143157.fb2 Mujeres Audaces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 15

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Capítulo 12

Una semana después, Nell seguía negándose a hacer algo respecto de la atracción que sentía por Gabe; entonces Suze arrinconó e interrogó a Riley en el Sycamore mientras esperaban a que ellos llegaran.

– Nell y Gabe -le dijo apenas la camarera le trajo su té helado.

– Deberían de estar por llegar en cualquier momento -dijo Riley-. ¿Dónde está tu marido?

– En una reunión -dijo Suze y frunció el entrecejo cuando se dio cuenta de que Riley estaba concentrándose en algo que estaba detrás de ella-. ¿Otra morocha? -dijo con exasperación.

– Rubia. Sigue hablando. Lo harás de todas maneras.

– Gabe y Nell. Creo que precisan un empujón.

– No interfieras. Ya llegarán por su cuenta, suponiendo que dejen de pelearse lo suficiente como para notarse mutuamente.

Suze se echó hacia atrás, sorprendida.

– ¿Sabías lo que estaba sucediendo?

– Trabajo con ellos -respondió Riley-. Como él no la despidió la primera semana, me di cuenta de que pasaba algo. Además, a él no le gustó que ella y yo nos acostáramos juntos.

– Nell finge que no le importa.

– Sí le importa -repuso Riley-. Y esta conversación me aburre.

Todavía estaba tratando de establecer contacto visual con la rubia, o tal vez ya lo había hecho. A ella no le interesaba lo bastante como para darse vuelta a comprobarlo, pero quería la atención de él, así que se inclinó hacia adelante.

– Escucha, campeón -le dijo, y él la miró con el entrecejo fruncido-. Van a necesitar ayuda. Los franceses tienen el dicho de que en cada relación hay uno que besa y otro que es besado.

– ¿Qué franceses? -dijo Riley-. ¿Tú eres francesa?

– Estudié francés de primer año. Eso quiere decir que en cada pareja hay uno que dice lo que hay que hacer y el otro que obedece.

– Ya entendí -le dijo Riley con paciencia palpable-. ¿Por qué debería importarme?

– Gabe y Nell son los dos besadores -dijo Suze-. Nell manejaba a Tim, y Gabe manejaba a Chloe y a la oficina y a ti.

– A mí no.

– Tú y yo somos besados -prosiguió Suze como si él no hubiera hablado-. Las personas nos buscan. Por eso no va a pasar nada entre nosotros. Nos pasaríamos el resto de nuestras vidas esperando que el otro haga una jugada.

– En tu caso puede ser -dijo Riley-. Yo avanzo. Sólo que no contigo.

– Pero Gabe y Nell van a estar eternamente intentando besar al otro, siempre tratando de estar en la posición superior. Están tan ocupados peleándose por ver quién es el que manda, que jamás van a conectarse y a besarse de verdad.

– Entonces aprenderán a compartir -dijo Riley, empezando a verse irritado-. Yo no soy un besado. -Miró más allá de ella y la expresión de su rostro mejoró.

Suze se dio por vencida y se volvió para mirar. La rubia estaba levantándose para irse, sonriéndole a Riley.

Él le devolvía la sonrisa.

Suze volvió a mirarlo y tomó su té.

– A las pruebas me remito.

– ¿Qué? -dijo Riley-. Yo haré mi jugada cuando así lo desee.

De reojo, Suze observó que la rubia recogía su cartera y avanzaba hacia la puerta, disminuyendo la velocidad cuando pasó cerca de Riley. Éste levantó la cara como para decirle algo, y ella le entregó una tarjeta.

– Llámame -dijo y se marchó, abriéndose camino entre Gabe y Nell, que estaban entrando.

– Besado -le dijo Suze a Riley.

– Yo prefiero considerarme «popular» -dijo Riley, guardándose la tarjeta en el bolsillo. Gabe corrió la silla de al lado para Nell, y Riley levantó la vista y dijo-: ¿Por qué tardaron tanto?

– Tuvimos que ir a algunos lugares -dijo Nell.

– Teníamos cosas que hacer -dijo Gabe y se sentó al lado de Suze-. ¿Qué hay de nuevo?

– Una mujer acaba de conquistar a Riley -dijo Suze.

– Suele suceder -dijo Gabe-. Él se sienta allí y ellas se le arrojan encima.

– Besado -le dijo Suze a Riley.

– Basta -dijo Riley. Más tarde, cuando estaba ayudándola a ponerse el abrigo, ella se inclinó hacia atrás y susurró. «Empújalo, ¿sí?». Riley suspiró y revoleó los ojos, pero después de catorce noches de señuelos, ella podía leerlo como un libro. Lo haría.

Ahora lo único que le quedaba por hacer a Suze era poner en movimiento a Nell, y así por lo menos alguien experimentaría vibraciones.

La noche siguiente, Gabe escuchó que Nell en su oficina le preguntaba a Riley si había algo más que éste precisara antes de que ella se fuera. Las garras de Marlene tamborileaban en el piso de madera mientras Nell realizaba su última recorrida por la sala de recepción, deteniéndose la mayor parte del tiempo frente al árbol de Navidad que ella había colocado después de que él le dijera que no lo hiciera, y Gabe sintió esa melancolía de las últimas horas del atardecer que últimamente lo dominaba. El sitio siempre quedaba distinto una vez que Nell se iba, como si ella se llevara consigo el sonido y la luz, pero era probable que eso se debiera a que siempre se marchaba después de las cinco, cuando el mundo entero se volvía más silencioso y oscuro.

Riley golpeó a la puerta y entró.

– He terminado por hoy. ¿Necesitas algo más?

– Lynnie -dijo Gabe-. Los diamantes de Helena. Stewart Dysart.

– Jesús, Gabe, termina con eso -dijo Riley.

– Ella no era de la clase de gente que desaparece en silencio -dijo Gabe-. Está en algún lado planeando algo. Y realmente me gustaría saber dónde demonios está Stewart, también. Me encantaría encontrar una conexión entre ellos, descubrir que fue él quien la mandó aquí a buscar algo, el que le dijo que chantajeara a O & D. Pregunté, pero jamás hubo ninguna Lynn Mason que trabajara en O & D. Ella falsificó las referencias de esa empresa, y por supuesto tu madre jamás las revisó.

– Tal vez estuvo allí bajo otro nombre -dijo Riley-. Escucha, he estado pensando. Nell es una mujer muy atractiva. Esa remera roja que trae a veces…

– No te acuestes con los empleados -dijo Gabe.

– Yo no -dijo Riley-. Tú.

– Oh, no. Con toda esa eficiencia sin escrúpulos que tiene, ya puedo imaginármela en la cama. -La idea le produjo una suerte de atracción algo perversa, por lo que Gabe se la sacó de la cabeza haciendo un esfuerzo.

– Apuesto que sí -dijo Riley-. Eres patético.

– Vete.

– Además estás en estado de negación.

Gabe se echó hacia atrás, exasperado.

– ¿Tienes algo que decirme?

– Eso que te pasa con Nell…

– No me pasa nada.

– … Es tan obvio que eres el único que no lo ha notado. -Riley se detuvo y reflexionó-. Aunque tampoco estoy seguro de que ella se haya dado cuenta.

– Lo que te dejaría a ti para que lo notaras. No, gracias.

– Suze Dysart lo mencionó.

Gabe levantó una ceja.

– ¿Cuándo discutiste sobre este tema con Suze Dysart?

– Tomamos un trago anoche -dijo Riley-. Mientras estábamos esperándolos a ustedes, ¿recuerdas?

– Noté que Jack no estaba.

– Tenía una reunión de negocios.

– ¿De noche?

– No mencioné ese tema.

Gabe suspiró y se frotó la frente.

– Se mostró muy sincero respecto de que no la engañaba cuando habló con nosotros sobre la cuestión del chantaje.

– Eso fue hace tres meses. Jack no es famoso por su prolongada atención.

– Bueno, hasta que Suze no nos contrate para atraparlo, eso no nos importa. ¿No tienes algo que hacer? ¿Qué pasó con el Almuerzo Caliente?

– Lo hizo Nell -dijo Riley-. Te diré algo divertido: esta vez Gina está saliendo con una chica.

– ¿En serio? -dijo Gabe-. Lo bien que hace. Eso debería de alterar un poco a Harold.

– Más que un poco. Esta vez está disgustado. Dice que es asqueroso.

– Harold debería ampliar sus horizontes.

– Eso es lo que yo dije. Le dije que si él hacía bien las cosas, hasta podría terminar en la cama con las dos, a modo de disculpa.

Gabe hizo una mueca.

– ¿Y qué contestó?

– Que de ahora en adelante quiere tratar contigo -dijo Riley, alegrándose un poco-. Yo soy un perverso.

– Eso ya se sabía. -Gabe suspiró-. Está bien, ¿qué vas a hacer tú mientras yo convenzo a Harold de que no se tire de la cornisa?

– El Informe Trimestral -dijo Riley, perdiendo la sonrisa-. Trevor dice que Olivia está actuando más sospechosamente que lo habitual. Está preocupado.

– Y Feliz Navidad para ti -dijo Gabe-. Por lo menos te lo pasarás en bares durante las fiestas.

– Líbrame de ello -dijo Riley-. Olivia es un vacío completo, lo que estaba bien cuando comencé a vigilarla, pero ya van tres años y sigue siendo tan tonta como una roca, sigue yendo a los mismos sitios estúpidos y ruidosos, acostándose con la misma clase de imbéciles, lo que no me molestaría si no fuera porque termino escuchándolos a ellos y un día de estos voy a terminar matando a alguno de esos tipos sólo para que se calle.

– Jamás pensé que llegaría este día -dijo Gabe.

– ¿Qué?

– Estás madurando. Así se hace.

– Nunca dije eso -repuso Riley, y se levantó para escaparse antes de que Gabe pudiera acusarlo de adulto.

Cuando Riley se fue, Gabe trató de concentrarse en los informes que tenía enfrente, pero Riley tenía razón. Nell no dejaba de invadirlo, de la misma forma en que no dejaba de entrometerse en la oficina y en su vida: abrupta y desafiante y enloquecidamente eficiente, y le contestaba cada vez que él trataba de someterla. No podría haber sido más distinta de Chloe aunque lo intentara, pero Chloe jamás se le había colado en el subconsciente. Chloe siempre había estado presente, cálida y amante y segura, parte del empapelado de su vida. Sabía de qué hablaba cuando le dijo que los dos se merecían algo mejor. No cabía duda de que ella había merecido algo mejor.

Sacudió la cabeza ante su propia torpeza y resolvió tratar mejor a Chloe cuando ella regresara, si es que lo hacía; la última postal había sido de Bulgaria. Una vez archivado ese pensamiento, no le prestó atención a Nell -que estaba de pie en el centro de su mente con su remera roja y las manos en las caderas- y volvió al trabajo, tal vez debería llamar a Trevor, ver si podía sonsacarle exactamente qué era lo que le preocupaba de Olivia. Eso le facilitaría la vida a Riley. Tal vez podría también sonsacarle con qué diablos estaba chantajeándolo Lynnie. Necesitaba las citas del día siguiente, además; y Harold iba a tardar un poco más puesto que el Almuerzo Caliente se había tornado diferente, entonces convendría que le dijera a Nell…

Nell golpeó a la puerta y entró, con papeles y una carpeta azul.

– En cuanto al día de mañana -dijo Gabe, tratando de no mirarle la remera de seda roja. Por desgracia cuando bajó los ojos se encontró con las piernas. Ella tenía piernas fenomenales.

– Aquí tienes tu agenda -dijo Nell, poniéndose delante de él-. Te he agregado un poco más de tiempo en el almuerzo con Harold. Parecía un poco alterado cuando hablé con él.

– Está casado con Gina. Eso alteraría a cualquier hombre. -La miró con el entrecejo fruncido, dándose cuenta de lo que ella acababa de decir-. ¿Qué quieres decir con que hablaste con él?

– Él llamó de nuevo. Tú estabas hablando por teléfono con Becca.

– Correcto. Lo que me recuerda…

– Vas a verla mañana. Éste es su expediente. -Nell dejó la carpeta azul encima de la agenda-. Está ordenado desde el último encargo al primero. También lo que Riley y yo averiguamos sobre Randy, el texano fantasma, que es nada. Por otra parte, no descubrimos nada malo.

– Nada es lo suficientemente malo -dijo Gabe-. Además necesito…

– El expediente del Informe Trimestral. -Nell se lo dio.

– ¡Basta con eso! -Gabe se lo arrancó de la mano-. Por Dios, ¿también lees la mente?

– No -dijo Nell, un poco desconcertada-. Supuse que lo querrías porque Trevor llamó dos veces.

– Gracias -Gabe tomó la carpeta-. Lamento haberte gritado. Llámalo por teléfono y pásamelo, ¿sí?

– Línea uno -dijo Nell, y cuando él levantó la cabeza de golpe, ella extendió las manos en un gesto defensivo y dijo-: Pura suerte. Él llamó justo antes de que yo entrara en la oficina.

– Te estás tornando un poco inquietante -dijo Gabe, buscando el teléfono.

– Ey -dijo ella, y él la miró, atrapada en el resplandor crepuscular que provenía de la ventana, el cabello en llamas sobre sus mordaces ojos castaños, los hombros delgados echados hacia atrás esperando su ataque, el cuerpo arqueado con esa ajustada remera roja que se curvaba sobre unas caderas que eran innegablemente más redondeadas de lo que habían sido seis meses antes, afilándose sobre unas piernas fuertes e imposiblemente largas plantadas con firmeza sobre la alfombra oriental-. No soy un poco inquietante -dijo-. Soy eficiente.

Eso no es lo único que eres. Trató de no mirarla, pero era imposible.

– Y Trevor acaba de volver a ofrecerme ese puesto, así que cuidado, amigo, o te quedarás sin secretaria.

– Lo siento. Tengo un mal día.

– Oh, diablos, Gabe. -Separó las manos de las caderas-. Yo también lo siento. Sólo estoy cansada e irritable. ¿Quieres una taza de café antes de que me vaya?

– No.

– Bueno, ¿qué puedo servirte? ¿Té? ¿Cerveza? ¿Qué?

A ti, pensó él y se permitió el lujo de una resplandeciente fantasía con Nell sobre su escritorio mientras sus manos se deslizaban por esa piel pálida y lisa debajo de su remera, y luego dijo:

– Nada. Vete.

– Necesitas mejorar tus relaciones públicas -dijo Nell y después tuvo piedad y regresó a la recepción.

Él levantó el teléfono y apretó el botón de la línea uno.

– ¿Trevor? Lamento haberte hecho esperar. Qué bueno hablar contigo. -Con cualquiera excepto Nell. Abrió el cajón inferior y sacó la botella de Glenlivet-. Entiendo que estás preocupado por Olivia. -Nell. Jesús.

– Ella está metida en algo -dijo Trevor-. Sé que tu socio júnior es bueno, pero me parece que de esto tienes que ocuparte tú.

Gabe acunó el teléfono entre la barbilla y el hombro mientras buscaba dónde servir el whisky. Si Nell hubiera estado presente, ya le habría traído un vaso. Claro que si Nell hubiera estado allí, él no precisaría el whisky. Él necesitaría…

– Riley no es un socio júnior, Trevor, es un socio pleno. Y en la mayoría de los casos se desempeña muchísimo mejor que yo. Te conviene que él se ocupe de esto. -Recorrió la oficina con la mirada en busca de un vaso, una vieja taza de café, algo, pero sabía que no lo encontraría.

Nell había estado allí. El sitio estaba inmaculado. Se dio por vencido y tomó un sorbo de la botella.

– Si estás seguro -dijo Trevor.

Gabe saboreó el calor del escocés.

– Estoy seguro. Riley es el mejor que hay.

– Llámame si averiguas algo -dijo Trevor-. Sé que soy sobreprotector, pero maldita sea, ella es mi niñita.

– Claro -dijo Gabe, volviendo a cerrar la botella. Olivia Ogilvie era tan niñita como Britney Spears una adolescente-. Cuenta con nosotros. Oh, ¿Trevor? Deja de tratar de robarme a mi secretaria.

Colgó al oír la risita de Trevor, que no denotaba arrepentimiento alguno, y Riley habló desde el umbral.

– Gracias.

Gabe levantó la mirada, sorprendido.

– No sabía que todavía estabas aquí.

– Yo soy el mejor que hay, ¿eh?

Gabe se acomodó en la silla.

– Sí, lo eres. Debería habértelo dicho antes.

– Es bueno enterarse cuando sea. -Riley se sentó en la silla y lo observó fijamente-. ¿Qué le dijiste a Nell?

– Estaba molestándome. La eché a patadas. -Gabe reflexionó y volvió a abrir la botella-. Le pediré disculpas.

– Parecía un poco enojada.

– Siempre está enojada -dijo Gabe y bebió.

– ¿Estás bien?

– Nunca estuve mejor. -Cerró la botella-. Trevor quiere el informe de Olivia para mañana. ¿Eso es un problema?

– No a menos que Olivia se quede en su casa y se comporte. Como hoy es viernes, supongo que no será ningún problema. -Riley lo estudió un momento, y justo cuando Gabe estaba a punto de decir «¿Qué?», Riley dijo-: Creo que tienes razón. -Se enderezó en la silla y adoptó un aspecto sincero y directo, lo que hizo que Gabe estrechara los ojos con sospecha-. Es cierto que tengo una perspectiva más madura de la vida.

– Está bien -dijo Gabe, aguardando.

– Y sólo cuando estaba hablando con Nell y su remera, me di cuenta de lo que me estaba perdiendo -dijo Riley-. Los hombres maduros necesitan mujeres maduras. Voy a intentarlo con ella nuevamente. ¿Eso te molesta?

Gabe lo miró con odio.

– No podías dejarme en paz, ¿verdad? Tenías que seguir presionándome.

– Sólo quería asegurarme de que no te molestara.

– Voy a arrancarte la garganta con las manos.

– Ahí está -dijo Riley, poniéndose de pie-. Hoy es un gran día para los dos. Yo estoy madurando y tú estás saliendo de la negación.

– Y lo triste es que tú estás de mi lado -dijo Gabe-. Imagínate lo que están haciéndome mis enemigos.

– Olvídate de tus enemigos -dijo Riley-. Investiga a tu secretaria.

Gabe volvió a imaginarse a Nell sobre su escritorio. Ahora sabía por qué su papá tenía la botella de whisky en el cajón inferior. Secretarias, la perdición de los McKenna.

– ¿Cuándo se divorció ella?

– En julio se cumplió un año -dijo Riley, y agregó-: No, no vas a esperar a que se cumplan dos años.

– Sería inteligente -dijo Gabe-. Según las estadísticas…

– Sería cobarde -dijo Riley-. Faltan siete meses. Apuesto veinte a que no llegas.

– Acepto -dijo Gabe-. Ahora vete.

Quince minutos después, entró Nell con el abrigo puesto y dijo:

– Me voy. ¿Necesitas algo antes de que me vaya?

Vuelve a preguntármelo en siete meses, pensó Gabe, pero dijo:

– No. Lamento haberte gritado antes.

– No hay problema-dijo Nell-. En realidad ése es tu modo de comunicación principal.

Gabe hizo una mueca.

– En realidad eres una secretaria excepcional. La mejor que hemos tenido.

– Gracias -dijo Nell, sorprendida al punto de sonreír, y Gabe sintió que cuando la miraba el calor se extendía-. Buenas noches.

– Para ti también -respondió él cuando ella desaparecía por la puerta, llevándose el calor.

Siete meses.

Volvió a sacar el whisky.

A las nueve de la mañana siguiente, Becca llamó para cancelar por cuarta vez.

– No puedo preguntárselo, Gabe -dijo-. Tal vez después de Navidad.

– Cuando lo hayas hecho, llámanos -dijo Gabe, sintiendo pena por ella, pero más por él: tenía la madre de todas las resacas-. Felices fiestas. -Colgó el teléfono justo cuando entraba Riley y se sentaba frente a él.

– Hice el Informe Trimestral anoche -dijo Riley, con una expresión lúgubre.

– Oh, bien hecho -dijo Gabe tratando de sobreponerse a su dolor de cabeza y después lo miró más de cerca-. ¿Cuál es el problema?

– Trevor tenía razón: Olivia está metida en algo. Uno nuevo.

– ¿Eso es malo?

– Muy malo -dijo Riley-. Es Jack Dysart.

– Oh, diablos. -Gabe abrió de un tirón el cajón de su escritorio y encontró el frasco de aspirinas. Ya había tomado dos, pero estaba bastante seguro de que era imposible sufrir una sobredosis de aspirinas-. ¿Estás seguro?

– Él fue con ella a su casa y no cerraron las cortinas. Y no, él no estaba ayudándola a hacer los deberes.

– Jack Dysart es un idiota. -Trevor iba a hacer que le trajeran la cabeza de Jack en bandeja, lo que era justo. Y además estaba Suze. Ella no se merecía esto-. Hijo de puta.

– Tengo palabras más fuertes -dijo Riley-. ¿Vas a contárselo a Trevor?

– A menos que quieras hacerlo tú -dijo Gabe-. Arma el informe… -Su voz perdió el hilo cuando se dio cuenta de lo mismo que se había dado cuenta Riley.

– No se lo daremos a Nell -dijo Riley-. Ella se lo contará a Suze.

– Va a sospechar algo si no le das un informe. Escribe uno falso para que ella lo tipee y después haz el informe verdadero tú mismo.

– Si alguna vez averigua que le mentimos, nos matará a ambos -dijo Riley.

– Entonces ocúpate de que nunca lo averigüe -dijo Gabe-. Y ten cuidado. Ella es astuta.

Riley se levantó.

– ¿Entonces vas a hacer algo con respecto a ella?

– No -dijo Gabe-. Vete.

– Mira -insistió Riley-. Ya van varios meses que estás enganchado con ella. Dada la clase de persona que eres, siempre lo estarás. ¿Por qué no puedes admitirlo y dar por concluido el asunto?

– Gracias. Cuando hayas arreglado tu propia vida, puedes criticar la mía.

– Mi vida está bien.

– Tu vida está bien.

– Sí, mi vida está bien.

– Bueno, jamás has sido hipócrita -dijo Gabe-. Así que voy a tener que conformarme con que eres un trágico estúpido.

– ¿Qué hipócrita? -Riley parecía desconcertado-. Yo no estoy enganchado con Nell. Sólo estaba tratando de conmoverte cuando dije eso anoche.

– Susannah Campbell Dysart -dijo Gabe, pronunciando cuidadosamente cada sílaba-. Desde hace quince años.

– Una situación completamente diferente -dijo Riley-. Ella fue una fantasía de mi juventud. Ya lo he superado.

– Trágicamente estúpido -dijo Gabe, y volvió a sus informes, y luego, como una idea posterior, gatillada por las noticias sobre Olivia, agregó-: ¿Has visto a Lu últimamente?

– Eh, no -respondió Riley y se dirigió a la puerta.

– Espera -dijo Gabe-. ¿Qué pasa?

– Nada -dijo Riley-. Es tu hija. Háblale.

Gabe dejó la lapicera, sintiendo un frío súbito.

– ¿Drogas?

– Por Dios, no -dijo Riley-. No estoy diciendo que me sorprendería si fumara un poco de marihuana cada tanto, pero no es estúpida.

– ¿Entonces qué es? -dijo Gabe, y como Riley vacilaba, agregó-: Algún día tendrás hijos propios. Ayúdame.

– Está saliendo con un tipo muy agradable.

Gabe frunció el entrecejo.

– ¿Y cuál es el problema?

– Han estado juntos un tiempo.

– ¿Cuánto tiempo?

– Desde que empezaron las clases.

Cuatro meses. Un nuevo récord para su niña dispersa.

– ¿Hay algo malo en él?

– No.

– ¿Entonces por qué estás asustándome?

– Es el hijo de Nell -dijo Riley-. Jason. Las relaciones duraderas no son su fuerte.

– Bien -dijo Gabe, levantando la lapicera, y Riley se escapó hacia la oficina exterior.

Nell entró unos minutos después con los papeles del día anterior para que Gabe los firmara.

– ¿Cómo anduvo el Informe Trimestral? -dijo.

– Como siempre -respondió Gabe-. Hoy almuerzo con Harold.

– Lo sé, ya lo tengo anotado -dijo Nell-. No olvides la cita en Nationwide a las tres.

Se volvió para irse y Gabe dijo:

– Una cosa más.

– ¿Sí?

– ¿Estabas enterada de que tu hijo está saliendo con mi hija?

Nell se paralizó; su suéter de un subido tono verde estaba completamente tenso y ajustado.

– ¿Oh?

– Sí, ya me parecía que lo sabías -dijo Gabe, y luego regresó a los papeles. Si Nell había educado a su hijo, seguramente era decente, aunque ese idiota con el que se había casado no era un buen indicio. Se detuvo para pensar al respecto y decidió que no importaba quién era el padre del muchacho. Nell debía de haberlo educado bien.

Además, cualquier cosa era mejor que Jack Dysart.

Diciembre había sido el mes más ocupado de los McKenna desde que Nell se había incorporado a la empresa, y eso la deprimía un poco. ¿Acaso no se suponía que la gente se tenía más confianza en las fiestas?

– Hay más suicidios en esta época que en el resto del año -le explicó Gabe cuando ella se lo mencionó-. Es por todas esas expectativas. Todos quieren vivir en un cuadro de Norman Rockwell, y en realidad todos viven en una película de terror. Eso afecta a la gente.

– Yo soy feliz -dijo Nell tratando de no mirarlo. Tenía la corbata suelta y las mangas de la camisa estaban levantadas y el cabello se veía ensortijado, y todo su aspecto recordaba a una cama deshecha. Una cama verdaderamente invitante, verdaderamente caliente y deshecha.

Cuando se lo mencionó a Suze el día siguiente, ésta respondió:

– Bueno, haz algo al respecto.

Nell sacudió la cabeza.

– Hay una palabra para las secretarias que seducen a sus jefes.

– ¿«Mujerzuelas»? -preguntó Suze.

– «Despedida» -dijo Nell-. Me gusta mi trabajo y no voy a perderlo haciéndole una insinuación a Gabe.

Estaban decorando The Cup para Margie -Martha Stewart habría aprobado de todo corazón a Margie y a su tienda; tenía atractivo y clase [2]-, y Margie se acercó con una bandeja de galletitas intrincadamente adornadas con azúcar y dijo:

– ¿Qué les parecen?

– Son obras de arte -dijo Nell, y lo decía en serio. Las galletitas tenían típicas formas navideñas, pero la capa de azúcar que las cubría era brillante y lisa como una nevada reciente, y los adornos eran impecables-. Debes de haber tardado horas en hacerlas.

– Sólo toda la mañana -dijo Margie-. Estoy pensando en abrir de mañana, también. Tal vez sólo para la Navidad. ¿Qué piensan?

– Creo que a Budge le dará un ataque -dijo Suze-. Hazlo.

– Él no está en casa por las mañanas -dijo Margie-. Y a la gente le gusta tomar té a toda hora.

Nell seguía concentrada en las galletitas.

– Son verdaderamente hermosas, Margie. La gente las va a comprar para regalar.

– ¿Lo crees? -La cara pequeña y redonda de Margie se ruborizó de placer-. He estado practicando. He malgastado kilos de azúcar de la mejor calidad, pero creo que he mejorado bastante.

– A mí me parece que eres grandiosa -dijo Suze-. ¿Qué gusto tienen?

– Prueba una -la urgió Margie, y Suze respondió:

– Por Dios, no. ¿No tienes algún pedacito roto?

– Tengo algunas que no son lo suficientemente bonitas como para venderlas -respondió Margie y fue a buscarlas.

– ¿Qué fue esa broma sobre Budge? -preguntó Nell.

– Lo siento -dijo Suze-. Está volviéndola loca a Margie, la llama aquí todo el tiempo, trata que renuncie, y eso es muy egoísta de su parte, considerando que Margie lo ama tanto. Creo que tiene miedo de que conozca a otra persona y lo abandone, pero Margie no tiene tanta suerte.

– Un poco como Jack -dijo Nell.

Suze sacudió la cabeza.

– Sabes, me forzó a renunciar a los señuelos, y ahora él trabaja hasta tarde todo el tiempo así que nunca está en casa. No lo extraño tanto, sólo pienso que si él no va a estar, ¿por qué debo hacerlo yo?

Eso no es bueno, pensó Nell.

– ¿Entonces qué le compraste para Navidad?

– Nada -dijo Suze-. ¿Qué sentido tiene comprarle algo con el dinero que él me da?

– Está bien -dijo Nell.

– ¿Qué le comprarás a Gabe?

– No nos damos regalos. No somos tan íntimos.

– Claro. ¿Qué le compraste?

– Nada -dijo Nell-. Pero sí hice ampliar y enmarcar en oro algunas de las fotos que tenía en la pared así podemos colocarlas en la oficina exterior. Ven aquí, tienes que verlas.

Llevó a Suze al depósito y Margie las siguió con las galletitas.

– Son realmente excelentes -dijo Nell después de un bocado-. Tienen el mismo gusto de las galletitas de almendra. -Tomó otra para después y comenzó a abrir las cajas con las fotos.

– Adapté la receta -dijo Margie-. Pensé que si a éstas sólo las vendíamos para la Navidad, la gente las apreciaría más.

– Y las pagaría más -dijo Suze-. Margie, eres una genia.

– Lo soy, ¿no? -dijo Margie, encantada-. Voy a congelar la masa así puedo hacerlas una vez por semana pero las horneo todas las mañanas. Es mucho mejor así.

Nell dejó de abrir las cajas de fotos para mirarla, sorprendida por su confianza.

– Así se hace -dijo. Puso las fotografías en la caja-. Este es tu papá, Margie. -Terminó su galletita y vio que Margie sonreía cuando reconoció a su papá con poco más de veinte años, estrechándole la mano a Patrick.

– Debería hacerle una copia para Navidad -dijo Margie-. Últimamente se lo ve muy deprimido. Esto podría levantarle el ánimo.

– ¿Quién es el tipo parecido a Gabe? ¿Su papá? -dijo Suze.

– Sí. -Nell sacó otra foto-. Aquí están Gabe y su padre juntos.

– Dios mío, qué joven está -dijo Suze.

Nell miró al muchacho delgado de la foto.

– Aquí tenía dieciocho años. Empezó a trabajar en la empresa a los quince. ¿Puedes imaginarlo? -Sacó otra-. Éste es Patrick con Lia, la madre de Gabe. Es la foto de la boda.

– Ella era bonita -dijo Margie.

– La chaqueta está un poco ajustada en el estómago -notó Suze.

– Estaba embarazada de Gabe -dijo Nell, mirando el rostro vivaz de Lia sobre su práctico traje sastre a rayas-. Era bonita, ¿verdad? Gabe heredó sus ojos.

– Oh, mira esto -dijo Margie, levantando la siguiente-. Chloe no es más que una bebé.

– Chloe tiene una bebé -dijo Suze, examinando la foto con más cuidado-. ¿Esa es Lu?

– Sí -dijo Nell, y recitó los nombres mientras pasaba los dedos por la imagen-: Gabe, Patrick, Riley, y Chloe y Lu adelante.

– ¿Ese es Riley? -dijo Suze y le quitó la foto.

– A los quince -respondió Nell-. 1981. Gabe dijo que Lu acababa de nacer, y por eso tomaron una foto familiar. El padre murió un par de años después.

– Riley era un muchacho atractivo -dijo Suze.

También Gabe, pensó Nell, mirando a un Gabe de veinticinco años.

– Chloe era la secretaria -dijo Suze.

– Sí. Como la madre de Gabe.

– Mmmm -dijo Suze y le devolvió la foto.

– Estuve pensando en las porcelanas de Chloe -dijo Margie, sin relación con nada-. Creo que son demasiado sosas porque sólo tienen una estrella.

– ¿Porcelanas? -dijo Nell, de regreso de 1982.

– Son blancas -dijo Margie-. Y creo que algo de color sería bueno, pero además quiero mantener el clima de época. ¿Qué les parece?

– No le preguntes a Nell -dijo Suze-. No puedes pagar el costo de sus gustos.

– Vajilla Fiestaware -dijo Nell-. Es realmente brillante y viene de muchos colores. En una época se conseguía barata en las ventas de garajes.

– eBay -dijo Suze-. Esta noche te enseñaré a buscarlas, Margie.

– ¿Esta noche? -dijo Margie-. ¿A Jack no va a molestarle?

– No. -Suze volvió a morder su galletita-. Son verdaderamente ricas. ¿Puedes darme la receta?

– Si te doy la receta, ¿vendrías a comprarlas aquí? -dijo Margie-. No.

– Dios mío -dijo Suze-, hemos creado un monstruo. -Y Margie la miró sonriente y alegre.

En cambio Nell observaba a Suze. No era una mujer feliz. Y su felicidad no aumentó a medida que el mes avanzaba. La publicación Dispatch hizo una mención de las galletitas de Margie y sus ventas se duplicaron, para desesperación de Budge, y Suze comenzó a ayudarla, hasta que terminó trabajando turnos completos sin avisarle a Jack.

– No vale la pena pelearse por eso -le dijo a Nell-. Y él no está nunca, ¿entonces por qué debería importarle?

– No se me ocurre ninguna razón -dijo Nell y buscó la tarjeta de su abogado de divorcios, sólo por si acaso.

Pasar la Navidad en casa de Suze tuvo sus buenos momentos -Margie les dio la receta de las galletitas de almendra bajo la condición de que no se lo contaran a nadie-, pero también sus malos momentos: Trevor apenas le hablaba a Jack, Budge trataba a Nell groseramente a modo de venganza por The Cup, Olivia estaba más desagradable que lo habitual, y Jack le dio a Suze una pulsera de diamantes idéntica a la que le había dado la Navidad anterior y después se fue para llevar a su madre a la casa, y no regresó hasta las doce de la noche.

– Pasemos el Año Nuevo juntas -dijo Nell, cuando estaban sentadas en el cuarto de huéspedes, quitándole a Marlene sus alas de ángel.

– Es probable que Jack se presente en la víspera de Año Nuevo -dijo Suze-. Pero demonios, sí, ven aquí. Preferiría besarte a ti en vez de a él, de todas maneras. -Liberó a Marlene-. Ya está, cachorrita. La celebración se acabó.

Marlene rodó sobre sus espaldas y se agitó hasta que desapareció el recuerdo de las alas; sus largos pelos marrones se habían estirado de indignación por el disfraz navideño, y Nell le rascó la panza hasta que se desperezó y suspiró.

– A veces me siento culpable -dijo.

– ¿Por qué?

– Marlene. -Nell volvió a acariciarle la panza, mirando la cara de la perra-. La quiero tanto, pero se la robé a alguien.

– Que no la apreciaba -dijo Suze.

– Eso no lo sabemos -dijo Nell-. Yo la adoro, pero es una reina del dramatismo. Probablemente la gente piense que yo la maltrato.

– Piensa en otra cosa -dijo Suze-. ¿Le gustaron las fotos a Gabe?

– Así fue -dijo Nell, sonriendo cuando lo recordó-. A Riley también le gustaron, pero Gabe miró las paredes un largo tiempo, y después dijo: «Son grandiosas, gracias».

– ¿Eso fue todo? -dijo Suze.

– Eso es mucho para Gabe -dijo Nell-. Me di cuenta. Fue algo muy significativo para él.

– Yo esperaba que se arrojara en tus brazos y dijera: «¡Querida mía!» -dijo Suze-. ¿Cuál es el problema de ese tipo?

– Es evidente que las fotos de su familia no lo emocionan. No tiene ningún problema. -Nell pensó en Gabe, de pie en la oficina, contemplando las fotos-. No hay absolutamente nada malo en él.

Suze resopló.

– ¿Entonces él qué te regaló?

– ¿A mí? -Nell regresó de su recuerdo-. Una silla de escritorio. De parte de él y de Riley.

– Oh, Dios -dijo Suze-. Ese hombre no tiene arreglo.

– No, en serio, es perfecta. Es igual a la que tenía en mi vieja oficina. -Como Suze no parecía impresionada, agregó-: Es ergonómica y carísima. Jamás se me hubiera ocurrido pedírsela. Creo que Riley le preguntó a Jase.

– Bien de parte de Riley -dijo Suze.

– Riley también le dio a Marlene una caja de galletitas para perros -dijo Nell, volviendo a rascarle el estómago a la perra-. Él y Marlene tienen una relación muy íntima.

– ¿Alguna vez habrá conocido a alguna hembra con la que no tuvo una relación íntima?

Nell le palmeó la rodilla a Suze.

– ¿Por qué no bajamos a comer algo? ¿Qué tienes además de jamón?

– Creo que hay lasaña otra vez -dijo Suze-. Pero la comida no es amor.

– No, pero es comida. -Nell se puso de pie.

Marlene rodó y las miró a las dos, claramente esperando lo peor.

– Galletita -dijo Nell, y Marlene saltó de la cama y trotó por las escaleras hacia la cocina.

– Ésa es la forma en que deberíamos perseguir la vida -le dijo Nell a Suze, siguiendo a la perra por las escaleras-, dar un salto y atraparla.

– Filosofía barata -dijo Suze, y Nell se dio por vencida y se concentró en hablar de todo excepto de Jack y su resonante ausencia de la escena.

A las cinco de la tarde de las vísperas de Año Nuevo, Nell le llevó a Gabe el último de los informes para que éste los firmara, antes de partir hacia la casa de Suze. Lo observó, con el rostro serio en el charco de luz que la lámpara de pantalla verde arrojaba sobre el escritorio. La luminosidad le destacaba el relieve de los planos de la cara, hacía que sus ojos fueran aún más oscuros de lo que eran en realidad, y resaltaba su fuerte mano, con que atravesaba la página, firmando su nombre con la misma pasión y determinación con que hacía todo.

Terminó, dejó la lapicera, y ella dijo: «Gracias». Y reunió los papeles con torpeza, tratando de salir antes de que perdiera la cabeza y se arrojase sobre él como Marlene sobre las sobras de jamón. «Eh, felices fiestas».

Retrocedió lo más rápido que pudo, pero él dijo «¿Nell?», y ella se volvió en la puerta, tratando de ordenar los papeles, intentando verse animada y eficiente en vez de incandescente de lujuria.

– ¿Sí?

– ¿Estás bien? -La miró con el entrecejo fruncido desde detrás del escritorio, e incluso con esa expresión en el rostro era excitante. En realidad ella estaba volviéndose loca si la desaprobación de él la hacía jadear.

– Estoy bien -dijo alegremente-. No podría estar mejor. Debo irme. Voy a ver a Suze. Año Nuevo, ya sabes. Fiestas.

Se calló cuando él se puso de pie y dio la vuelta al escritorio.

– ¿Qué pasa?

Él estaba de pie a prácticamente dos metros de ella, junto al escritorio. Estás demasiado lejos. Quiero que me toques.

Ella cerró los ojos ante la idea de que las manos de Gabe tomaran las suyas, y él dijo:

– Dímelo.

– No pasa nada -dijo ella, abriendo los ojos para mirar con seguridad los de Gabe, pero no pudo, y los apartó a último momento-. Deja de actuar como un detective.

– Te conozco desde hace cuatro meses -dijo Gabe-. Si no estás parloteando sin parar, es que tienes algo en mente. Dime de qué se trata y por el amor de Dios no trates de arreglarlo por tu cuenta. Este lugar no puede soportar ningún otro éxito tuyo.

– No hay ningún problema -dijo Nell y lo miró a los ojos. Error. Esa mirada oscura y firme la hizo suspirar desde lo más profundo de su alma. Él se quedó muy quieto mientras la sangre le subía al rostro, y ella dijo-: Estoy bien. -Pero salió muy débilmente, con un aliento, y el momento se estiró hasta convertirse en una eternidad caliente y vacía antes de que él sacudiera la cabeza.

– De todas maneras no iba a poder soportar hasta julio -dijo.

Dio un paso en dirección a ella, y algo cedió en el interior de Nell y lo encontró a mitad de camino, en el medio de la gastada alfombra oriental, aferrándose a sus hombros mientras Gabe le deslizaba la mano por la cintura, chocando la nariz con la de Nell mientras ella se ponía en puntas de pie y él se agachaba, y, por fin, por fin, sintió el gusto de Gabe cuando sus bocas se encontraron.


  1. <a l:href="#_ftnref2">[2]</a> En los Estados Unidos, Martha Stewart con sus libros, publicaciones y programas de televisión es una especie de paradigma de cierto tipo de elegancia en la decoración y se ocupa de dar todo tipo de consejos, métodos y recursos caseros para alcanzar esa elegancia por cuenta propia. (N. del T.)