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Gabe entró, depositó la comida china en la estantería que estaba junto a la puerta, rodeó a Nell con los brazos y la besó hasta dejarla sin aire.
– ¿Tienes idea de cuánto tiempo he esperado para arrancarte ese pijama? -le dijo, pasándole la mano por un costado.
– No -respondió ella, y su voz salió como un chillido.
Él volvió a besarla, recorriendo la seda azul con las manos, y después dijo, con voz ronca:
– Entonces, ¿comemos comida china mientras yo te contemplo lleno de lujuria, o vamos arriba y te arrojo sobre la cama y hago lo que quiero contigo?
– A la cama -dijo Nell.
Media hora después, Nell se aferró a la cabecera de la cama y tiró para levantarse, tratando de recuperar el aliento.
– Dios mío. Tal vez deberíamos tratar de disminuir un poco la intensidad.
– Yo no fui el que gimió «más fuerte» -dijo Gabe, tirando de ella para que su espalda ardiera junto a la suya. Ese hombre era una estufa-. Si fueras más despacio, yo tendría tiempo para pensar.
Nell se estiró contra los músculos y huesos de él, memorizando lo fuerte y sólido que era.
– ¿Quieres que sea pasiva?
– Por todos los diablos, no. -Gabe le acarició el costado con la mano y la hizo acurrucarse otra vez-. Sólo digo que no eres una mujer fácil de amar.
– Además, yo no gimo. -Nell se estremeció bajo sus manos-. Esa era Marlene.
– Eso explicaría el efecto estéreo. -Le besó el cuello y ella se estremeció nuevamente, y después le pasó los dedos por el estómago, lo que hizo que ella lo apretara con más fuerza.
– Basta -dijo ella-. Se supone que estamos gozando del descanso.
– A mí me gusta gozar de mi descanso contigo en movimiento. Mido el tiempo por el balanceo de tu cuerpo. -Le mordió el lóbulo de la oreja y ella giró para mirarlo-. Está bien -dijo él-. Me gusta gozar de mi descanso contigo.
Sus ojos estaban oscuros como siempre, pero ahora también estaban calientes, mirándola fijo, y ella sintió que se quedaba sin aliento. Por Dios, pensó. Míralo. Es hermoso.
– ¿Por el balanceo de mi cuerpo? -dijo, en cambio.
– Es de un poema muy erótico -explicó él-. Me viene a la mente cada vez que veo cómo te mueves.
Poesía, pensó ella. Me sorprenderá siempre.
Tampoco era que ella estuviera considerando que eso sería para siempre.
– ¿Qué? -dijo él, y como Nell no respondió, volvió a deslizarle las manos por el cuerpo para hacerla estremecerse-. Me pones nervioso cuando me miras así.
– Es hambre -dijo ella; salió de la cama y recogió el saco de su pijama del piso-. Hora de comer.
– Trae la comida aquí. -Gabe se movió y atrapó los pantalones del pijama de Nell antes de que ella pudiera hacerlo-. Te espero.
– Haragán. -Nell tironeó del borde del saco de su pijama, y Gabe le sonrió.
– Estoy conservando la energía -dijo él, y ella volvió a perder el aliento.
Cuando los dos estaban otra vez en la cama, comiendo pollo al ajo del mismo recipiente, él dijo:
– De paso, hoy encontramos unos diamantes.
Nell se detuvo con el tenedor a mitad de camino.
– ¿Los diamantes Ogilvie?
– Bueno, los aros Ogilvie. Estaban en el joyero de Chloe.
Nell escuchó mientras él le contaba todo y después dijo:
– Y supongo que no pudiste ubicar a Chloe en Europa.
– Imposible. Pero sé lo que sucedió. Mi papá estaba loco por ella. Él se los dio, y ella se los puso para el retrato de familia y después los guardó. No son su clase de joyas. Llamé a Trevor y quedamos en vernos mañana. En realidad estoy ansioso por ese encuentro.
– Los diamantes son la clase de joyas de todos.
Gabe sacudió la cabeza.
– De Chloe no. Apostaría a que ella ni siquiera sabía que eran diamantes, o, si lo sabía, no tenía idea de cuánto valían. Apenas tenía diecinueve años cuando Lu nació. Su idea de magnificencia monetaria era un restaurante con servilletas de tela.
Había afecto en la voz de Gabe, y Nell luchó contra los celos que se agitaban en su interior. Él sería un insensible si no siguiera teniendo cariño por Chloe.
– Debes de haber sido verdaderamente feliz -dijo-. Chloe es tan dulce, y con un bebé.
Gabe la miró como si estuviera loca.
– Yo tenía veintiséis años y no había planeado casarme, mucho menos ser padre. Chloe podría haber sido Marilyn Monroe y de todas formas yo no habría sido feliz.
– Oh, vamos -dijo Nell, sintiéndose culpable por alegrarse.
– Deja de romantizar todo -dijo Gabe-. Las cosas salieron bien. Chloe era una mujer excelente, pero no fue un cuento de hadas. Ahora cuéntame qué dijo Margie.
– Habló de Stewart -dijo Nell-. Lo odiaba. -Le explicó los detalles e inhaló el olor del pollo mientras Gabe comía y escuchaba, y terminó su explicación diciendo-: Margie cree que él está vivo pero que si no cobra el dinero del seguro, él no regresará. Lo está pasando mal.
– ¿Tú cómo lo estás pasando?
– ¿Yo? -Nell comenzó a reír-. He tenido el mejor sexo de mi vida dos días seguidos.
– Así de bien, ¿eh? -Gabe se inclinó sobre ella para poner el recipiente de comida en la mesita de luz-. Y recién empezamos. -La besó, sosteniéndose con los brazos para que el peso de su cuerpo no cayera sobre ella, y Nell lo atrajo hacia su cuerpo, en busca de algo sólido contra lo que empujar.
– Me gusta la forma en que te defiendes -murmuró ella contra su boca.
– Debo hacerlo. -Movió la boca hacia la oreja de ella-. Si no, me destruirás.
– Estaba hablando del sexo -explicó ella, apartándose un poco, y él buscó otro recipiente de comida.
– Yo también. -Se sentó y abrió el recipiente-. Eres una mujer fuerte.
– A veces no me siento así -respondió ella, pensando en los años en que había fingido ser pasiva para que Tim se sintiera fuerte y a cargo de la situación, todos esos meses perdidos después de Tim en los que no podía comer. Miró dentro del recipiente de comida. Cangrejo a la Rangún. Excelente.
Gabe tomó un bocado y se lo dio.
– Sí, ¿pero cómo te sientes ahora?
– Poderosa. -Mordió la masa, saboreando el cremoso relleno-. Fuerte. Excitante.
– Así te siento yo también -dijo él-. Debes de ser tú.
– Podrías ser tú -dijo ella-. Es una sensación bastante novedosa.
– Me cuesta creer eso. -Él tomó un bocado y lo mordió-. Apuesto a que te has pasado toda la vida peleando.
Nell reflexionó sobre su vida anterior.
– En realidad nunca tuve con quien pelearme. Todo salía como yo quería. -Sus amigas siempre le habían hecho caso, los clientes de la agencia habían obedecido todas sus sugerencias, su hijo sabía que no le convenía enfrentarse a ella. Tim hacía lo que ella le decía…
Se detuvo con otro pedazo de cangrejo a la Rangún camino a la boca cuando se dio cuenta.
– Eres tú -dijo-. Tú eres la primera persona que se defendió.
– Sólo porque es una sensación muy placentera. ¿Qué más hay para comer allí? Hubiera jurado que compré…
Ella le quitó el recipiente de cangrejo a la Rangún y volvió a ponerlo en la mesita de luz, y luego lo empujó de manera que quedara de espaldas en la cama.
– Esta vez yo quiero estar arriba.
– Puede ser -dijo él, sin pelearse con ella-. Pero más tarde. He tenido un largo día, te cogí sin parar con el estómago vacío, y sé que hay más comida. Quiero comer.
– Yo también -dijo ella, y comenzó a recorrerle el estómago con la lengua, hacia abajo.
– Puedes estar arriba -dijo él, y se calló.
– ¿Y cómo estás? -Nell le preguntó a Suze el martes mientras ayudaban a Margie a cerrar la casa de té.
– Estoy bien. -Suze no la miró y se dedicó a pulsar las teclas de la caja registradora.
– Me refiero a ti y a Jack.
– Estamos bien.
– Bueno -dijo Nell, cambiando de tema-. Sabes, hoy pasó algo de lo más extraño.
– Cuéntamelo todo -dijo Suze mientras imprimía los números en la cinta de la registradora.
– Gabe y yo nos peleamos por el tema de una alfombra nueva para su oficina. Él cree honestamente que si su padre la eligió, es sagrada. Y no estoy segura de que a él su padre siquiera le cayera bien.
– Bueno. -Suze miró la cinta de la caja registradora con el entrecejo fruncido.
– Entonces le dije: «Mira, tiene un agujero» -dijo Nell-. Y él contestó: «Deberías saberlo, lo hiciste tú». Ese tipo tiene ojos de águila. Y yo dije que si la alfombra no fuera tan vieja, no habría podido agujerearla, y él dijo que si el criterio para librarse de cosas fuera mi habilidad para destruirlas entonces el edificio quedaría vacío, y finalmente nos quedamos mirándonos con furia. -Nell se detuvo para contemplar el espacio, recordando la forma en que los ojos de Gabe la habían desafiado, la forma en que él se había inclinado sobre el escritorio para gritarle-. Y me excité tanto que lo agarré de la corbata y lo besé.
– Todavía no entiendo qué tiene de extraño -dijo Suze-. A mí me suena como algo habitual.
– Sabes, no es pelearme lo que me excita -dijo Nell-. Detesto pelear. Es la forma en que me mira cuando intenta dominarme. No tiene ninguna posibilidad, pero no cabe duda de que cuando trata de hacerlo se ve atractivo.
– Una relación interesante -dijo Suze.
– En cualquier caso, entonces nos pusimos a besarnos de manera bastante fuerte, y luego él me preguntó si quería cenar en Fire House y volvió a besarme y después se puso a trabajar.
– Suena como un buen proveedor -dijo Suze-. ¿Entonces?
– Entonces no tuvimos sexo -dijo Nell-. Lo sé, estábamos en mitad del día y estábamos trabajando, pero ¿sabes cuánto tiempo hace desde que yo besaba a alguien? Quiero decir: ¿sólo besar? Tim y yo jamás hacíamos eso. Hablábamos del trabajo y después teníamos sexo, pero jamás dábamos vueltas para luego no hacerlo. -Nell empujó la última de las sillas debajo de la mesa-. En realidad yo había llegado a un punto en el que si me besaban, empezaba a sacarme la ropa.
– Lo que explicaría el caso de Riley -dijo Suze, cerrando la bolsa con el dinero para depositar en el Banco.
– ¿Tú y Jack se besan? -dijo Nell, y Suze se detuvo.
– Oh -respondió-. Ahora que lo mencionas, no.
– Debe de tener algo que ver con el matrimonio -dijo Nell-. No creo que me vuelva a casar jamás. Se pierden muchas cosas buenas.
– Sí -dijo Suze, lentamente-. Hacíamos mucho de eso antes de casarnos.
– Bueno, tenías dieciocho años. Es apropiado hacer eso cuando una es adolescente.
– Hacíamos más que eso.
– Eso es lo que oí. -Nell llevó la escoba a la parte de atrás del mostrador-. ¿Me necesitas para alguna otra cosa? Porque hoy estuve besando, y creo que mi novio va a esperar que siga hasta el final esta noche.
– ¿A qué te refieres con que lo oíste? -dijo Suze.
– Oh. -Nell trató de pensar en una buena mentira, pero se trataba de Suze-. Bueno, sabes, Vicki se divorció de Jack por adulterio, entonces supuse…
– No dijiste «supuse», dijiste «oí». -Suze cruzó los brazos-. ¿De quién?
Nell miró el techo, tratando de pensar en una salida.
Suze siguió su mirada.
– ¿De Riley? -dijo.
– ¿Riley? -Nell se echó hacia atrás, confundida-. ¿Por qué Riley?
– Ése es su campo de acción -dijo Suze, haciendo un gesto de asentimiento en dirección al techo.
Grandioso.
– Yo estaba mirando el techo -dijo Nell-. Aluminio prensado. Eso no se ve mucho últimamente.
– A menos que vivas en un barrio histórico -dijo Suze-. Allí es bastante común. ¿Cómo…? -Sus ojos se agrandaron-. ¿Gabe? ¿La agencia? ¿Ellos obtuvieron la evidencia para el divorcio de Vicki?
– Sí -admitió Nell-. Pero no te atrevas a contarle a nadie que yo te lo dije. No se me permite conversar con nadie sobre asuntos de la agencia.
– ¿Qué clase de evidencia? ¿Qué hicieron?
– Creo que sólo te siguieron.
– Quiero ver el informe. Tienen los expedientes en el congelador, ¿verdad?
– No sé dónde… -comenzó a decir Nell, y Suze entró en el cuarto trasero. Nell la siguió y llegó a tiempo para verla abrir el congelador. Se le había advertido a Margie que no lo dejara sin cerrojo, pero advertir a Margie era siempre un ejercicio de futilidad-. Eh, ¿Suze?
Suze comenzó a revisar cajas, buscando fechas.
– Primavera de 1986 -dijo-. Tiene que ser… Acá está.
– Está bien, eso es propiedad de la agencia -dijo Nell, pero Suze ya había abierto la caja y estaba mirando las carpetas.
– Dysart. -Extrajo el expediente y lo abrió y después trató de agarrar unas fotografías que se habían salido. Nell las atrapó cuando se cayeron al piso y las enderezó para volver a guardarlas en la carpeta, pero quedó paralizada por lo que vio.
Las habían tomado a través de una ventana, por un espacio en el que las cortinas no estaban completamente cerradas. Jack estaba acostado en la cama de un motel barato, más apuesto que lo que Nell podía recordarlo, con cuarenta años de edad, buena forma, en su mejor momento. Con razón Suze se había enganchado con él.
Pero la cámara no estaba enfocada en Jack. Al lado de la cama, de pie, con pompones en las caderas, estaba Suze, con dieciocho años de edad y sorprendentemente bonita con su uniforme de animadora, mirándolo con la cabeza levantada y los labios separados. Estaba riendo, y se veía resplandeciente y nueva y alegre.
– Dios mío -dijo Suze al lado de ella.
Nell dijo:
– Sí, eras una niña. -Después agregó rápidamente-: Todavía lo eres, por supuesto…
– No así -dijo Suze-. No sabía lo que tenía. Mira eso.
Nell volvió a mirar.
– Honestamente, estás mejor ahora.
– Oh, sí, claro. -Suze le quitó las fotos y las hojeó, y era casi como un libro en el que se veía a Suze a los dieciocho sacándose primero la falda, y después el suéter, y después su bombacha y corpiño, de virginal algodón blanco, hasta que quedó desnuda, exhibiendo un cuerpo esbelto y duro que habría puesto de rodillas a hombres más fuertes que Jack Dysart.
– Jamás volveré a quitarme la ropa -dijo Nell, mirando la última foto con incredulidad.
– ¿Quién sacó éstas? -dijo Suze.
– Riley -respondió Nell-. Fue uno de sus primeros trabajos. Gabe dice que quedó marcado de por vida.
– Qué bueno que no me acuesto con Riley -dijo Suze-. Jamás podría competir conmigo misma.
– Oh, por favor -dijo Nell-. Riley se acostó conmigo.
Suze volvió a guardar las fotos en la carpeta.
– No permitas que Jack las vea jamás.
– Escúchame, dulzura, tú no las viste. Sólo porque estoy acostándome con el jefe no quiere decir que él no me despediría. -Nell volvió a guardar la carpeta en la caja y puso la tapa-. Olvídate de que las viste.
– Me encantaría -dijo Suze-. Pero no creo que pueda.
Enero se convirtió en febrero. Nell seguía reparando la agencia a espaldas de Gabe y después se peleaba con él al respecto, Margie postergaba indefinidamente el casamiento con Budge y el tema del seguro, Suze permanecía junto a Jack y fingía que no estaba angustiada, y Gabe mantenía su fijación con los diamantes. Había ido a hablar con Trevor respecto de los aros de Chloe y éste le había hecho una reprimenda formal: Patrick había comprado los aros para Lia al mismo tiempo que Trevor había comprado el juego completo para Helena, y un marido tan generoso no merecía a un hijo tan ingrato que pudiera sospechar póstumamente de él. Gabe había regresado incluso más seguro de que algo andaba mal -«Si él le hubiera comprado esos diamantes a mi madre, yo se los tendría que haber visto puestos; a esa mujer le gustaban las joyas»-, y ahora estaba volviendo locos a todos, balbuceando cosas que tenían que ver con eso. Nell pensaba que en realidad no era saludable que él se obsesionara con el pasado, y hacía todo lo que podía para distraerlo, incluyendo molestarlo respecto del sofá de la sala de recepción, que se ponía cada vez más destartalado a medida que pasaban las semanas. Lo único que faltaba era que algún cliente realmente pesado se sentara sobre esa maldita cosa y se verían con una demanda legal llena de astillas.
Y no era que no tenían cosas suficientes en que pensar además de unos diamantes fantasmales. La agencia estaba inundada de trabajo, incluyendo un nuevo cambio en el caso de un antiguo cliente, que ocurrió cuando Riley recibió una llamada telefónica y salió de su oficina para decir:
– Gina quiere que sigamos a Harold esta noche. Voy a bautizar el caso como La cena caliente.
– ¿Gina cree que Harold la engaña? -dijo Nell,
– Creo que le debe un par -dijo Riley-. Pero me parece que ella no opina lo mismo.
– Sí -dijo Nell-. La gente se sensibiliza con el adulterio.
El lunes siguiente, Nell estaba ripeando el informe de la Cena Caliente -definitivamente, Harold engañaba a su esposa-, cuando entró Suze.
– Hola -dijo Nell-. Si quieres almorzar llegaste muy temprano.
– No quiero almorzar -dijo Suze, y Nell la examinó más atentamente y sintió frío.
– ¿Qué pasa?
– Tengo que contratar a los McKenna -dijo ella-. Una tradición familiar.
– Oh, no.
– Oh, creo que sí. -Suze señaló con un gesto la oficina de Gabe-. ¿Puede ser él? No me considero capaz de enfrentarme con…
Riley abrió la puerta de su oficina y se quedó de pie en el umbral.
– Me pareció oír tu voz.
Nell lo miró a él y después a Suze.
– Suze vino de visita.
Pero ésta respiró profundamente.
– Necesito un detective.
– Está bien -dijo Riley-. Quédate en tu casa esta noche hasta que yo te llame.
Suze asintió y abrió la cartera.
– ¿Cuánto es el anticipo…?
– Invita la casa. Sólo permanece en tu departamento. -Regresó a su oficina y cerró la puerta, y Suze se volvió hacia Nell y tragó saliva.
– Ni siquiera me preguntó qué necesitaba.
– Lo noté. ¿Estás bien?
– No -respondió Suze y se hundió en el sofá, mientras las lágrimas le corrían por las mejillas-. Tuvimos una gran pelea anoche respecto de mi trabajo en The Cup. Me negué a renunciar y él se fue. Y no regresó en toda la noche.
– Espera -dijo Nell, y corrió a la oficina de Gabe a buscar el Glenlivet-. Toma -le dijo a Suze, sirviendo un poco en una taza Susie Cooper-. Bebe esto.
Suze se tragó parte del whisky y luego inhaló fuertemente.
– Con calma -dijo Nell-. Gabe sólo bebe del bueno.
– Yo creía que conmigo sería realmente diferente. No como Abby y Vicki.
– Eres diferente. -Nell le palmeó el hombro y sintió odio por Jack-. Tal vez no esté engañándote. No lo sabes.
– Lo sé -dijo Suze-. Sólo quiero asegurarme.
Cuando Suze se fue, Nell golpeó a la puerta de la oficina de Riley y entró.
– ¿Qué diablos está ocurriendo?
– «Jack Dysart engaña a su esposa, parte tres» -dijo Riley-. Las secuelas son una porquería.
– No te hagas el gracioso conmigo. -Nell se inclinó sobre el escritorio de él-. ¿Hace cuánto lo sabes?
– Un par de meses.
– ¿Y Gabe?
– Un par de meses.
– Y no me lo contaron.
– ¿Parecemos estúpidos?
– Sí-dijo Nell-. Más que estúpidos. ¿Por qué diablos…?
– Porque se lo habrías contado a Suze. ¿Recuerdas la primera regla?
– No me vengas con esa mierda de estudiante -dijo Nell-. Es mi mejor amiga.
– Razón por la cual no te lo contamos. -Riley se quedó sentado detrás de su escritorio, impasible y calmado-. De todas formas no podrías haber hecho nada para ayudarla.
– Podría habérselo informado…
– Ella lo sabía -dijo Riley-. Sólo que no quería saberlo. Tú sabías antes de Navidad que tu esposo estaba acostándose con otras.
– No es cierto.
– Lo sabías todo el tiempo mientras le explicabas a la gente que él no te engañaba. Sólo te negabas a saberlo. -Riley suspiró-. Es un recurso para afrontar la situación. Yo puedo mostrar fotos de un cónyuge que engaña y si el cliente no quiere creerlo, no lo hará, sea hombre o mujer. La negación funciona para ambos sexos. -Se puso de pie y dio la vuelta al escritorio-. Salvo que cuando nos contratan, ya están listos para enfrentarse a la verdad. Por eso Suze no se presentó hasta ahora. Entonces esta noche le mostraré la verdad. Invita la casa. -Le puso la mano en el hombro-. Confía en mí.
Nell dio un paso para alejarse.
– Nunca más. -Se volvió para ver a Gabe de pie en la puerta.
– Sabes -dijo él-. No soy una persona celosa, pero…
– Vete al diablo -dijo ella y lo pasó de largo para tomar su cartera.
Riley dijo:
– Jack Dysart.
– Oh, diablos -dijo Gabe y salió a buscarla-. Espera un momento.
– Lo sabías y no me lo dijiste -dijo Nell, con la cartera en la mano, tratando de esquivarlo para llegar a la puerta.
– Sí -dijo Gabe, bloqueándole el paso-. ¿Podrías escucharme, por favor?
– No -dijo Nell, y Gabe le agarró el brazo y la arrastró hacia su oficina, cerrando la puerta de un golpe.
– Escúchame -dijo cuando ella lo miró, dispuesta a gritarle-. Lo averiguamos en el Informe Trimestral que hicimos para Trevor en noviembre.
– No estaba en el informe que yo tipeé -dijo Nell.
– Te dimos uno falso.
– Soy una estúpida-dijo Nell-. Yo pensaba que nosotros…
Gabe la señaló con el dedo y dijo:
– Ni siquiera empieces con eso. Lo que nosotros somos no tiene nada que ver con la agencia.
– ¿De qué estás hablando? Nosotros somos la agencia. La agencia y el sexo. Me mentiste y traicionaste a Suze.
– No -dijo Gabe-. Te mentimos para que no traicionaras a la agencia.
Nell sintió frío.
– ¿Entonces tú y Riley son la agencia y yo no?
Gabe cerró los ojos.
– Mira, es simple. No te lo dijimos porque tú se lo habrías contado a ella. Conoces las reglas.
– Conozco las reglas, y sé que tú las violas todo el tiempo -dijo Nell-. Esto no tiene que ver con las reglas. Esto tiene que ver con que me has dejado afuera, con que no confías en mí. Bueno, vete al demonio.
– Se lo habrías contado a Suze -dijo Gabe, pero ella ya lo había esquivado y estaba saliendo por la puerta rumbo a Suze.
Riley llamó a Suze esa noche a las diez y la pasó a buscar quince minutos más tarde. La llevó por High Street en dirección a la universidad y después estacionó frente a un bar que estaba en una calle lateral.
– ¿Aquí? -dijo ella cuando entraron. El lugar era un típico bar de estudiantes, sucio, ruidoso y atestado.
– Aquí -dijo Riley y fue a la barra mientras Suze miraba a su alrededor y pensaba: entonces esto es lo que me perdí por no ser soltera mientras estudiaba. No le causó mucho dolor, pero como ya tenía el estómago hecho un nudo era probable que los dolores no fuera físicamente posibles. Encontró un reservado y se sentó, tratando de no enganchar la manga de su suéter en la mesa astillada.
Mi marido me engaña.
Riley volvió con dos jarras de cerveza en una mano y un recipiente de maní con cáscara en la otra. Deslizó hacia ella una de las jarras y se sentó.
– No veo la razón de que estemos aquí -dijo Suze, y Riley contestó: «Espera», entonces ella se calló y bebió la cerveza. Después de un largo silencio sólo interrumpido por la apertura de las cáscaras de maní, dijo-: ¿Tienes que estar tan callado?
– Sí -dijo Riley, con la mandíbula tensa.
– ¿Estás enojado conmigo? ¿Es porque te hice una insinuación en la víspera de Año Nuevo?
– No.
Ella recorrió el bar con la mirada y pensó: no voy a llorar.
– No eres tan callado con Nell.
– Nell es distinta.
– Porque te acostaste con ella.
– No -dijo Riley, sin prestarle atención a ella para mirar la multitud, y Suze sintió que su temperamento se alteraba.
– No puedo creer que te hayas aprovechado de Nell -dijo, mirándolo para ver si hacía una mueca. Por Dios, lo obligaría a prestarle atención esa noche o averiguaría la razón de su actitud.
– No me aproveché de Nell.
– La sedujiste -dijo Suze, y Riley se volvió hacia ella con lo que obviamente era una gran paciencia y le dijo:
– Cállate.
– Ella dijo que tú eras un amante verdaderamente suave -dijo Suze, tratando de lograr alguna clase de reacción, cualquier clase de reacción-. Me cuesta creerlo, considerando cómo me tratas a mí.
– Nell era frágil. Tú no. -Riley abrió otro maní.
– Soy frágil. No creerías lo frágil que soy en este momento. -Lo observó abrir otro maní, y agregó-: Pero como se trata de mí, no estás inspirado como con Nell. Yo no soy la clase de personas con la que serías suave.
– No, tú eres de la clase que yo cogería contra la pared -dijo Riley, y ella le arrojó la cerveza en la cara.
Él se volvió, con el líquido empapándole la camisa.
– ¿Te sientes mejor ahora?
– Fue muy desagradable que dijeras eso -dijo Suze, con el corazón latiéndole a toda velocidad.
Él recogió una servilleta y se limpió un poco de la cerveza de la cara.
– Querías pelear.
– No de esa manera. -Suze le pasó otra servilleta-. ¿Mi marido me engaña?
– Sí.
– ¿Cuántos años tiene ella?
Riley la miró con compasión, y eso fue lo peor de todo.
Suze cerró los ojos, dolorida.
– Oh, Dios, vuelve a llamarme puta, pero no me mires así.
– No te llamé puta. Tiene veintidós años.
Veintidós.
– Bueno, eso lo explica todo, supongo. -Se miró a sí misma, recordando las fotos que Riley había tomado quince años antes-. No hay nada en mí que parezca de veintidós. -Buscó la cerveza y se dio cuenta de que se la había tirado a Riley, pero antes de que pudiera echarse atrás, él le pasó su jarra-. Gracias.
Lo miró de reojo mientras bebía y descubrió que él seguía observando el lugar. Incluso con una camisa empapada con cerveza, se veía confiable. Robusto y confiable. Manos excelentes, había dicho Nell. Tal vez podría hacer que moliera a palos a Jack. Por supuesto que lo que realmente quería era moler a palos a una de veintidós años.
– ¿Yo podría ganarle a ella?
Riley se volvió hacia Suze.
– ¿Qué? ¿En una pelea? -La examinó-. Es probable. Tienes la furia a tu favor.
– ¿Cuánto tiempo?
– ¿Tardarías en ganarle?
Suze sacudió la cabeza.
– ¿Hace cuánto que él sale con ella?
– Nosotros nos enteramos a fines de noviembre.
– ¿Y no me lo dijeron?
– No.
– Y Nell no me lo dijo.
– Nell no lo sabía hasta hoy.
– ¿Por qué no? Si…
– Porque sabíamos que te lo contaría. -Riley volvió a tomar la jarra. -Nos enteramos cuando estábamos haciendo otro encargo. No nos gusta causar problemas, así que no se lo contamos a ninguna de las dos. -Bebió, y Suze se sintió traicionada.
– Yo trabajé para ustedes -dijo por fin.
– Renunciaste porque a tu marido le dio un berrinche -explicó Riley-. Igual nosotros estábamos agradecidos. Él llamó la noche antes de que renunciaras y nos amenazó con quitarnos los encargos si no te despedíamos, así que nos ahorraste el tener que poner en compromiso nuestra ética.
– Pero lo hubieran hecho.
– Suze, tú habías trabajado para nosotros un par de meses. Ogilvie y Dysart vienen dándonos trabajo desde hace años. No había mucho que escoger.
– Me abandonaron como él me está abandonando.
Riley le pasó la jarra.
– Bébete todo.
Ella extendió la mano para agarrarla y se paralizó cuando vio que Jack entraba por una puerta del fondo que tenía un cartel que decía «Sala de juegos». Había otra mujer con él, que era joven y tenía cabello negro, pero recién cuando se alejaron un poco más Suze la reconoció.
– Es Olivia. Es la hija de su socio.
– Sí, Jack busca lo que está cerca y fácil -dijo Riley, y Suze lo miró con furia-. No tú, tonta. Olivia Ogilvie.
Jack trajo una silla para Olivia, y ella se rió con él mientras se sentaba. Él se inclinó y le besó la punta de la cabeza, y Suze quedó desgarrada entre el dolor y la ira.
– Lo mataré.
– Yo lo planearía un poco más -dijo Riley-. Salvo, por supuesto, que quieras ir a la cárcel.
Jack fue a la barra, y Suze observó a Olivia. No era estrictamente hermosa, pero era joven y delgada, y Suze se sentía fofa.
– Con razón.
Riley le echó un vistazo.
– ¿Qué? ¿Olivia? Deja de maltratarte. Tú eres una mujer de clase. Ella es una imbécil promiscua.
– Como Jack -dijo Suze salvajemente, y Riley se rió.
– Exacto -dijo.
Suze se sintió un poco animada, incluso mientras observaba a Olivia.
– Pensé que querías cogerme contra una pared. Eso no me suena a mujer de clase.
Él no dijo nada y ella se volvió para ver cuál era el problema.
– Tú haces demasiadas suposiciones -le dijo él.
– ¿Él se acuesta con ella?
– Esa suposición la puedes hacer.
– ¿Estás seguro?
– Sí.
Había certeza en su voz, y Suze sintió náuseas. Él los había visto, y ahora ella podía verlos, acoplándose en la imagen de su mente, y era horrible, grosero, asqueroso, vergonzoso… angustiante.
Riley señaló con un gesto la barra donde estaba Jack.
– ¿Quieres encararlo?
La idea hizo que Suze se sintiera peor.
– No.
– Entonces mi tarea está terminada. Te llevaré a tu casa.
Jack se sentó frente a Olivia y levantó su vaso. ¿Qué haría si miraba en su dirección y la veía? Una vez él le había dicho que sabía cuando ella entraba a una habitación, incluso si estaba de espaldas a ella, siempre lo sabía.
Qué bastardo.
– Sí -dijo Suze-. Llévame a casa.
Estaban a mitad de camino de la barra cuando ella volvió a mirar a Jack una vez más y éste la vio. Se quedó paralizado un momento y después dejó la cerveza y avanzó en dirección a ellos, con el rostro enrojecido.
– Espera -le dijo ella a Riley, y éste miró y dijo:
– Oh, diablos.
– Lo sabía -dijo Jack cuando estuvo frente a ellos-. Sabía que…
– Yo lo contraté -dijo Suze con voz inexpresiva, interrumpiéndolo-. Igual que Abby y Vicki. Este tipo va a jubilarse con el dinero que gana por tu falta de moral.
Jack dejó de mirarla y se fijó en Riley, bajando la cabeza un poco, tan furioso que debía de haberse olvidado que él también estaba con otra persona. ¿Quién demonios se cree que es?, pensó Suze, y en ese momento él dio un paso hacia ella, y Riley la sacó del medio con un empujón, bloqueando a Jack con el hombro.
– Ni lo pienses -le dijo a Jack, con la voz cargada de desprecio-. Te partiré en pedazos mientras ellas miran.
– Estabas esperando este momento -dijo Jack, tan agresivo como siempre-. La he tenido quince años y tú la deseabas. ¿Crees que ahora la tendrás?
– Creo que ahora ella obtendrá lo que quiere -dijo Riley-. Creo que lo que quiere ya no eres tú. Y creo que era hora.
– Quiero ir a casa -le dijo Suze a Riley, y éste le dio la espalda a Jack y le puso la mano en la espalda a la altura de la cintura a Suze para empujarla suavemente hacia la puerta.
– También es mi casa -le dijo Jack desde atrás-. Yo voy a…
– Ya no -dijo Suze-. Voy a poner los cerrojos. -Apartó la mirada de él para ver a Olivia, que los observaba con la lengua, tocando el labio superior como una gatita, y después se volvió hacia la puerta, con Riley detrás de ella como una pared, bloqueando el desastre, sujetándola cuando ella tropezó.
Una vez afuera, en el frío, él preguntó:
– ¿Estás bien?
– No -dijo ella-. Llévame a casa.
Cuando él estacionó frente a la casa de ella, ella se bajó del auto y le sorprendió que él también lo hiciera.
– Adelante -dijo él, empujándola suavemente hacia la casa-. No es un buen momento para que estés sola. Llama a Nell y me quedaré hasta que ella llegue.
Suze abrió la puerta y lo hizo entrar, tratando de no llorar, tratando de concentrarse en su furia.
– Probablemente pienses que me merezco esto.
– ¿Yo dije eso? -exclamó Riley, enojado.
– Yo también lo hice. Se lo hice a Vicki.
– ¿No estás lo suficientemente dolorida como para seguir maltratándote a ti misma? -dijo Riley, siguiéndola a la sala de estar-. Jack es un imbécil de cuarta, siempre ha sido un imbécil de cuarta, y siempre será un imbécil de cuarta. Échale la culpa a él.
– ¿Y qué hay contigo? -dijo Suze, con ganas de pelearse con alguien-. Me espiaste en un cuarto de motel. Tú tampoco puedes presumir de poseer una gran moral.
– Estaba trabajando. Tú eras la que estaba desnudándose con un uniforme alquilado de animadora. -Riley contempló el gabinete de las porcelanas-. ¿Qué demonios son estas cosas con pies?
– No lo alquilé -dijo Suze-. Era mi uniforme. Yo era animadora.
Riley exhaló una especie de suspiro.
– No te creo. Un tipo de cuarenta años…
– Él tenía treinta y nueve.
– … Persiguiendo a una estudiante de secundaria. ¿Eso no te parecía mal?
Suze se sentó, acongojada.
– Nada en él me parecía mal. Era el hombre más asombroso que conocí. -Oh, Jack.
Riley resopló.
– Pederasta.
Suze lo miró con el entrecejo fruncido, distraída por un momento.
– Yo tenía dieciocho años. ¿Y tú no estabas saliendo con una estudiante universitaria de primer año?
– No cambies de tema.
– ¿Y tú cuántos años tienes? ¿Treinta y cinco?
– Cuatro -dijo Riley-. No funcionó. Ella era demasiado sofisticada para mí.
– Difícil de creer. -Suze volvió a despatarrarse en la silla-. Dale su número a Jack. Tal vez deje a Olivia por ella. -Sintió que la garganta se le endurecía y tragó saliva-. Sabes, realmente le creí cuando me dijo que yo era diferente. Cuando cumplí treinta años y él no me abandonó como había hecho con Abby y Vicki, todos quedaron asombrados, pero yo no, porque sabía que me amaba. -Empezaron a arderle los ojos y él notó que la voz de Suze se volvía más gruesa-. Y después me abandonó de todas maneras.
Se mordió el labio para no llorar (llorar frente a Riley sería demasiado vulnerable, al demonio con él), y entonces lo oyó decir: «Oh, diablos».
– No estoy llorando -dijo ella.
– Sé que voy a arrepentirme de esto -dijo Riley-, pero él no te abandonó.
Suze lo miró con furia a través de las lágrimas.
– ¿No? Bueno, eso sí que es una buena noticia. ¿Entonces qué diablos está haciendo con Olivia?
– Está haciendo un golpe anticipado. Te ha sido fiel durante los catorce años que ha estado casado contigo. Lo sé porque hice lo que pude para encontrar otra mujer. No la había. En realidad tampoco la hay ahora. Él sabe que vas a dejarlo, entonces quiere adelantarse. Eso lo hace verse como una basura, pero no como un perdedor de mediana edad.
Suze se levantó de la silla, enfurecida.
– Yo no iba a dejarlo. Yo lo amaba. Tú no sabes…
– ¿Él quería que tú consiguieras un trabajo? -dijo Riley.
– Oh, vamos. Sentarse en un taburete mientras escuchas las conversaciones ajenas no es un trabajo. Ni siquiera es una aventura.
– ¿Él lo objetó?
– Sí -dijo Suze, sintiendo que su rabia aumentaba a medida que Riley se ponía más calmo-. ¿Entonces estás diciendo que debería haberme quedado desempleada…?
– ¿Qué hiciste con tu salario? -continuó Riley.
– ¿Qué tiene que ver…?
– Abriste una cuenta bancaria, ¿no? No una cuenta conjunta. Una sólo para ti.
– Estaba ganando unos cien dólares por noche -gruñó Suze-. No creo que él notara la ausencia.
– Conseguiste un trabajo sin decírselo, abriste una cuenta bancaria sin decírselo…
– Las mujeres hacen eso todos los días. No constituye una deserción.
– ¿Quién compró las tazas con pies? -dijo Riley, señalando el mueble de las porcelanas y Suze vio a sus veintisiete pequeñas tazas corriendo adelante de las porcelanas, corriendo encima de las porcelanas, todo el gabinete huyendo.
– Si yo tuviera miedo de que alguien fuera a abandonarme -continuó Riley-, y esa persona empezara a coleccionar estas cosas, yo creo que empezarían a caérseme de las manos.
– Es cierto. -Suze tragó saliva-. Se le cayó una, pero yo la arreglé.
– ¿Cuándo comenzaste a comprarlas? -preguntó Riley.
– En septiembre. -Suze dejó caer los hombros, empezó a balancearse sobre sus pies, y en ese momento sintió la mano de Riley en su espalda, cálida y sólida.
– Él recién empezó a salir con Olivia a fines de noviembre -dijo Riley.
Ella hizo una mueca al oír ese nombre, y el dolor la atravesó porque no estaba preparada.
– Si él quería irse, no tenía que salir con ella -dijo-. No puedes decirme que no la miró y notó que ella era más joven y más firme y…
– Ningún tipo preferiría a Olivia en vez de ti -dijo Riley, disgustado con ella-. Deja de revolearte en el fango.
Suze no le prestó atención y se enfrentó a la verdad: ella había acabado con su propio matrimonio. Y ahora ni siquiera podía echarle la culpa a Olivia. Jack.
– Detesto esto. -Se volvió para mirar a Riley, un poco sorprendida cuando se dio cuenta de que él estaba lejos. Había sonado tan próximo-. Y es todo culpa mía.
– No es así -dijo Riley con exasperación-. Te casaste con un tipo que era tan controlador que la vida normal y cotidiana era una amenaza para él. Renunciaste a tu trabajo y cerraste la cuenta bancaria ¿y entonces qué? ¿Vas a sentarte en esta sala el resto de tu vida, a mirar esos platos azules? Porque estoy bastante seguro de que también vas a tener que librarte de todas esas tazas con pies. A mí me ponen nervioso, y yo no estoy tratando de retenerte.
¿Librarse de las tazas?
– Necesito a Nell -dijo Suze y rompió a llorar.
– Aguanta. -Riley retrocedió un paso-. Sólo espera un segundo. -Lo oyó que iba hacia la cocina y marcaba un número de teléfono. Cambié al único hombre que he amado por una cuenta bancaria y un montón de tazas, pensó, y luego apoyó la cabeza en la mesa de la sala de estar y lanzó un alarido.
Unos pocos minutos después, cuando lo peor había pasado, levantó la cara y Riley le metió una caja de Kleenex debajo de la nariz.
– Nell está en camino -le dijo, como si no pudiera esperar más.
– Lamento haber llorado -replicó ella y tomó una servilleta para sonarse la nariz-. Eso debe de haber sido terrible.
– Sí, lo fue. No vuelvas a hacerlo. ¿Te gustaría un trago? ¿O algo?
Ella volvió a respirar y trató de sonreírle. Él parecía atrapado e inquieto.
– Oh, por todos los cielos, Riley. Sólo lloré, eso es todo. Mi matrimonio ha muerto, tengo permitido llorar.
– Por supuesto que sí. Guárdalo para Nell. Ella llegará en media hora. ¿Estás segura de que no quieres un trago? Porque yo sí.
– ¿Por qué media hora? No es tan lejos.
– Gabe estaba con ella en su casa. Estaban peleándose porque nosotros no te lo habíamos dicho y después… dejaron de pelearse. Ella está vistiéndose.
Claro, pensó Suze y empezó a lloriquear otra vez. Nell había encontrado a otra persona. No se había acurrucado a morir la última Navidad cuando su matrimonio terminó, ella…
– Oh, Dios -dijo Suze. Nell había esperado dos años. Iban a pasar otros dos años en los que ella estaría sola. Y lo único que Nell había tenido que hacer fue sobreponerse a ese inservible de Tim. Suze iba a tener que sobreponerse a Jack-. Oh, Dios.
– ¿Qué? -dijo Riley.
– Van a pasar dos años antes de que vuelva a tener sexo -chilló Suze.
– Voy a buscar los tragos -dijo Riley y se escapó hacia la cocina.