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A la medianoche Suze estaba sentada en las escaleras y palmeaba a Marlene mientras escuchaba a Nell que le decía a Jack exactamente qué clase de sanguijuela tramposa, asquerosa y degenerada era él. Había puesto el cerrojo y no pensaba dejarlo entrar y, finalmente, él se dio por vencido y se fue a otra parte, tal vez a casa de Olivia.
– Mañana te consigues un abogado -le dijo Nell a Suze, subiendo las escaleras.
– Mañana tengo que trabajar -dijo Suze-. Tengo que manejar una casa de té.
– Puedes llamar a un abogado desde la casa de té -dijo Nell, y el día siguiente se quedó a su lado mientras lo hacía.
Los días de Suze se disolvían en una niebla de mezclas de tés y galletitas de Margie, tragos en el bar como señuelo de Riley, dolorosas discusiones con el abogado y largas conversaciones con Nell, quien jamás se cansaba de escucharla, incluso aunque Suze regresara sin cesar a los mismos temas.
– Estoy dispuesta a suicidarme -le dijo a Nell en el Día de los Enamorados-. Sé que siempre digo lo mismo, pero parece que no me puedo despegar. Sé que debería pedir el divorcio, la abogada está de acuerdo, pero parece que no puedo… -Se interrumpió-. Lo siento tanto.
– Lo estás tomando mejor que lo tomé yo -dijo Nell-. Yo no dije ni una palabra durante un año y medio. ¿Qué quieres cenar?
Se encontraban en la casa de Nell, algo que hacía sentir culpable a Suze porque allí estaba Nell, por fin feliz con un buen hombre que la amaba, y allí estaba Suze, plantada en el medio, como el sapo en el cuento de hadas, arruinando la felicidad de todos.
– Escucha, es el Día de los Enamorados. Puedo irme a mi casa.
– Sobre mi cadáver -dijo Nell-. ¿Quieres un revuelto frito? Eso lo puedo hacer rápido.
– Claro -dijo Suze y entró en la sala de estar para volver a darle palmadas a Marlene. Era sorprendente lo terapéutico que podía ser acariciar a una perra salchicha, incluso si tenía una actitud tan mala como la de Marlene. Se detuvo frente al gabinete de las porcelanas de Nell y miró los platos de Clarice. Las casas Secret estaban solas en la colina con sus solitarias columnas de humo y la deprimían enormemente, así que se dedicó a examinar las estatuitas Stroud, la alegre casita de techo anaranjado dentro de las perfectas placitas. Por alguna razón le causaron un efecto peor, esa casa solitaria y única atrapada dentro de un cuadrado, todo tan prolijo, todo tan imposible. Tal vez eso era lo que ella estaba haciendo, intentando mantener todo ordenado, con los bordes marcados en negro. Tu marido te engaña, entonces líbrate de él. Así era la vida de las estatuitas, no la vida real. La vida real era un lío, complicado por las dudas y los arrepentimientos.
Quizás debería ir a su casa y llamar a Jack. Quizás deberían hablar sin abogados presentes.
– ¿Estás bien? -dijo Nell cuando Suze salió de la cocina para ayudarle a poner la mesa.
– Tal vez me haya dado por vencida demasiado pronto -dijo Suze. Como Nell no contestó, se volvió para mirarla-. ¿Tú qué piensas?
– Creo que lo que sea que decidas, te respaldaré un cien por ciento -dijo Nell-. Y Margie te respaldará un cien por ciento con un termo de leche de soja.
– ¿Qué haría sin ustedes? -dijo Suze.
– Eso jamás deberás averiguarlo -dijo Nell, colocando un plato lleno de comida frente a ella-. Ahora come. Estoy preocupada de que seas tan tonta como yo y hagas eso del sonambulismo.
A pesar de todo lo que Nell se preocupaba por Suze, Suze también se preocupaba por Nell. Trabajar con Margie en The Cup y hacer tareas nocturnas en la agencia le daba a Suze una platea preferencial para la nueva relación de Nell, y, por lo que podía ver, si Nell no se avivaba, ambas iban a terminar viejas y solas.
Porque, a pesar de su obvio éxtasis, Nell no estaba viviendo una nueva vida. Había rehecho su antigua vida, y dirigía a su nuevo jefe como había dirigido a su antiguo jefe. El problema era que su antiguo jefe era un tarado, y el nuevo no. Nell pediría algo, Gabe diría que no, y Nell lo haría a espaldas de Gabe. Entonces él le gritaría, Nell lo arrastraría hacia la cama, y todo el asunto comenzaría de nuevo cada vez que Nell quisiera algo, incluyendo sus últimos tres grandes objetivos, esos que ella misma temía encarar directamente: el sofá, las tarjetas de presentación y la nueva ventana. Nell y Gabe siempre estaban o peleándose o haciendo el amor o en camino de alguna de las dos cosas, y si bien Suze podía entender la excitación, no podía entender cómo eso seguía funcionando. En su caso habría precisado medicación mucho tiempo antes.
– No los entiendo -le dijo Suze a Riley una tarde en que él entró en la casa de té para alejarse de las discusiones. Le sirvió una taza de té y le puso un plato de galletitas rotas detrás del mostrador, y él recogió media estrella y asintió.
– Tenías razón -dijo Riley-. Los dos son besadores. Y Si Nell no cede, van a tener problemas serios.
– Oh, es culpa de Nell, ¿verdad? -dijo Suze.
– Así es, y no voy a pelearme contigo así que ni siquiera lo intentes. -Riley mordió la galletita, y Suze inhaló profundo y se calmó-. Gabe es el dueño de la agencia -prosiguió Riley-. Nell es la secretaria, entonces no tiene que tomar decisiones y suponer que él las va avalar. No puedo creer toda la basura que él le dejó hacer hasta ahora, pero está empezando a afectarlo.
– ¿Cómo puedes saberlo? -dijo Suze-. A mí él me parece igual.
– Lo sé porque se pelean todos los malditos días, y él no quiere soportar todo eso además de ese asunto respecto de su padre que está volviéndolo loco. Va a estallar, y no quiero que Nell sea la excusa. Ella le hace bien a él, o lo haría si dejara de actuar como la dueña del lugar.
– Sí, esas mujeres agresivas -dijo Suze-. Si uno para de abofetearlas te pasan por encima.
– ¿Por qué hablo contigo? -dijo Riley y volvió a la agencia, con la taza todavía en la mano, mientras Suze se sentaba frente a su té y sus galletitas rotas tratando de no pensar en el desastre que era todo.
La discusión en la oficina de Gabe había terminado de la forma en que sus discusiones por lo general terminaban, y Nell se sentía maravillosamente.
– Sabes -dijo Gabe, mientras se ponía los pantalones-, mis intervalos para tomar café antes eran mucho más relajantes.
– Es la cafeína. -Nell se estiró desnuda frente al escritorio de él para sentir cómo se movían sus músculos-. Antes yo era modesta.
– Debo de haberme perdido esa época. -Gabe le arrojó su suéter y ella ni se molestó en atraparlo-. Tampoco es que me interese particularmente.
Nell se acercó a la biblioteca, sintiendo la flexión de los músculos de sus piernas. No había nada como el sexo para recordarle que una era un animal. Maldición, se sentía bien. Pasó los dedos por el borde de uno de los estantes y dijo:
– Apuesto que esta oficina ha visto muchas secretarias desnudas.
– No lo creo -dijo Gabe, buscando algo-. La mayoría de las mujeres insisten con la cama.
– Entonces estoy incorporando algo nuevo a la tradición -dijo Nell, moviéndose a lo largo del perchero.
– Dios, sí. ¿Dónde diablos arrojaste mi camisa?
– Encima de mi cabeza, creo. -Sacó la vieja chaqueta azul a rayas del perchero y se la puso, balanceándose un poco para que el forro de seda se deslizara por su piel mientras se envolvía con la prenda-. Deberías usar esto. Te quedaría maravilloso.
Él dejó de buscar su camisa.
– No tan bien como a ti.
– ¿Sí? -Ella le sonrió, tan feliz que sintió ganas de saltar. Vio el reproductor de casete y se acercó y apretó el botón de Avance, y Dino comenzó a cantar «¿No es una patada en la cabeza?». Ella rió e hizo un zapateo rápido en la parte de «La besé y ella me besó», y después dio un salto cuando dos compases más tarde Gabe la tomó de la mano y la hizo girar entre sus brazos.
– ¿Sabes bailar? -dijo ella, asombrada por la forma en que se movía, grácil y sin camisa.
– Sí, si me dejas guiar -dijo él, modificando el paso de ella y riéndose cuando ella se adaptó de inmediato.
– ¿Cuál es la gracia de eso, de seguir a alguien todo el tiempo? -Se alejó un paso sin dejar de bailar y él volvió a atraparla.
– Bueno, tienes mis brazos a tu alrededor -dijo él, y cuando ella se apretó más cerca, él la sujetó con fuerza y puso la mejilla contra su cabello.
– Es un precio muy caro -murmuró Nell contra el pecho de Gabe.
– Sólo estamos bailando, Nell -dijo él, balanceándose junto a ella.
– Todo es un baile -dijo ella, y se desprendió de los brazos de Gabe para hacer movimientos de jazz, con las manos en los bolsillos de la chaqueta, apretándola fuerte contra su cuerpo, volviendo a sentirse libre.
Él se recostó contra la biblioteca y la observó, y ella extrañó sus brazos.
– Debe de haber una forma en que se pueda bailar y los dos guíen.
– La hay -dijo Gabe-. Se llama sexo.
Cuando la canción finalizó, ella se detuvo, sin aliento, y estiró los brazos para sentir los músculos, y él volvió a tomarla para el baile lento de «Tú me perteneces».
– Sólo permíteme una pieza -dijo él, y ella se relajó en sus brazos, agradecida por la forma en que lo sentía contra su cuerpo.
– Eres en verdad bueno en esto -dijo ella.
– Mi mamá me enseñó.
Sonaba triste, y ella lo sujetó con más fuerza.
– Te propongo algo -dijo ella-. Yo permitiré que guíes si tú no me refrenas.
– De acuerdo -dijo él y la besó, sin dejar de moverse al ritmo de la música, y cuando ella interrumpió el beso, le puso la mejilla contra el pecho y pensó: entonces es así estar enamorada. Salvo que él nunca le había dicho que la amaba. Ya hacía dos meses que estaban juntos, y él jamás lo había dicho. Gabe la abrazó con más fuerza, y ella tuvo un pequeño momento de pánico: que eso terminaría, que él jamás la amaría, que un día le diría: «no soporto más las peleas», que ella perdería esta sensación. Y entonces pensó: bueno, al menos la habré tenido.
Pero más tarde esa noche, cuando Gabe estaba acurrucado contra la espalda, supo que no era suficiente. Necesitaba el «para siempre», y necesitaba oírlo. Sabía que era desesperado y patético por parte de ella, sabía que era demasiado pronto, pero se había estado atormentando a sí misma con miles de razones por las que él no la amaba, razones por las que jamás la amaría, y ahora quería que la tranquilizara. La peor de las razones era: tal vez todavía ama a Chloe. Él jamás hablaba de Chloe, no se mostraba particularmente interesado en las postales que ella no dejaba de mandarle, pero Nell sabía que Gabe no era muy demostrativo con sus emociones. Quizás estaba reprimiendo su anhelo por Chloe. Quizás fingía que ella era Chloe cuando hacían el amor.
Ella lo golpeó con el trasero para llamarle la atención, y él se agitó y le palmeó la cadera.
– ¿Alguna vez piensas en Chloe?
– Claro -balbuceó él contra el cuello de ella. Su mano se curvó sobre la cabeza de Nell, sus dedos se enredaron en su cabello, y ella se acercó más a él, con ganas de que Gabe estuviera más enredado con ella, más atrapado.
– ¿Cuándo? -dijo.
Él se movió contra la espalda de Nell y dejó que su otra mano cayera encima del estómago de ella.
– Cuando siento el olor de las galletitas de almendra -dijo y bostezó.
Suze horneaba galletitas de almendra todos los días.
– ¿La extrañas?
– Mmmm.
Ella oyó el sueño en su voz.
– ¿Desearías que estuviera de regreso?
– Va a volver. -Él bostezó nuevamente-. Lo único que quería era ver otro lugar además de Ohio por un tiempo.
Él estaba demasiado cansado para esquivarla, así que ella se decidió por la aproximación directa.
– ¿Todavía la amas?
– Mmmm.
– Oh. -Nell sintió náuseas-. ¿Tú…?
Gabe suspiró y se apoyó en un codo y se apartó de ella, y Nell cayó cuan larga era sobre la cama.
– No -dijo él, mirándola, todavía medio dormido-. No como a ti. -Y entonces la besó, y ella quedó tan sorprendida que se aferró a él, incluso después de que se terminara el beso.
– ¿No como a mí? -dijo.
– Te amo. No como a Chloe. Distinto.
Me ama.
– Oh -dijo, tragando saliva. ¿Distinto cómo?
No lo preguntes.
– Chloe era fácil -dijo él, como si la hubiera oído-. Chloe era dulce. Chloe hacía exactamente lo que yo le decía. Chloe jamás me causaba problema alguno.
– Ahora di algo agradable sobre mí-dijo Nell, empezando a sentir pánico.
– Tú me vuelves loco -dijo Gabe, completamente despierto, pasándole la mano por el estómago-. Nunca haces lo que te digo, y te enfrentas a todo lo que digo, y desearía por todos los diablos que dejaras de hacerlo. Me enfureces tanto que te grito, y después te miro, y jamás me canso de ti, y jamás lo haré. Si voy a la oficina y tú no estás, todo el día se va al demonio. Si tengo un mal día y llegas tú, sale el sol. Yo…
– Te amo. -Nell se sentó a su lado y lo tomó del brazo-. Como nunca amé antes. Tú me dejas ser fuerte. No tengo que fingir. No me siento culpable contigo.
– Cariño, yo no te dejo ser nada -dijo él, con risa en la voz-. Tú lo eres.
Ella lo besó, sosteniéndole la cara entre las manos, amándolo tanto que le dolía.
– Lamento haberte molestado -susurró-. Ahora te dejaré dormir.
– De ninguna manera -dijo Gabe-. Tú me despertaste, tú me haces dormir otra vez. -La empujó contra las almohadas, y ella se curvó a alrededor de él, pensando: me ama, esto es para siempre, incluso aunque sabía que tal vez no, que nadie sabía qué quería decir para siempre hasta el final. Eso deberá ser suficiente, pensó, y entonces cerró los ojos y lo amó.
A la mañana siguiente, Gabe se despertó con su brazo envolviendo a Nell y combatió una neblina de sueño, tratando de deducir qué lo había inquietado como para despertarlo. Marlene estaba sentada en el pie de la cama, con los oídos tensos, y entonces oyó algo que sonó como un grito amortiguado que venía de la puerta de al lado.
– ¿Qué demonios? -dijo y salió rodando de la cama, buscando sus pantalones.
Nell se sentó y dijo, también con la voz deformada por el sueño:
– Doris.
Cuando llegó abajo, Doris estaba golpeando la puerta de adelante, y prácticamente se cayó cuando él la abrió.
– ¿Qué? -dijo él, y ella dijo:
– El sótano. Oh, Dios mío.
– ¿Qué? -dijo él, y ella dijo:
– En el congelador. -Y volvió a chillar. Él se la pasó a Nell y entró con cautela en el departamento de la mujer, bajó por las angostas escaleras del sótano, mientras pensaba: ¿El congelador? ¿Qué demonios?, pero cuando pasó junto a una mesa llena de coronas de pinos y abrió el angosto congelador, contuvo el aliento y casi gritó él también.
Lynnie estaba encajada allí, azul y disecada y muerta hacía largo tiempo, ya sin poder escaparse más.
– ¿Cuánto tiempo? -dijo Nell, después de que la policía se fue, dejando cintas amarillas de escena del crimen en toda la puerta de la casa de Doris, y después de que la misma Doris se fuera a casa de su hermana, diciendo que no podría pasar otra noche en esa casa-. ¿Cuánto tiempo hace que está allí?
– Mucho tiempo -dijo Gabe, sirviéndole un vaso de Glenlivet-. Supongo que desde septiembre. Iba a encontrarse con su abogado después de que hablaste con ella, ¿verdad?
– Eso es lo que ella dijo. -Desde septiembre. Yo me mudé encima de su cadáver.
– Y jamás volvimos a oír nada de ella. -Gabe le pasó el vaso-. Bébetelo todo. Te ves horrible.
– No le contaste a la policía lo de O & D -dijo Nell y sorbió el whisky.
– Que Lynnie haya estado chantajeando a O & D es una suposición -explicó Gabe-. Creo que es una buena suposición, pero no es un hecho.
– Pero la estafa a tu agencia sí es un hecho.
– ¿Qué tratas de decir?
– Estás protegiendo a Trevor, pero no a ti mismo.
– No -dijo Gabe-. Le di a la policía toda la información que tengo. Ellos quieren hechos, no corazonadas.
– No quieres manchar el nombre de tu padre -dijo Nell-. Temes que Lynnie haya estado chantajeando a Trevor y Jack sobre la muerte de Helena y temes que la policía descubra que lo hizo tu papá.
– No interfieras en lo que no entiendes. -Gabe volvió a la cocina para guardar el Glenlivet en la alacena, y cuando regresó, estaba poniéndose el abrigo-. Tengo que ir a hablar con Riley. Te veré más tarde.
Nell lo observó irse y pensó: eres tan astuto respecto de todo lo demás, pero no puedes separarte del pasado. Sacudió la cabeza y acarició la sedosa piel de Marlene y trató de no pensar en Lynnie ni en ninguna otra persona por un rato. Tanto dolor en todas partes, pensó, y luego Marlene se acercó y Nell se sintió un poco reconfortada.
– ¿Estaba congelada? -dijo Suze el día siguiente durante el almuerzo.
– Me alegro tanto de no usar nunca mi congelador -dijo Margie-. Stewart quería tener uno porque le gustan los bifes, pero yo creo que la comida fresca es importante.
Nell la miró, desconcertada, y Suze hizo un gesto señalando el jugo de naranja de Margie.
– Mimosa, un trago hecho con jugo de naranja y champagne -le explicó a Nell-. Lo pidió antes de que llegaras. Ese es el tercero.
– Si hubiera sido vegetariana -dijo Margie, sin prestar atención- no habría muerto.
– No era su congelador -dijo Nell, que no le parecía gracioso-. Era el congelador de la encargada. Ella no tenía un congelador.
– ¿Entonces alguien la metió allí? -Suze se echó hacia atrás en la silla-. Al menos Jack me abandonó, no me congeló.
– Gabe dijo que tenía lo que parecía un moretón en la cabeza, pero era difícil de distinguirlo. Ella estaba… -Nell tragó saliva, pensando en el aspecto que Lynnie debería tener, y Margie le pasó su mimosa.
– Toma -dijo-. Ayuda.
Nell tomó el vaso y bebió.
– ¿Estás bien? -dijo Suze-. No me di cuenta de que la conocías tanto.
– No la conocía -dijo Nell, devolviéndole el vaso-. Sólo la vi esa mañana. Pero me cayó bien. Era una luchadora. Peleaba sucio, pero creo que estaba combatiendo contra tipos que peleaban sucio.
– ¿Qué tipos? -preguntó Margie-. ¿Estaba comprometida?
– Gabe cree que estaba chantajeando a alguien -dijo Suze, y Nell le pateó el tobillo. Margie no tenía que saber que ese «alguien» incluía a su padre y a su prometido.
Margie miró tristemente el fondo de su vaso vacío.
– A mí me chantajearon una vez.
– ¿Qué?-dijo Nell.
Margie hizo un gesto a la camarera.
– Otra mimosa, por favor.
– Que sea un café negro -le dijo Suze a la camarera, quien miró a Margie y asintió.
– ¿Quién intentó chantajearte? -Nell le preguntó a Margie.
– Una mujer. -Margie suspiró cuando la camarera le trajo una taza y la llenó. Cuando se fue, dijo-: Quería veinte mil dólares, pero yo no los tenía. Budge dice que debería declarar muerto a Stewart ahora, antes de que aparezcan los acreedores, pero a mí me parece mal. Quiero decir, él está desaparecido, no muerto. Creo.
– Margie -dijo Suze, con la voz cuidadosamente razonable-. ¿Por qué quería veinte mil dólares?
– Decía que yo había matado a Stewart. -Margie tomó su termo con leche de soja y sirvió un poco sobre el café-. Me dijo que si no le pagaba, se lo contaría a todo el mundo. -Bebió café hasta que el nivel de líquido bajó un centímetro y medio, y después agregó más leche de soja-. Lo que es ridículo. Quiero decir, está claro que no conocíamos a la misma gente. ¿A mí que me importaba si ella se lo contaba a sus amigas?
– ¿Pero cuán fuerte le pegaste? -dijo Suze.
– ¿Cuándo? -dijo Nell.
– En cualquier momento -dijo Margie, sorbiendo su soja y cafeína-. Jamás iba a conocer a sus amigas.
Nell respiró profundamente.
– No; ¿cuándo llamó ella?
– El año pasado. -Margie dejó la taza y volvió a ocuparse de sus huevos benedictinos vegetarianos-. Nunca los preparo yo porque esta salsa holandesa es muy difícil.
– ¿En qué momento del año pasado? -dijo Nell.
– ¿Mmmm? Oh, fue antes de que tú consiguieras tu trabajo porque yo estaba preocupada porque tú no comías y estaba buscando una receta de tortas de queso cuando ella llamó. Recuerdo haber estado mirando la foto de la torta cuando ella llamó. ¿Te gustan los panqueques?
– Margie -dijo Nell-. ¿Cuándo llamó?
Margie frunció el entrecejo, pensando.
– ¿Cuándo empezaste con este trabajo?
– En septiembre -dijo Nell.
Margie se encogió de hombros.
– Entonces fue en agosto. Pero no importa porque nunca volvió a llamar.
– ¿Se lo dijiste a alguien? -preguntó Nell.
– A papá y a Budge -respondió Margie, tomando la taza de café nuevamente-. Ellos dijeron que era una broma de mal gusto. Budge me dijo que lo olvidara, que el tema estaba terminado. Así que lo hice. -Bebió de su taza y después dijo-: Oh. ¿Era Lynnie?
– Es difícil de decir -explicó Nell-. Pero no importa. Budge tiene razón, se terminó.
– Budge siempre tiene razón -dijo Margie y dejó la taza sobre la mesa-. Él dice que deberíamos casarnos tan pronto yo declare muerto a Stewart. Realmente es un problema porque el dinero del seguro me vendría bien, pero está mal declarar muerto a Stewart si no lo está, y una vez que él esté muerto tendré que decirle a Budge que no quiero casarme con él, y eso va a ser muy feo. ¿Puedo tomar otra mimosa, por favor?
Suze le hizo una señal a la camarera.
– Tres mimosas -le pidió.
– ¿Tú también? -dijo Nell.
– Es lo del congelador -explicó Suze-. Si sólo la hubieran matado, eso habría sido bastante malo de por sí, pero metieron el cadáver en el congelador.
– En realidad, es peor todavía -dijo Nell-. Gabe dice que el moretón de la frente no se veía mal, que probablemente no la habían matado antes, que era muy posible que el que le pegó la haya metido en el congelador cuando ella estaba inconsciente pero viva y que ella se haya muerto congelada.
– Oh, Dios -dijo Suze.
– Así es Jack -dijo Margie-. Te puso en esa gran casa y no quería que trabajaras ni nada. Te congeló a muerte, él también.
Suze hizo una mueca y Nell dijo:
– Margie, cállate. -Y Margie se echó hacia atrás un poco, con aspecto de estar dolida-. Lo siento -dijo Nell-. En verdad siento haberte hablado así. Esta cosa con Lynnie es… Me caía bien y la mataron. -Respiró profundamente y lo intentó una vez más-: Me sentía tan estúpida de haberme quedado tan quieta durante un año y medio después de lo de Tim, y realmente la admiraba porque ella se defendía.
– No te sientas estúpida -dijo Suze con melancolía-. Te entiendo perfectamente.
– Pero Lynnie no se quedaba quieta-prosiguió Nell-. Ella perseguía a la gente. Y entonces la mataron. Quiero decir: hay que pensarlo; ¿ésas son nuestras alternativas? ¿O nos quedamos quietas o nos matan?
– Más mujeres mueren a manos de hombres que conocen que de extraños -dijo Margie-. Lo vi en el programa de Oprah. Me gusta Oprah, pero a veces me deprime.
Suze exhaló.
– Lynnie estaba chantajeando gente, por el amor de Dios. Ésa es una profesión de alto riesgo.
– Fue un tipo el que lo hizo -dijo Nell-. Te apuesto lo que quieras. Un tipo de su pasado que la había traicionado. Ella estaba vengándose de él.
– Jack -dijo Suze.
– No lo sé. -Nell contempló su tostada-. ¿Crees que Jack es capaz de matar a alguien?
– No -dijo Suze-. Pero el tema de la traición lo maneja bastante bien.
Se sentaron en silencio hasta que la camarera trajo las mimosas, y después Margie dijo:
– ¿Crees que podrías pasar y explicarme eso de eBay que me contaste? ¿Ese lugar que tiene la vajilla Fiestaware? También se pueden vender cosas allí, ¿no?
– Claro -dijo Suze-. También puedes mirar las tazas corredoras.
– No -dijo Margie-. No son de mi estilo.
La policía fue el lunes a la oficina a hablar de nuevo con Gabe, y él les dijo la verdad: no sabía quién había atacado a Lynnie. Después interrogaron a Nell en la oficina contigua, y eso lo puso nervioso; no era posible que pensaran que ella tenía algo que ver con todo eso. Le costó horrores no decir: «Aléjense de ella», y cuando se fueron, estaba tan enojado con Nell como con ellos. Si ella no hubiera tomado la decisión de ir en busca de ese maldito dinero, jamás habría conocido a Lynnie, no habría estado cerca cuando Doris la encontró, y tampoco estaría ahora en la lista de los diez testigos favoritos de la policía.
Así que cuando ella entró, él la miró con irritación, y cuando ella dijo: «Los policías casi se cayeron del sofá; tenemos que comprar uno nuevo», sus nervios estallaron.
– No.
– Gabe, es horrible. El resto de la oficina está maravillosa, pero eso…
– El resto de la oficina no está maravillosa, el resto de la oficina está igual que todas las malditas oficinas de la ciudad. El sofá se queda.
Ella se cruzó de brazos, con expresión de furia en su rostro engañosamente delicado.
– Déjame adivinar. Tu papá compró el sofá.
Él cerró los ojos.
– ¿Por qué tienes que cambiarlo todo? Ya ni siquiera reconozco la oficina exterior. Parece la sala de espera de un puto consultorio.
– Es de buen gusto -dijo Nell.
– Es fina, de clase alta -repuso Gabe-. No tiene que ver conmigo ni con Riley…
– Ni con tu papá -terminó Nell-. Ni con 1955.
– Y es mi oficina -dijo Gabe-. No la tuya. -Se inclinó hacia adelante, intimidándola con la mirada-. Recuérdalo. Tú eres sólo una secretaria. Tú… -Se detuvo porque ella había palidecido más de lo habitual.
– Yo no soy sólo una secretaria -dijo ella, con la voz baja y jadeante-. Nadie es sólo una secretaria, imbécil.
Gabe apunto los ojos al techo, sabiendo que si la miraba a ella, perdería la cabeza.
– Maldita sea, Nell, ésta es mi empresa.
– Sé que es tu empresa. Me lo dices todos los malditos días. Yo sólo trato de manejarla. Soy una gerente de oficina. Tú tienes una oficina que hay que gerenciar. Eso es lo que yo hago. Si dejaras de entrometerte en mi trabajo…
– Yo no soy Tim -dijo Gabe, y ella se calló-. Deja de actuar como si ésta fuera la agencia de seguros y como si pudieras manejarme como lo manejabas a él.
– Yo no soy Chloe. Deja de suponer que puedes manejarme como la manejabas a ella. ¿Qué pasa con los hombres? Budge quiere que Margie renuncie a la casa de té porque se preocuparía demasiado si ella estuviera aquí rodeada de asesinos. ¿Qué piensan ustedes, los tipos, que simplemente nos adquieren y nos ponen en el fondo y que nosotras vamos a quedarnos allí, para que ustedes puedan estar cómodos?
Él respiró profundo para no volver a gritar, usando toda su energía para no volver a gritar, y ella apretó los labios y agregó:
– Lynnie tenía razón. Me usarías sin siquiera notar mi presencia si pudieras. -Y se fue, con la espalda recta como un palo, prácticamente temblando de furia.
Riley entró un minuto después cuando Gabe todavía estaba tratando de recuperar la calma. Él no la usaba, maldición, él…
– Los policías no se comportaron demasiado mal -dijo Riley-. Y acabo de recibir una llamada telefónica muy interesante. -Después miró el rostro de Gabe y dijo-: Oh, por todos los diablos, no me digas que se pelearon otra vez.
– El sofá -dijo Gabe oscuramente-. Nell tiene problemas con la cadena de mando. Ya aprenderá.
– Yo no contaría con ello. -Riley cerró la puerta y entró para sentarse frente a Gabe-. ¿Estás bien? Te ves horrible.
Gabe se dio cuenta de que estaba transpirando. Por la furia, probablemente. Por Dios, ella iba a matarlo.
– Me enojo tanto con ella que no puedo dejar de gritarle. Y al mismo tiempo quiero agarrarla y…
– Lo sé -dijo Riley.
– Y ella se queda allí de pie, con las manos en las caderas, desafiándome. Lo juro por Dios que ella cree que es un juego sexual previo.
– Lo sé.
– Y muchas veces lo es -dijo Gabe, pensándolo-. Esa mujer es un puto milagro en la cama.
– Lo sé -dijo Riley.
Gabe sintió que volvía a alterarse, y Riley se apresuró a comentar:
– No, no lo sé. Lo he olvidado. Apenas puedo recordar su nombre. -Como Gabe siguió mirándolo fijo, dijo-: Oye, yo no soy el que quiere un nuevo sofá.
Gabe se tomó la cabeza con las manos.
– Por fin entiendo la razón por la que los hombres les pegan a las mujeres.
– ¿Qué?
– No lo comprenderías. Para ti todo es un juego. Pero juro por Dios, cuando no puedes hacer que haga lo que necesitas que haga, y no puedes vivir sin ella…
– Tú no eres así -dijo Riley, enderezándose en la silla-. Jesús, contrólate.
– No puedo -dijo Gabe-. No tengo control. Es mi vida lo que está desapareciendo bajo diez manos de pintura, y la mujer que la está enterrando es el centro de ella. -Miró a Riley que lo observaba con verdadera alarma, y dijo-: Yo jamás le pegaría. Pero ella empieza y siento que todo se me resbala, y no puedo hacer nada al respecto porque la deseo terriblemente. Sólo quisiera que bajara la velocidad…
– Está bien -dijo Riley-. ¿Puedo sugerir una terapia? Porque tú no eres así. De hecho, si las cosas están tan mal, despídela. Sácala de tu vida. Quiero decir: yo la adoro… Platónicamente, por supuesto -agregó cuando Gabe volvió a mirarlo con furia-, pero ella no justifica todo esto.
– No puedo -dijo Gabe, sintiéndose tonto porque era cierto-. A veces pienso que sería mejor si ella simplemente se marchara, pero la necesito. Si pudiera quedarse quieta un minuto. Si cada maldito minuto no tuviese que haber un nuevo cambio…
– Supongo que llegar a un acuerdo no es posible.
– Lo intenté. Terminé con estas malditas paredes amarillas…
Riley lo miró como si estuviera demente.
– Yo no quería paredes amarillas -dijo Gabe-. Me gustaban las de antes.
Riley sacudió la cabeza.
– Está bien, tienes que dejar de gritar porque está friéndote las neuronas.
– Le grito porque eso evita que la mate. Creo que es lo que evitó que mi padre le pegara a mi madre. Él estaba tan loco por ella, y ella era tan nerviosa y testaruda y querellante…
– Supongo que no estás viendo un patrón en todo esto -dijo Riley.
– Dios, espero que no -dijo Gabe-. Ella lo abandonó. -Se acomodó en la silla, exhausto-. Si ella simplemente me dejara manejar esta oficina, estaríamos bien. Yo soy su jefe, por el amor de Dios.
– Besadores -dijo Riley-. ¿Quién manda en la cama?
– Tengo cicatrices -dijo Gabe-, pero creo que le gano por puntos.
– Entonces allí tampoco resuelven nada.
– No, cuanto mejor se pone, peor es.
Riley se quedó en silencio un largo tiempo, y Gabe por fin dijo:
– ¿Qué?
– ¿Estás seguro de que no le pegarías?
– Sí.
– Trata de no contarle nada a nadie respecto de esto. Me da escalofríos de sólo pensar lo que haría la policía con esta conversación.
– Lo sé. A mí también me da escalofríos pensarlo. Es como si conociera al tipo que atacó a Lynnie. Es como yo.
– No, no lo es -dijo Riley.
– Sólo me pregunto si ella murió de esa forma, si presionó demasiado, y él se quebró y le pegó. Trato de imaginarme a Trevor haciéndolo, o a Jack, y es fácil. No tan fácil con Budge -agregó como un pensamiento posterior.
– Depende -dijo Riley-. Tiene una mirada cuando Margie está cerca que no es nada agradable.
– Incluso Stewart -prosiguió Gabe-. Puedo imaginarme a Stewart como lo suficientemente tonto como para matarla. La parte que no me puedo imaginar es cuando la ponen en el congelador. ¿Qué clase de enfermo…? -Nell golpeó y entró, y él cerró los ojos-. Basta. Lo juro por Dios que hoy no puedo soportar más.
– Es tu agenda de mañana -dijo ella, y sonaba tan cansada como él.
– Está bien -dijo él. Ella se veía horrible-. Lamento haber gritado.
– Lo sé -dijo ella-. No es tu culpa.
Ella le sonrió con esfuerzo a Riley y se fue, y éste se volvió hacia Gabe y dijo:
– Si ustedes dos no van a terapia, voy a intervenir.
– Es sólo un mal día -dijo Gabe-. Va a mejorar. ¿Qué estabas por decir cuando entraste?
– Oh, cierto. No sé si esto es mejor, pero es una novedad: Gina se va a divorciar de Harold por adulterio. Es el fin del Almuerzo Caliente tal cual lo conocemos. ¿Puedes creerlo?
– Sí -dijo Gabe-. Él cambió las reglas. Tenían un trato y él lo arruinó y ahora no hay nada que los mantenga juntos.
– No era un gran trato -dijo Riley.
– No hay que juzgar los tratos de los otros -dijo Gabe-. Uno sólo puede hacer el suyo y mantenerlo.
– No creo que tú y Nell tengan el mismo trato -dijo Riley.
– Yo sigo manteniéndolo -comentó Gabe.
Suze estaba limpiando las mesas cuando Nell entró en The Cup, con un aspecto espantoso.
– ¿Qué? -dijo Suze-. ¿Qué te hizo?
– Me llamó -dijo Nell-. Quiere que nos encontremos en el Sycamore. Creo que va a llevar a Whitney.
– ¿A Whitney? -dijo Suze, y se reacomodó rápidamente a la situación-. Tim llamó.
– Quiere que cenemos -Nell respiró profundamente-. Hace varias semanas que no lo veo, en realidad lo había olvidado, y ahora esto. No sé.
– ¿Vas a ir?
– Bueno, sí -dijo Nell-. Podría ser cualquier cosa. Todavía tenemos una empresa juntos. Tenemos un hijo. No puedo negarme.
– Sí que puedes -dijo Suze-. Y si no, yo sí. Voy contigo.
Esa tarde a las cinco y treinta, Gabe salió de su oficina y dijo:
– He terminado por hoy. ¿Tú?
– No lo creo -dijo Riley-. Creo que necesito una cerveza. Vayamos al Sycamore.
– ¿Alguna razón en particular?
– ¿Nell no te lo dijo?
Gabe sacudió la cabeza.
– Me dijo que ella y Suze iban al Sycamore a cenar. Pensé que tal vez Suze necesitara estar a solas con ella. O quizás ella necesitaba estar un tiempo lejos de mí.
– Van a encontrarse con Tim -dijo Riley-. Suze dedujo que Whitney también iba a ir y que van a presionar a Nell respecto de algo.
Hijo de puta. Gabe se dio cuenta de la ironía de odiar a Tim por tratar mal a Nell, pero estar enojado con otra persona era una sensación placentera, así que no le prestó atención.
– Definitivamente necesito una cerveza -dijo.