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Capítulo 13

Nell se sujetó mientras él la besaba, aferrándose a su camisa para acercarse más a él, y cuando ella interrumpió el beso, él la recorrió con las manos, trazando una huella de calor, hasta que Nell quedó sin aliento. «Espera un momento», dijo ella, y él dijo: «No», y volvió a inclinarse sobre ella.

– Oye -dijo ella, apartándose, tratando de recuperar el aliento-. ¿Qué pasó con eso de «no hay que acostarse con a los empleados»?

– Tú no eres una gran empleada -dijo él y le tomó la boca antes de que ella pudiera responder, su cuerpo duro contra el de ella, y sus manos calientes en la espalda bajo el suéter. Ella pensó Oh, Dios, sí, y tiró de la camisa de él para poder deslizar las manos por su espalda y tocarlo también ella, lo que hizo que él tomara aire y la besara con más fuerza. La apoyó contra la puerta y ella se lo permitió, porque necesitaba ese apoyo para devolver el empujón y no caerse, y sólo se detuvo una vez a pensar: tal vez debería fingir que soy suave y dejarlo que él lleve la delantera, como con Tim. Después pensó: No, es Gabe, y supo que jamás tendría que tener cuidado otra vez. Le tomó la cara entre las manos y volvió a besarlo, y él la abrazó como si no fuera a soltarla jamás, sus manos recorriéndola por todas partes, besándola durante largos minutos hasta que ella se sintió mareada y anhelante. Por fin él dijo sin aliento contra la boca de ella: «Tengo el departamento arriba», y ella se estremeció un poco ante la idea -íntimos, desnudos, rodando en sábanas frescas-, sintiendo que la dureza la presionaba con más fuerza, y eso la hizo gemir, un gemido minúsculo que él debió de haber oído porque dijo: «O aquí también se puede» y la empujó hacia abajo sobre la antigua alfombra oriental.

Él era pesado encima de ella, y Nell lo envolvió con las piernas y su falda subió hasta las caderas, arqueándose contra todos esos duros músculos y la ágil extensión de su cuerpo, devolviéndole la presión, sin vacilación alguna, haciendo todo lo necesario para que él estuviera más cerca mientras su boca le recorría el cuello y sus manos se deslizaban debajo del suéter de ella. Nell le pasó las uñas por la espalda y él la sujetó contra el suelo, besándola tan fuerte que ella sintió que la sangre le latía en los oídos.

Entonces Riley golpeó y abrió la puerta y la golpeó en la cabeza.

– Muy bonito -dijo, mirando hacia abajo-. Me debes veinte dólares.

Gabe cerró la puerta de un golpe con la palma de la mano y le dijo a Nell: «¿Estás bien?», sin aliento y ardiente y desaliñado y preocupado y excitado y todo lo que Nell siempre había necesitado, y ella contestó:

– Te deseo tanto que voy a volverme loca.

– Eso explicaría los últimos cuatro meses -dijo él, inclinándose para volver a besarla, pero ella se sentó debajo de él, le hizo perder el equilibrio y lo tomó del cuello de la camisa mientras giraba sobre la espalda para trepar encima de él.

– Sin insultos -dijo, montándolo, tratando de recuperar el aliento-. Se supone que deberías seducirme.

– Deberías haberme dicho que querías esto -dijo él, llegando con las manos hasta el extremo trasero de ella para atraerla con más fuerza contra él-. No tenías que robar el perro para llamar mi atención…

– ¿O dormir con Riley? -dijo ella, empujándole los hombros contra el piso.

Los ojos de él se oscurecieron.

– De eso vas a olvidarte. -Le puso la mano en la nuca y tiró de ella para besarla, su boca dura contra la de Nell.

– Haz que me olvide -respondió ella, sin despegar su boca de la de él, y Gabe deslizó los dedos debajo de su falda (Dios mío, es Gabe) por su ropa interior (no te detengas) hasta que llegaron húmedos al interior de ella, haciéndola estremecerse contra él otra vez mientras su calor lo hacía respirar más pesadamente.

– Olvídalo -dijo él, y ella contuvo el aliento y respondió:

– No es suficiente. -Y él giró hasta tenerla de espaldas y comenzó a quitarle la ropa con una eficiencia tan inescrupulosa que ella sólo tardó un momento en hacerle lo mismo, abriéndole de un tirón la camisa para morder la carne caliente de su hombro. Él se apartó de golpe y volvió a empujarla hacia abajo, las manos duras sobre sus caderas, su boca caliente contra el pecho de ella, y Nell se disolvió en el borroso enredo que formaban, perdiendo los límites cuando él se movió contra ella, sintiendo sólo calor y fricción y presión mientras se retorcía en sus brazos, adorando el caliente deslizamiento del cuerpo de él sobre el suyo y necesitándolo tanto que cuando por fin él acabó dentro de Nell, ella resplandeció en sus brazos, tratando de consumirlo de la forma en que él la había consumido, moviéndose a toda velocidad contra él, hasta que finalmente explotó, mordiéndose el labio cuando cada nervio de su cuerpo surgió a flor de piel.

Una vez que estuvieron en calma sobre el suelo, luchando para recobrar el aliento, Gabe dijo:

– Dulce Jesús, ¿siempre va a ser así?

Y Nell respondió:

– Oh, así lo espero.

Él rió y la besó.

– Alguna vez hagamos algo cooperando. -Su voz se interrumpió cuando ella dejó que su mano le recorriera la espalda, y Nell vio cómo cerraba los ojos, todavía sin aliento.

– Tengo hambre -dijo ella-. ¿Hay comida en tu departamento?

– Todo lo que siempre necesitaste está en mi departamento. -Salió de ella de un empujón, y el aire fresco ingresó ocupando su lugar, haciendo que sus nervios cantaran otra vez. Él se puso de pie y buscó la mano de ella, sin mostrarse para nada tímido por su desnudez, y ella le dejó ayudarla a levantarse para poder rodearlo con los brazos una vez más y tocar todo ese calor y músculo, piel contra piel, sabiendo que él era suyo, al menos por esa noche.

– Pruébalo -dijo y volvió a besarlo, volvió a sentir su sabor, volvió a caer sobre él, sintiéndose como si por fin hubiera llegado a la casa de un hombre lo suficientemente fuerte para amarla de la forma en que ella necesitaba ser amada.

Como eran las once y Nell todavía no había aparecido y no había ninguna respuesta salvo la del contestador automático de la oficina, Suze se encogió de hombros con el abrigo puesto y cruzó el parque para ver qué pasaba. Si Nell se hubiera quedado trabajando hasta tarde, la habría llamado -lo que era más de lo que hacía Jack-; entonces debía de haber algún problema. Suze sentía que su obligación como mejor amiga era ir a descubrir qué pasaba.

Además, tenía que salir de esa casa enorme y vacía.

El parque estaba hermoso a la luz de la Luna, el hielo en los árboles resplandecía en tonos plateados y la nieve derretida marcaba franjas irregulares en el suelo. Con excepción de algún transeúnte ocasional que conducía camino a una fiesta con gente y ruido y risas, estaba completamente sola.

Estaba sola muchas veces en los últimos tiempos.

Las suelas de sus botas resonaron en el sendero de cemento cuando cobró velocidad, pasando por las grandes columnas de piedra que marcaban el final del lado del parque de Riley. No era extraño que Jack no estuviera casi nunca, incluso en la víspera de Año Nuevo; ser socio de una firma legal era un trabajo pesado. Y, además, ella ya había pasado los treinta años. Jack había dejado a Abby cuando había cumplido los treinta y a Vicki a los veintiocho, pero allí estaba ella, a la madura edad de treinta y dos, y él todavía la amaba.

Estaba segura de que él todavía la amaba. Sólo no estaba segura de amarlo a él.

Cuando pasó por The Cup y giró por la oscura calle lateral donde estaba la puerta de la agencia, se dio cuenta de que había sido estúpido caminar por el Village tan tarde. Golpeó a la puerta y miró a través de la gran ventana hacia la oscuridad. Nell no estaba.

Tendría que caminar de regreso a casa. De pronto se hizo mucho más oscuro y mucho más frío, y no quería caminar sola hasta su hogar.

Golpeó a la puerta una vez más, y ésta se abrió y apareció Riley.

– ¿Qué diablos? -dijo.

– Nell no apareció -dijo Suze, con los dientes castañeteando un poco por el frío-. Me preocupé.

– Entonces saliste a caminar de noche por la ciudad -dijo Riley-. Jesús. Entra.

Él encendió la luz cuando Suze entró, y ella se dio cuenta de que estaba vestido con un traje oscuro y una corbata, lo más distinguido que lo había visto jamás. O tal vez ella estaba muy desesperada por compañía y no tan selectiva como era habitual.

– ¿Alguna fiesta? -dijo ella.

– Siempre -respondió él-. ¿Qué hace Jack permitiéndote vagabundear en la oscuridad?

Suze levantó la barbilla.

– Jack no me permite hacer nada. Yo me lo permito.

Riley le acercó el teléfono de Nell.

– Llámalo para que te venga a buscar.

– No está -dijo Suze.

Riley dijo: «Oh», y puso el teléfono en su lugar.

– Nell tampoco está en su departamento -dijo ella para cambiar de tema-. ¿Sabes adónde…?

– Arriba. Con Gabe.

– ¿En serio? -dijo Suze, animándose un poco-. Dime que no están hablando de la agencia.

– No creo que estén hablando de nada. Aunque dada su mutua pasión por el trabajo, podrían estar revisando planillas a esta altura.

– Pero antes no.

– No cuando entré y los sorprendí.

– Le perdono que no me haya llamado -dijo Suze, y se dirigió a la puerta.

– Espera un momento -dijo Riley-. No vas a volver caminando a tu casa en la oscuridad. Yo te llevo.

– Yo puedo… -comenzó a decir Suze y entonces miró la calle oscura-. Gracias -dijo-. Me encantaría que me lleves.

Se subió al auto y se sentó en silencio mientras él ponía primera y doblaba por Third Street.

– ¿No vas a llegar tarde a tu cita?

– No tengo una cita -respondió él-. Sólo una fiesta.

– ¿Nadie para besar en la víspera de Año Nuevo?

– Habrá alguien para besar -dijo Riley cuando giraba para empezar a tomar el círculo alrededor del parque-. Siempre hay alguien a quien besar en la víspera de Año Nuevo.

Suze pensó en su casa grande y vacía durante un par de cuadras.

– No siempre.

Él quedó en silencio un minuto, y después dijo:

– Jack es un idiota.

– Jack estuvo casado catorce años. La vibración desaparece.

– La tuya no.

– Oh, ¿sí? -Suze levantó la barbilla-. ¿Crees que tengo vibración?

– No parecías muy complacida por lo de Nell y Gabe. ¿O sólo te comportas distante?

– Era inevitable -dijo Suze, aceptando el cambio de tema. De todas formas estaba a punto de pasarse de lista. Qué patética-. No sé qué estaba esperando ella. -No sé qué estoy esperando yo.

– Gabe estaba esperando hasta julio -dijo Riley-. Qué imbécil.

– ¿Por qué julio?

– Los dos años del período de recuperación.

Suze lo consideró.

– Sabes, Tim la abandonó hace dos navidades. Ella recién consiguió divorciarse en julio, pero él la dejó en Navidad.

– Entonces Gabe ganó otra vez -dijo Riley-. Ese tipo es un maestro.

Estacionó frente a la casa de ella, y Suze tuvo ganas de decir: «Llévame a la fiesta contigo». Pero no podía. Tal vez Jack viniera a casa.

Jack no iba a venir a casa. Estaba con otra persona. Nadie dejaba sola a la esposa la víspera de Año Nuevo a menos que estuviera con una amante. Ella lo sabía porque había sido una amante.

– ¿Estás bien? -dijo Riley.

– Bésame -dijo Suze, y él se quedó paralizado-. Lo digo en serio. Voy a volver sola a esa casa y es la víspera de Año Nuevo y quiero ser besada. Siente pena por mí y bésame.

– No -dijo Riley.

– Ay -dijo Suze-. Lo siento. -Dio un tirón a la manija de la puerta.

– Mira -dijo Riley-. No es…

Ella se detuvo y se volvió para mirarlo.

– ¿Qué?

– Te mereces algo mejor.

– ¿Que tú?

– Que Jack. Y Dios sabe que mejor que yo.

– No quise ponerte en esa posición. Sabes, una mujer casada tratando de conquistarte…

– Cualquier tipo se alegraría de estar en mi posición. -Sonaba apenado por ella, lo que la hizo enfurecerse.

– Sí, correcto. Gracias por el viaje.

Se volvió para abrir la puerta y levantó la mirada y vio a Jack, de pie al lado del auto con los puños en los bolsillos del saco.

– Oh, oh -dijo ella, y Riley se inclinó para mirar por la ventanilla.

– Oh, bien -dijo Riley-. ¿Quieres que me quede?

– No creo que eso sirva para algo -dijo Suze, empujando la puerta.

Él la tomó del brazo.

– ¿Él…?

– No me pegará -dijo Suze-. Me gritará, pero eso está bien. Estaré bien.

Riley la soltó, y ella salió del auto y cerró la puerta de un golpe.

– Muy bonito -dijo Jack-. Vengo a casa a celebrar la víspera de Año Nuevo con mi esposa…

– Muy grandioso de tu parte -dijo Suze y lo esquivó para subir los escalones.

– ¿Quién es ése? -dijo Jack.

– Riley McKenna. -Suze llegó al umbral y puso la llave en la cerradura-. Me trajo a casa después de que fui a buscar a Nell.

– Buena historia -dijo Jack, siguiéndola por los escalones.

Suze entró y prendió la luz y le hizo un gesto con la mano a Riley para que éste se fuera.

– No es una historia. ¿Tienes una para mí?

– Te lo dije. Estaba trabajando…

– Llamé -dijo Suze, mirando cómo las luces traseras de Riley desaparecían por la calle rumbo a su fiesta-. No atendiste.

– La central telefónica se apaga de noche.

– Llamé a tu teléfono móvil.

– Lo apagué.

– ¿En serio? -dijo Suze-. ¿Por qué?

– ¿Estás acostándote con él?

– ¿Con Riley? -Suze comenzó a subir las escaleras, de pronto tan cansada que apenas podía moverse-. No. Apenas conozco a ese tipo.

Él la sujetó del brazo y de un tirón la hizo bajar de los escalones, y ella tragó aire, perdiendo el cansancio por la sorpresa.

– Te acuestas con él -dijo Jack, y ella lo miró y ya no le importó más.

– Si estuviera acostándome con Riley -respondió-, estaría con Riley. No te dejaría aquí de pie fingiendo que todavía tengo una relación contigo. -Se soltó el brazo y lo frotó y esperó que él levantara la mano y la golpeara porque en ese caso podría abandonarlo.

– Me dijiste que ibas a estar con Nell -dijo él-. Me dijiste…

– Nell está con Gabe -dijo Suze-, lo que es bueno. Nadie debería estar solo en Año Nuevo. -Ella comenzó a subir las escaleras otra vez, desafiándolo a detenerla.

– Esto es culpa de ella -dijo Jack-. Budge tenía razón, ella es mala influencia. Tú no eras así antes de que ella se mudara aquí.

– Tendré que agradecérselo -dijo Suze, y subió hacia la oscuridad de lo alto porque era mejor que la luz de abajo en la que estaba él.

A seis cuadras de distancia, durante la modorra pos coito, Gabe escuchaba sólo a medias las fiestas transmitidas por la televisión.

– Esto es grandioso -dijo Nell-. Una gran fiesta en todos lados, sin trauma.

– Bien. -Gabe se acomodó más profundamente en la cama, demasiado cansado y demasiado satisfecho como para que le importara.

– Pero todavía me siento mal por Suze. Sonaba tan deprimida cuando la llamé. Soy una amiga terrible.

– Mmmm -dijo Gabe contra la almohada, rezando porque ella se agotara pronto. Había puesto tanta energía como él, y ahora estaba sentada y desnuda a su lado, comiendo papas fritas y haciendo una descripción detallada de los fuegos artificiales. Si no se callaba en los próximos cinco minutos, iba a tener que drogarla.

– Oye. -Ella le golpeó el hombro, y él se dio vuelta y la vio sonriéndole, con la bolsa de papas fritas en la mano, y con su cabello daba la impresión de que había un petardo en su cama-. Somos demasiado recientes como para que me tomes por segura. Tengamos un poco de romance, ¿no te parece?

– ¿Para qué? -dijo él-. Cumplí. Se acabó.

Ella dejó la boca abierta en una falsa ira, y él se rió y la atrajo hacia sí mientras ella se resistía todo el tiempo, lo que hizo que la bolsa de papas fritas saliera volando.

– No estoy tomándote por segura -le dijo en el oído mientras ella se retorcía-. Estoy exhausto por no haberte tomado por segura.

Ella dejó de pelear, y él cerró los ojos de placer cuando toda la suavidad repentinamente dócil de ella se apretó contra su cuerpo. Oyó un crujido y se dio cuenta de que Marlene había avanzado desde el fondo de la cama y estaba arrastrando la bolsa de papas fritas mientras la televisión recitaba la cuenta regresiva para el año nuevo. Hay un perro en mi cama, pensó y se preguntó cuándo se habría subido. Estaba bastante seguro de que había esperado que se acabaran todos los movimientos porque si no la habrían pateado contra una pared. Marlene tenía excelentes habilidades de supervivencia.

– Estoy feliz -le susurró Nell al oído, una voz llena de sonrisa, y él pensó: puedo dormir más tarde.

Giró para que estuvieran lado a lado, la atrajo más cerca, todavía asombrado de que ella estuviera allí junto a él, de que él finalmente hubiera hecho todas las cosas que había tratado de no hacer y de que todo hubiera resultado mucho mejor de lo que había intentado no imaginar.

– Yo también. Feliz Año Nuevo, niña.

La besó suavemente esta vez, y ella se relajó a su lado y dijo:

– ¡Mira! -Él siguió sus ojos hacia el cielo que ahora estaba lleno de fuegos artificiales como estrellas fugaces-. Todo es perfecto -le dijo ella-. Absolutamente todo.

– No digas eso -repuso él, sintiendo un escalofrío-. Estás tentando al destino.

– No creo en el destino -dijo Nell, y él recordó que cuatro meses antes Chloe había predicho que ellos estarían así, que estaba escrito en las estrellas. Comenzó a decírselo y después pensó: no es un buen momento para mencionar a Chloe.

– ¿Qué? -dijo ella, y él respondió: «Nada», y ella se levantó sobre un codo, preparada para sonsacárselo.

– Tregua por una noche -dijo él, atrayéndola-. Sólo por esta noche. -Y cuando ella dijo: «Pero…», él volvió a callarla a besos, y después la abrazó hasta que se quedó dormida, observando cómo las luces artificiales iban dispersándose en lo alto.

– Así que te acostaste con Gabe -dijo Suze en un almuerzo en el Sycamore el día siguiente.

Nell trataba de verse inocente pero tenía demasiados buenos recuerdos, entonces en cambio decidió sonreír y cortó otro pedacito de pan tostado:

– Y feliz Año Nuevo para ti también.

– ¿En serio? -Margie estiró la cabeza y estudió a Nell, con el aspecto de un pajarito miope-. Imagínate casada con un detective.

– Imagíname no casada con un detective -dijo Nell-. No voy a hacer eso de nuevo.

– Nell McKenna -dijo Margie-. Qué bonito. -Se sirvió una ración extra de miel de cedro sobre sus panqueques con pepitas de chocolate-. Romántico.

– Es mejor que Dysart -dijo Suze, apuñalando sus huevos benedictinos.

Nell y Margie la miraron y después se miraron entre sí.

– Margie Dysart nunca me gustó -dijo Margie.

– Era buena persona una vez que una se acostumbraba a ella -dijo Suze, y Nell se rió.

Margie estaba reflexionando sobre algunas cosas.

– Creo que Margie Jenkins estaría bien, aunque suena un poco de clase baja.

– No se lo digas a Budge -dijo Nell-. Se cambiará el apellido.

– Margie Ogilvie sigue siendo mi favorita, sin embargo -dijo Margie.

– Entonces conserva tu nombre. -Suze parecía enojada con toda la conversación.

– Nadie sabría que estoy casada -dijo Margie.

– Lo que haría más fácil engañarlo -dijo Suze.

Margie frunció el entrecejo.

– ¿Qué te pasa?

– Jack me atrapó anoche cuando estaba volviendo a casa con Riley McKenna -dijo Suze, sin dejar de torturar sus huevos-. Yo fui a buscar a Nell y él me trajo a casa. Eran más de las once de la víspera de Año Nuevo, y Jack me acusó a mí de estar con otro. Entonces me encerré en mi dormitorio. Al diablo con él.

– Oh, no -dijo Nell, sintiéndose horrible-. Eso fue culpa mía. Lamento tanto lo de anoche, fue algo terrible. Simplemente me olvidé de ti…

– Bajo las circunstancias, no -dijo Suze-. Así se hace, Eleanor, eso es lo que yo pienso.

– Los hombres siempre saben -dijo Margie-. Stewart estaba celoso de Budge.

Suze giró la cabeza para mirar a Margie.

– ¿Qué?

– Stewart. Estaba celoso de Budge. Porque Budge me gustaba más, así como a ti te gusta Riley.

– Yo no estoy teniendo un romance -dijo Suze con frialdad.

– Bueno, claro que no -dijo Margie-. Pero Riley te gusta más que Jack.

– Eh, Margie -comenzó a decir Nell.

– Es una cosa terrible estar casada con el hombre equivocado -dijo Margie-. Es como estar atrapada en una mala fiesta que nunca termina. Las voces siempre son demasiado fuertes y las bromas son tontas y una termina contra la pared, esperando que nadie note la presencia de una porque es mucho más fácil de esa manera. Es como si una estuviera tratando de evitar a alguien que es la única otra persona de la fiesta. Lo odié.

Sacó su termo y se sirvió más leche de soja en el café, mientras Nell y Suze se quedaban sentadas y aturdidas.

– Déjalo -le dijo Margie a Suze-. No trates de hacer que funcione si las cosas están tan mal. Es demasiado feo, terminarás haciendo cosas horribles cuando no puedas soportar más el dolor.

– Margie. -Nell estiró la mano-. No sabíamos que fue tan malo.

– Lo sé. -Margie bebió su café, de un trago hasta el fondo de la taza, y después volvió a ponerla sobre el plato-. Una vez le pegué.

– Bien -dijo Suze.

– No -dijo Margie-. Pero resultó bien. Él se fue. ¿Tú estás bien?

– No lo sé -dijo Suze-. Tengo que pensarlo. No puedo imaginarme no casada con Jack, pero tampoco creo que pueda seguir aguantando la tensión. Él piensa en serio que lo engaño, y yo no lo hago. En verdad no lo hago.

– Lo sabemos -dijo Nell.

– Pero quiero hacerlo -dijo Suze.

– Lo sabemos -dijo Margie.

– A veces quisiera que Jack desapareciera como Stewart -dijo Suze-. Que se evaporara.

– No, no es cierto -dijo Margie-, porque, ¿y si regresa?

Nell tragó aire.

– ¿Crees que Stewart va a volver?

– Budge quiere que presente el reclamo del seguro -dijo Margie-. Dice que puedo comprar un montón de vajilla Fiestaware con dos millones de dólares. Dice que no debería dejar la cuestión a un lado.

– Si no quieres presentarlo, no lo hagas -dijo Suze con firmeza-. No es asunto de Budge.

– Sólo está cuidándome -dijo Margie-. ¿Pero y si hago la presentación y Stewart vuelve? Debería devolverlo. Y saben que yo no me quedaría con todo.

– ¿Ha regresado? -dijo Nell, odiándose por la pregunta.

– No lo creo -dijo Margie-. Pero sería típico de él. Era un verdadero hijo de puta.

– ¡Margie! -dijo Suze y después se rió; la impresión la había sacado de su autocompasión.

– Bueno, lo era -dijo Margie.

– Entonces crees que está vivo -dijo Nell, sintiéndose una rata por seguir insistiendo.

– No -dijo Margie-. Creo que está muerto. Pero a veces tengo miedo de que esté vivo.

Nell se quedó sentada, asintiendo, esperando que ella dijera otra cosa, pero fue Suze quien habló.

– Entonces -le dijo a Nell-, ¿hubo vibración?

– Por todos los cielos, sí -respondió Nell, y dejó que sus amigas bromearan con ella durante el resto del almuerzo, mientras se preguntaba cómo había sido que las cosas se habían dado vuelta de tal forma que ella era la feliz y sus amigas las que estaban en problemas.

A dos cuadras de distancia, Riley se sirvió una taza de café de la cafetera de Nell y dijo:

– Así que tú y Nell.

– Te diste cuenta, ¿verdad? -Gabe bebió su café y entrecerró los ojos para ver mejor la ampliación enmarcada de su padre y Trevor, otra vez conmovido por el hecho de que a Nell se le hubiera ocurrido esa manera de decorar la oficina.

– Tengo grandes poderes de deducción. -Riley se sentó en el borde del escritorio de Nell y sorbió su café con cautela-. Suze vino anoche a buscarla.

Gabe asintió, pasando al retrato familiar, un poco mortificado por lo joven que estaba Chloe en la foto; incluso se veía más joven en la ampliación que en el original, como un huevo muy bonito, liso y redondo. Alguien debería haberme abofeteado, pensó. Era de la edad que Lu tenía ahora y ya llevaba un bebé en brazos, por el amor de Dios. Pero no había habido nadie que la protegiera; en ese entonces sus padres habían muerto, al igual que la madre de él, y lo único que el padre de Gabe había dicho fue: «Buena elección; ella jamás te causará problemas». Y nunca lo había hecho.

– La llevé a su casa y nos topamos con Jack -dijo Riley, y Gabe desvió la mirada.

– ¿Qué?

– A Suze. Jack estaba en la puerta cuando la llevé a su casa.

– ¿Fue muy malo?

Riley sacudió la cabeza.

– Sí. Pero ella no quiso que me quedara. Dijo que él no la golpearía.

– No -dijo Gabe-. Sólo es arrogante y egoísta.

– Y la engaña -dijo Riley.

– ¿Se lo dijiste a ella?

– No.

Gabe asintió y se volvió hacia la pintura.

– No puedo creer lo joven que está Chloe en esta foto. ¿Qué demonios estaba pensando yo?

– Lo mismo que estabas pensando anoche -dijo Riley, acercándose a su lado-. Diablos, mira lo joven que era yo. Y tú me enviaste a trabajar a la calle.

– Yo no, fue papá -dijo Gabe-. Y tú querías ir.

– Lo sé -dijo Riley-. Maldición, en verdad ella era joven. ¿En qué demonios estabas pensando?

– No lo mismo que estaba pensando anoche. -Gabe trató de imaginar qué diría su padre acerca de Nell. Probablemente «corre en la dirección opuesta, muchacho». Con Chloe, él no había tenido idea de en qué se estaba metiendo, qué significaba el matrimonio; pero anoche, con Nell, supo exactamente la enorme cantidad de problemas que le esperaban. Y no le importó.

Esta mañana tampoco le importó.

Pasó a la fotografía siguiente, una de sus padres el día en que se habían casado: su madre tenía el cabello oscuro y un aire vivaz, con un traje de cintura de avispa, los botones tensos a la altura del estómago, y su padre tenía cabello oscuro y se lo veía vibrante con su traje a rayas, más feliz que lo que Gabe lo había visto jamás. Estaban abrazados pero no apoyados el uno en el otro; los dos se veían tensos, llenos de energía, sonriendo al futuro, sabiendo que tenían un bebé en camino, sin saber que los esperaban veinte años de peleas y portazos y despedidas a gritos. Gabe miró a su padre y pensó: Él lo habría hecho de todas maneras. Así era como la amaba.

– Gabe -dijo Riley.

Y con Nell va a ser igual, pensó, mirando la luz en los ojos de su madre. Y yo también lo haré de todas maneras.

– Gabe -repitió Riley-. Ven aquí y mira esto.

Gabe dirigió la mirada hacia Riley y lo vio de pie frente al retrato de familia.

– ¿Qué?

– Mira a Chloe.

Gabe estudió la fotografía.

– ¿Qué tengo que mirar?

– Los aros -dijo Riley, y Gabe miró y exclamó:

– No puede ser.

Chloe tenía círculos con diamantes.

Gabe se dirigió hacia la puerta. Cinco minutos después, estaban en el dormitorio de Chloe; habían dado vuelta su joyero encima de la cómoda, y estaban contemplando una pila de ankhs de plata y estrellas doradas y lunas esmaltadas y -enredados en el medio de las diversas cadenas y ganchos- dos perfectos círculos de oro del tamaño de monedas, cargados de diamantes engarzados.

– ¿Son esos? -preguntó Riley.

– Son los de Helena -dijo Gabe, recogiéndolos de entre el desorden-. Y ahora tendré que comenzar el año nuevo con Trevor.

– Ya lo empezaste con Nell -dijo Riley.

– Es cierto -admitió Gabe, sintiéndose un poco mejor mientras contemplaba la evidencia de la perfidia de su padre-. Es cierto.

Esa noche Nell esperó hasta las nueve para llamar a Gabe, porque sabía que él y Riley iban a pasar el día con Lu puesto que Jase se había quejado al respecto cuando la llamó para desearle un feliz año nuevo. Dejó que el teléfono sonara media docena de veces y estaba a punto de colgar cuando Gabe dijo:

– ¿Hola?

– Averigüé un poco más sobre Stewart -dijo Nell-. No mucho, pero algo.

– Bien -dijo él-. Voy para allá. ¿Quieres comida china o pizza?

– Comida china -dijo ella, sonriéndole al auricular a pesar del trauma de Suze y Margie. Era desleal, pero, por otra parte, nada podía superar a un hombre que la alimentaba a una. Y que posiblemente durmiera con una luego.

Que definitivamente dormiría con una. La idea le quitó el aliento. Todo en él le quitaba el aliento, incluyendo la arrasadora manera en que había simplemente supuesto que volverían a la cama. Si él hubiera vacilado, ella se habría vuelto tímida y todo habría sido torpe. Y no fueron torpes, no lo habían sido jamás desde el primer día en que ella había mirado su escritorio y se había dado cuenta de que él iba a causarle mucho trabajo.

No había tenido la menor idea.

Corrió por las escaleras a ponerse el pijama de seda azul y ordenó el dormitorio, sacando a Marlene de la cama para enderezar el acolchado. Marlene gimió, entonces Nell arrojó la mantilla de chenille al piso, y la perra metió la nariz debajo de la prenda y la empujó un poco, luego se paró encima y agitó la cola, giró en círculo cuatro o cinco veces, y después se instaló con un suspiro atormentado.

– Sí, tú tienes una vida difícil -dijo Nell y fue a limpiar el baño.

Cuando sonó el timbre, media hora más tarde, ella contuvo el aliento y echó una última mirada al espejo. Había color en su cabello, chispas en sus ojos, calor en sus mejillas y seda en su cuerpo. «Bien, soy atractiva», le dijo al espejo, y después fue a abrirle la puerta.