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Con las porcelanas afuera de las cajas y su departamento habitable y el invasor nocturno alejado, Nell dedicó su atención a la oficina. Gabe había estado agradecido cuando ella le había traído el álbum de fotos de Margie puesto que tenía varias fotografías buenas de Helena con sus diamantes -aros, collar, pulsera, broche y anillo-, e incluso más agradecido cuando comenzó a organizar el refrigerador lleno de expedientes. Por desgracia, su agradecimiento no era tan importante como para darle carta blanca en la oficina, entonces ella decidió actuar por su cuenta y pintó las paredes del baño con un tono pálido gris paloma con bordes dorados en la línea del techo. «Muy fino», fue todo lo que dijo Gabe, entonces ella siguió adelante, y lo sorprendió una tarde en que él regresó y la encontró subida a una escalera, con Suze más abajo, pintando de un tono dorado suave las paredes de la recepción. Ella se preparó para lo peor, pero lo único que él dijo fue: «Si te caes de la escalera, arréglatelas», y entró en su oficina. «No es un tipo muy charlatán, ¿verdad?», dijo Suze, y Nell contestó: «Está deprimido por un caso que no anda bien». Ella hizo todo lo que pudo para alegrarlo, asegurándose que la empresa marchara sin fisuras y que su taza de café estuviese siempre llena, poniendo música de Dean Martin y Frank Sinatra en la oficina exterior y llevándole galletitas de almendra de Margie por las tardes, pero él no parecía notarlo, no le prestaba atención cuando ella trabajaba en algo que él le había pedido, o le gritaba si ella cambiaba algo sin consultarle.
– Podría bailar desnuda para ese hombre sobre su escritorio -le dijo a Suze en Halloween-, y lo único que él diría es «Maldición, Nell, estás pisando los informes». No es que quiera bailar desnuda para él. Es sólo una expresión.
– Inténtalo -dijo Suze, acomodándole a Marlene su saquito color calabaza mientras ella la miraba con furia-. Listo, ¿no se ve bonita?
Marlene tenía el aspecto de un rabioso maní color anaranjado.
– Está igual que Gabe cada vez que yo mejoro algo -respondió Nell.
De todas formas, él le permitía algunas pequeñas cosas, y la oficina estaba adquiriendo un aspecto bastante más agradable. La única oposición real con la que se encontró Nell fue de parte de Riley, cuando ella sacó el pájaro feo que estaba sobre el mueble de los archivos para llevarlo al sótano. «Esto, -dijo Riley cuando lo trajo de regreso-, es el Halcón Maltes, y se queda en su lugar». «Oh, por favor», había dicho ella; pero cuando trató de apelar a Gabe, éste le dijo: «Deja el pájaro en paz, Eleanor», entonces ella se dio por vencida y el ave siguió cerniéndose sobre Nell desde arriba del archivero.
El resto del trabajo de la agencia estaba marchando correctamente; las averiguaciones de antecedentes y las tareas rutinarias de divorcios de las que se ocupaban tanto Riley como Gabe andaban tan bien que rechazaban encargos porque no podían con todos. Hasta las tareas de señuelo de Suze habían sido un éxito, aunque Riley la obligó a ponerse un traje después de la primera vez. «No es justo mandar a una mujer a un bar con un pulóver ajustado», les dijo a Gabe y a Nell. «Es como tender una trampa». Entonces en la siguiente oportunidad que Suze salió, se puso uno de los trajes grises de Nell, se ató el pelo atrás con un rodete y, como resultado, se veía aún más sexy. «Es ese aspecto de Grace Kelly que tiene», dijo Riley, pero lo único que Suze comentó fue: «Me encanta como me veo», y Nell le regaló todos sus viejos trajes, los grises y los grises azulados y los negros carbón que hicieron que Suze se viera como una mujer sofisticada y potencialmente peligrosa en vez de una chica universitaria. Suze dijo que Jack los detestaba, pero ella parecía sentir que eso era bueno, entonces Nell no se preocupó. A cambio, Nell heredó el eléctrico vestuario de Suze y todas las mañanas cuando se levantaba tenía que escoger entre varios pulóveres de cachemira y blusas de seda con todos los colores del arco iris. Gabe tampoco se dio cuenta de eso.
También, todas las mañanas, cuando Nell se levantaba, estaba Marlene, que mientras todavía seguía aprovechándose de su traumático pasado para obtener todas las galletitas que podía, había dejado de gemir y de rodar como forma de vida e incluso cada tanto se largaba a trotar a la carrera si la recompensa consistía en comida. Nell había tenido la intención de dejarla en el departamento mientras trabajaba, pero la primera vez que lo intentó, Marlene se quejó el día entero, y a Doris no le había parecido divertido, y tampoco le habían parecido divertidas las inquisiciones que con palabras cuidadosamente elegidas le hacía Nell respecto de las cosas que Lynnie podría haber dejado. Entonces ahora Marlene acompañaba a Nell al trabajo, vestida con el impermeable color tostado que Suze le había comprado, investigando las seis cuadras de cemento y tierra entre el departamento y la agencia con la misma sospecha pesimista con que veía el mundo en general. Una vez en la agencia, el animal se quedaba con Riley si éste estaba, haciéndole caídas de ojos mientras él la alimentaba con galletitas para perros y le rascaba el estómago con el pie. «Mujeres», decía Riley cuando ella lo miraba embelesada, y la perra lanzaba un suave gemido como respuesta. «Qué relación enferma», dijo Gabe una vez, pero no prohibió la presencia de Marlene en la oficina, y puesto que Farnsworth jamás había vuelto a buscarla, Nell se sentía bastante a salvo respecto de traerla al trabajo, aunque con un poco de culpa por haberse quedado con la perra.
– Si finalmente él no la maltrataba, le robé su animalito -le dijo a Riley.
– Ahora piensas en eso -respondió él.
Mientras tanto, y a pesar de la oposición de Budge, Margie adoraba la casa de té, lo que significaba que Chloe podía marcharse sin preocupaciones, y lo hizo: se fue a Francia con el Eurail Pass de Lu. «¿Se fue allá?», fue todo lo que comentó Gabe, y en un primer momento Nell se preguntó si no era posible que él estuviera ocultando su desazón por perderla cada vez que ella le ponía postal tras postal sobre su escritorio. Todas decían: «Lo estoy pasando maravillosamente» y agregaba algún comentario sobre la maravilla paisajística que estaba en la parte de adelante de la tarjeta, y ninguna decía: «Te extraño». Eso tenía que doler, pensó Nell, pero después de trabajar seis semanas con él, se dio cuenta de que no era la clase de personas que ocultaban cosas. Si estaba enojado, ella se daba cuenta; si estaba deprimido, ella se daba cuenta; si estaba siguiendo alguna pista, ella se daba cuenta. Era estimulante trabajar para alguien tan directo, y los días avanzaban impulsados por combustible de alto octanaje, cada tanto acelerados por los inevitables choques que ocurrían cuando ella le arreglaba la agencia.
– No creas que no sé lo que estás haciendo -le dijo en noviembre cuando ella sacó la vieja alfombra oriental de la recepción, la puso en el armario que estaba debajo de las escaleras, y la reemplazó con una nueva alfombra Morris dorada y gris.
– Se ve bien, ¿no? -dijo Nell.
– No -dijo Gabe-. Se ve nueva y no la necesitábamos.
– Ahora, respecto de las tarjetas de presentación…
– No -respondió él y le cerró la puerta de su oficina en la cara.
Un día después, mientras estaba tratando de correr el mueble de madera que contenía los archivos para que el maldito pájaro no estuviera cerniéndose sobre su hombro, Nell se clavó una astilla en la mano derecha y no pudo sacarla con la izquierda. Fue a la oficina de Gabe con unas pinzas y dijo:
– Socorro.
– ¿Cómo diablos te clavaste una astilla? -dijo él, dejando su lapicera sobre el escritorio.
– El archivero -dijo ella-. La parte de atrás estaba rugosa.
– La parte de atrás estaba contra la pared -dijo él, tomando las pinzas.
– Sí, lo estaba-dijo Nell animadamente-. Ahora, si pudieras sacar ese pedazo de madera de la palma de mi mano…
Le tomó la mano con la suya y la puso debajo de la lámpara de su escritorio, y ella contuvo el aliento.
– Ahí está -dijo él y usó el pulgar para apretar la carne de la palma y así poder verla mejor-. Prepárate, Bridget. -Sacó la astilla cuidadosamente y le soltó la mano-. Ahora mantén las pezuñas lejos de mis archiveros. Han estado allí sesenta años y van a quedarse en el mismo lugar.
– ¿Bridget?
– ¿Qué?
– ¿Prepárate, Bridget? -repitió Nell.
– Un viejo chiste. -Gabe le devolvió las pinzas-. Vete y deja de mover mis muebles.
Cuando Riley regresó, Nell dijo:
– ¿Conoces un chiste sobre «Prepárate, Bridget»?
– Ése es el chiste -dijo Riley-. Es la respuesta a «¿Cómo es el juego sexual previo en Irlanda?»
– Juego sexual previo en Irlanda -dijo Nell-. Oh, no importa.
El teléfono sonó mientras Riley entraba en su oficina, y cuando Nell atendió, era Trevor Ogilvie. Ella intentó darle el número de Margie en The Cup, pero él quería hablar con Nell.
– Jack dice que estás demasiado calificada para ese puesto, querida -dijo Trevor-. Con tus antecedentes, deberías ser algo más que una secretaria.
No soy sólo una secretaria.
– Oh, es un poco más complicado.
– Bueno, todavía te consideramos parte de la familia -dijo Trevor.
Ustedes jamás me consideraron parte de la familia, pensó Nell y comenzó a preguntarse qué demonios estaba pasando.
– Entonces nos gustaría ofrecerte un trabajo aquí -continuó Trevor-. Sin duda nos vendría bien tu talento para la organización.
– Bueno, gracias, Trevor, pero creo que…
– No te apresures, Nell. Gabe no puede pagarte tanto.
Esa certeza en la voz de Trevor la irritó.
– En realidad, la paga es bastante buena -mintió-. Y es un ambiente de trabajo muy interesante. Pero agradezco la oferta.
Cuando colgó, fue a ver a Gabe.
Él levantó la mirada y dijo:
– ¿Qué trataste de mover esta vez?
– Trevor Ogilvie acaba de ofrecerme un trabajo.
– ¿Qué?
Nell se sentó frente al escritorio.
– Lo juro por Dios. Dijo que Jack había comentado que yo estaba demasiado calificada para este puesto, y que ellos podían darme algo mejor. Me prometió más dinero, además.
El rostro de Gabe no trasuntaba la más mínima expresión.
– ¿Qué respondiste?
Nell estaba indignada.
– ¿Qué quieres decir con qué respondí? Dije que no, por supuesto. ¿Qué estará tramando?
Gabe se echó hacia atrás en la silla.
– ¿Dijo que Jack habló con él?
Nell asintió.
– Tal vez Jack esté molesto porque Suze está trabajando y cree que si tú renuncias, ella renunciará.
– Jack no sabe que Suze está trabajando. Ella le dice que sale conmigo.
Gabe se quedó en silencio un momento, y después dijo:
– Gracias por no renunciar.
– ¿Renunciar? -dijo Nell-. Recién empiezo. Ahora voy a dar vuelta al sótano.
– Oh, bien -dijo Gabe-. Las cosas no están lo suficientemente enredadas aquí arriba.
Pero por primera vez no sonó exasperado, y Nell regresó a trabajar sintiéndose absolutamente contenta.
La vida de Gabe no era tan ordenada.
Para empezar, no pudo encontrar a Lynnie ni ninguna evidencia de dónde podría haberse ido o de quién había irrumpido en su departamento, y consideraba que eso era una afrenta personal y un fracaso profesional. La investigación de Riley en los registros de las joyerías y las tiendas de empeño tampoco daba ningún resultado. «Los malditos diamantes pudieron haber sido empeñados en cualquier lado, -le contó Riley-. De hecho, si el tipo que se los quedó era mínimamente inteligente, debe de haberse ido de la ciudad. Date por vencido». Pero Gabe no podía hacer eso, aunque tenía problemas más apremiantes.
Budge Jenkins, por ejemplo, llamaba con regularidad, angustiado por el hecho de que Margie se ocupaba de The Cup. «No es un lugar seguro para ella», le dijo, el único hombre que Gabe conocía que podía frotarse los dedos por teléfono. «Le pueden robar». Gabe había contestado: «Budge, es una casa de té, no un supermercado. Ella cierra a las seis todas las tardes», pero Budge no dejó de molestar y de insistir hasta el punto en que Gabe consideró seriamente la idea de echar a Margie o sacarse de encima a Budge.
Además estaba Riley. «Suze es una amenaza», le dijo a Gabe después del primer señuelo con ella, «entra en un bar y todos se le acercan». «Considerando el trabajo que cumple para nosotros, eso es una ventaja», respondió Gabe. En realidad Suze era una completa profesional, y Gabe la veía en la oficina casi todos los días, ya fuera ayudando a Margie a cerrar la caja registradora a las seis o auxiliando y confabulándose con Nell en sus incesantes esfuerzos para transformar una agencia que no lo necesitaba. Él había decidido dejar que Nell hiciera lo que quisiera con el resto del lugar siempre que dejara en paz su propia oficina, una decisión reforzada por su casual rechazo a la oferta de trabajo y de más dinero que le había hecho Trevor, pero la segunda semana de noviembre, ella hizo su jugada.
– Hay que mejorar tus muebles -le dijo, enfrentándolo desde el otro lado del escritorio, deslumbrándolo con su cabello rojo y un suéter anaranjado con una cinta azul brillante que le atravesaba el busto-. Será sólo un día, a lo sumo dos.
– Sal de mi oficina -contestó Gabe, tratando de no mirar la cinta-. Puedes ocuparte del baño y de la oficina exterior, pero ésta es mía. Sé que está desactualizada, pero en cualquier momento los años cincuenta van a volver a ponerse de moda.
– Estas cosas no son de los cincuenta, son de los cuarenta. Y ya están de moda. Yo no creo que deberías librarte de ellas, creo que deberías hacerlas limpiar y reparar. -Nell se sentó, apuntándolo directamente con la cinta-. Pero tienes que limpiar el cuero y la madera de los muebles, y algunos están flojos y hay que volver a encolarlos. -Miró el techo-. Incluso hay una silla con el apoyabrazos roto.
– Lo sé -dijo Gabe-. Lo rompiste tú.
– Y tenemos que reemplazar las persianas… -dijo Nell animadamente.
– Maldita sea, Nell -dijo él-, ¿podrías por favor dejar algo en paz de lo que hay aquí?
– … Pero no sería un cambio para nada. -Le sonrió-. Sería una restauración. -Se veía alegre pero tensa, y Gabe se dio cuenta de que estaba preparándose para los gritos de él.
Le había gritado mucho últimamente. Respiró profundo y esperó a calmarse.
– Está bien -dijo por fin-. Si no cuesta demasiado, y si no vas a cambiar nada, adelante con los muebles.
– Y las persianas.
– Y las persianas.
– Y la alfombra.
– No te pases de lista, Eleanor.
– Gracias -dijo Nell y se dirigió a su escritorio para empezar a llamar a servicios de reparaciones.
– Pero no puedes cambiar nada -le gritó Gabe, y ella asomó su fogosa cabeza por la puerta y respondió:
– No voy a cambiar nada aquí. Voy a mejorarlo. -Luego volvió a desaparecer.
– ¿Por qué eso no me tranquiliza? -le dijo Gabe al espacio vacío que vibraba con el recuerdo de la imagen de ella.
Una semana más tarde, cuando entró en su oficina, todos los muebles habían desaparecido.
– ¡Nell!
– Vino el restaurador -dijo ella, materializándose en la puerta esta vez con un suéter violeta. Había un corazón rojo tejido en la prenda encima de su pecho izquierdo. ¿Por qué sencillamente no se pone blancos para dardos?, pensó él-. Dijo que a la madera sólo había que limpiarla y encerarla -continuó Nell, endemoniadamente animada-. Pero que restaurar el tapizado de cuero y reforzar las juntas flojas podría tardar un poco más.
– ¿Restaurar el cuero? Eso suena caro.
– Lo es, un poco, pero no tanto como comprar algo nuevo -dijo Nell con alegría-. Y piensa en lo diferente que se verá todo.
– Nell…
– Y cuando eso esté listo tenemos que hablar sobre el sofá de la recepción…
– El sofá está bien.
– … Porque no es de época, es feo, y se está desarmando. Tenemos que…
– Nell -dijo Gabe, y algo en su voz hizo que ella se detuviera y lo mirara con cierto resquemor, una Bambi pelirroja y de ojos bien abiertos con una prenda de algodón tejido color púrpura-. Basta -continuó él, y se sintió culpable por haberlo dicho.
– Un sofá nuevo y termino -dijo Nell-. Lo juro. Eso y las tarjetas de presentación y la ventana, pero primero el sofá nuevo. Alguien se va a caer cuando se siente en el viejo y entonces ¿qué sucederá con nosotros? Nos van a demandar, eso va a pasar. En serio, sé lo que estoy haciendo.
– Nunca lo dudé -dijo Gabe-. Sólo no estoy seguro de que sepas lo que nosotros estamos haciendo. Me refiero a dirigir una agencia de detectives. No tenemos la clase de clientes que prestan atención a la decoración. Cuando vienen a buscarnos, podríamos encontrarnos en un basural y a ellos no les importaría siempre que obtengamos las respuestas que necesitan.
– El sofá será la última cosa -dijo Nell e hizo la señal de la cruz sobre ambos corazones-. Lo juro.
– Nada de sofá -repuso Gabe-. Lo digo en serio.
Nell suspiró y asintió y regresó a su escritorio porque estaba sonando el teléfono y después volvió a asomar la cabeza en la oficina de Gabe.
– Riley está en la línea uno y tu teléfono está en el piso al lado de la ventana.
– ¿Cuántos días?
– Larry dice que mañana; a más tardar el miércoles.
– ¿Quién es Larry? -dijo Gabe cuando levantó el auricular.
– No lo sé -respondió Riley al otro lado de la línea-. ¿Quién es Larry?
– El tipo que está arreglando los muebles -dijo Nell-. Te caería bien. A él le gustaron tus muebles.
Ella desapareció por la puerta mientras Riley decía:
– No me mandaste a averiguar nada sobre ningún Larry.
– Olvídate de Larry -dijo Gabe-. ¿Dónde estás?
– En Cincinnati -respondió Riley-. Las tiendas de empeño de aquí tampoco tienen registros de los diamantes en 1978. Y estoy cansado de todo esto. Trevor dijo que los enterró con Helena, y he decidido creerle.
– No pares hasta que hayas visitado hasta la última maldita tienda de la ciudad -dijo Gabe.
Riley suspiró exasperado.
– ¿Y quién es Larry?
– Un tipo al que Nell le encargó que arreglara los muebles de mi oficina.
– Sabes, tú y Nell tienen mucho en común -comentó Riley-. Ninguno de los dos se da por vencido.
– Tal vez envíe a Nell a buscar a Lynnie.
– La encontró la primera vez -dijo Riley-. Yo lo intentaría.
Nell golpeó a la puerta y volvió a entrar.
– Una clienta para verte -dijo y después se hizo a un lado para dejar entrar a Becca Johnson.
Becca se veía angustiada, lo que era adecuado para ella; había contratado a los McKenna para averiguar los antecedentes de todos los hombres con los que se cruzaba y que ella consideraba que podrían ser El Hombre, pero por desgracia la inteligencia y el sentido común de Becca sólo podían compararse con su pésimo gusto en materia masculina. Ahora que ella estaba de pie frente a él, respirando estremecida y mordiéndose el labio, Gabe supo que Becca había escogido a otro ganador.
– Hablaré contigo más tarde -le dijo Gabe a Riley y colgó-. ¿Qué pasa?
– Voy a traer un vaso de agua -dijo Nell y desapareció por la puerta.
– No se llama Randy -dijo Becca, y entonces su rostro se arrugó y ella se refugió en los brazos de Gabe.
– Está bien -dijo Gabe, dándole palmaditas-. ¿Quién no se llama Randy?
Ella apartó su bonita cara del hombro de Gabe.
– En realidad es maravilloso, Gabe. Estaba tan segura esta vez, ni siquiera te contraté porque lo sabía desde el principio. Pero no se llama Randy. Me mintió -chilló Becca, y Gabe dio un respingo cuando su voz se elevó.
Nell regresó con el agua y entonces se detuvo, levantando una ceja. No empieces, pensó él y la miró fijamente por encima del hombro de Becca. Ella le devolvió la mirada, puso el agua en el alféizar, y se marchó de la oficina con un bonito meneo en su forma de caminar. Debería irritarla más seguido, pensó él. Le da un paso más interesante.
– En realidad confiaba en él -dijo Becca, recordándole que tenía un problema entre manos-. Estaba tan segura.
– ¿Se lo preguntaste? -dijo Gabe, palmeándola otra vez.
– ¿Preguntarle? -Becca se apartó-. ¿Preguntarle?
– Sí-dijo Gabe pacientemente-. ¿Cómo te enteraste?
– Por la valija -dijo Becca, lloriqueando-. En la parte de atrás del placard. Estaba buscando una manta extra y la encontré. Las iniciales son EAK.
– Tal vez sea una valija usada -dijo Gabe-. Quizás era de su abuela materna.
– Es de él -respondió Becca-. Está casi sin usar. Él no compra nada de segunda mano. Todo en la casa está casi sin usar.
– Tal vez alguien se la prestó -insistió Gabe, y ella dejó de hiperventilar-. Becca, pregúntaselo. Después llámame y cuéntame qué te contestó, y podemos investigarlo si lo quieres. Pero no te le eches encima al tipo sólo por unas iniciales en una valija.
Becca volvió a lloriquear.
– ¿En serio piensas que es eso?
– No lo sé -dijo Gabe-. Pero es hora de que hables con él. Si realmente sientes algo serio…
– Es muy serio lo que siento por él -dijo Becca.
– … Entonces tendrás que aprender a hablar con él.
– Nosotros hablamos -dijo Becca y luego, cuando Gabe sacudió la cabeza, dijo-: Está bien. Se lo preguntaré. -Tragó saliva una vez y dijo-: Lo haré en serio. Esta noche.
Gabe encontró su anotador sobre la estantería y tomó nota de todos los detalles sobre Randy, los antecedentes que Becca conocía de él, y su valija. Después la tomó del codo y la guió hacia la puerta.
– Está bien, ya tengo todo lo que necesito. Llámame cuando hayas hablado con él, y si todavía no estás satisfecha, averiguaremos todo.
– Gracias -dijo ella, con una mínima vacilación en la voz-. Lo lamento, Gabe, pero realmente pensaba que él era la persona indicada, y entonces vi las iniciales.
– Todavía no entres en pánico -le dijo él, empujándola suavemente por la recepción.
Cuando Becca estuvo del otro lado de la puerta, Gabe se volvió hacia Nell:
– ¿Querías decirme algo?
– ¿Yo? No -dijo ella, toda inocencia-. Que andes manoseando a las clientas no es asunto mío.
– Recuérdalo -dijo él, regresando a su oficina-. Y de ahora en adelante trata de mandarme mujeres más pulposas. Son más divertidas de apretar.
Cerró la puerta justo cuando algo golpeaba contra ella. Probablemente una resma de papel, pensó, y volvió a trabajar sonriendo hasta que se dio cuenta de que no tenía ni escritorio ni sillas.
Esa noche, más tarde, mientras esperaba una llamada de California respecto de una averiguación de antecedentes, Gabe se sentó en el piso de su oficina y comió comida china junto a Nell, mientras le miraba las piernas estiradas al lado de las suyas. Al menos en esa posición no podía verle ese maldito corazón.
– ¿Qué harías si tuvieras que buscar a Lynnie? -le preguntó.
– Encontraría a algún tipo con dinero, lo ataría como a un chivo, y esperaría a que ella se presentara -dijo Nell-. ¿Tienes los pastelillos? Porque yo… -Se interrumpió cuando él le pasó un recipiente de cartón.
– Sabes, recuerdo que en una época tenía muebles -dijo él, buscando el recipiente con el pollo al ajo-. Se estaba bien acá en esos tiempos.
– Hoy llamé y Larry dijo que los regresará mañana -dijo Nell-. Te van a encantar. Cuéntame sobre Becca.
– ¿Qué pasa con Becca? -dijo Gabe, dispuesto a pelearse con ella pero en realidad sin ánimo de hacerlo. Era mucho más placentero saborear el ajo y mirar el paisaje.
– Riley la llama la Chica Chequeadora, así que supongo que chequea a todos los hombres con los que sale.
– Becca viene de un pequeño pueblo donde todos se conocen entre sí -dijo Gabe-. Ahora vive en una gran ciudad y trabaja en una gran universidad con una gran población temporaria. Nadie conoce a nadie. Entonces nos contrata para hacer el trabajo que su madre y su abuela harían en su pueblo.
Nell lo consideró un momento mientras blandía un tenedor lleno de cerdo agridulce.
– Eso no es tonto.
– No, pero esta vez no quiere que chequeemos. Esta vez era la persona indicada. Deja de acaparar el cerdo.
Él estiró la mano y ella le pasó el recipiente de cartón.
– ¿Entonces qué sucedió?
– Ella cree que le mintió respecto del nombre. -Gabe tomó un bocado de cerdo y dejó que la punzada picante de la salsa permaneciera un momento en su boca antes de tragar. Las buenas cosas de la vida merecían ser saboreadas. No tenía sentido moverse rápido.
– No suenas demasiado convencido -dijo Nell.
– No hay razones para entrar en pánico todavía. -Gabe recogió su vaso de plástico, y justo cuando se dio cuenta de que estaba vacío, Nell le pasó otro lleno de Coca-Cola-. Gracias.
– ¿Entonces qué otros clientes fijos tienes además de Becca la Chica Chequeadora? -dijo Nell, abriendo otro recipiente-. Caramba, esto huele bien.
– Trevor Ogilvie -dijo Gabe, mirándole los tobillos-. Nos contrata cada tres o cuatro meses para averiguar en qué anda Olivia. -Dejó el plato en el suelo para buscar la sopa agria y caliente. Había dos recipientes, así que le pasó uno a Nell y abrió el otro para él-. Riley la llama el Informe Trimestral. Ella le gusta porque va a lugares con música fuerte y cerveza barata. Le toca otra vez el mes que viene. -Saboreó la sopa, espesa y caliente, y el gusto agrio le recordó las papas fritas de Nell. En los últimos tiempos él siempre pedía las papas fritas con vinagre porque la fuerza de ese sabor le despertaba hasta la última papila gustativa.
– Y además está el Almuerzo Caliente -recordó Nell.
– Harold Taggart y su adorable esposa, Gina. -Gabe la apuntó con la cuchara-. Te toca a ti la próxima vez. Riley está harto.
– ¿Qué tengo que hacer?
– Te sientas en el lobby del hotel y te fijas si aparece Gina con su última conquista, lo que sucederá con seguridad. Es completamente confiable, nuestra Gina.
– ¿Entonces la apunto con el dedo y digo: «Yo soy espía»?
– Entonces apuntas con la cámara y tomas la foto. A Harold le gustan las fotos.
Nell sacudió la cabeza y levantó un poco los hombros.
– Eso es enfermo.
– Es lo que dice Riley. Yo trato de no juzgar.
– Eres un ejemplo para todos nosotros -dijo Nell.
– Me gusta pensarlo -dijo Gabe, volviendo a mirarle las piernas.
Nell separó los tobillos.
– Son atractivas, ¿verdad?
– Sí.
– Son la única parte de mi cuerpo que no se fue al diablo cuando perdí peso -dijo Nell-. Creo que era porque me la pasaba caminando.
– Te ves mucho mejor -dijo Gabe, pasándole la comida agridulce-. Dabas un poco de miedo cuando empezaste a trabajar aquí.
– Me siento mucho mejor -dijo Nell, mirando dentro del recipiente.
La punta de su cabeza rozó la barbilla de Gabe, suave como una pluma y sorprendentemente fresca. Un cabello tan rojo debería ser caliente, pensó él.
Ella levantó el recipiente.
– ¿Quieres más o puedo terminarlo?
– Es tuyo -dijo Gabe-. Cuesta creer que tuvimos que obligarte a comer.
– ¿Y qué otros clientes fijos hay?
– Nada tan pintoresco -dijo Gabe-. Hacemos muchas investigaciones de antecedentes para empresas de la zona.
– Como O & D.
– Especialmente O & D. Ellos nos dan mucho trabajo porque mi papá y Trevor eran amigotes. -A Gabe se le ensombreció un poco el ánimo al pensar en ellos-. Y después hicimos un trabajo tan excelente hundiéndolo a Jack con sus dos divorcios que él nos envió encargos para su departamento.
– Por lo menos es de mente abierta. -Ella frunció el entrecejo mirando al espacio-. Me cuesta imaginar a Trevor como el amigote de juergas de nadie.
– Trevor no siempre tuvo mil años de edad -dijo Gabe-. En realidad él y mi papá eran un buen par de juerguistas. -Trató de no pensar en qué otra cosa podrían haber hecho-. Hay una foto de ellos en la pared. Allí, detrás del perchero.
Nell se levantó del suelo y fue a verla, y Gabe le observó las piernas mientras caminaba. Excelentes pantorrillas. Pensó en inclinarse para adelante para mirarla por debajo de la falda y llegó a la conclusión de que la luz no era lo suficientemente buena como para molestarse.
– Dios mío -dijo Nell, inclinándose para mirar mejor la foto, lo que Gabe agradeció-. Trevor era absolutamente deslumbrante.
– Bueno, en ese entonces lo era. Además era un litigante bravo. Estaba a la altura de los mejores.
– Tu papá se parece a ti.
– En realidad, yo me parezco a mi papá, pero gracias.
Nell volvió a mirarlo y después regresó a la fotografía.
– No precisamente. Tú te ves como alguien en quien yo confiaría.
– Gracias -dijo Gabe, sorprendido-, creo. ¿Eso quiere decir «aburrido»?
– No -dijo Nell-. Eso quiere decir que tu papá se ve como un jugador.
– Buena intuición -dijo Gabe.
Ella dio un paso hacia atrás y tomó la chaqueta azul a rayas del perchero.
– ¿Esto era de él? Es igual a la de la foto.
– Era de él -respondió Gabe-. No sé si es la de la foto. A él le gustaban las rayas. Muy Frank Sinatra.
Nell se puso el saco sobre los hombros, y le quedó colgando más abajo de las caderas, casi cubriéndole la falda. Quítate la falda, pensó Gabe, y después pensó: Oh, no. Una cosa era apreciar pasivamente las piernas de una mujer; otra cosa completamente distinta era fantasear sobre la falta de ropa en conjunción con una secretaria de los McKenna.
– Es una chaqueta excelente. -Nell se volvió hacia él mientras se acomodaba las mangas-. ¿Por qué no la usas?
– No soy de la clase de personas que usan rayas -dijo él, disfrutando de la explosión de color de su cabello rojo sobre el azul oscuro del saco. Era más que atractiva, le recordaba a alguien: un rostro pícaro, ojos almendrados, piel pálida, una sonrisa que podía derretir el cemento. Un atractivo antiguo, pero despampanante. Mima Loy, pensó. Ella se pasó las manos por la parte de adelante del saco, y él dijo-: Ese color te queda bien.
– ¿Tú crees? ¿Dónde hay un espejo? -Se fue de la oficina, probablemente en dirección al baño, y Gabe pensó: No te vayas.
Dejó el tenedor en el suelo y sacudió la cabeza, tratando de sacarse de la mente la imagen de ella -esas piernas larguísimas y ese cabello tan resplandeciente-, pero seguía queriendo que regresara.
Era la cosa con las secretarias, decidió. Décadas de McKenna que perseguían secretarias y las alcanzaban. Ya lo tenía en el ADN. Pero él era un adulto, un maduro, cuidadoso, inteligente adulto. Lo único que tenía que hacer era concentrarse, y esta vez no caería presa de la costumbre.
– Tienes razón -dijo ella, regresando sonriente, una gran sonrisa, una gran boca con unos labios carnosos que…
– Siempre tengo razón -dijo Gabe, levantándose-. ¿Quieres más comida?
– Todo lo que tú no quieras -dijo Nell-. En los últimos tiempos estoy insaciable.
Volvió a colgar el saco del perchero y después se agachó para recoger los recipientes de cartón del suelo, y su suéter púrpura se corrió un poco y él pudo ver una delgada línea de su pálida piel sobre la falda, que ahora se ajustaba marcándole el trasero.
Qué tradición estúpida, pensó él. ¿Por qué los McKenna no podrían haber nacido con talento para ganar dinero en vez de secretarias?
– ¿Qué? -dijo Nell, mirándolo desde abajo.
– Nada -respondió él-. Sólo pensaba. -Y entonces sonó el teléfono y Gabe volvió al trabajo.
Al otro lado del parque, Suze tenía sus propios problemas.
– ¿Qué diablos es esto? -dijo Jack, y ella levantó la mirada del libro que estaba leyendo y lo vio venir del comedor, con una de las tazas corredoras en la mano.
– Porcelanas británicas -dijo ella-. Las estoy coleccionando.
– Pusiste estas cosas en el medio de nuestras porcelanas finas.
– Las porcelanas de tu madre -dijo Suze y volvió al libro.
– No creo que sea buena idea poner estas baratijas en el mismo lugar -dijo Jack, y ella levantó la mirada y vio que él daba vuelta la taza para mirar el fondo y que se le soltaba. La pieza golpeó contra el piso de madera, se partió en dos y al mismo tiempo se le separaron las piernas.
– ¡Jack! -Suze arrojó el libro a un costado y se puso de rodillas para juntar los pedacitos.
– Lo lamento -dijo él, aunque sonaba como que no lo lamentaba para nada-. Son esas baratijas…
– Ésta es una Taza Corredora Caribeña -dijo ella, tratando de volver a juntar los pedacitos-. Es de la década del 70 y valía setenta y cinco dólares.
– ¿Esa cosa? -Jack parecía incrédulo.
Suze no le prestó atención y llevó los pedacitos de la taza a la cocina, en busca de pegamento. Él la siguió.
– ¿Esto es otra de las cosas de las que te convenció Nell? Tú no necesitas las porcelanas de ella, tienes las Spode de los Dysart.
Suze puso los pedazos sobre la mesada y los miró, con el estómago revuelto. Aunque consiguiera pegarlos, la taza seguiría rota. Tocó los zapatones amarillos y notó que uno de ellos estaba descascarado.
– Maldición -dijo, y volvió a la sala para buscar el pedazo de esmalte amarillo que faltaba.
Jack volvió a seguirla.
– No puedo creer que estés gastando mi dinero en estas estúpidas tazas.
– Estoy gastando mi dinero. -Se puso de rodillas y revisó el piso, moviendo la cabeza por si el esmalte brillante reflejaba la luz de la lámpara.
– Tú no tienes dinero -dijo Jack.
Ella miró el piso con los ojos entrecerrados y contestó:
– Sí tengo. Estoy trabajando.
– ¿Estás qué?
Allí estaba. Se humedeció la punta del dedo y recogió el pedacito de esmalte. Después se puso de pie y explicó:
– Desde hace un tiempo estoy trabajando medio turno para los McKenna.
– ¿Trabajando? -dijo Jack, haciéndolo sonar como si estuviera engañándolo.
– Sí -dijo Suze, y regresó a la cocina. Puso el pedacito de esmalte sobre la mesada y desenroscó la tapa de plástico naranja del frasco de pegamento.
– Suze -dijo Jack, siguiéndola-, no puedes…
– Soy un señuelo -dijo Suze, tratando de deducir la mejor manera de pegar las piezas. Echó cola sobre la mesada de fórmica y hundió la parte blanca en el pegamento-. Algunos contratan a los McKenna para averiguar si sus parejas están engañándolos, y yo soy la que les da a los tipos la oportunidad de engañar.
– ¿Estás haciendo qué?
Con mucho cuidado, colocó el pedacito de esmalte en el zapato amarillo, ubicándolo con la punta de la uña. Tal vez debería pegar el zapato y la taza separadamente y después pegar los zapatos a la taza cuando los primeros arreglos se secaran.
– Suze -dijo Jack, y ella se volvió y lo vio rojo de furia-. Te dije que no quería que te juntaras tanto con Nell, ¿y ahora estás trabajando con ella? ¿Conquistando tipos en bares?
– No pasa nada, Jack, lo único que hago es hablar. -Se volvió hacia la mesada y levantó las dos mitades de la taza, mojando los bordes con cola blanca-. Riley está cerca todo el tiempo, y él me mataría si yo fuera demasiado lejos.
– ¿Riley McKenna?
– De hecho -agregó ella, sin prestar atención al rugido y juntando las dos partes de la taza-. Por eso lo estoy haciendo. Nell cometió un error, y ellos no permiten que vuelva a ocuparse de eso, así que…
– Bueno, tú tampoco lo harás más -contestó Jack-. Jesús Cristo, Suze, ¿te has vuelto loca? Tú no…
– Yo sí. -Suze se recostó contra la alacena, manteniendo juntas las dos mitades de la taza-. Me gusta trabajar para los McKenna, y no hay razones para que no confíes en mí, así que no voy a renunciar. -Respiró profundo y dijo-: No es justo que me pidas que lo haga.
– ¿No es justo? -Jack parecía estar sufriendo una apoplejía-. Estás acostándote con Riley McKenna, por eso no quieres renunciar, y yo no…
Suze suspiró.
– No estoy acostándome con Riley. -Como él no parecía convencido, agregó-: Nell está acostándose con él. Y no voy a renunciar porque me gusta tener trabajo, y no se interpone con nada que tenga que hacer para ti o contigo, y si no me tienes la confianza suficiente como para dejarme trabajar entonces creo que nos conviene consultar a un consejero matrimonial porque estamos en grandes problemas. -Se quedó sin aliento en las últimas palabras y se detuvo para recuperarse.
– ¿Nell está acostándose con él? -Jack parecía desconcertado, y luego volvió a mirarla con irritación-. No lo creo. Ella tiene por lo menos diez años más que él. Nadie que estuviera en su sano juicio se acostaría con ella si puede hacerlo contigo.
– ¡Oye! -Suze lo miró a los ojos-. Estás hablando de mi mejor amiga, y eres un gran hipócrita. Tú tienes veintidós años más que yo y eso jamás te molestó.
– Con las mujeres es distinto -dijo Jack-. Confía en mí.
– ¿Confiar en ti? -dijo Suze-. ¿Por qué debería hacerlo? Tú no confías en mí, y estoy empezando a pensar que tal vez estés proyectando.
– ¿Psicología de primer año? -dijo Jack, y Suze siguió hablando sin interrumpirse.
– Estás pensando en engañarme y por eso sospechas de más, lo que es una actitud realmente retorcida. Y hay muchas razones por las que alguien podría preferir estar con Nell que conmigo, porque ella es inteligente y divertida e independiente y puede salir de noche sin que venga un asno a acusarla de adulterio y a romperle las porcelanas. ¿Qué vas a hacer cuando yo llegue a la edad de Nell y conozcas a alguien más joven que yo? ¿Me vas a dejar a un lado porque nadie elegiría a una cuarentona en vez de una treintañera? Porque si eso es cierto, bien puedes irte ahora y ahorrarme el suspenso.
– Cálmate -dijo Jack, claramente intimidado-. Sólo cálmate. Por supuesto que no estoy engañándote. Sólo me sorprende lo de Nell, eso es todo. Tim dijo que ella era muy mala en la cama.
Suze sintió que se le calentaba la sangre.
– También yo sería mala en la cama si estuviera con ese hijo de puta. Riley parece estar bastante contento con ella, y tengo que decírtelo, Nell sonaba sorprendida cuando comentó la forma en que él hacía el amor, por lo que apuesto a que Tim es un pésimo amante. Y ella tuvo que soportarlo a él durante veintidós años así que merece pasarlo bien con un tipo más joven que sabe lo que hace.
– ¿Cómo sabes que él sabe lo que hace? -dijo Jack, mientras la sospecha volvía a oscurecerle el rostro.
– Sabes, si sigues diciendo estupideces… -Suze puso la taza pegada sobre la mesada con mucho cuidado y se volvió hacia él-. Si quieres volver a hablar de esto, compórtate como un adulto inteligente y no como un bebé temperamental. Ésta es la pelea más estúpida que hemos tenido, y tú la empezaste porque no confiabas en mí. No estoy bromeando, necesitamos ayuda profesional si honestamente crees que te engañaría. ¿Es que no me conoces?
Jack cerró los ojos.
– No lo sé. Con sólo oír el nombre de Riley McKenna me vuelvo loco. -Volvió a mirarla-. Pero sí me mentiste. Conseguiste un trabajo.
– Sí, bueno, sabía que tomarías esta actitud de gran amo y no me lo permitirías -dijo Suze-. Estoy cansada de eso. Quiero un marido y un compañero, no un papá. Tengo treinta y dos años de edad y tengo un trabajo. Eso no es anormal. Diablos, lo único que yo quería era comprar unas tazas. -Miró la mesada, la taza sin piernas y los zapatos descascarados y apretó los dientes para no gritarle.
– No necesitas trabajar-dijo Jack, tozudamente-. Si quieres las malditas tazas, cómpralas. De todas formas el tema no es el trabajo, es que no me lo dijiste. Me mentiste, ¿y te preguntas por qué creo que podrías engañarme?
– Sigue así, y lo haré.
Suze recogió los dos pedazos de porcelana, lo dejó de pie en la cocina, y subió de a dos escalones la escalera de la sala de estar para alejarse de él. Se encerró en la oficina de Jack, llamó a Nell, y se encontró con el contestador automático.
– Acabo de contarle a Jack lo del trabajo -dijo-. Él cree que estoy acostándome con Riley, ¿puedes creerlo? Le dije qué tú lo hacías. Ve y ten sexo con Riley otra vez, así no estoy exagerando las cosas.
Colgó el teléfono y se conectó con eBay para sacarse de la cabeza la furia y lo que pensaba que era miedo. Demasiado, demasiado pronto, ése era el problema con esa conversación. Buscó Vajilla Caminante en el sitio de internet y encontró tres tazas corredoras comunes, a un precio demasiado alto, pero no le importó. Puso una reserva de ochenta dólares para cada una de ellas -había que estar loca para pagar ochenta dólares por una taza común, lo que quería decir que probablemente se las venderían-, y se acomodó en el asiento para contemplar su compra. Se dio cuenta de que estaba temblando, y no era por haber pagado de más por las tazas.
En verdad me alegro de haber hecho eso, se dijo a sí misma, mientras tocaba los pedazos rotos de la taza. Era demente de parte de él no dejarle tener un trabajo. Demente y controlador y paternalista y antifeminista y…
¿Y si me abandona?
Se estremeció ante la idea, y todo su cuerpo se enfrió. Estaría sola. Había sentido la soledad antes de conocerlo a él; su madre siempre estaba en el trabajo, su padre se había ido muchísimo tiempo antes, y después había aparecido Jack, jurando que siempre estaría presente, que ella jamás volvería a estar sola. Y no lo había estado, ni una vez.
Pero él podía abandonarla por esto. Y sería culpa de ella.
Suze se acurrucó en la silla. Existía la posibilidad real de que acabara de comportarse como una estúpida. ¿Acaso había puesto en riesgo su matrimonio por un trabajo de medio turno y algunas piezas de porcelana? Eso le daría sólo un frío consuelo si perdía al único hombre que había amado. Está bien, sí, él estaba comportándose como un bastardo, pero tenía miedo, se le notaba en los ojos. El pensaba que era demasiado viejo para ella. Pensaba que la estaba perdiendo. Podría ser, pensó, y después pensó: No. Sabía exactamente lo que él sentía. Ella había temido durante catorce años que él la traicionara como había traicionado a Abby y a Vicki, que ella se quedara sola como ellas. Había sido horrible, y ahora él también estaba sintiendo lo mismo.
Se desconectó de internet y lentamente empujó la silla hacia atrás. No necesitaba un trabajo si provocaba eso en Jack, si los hacía pelearse de esa manera. Volvió a bajar las escaleras con lentitud y encontró a Jack en la cocina, colgando el teléfono. Él la miró desafiante, y ella dijo:
– Si te molesta tanto, voy a renunciar.
– Esa es mi chica. -Jack extendió los brazos, y como ella no se le acercó, él fue hacia ella, y ella le permitió abrazarla-. Lo siento, Suze, perdí la cabeza. Sé que no me engañarías, no te merecías eso. Te mereces una disculpa, algo mejor que una disculpa. ¿Qué te parece si salimos más tarde a algún lado?
Mientras no sea a divorciarnos, pensó Suze y se separó de él lo más rápido que pudo para volver a subir y terminar de pegar los últimos dos pedazos de la taza, tratando de no sentirse deprimida, y tratando todavía más de no enojarse.