después contestó:
– No, estoy bastante seguro de que estoy furioso con Nell. -Pero se sentó mientras lo decía.
– Tú piensas que Patrick ayudó a Trevor a ocultar el asesinato de Helena y también piensas que Lynnie descubrió algo que está usando para chantajear a Trevor y posiblemente a Jack y a Budge. Y no puedes hacer algo al respecto, así que te desquitas con Nell.
– No.
– Ella hizo más por esta oficina en una semana que mi madre en diez años -dijo Riley-. Trabaja mucho, es eficiente y se merece el puesto. Tienes que darle otra oportunidad.
– Una oportunidad más podría hundirnos -dijo Gabe.
– Habla con ella -insistió Riley-. Deja de mandonearla y actuar como tu padre. Llévala a almorzar y dale la oportunidad de que se explique. Y si cuando regresas todavía quieres despedirla, lo aceptaré.
Gabe lanzó un profundo suspiro. No estaba proyectando su furia con Patrick sobre Nell; ella se lo había ganado por su propia cuenta. Pero Riley era un buen socio, y no era mucho pedir.
– Está bien -dijo y se puso de pie.
– No creo que estés necesariamente equivocado respecto de Lynnie -dijo Riley-. Me parece que ella descubrió algo, y creo que es muy probable que esté chantajeando a los tres de O & D. ¿Quieres que yo vaya a presionarla? Tal vez a mí me abra la puerta. Ya lo ha hecho antes.
– Tú y las mujeres. -Gabe sacudió la cabeza-. No puedo creer que hayas dormido con Nell.
– Yo tampoco puedo creerlo -dijo Riley-. Ella tiene una manera especial de atraparte cuando menos lo esperas. Cuídate durante el almuerzo.
– Qué gracioso -dijo Gabe, y se fue.
Nell estaba obedientemente sentada frente a su escritorio, rezando porque cuando Gabe saliera de la oficina de Riley se diera cuenta de que ella había hecho lo correcto y…
– Venga conmigo -le dijo él cuando pasó a la oficina exterior seguido de Riley-. Vamos a almorzar.
Sonaba amenazador, así que ella recogió su cartera.
– ¿Y el dinero? ¿Y Pastelillo de Azúcar?
– Riley se ocupará de cuidar el dinero y a Pastelillo de Azúcar. -Gabe señaló la puerta-. Ahora.
Riley miró a Nell con conmiseración.
– Lo siento, pequeña. -Se guardó el sobre del Banco debajo del brazo, levantó la canasta de Pastelillo de Azúcar, y regresó a su oficina.
Gabe estaba de pie junto a la puerta, viéndose como Lucifer poco después de la caída, y Nell sintió que la mano de la perdición se cernía sobre ella, todo porque había hecho lo correcto, varias veces. Era muy injusto.
– Si va a despedirme -dijo Nell, levantando la barbilla-, hágalo aquí. Termine de una vez.
– Voy a darle de comer-dijo Gabe-. Después vamos a discutir la profundidad de su comprensión de las reglas que tenemos, y entonces, si esa comprensión es lo suficientemente profunda, no la despediré y volveremos aquí y usted se dedicará al trabajo para el que la hemos contratado. Sin embargo, si esa comprensión es insuficiente, va a precisar más copias de su curriculum.
Nell trató de pensar en algo hiriente para decir, pero si existía la posibilidad de que él no la despidiese, entonces la discreción sería el mejor criterio para proteger su futuro financiero.
– Gracias -dijo y pasó al lado de él y salió por la puerta.
Las dos cuadras de caminata desde la agencia hasta el restaurante fueron afortunadamente cortas porque Gabe se mantuvo mudo detrás de sus anteojos oscuros.
– Bonito día, ¿verdad? -dijo ella una vez, y él no contestó, entonces ella se quedó en silencio y aceleró el paso para ponerse a la altura de él.
En el restaurante, una pequeña parrilla con bar llamada Sycamore, tomaron una de las pequeñas mesas de adelante, y Gabe se sentó de espaldas a la luz, dejándole a ella la vista de los grandes vitrales que cubrían las ventanas a sus espaldas. Ella giró para mirar el lugar -montones de madera oscura y luces de techo Tiffany y viejos carteles publicitarios en las paredes-, y en ese momento se acercó la camarera para tomar el pedido de las bebidas, y Gabe dijo:
– Una cerveza y un sándwich Reuben. -Miró a Nell-. Pida.
La camarera parecía desconcertada.
– Café negro -le dijo Nell, sonriendo con dulzura.
– Para ella un omelette -indicó Gabe a la camarera-. Cuatro huevos, abundante jamón y queso.
– No quiero un omelette -dijo Nell-. No voy a…
– ¿En verdad quiere tener esta discusión conmigo justo ahora? -dijo Gabe y la camarera dio un paso hacia atrás.
– Tráigame una ensalada Caesar -dijo Nell.
– Bien. -Gabe dirigió la mirada a la camarera-. Agréguele una porción doble de pollo a la plancha, y tráigale una porción doble de papas fritas.
– Yo no quiero… -comenzó a decir Nell.
– No me importa -dijo él, y Nell dejó de hablar hasta que la camarera se fue.
Entonces dijo:
– Sabe, mi almuerzo no le concierne…
– Usted destruyó la oficina de su ex marido. La nueva esposa hizo una denuncia para que la arresten.
– Oh, Dios -dijo Nell, mientras sentía que cada nervio de su cuerpo se convertía en hielo.
– Cuando la contraté, usted no tenía pulso -dijo Gabe-. Ahora tiene un prontuario criminal.
– Oh, Dios.
– ¿Qué demonios hizo? Ella se lo pasó refunfuñando sobre unos Carámbanos.
– Unos premios -explicó Nell débilmente-. Para la compañía: Agente de Seguros del Año de Ohio. Los rompí.
– Espero que lo haya disfrutado. Jack y yo nos pasamos toda la mañana tratando de arreglarle ese problema. Él sostiene que como usted sigue siendo dueña de la mitad de la agencia la denuncia no tenía sentido. Su ex marido finalmente cedió. La policía ya no está buscándola.
– Gracias -dijo Nell cortésmente y comenzó a cortar en tiras la servilleta de papel que tenía sobre la falda.
– Después, el miércoles a la noche, usted trató de acostarse con el marido de una clienta.
– Eso fue un error -dijo Nell-. Pido disculpas.
– Y deduzco que sí durmió con Riley.
– Oiga, eso no es mi culpa -dijo Nell, un poco enojada-. Usted no me dijo que no se podía joder con los empleados.
Gabe parecía pasmado.
– Sé que no lo hice. No se lo dije porque no pensé que usted lo haría. Francamente, no creía que usted pudiera decir «joder», mucho menos hacerlo.
La camarera trajo los tragos y le dijo a Nell:
– Su comida ya sale. -Parecía preocupada.
– Gracias -dijo Nell, tratando de no verse maltratada.
Cuando la camarera se alejó, Gabe dijo:
– Después ayer usted habló de un cliente con alguien de afuera de la empresa, y anoche robó un perro. Y esta mañana obtuvo dinero extorsionando a una ex empleada. Considerándolo todo, tuvo una semana bastante ocupada.
– Lo hice por la compañía -dijo Nell con tono de virtud.
– Está descontrolada -dijo Gabe, y lanzó un discurso sobre los valores y la responsabilidad y la reputación de la agencia que duró hasta que la camarera se aproximó a la mesa y comenzó a descargar comida.
La ensalada de Nell era enorme, rebosante de pollo y queso extra y pedacitos de pan. Gabe la señaló.
– Coma.
– No voy a comer todo esto -dijo Nell.
– Entonces estaremos aquí un larguísimo tiempo. -Gabe recogió su sándwich.
Nell clavó el tenedor en la ensalada y tomó un bocado. Estaba rico, pero ¿quién diablos se creía él que era, de todas maneras? Tragó y dijo:
– ¿Quién se cree usted que es, de todas maneras? Lo que yo como no es asunto suyo.
– Sí, lo es -dijo Gabe, levantando una papa frita-. Usted representa mi oficina.
– ¿Y?
Gabe señaló la ensalada, y ella volvió a clavar el tenedor.
– Y parece un cadáver. Si no engorda un poco, los clientes van a pensar que no le pago lo suficiente.
– No me paga lo suficiente -dijo Nell con la boca llena de ensalada-. Y yo me veo bien.
– Se ve para el diablo -dijo Gabe-. Cállese y coma mientras le explico las tres reglas.
– Conozco las tres reglas -dijo Nell, y Gabe volvió a señalar la ensalada. Ella pensó en discutir, decidió que sería más rápido limitarse a comer, y una vez más clavó el tenedor en la ensalada.
– La razón por la que no hablamos fuera de la oficina es que la gente viene a nosotros con información que es confidencial y que quieren que siga siéndolo.
Nell tragó.
– Eso lo sé.
– Cuando le contó lo del perro a Suze, violó esa confidencialidad. Sus amigas no pertenecen a la oficina. Si no puedo confiar en que no les cuente nada, no puedo confiar en usted.
Nell masticó más lentamente.
– Tiene razón. Lo lamento.
– Siempre tengo razón. -Esperó hasta que ella puso más ensalada en el tenedor y le dijo-: Violar la ley es casi igual de malo. Tenemos una buena relación con la policía porque saben que somos honestos. No quiero que esa relación se arruine porque usted cree que está por encima de la ley.
Nell tragó la ensalada.
– No creo que estoy por encima de la ley. Lamento lo de la oficina, y no volveré a hacerlo.
– También robó un perro. Y sigue pensando que eso estuvo bien.
– Usted no me hizo devolverlo.
– Cállese y coma -dijo Gabe, y entonces, antes de que Nell pudiera sentirse orgullosa, agregó-: Lo que nos lleva al tema de joder con los empleados.
Nell se deslizó un poco en la silla y comió más ensalada.
– No me importa que esté acostándose con Riley, ése es asunto suyo -dijo Gabe, sonando furioso.
– No estoy acostándome con Riley -dijo Nell rápidamente, sintiéndose más culpable que nunca-. Ya no. Fue una cuestión momentánea. Una noche. En serio. -Le sonrió, tratando de verse inocente, y entonces tomó la jarra de cerveza y bebió. Este no era uno de los mejores almuerzos de su vida. La cerveza estaba bien: fuerte y fría, y volvió a beber, sintiendo que el alcohol le aflojaba un poco los huesos.
Gabe hizo una seña para llamar a la camarera.
– Y fue mi culpa, no de él -dijo Nell, lamiéndose la espuma de los labios-. Yo estaba patética y él sintió pena por mí.
La camarera se acercó y Gabe le dijo:
– Necesitamos otra cerveza.
– ¿Qué? -dijo Nell, y entonces miró que tenía la cerveza de él en la mano, semivacía-. Oh, lo siento. -Trató de devolverle la jarra.
– Consérvela -dijo Gabe-. Tiene calorías. Y no fue porque usted estaba patética. A Riley no le interesan las mosquitas muertas.
– Yo no dije «mosquita muerta».
– Coma -replicó Gabe, y Nell siguió recogiendo ensalada con el tenedor.
Después de que la camarera trajera la segunda cerveza y se marchara, agregó:
– Esas tres reglas existen por experiencia, Nell.
Ella lo miró, sorprendida. Él jamás la había llamado Nell.
– Eran las reglas de mi papá, pero él las puso por una buena razón -dijo Gabe-. Son…
– ¿Cuál era la razón para la regla de evitar el sexo? -dijo Nell, con la esperanza de distraerlo.
– Él se casó con su secretaria. Las reglas…
– ¿Su madre era secretaria de su padre? -Nell dejó de masticar-. Espere un momento: ¿Chloe no era secretaria de usted?
– Las reglas… -dijo Gabe, y Nell agitó el tenedor frente a él y dijo:
– Ya lo entendí. Jamás volveré a violar ninguna de ellas. Lo juro. -Como él se veía escéptico, ella dijo-: No, en serio: sí que entiendo. Me gusta este trabajo y quiero conservarlo. Si vuelve a suceder algo como lo de la perra, hablaré del tema con usted y después insistiré e insistiré hasta que usted haga algo al respecto.
– Oh, sí, eso será mejor -dijo Gabe, pero levantó la cerveza, así que era probable que el reto se hubiera acabado-. Coma -dijo, y Nell clavó un pedazo de pollo y lo comió, sorprendida consigo misma.
Habían pasado años desde la última vez que alguien le había dicho que hiciera algo, le había gritado acerca de algo. Tal vez jamás había sucedido. Ella y Tim habían establecido un estilo de vida en el que ella manejaba todo y él avanzaba por inercia. Y luego un día él había encontrado a otra persona, alguien que no quería manejarle la vida, de manera que él pudiera tener la ilusión de estar en control. Sólo que ahora, según los informes, Whitney estaba manejándole la vida. Lo que debía de significar que Tim quería que una mujer lo mandoneara, pero no quería admitir que quería que una mujer lo mandoneara. Quería ser como Gabe sin las responsabilidades.
Su tenedor golpeó contra el fondo del recipiente y ella bajó la mirada. La ensalada había desaparecido.
– Bien. -Gabe le acercó el plato de papas fritas-. Comience con eso. Y diga algo. Cuando usted no habla, está pensando, y cuando usted piensa, mi vida se va al demonio. Coma y cuénteme qué pasó con Lynnie.
Nell respiró profundo.
– Bueno, fui al departamento de ella y le dije que íbamos a llamar a la policía si no me devolvía el dinero. Y luego hablamos.
– ¿Qué dijo ella?
Nell cerró los ojos y se trasladó mentalmente a la sala de estar de Lynnie.
– Dijo que había estado enferma. -Recitó la conversación lo mejor que pudo recordar, omitiendo la parte en que Lynnie la había acusado de estar enamorada de Gabe. Cuando terminó y abrió los ojos, él estaba mirándola pensativo.
– ¿Cuánto inventó de todo eso?
– Nada -dijo Nell, escandalizada-. Puedo haber olvidado algo, pero todo lo que le dije sucedió.
– Buena memoria. Yo soy «lo haces a mi manera o te marchas», ¿eh?
– Oh, sí -contestó Nell y tomó una papa frita.
– Está bien. -Gabe también tomó una papa frita. -¿Qué no está contándome?
Nell pensó en decir «Nada», y después decidió que mentirle a Gabe McKenna no era una buena idea.
– Se puso personal. No quiero hablar de eso.
– Podría haber algo que me sirviera.
– No.
Gabe mojó una papa frita en ketchup y se la pasó.
– Coma.
– Prefiero vinagre -dijo. Él hizo un gesto a la camarera y pidió vinagre y la cuenta, y después regresó a su propio almuerzo, sumido en sus pensamientos. Nell se relajó, y cuando llegó el vinagre, lo roció sobre la segunda porción de papas fritas, inhalando el aroma dulce y picante. La gloria.
– Entonces ella estaba presionando a alguien-dijo Gabe-. ¿Supongo que no oyó ningún nombre?
– Oí exactamente lo que le dije -dijo Nell, y él asintió y terminó su sándwich.
Cuando la camarera trajo la cuenta, Gabe la miró un minuto antes de poner unos billetes sobre la bandeja. Cuando ella se fue, él dijo:
– ¿Cuán en serio se toma usted este trabajo?
Nell dejó de masticar. Otra vez la atacaba. Eso no podría ser bueno.
– Bueno…
¿Cuán en serio se lo tomaba? Le gustaba Riley, y Gabe le resultaba cada vez más interesante. Se había sentido bien al rescatar a Pastelillo de Azúcar, y también cuando consiguió el dinero, aunque Lynnie le había caído bien. Incluso esa noche en que hizo de señuelo le resultó algo importante descubrir que Ben engañaba a su mujer; eso ayudaría a que su esposa se librara de él. La gente debería saber cuando le mentían, estaba mal que no lo supieran. Una no podía arreglar su vida si no sabía cuál era el problema que tenía.
– Muy en serio -respondió.
– Usted ha demostrado ser un gran riesgo -dijo él, sin acusarla.
– Lo sé -dijo Nell-. He tenido una semana difícil, pero también fue educativa. Ahora voy a estar bien.
– ¿Qué ocurrió? -Gabe tomó una de las papas fritas y dio un respingo cuando la mordió.
– Vinagre -dijo Nell.
– ¿Qué pasó esta semana? Pruébeme que no es una demente.
Nell tragó.
– Está bien. -¿Por dónde empezar?-. Estoy divorciada desde hace un tiempo. Más de un año.
Gabe asintió.
– Fue difícil. Mi matrimonio y mi trabajo eran prácticamente lo mismo, así que perdí todo junto. Me lo pasaba pensando que estaba bien, pero no era así. Quiero decir, él simplemente me dejó, la tarde del día de Navidad, sólo se detuvo allí, en el medio de todos los envoltorios de los regalos, y dijo: «Lo siento, ya no te amo», y me dejó que limpiara el resto. No tenía sentido. Yo no podía hacer que el mundo tuviera sentido si eso ocurría.
Gabe volvió a asentir.
– ¿Por qué hace eso? -dijo Nell-. Asentir sin decir nada. Esos silencios son terribles.
– Si yo digo algo, usted se calla -dijo Gabe.
– Qué tramposo.
– ¿Qué sucedió?
– Bueno -dijo Nell-. Traté de lidiar con la situación y de ser comprensiva y deducir lo que había sucedido para que tuviera sentido, y entonces él conoció a Whitney y se casó con ella y la ubicó en mi antiguo puesto, y yo terminé quedándome dormida todo el tiempo. Y entonces Suze y Margie averiguaron que él…
Dejó en la mesa la papa frita que tenía en la mano cuando recordó la forma en que el mundo se había sacudido ese día. Habían pasado apenas cuarenta y ocho horas. Toda una vida.
– Que había habido otra mujer después de todo -dijo Gabe-. ¿Era Whitney desde el principio?
Nell se enderezó.
– ¿Cómo lo supo?
– Una suposición afortunada. ¿Cuándo se lo dijeron?
– El miércoles -dijo Nell.
Gabe asintió.
– Lo que explicaría que haya subido a la habitación del tipo del señuelo y que se haya acostado con Riley y que haya destrozado la oficina de su ex. No estoy seguro de cómo llegó a hacer lo del perro y Lynnie…
– La gente se lo pasaba haciendo cosas desagradables y saliéndose con la suya -dijo Nell-. Estaba furiosa.
– No puede volver a hacer eso -dijo Gabe.
– Lo sé -respondió Nell.
– Como parte de esta empresa, sus acciones se reflejan sobre todos nosotros.
– ¿Soy parte de la empresa?
– Eso depende.
Él la miró a los ojos, y ella le devolvió la mirada, tratando de verse estable y confiable. Quiero ser parte de esto, pensó. Déjame entrar.
– Tengo una misión para usted -dijo Gabe-. Usted es trabajadora y eficiente y endemoniadamente inteligente, y no quiero despedirla. Pero tiene que prometerme que va a mantener la boca cerrada y no va a vengar ningún entuerto que vea. ¿Puede hacerlo?
Nell asintió.
– Esta misión en particular tiene que ver con alguien que usted conoce -dijo Gabe-, lo que es la razón por la que puede ser útil.
– ¿Tengo que traicionar a alguien? -dijo Nell-. Porque no lo haré.
Gabe se encogió de hombros y recogió otra papa frita.
– Depende de lo que usted entienda por «traicionar». Quiero respuestas a algunas preguntas. No creo que la persona a las que usted va a preguntárselas sea culpable.
Nell tragó saliva.
– Puedo prometer no decir nada a nadie sobre cualquier cosa que usted me diga. No puedo prometer nada más hasta que me explique de qué se trata.
– Es justo -dijo Gabe-. Alguien está chantajeando a gente de O & D. A Trevor Ogilvie, Jack Dysart y Budge Jenkins.
– Oh. -Nell se sintió aliviada. No le importaba qué sucedería con ninguno de ellos. Tomó otra papa frita-. ¿Cree que es Lynnie?
– Es una suposición.
– ¿De qué los acusa?
– A Budge de estafa.
Nell se rió en voz alta.
– ¿A Budge? No lo conoce para nada.
– ¿En serio? -dijo Gabe-. ¿Usted de qué lo acusaría? ¿Si quisiera asustarlo?
Nell se echó hacia atrás y miró el techo mientras reflexionaba. Nada molestaba a Budge, excepto…
– Algo que alejara a Margie de su lado -dijo-. Él venera la alfombra por la que ella camina; ha sido así durante años.
– ¿Qué podría causar eso?
– Si él rompiera algunas de las cerámicas Franciscan Desert Rose de ella -dijo Neil, bromeando sólo a medias-. Margie es bastante tranquila. Aguantó a Stewart durante quince años, y yo le habría matado en la luna de miel.
– Stewart -dijo Gabe.
– Stewart Dysart -explicó Nell-. El hermano de Jack y Tim. Jack es el mayor y el más exitoso, y Tim es el menor y el dulce al que todos adoran, y Stewart hubiera sido simplemente patético en el medio si no fuera porque es tan desagradable.
Él la miró con el entrecejo fruncido.
– ¿Por qué ese nombre me es familiar? ¿Se divorciaron?
– No. Él desapareció con casi un millón de dólares de O & D hace siete años.
– Entiendo -dijo Gabe, asintiendo-. En O & D silenciaron el asunto. ¿Por qué no se divorciaron?
– Si ella se divorcia -dijo Nell-, terminará casándose con Budge, y no quiere casarse con Budge.
Gabe la miró con incredulidad.
– ¿No puede decir que no?
– No -respondió Nell-. Margie no puede decir que no. Pero puede decir: «Todavía no; estoy casada», entonces está a salvo. ¿De qué acusó la chantajista a Jack?
– De adulterio. A Trevor también.
– No lo creo -dijo Nell-. Jack está loco por Suze. Casi patológicamente. Y el padre de Margie engañó una vez, pero eso fue hace veinte años, entonces no me parece que sirva. Además, eso terminó tan mal, hubo un escándalo tan grande cuando la madre de ella se suicidó, que no creo que él lo hiciera de nuevo.
Gabe asintió.
– Necesito que le haga a Margie algunas preguntas sobre su madre.
– Oh. -El buen humor de Nell desapareció-. No.
– Alguien tiene que hacerlo -dijo Nell, con el mismo aspecto que tenía el primer día en que ella lo había visto, oscuro y fuerte-. No conviene que sea yo.
– No me amenace -dijo Nell-. Y no la amenace a ella. Ni siquiera sé de qué se trata todo esto, y usted quiere que vaya y le haga preguntas horribles.
– Ya le conté de qué se trata todo esto -dijo Gabe con una paciencia exagerada-. Chantaje.
– ¿Qué tiene que ver la madre de Margie, que murió hace veinte años, con el hecho que estén chantajeando al padre de Margie ahora?
– Tendrá que confiar en mí respecto de eso.
– No, no lo haré -dijo Nell-. Mire, si tengo que prometerle que voy a interrogar a Margie o caso contrario usted me despedirá, estoy despedida.
Gabe suspiró y se puso de pie.
– Vamos. Es hora de volver a trabajar.
Nell también se puso de pie, y miró hacia abajo para llevarse una última papa frita para el camino.
No quedaba ninguna. Se había comido una ensalada enorme y dos porciones de papas fritas.
– ¿Está lista? -dijo Gabe.
– ¿Estoy despedida?
– No -dijo Gabe.
– Estoy lista -respondió Nell.