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Suze se preparó para lo peor cuando Gabe regresó y rezó por que él siguiera directamente hacia su oficina, pero el gran idiota de Riley dijo «¿Cómo fue el almuerzo?» desde el sofá que estaba compartiendo con Marlene. Suze lo miró con furia desde su cerdo mu shu, y él le devolvió una calma mirada desde su plato general Tso.
– Interesante -dijo Gabe-. Jack y Nell estaban allí.
– ¿En serio? -dijo Riley, y Suze pensó: mañana te pondré vinagre en el café.
– Él la contrató -dijo Gabe, observando a Suze.
Riley se enderezó en el asiento, ya sin bromear, molestando a Marlene, que había estado haciendo su caracterización de la perra maltratada con la esperanza de recibir un poco de pollo.
– ¿Para que trabaje en O & D? Y tú tuviste que ir a enojarla. No se te ocurrió tratarla bien para que ella nos cuente cosas.
Gabe lo miró con desprecio.
– Por supuesto que va a contarnos cosas. ¿Por qué piensas que aceptó el puesto? Lo que quiero saber es por qué la contrataron. Trevor me dijo que antes había intentado sacarla de esta oficina debido a los diamantes. ¿Y si resulta que hay algo más aquí?
Riley sacudió la cabeza.
– Sabes, tu fe en ti mismo como el centro del universo es conmovedora. Ella aceptó el puesto porque necesita dinero. Sólo espero que no decida que también necesita al jefe.
La cara de Gabe se ensombreció y Suze, rápido, dijo:
– Tienes un mensaje telefónico. Una mujer llamada Gina Taggart quiere que te encuentres con ella en el Long Shot esta noche a las ocho. Le dije que le devolverías el llamado.
Le pasó el papel con el mensaje y él lo tomó. Empezó a decirle algo a Riley, y después sacudió la cabeza y se dirigió a su oficina.
– ¿Te has vuelto loco? -dijo Suze.
– No. -Riley se acomodó en el asiento y le dio a Marlene un pedazo de pollo-. Él está demasiado seguro de ella.
– Sabes, es probable que ella haya aceptado el puesto para espiar un poco -dijo Suze.
– Lo sé -dijo Riley.
– ¿Entonces por qué…?
– Porque él tiene que preocuparse por ella -dijo Riley-. Caso contrario va a sentarse en esa maldita oficina a esperar que ella regrese, como su papá siempre le hacía a su mamá. Está siguiendo una tradición con esto. ¿Recuerdas todo lo que Gabe y Nell esperaron para avanzar?
Suze asintió.
– ¿Quieres ver ese lío otra vez?
Suze sacudió la cabeza.
– ¿Y bien? -dijo Riley y clavó el tenedor en el pollo al ajo. Marlene se acercó y le hizo una caída de ojos.
– No quiero que él me grite como le gritaba a Nell -dijo Suze-. Quiero que esté feliz.
– Él no te va a gritar -dijo Riley-. Tú no le estás arruinando la vida.
– No, eso lo hace él solo -dijo Suze y Riley le sonrió.
– Veo que estás desarrollando una aguda percepción sobre los McKenna -dijo él.
– Sólo de uno de ellos. Tú sigues siendo un misterio para mí.
– Parte de mi encanto.
– La mente de un chico de diecisiete en un cuerpo de treinta y cinco. ¿Cómo haces que eso te dé resultado?
– Treinta y cuatro -dijo Riley-. Y soy bueno en esto, dulzura. Soy muy, muy bueno. -Marlene gimió, y él agregó-: ¿Ves?
– Sí, eres un demonio con las perras salchicha -dijo Suze-. ¿Pero ella seguirá deseándote cuando se acabe el pollo?
– Tan joven para ser tan amargada-dijo Riley y regresó a su oficina, mientras Marlene lo seguía con su impermeable.
Jack, como era natural, había exagerado el reconocimiento de las habilidades de Nell que existía en O & D. También era evidente que no le había avisado a su asistente, Elizabeth, que tenía motivos especiales para contratarla, porque una vez que él las presentó, le sonrió cálidamente a Nell, la besó en la mejilla con un prolongado apretón de hombros, y después se fue, Elizabeth la miró con odio y le dijo:
– Tenemos la tarea perfecta para ti.
Uy, pensó Nell, y consideró la posibilidad de darle una pista a Elizabeth respecto del hecho de que el interés de Jack era parte de un plan. El brillo de fanatismo en los ojos de Elizabeth la detuvo. Elizabeth se lo diría a Jack de inmediato. Entonces lo único que Nell dijo fue «Maravilloso», y siguió a Elizabeth a un cuarto sin ventanas lleno de archiveros que no hacían juego y cajas de cajón rebosantes y un escritorio destartalado con una computadora de principios de los 90.
– Ésta es la sala de los boletines informativos -le dijo Elizabeth con tono triunfal bajo la única luz fluorescente que funcionaba-. Necesitamos organizarlo. Entiendo que eres maravillosa para la organización. Entonces nos gustaría que archives y clasifiques todo esto.
– Clasificar -dijo Nell.
– Revísalos y haz una lista de nombres con ejemplares y números de página -dijo Elizabeth-. No es difícil.
Un niño de ocho años razonablemente brillante podría hacerlo, pensó Nell, pero sonrió y dijo:
– Maravilloso. Me encanta organizar. Eh, ¿podríamos hacer arreglar las luces?
– Me ocuparé de inmediato -dijo Elizabeth.
Una hora más tarde, Nell había analizado la situación. Nadie quería que los boletines informativos estuvieran clasificados porque nadie en su sano juicio querría jamás leer nada de lo que estaba en los boletines. Estaban llenos de artículos mal escritos y fotos mal iluminadas de personas en poses rígidas con sonrisas pintadas en los rostros. Todos sus sueños de espiar secretamente los archivos de O & D para encontrar cosas interesantes estaban enterrados debajo de sesenta años de anuncios de premios al buen servicio y fotos de cenas de retiro. Dada la futilidad de su tarea, había una sola razón por la que Trevor la había contratado: para asegurarse de que no regresara con los McKenna.
Y la luz seguía titilando.
– En cuanto a la luz -dijo Nell, cuando volvió a ver a Elizabeth.
Elizabeth dejó de estudiar la importante decisión que estaba por tomar, fuera cual fuera, y miró a Nell con un desprecio impaciente.
– Ya los llamé, Nell -dijo-. Ahora tengo trabajo que hacer.
Voy a estar aquí dos semanas, máximo, pensó Nell, no tengo que soportarla.
– Necesito que la luz esté arreglada antes de poder hacer un trabajo de verdad.
Elizabeth se enderezó en la silla.
– Dije que los había llamado.
– Y lo agradezco -dijo Nell-. Pero es obvio que no te hacen caso.
Los ojos de Elizabeth se abrieron de golpe, y Nell la pasó de largo y golpeó a la puerta de Jack.
– No puedes entrar allí -dijo Elizabeth, pero Nell la abrió y asomó la cabeza de todas maneras.
– Jack, no tengo luz en mi oficina -dijo, y Jack levantó la cabeza, alarmado, y dejó de lado la conversación que tenía con una persona de traje-. ¿Podrías…?
– Elizabeth se ocupa de eso -dijo Jack, haciendo un notorio esfuerzo por no perder la calma.
– Sí, pero no lo hace -dijo Nell-. Estoy volviéndome ciega. Había luz en lo de los McKenna.
– Elizabeth -dijo Jack, y quince minutos después Nell tenía luz y el odio infinito de Elizabeth.
Y, durante el resto de la semana, también tenía los boletines; los clasificaba, los archivaba, organizaba el sistema de índice, y tipeaba un nombre sin sentido detrás de otro. Había encontrado los archivos de 1978 de inmediato, pero lo único que tenía un mínimo interés era un obituario a toda página de Helena que debía de haber implicado un gran esfuerzo para la imaginación del que lo había escrito: en realidad Helena no había vivido lo suficiente como para llenar una página. Nell buscó en 1993 también, para ver si había una mención de Stewart Dysart por haberse llevado fondos de la compañía y por haber abandonado a la hija de uno de los socios principales, pero no había nada. Sólo las buenas noticias llegaban a Noticias & Notas de O & D. Y tendría que leer todos los boletines.
Tal vez Gabe podría aprender a transigir, pensó mientras empezó con el boletín más reciente, preparada para abrirse camino hasta el principio de los tiempos. Tal vez decida rendirme ante Gabe y convivir con las antiguas tarjetas de presentación. La parte de rendirse sonaba maravillosa, justo allí sobre el escritorio de él estaría bien, pero siguió tipeando de todas maneras.
El lunes, después de que Nell empezara a trabajar en O & D, llegaron las nuevas tarjetas. Suze abrió una de las cajas y las miró, y después llevó ambas cajas a la oficina de Gabe donde éste estaba conversando con Riley.
– Está bien -dijo ella-. Ya llegaron las nuevas tarjetas de presentación y son buenas. Muy tranquilas, de mucha clase y, francamente, representan un enorme progreso respecto de las viejas tarjetas, que parecían obra de aficionados.
– Mira -dijo Gabe-. No necesitamos…
– No las has visto -dijo Suze-. Nell se ha ido, así que esto no tiene que ver con quién es el que manda. Tiene que ver con las tarjetas de presentación, y éstas son mejores que las anteriores. Así que no seas tan cerrado.
– Veámoslas -dijo Riley, y ella le pasó la caja que tenía el nombre de él. Riley la abrió, sacó una tarjeta, la miró durante un minuto, y dijo-: Ella tiene razón.
Suze depositó la otra caja sobre el escritorio de Gabe y se marchó, deduciendo que Riley podría ocuparse del resto de la cuestión. Cuando éste salió, ella dijo:
– Lo está soportando -dijo Riley-. Ayuda el hecho de que no sean cursis, y ayuda mucho más el hecho de que es cierto que son mejores.
– Pero lo que más ayuda es que Nell no está aquí -dijo Suze-. Entonces él sólo estaba bloqueándola a ella.
– No -dijo Riley-. Las últimas tarjetas eran una pesadilla. Esto es lo primero que ella hace que demuestra un indicio de que entiende de qué se trata esta empresa.
– Ella tiene buenas intenciones.
– Que es prácticamente lo peor que se puede decir de alguien -dijo Riley y entró en su oficina.
Una hora más tarde, Suze estaba terminando una comprobación telefónica respecto de una referencia cuando entró Jack. Todos los nervios de su cuerpo se congelaron, pero le hizo un gesto de asentimiento y levantó el dedo como para decir: un minuto, y él se sentó en el sofá y esperó, con expresión indescifrable.
Lo que quería decir que ella podía descifrarla. Cuanto más calmado se veía Jack, más intenso se ponía respecto de alguna cosa. Eso no indicaba nada bueno, pero en cualquier caso el hecho de que estuviera allí sentado frente a ella tampoco indicaba nada bueno.
Ella terminó la comprobación, agradeció al tipo con el que había estado hablando, e hizo una anotación en el archivo. Después miró a Jack y dijo:
– Hola.
– Suenas como una profesional -dijo él, sonriéndole.
– Soy una profesional -dijo ella-. ¿Qué sucede?
Él no dijo nada durante un momento, sólo la miró a los ojos, y ella pensó: ni lo sueñes, amigo, y se preguntó por qué siempre había dado resultado antes. Probablemente porque ella lo había amado. Ya no lo amo más, pensó y se preguntó cuándo habría sucedido eso. No cuando ella se había enterado del asunto de Olivia. Antes. Todo lo que había sucedido después de eso había sido el alejamiento de las ilusiones. Como Nell había dicho, ella debería haberlo abandonado cuando todavía lo amaba.
– Estuve esperando que tu abogada me llamara por el divorcio -dijo él por fin.
– ¿Jean? -Suze parpadeó. Era cierto. Todavía no le había dicho a Jean que iniciara las acciones legales.
– Suze -dijo él, inclinándose hacia adelante-. Tú no quieres este divorcio más que yo.
– Bueno, sí, en realidad sí -dijo Suze-. Te acostaste con otra mujer. Eso para mí fue suficiente. -Eso y catorce años de ser una novia infante.
– Suze, eso no es justo -dijo Jack-. Teníamos problemas, admítelo.
– Jack -dijo Suze-. Dejé de permitirte que me dijeras lo que es justo hace varias semanas. Tú sabías que yo no era feliz y tuviste sexo con otra mujer para no tener que admitir que yo también tenía derecho a mi propia vida. Entonces bien, ahora yo tengo la vida que quería y tú tienes a la otra mujer. Estoy segura de que aprenderás a disfrutar de 'N Sync tanto como de The Righteous Brothers; siempre tuviste talento para adaptarte a las esposas nuevas.
– ¿Esta es la vida que quieres? -dijo Jack, recorriendo la oficina con la mirada-. Cariño, con esta vida no obtendrás diamantes.
– Jack, no me gustan los diamantes. Me gusta esto.
– ¿Esto? -dijo Jack, incrédulo-. Oh, maravilloso. ¿Y qué vas a hacer si Nell vuelve? Yo no puedo retenerla para siempre. Pasó sólo una semana y está volviendo loca a Elizabeth.
– Nell dice que Elizabeth piensa que es dueña de ti cuando estás en la oficina -dijo Suze-. Esa mujer está celosa.
– Tú siempre le hiciste caso a Nell antes que a mí -dijo Jack, con la voz alterada-. Tal vez si me hicieras caso a mí…
– … Todavía me tendrías enterrada en esa casa -terminó la frase Suze.
– Noto que no te has ido de la casa -dijo Jack.
– Ponla en venta -dijo Suze-. Me iré el fin de semana.
Jack sacudió la cabeza.
– No quiero que te vayas. Mira, estaba tratando de ser amable, pero estoy harto de Nell. No sólo está molestando a Elizabeth; también trata de conquistarme. -Suze intentó que el escepticismo no se le notara en la cara, pero no debe de haber tenido éxito, porque él agregó-: Sí, sabía que no lo creerías, pero ella no es una gran amiga, Suze, tratando de conquistar a tu marido. Voy a despedirla, y entonces ella regresará aquí y te quitará este puesto y entonces ¿adónde irás a parar tú? Quédate en la casa y dale otra oportunidad a lo nuestro.
– Tengo planes para cuando Nell vuelva -dijo Suze.
– ¿En serio? -dijo Jack-. Pero ninguno de esos planes involucra iniciar un divorcio.
Suze sacó su Palm v de su cartera. Marcó el nombre de Jean y obtuvo el número, mientras Jack decía:
– Qué lindo. Una Palm Pilot igual a las chicas grandecitas.
Suze disco el número de la oficina de Jean, y cuando atendió la secretaria, dijo:
– Hola, habla Susannah Campbell. -Vio que Jack se alteraba un poco cuando oyó que usaba el apellido de soltera-. Correcto. ¿Podría decirle a Jean que inicie las acciones de mi divorcio? Debería haber llamado antes pero lo olvidé. Gracias.
Colgó y miró a Jack.
– ¿Alguna otra cosa?
– Lo tenías todo -dijo Jack-. Te lo di todo.
– Gracias -dijo Suze-. Ahora puedes dárselo a Olivia. Le mandaría mis mejores deseos, pero prefiero enviarte a ti. Que tengas una buena vida.
Jack se puso de pie, con la cara descompuesta, y Suze pensó: tal vez haya ido demasiado lejos con eso último. Luego él se marchó, y Suze se acomodó en la silla ergonómica de Nell y volvió a respirar. Bueno, eso era el pasado, esto era el futuro. Estaba bastante segura de que tenía un futuro. No cabía duda de que tenía planes, sólo temía llevarlos a cabo.
Es hora, pensó y se puso de pie, enderezándose la falda. Después fue a la puerta de Riley, que estaba ligeramente entreabierta, golpeó, entró y se sentó frente a él.
– Sabes, en la mayoría de los lugares, la gente espera que alguien diga «Pase», antes de pasar -dijo Riley. Estaba recostado contra el respaldo de su silla con un informe abrochado en la mano, y parecía estar en la tercera página. «Parecía», pensó Suze, era la palabra adecuada. No había forma de que él se hubiera perdido nada de lo que había sucedido en la oficina exterior. Ese tipo tenía orejas de murciélago.
– Tal vez esperan en la mayoría de los lugares -dijo Suze-, pero aquí no.
– Te diste cuenta de eso, ¿verdad? -Riley arrojó los papeles sobre el escritorio.
Suze respiró profundo, abrió grandes los ojos y le sonrió.
– Riley, yo…
Él se acomodó en la silla y la señaló con el dedo.
– No hagas eso.
– ¿Que? -dijo ella, desconcertada.
– Esa mirada de pobrecita yo. Yo no soy Jack. Sólo dime qué quieres y lo conversamos.
– Está bien. Quiero trabajar aquí.
Riley parecía cauteloso.
– Ya lo haces.
– No -replicó Suze-. Estoy cubriendo a Nell, y no puedo esperar hasta que ella regrese. Estas cuestiones oficinescas me aburren tanto que me dan ganas de llorar. Pero me gusta lo que tú haces. Me gusta investigar y hablar con la gente y deducir cosas. Y tú tienes mucho trabajo, demasiado, estás rechazando a algunos clientes. Podrías entrenarme para hacer esto y yo lo haría bien. Quiero trabajar aquí de investigadora cuando Nell regrese.
Riley volvió a recostarse contra el respaldo y no dijo nada, entonces ella aguardó. Una vez lo había considerado un Neanderthal, pero ya no. Ahora tenía un gran respeto por los procesos de pensamiento de Riley, o por la mayoría de ellos, en cualquier caso.
– Está bien -dijo él y volvió a enderezarse. Levantó el expediente que tenía antes en la mano y se lo pasó-. Ocúpate de esto.
Suze tomó el expediente y miró el título: Chica Chequeadora.
– Es Becca Johnson, ¿verdad? Vino ayer.
– ¿Cómo es ella? -dijo Riley-. Dame una descripción. Detallada.
Suze hizo un esfuerzo para recordar a Becca lo mejor que podía.
– Mide alrededor de un metro setenta, pesa sesenta kilos, tiene alrededor de treinta años, es afroamericana, ojos marrones, cabello marrón, bonita, tensa, llevaba una blusa marrón de cuello redondo, de algodón, y una chaqueta de gamuza marrón del catálogo de Bloomingdale's del año pasado (o tal vez del año anterior, es una prenda muy común en esa tienda), vaqueros Levi's, zapatos marrones marca Aigner. Sus aros eran de oro y sencillos, pero eran de oro de verdad. Diría que tiene un ingreso de clase media y que lo usa bien. Tenía un collar de mostacillas, muy viejo, entonces también supongo que es sentimental, romántica, y tiene un fuerte pasado religioso aunque tal vez ya no practique. No es estúpida, pero ese elemento de romanticismo podría hacerla vulnerable. Además estacionó frente a la ventana y su auto era un Saturn en buen estado, entonces es práctica, y había un abono para el estacionamiento de la universidad colgando del espejo. Un abono, es decir que pertenece a la universidad. -Se detuvo-. Esos abonos cuestan casi cuatrocientos dólares; debe de darle mucha importancia a dónde estaciona el auto.
– ¿Algo más? -dijo Riley, un poco intimidado.
– Sí -dijo Suze-. Su bolso era Coach.
– ¿Lo que significa qué?
– Calidad -dijo Suze-. Becca y yo nos llevaríamos bien. ¿Por qué me miras de esa manera?
– Lo de Bloomingdale's -dijo Riley-. ¿Sabes de qué año era la chaqueta?
– Bueno, sí, pero no podría decirte de qué año era el Saturn. -Suze hizo un gesto con la carpeta-. ¿Entonces leo esto y qué?
– Ella vino ayer porque finalmente encaró a su novio y él le dijo que se llamaba Egon Kennedy y que es de Massachusetts, un primo distante de los Kennedy. Ella le cree. Nosotros nos sentimos escépticos. Entonces vamos a chequearlo incluso aunque ella sólo haya pasado a decirle a Gabe que todo estaba bien.
– Bueno -dijo Suze-. ¿Algún consejo sobre cómo hacerlo?
Riley tomó un block amarillo de papel tamaño oficio y se lo arrojó.
– Toma notas.
Ella se inclinó hacia adelante y tomó una lapicera de su jarra del coyote, mientras se le aceleraba el pulso.
– Adelante -dijo, y él empezó a hablar, y ella escribió todo, pidiéndose que le detuviera sólo para hacerle alguna pregunta cuando algo no estaba claro. Después de que Riley terminó, ella dijo-: Dios mío. Se puede averiguar cualquier cosa de cualquiera.
– Y es mucho más fácil con Internet -dijo él-. Ahora ve y averigua cosas sobre nuestro muchacho Randy.
Suze asintió y se puso de pie.
– Gracias.
– Effie, si puedes hacerlo, nosotros te vamos a dar las gracias -dijo Riley.
– Puedo hacerlo -dijo Suze.
– ¿Así que no te gustan los diamantes? -dijo Riley.
– No, pero me gusta el oro y las prendas Armani -respondió Suze-. No soy vulgar: elijo.
– Bien hecho -dijo Riley-. Ve a trabajar. -Ella giró para irse y él dijo-: Una cosa más.
– Sí -dijo ella volviéndose, esperando el golpe que él le tenía listo.
– Esa cosa de pobrecita yo.
Ella asintió.
– Puedes usarla con otras personas.
– Gracias -dijo ella y escapó a la oficina exterior antes de sonreír.
Era libre. Tenía la oportunidad de hacer un trabajo de verdad. Iba a mudarse; podría mudarse esa misma noche si lo quería, Nell la recibiría. Levantó la guía telefónica y buscó en «Compañías de Mudanzas».
– Sí -dijo cuando alguien atendió-. Me gustaría que alguien empacara una gran cantidad de porcelanas valiosas. Spode.
Y después les indicó que se las enviaran a Olivia.
Esa noche Nell abrió la puerta y encontró a Suze de pie en el umbral con tres valijas y una caja grande llena de tazas.
– ¿Sabes? Ese dormitorio extra que tienes -dijo-. ¿Puedo usarlo? Hoy inicié el divorcio.
Nell abrió más la puerta.
– Entra. Era hora de que experimentaras cómo vivo la otra mitad.
Esa noche acomodó a Suze en su propia cama y se acurrucó en el sofá de la sala de estar con Marlene y la mantilla de chenille puesto que de todas maneras no podía dormir. Extrañaba a Gabe y la cosa no mejoraba, y no sabía cómo solucionarlo. No podía volver por donde había venido…
Alguien martilló la puerta, y durante un momento tuvo la esperanza de que fuera Gabe. Palmeó a una irritable Marlene y la puso en el suelo en caso de que Gabe estuviera con uno de sus cambiantes estados de ánimo, pero con su suerte sabía que era más probable que se tratara de Farnsworth, que venía a exigir que le devolvieran a su Pastelillo de Azúcar. Lo que tenía derecho a hacer, pensó sintiéndose culpable.
Pero cuando encendió la luz del umbral y miró a través de la cortina de la puerta, vio a Jase.
– ¿Qué pasa? -dijo, haciéndolo pasar-. Debe de ser la medianoche.
– Soy yo, quebrándome-dijo Jase con tono lúgubre-. Necesito joyas.
– ¿Qué?
– ¿Todavía tienes el anillo de compromiso que te dio papá?
Nell lo miró parpadeando.
– Es probable. Creo que lo metí en el joyero. ¿Por qué? Oh, no, tú no…
– Es eso o ella me abandona -dijo Jase-. Nos peleamos hace una semana. Ella no cede un milímetro. Creo que puedo convencerla de que nos comprometamos hasta que yo me reciba y consiga un trabajo.
– Jase, eres demasiado joven…
– Mamá, ya he pasado por esto. Ella lo quiere ahora, y habla en serio. -Se veía más angustiado de lo que Nell lo había visto jamás-. No me la hagas más difícil. De todas formas ya no quieres ese anillo.
– Ella tampoco -dijo Nell-. Es un anillo horrible. Tu papá era realmente pobre cuando lo compró. Además, nos divorciamos. Ella es hija de Chloe, va a creer en el karma.
– Oh, diablos -dijo Jase-. Tal vez pueda cambiarle el engarce.
– Jase, a cualquier joyero le costaría mucho reponer esa piedra, es así de minúscula. -Nell se inclinó contra la pared y trató de pensar.
– El tío Jack le compra a la tía Suze diamantes que ella jamás usa -dijo Jase, pensando en voz alta-. Tal vez ella me dejaría comprarle uno en algún momento.
– Más mal karma -dijo Nell-. Tu tía Suze está durmiendo arriba. Hoy inició las acciones de divorcio.
– Grandioso -dijo Jase.
– Está bien, está bien. -Nell pensó rápidamente-. Los diamantes que el tío Trevor le dio a la tía Margie no te convienen, eso es mucho peor. Se me están acabando los diamantes.
– Venderé mi auto -dijo Jase.
– Jase, no te darían ni un diamante falso por lo que vale ese auto. ¿Estás seguro de que ésta es una buena idea? Porque no me gusta que Lu esté chantajeándote a cambio de diamantes.
– No es así. A ella no le interesa el anillo. Quiere casarse.
– ¿Ahora? -dijo Nell, comprendiendo la situación.
– Por fin -dijo Jase, llevando la mirada al techo-. Sí, ahora. Quiere ser la señora de Jason Dysart.
– Tú eres un infante -dijo Nell, verdaderamente alarmada-. ¿Está loca ella?
– No soy un infante, y yo también quiero hacerlo -dijo Jase-. Sólo que no de inmediato. Creo que debería ser capaz de mantener a una esposa antes de obtenerla.
– Dios mío. -Nell tomó una silla de la sala de estar y se hundió en ella-. ¿Casado?
– Acostúmbrate -dijo Jase, siguiéndola-. Va a suceder. De todas maneras planeábamos vivir juntos este verano.
Nell enderezó la cabeza de un tirón.
– ¿Estás loco? ¿Sabes lo que el padre de ella te haría?
– Caramba, este tipo te tiene acobardada. Lu tiene diecinueve años. Él no puede hacerme nada.
– Eso es lo que tú crees. Y además en este momento él está de muy mal humor. Ustedes sí que saben escoger la oportunidad.
– Grandioso. -Jase se veía exhausto-. Sabes, ya tengo los problemas suficientes sin esto. Tengo finales, por el amor de Dios.
Nell rió.
– Finales. Sí, ya estás en edad de casarte.
– Si no paso los finales, no me recibiré -dijo Jase lúgubremente-. Y si no me gradúo, no encontraré trabajo. Y si no encuentro un trabajo, no podré casarme y perderé a la mujer que amo. Entonces sí, finales.
– Lo siento -dijo Nell-. Tienes razón. Estoy equivocada.
– Lo menos que tú podrías hacer es ir allí y alegrarlo hasta que se le pase -dijo Jase.
– No puedo -dijo Nell-. Lo abandoné.
– ¿Qué?
– Renuncié. Renuncié al trabajo y a él. Se acabó.
– Soy un hombre muerto. -Jase se sentó en la silla contigua a la de Nell y apoyó la cabeza sobre la mesa.
Nell le alisó el cabello.
– Va a salir bien. Ya pensaremos en algo. Está el dinero de mi divorcio. Puedo darte…
– No -dijo Jase, enderezándose-. No soy tan bribón. Tú estás viviendo con nada ahora. Olvídalo.
– Debe de haber algo -dijo Nell, y entonces miró el armario de las porcelanas-. Clarice Cliff.
– ¿Quién?
– Mis porcelanas -dijo Nell-. Hay un juego de té que vale bastante dinero. Podría venderlo.
– La abuela Barnard te dio esas cosas -dijo Jase-. De Inglaterra.
Nell lo miró.
– Entonces es mi turno de dártelas a ti.
Jase tragó saliva.
– Tú ni siquiera quieres que yo haga esto.
– Me gustaría que lo pensaras -dijo Nell-. Me gustaría que lo hicieras sin que ella te amenazara. Pero si esto es lo que en verdad quieres, entonces yo también lo quiero.
– Sí lo quiero -dijo Jase-. Pero no vendas las porcelanas todavía. Déjame hablar con la abuela Dysart.
– Clarice lo aprobaría -dijo Nell-. Y también la abuela Barnard. Los pondré en venta mañana.
– Espera-dijo Jase.
– No -dijo Nell-. Me he pasado muchos malditos años esperando. Esto es lo que tengo que hacer.
El día siguiente, a la hora del almuerzo, Nell vendió el juego de té -treinta y cuatro piezas de prístinos Secretos de Clarice Cliff- al anticuario de Clintonville que lo había tasado. Después le llevó el cheque a Jase, quien quedó impresionado y pidiendo disculpas, y luego regresó a O & D.
– Llegas tarde -dijo Elizabeth.
– En realidad no -dijo Nell-. Salí tarde a almorzar porque estaba terminando una sección.
– Tenemos que saber dónde estás, Nell -dijo Elizabeth, y Nell pensó: ¿Para qué? ¿Por si hay una emergencia con los boletines?
– Jamás volverá a ocurrir -dijo Nell y regresó a la sala de los boletines, mientras pensaba, le doy hasta el fin de semana para que me eche. Había visto asistentes posesivas antes, pero Elizabeth lo llevaba todo a un nuevo nivel. Tampoco había ayudado el hecho de que durante la semana pasada Jack hubiera dejado en claro que encontraba a Nell encantadora, seductora, colorida, divertida, dulce e indispensable. Nell lo sabía porque él le había dicho todos esos adjetivos, lanzándoselos de uno por vez para lograr un efecto de acumulación. Ella no lo había creído, pero Elizabeth sí, y a medida que Jack se volvía más cálido, Elizabeth se ponía positivamente frígida. Cuando había empezado a criticar la vestimenta de Nell -«La indumentaria adecuada para las mujeres de O & D es el traje»-, Nell casi había sentido pena por ella. Era patético enamorarse desesperadamente del jefe. Como mínimo, ponía en alto riesgo la estabilidad laboral.
Avívate, Elizabeth, pensó Nell ahora, y luego reflexionó: ¿Yo era así con Gabe?
No, no lo era. No lo había tratado posesivamente, sólo quería dirigir la oficina a su manera. Él no quería dirigir la maldita oficina, él sólo quería que estuviera bien dirigida. Y ella lo había hecho.
Tal vez si le hubiese dicho eso en vez de encargar tarjetas de presentación y arrojárselas sobre el escritorio…
Bueno, ése sería un tema del que podrían conversar más adelante. Si volvían a hablarse alguna vez. Regresó a los archivos de boletines y recogió una pila de 1992, extrañando a Gabe y pensando: odio este trabajo.
Entonces bueno, tal vez no esperaría que Elizabeth se librara de ella, tal vez este fin de semana organizaría sus planes y deduciría qué quería hacer y después iría a hacerlo. Comenzó a revisar automáticamente los viejos boletines, tipeando los nombres que encontraba, mientras planeaba. Quería dirigir una oficina, le gustaba dirigir oficinas, mantener las citas ordenadas, organizar a otras personas. En realidad no quería vender nada ni dejar la oficina para trabajar con otros; quería mantener un mundo perfecto y pequeño en que los otros pudieran vivir. «La vida en un cartucho», le había dicho Suze, y tenía razón.
Entonces lo único que tenía que hacer era encontrar a alguien que le gustara y a quien respetara, y organizar la vida empresarial de esa persona. Por supuesto que ya había encontrado a esa persona en Gabe, pero…
Siguió clasificando boletines hasta que, cerca de las cinco en punto, abrió uno y leyó «Stewart Dysart». No era la primera vez que tipeaba un número de página después de su nombre, pero era la primera vez que había una foto. Era Stewart, sin duda, rubio y demasiado gordo y terriblemente arrogante, rodeando con el brazo a una rubia atractiva, su secretaria, según el epígrafe. Kitty Moran.
Nell examinó la foto con más detalle. Kitty Moran se veía familiar. Extremadamente familiar. Nell cubrió con el dedo la cabellera rubia de Kitty y se la imaginó morocha. Lynnie Mason.
– Maldita sea -dijo en voz alta y llevó el boletín a la fotocopiadora. Cuando terminó, guardó la copia en el archivo y metió el original en su cartera, y después salió al vestíbulo -«Voy al baño», le dijo a Elizabeth, quien la miró frunciendo el entrecejo-, y dio la vuelta a la esquina y llegó al escritorio de otro secretario-. ¿Puedo usar tu teléfono? -dijo-. Elizabeth…
El hombre le pasó el teléfono.
– No es necesario que me cuentes nada sobre Elizabeth -dijo, y ella le sonrió y disco el número de Riley.
– Soy yo -dijo cuando éste atendió.
– Dime que vas a regresar -replicó Riley.
– No. Escucha. Tengo algo que te gustaría ver.
– Nunca me digas eso frente a Gabe -dijo Riley-. Supongo que se trata de algo que no he visto jamás.
– Sí -dijo Nell-. Pero podría encontrarme contigo en una hora y detallártelo.
– También supongo que no estás sola -dijo Riley.
– Estoy en el vientre de la bestia. ¿Qué te parece el Sycamore? Digamos, ¿a las seis?
– ¿Qué te parece el Long Shot a las ocho? Es un bar de Front Street frente al Brewery District. De todas maneras debo estar allí.
– Está bien -dijo Nell, pensando que tal vez sería mejor porque era posible que Gabe apareciera en el Sycamore y al mismo tiempo se sintió terriblemente desilusionada.
– Odio sonar melodramático -dijo Riley-. Pero esto no te pone en peligro, ¿verdad?
Nell le sonrió al secretario, que estaba escuchando desvergonzadamente.
– Sí -dijo-. Elizabeth va a matarme y esconderá mi cadáver en el cuarto de los boletines, y te diré algo, pasarán décadas hasta que alguien vuelva a entrar allí. -El secretario le sonrió.
– Entonces a las ocho -dijo Riley-. Ponte atractiva. En los bares yo sólo me junto con mujeres atractivas.
– Qué novedad -dijo Nell y colgó, sin dejar de sonreírle al secretario-. Muchas gracias.
– El placer es mío -dijo él-. Hago cualquier cosa que moleste a Elizabeth.
Nell regresó a la sala de boletines y encontró a Jack que la esperaba.
– ¿Tomando un recreo? -dijo él, sonriéndole con los dientes apretados, y ella pensó: oh, algo pasó cuando él no estaba.
– Un pequeño recreo -dijo ella.
– ¿Conoces al jefe lo suficiente como para hacer eso? -dijo y se acercó un paso.
– Probablemente no -dijo Nell, tratando de no exagerar su reacción-. Voy a volver a trabajar.
– No hay apuro. -Jack se cernió sobre ella, con una expresión endemoniadamente furiosa detrás de la sonrisa.
Está bien: ¿va a besarme o a golpearme?, pensó Nell, y cuando Jack la agarró y la besó, ella se sintió tan aliviada que no lo detuvo. Besaba bastante bien, incluso aunque ella sabía que estaba haciéndolo para que se lo contara a Suze. Nell oyó un gemido y se apartó para ver a Elizabeth, de pie en la puerta del cuarto de los boletines. Nell miró a Jack y dijo:
– Nos atraparon. -Jack se echó hacia atrás, mirando con furia a Elizabeth, pero antes de que pudiera decir nada, Nell agregó-: Sabes, estoy arruinando totalmente el clima de trabajo. Renuncio.
Esquivó a Jack y agarró la cartera y escapó hacia la plaza de estacionamiento, sin saber ni importarle qué pasaba a sus espaldas, y puso rumbo hacia el Village, que era su lugar.
Gabe acababa de regresar a la oficina cuando Riley entró y se sentó frente a él.
– Otra vez estamos sin secretaria -dijo Gabe-. La banda Spinal Tap no tenía tantos problemas con los baterías.
– Está haciendo un trabajo -explicó Riley-. Le encargué el Caso del Randy de Becca.
– En serio.
– Quiere ser investigadora. Creo que lo haría bien, y estamos rechazando encargos. Entonces la estoy probando, y si es buena, puede dedicarse a eso cuando Nell regrese.
– ¿Y adónde la meteríamos? -dijo Gabe, tratando de no prestar atención a la forma en que su pulso se aceleraba cuando pensó en el regreso de Nell.
– En el depósito de Chloe -dijo Riley-. Nos libramos del congelador y ponemos una ventana en la pared que da a la calle.
– Chloe podría tener algo que decir al respecto -dijo Gabe-. Y además está la cuestión de dónde metemos los expedientes que están en el congelador.
– En el sótano -dijo Riley.
– Está bien. -Gabe encendió la computadora, sin que en realidad le importara-. Es tema tuyo.
– Lo hará bien -dijo Riley-. Tiene habilidades que nosotros no tenemos.
– Jamás lo dudé. -Abrió su anotador y lo hojeó hasta que encontró las notas de su informe-. De paso, pasé por O & D por una averiguación de antecedentes y les ofrecí a Trevor y a Jack una referencia para Nell. Les dije que había organizado todo el lugar salvo el Porsche. Todos nos reímos de eso.
– Muy sutil. Si te roban el Porsche no será culpa de nadie excepto de ti.
– Sólo podemos esperar que sean así de tontos. Lo tengo bajo llave en el garaje, para que tengan que hacer un esfuerzo para llegar al auto.
– ¿Estás seguro de que no hay nada escondido en el vehículo?
– Totalmente -dijo Gabe-. Yo no soy tan tonto.
– El jurado todavía no se decidió al respecto -dijo Riley-, considerando tu buen rendimiento con Nell.
– ¿Tenías alguna otra cosa para decirme, o ya te ibas? -dijo Gabe.
– Otra cosa. Chloe llamó desde Londres.
– ¿En serio? -Gabe revisó sus notas-. ¿Le preguntaste por los diamantes?
– Sí. Tu padre se los dio en una caja roja con un diablo cuando Lu nació. Le dijo que los guardara para dárselos a Lu cuando se casara. Ella se los puso para la foto, y luego los guardó y los olvidó hasta que se lo pregunté.
– Yo sabía que no era de las mujeres a las que les gustan los diamantes -dijo Gabe-. ¿Se los dio en esa caja? ¿La caja con el título de propiedad del auto?
– Sí. Pero ella puso la caja en el estante del baño por la imagen que tenía en la tapa. El diablo. Mal karma.
– ¿Chloe la puso en el estante? ¿En esa época el título estaba allí?
– Ella no lo vio. Pero no creo que nadie la haya movido desde que la guardó allí, así que supongo que sí.
– Entonces Lynnie nunca lo tuvo. ¿Qué estaría buscando?
– Los diamantes -dijo Riley-. Era de la clase de mujeres a las que les gustan los diamantes. En cuanto a Chloe, habló con Lu, y Lu está disgustada, por lo tanto Chloe está disgustada.
Gabe se encogió de hombros.
– Lu y Jase tienen problemas. Van a resolverlos. Todavía no entiendo de dónde Lynnie conocía a Trevor o a Jack ni por qué ellos le hablaron de los diamantes.
– Presta atención al presente por un momento -dijo Riley-. Chloe está preocupada por Lu. Va a volver.
– ¿Cuándo?
– Debería estar de regreso mañana. Llamó desde Heathrow.
– Está bien -dijo Gabe y regresó a la computadora.
– Y llamó Nell.
Gabe se alejó de la computadora.
– En serio.
– Encontró algo en O & D. Había gente escuchando, así que me dijo que me contaría el resto esta noche en el Long Shot. Me encuentro con ella a las ocho.
– Qué coincidencia -dijo Gabe-. Yo me encuentro con Gina Taggart en el mismo lugar a las ocho.
Riley puso expresión de inocencia.
– Le dije a Suze que la llevaría allí esta noche, para mostrarle algunas cuestiones del oficio, así que también me encontraré con Nell. Es conveniente. No es una coincidencia.
– ¿Qué cuestiones del oficio pueden verse en un bar?
– Tengo mis razones -dijo Riley.
– Estoy seguro de ello -repuso Gabe-. Y no le dijiste a Suze que la llevarías al Long Shot. Se lo dirás cuando regrese. Armaste todo esto para que yo vea a Nell.
– Eres un hombre que sospecha mucho -dijo Riley.
– ¿Tengo razón?
– Sí.
– Gracias -dijo Gabe.
Cuando Riley se fue, Gabe se acomodó en la silla y pensó en Nell y Suze y Chloe y luego otra vez en Nell. Él quería que ella regresara. «Transigencia», le había dicho a Lu. Tal vez podría arrinconarla y sugerir un pacto. A esa altura, ella podría presentar una lista de exigencias y las aceptaría todas. Salvo la ventana. Pero todo lo demás podría tenerlo.
Oh, diablos, también podía hacer lo de la ventana, si regresaba.
Puso la música de Dean y escuchó «Todos aman a alguien en algún momento» mientras tipeaba el informe y sintió que ése era el momento de mayor felicidad desde que Nell se había marchado.
Esa noche, cuando Nell llegó a su casa a las seis, le mostró a Suze la foto del boletín.
– Deberíamos llevarle esto a Margie -dijo Suze-. Tenemos tiempo. No tenemos que estar en el bar hasta dentro de dos horas. Y ella seguramente sabe quién es Kitty. -Dejó el boletín-. En cualquier caso deberíamos hablar con ella. Ella se ha comportado un poco… extraña en el trabajo esta semana.
– El trabajo le hace eso a algunas mujeres -dijo Nell, pensando en Elizabeth.
Media hora más tarde, sentada a la mesa de la cocina con un vaso de leche de soja, Margie miró la foto y dijo:
– Sí, es Kitty. Siempre pensé que Stewart se acostaba con ella.
– No suenas muy molesta -dijo Suze.
– Bueno, era Stewart -dijo Margie-. Ella podía tenerlo. De hecho, siempre pensé que se quedó con él al final.
– ¿Crees que él se fue con ella? -dijo Nell.
– Bueno, lo creía. Pero si ella volvió, ¿dónde está él? -dijo Margie, y después dejó el vaso sobre la mesa, horrorizada-. Oh, no. ¿Y si él ha regresado? ¿Y si volvió con ella? ¿Y si se les acabó el dinero y volvieron aquí a buscar más? ¿Qué haré?
– Te divorcias -dijo Suze-. Él es un estafador. No puede causarte ningún problema.
– Sí puede -dijo Margie, contemplando totalmente pasmada su leche de soja-. Yo traté de matarlo.