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Al día siguiente por la tarde, Suze llamó a la agencia para decirle a Riley que iba a renunciar.
– No está aquí -dijo Nell.
– Suenas terrible -dijo Suze-. ¿Qué pasa?
– Otra pelea con Gabe -dijo Nell-. Por lo general sus gritos no me alteran, pero hoy estoy cansada. Por lo menos los muebles ya llegaron. Eso debería de ayudar.
– Tal vez tendrías que dejar de hacer cosas que lo hagan gritar -repuso Suze, pensando en Jack.
– No lo creo -dijo Nell-. Porque entonces él pensaría que gritando se arregla todo. Me pidió disculpas antes de irse y va a llevarme a cenar, así que todo está bien.
– ¿En serio? -dijo Suze.
– Vamos a encontrarnos con Riley a las seis y media en el Sycamore. ¿Jack va a estar en casa a esa hora?
– No -dijo Suze-. Tiene un asunto de negocios. Cenaremos a las nueve.
– Ven con nosotros -dijo Nell, y Suze pensó: por qué no.
Llegó un poco temprano al Sycamore y vio a Riley sentado en una mesa frente a la ventana. Él la saludó con un gesto, y ella se acercó y se sentó frente a él.
– Nell me dijo que querías hablarme. -Sonaba furioso, pero no había expresión en su rostro.
– Voy a renunciar -dijo ella-. Lo del señuelo.
– Bien.
– ¿Eso es todo? ¿Sólo «bien»?
– Jack se enteró, ¿no?
Tuvo ganas de abofetearlo.
– Tal vez sea porque estoy cansada de trabajar para ti. -Vino la camarera y ella dijo-: Té helado, sin limón, por favor. -Después miró a Riley, que estaba bebiendo una cerveza de espaldas al vitral de la ventana, mirando para otro lado como si ella no estuviera allí.
– Sabes, me alegro de que Nell llegue tarde -dijo Suze-, porque quiero saber cuáles son tus intenciones.
– ¿Qué intenciones? -dijo Riley-. No tengo intenciones.
– Tus intenciones respecto de Nell -dijo Suze pacientemente-. ¿Recuerdas? ¿La pelirroja con la que te acuestas?
– Me acostaba -dijo Riley-. Hace tres meses. Eso terminó. Duró sólo una noche, lo que sin dudas ella te contó.
Suze entrecerró los ojos y se inclinó sobre la mesa, con ganas de provocar a alguien con quien pelearse no le causara demasiados perjuicios.
– ¿La largaste? ¿Sabes todo lo que ella sufrió con ese asno con quien se casó? Y ahora tú…
– Retrocede, Barbie. Lo único que ella quería era una noche. Es parte del proceso de recuperación.
– No me vengas con eso.
– Sólo estaba probándolo. Pasa todo el tiempo.
– ¿Y tú cómo sabes eso?
– Porque mi trabajo me coloca en una situación de proximidad con personas que acaban de descubrir que su relación ha terminado. Lo que por lo general ocasiona que aquellas que prefieren tener hombres en su cama vengan a mí.
Suze sacudió la cabeza con incredulidad.
– ¿Y tú ofreces ese servicio…?
– Por lo general, no. Nell es una buena mujer que estaba atravesando un mal momento.
– Y tú querías sexo.
– Tenía una cita esa noche. Si sólo hubiera querido sexo, podría haberlo tenido.
– ¿Tuviste sexo con otra persona después de que te acostaste con Nell?
– No -dijo Riley. Claramente se le estaba agotando la paciencia-. Llamé y lo cancelé. Ahora estoy cansado de esta conversación. ¿Qué hay de nuevo en tu vida? Suponiendo que Jack permita que haya algo nuevo en tu vida.
– Así que Nell está completamente sola otra vez -dijo Suze-. Te acostaste con ella una noche y…
– Nell no está sola. Nell te tiene a ti y a Margie y a mí y a Gabe y a su hijo y probablemente a otros miles que yo no conozco. Se puso un poco loca porque eso es lo que ocurre después de una separación, pero ahora está avanzando en la dirección correcta. Ha vuelto a comer y está destrozando la oficina y se pelea con Gabe y yo la veo bastante bien. Dale tiempo, ya encontrará a alguien.
– ¿Cuánto tiempo? No quiero que esté sola, es horrible estar sola.
– ¿Y tú cómo lo sabes? -dijo Riley, volviendo a mirar para otro lado.
– Puedo imaginarlo -respondió Suze-. Sé que es horrible. Ya debería haber encontrado a alguien a esta altura.
– Dos años -dijo Riley, bajando un poco la cabeza.
Suze se dio vuelta para ver qué estaba mirando y vio un restaurante lleno de gente comiendo.
– ¿Qué?
– Ese es el tiempo de recuperación promedio después de un divorcio. Dos años.
– Oh, Dios mío. -Suze sacó las cuentas-. En julio se cumplió un año del divorcio. Todavía faltan siete meses más. Eso es demasiado tiempo.
– Susannah -dijo Riley, con la gravedad suficiente como para que Suze prestara atención-. Déjala en paz. Le está yendo bien.
– No puedo soportar que esté sola -dijo Suze.
– No, tú piensas que no podrías soportarlo si tú estuvieras sola. -Riley le sonrió a otra persona.
Suze se volvió nuevamente y vio a una morocha al otro lado del salón, que le devolvía la sonrisa a Riley. Volvió a enfrentarlo, irritada.
– ¿Qué clase de mujer coquetearía con un hombre que está con alguien?
– Yo no estoy contigo -dijo Riley, sin quitarle los ojos a la morocha-. Sólo estamos sentados en la misma mesa.
– Pero ella no sabe eso. -Suze volvió a mirar a la morocha con desprecio. Las mujeres así eran las que destruían los matrimonios.
– Claro que lo sabe.
– ¿Cómo? ¿Qué hiciste? ¿Le mandaste una nota?
– Lenguaje corporal. Los dos estamos inclinados hacia atrás. Además ya van quince minutos que me estás parloteando, entonces aunque estuviéramos juntos, no sería por mucho tiempo.
– Dios sabe que eso es cierto -dijo Suze, alejándose incluso un poco más de él-. No puedo imaginar qué vio Nell en ti.
– No es necesario -dijo Riley, todavía sonriéndole a la morocha-. Ella te lo contó. Golpe por golpe, apostaría.
– Lo que me faltaba-dijo Suze-. Que me hagas comentarios perversos en el Sycamore.
– Eso no es lo que te falta. -Riley se puso de pie y levantó su copa-. Pero lo que te falta no lo conseguirás porque te casaste con un idiota. -Tomó el vaso de ella, también, y dijo-: Te traeré una segunda vuelta. -Y se fue antes de que Suze pudiera decir:
– No quiero una segunda vuelta.
Lo observó cuando se detuvo junto a la mesa de la morocha, notó que la sonrisa de la morocha se hacía más grande cuando él le hablaba, y después la vio reír mientras él seguía rumbo a la barra.
Qué vulgar esa morocha, que dejaba que él la conquistara de esa manera. Bueno, gracias a Dios ella no estaba buscando a alguien, si así eran las cosas en el mundo de las citas románticas. Gracias a Dios que tenía a Jack.
Suze se volvió para mirar por la ventana en dirección a la calle de casas de ladrillos a la vista que estaba frente al restaurante. El sol estaba poniéndose, y el Village estaba tomando ese aspecto atemporal que siempre adquiría al atardecer, bello y melancólico. Me encanta estar aquí, pensó. ¿Por qué no soy feliz?
Salvo que sí era feliz. Era el crepúsculo. El crepúsculo siempre traía melancolía, y la belleza melancólica podía hacer que cualquiera se sintiese un poco triste. Se pondría bien cuando el sol volviera a salir.
Riley puso el vaso frente a ella y volvió a sentarse en la mesa, bloqueándole la vista de la calle crepuscular.
– Ni siquiera me preguntaste qué quería beber -dijo Suze.
– Pruébalo.
Ella bebió un sorbo. Té helado, sin limón.
– Presto atención -dijo Riley.
– Así que ella te dejó conquistarla frente a mí. ¿No tiene ninguna ética?
– Por Dios, espero que no -repuso Riley-. Además le dije que eras mi hermana.
Él se veía tan calmado, tan seguro de conocerlo todo, que ella sintió la repentina urgencia de desconcertarlo. Si se inclinara sobre él y lo besara, la morocha sabría que no era su hermana. Eso lo pondría en su lugar.
– ¿Qué? -dijo Riley, con un aspecto menos seguro de sí mismo.
– No dije nada -dijo Suze.
– No, pero tu expresión cambió -dijo Riley-. Sea lo que sea que estás pensando, detente.
– De todas formas no lo haría. No tengo agallas.
– Bien. Detesto a las mujeres con agallas. Me gustan sumisas.
– Yo no soy sumisa -dijo Suze.
– Otra razón por la que no estamos juntos -replicó Riley.
La silla que estaba al lado de ella se corrió, y Nell dijo:
– ¿Por qué los dos tienen el entrecejo fruncido? -Y se sentó. Se veía cansada pero relajada; entonces la pelea con Gabe debía de haber terminado.
– Compañía de clase baja -dijo Suze, corriendo los pies para que Marlene pudiera esconderse debajo de la mesa.
– Muchas gracias -dijo Gabe, ocupando el asiento contiguo al de Riley.
– ¿Cómo fue tu día? -preguntó animadamente Suze pero no prestó atención a la respuesta, prefiriendo en cambio ver a Riley que se reía junto a Nell y hacía contacto visual con la morocha; estaba claro que no le importaba que Nell estuviera fuera de su vida.
Cuando Riley y Nell fueron a la barra a buscar más bebidas, Gabe dijo:
– ¿Y cómo anda tu vida?
– Tengo que renunciar a los señuelos -dijo ella-. Lo lamento. En serio, lo lamento mucho.
– Nosotros también-dijo él-. Era grandioso trabajar contigo.
– Gracias. -Apartó la mirada para que él no se diera cuenta de lo mucho que la cuestión la afectaba y vio que Nell se reía junto a Riley en la barra-. Se la ve maravillosa, ¿no? -dijo Suze, volviéndose hacia Gabe-. Tan alegre y feliz.
Gabe asintió, también observando a Nell.
– «La silueta que sólo un brillante recipiente puede contener».
Suze lo miró parpadeando asombrada. Ni en un millón de años habría sospechado que Gabe McKenna citaba poesía.
– ¿Roethke?
Gabe pareció también desconcertado.
– Sí, era el favorito de mi padre. Le recitaba esa frase a mi madre todo el tiempo. A veces Nell me hace pensar en ello. -La miró frunciendo el entrecejo-. ¿Cómo conoces a Roethke?
– Inglés de tercer año -dijo Suze-. Introducción a la Poesía. -Cuando regresara a su casa, buscaría su vieja antología y se fijaría si ese poema era tan erótico como ella lo recordaba. Incluso si no lo fuera, estaba segura de que se trataba de un gran poema de amor. Tal vez Nell no estaba sola después de todo.
Sería demasiado terrible que Nell estuviera sola.
Dos horas más tarde, Suze y Riley ya se habían marchado, y Nell estaba terminando su postre y tratando de descifrar las corrientes subterráneas de esa noche. Gabe bebía lentamente una cerveza al otro lado de la mesa, algo enojado porque Trevor había vuelto a llamarla esa tarde para ofrecerle un trabajo.
– Está bien -dijo ella-. No entiendo de qué se trata toda esta tensión. Riley estaba muchísimo más alterado por la renuncia de Suze que lo que dejaba entrever. ¿Qué pasa con eso?
– Hay una historia allí -dijo Gabe-. Escucha, cuando Trevor llamó, ¿mencionó que Jack le había dicho que te ofreciera ese trabajo?
– No -respondió Nell-. Y no hay ninguna historia. Suze no conocía a Riley hasta la noche que robamos a Marlene. La totalidad de la relación de ellos consiste en catorce trabajos de señuelo.
– Es cierto -dijo Gabe-. Pregunto lo de Trevor porque él no es de los que realizan acciones directas. Jack, sí. Trevor, no. Trevor espera.
– No lo mencionó. -Nell se inclinó sobre su plato vacío para mirarlo a los ojos-. Me contaste que investigaste los divorcios de Jack. ¿Me estás diciendo que investigaste a Suze?
– ¿Estás segura de que me contaste todo lo que sabes sobre Margie?
– Vicki te contrató para que averiguaras lo de Suze con Jack -dijo Nell-. Dios mío. ¿Allí fue cuando Riley vio a Suze?
Gabe asintió, dándose por vencido, lo que ella sabía que iba a hacer.
– A través de la ventana de un motel, desnudándose para Jack con un uniforme de animadora. A los dieciocho. Eso lo dañó para siempre. -Contempló el espacio un momento, con aire pensativo.
Nell entrecerró los ojos.
– ¿Y tú cómo lo sabes?
– Hay fotos -dijo Gabe, volviendo a la tierra-. Debe de ser algo importante porque Trevor tiene mucho interés en alejarte de nosotros.
– ¿Hay fotos?
– Había -dijo Gabe rápidamente-. Había, había fotos.
– Me estás ocultando algo -dijo Nell, acercándose más.
– Como si eso fuera posible -replicó Gabe-. Claro que siempre existe la posibilidad de que Jack esté manipulando a Trevor. ¿Qué es lo que tú sabes que Jack no quiere que me cuentes?
– Nada. Te dije todo lo que sé. Escucha, a fines de la próxima semana habré terminado con el baño. ¿Quieres que empiece con el auto?
Gabe achicó los ojos.
– Mantente lejos de mi auto. -Se detuvo, reflexionando-. Tal vez sea eso. Tal vez tengan miedo de que encuentres algo. Dios sabe que has revisado en todas partes.
– Sólo para limpiarlo. -Nell apartó el plato-. No soñaría con conducirlo.
– Yo lo limpio. No hay nada allí. Y ni siquiera hables de conducirlo.
– Dije que no soñaría… -empezó a decir Nell, pero él estaba en pie, listo para irse, con las llaves en la mano, y se sintió tentada por la insignia del Porsche.
– No se me ocurre otra razón para ofrecerte un trabajo que te aleje de nosotros -dijo Gabe-. Tiene que tener alguna relación con este lío del chantaje.
– Tal vez sólo sea que precisan a una buena gerente de oficina -dijo Nell, empujando la silla hacia atrás con cuidado para no lastimar a Marlene-. ¿Y esas fotos todavía existen?
– Jamás lo sabrás -replicó Gabe-. Los muebles están muy bien, de paso.
– Eres demasiado sensible respecto de ese auto -dijo ella y, recogió a Marlene para seguirlo hacia la fría noche de noviembre.
Nell estaba desilusionada por el hecho de que Suze hubiera renunciado, pero no sorprendida. «Es un milagro que Jack le haya permitido hacerlo tanto tiempo, -le dijo a Riley-. Por lo menos ahora tú estás libre. Sé que no te gustaba trabajar con ella». Esperaba que él confesara, pero lo único que dijo fue: «Ella no era tan mala». Poco después, él comenzó a salir con una asistente dental que hacía teatro regional y que consideraba que el señuelo era un arte escénico, y nadie volvió a mencionar a Suze.
Ella no tomó tan bien el cambio. «Estoy bien, en serio», le dijo a Nell, pero cuando se hizo la época del Día de Acción de Gracias, había dejado de sonreír y su temperamento estaba peor.
– Jack insistió en invitar a Tim y Whitney -le había dicho a Nell la semana antes-. Y le contesté que si tú no venías, yo tampoco iba. Entonces él dijo que no iba a necesitarte porque había invitado a Margie y a Budge y al padre de Margie y a su esposa y a Olivia. Cinco. Además están mis padres.
– Puedo quedarme en casa -había respondido Nell, que no quería causar más problemas entre Suze y Jack. Él la miraba con furia cada vez que se encontraban, y ella estaba cansada.
– No, no puedes -dijo Suze-. Tú y Jase son las únicas personas que quiero ver. Tienes que venir.
Entonces Nell había llegado temprano trayendo pasteles de calabaza y a Marlene, y había ayudado a terminar de cocinar mientras Suze le ponía a Marlene un traje de pavo que había encontrado. Nell trató alegremente a Whitney cuando ésta parecía estar enojada, sintió compasión por Jase cuando él no pudo sacarse de encima a la hosca de Olivia, y le tuvo paciencia a la madre de Tim cuando ésta hizo velados comentarios sobre personas que seguían adelante con sus vidas y no quedaban aferradas al pasado. El momento más desagradable del día había ocurrido poco antes de que se sentaran a comer, cuando la madre de los Dysart contó los platos y gritó, horrorizada, «¡No podemos ser trece en la mesa!», mirando fijo a Nell. El momento más agradable ocurrió inmediatamente después, cuando Suze miró fijo a la madre de los Dysart y dijo: «¿Quieres que te prepare una bandeja en otro lado?». Jase había salvado el día arrastrando a Olivia a la cocina -«Vamos a comer en la mesa de los niños, como en los viejos tiempos»-, pero la situación no le había parecido graciosa a Jack, que castigó a Suze pasando toda la tarde riéndose con Olivia sin prestarle atención. A Suze no pareció importarle. A las nueve, cuando Jack llevó a casa a su madre, la familia ya se había dispersado, por suerte, y era evidente que la señora había decidido quedarse con Jack durante un rato largo, porque a las once de la noche Suze y Nell estaban solas en la habitación para huéspedes de Suze, saboreando la soledad y sus novenos ponches de huevo. Hasta Marlene parecía aliviada.
– Gracias por quedarte a pasar la noche -dijo Suze-. No puedo soportar la idea de limpiar todo esto yo sola.
– Ningún problema -respondió Nell, estirándose en la cama con su pijama de seda azul. Era una buena sensación estirarse, todos los músculos, y pensó, no por primera vez, que tenía otros músculos que también le gustaría usar. El celibato era una porquería. En ocasiones había considerado atacar a Riley otra vez, solo por el ejercicio-. Gracias por tenerme a mí y a Whitney en el mismo cuarto, así Jase no tiene que dividirse en las fiestas.
– Es una mujer interesante -dijo Suze-, para ser enana. -Se sentó con las piernas cruzadas en la cama al lado de Nell, desabrochando el traje de pavo de Marlene.
– Es pequeñita.
– Es una asquerosa cucaracha.
– Hablas así por lealtad -dijo Nell-. No es tan mala persona. Y en realidad ya no me importa, aunque todavía espero que Tim muera. Lo único que tengo en contra de ella en la actualidad es que ella tiene sexo y yo no.
– Sabes -dijo Suze, frunciendo el entrecejo ante un broche duro-, si tuviéramos algo de cerebro, tú y yo nos acostaríamos juntas.
– ¿Qué? -dijo Nell-. ¿Nosotras? -Lo pensó un poco-. Facilitaría las cosas.
– Tú me encuentras atractiva, ¿verdad? -Dejó de desabrochar el traje de Marlene para levantar el borde de su antiquísima remera universitaria.
– Muchísimo -dijo Nell-. Lástima que para mí sea un desperdicio. -¿Dónde diablos está Jack, de todas maneras?
– Tú también te ves bien con la seda azul, dulzura -dijo Suze-. Te digo que nos estamos perdiendo algo bueno.
Nell se miró su pijama de seda azul. Era cierto que ese color le quedaba bien. Tal vez debería comprarse un camisón azul. De encaje. Sólo por si alguien pasaba de visita. Se movió con incomodidad en la cama, buscando una distracción.
– ¿Tienes algo para comer que no grite «Día de Acción de Gracias»?
Bajaron a la cocina, mientras Marlene las seguía estrepitosamente esperando ligar algo de comida, y Suze miró dentro de la heladera.
– Sobras de lasaña de ayer. Apio y zanahorias. Queso. Creo que hay un helado petrificado en el congelador. Todo lo demás es de las fiestas.
– Sí -dijo Nell.
– ¿Sí qué? ¿El helado?
– Todo. Me muero de hambre. ¿Tienes vino?
Suze comenzó a descargar la heladera.
– Qué buen cambio para ti. Nos cansaba mucho obligarte a comer el último verano.
– Yo estaba cansándome de que me acosaran -dijo Nell, atacando las zanahorias-. Y entonces de pronto sentí hambre, y ahora no alcanzo a ponerme al día. -Además cuando como no pienso en sexo.
– Bueno, se te ve mucho mejor. -Suze sacó una botella de vino tinto del armario y se puso a buscar un sacacorchos-. ¿Has recuperado el peso original?
– No, y no quiero -dijo Nell-. Acepto lo que me das, pero estoy saludable otra vez. Cumplo con los requisitos gubernamentales.
Suze le pasó la botella y el sacacorchos a Nell. Después puso la lasaña en un plato y lo metió en el microondas.
– La comida ya sale. Es probable que haya bifes en el congelador de abajo. ¿Quieres que descongele un par para el desayuno de mañana?
– Claro. -Nell sacó el corcho del vino-. Carne y huevos. ¿Tenemos que esperar al desayuno?
Suze bajó al sótano y regresó con tres bifes, que puso en la pileta para que se descongelaran.
– No me puedo imaginar vegetariana -dijo, tomando la copa de vino que le pasaba Nell-. ¿Cómo hace Margie para soportarlo?
– ¿Cómo hace Margie para soportar a Budge? -dijo Nell, pensando en la forma en que Budge había zumbado alrededor de ella y tratando de no pensar en cómo sería en la cama. Sólo ese pensamiento le hizo necesitar un trago.
– Él adora el suelo que ella pisa -dijo Suze-. A muchas mujeres les gusta eso.
– Un poco como Jack -dijo Nell.
– Entonces, en serio -dijo Suze-, ¿alguna vez pensaste en ser lesbiana?
– ¿Cómo dices?
– Ya sabes, tú y yo. Es más fácil que con los tipos.
– Oh, claro. No. -Nell desenvolvió el queso y cortó un pedazo-. Estoy muy interesada en la penetración. O al menos solía estarlo. Ya hace un tiempo de eso. Meses. Años.
– No tanto -dijo Suze-. ¿Acaso Riley no te penetró?
– Claro que sí -dijo Nell-. Pero eso fue sólo una vez y él no cuenta. Era un amante descartable.
Suze contempló en silencio el microondas mientras pasaban los segundos, y cuando el aparato emitió un sonido, sacó la pasta y la puso sobre la mesa. Después tomó dos tenedores de un cajón, le entregó uno a Nell y se sentaron con el plato de lasaña entre las dos.
Suze pinchó la comida de su lado.
– ¿Amante descartable?
– Según Riley -dijo Nell con la boca llena de queso y fideos-, las mujeres que están recuperándose de un divorcio atraviesan una etapa de amantes descartables en la que se acuestan con hombres sólo para probar que pueden hacerlo.
– Bueno, él seguramente tiene acceso a mujeres divorciadas -dijo Suze-. ¿Entonces a quién más has descartado?
– Sólo a Riley. -Nell volvió a cortar la lasaña-. Esto está realmente rico.
– Debería haber alguien más aparte de Riley -dijo Suze con firmeza.
– Nadie más me atrae -repuso Nell, y entonces vio la imagen de Gabe frente a ella, de pie en el umbral, cerniéndose, discutiendo, devolviéndole los golpes, disfrutando de la pelea tanto como ella, y Nell se detuvo con el tenedor a medio camino de la boca.
– Pensaste en alguien, ¿no?
– No -dijo Nell y comió un poco de lasaña-. Entonces, respecto del lesbianismo. ¿A ti te interesa?
– Tal vez. Nunca lo probé. Me casé muy joven, sabes.
– Lo sé -dijo Nell-. Estuve en la boda. Cuando el sacerdote dijo: «¿Alguno de los presentes tiene alguna objeción?», sentí ganas de ponerme de pie y decir: «¿Nadie se dio cuenta de que la novia es una infante?», pero no lo hice. -Se inclinó y puso un pedazo de pan en el piso para Marlene, quien lo miró como si fuera brócoli-. Si estás esperando lasaña -le dijo a la perra-, puedes olvidarlo.
Marlene comió el pan.
– Gracias por no arruinarme la boda -dijo Suze.
– No hay de qué. Esta lasaña está realmente muy rica.
– Tiene tofu.
Nell se detuvo lo suficiente como para mirar la sartén con expresión de duda.
– No le siento el gusto.
– Entonces finge que no lo tiene, de la misma forma en que finges que ese tipo no existe.
– No hay ningún tipo -dijo Nell-. Tofu, ¿eh?
– Olvida que lo mencioné. -Suze volvió a llenar las copas de vino-. ¿Alguna vez besaste a una chica?
– No. -Nell buscó la manteca-. ¿Tú?
– No. -Suze dejó el tenedor-. Deberíamos intentarlo.
– Estoy comiendo -dijo Nell-. Tal vez más tarde, para el postre.
– ¿Y qué hay de nuevo en el trabajo?
– No mucho. Gabe me dejó arreglar los muebles de su oficina, ¿puedes creerlo? Después voy a comprar un sofá y luego voy a hacer repintar la ventana. Y nuevas tarjetas de presentación.
Suze se acomodó en la silla y la observó.
– Gabe siempre me parece un tipo aburrido.
– ¿Gabe? Por todos los cielos, no. -Nell clavó más lasaña con el tenedor-. Riley dice que está reprimido por haber pasado muchos años tratando de mantener la compañía a flote ya que su padre casi la hace quebrar, pero yo creo que no es más que un tipo seco. Sabes, el tipo duro, un detective privado tradicional, a la antigua.
– Ya me parecía -dijo Suze-. Es Gabe.
– ¿Qué?
– Estás excitada por Gabe. Por eso no dejas de molestarlo, para hacer que te preste atención.
– No, no es cierto -dijo Nell, bajando el tenedor-. ¿Estás loca?
Suze sacudió la cabeza.
– Lo noto en tu voz. Vamos, soy yo. Admítelo.
– Bueno. -Nell levantó su copa de vino-. He tenido algunos fugaces pensamientos inapropiados. -Bebió la mitad del vino y luego agregó-: Pero estoy segura de que eso se debe a qué se parece a Tim.
– No se parece a Tim -dijo Suze-. Además, tú no te sientes de esa manera cuando miras a Tim ahora, ¿verdad?
– Condicionamiento clásico -dijo Nell, pensando en lo estúpido que se había visto Tim durante la cena, tomándole la mano a Whitney y tratando de fingir que no tenía a dos esposas en la misma mesa-. Creo que cuando miro a los tipos altos y delgados de cabello oscuro pienso: «Debería acostarme contigo», porque me acosté tanto tiempo con Tim. Ya se me va a pasar. -Sacudió la cabeza y volvió a beber.
– Tim no es tan alto -repuso Suze-. Y repito: ya no sientes eso por Tim, ¿verdad?
Nell reflexionó. ¿Se excitaba cuando veía a Tim? Bueno, Dios sabía que ese día no. Se lo veía más blando de lo que lo recordaba, como si lo hubieran dejado bajo la lluvia. No era alguien que quisiera tocar, alguien contra quien ella podría moverse y sentir huesos y músculos. Daba la impresión de que si le clavaba un dedo quedaría un hueco-. No -dijo.
– Bueno, entonces -insistió Suze, exasperadamente-. No me parece que ésa sea la razón de que Gabe te excite.
– Yo no quiero ser como Margie y sus rubios intercambiables.
– No eran intercambiables -dijo Suze-. Stewart era un asno, y Budge es un felpudo. -Eso pareció deprimirla y terminó su vino con un suspiro.
– Bueno, a eso me refiero -dijo Nell-. Ella responde a cierto tipo de hombres y le gustan así sin importar cómo son en realidad, y entonces se queda enganchada.
– ¿Cómo es Gabe en realidad?
– Inteligente. -Nell volvió a imaginárselo de pie en la puerta de la oficina-. Tenaz. Encantador cuando lo desea. Exasperado. Seco. Dulce. Desagradable. Amable. Controlador. Valiente. Desprolijo. Paciente. -Duro. Fuerte. Ágil-. Y últimamente, en realidad, muy atractivo. -Sacudió la cabeza y buscó la botella de vino-. Quién lo diría.
– Eso no suena a excitación.
– Gracias a Dios.
– Eso suena a amor.
– Oh, no, de ninguna manera. -Nell se enderezó-. Ni siquiera empieces con eso. Absolutamente no. -Tomó la copa y bebió.
– El tema con el amor es que no se elige -dijo Suze-. Un día te despiertas y allí está, sentado al pie de la cama, diciendo: «Ja, ja, ja, te atrapé», y no hay nada que puedas hacer al respecto. -Ella también sacudió la cabeza ante la idea y bebió.
– De ninguna manera. No, no voy a volver a hablar de eso.
– Y el hecho de que lo consideres excitante tampoco está mal -dijo Suze-. Es muy atractivo. Bonito cuerpo.
– ¿Cómo dices? -dijo Nell.
– Esos trajes le quedan maravillosos. -Suze tomó una zanahoria, apartando los ojos de Nell con aire casual-. Y esa historia de que se cree el amo del universo también es bastante sexy. Me encantan los hombres que están en control de la situación.
– Estás casada con uno de esos -señaló Nell.
– Cierto. Lo que no quiere decir que no pueda apreciarlo en otros.
Nell levantó el tenedor y pinchó la lasaña.
– Entonces adelante.
– ¿No te molestaría?
– Para nada -dijo Nell afectadamente-. Aunque estás casada.
– Bueno, entonces, si alguna vez decidiera engañar a mi marido, sería con Gabe -decidió Suze-. Es todo un bombón.
– Estás tratando de enojarme, ¿verdad? -dijo Nell, buscando su copa.
– ¿Da resultado?
– Sí. Maldita sea.
– No veo cuál es el problema -dijo Suze, dejando la zanahoria-. Los dos son solteros. Adelante.
– No voy a acostarme con mi jefe -dijo Nell-. Y él no va a acostarse conmigo. Es contra la política de la empresa.
– ¿Qué política?
– No se jode con los empleados. Los McKenna tienen antecedentes con sus secretarias.
– ¿Él se acostó con Lynnie?
– No. Riley.
– Riley. -Suze sacudió la cabeza encima de la copa de vino-. Qué completo desperdicio de masculinidad que es ese muchacho.
– No, no lo es. -Nell se enderezó un poco-. Riley es un buen hombre.
– Pensé que decías que se acostaba con todo lo que se moviera.
– Con unos pocos defectos -admitió Nell-. Pero es un gran tipo, en serio. Le confiaría mi vida. Sólo tienes que conocerlo mejor. -Estudió a Suze con cuidado-. O tal vez no.
– Definitivamente no.
– ¿Así que estás aburriéndote con Jack?
– ¿Helado? -dijo Suze animadamente y fue a la heladera.
– Bueno. Metí el dedo en la llaga, ¿no?
– No estoy aburrida de mi marido -dijo Suze, poniendo los dos litros de helado petrificado al lado de la lasaña.
– Claro que no -dijo Nell-. ¿Tienes una cuchara?
Suze sacó dos cucharas del cajón y le pasó una a Nell.
– ¿Entonces vas a hacer tu jugada con Gabe pronto?
– Nunca.
Nell tomó un pedazo de helado del recipiente y lo mordió, dejando parte en la cuchara. El chocolate le manchó el labio inferior, y Suze se inclinó y se lo lamió; su lengua tocó la de Nell que se echó hacia atrás, sorprendida.
– Vamos. -Suze le sonrió diabólicamente, y Nell lo pensó a través de una niebla de ponche y vino tinto y sonrió. Qué demonios.
– Está bien. Marlene, cierra los ojos. -Se inclinó hacia adelante y besó a Suze; sintió en la boca suavidad contra suavidad y dulzura contra dulzura. Era diferente, liso y fresco, como el helado de vainilla.
Suze se apartó un momento después.
– ¿Qué te pareció?
– Lindo. -Nell comió el resto de helado de la cuchara-. Pero sin vibración. No creo que le compremos a Marlene una remera que diga «Mis dos mamas me aman».
– Sí. -Suze se despatarró en la silla-. Quiero tener un romance.
Nell se detuvo, con los ojos bien abiertos.
– Tengo el número de Riley en la cartera.
– No puedo engañar a Jack -dijo Suze angustiada, levantando la copa de vino tinto.
– ¿Entonces por qué estamos besándonos?
– No creo que él lo considerara un engaño. Creo que es probable que se excitara si me acuesto contigo.
– Creo que probablemente querría sumarse, además -dijo Nell, sirviéndose más helado-. Ése sería el momento en que yo me despediría con una reverencia.
– Yo sólo… -Suze se acomodó en la silla-. No he besado a otra persona además de Jack en catorce años.
Nell tenía la boca llena de helado, así que levantó la mano.
– Y a ti. Pero no era en serio. Es como dijiste, me falta la vibración. Quiero un poco de vibración.
– Bueno, la vibración está bien -dijo Nell, tragando-, pero no dura mucho.
– Debería. -Suze se cruzó de brazos-. No espero fuegos artificiales para siempre, sé que eso desaparece, ¿pero no debería sentir al menos un poco de vibración cuando me besa? ¿Un poco de sorpresa?
– No lo sé -respondió Nell-. En el caso de Tim y yo me parece que la vibración desapareció junto con los fuegos artificiales. Pregúntale a Margie. Ella tuvo más vibraciones que yo.
– Tuviste a Riley. Había vibración, ¿verdad?
– En realidad no. Él besa de manera excelente, excelente, y sentí el zumbido de la novedad. Pero vibración, no. Creo que hay que tener previbraciones para llegar a las vibraciones.
– ¿Eh?
– Ya sabes -dijo Nell, pensando en Gabe-. Le miras las manos cuando escribe y te calientas de sólo ver cómo se mueve la lapicera. Oyes su voz y tienes que respirar profundo porque dejaste de respirar cuando lo oíste. Se inclina sobre tu hombro y cierras los ojos para disfrutarlo más. Previbraciones.
– Esas no son previbraciones -dijo Suze-. Son vibraciones totales.
– Bueno, eso no me pasó con Riley.
– Oh. -Suze parecía pensativa-. Yo creía que Riley tenía una vibración universal. No cabe duda de que Margie respondió esa noche en el auto.
– Pero tú no -dijo Nell y le sonrió.
– Claro que sí -dijo Suze-. Lo desagradable no quita el magnetismo animal.
– Yo no sentí el magnetismo animal -dijo Nell.
– La vibración natural -dijo Suze-. Algunos tipos la tienen. Como Riley y Jack.
– No -dijo Nell-. No me pasó con ninguno de los dos. Esa debe de ser tu vibración. No habías empezado a pensar en engañar a Jack hasta que conociste a Riley, ¿verdad?
– No estoy pensando en engañarlo -dijo Suze, apretando la copa con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos-. No lo haría. En verdad no lo haría.
– Correcto. Pero no empezaste a pensar en eso hasta que conociste a Riley, ¿verdad?
– Ni siquiera me gusta.
Nell suspiró, exasperada.
– Pero no empezaste a pensar en eso hasta que lo conociste, ¿verdad?
– Un poco después. Pero no voy a hacerlo. Es una fantasía. -Suze dejó la copa y en cambio comió más helado-. Ni siquiera se trata de eso. No tengo fantasías con él. Eso estaría mal. -Tragó un poco de helado y se atragantó ligeramente-. Entonces, ¿cómo es él?
– ¿Quién?
– Riley. En la cama.
Nell lo pensó un poco.
– Muy suave. Y concienzudo. Presta atención, le pone los puntos a las íes y todo eso. Lento pero constante. -Inclinó la cabeza, pensando en lo que acababa de decir-. Suena aburrido, ¿verdad?
– En realidad no -dijo Suze, con la voz un poco alterada.
– Porque no lo era. Aburrido, quiero decir. Muy suave pero muy intenso. Hay mucha energía en él. Manos excelentes.
– Oh. No es que me importe. -Suze sacó más helado y se lo metió en la boca.
– Entonces estás pensando en Riley.
– Pienso en la vibración -dijo Suze, con la boca llena-. Y, por desgracia, él me viene a la mente. Lo que me enfurece. Pero no voy a hacer nada al respecto.
– Yo tampoco -dijo Nell, sirviéndose más helado y tratando de no pensar en Gabe.
– Deberíamos intentar el beso otra vez -dijo Suze, dejando a un lado la cuchara.
– ¿Para qué? -dijo Nell comiendo helado.
– Supón que hay una peste que mata a todos los hombres.
– No habría más guerras y habrías muchas mujeres gordas y felices. Nicole Hollander ya hizo la historieta.
– No, lo que quiero decir es: ¿abandonarías el sexo?
– Todavía habría electricidad, ¿verdad? -dijo Nell-. Yo y mi vibrador. No es ningún problema.
– No es lo mismo -dijo Suze-. Sin roces, sin cuerpos…
Nell se imaginó a Gabe, estirado, ágil y erecto a su lado, y dejó la cuchara.
– … sin calor, sin penetración…
– Cállate -dijo Nell, y volvió a buscar el plato de lasaña.
– Sólo estaríamos nosotras -terminó Suze.
– Y Margie -dijo Nell, tratando de imaginarse un trío con Margie-. Las sábanas siempre estarían limpias.
– Imagina que todos los hombres han muerto por la peste y quedamos sólo tú y yo. Margie se ocuparía del lavado.
Nell sacudió la cabeza y pinchó la lasaña.
– No creo que tenga la mentalidad necesaria. Creo que estoy calibrada para la testosterona. -Miró a Suze-. No creo que tú tengas la mentalidad tampoco. Creo que me estás usando para no pensar en Riley. Y me parece que no va a dar resultado. -Nell regresó a la lasaña-. ¿Estás segura de que esto tiene tofu?
– Sin duda -dijo Suze y levantó la cuchara de helado-. Mucho tofu, nada de vibración. Como mi vida.
– Tengo el número de Riley -dijo Nell, buscando pan.
– De ninguna manera -dijo Suze-. Soy una mujer felizmente casada.
Yo no, pensó Nell, y jugueteó con la tentadora idea de Gabe mientras terminaban la lasaña y la botella de vino.