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Riley entró mientras Gabe estaba de pie en la puerta con el abrigo puesto, pensando cosas impublicables y apretando las mandíbulas para no gritarle a Nell en la calle.
– Acabo de ver pasar a Nell -dijo Riley cuando entró y cerró la puerta-. Se veía endemoniadamente furiosa. ¿Qué pasó?
– Renunció.
– ¿A acostarse contigo o a trabajar para nosotros?
– No lo sé. Y no me importa.
– Eres un verdadero genio con las mujeres, ¿lo sabías? ¿Qué le hiciste?
Gabe trató de calmarse.
– Sólo le dije la verdad, que ella no era una socia, sólo una secretaria.
– ¿Y por qué te pareció importante hacérselo saber?
– Volvió a cambiar las tarjetas. -Gabe sintió que su presión sanguínea aumentaba al decirlo-. Jesús, no paraba hasta que obtenía lo que quería. Si yo no me hubiera opuesto, habría pintado la ventana.
– Déjame entender esto -dijo Riley-. ¿Tú preferirías perder lo mejor que le pasó a tu empresa desde que entré yo, y lo mejor que pasó por tu cama desde Chloe, para no tener que pintar la maldita ventana?
– Era por el principio -dijo Gabe.
– Eso debería mantenerte caliente esta noche -dijo Riley-. Claro que el principio no va a atender el teléfono mañana, pero estoy seguro de que tienes un plan para eso también.
– Ella estará de regreso mañana -dijo Gabe. Abrió la puerta de calle para salir antes de iniciar otra discusión.
– No va a regresar mañana. Es la única persona que conozco más testaruda que tú. Dale tiempo para que se calme y luego discúlpate.
– ¿Por qué? ¿Por tener razón?
– ¿Qué te hace pensar que tienes razón? -dijo Riley-. Hay que pintar la maldita ventana. Y ella ha trabajado tanto por la agencia como tú y yo, tal vez más. Se quedaba muchas horas y jamás pidió un pago extra ni tiempo libre ni nada que cualquier asalariado en su sano juicio haría. Tú esperas que se comporte como una socia pero no la tratas como tal. Diablos, yo también me habría ido.
– Puedes hacerlo -dijo Gabe y salió, dando un portazo, harto de toda la maldita agencia.
– Riley me dijo que abandonaste a Gabe -dijo Suze esa noche después del trabajo cuando Nell abrió la puerta de su dúplex-. ¿Estás loca?
– No. -Nell se echó hacia atrás para que Suze pudiera entrar-. Él jamás iba a escucharme mientras yo me quedara y le siguiera el juego. Entonces veremos cómo le va sin mí.
– Oh, bien. -Suze se arrojó sobre la cama para irritación de Marlene-. Y ya que estamos, veamos cómo te va a ti sin él.
– No es ningún problema -dijo Nell-. Ya he estado sola antes.
– Sí, estuviste sola sin Tim -dijo Suze-. Eso era una mejora. Estar sola sin Gabe va a ser el infierno.
– Él va a recuperar su inteligencia -dijo Nell-. Me va a pedir que vuelva. Va a querer que vuelva.
– ¿Y si no lo hace?
– Entonces comenzaré una nueva vida. ¿Qué contestarías si te propongo comenzar un nuevo negocio conmigo?
– ¿Haciendo qué? -dijo Suze, con el entrecejo fruncido.
– Pensé que tú podrías pensar eso -dijo Nell, sentándose a su lado-. Tú decides qué quieres hacer, y yo me ocupo de la parte empresarial.
Suze cerró los ojos y sacudió la cabeza.
– Nell, ni siquiera sé quién soy en este momento, mucho menos qué quiero hacer. Ni siquiera puedo alejarme del hombre de quien me voy a divorciar. Él no deja de llamarme y yo no puedo colgar el teléfono. Sé que tú puedes manejar cualquier caso, pero yo no soy la respuesta. -Le tomó la mano a Nell-. Y de todas maneras lo que haces es esquivar el problema. Amas a Gabe. Amas la agencia. Jamás te había visto tan feliz como en estos últimos meses. Alejarte de él fue algo tonto.
Nell tragó saliva.
– Se supone que estás de mi lado.
– Lo estoy -replicó Suze-. Regresa allí ya mismo.
– ¿Qué? -dijo Nell, retirando la mano, escandalizada-. No voy a pedir disculpas.
– Yo no dije que pidieras disculpas. Regresa allí y hazlo con él sobre el escritorio y él se olvidará de que todo esto ocurrió.
– No, no es cierto. Él lo recordará y sabrá que he cedido. Si yo quiero ser algo más que alguien a quien él pueda dar órdenes, tengo que mantenerme en mis trece.
– Es probable que él esté pensando lo mismo respecto de ti. -Suze cruzó los brazos, con aspecto de enojo-. Tengo que decírtelo: no vas a obtener mucha compasión de mi parte en este caso. Tú eras feliz con él.
– No puedo someterme a la esclavitud porque él me hace feliz -dijo Nell, perdiendo su valentía-. Porque voy a detestar la situación, y luego lo detestaré a él, y eso terminará con lo nuestro. Es lo que pasó con Tim. Tenía que fingir que él era el inteligente de los dos, que yo sólo vivía para servirlo, y comencé a odiar la situación y luego lo odié a él. Con razón me dejó.
Suze se sentó hacia atrás.
– No tenía idea.
– Yo tampoco -dijo Nell-. Hasta que estaba escuchándolo a Gabe decir que yo no era más que una secretaria, y sentí que el déjà vu volvía otra vez. -Se mordió el labio-. Siento que a nosotros nos pasará lo mismo, y juro por Dios que preferiría abandonarlo cuando todavía lo amo que perderlo odiándolo. No puedo volver a hacer eso.
– Oh -dijo Suze-. Oh. Tienes razón. Dios mío. Es lo que pasó conmigo y Jack. No la parte de la manipulación, pero… -Lo pensó un momento-. Me harté de ser la novia adolescente, y él no me permitió que fuera lo que yo necesitaba ser.
– Lo sé -dijo Nell-. Y eso lo hace mucho peor. Si puedes mirar a alguien y decir: «Jamás te amé, fuiste un error», es una cosa. Pero si lo miras y dices: «Tú lo eras todo y yo envenené la situación porque no me defendí», eso es difícil. Es demasiado difícil. No puedo hacer eso con Gabe.
– Tienes razón -dijo Suze-. De acuerdo, tú ganas. ¿Cómo puedo ayudarte? Además de comenzar un nuevo negocio contigo -agregó apresuradamente-. Eso queda descartado hasta que arregle mi vida.
– Ve el lunes y trabaja de secretaria de Gabe -dijo Nell-. Llama a Margie para que vuelva a ocuparse de The Cup por un tiempo, y ve a ayudarlo a él y a Riley. Tú sabes cómo mantener la agencia en funcionamiento. No quiero que la empresa se perjudique. Y Dios sabe que Margie necesita salir de esa casa. Se está poniendo más extraña cada día.
– ¿Estás segura de que quieres abandonarlo? -preguntó Suze.
– Estoy segura.
El lunes, Gabe percibió el aroma del café cuando estaba bajando las escaleras desde su departamento y se sintió indescriptiblemente aliviado. Por supuesto que en realidad Nell no lo había abandonado. Era una mujer sensata. Lo amaba. Ella…
Se detuvo en la puerta de su oficina.
Era Suze, con el aspecto de una rubia de Hitchcock vestida con un traje sastre de buen corte, muy parecido al que Nell se había puesto ese primer día en que había roto la ventana con el hombro.
– Hola -dijo Suze, sirviéndole una taza de café-. Nell me mandó a cubrirla hasta que encuentren a otra persona. Espero que sea sólo hasta que recuperes tu inteligencia y le ruegues que regrese.
– ¿Tienes idea de cómo manejar esta oficina? -dijo Gabe.
– ¿Como lo hacía Nell? -Suze asintió-. Ella me estuvo explicando las cosas desde hace tiempo. No puedo solucionar ningún problema, pero puedo mantener la oficina funcionando.
– ¿Quién se ocupa de The Cup?
– Margie. Como era una emergencia, le dijo a Budge que tenía que regresar.
– Estás contratada -dijo Gabe-. Si no te metes con mis tarjetas, puedes quedarte.
– Tus tarjetas son un espanto -dijo Suze.
Él tomó la taza que ella le ofrecía, dijo «Gracias», entró en su oficina y se sentó frente a su escritorio.
La chaqueta a rayas de su padre lo miró con desprecio desde el perchero, recordándole a Nell y esas largas, largas piernas.
– Suze -gritó y ella entró-. Quítate ese abrigo. Y llévate el sombrero ya que estás.
– Está bien-dijo Suze, recogiendo las prendas-. ¿Algo más?
Ella se quedó de pie en una franja de luz que venía desde la ventana, posiblemente la mujer más hermosa que Gabe había visto jamás en la vida real, y él deseó que fuera Nell.
– No -dijo-. Gracias de todas maneras.
Suze tomó el sombrero y el abrigo y los guardó en el placard de la sala de recepción. Hasta que a Gabe se le pasara el malhumor, no iba a tirar nada. Se sentó frente a su escritorio y abrió en la computadora el archivo de citas justo cuando Riley entraba y se paralizaba en la puerta.
– No -dijo.
– ¿Qué? -dijo ella-. Sólo estoy cubriéndola hasta que se les pase a los dos.
– No, no lo harás -dijo él, con el aspecto de un toro enfurecido. Señaló la puerta-. Fuera.
– Gabe dijo que el trabajo era mío -explicó Suze-. ¿Cuál es tu problema?
Él pasó de largo y entró en la oficina de Gabe sin golpear, y ella lo oyó decir «No, no, no», antes del portazo.
¿Qué demonios le pasaba? Se levantó y apretó la oreja contra la puerta, pero no oyó nada, entonces movió el picaporte con lentitud y abrió la puerta lo suficiente para oír que Gabe decía:
– Supéralo. La necesitamos hasta que Nell se calme.
– Nell no se va a calmar -dijo Riley-. Nell tiene razón. Tú estás equivocado. Vete a pedirle disculpas y saca a esa rubia de aquí.
Bien dicho, pensó Suze, sin prestar atención a la parte de la rubia.
– Sabes, existe la real posibilidad de que ella no quiera acostarse contigo -dijo Gabe-. No es inevitable.
– Sí, lo es -dijo Riley-. Que se vaya.
¿Yo?, pensó Suze.
– Ella se queda-dijo Gabe-. Crece de una vez.
– Déjame hacerte una pregunta -dijo Riley-. ¿Hubo alguna vez en los sesenta años de historia de esta firma una secretaria con la que alguno de los socios no se acostara?
– No -dijo Gabe-. Pero estamos empezando un nuevo siglo. Todo es posible.
– Por eso la quiero fuera de aquí -dijo Riley, y su voz se hizo más cercana, por lo que Suze corrió hacia su escritorio y estaba tipeando cualquier cosa cuando él salió por la.puerta y la miró con furia.
– ¿Cuál es tu problema? -le dijo, lo más inocentemente que pudo-. Yo trabajo muy bien.
– No tengo dudas de eso -dijo Riley-. No se trata de ti. Exactamente.
– Bueno, ¿entonces?
– Tenemos una tradición aquí. Tú no encajas.
– Oh, por favor -dijo Suze-. Sí que encajo. Soy perfecta para eso.
– ¿Qué? -Parecía alarmado, y ella señaló el pájaro negro que estaba sobre el mueble de los archivos.
– El halcón maltés -dijo ella-. Sam Spade. Yo sería perfecta como Effie Perine. Incluso puedes llamarme «preciosa». Me daría risa, pero podría soportarlo.
– ¿Conoces El halcón maltés?
– Por supuesto que conozco El halcón maltés -dijo Suze, irritada por que él la considerara estúpida-. No es mi favorita, pero…
– ¿Qué tiene de malo? -dijo Riley, otra vez belicoso.
– Sam Spade, por un lado -dijo Suze-. Esa parte de «No me haré el bobo contigo, cariño». Qué absurdo.
– Oye -dijo Riley-. No critiques a Sam…
– Se pasa toda la novela haciéndose el bobo por ella -prosiguió Suze-. Ella le dice una mentira tras otra y él se las cree porque quiere acostarse con ella, y después ella se acuesta con él y él sigue creyendo más embustes porque quiere seguir durmiendo con ella. Parecía que tenía savia y no sangre en las venas.
– Está claro que no entiendes el código -dijo Riley.
– ¿Qué código? -resopló Suze-. Se estaba acostando con la esposa de su socio. ¿Eso es un código?
– Las mujeres son traicioneras… -dijo Riley.
– Eres patético -dijo Suze-. Tengo trabajo que hacer. Puedes irte.
– …Pero yo sé lo que tramas -prosiguió Riley-. No me
haré el bobo contigo, cariño.
– Oh, sí lo harás -dijo Suze y regresó a la computadora.
– Es probable -dijo Riley y volvió a su oficina.
Suze se sentó y contempló la pantalla de la computadora durante un minuto y después se levantó y entró en la oficina de Riley.
– Como de todas maneras me odias… -comenzó a decir.
– Yo no te odio -dijo él, enojado.
– … Me acosté con Jack el domingo a la noche.
Él se quedó inmóvil un momento, y después se recostó en su silla.
– Felicitaciones.
– Me sentí verdaderamente estúpida -dijo Suze-. Estaba superándolo y…
– Suze, estuviste casada con él catorce años. No puedes simplemente alejarte de todo eso. Por lo menos las mujeres como tú no pueden hacerlo.
– ¿A qué te refieres con las mujeres como yo?
– Lo amaste durante gran parte de tu vida. Se necesita un tiempo para sobreponerse a un matrimonio prolongado.
– Dos años.
– ¿Qué?
– Dijiste dos años. Cuando estabas hablando de Nell.
– Cierto -dijo Riley-. La mayor parte de la gente vuelve a una vida bastante normal después de dos años.
– Tendré treinta y cuatro años -dijo Suze.
– Y seguirás siendo una niña -dijo Riley-. Relájate, y date tiempo.
– Te comportas de manera increíblemente amable respecto de esto -dijo Suze-. ¿Qué te pasa?
– No le pego a la gente que está en el suelo. Sin embargo, veo que estás recuperándote bien, así que cuídate de ahora en más.
Suze asintió y se volvió hacia la puerta.
– ¿Así que viniste aquí para que yo te tratara mal? -dijo Riley-. Muchas gracias.
– No. Tenía que hablarlo con alguien, y por alguna razón te escogí a ti.
– De acuerdo -dijo Riley-. ¿Te encuentras bien?
– Sí -dijo Suze y respiró profundo-. Sin duda.
Nell estaba sentada a la mesa de su comedor, bebiendo su tercera taza de café y tratando de pensar en un plan, cualquier plan, cuando sonó el teléfono. Gabe, pensó, pero cuando atendió era Jack.
– Hola, Nell -dijo con su habitual frialdad de te odio porque destrozaste mi matrimonio-. ¿Está Suze allí? No está en casa ni en The Cup.
– No -dijo Nell-. ¿Quieres que le dé algún mensaje? -Adúltero chupasangre.
– ¿Sabes dónde está? -dijo Jack, y después, como un pensamiento posterior-. ¿Por qué estás en tu casa?
– Renuncié -dijo Nell, suponiendo que era la mejor manera de librarse de él.
– Renunciaste. -Jack se quedó en silencio unos momentos, lo suficiente como para que Nell se preguntara qué demonios estaría haciendo. Regocijarse no habría tardado tanto, al menos no por algo tan insignificante para la existencia de Jack como la situación laboral de Nell.
– Tenía la impresión de que tú prácticamente manejabas la oficina -dijo por fin.
– Gabe también tenía esa impresión -dijo Nell-. No te preocupes, ya encontraré algo.
– Por supuesto que lo harás -dijo él automáticamente, y ella miró el teléfono con el entrecejo fruncido. Él no estaba regocijándose-. Bueno, la mejor de las suertes -terminó él y colgó. Y Nell pensó: ¿De qué se trató todo eso?
Media hora después, él volvió a llamarla.
– No está aquí, Jack -dijo Nell.
– Lo sé -dijo Jack-. Acabo de hablar con Trevor, y él sugirió que vinieras a trabajar con nosotros. Y yo creo que es una buena idea.
– ¿Qué? -dijo Nell-. Jack, tú me odias.
– Eso es un poco fuerte -dijo Jack-. No creo que hayas ayudado nada a mi matrimonio, pero eres mi cuñada. Eres parte de la familia. Quiero ayudarte.
Seguro que sí. Estaba tramando algo. Siete meses antes, Nell le hubiera dicho que se fuera al demonio, pero trabajar con Gabe y Riley le había enseñado los beneficios de descubrir por qué la gente hacía ciertas cosas.
– Qué dulce de tu parte, Jack -dijo ella, haciendo que su voz fuera lo más melosa posible-. En serio, estoy conmovida.
– La familia es la familia, Nell. -dijo Jack, igualmente meloso-. ¿Por qué no almorzamos a las doce en el Sycamore y hablamos de eso?
– El Sycamore -dijo Nell-. De acuerdo. Gracias.
– Cualquier cosa por la familia -dijo él.
Nell colgó y pensó: la falta de sinceridad de esta conversación fue terrorífica. ¿Qué podría querer él de ella? ¿Y por qué el Sycamore?
Debía de ser Suze. Pero no era posible que él esperara que convenciera a Suze de regresar con él. Ni siquiera Jack era tan delirante. ¿Pero el Sycamore? ¿Tal vez él creía que Suze se enteraría? ¿Que se pondría celosa?
– Esto puede ser interesante -le dijo a Marlene.
Levantó el teléfono y llamó a la agencia, rezando porque atendiera Suze en vez de Gabe. Fue así.
– Acabo de recibir una invitación de tu marido para almorzar -dijo Nell-. En el Sycamore. Voy a ir.
– ¿De Jack? -Suze parecía desconcertada.
– Trama algo -dijo Nell-. Y hoy no tengo que hacer nada.
– Bueno, toma notas -dijo Suze-. Lo discutiremos después.
– ¿Algún consejo?
– Cuando quiere ser seductor, es muy tramposo. Si se esmera, te va a ser difícil resistirte.
– Soy yo -dijo Nell-. Él es un chupasangre.
– No me importa -dijo Suze-. Es bueno en eso.
– No tan buena como yo -dijo Nell-. Te dejaré a Marlene de camino.
Mientras Suze estaba hablando por teléfono, Gabe intentaba concentrarse en un informe. Abandonó el intento alegremente cuando Lu golpeó a la puerta y entró.
– Nell no está -dijo ella, lloriqueando.
– Sé que Nell no está -dijo Gabe, y después miró con atención los ojos hinchados y la boca temblorosa de Lu-. ¿Qué pasa?
– Jase y yo hemos terminado. -Lu tragó saliva antes de sentarse-. Explícame a los hombres. -Hacía un esfuerzo tan grande por no llorar que se le estremecía toda la cara.
– Todos quieren lo mismo -dijo Gabe automáticamente, horrorizado por lo destruida que ella estaba-. ¿Qué pasó?
– No puede ser eso -dijo Lu-. Él lo obtuvo.
– Está bien, lo mataré -dijo Gabe.
– No, no puedes. Lo amo. -Lu lloriqueó-. Sé que es tonto, pero no puedo evitarlo.
– ¿Qué sucedió? -volvió a decir Gabe, aferrándose a su enojo con toda su fuerza-. Yo creía que esto era para siempre.
– Yo también lo creía -dijo Lu y volvió a sollozar-. Pero él no quiere casarse conmigo.
– Oh, Cristo -dijo Gabe, sintiendo frío-. Estás embarazada.
– ¡No! -La indignación le aclaró el rostro a Lu-. ¿Qué crees? ¿Que soy estúpida?
– No -dijo Gabe, intimidado-. Me confundí por lo del casamiento.
– Lo amo -dijo Lu-. Quiero casarme con él.
– Eres demasiado joven -dijo Gabe automáticamente.
– Eso mismo dijo él. -Lu volvió a lloriquear y después se enderezó en la silla-. Dijo que teníamos que esperar hasta que ambos nos graduáramos. Faltan más de tres años.
Gabe le pidió silenciosas disculpas a Jason Dysart.
– Está bien, cálmate. ¿Tú le propusiste matrimonio?
– Bueno, él no iba a hacerlo -dijo Lu, irritada-. Quiero decir que él se la pasa diciéndome que me ama desde hace varios meses, y es cierto, sabes. Es cierto. Él es maravilloso. Estamos maravillosamente bien juntos. Como tú y Nell.
– Mala comparación -dijo Gabe lúgubremente-. Nell me dejó.
– ¿Tú le pediste que se casara contigo?
– No -dijo Gabe, desconcertado-. Dios mío, no. ¿De qué estás hablando?
– Pensé que quizás era algo de familia -dijo Lu, angustiada-. Sabes, comienzas a hablar de matrimonio y ellos huyen.
– Lu, Jase tiene razón en esto. Aunque no veo por qué te abandonó -dijo Gabe, mientras pensaba: de tal palo, tal astilla. ¿Por qué diablos alguien querría involucrarse con un Dysart…?
– Fui yo -dijo Lu, otra vez angustiada-. Le dije que si no se casaba conmigo, habíamos terminado.
– Eso fue estúpido -dijo Gabe, y Lu estalló en lágrimas-. Bueno, lo siento, pero es así. Si en verdad lo amas, no le des un ultimátum y luego te vas; tienes que quedarte y arreglar las cosas. -Pensó en Nell, con la barbilla levantada, pasándolo de largo. Renunciante.
– ¿Tú vas a arreglar las cosas con Nell? -dijo Lu, mirándolo con furia a través de las lágrimas.
– No -dijo Gabe-. Voy a esperar hasta que ella recobre su inteligencia y vuelva por su cuenta. No me gusta el chantaje emocional.
– Tú y Jase -dijo Lu-. Los dos están dispuestos a perder a la mujer que aman en vez de hacer lo correcto. Están dispuestos a estar solos para siempre.
Rompió a llorar, y Gabe se levantó del escritorio y la alzó de la silla. Ella se apoyó en Gabe y él la rodeó con los brazos.
– Mira, si eres infeliz, ve a buscarlo.
– ¿Cómo? -dijo Lu mojando el saco de su traje.
– A menos que él sea un idiota, si empiezas pidiéndole disculpas y retirando el ultimátum, yo diría que ya está.
– No voy a pedir disculpas -dijo Lu-. Yo tengo razón.
– Y estás sola -dijo Gabe, guiándola hacia la puerta-. Tener razón es un consuelo frío, cariño. Y a decir verdad, no tienes tanta razón. Déjame explicarte el arte de la transigencia durante el almuerzo.
– ¿Tú? -dijo Lu, mirándolo parpadeante mientras le permitía que la llevara a la salida-. Esto puede ponerse bueno.
Cuando estaba saliendo, le dijo a Suze:
– Vamos a almorzar. Regreso en una hora.
– ¿Almorzar? -dijo Suze animadamente-. Sabes, el almuerzo en el Fire House es muy bueno.
– Quiero un sándwich en el Sycamore -dijo Lu, inclinándose a palmear a Marlene que estaba despatarrada sobre el sofá con un impermeable puesto.
– Los sándwiches del Fire House son excelentes -dijo Suze-. Está justo a la vuelta de mi casa. Hacen una trucha con almendras que…
– ¿Qué pasa? -dijo Gabe.
– Nada -dijo Suze.
Gabe se inclinó sobre el escritorio, cerniéndose encima de Suze.
– Eres la peor mentirosa que he conocido jamás.
– No sales mucho, ¿verdad? -dijo Suze y le dio la espalda para trabajar en la computadora.
– ¿Pasa algo? -dijo Lu.
– Ya lo averiguaremos cuando lleguemos al Sycamore -dijo Gabe y vio cómo los hombros de Suze se hundían derrotados.
Cuando salieron, Suze llamó a Riley por el intercomunicador y le preguntó:
– ¿Gabe es celoso?
– Por lo general, no.
– Porque va al Sycamore con Lu, y se encontrará con Jack que está almorzando con Nell.
– Maravilloso -dijo Riley-. Si quieres saber si va a patearle arena en la cara a Jack, no. Si quieres saber si va a regresar con un humor de perros, sí. ¿Por qué demonios Nell va a almorzar con Jack?
– Porque él la invitó. Además es un almuerzo gratis.
– No existen los almuerzos gratis -dijo Riley-. ¿Tienes hambre?
– Sí, que tú y yo vayamos a almorzar al Sycamore es justo lo que hace falta en medio de este lío -dijo Suze-. Voy a quedarme aquí. Alguien tiene que llamar a la policía cuando empiecen los disparos.
– En realidad yo pensaba en comida china para llevar -dijo Kiley-. No tienes dinero para invitarme al Sycamore.
– Con bocaditos extra, por favor -dijo Suze.
– Las papas con vinagre, por favor -dijo Nell cuando la camarera tomó el pedido.
Jack se rió, y la camarera sonrió mostrando que apreciaba la risa de Jack. En realidad era un hombre muy apuesto, pensó Nell, esa cara rugosa, ese cabello plateado, y esos ojos tan azules. Era tan injusto. Los hombres mejoraban con la edad y las mujeres empeoraban. ¿Por qué pasaba eso? Tenía que ser una cuestión de percepción, la idea de que los hombres mayores eran por lo general más ricos y más listos. Por supuesto que las mujeres mayores también eran por lo general más ricas y más listas, pero esos no eran argumentos de venta para las mujeres. Altas y firmes, ésos eran argumentos de venta para las mujeres.
– Me alegro de que hayas podido acompañarme -dijo Jack, y Nell volvió a concentrarse en él-. Sé que las cosas estuvieron tensas entre nosotros, y eso no es bueno para nadie. ¿Y qué te parece venir a trabajar para Ogilvie & Dysart?
Nell pensó: yo y los archivos O & D.
– Me encantaría.
– No puedo creer que Gabe te haya dejado ir -dijo Jack, levantando su copa de vino-. Tú revitalizaste su empresa.
– Bueno, mi trabajo allí ya estaba hecho -dijo Nell-. Sigo mi camino en ascenso.
– También te revitalizaste tú de paso -dijo Jack, sonriéndole con el vino en la mano-. Jamás te había visto tan hermosa.
Oh, por favor.
– Gracias -dijo Nell-. Me redecoré un poco.
– Ese color te queda grandioso -dijo Jack, señalando el suéter púrpura.
– Es de Suze -dijo Nell y vio cómo su sonrisa se desvanecía un momento-. Intercambiamos vestuarios. Ella se quedó con suficientes trajes grises como para hacer una nueva versión de Vértigo.
Jack se acomodó en la silla y la examinó un momento, y Nell se obligó a no restregarse los dedos. ¿Qué demonios estaba haciendo él?
– Te queda mejor a ti -dijo por fin-. En serio. -Sonaba ligeramente sorprendido, lo que agregaba una pátina de honestidad al cumplido-. Te ves maravillosa.
– Gracias -dijo Nell, intimidada.
– Es agradable mirarte -dijo él y le sonrió mientras levantaba la copa de vino-. Gracias por animarme el día.
Mientras bebía, Nell pensó: sigue siendo una sanguijuela.
– Entonces mañana a las nueve en mi oficina -dijo Jack, depositando la copa en la mesa-. Y basta de negocios.
La camarera trajo la comida, y Nell roció las papas fritas con vinagre y esperó la siguiente jugada de Jack.
– Jamás te hubiera considerado de la clase de personas que comen sándwiches Reuben -dijo Jack, empezando a comer su ensalada Caesar.
– Yo no soy una clase -dijo Nell y mordió la carne.
– Estoy empezando a darme cuenta de eso -dijo Jack, con calidez en la voz-. Sabes, he sido un tonto.
No me digas.
– Debo dejar de perseguir a esas mujeres más jóvenes. Empezar a concentrarme en las mujeres inteligentes y seductoras de mi edad. -Volvió a sonreírle con la copa de vino en la mano y Nell pensó: tengo doce años menos que tú, imbécil, pero le sonrió para que siguiera hablando.
– Sí, las cosas estacionadas tienen mucho a su favor -dijo ella, metiéndose en la boca una papa frita empapada de vinagre.
– Y tú te ves muy atractiva hoy -dijo él-. ¿Seguro que no quieres vino con el almuerzo?
Sí, ¿qué vino queda bien con un sándwich Reuben y papas fritas?
– Mi bebida es Coca-Cola Diet -respondió ella. Y Glenlivet.
La camarera había limpiado una mesa que estaba junto a la pared y ahora les hacía un gesto a dos personas para que se sentaran. Esa parece Lu, pensó Nell y después se atragantó con la papa frita.
– ¿Estás bien?-dijo Jack.
Nell asintió, agarrando la Coca-Cola para bajar el resto de la papa frita cuando Gabe se detuvo al lado de la mesa.
– Jack -dijo Gabe, y Jack dio un respingo y se dio vuelta-. No te vemos mucho por aquí.
Jack se puso de pie para estrecharle la mano.
– He venido a robarte a Nell. Va a trabajar con nosotros ahora.
– ¿En serio? -dijo Gabe y Nell se preparó para la tormenta, pero no se produjo ninguna-. Es una secretaria excelente -dijo Gabe, y le hizo un gesto a Nell-. La mejor de las suertes -prosiguió y fue a sentarse frente a Lu, lo que lo colocaba justo a la vista de Nell.
– Se lo tomó muy bien -dijo Jack, volviendo a sentarse.
– No creo que quiera que yo regrese -dijo Nell, sintiendo náuseas-. Tuvimos algunos conflictos.
– Me enteré de que eso no fue lo único que tuvieron -dijo Jack-. Suze me comentó que tú y Gabe eran pareja.
– Bueno, ya no -dijo Nell, y en ese momento, como Gabe estaba observándola, se obligó a sonreír y agregó-: Por eso tengo que llenar dos puestos en mi vida: el del jefe y el del amante.
– Sólo uno -dijo Jack, mirándola a los ojos-. Yo soy tu nuevo jefe.
– Entonces estoy a mitad de camino.
Al otro lado del salón, Gabe sacudió la cabeza y volvió la atención hacia Lu.
– Tengo una audiencia en el tribunal esta tarde -estaba diciendo Jack-, si no me tomaría el tiempo de mostrarte la oficina yo mismo.
– Tendremos tiempo suficiente -dijo Nell, sin dejar de sonreír como una maníaca-. Estoy segura de que hay montones de cosas que puedo hacer en O & D.
– Y yo me aseguraré de que las disfrutes todas -dijo Jack.
Voy a vomitar ahora mismo. Nell miró a Gabe, que hablaba seriamente con Lu, y pensó: yo debería estar allí. Se inclinó hacia adelante y coqueteó con Jack durante el resto del almuerzo y no volvió a mirar a Gabe.