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– Deja de presumir, Margie -dijo Suze.
– No estoy presumiendo -dijo Margie-. Le pegué con fuerza y él cayó, con la cara ensangrentada. Fue la única parte de mi matrimonio que disfruté de verdad.
Sonrió con nostalgia, y Nell y Suze se miraron mutuamente. Entonces Suze tomó la leche de Margie y le sintió el gusto.
– Amaretto -dijo-. En grandes cantidades.
– Margie -dijo Nell-. Ya tienes calcio suficiente.
– Es imposible que las mujeres de nuestra edad tengan calcio suficiente -replicó Margie, con la voz tensa por el pánico-. Mientras se quedan allí, el calcio se les desprende de los huesos. Me lo dijo Budge.
– ¿Qué dice sobre el Amaretto? -preguntó Suze.
– No sabe lo del Amaretto -dijo Margie-. Y jamás lo sabrá. ¿Qué voy a hacer con Stewart?
– Nada -dijo Nell, manteniendo una voz alegre-. Tú no trataste de matarlo.
– Sí, lo hice -repuso Margie, lloriqueando y bebiendo al mismo tiempo, lo que hizo que se atragantara-. Él estaba yéndose a un viaje de negocios y Budge pasó y me dijo que Stewart le había robado dinero a papá. Entonces yo le dije que tendría que devolverlo o lo abandonaría, y él se rió y dijo que yo no tenía agallas como para irme, y que aunque lo hiciera, no sería una gran pérdida porque yo era aburrida.
– Oh, oh -dijo Suze.
– Entonces él me dio la espalda y yo lo golpeé con mi jarra de leche Franciscan Desert Rose.
– Oh -dijo Nell, que ahora lo creía.
– Estaba sobre la cómoda. -Asintió a la distancia-. Era una jarra bastante grande, y le acerté a la nuca. Cayó como una roca. Los pedazos de jarra estaban por todas partes.
– Está bien -dijo Nell, recuperándose lo más rápido que pudo-. Entonces…
– Después vino Budge, y yo llamé a papá, y papá llamó a Jack, y yo fui al piso de arriba, y a él lo llevaron al aeropuerto. Pero jamás se subió al avión. -Sacudió la cabeza como si todo eso fuera un ejemplo más de la perfidia de Stewart-. Entonces deduje que estaba con Kitty y el dinero.
– ¿Budge estaba presente cuando lo golpeaste? -preguntó Suze.
– Estaba en la habitación de al lado -dijo Margie-. Cuando Stewart llegó a casa, hice que Budge se ocultara.
– ¿Stewart no vio el auto de Budge?
– Siempre estacionaba en la calle lateral -dijo Margie.
– ¿Siempre? -dijo Suze, enderezándose-. ¿Margie?
– Bueno, Stewart era verdaderamente desagradable -dijo Margie-. En la cama y fuera de ella. Y Budge es talentoso de verdad.
Nell se levantó y se sirvió leche con Amaretto.
– Está bien. ¿Tú te acostabas con Budge cuando Stewart estaba vivo?
– Parecía una buena idea -dijo Margie-. Papá no cree en el divorcio. Piensa que lo de Jack es un escándalo.
– Yo también -dijo Suze y ella misma se sirvió un trago.
– Entonces estaba atrapada. Y luego Stewart se fue, y estaba Budge. Estoy en deuda con él, así que debo permanecer a su lado. La mayor parte del tiempo tiene razón, pero a veces me vuelve loca. Como el hecho de que deteste que yo trabaje en The Cup. Y eso de que sea vegetariano. Quiero decir que me parece que es importante ser vegetariano, pero todos necesitan hacer un poco de trampa. No he probado una hamburguesa desde que él vive conmigo. A veces mataría por un bife.
– Ese sonido de ruidos rotos que oíste eran nuestras ilusiones -le dijo Suze a Nell.
– ¿Entonces que pasó después? Cuando Stewart se fue. -Nell le hizo un gesto de aliento a Margie.
– Budge volvió el día siguiente y me dijo que no me preocupara, que papá se daría cuenta de que yo tenía que divorciarme de Stewart cuando descubriera que faltaba dinero. -Margie parecía estar amotinándose-. Pero no fue así. Papá dijo que no quería más escándalos. Dijo que él se ocuparía de que Stewart no volviera a molestarme.
– Caramba -dijo Suze.
– Creo que iba a obligarlo a ser un buen marido -dijo Margie-. De dónde sacó papá la idea de que él sabía algo respecto de ser un buen marido es algo que jamás entenderé.
– Entonces golpeaste a Stewart con la jarra Desert Rose -dijo Suze, todavía maravillada.
– No pierdas el hilo -le dijo Nell-. No tenemos tiempo de detenernos a rebobinar.
– Y él se fue y ahora estoy con Budge. El sexo no lo es todo. Y ahora él se quiere casar. -Margie volvió a meter la nariz en el vaso.
– Sabes, también tendrás que golpear a Budge con la jarra de leche -dijo Suze.
– Suze. -Nell la pateó con el zapato.
– Oye, si yo pudiera matar a golpes a Jack con esas malditas porcelanas Spode, lo haría -dijo Suze, y Nell le apartó el vaso de leche.
– En realidad pensaba que si no se lo decía a nadie, era posible que nadie se enterara jamás -dijo Margie con tristeza-. Pero eso nunca da resultado.
– Está bien, cariño -dijo Nell, bastante segura de que no lo estaba.
– Tengo que ir al baño -le dijo Margie a nadie en particular y se tambaleó hacia su toilette.
– ¿Entonces Stewart ha regresado enojado porque Margie lo aplastó con su vajilla Franciscan hace siete años? -dijo Suze-. Eso no tiene sentido.
– Estás olvidándote de los dos millones del seguro que Budge quiere que ella cobre -dijo Nell-. Eso traería de regreso a muchas personas del mundo de los muertos.
– Mejor que Margie se quede con la jarra de brandy -dijo Suze-. Devuélveme la leche.
– Gabe y Riley no van a creer esto.
Suze recuperó la leche.
– ¿Crees que deberíamos decírselo?
– Por supuesto que deberíamos decírselo. Margie no está implicada. Stewart se levantó y se fue.
– Está bien, pero tal vez deberías omitir la parte en que ella lo golpeó con la jarra. Y que se había acostado con Budge.
– ¿Entonces qué les digo? ¿Que Stewart se cayó camino al aeropuerto?
Suze parecía conflictuada.
– Ella es nuestra amiga y estaba casada con un hijo de puta.
– Ella no lo mató con vajilla de cerámica -dijo Nell-. No estaría implicada incluso si él estuviera muerto. Y parece que no lo está. Aunque Lynnie no sonaba como si estuviera trabajando con alguien. Me pidió que me le uniera, así que no era posible que fuera cómplice de Stewart.
– También era la reina de los embustes -dijo Suze-. Tal vez era una trampa.
– No -dijo Nell-. Confío en ella.
– Confiaste en Tim, también -dijo Suze, y Nell bebió más leche.
Margie regresó.
– Me siento un poco mal.
– Te intoxicaste con soja -dijo Suze-. Deja la leche un tiempo.
– Está bien -dijo Nell, apartando el resto de la leche-. Tenemos que concentrarnos en lo importante. Margie: Stewart no puede hacerte daño, así que deja de preocuparte por él. Y no tienes que casarte con Budge si no lo quieres.
– Nell -dijo Suze, con la voz llena de advertencia.
– Deja de hacer todo lo que él diga -dijo Nell.
– Nell -dijo Suze, y Nell levantó la mirada y encontró a Budge de pie en la puerta de la sala, con el mismo aspecto del enorme monstruo de malvavisco que aparece en el final de Los cazafantasmas, listo para arrasar con la ciudad.
– Budge, ella no quiere casarse -dijo Nell.
– Sí lo quiere -dijo Budge-. Cree que no porque ustedes no están casadas. Cree que quiere todo lo que ustedes hacen, como un departamento en el Village, pero viviría angustiada si se mudara. -Se acercó a la mesa y rodeó a Margie con los brazos, y su voz se elevó cuando siguió hablando-: La han disgustado. Siempre la alteran. No todas las mujeres tienen que ser como ustedes. No todas las mujeres quieren un trabajo y un departamento. Los departamentos son peligrosos. Les suceden cosas terribles a las mujeres en los departamentos, violaciones y asaltos y asesinatos. Margie necesita quedarse aquí conmigo, donde está a salvo.
Suze dijo «¿Margie?», pero Nell sabía que no serviría para nada. Margie se defendería para la misma época en que tirara su vajilla a la basura.
– Creo que conviene que ustedes se vayan -dijo Budge.
Lo último que oyeron cuando salieron por la puerta fue que Budge decía:
– Sabes que a tu papá no le gusta que hables con ellas, en especial Nell. Deberías haberles dicho que no puedes verlas.
Y que Margie decía:
– Necesito más leche.
Mientras regresaban por High Street, Suze dijo:
– Él me enferma.
– Tal vez sea la soja y el Amaretto -dijo Nell.
– Tal vez sea yo -dijo Suze-. Yo le hacía caso a Jack de esa manera.
– Yo dejé que Tim fingiera que yo era una empleada en la oficina -siguió Nell-. Lo hacemos porque queremos mantener el matrimonio en funcionamiento.
– No creo que vuelva a hacer algo así -dijo Suze-. Claro que soy bastante influenciable. Creo en todo lo que pienso.
– Yo estoy mintiéndome a mí misma respecto de una cosa -dijo Nell.
– ¿Gabe?
– Marlene -dijo Nell, contemplando a la perra que tenía sobre la falda, y el animal levantó la cabeza y miró a Nell para ver si iba a pasar algo bueno.
Suze frunció el entrecejo, incrédula.
– ¿Marlene? Vamos… -Después estalló-. No estás otra vez con esa historia de le robé un perro a su cariñoso amo, ¿verdad? Él la llamaba Pastelillo de Azúcar, por el amor de Dios. Sólo por eso la asociación protectora de animales debería multarlo.
– La adoro -dijo Nell-. No puedo decirte cuánto quiero a esta perra neurótica. Pero es neurótica. Yo la adoro y ella igual se ve como si le pegara todos los días. Y si alguien me la quitara…
– No puedo creerlo -dijo Suze.
– Hace tiempo que lo tengo en la cabeza -dijo Nell, abrazando a la perra.
– Lo sé -dijo Suze-. Pero no entiendo la razón.
– Hace mucho que venimos soportando la culpa -dijo Nell-. Tú estabas enojada con Jack, y Margie odiaba a Stewart, ambas se sentían culpables al respecto. Te enfrentaste con Jack y ahora eres libre. Margie no quiere enfrentarse a Budge y por lo tanto está atrapada.
– ¿Entonces vas a enfrentarte con Farnsworth? -dijo Suze-. Buena suerte con eso.
– En realidad pensaba llevar a Marlene de vuelta al patio -dijo Nell- y soltarla. Entonces si ella trota hacia la casa y es feliz, sabré que hice lo correcto. Y si se queda conmigo, podré conservarla sin culpa.
– ¿Y si rueda sobre su espalda y gime patéticamente?
– Lo mismo -dijo Nell-. Eso es lo que estaba haciendo cuando la secuestré. Pronto oscurecerá. Podríamos hacerlo ahora, antes de que cambie de idea.
– ¿Ahora? -dijo Suze-. Escucha: estoy en contra de esto. Además yo también adoro a esta maldita perra. Y tiene todo ese vestuario. ¿Acaso Farnsworth va a comprarle un abrigo de cuero para las noches frescas?
– Budge retiene a Margie porque la ama -replicó Nell-. La ama de verdad. Me pareció horrible lo que hizo ahora, pero no lo hacía por maldad. La trató con verdadera ternura. Él cree que eso está bien porque la ama. No puedo condenarlo por eso y quedarme con Marlene por la misma razón.
– A mí me parece distinto -dijo Suze, pero su voz no tenía seguridad.
– Margie está volviéndose loca de frustración y culpa. A mí siempre me parecía divertida la forma en que ella solucionaba todo con «tal vez nunca se entere», pero es lo mismo que yo hago con Marlene. Quiero una foja limpia, sin culpas. -Respiró profundamente-. Tengo que hacerlo. Y después tendremos que contarle a Gabe lo de Margie.
– Magnífico -dijo Suze con voz inexpresiva-. No hay nada como la ética para arruinar una noche perfecta.
Un poco después de las ocho, cuando el sol ya se había puesto, Nell llevó a Marlene desnuda por la línea del terreno que daba a su antiguo patio. Cuando llegaron, se agachó y desabrochó la correa y el collar de Marlene, y la miró profundamente a los ojos.
– Te amo, Marlene -dijo-. Siempre te amaré. Pero éste es tu hogar. Así que si quieres irte, está bien. -Marlene no se movió, y Nell dijo-: Por supuesto que si quieres volver conmigo eso también está bien.
Marlene bostezó y miró a su alrededor, y entonces, al ver evidentemente algo de su interés, entró trotando en el patio.
Para esto servía esa frase de Si amas a alguien, déjalo libre, pensó Nell mientras se quedaba observándola. Por supuesto que las profundidades de los sentimientos de Marlene siempre habían sido un misterio. Nell sintió deseos de gritarle: «Vas a perder la mantilla de chenille, ¿sabías?»; pero la única palabra que Marlene conocía de verdad era «galletita», y no parecía apropia da bajo las circunstancias.
Marlene examinó el patio un rato y luego se sentó, aburrida, y Nell se dio cuenta de que había una falla en su plan. Farnsworth tendría que dejar entrar a Marlene, pero de ninguna manera Nell iría a golpearle la puerta y le diría: «Hola. Yo le robé su perra hace siete meses y finalmente me sentí culpable. Allí está. Adiós».
Marlene seguía sentada en el medio del patio, descontenta. Lo que había despertado su interés había terminado.
Está bien. Nell tomó una roca de la parte de atrás del terreno y la arrojó contra la puerta trasera. Golpeó bajo y produjo un sonido firme y resonante. Volvió a ocultarse entre los árboles, pero no pasó nada. Bien. Levantó otra piedra y la lanzó, Zonk. Nada.
Marlene observaba el procedimiento con interés, moviendo la cabeza desde el lanzamiento de Nell al impacto en la puerta trasera sin mostrar el menor interés por cazar nada.
– Una más -dijo Nell y lanzó la tercera piedra, y esta vez una mujer abrió la puerta y apareció el ovejero alemán más grande que Nell había visto en su vida, ladrando como el sabueso de los Baskerville.
Marlene giró en el lugar y corrió hacia el límite del terreno, pasando de largo a Nell antes de que ésta pudiera atraparla, y Nell la siguió casi a la misma velocidad, rezando porque Farnsworth siguiera colocándoles a sus perros esos collares electrónicos y que el ovejero alemán no estuviera corriendo demasiado rápido como para detenerse. Vio que Marlene se lanzaba hacia la calle y que Suze abría la puerta del escarabajo. Marlene se subió al auto y luego se montó encima de Suze mientras Nell abría la puerta del costado y entraba en el vehículo, agarrando a Marlene y colocándola sobre su falda.
– Avanza -dijo.
Suze aceleró sin hacer preguntas, y Nell contuvo el aliento.
– Lo siento tanto -le dijo a Marlene, que estaba jadeando sobre sus faldas-. No tenía idea.
Marlene la miró con los ojos inyectados en sangre. Después ladró una vez, un sonido breve y agudo que podría haber cortado vidrio.
– Dios mío -dijo Suze-. Garbo habla. ¿Qué pasó?
– Farnsworth se compró un perro nuevo -dijo Nell-. Un ovejero alemán del tamaño de un caballo.
Suze se echó a reír, y después de pensarlo un poco, se rió con más fuerza.
– Oh, por Dios -dijo finalmente-. Eso es tan perfecto. -Marlene gimió de furia y Suze dijo-: Puedo entenderlo, Marlene. A mí también me reemplazaron.
Marlene le ladró, incluyéndola en su noche de infamia.
– Oye, no fue idea mía -dijo Suze, sin apartar los ojos del camino-. Yo compré la mantilla y el abrigo. Fue la Madre Teresa, aquí sentada, la que quería hacer lo correcto.
Marlene volvió a mirar a Nell, que dijo «Lo siento», y después se acurrucó gruñendo en su falda.
– Sabes, una vez que pierden confianza en ti, jamás la recuperarán -dijo Suze.
– Oh, por favor -dijo Nell-. Una galletita y ella será mía de por vida.
Marlene la miró y volvió a ladrar, un ladrido que decía muchísimo sobre su desprecio y desconfianza respecto de la mujer a la que antes le gemía diariamente.
– ¿Podemos detenernos a comprar galletitas para perros? -dijo Nell-. Creo que me conviene actuar rápido.
– Tendrán que ser galletitas comunes -dijo Suze-. Se nos hace tarde.
– Una traición más -le dijo Nell a Marlene, pero más tarde, cuando Suze había ido a comprar las galletitas, Nell atrajo a la perra hacia sí y la abrazó y le dijo-: Marlene, lo siento mucho. Y estoy muy contenta de quedarme contigo. En realidad tú no querías regresar allí, ¿verdad? Sólo tenías curiosidad por el patio, ¿no?
Marlene la contempló con maldad y ladró.
– Por suerte seguimos comunicándonos -dijo Nell.
Marlene se irritó cuando la dejaron en el auto con las ventanillas bajas los dos centímetros de rigor, y una vez que Nell entró en el Long Shot, estuvo dispuesta a cambiar su lugar por el del animal. El bar era bastante típico de los sitios de bebidas para yuppies -excelente cerveza, buenas alas de pollo, y música mediocre-, y a Nell no se le ocurrió un lugar en el que quisiera estar menos que ése.
– Sabes -dijo Suze-. Éste es el tipo de lugares al que siempre quise ir y Jack jamás me traía. Ahora veo por qué.
– ¿De quién fue la idea de este lugar, de todas formas? -dijo Nell.
– Voy a traer las bebidas -dijo Suze animadamente-. Tú toma una mesa.
Nell encontró una mesa cerca de la puerta y se sentó para observar cómo Suze se abría paso entre la multitud hacia la barra, haciendo que los hombres la miraran dos veces cuando pasaba pero sin que ella los notara. Nell miró a su alrededor, con la esperanza de divisar a Riley, y se paralizó cuando llegó a la barra. Allí, un hombre que se parecía mucho a Gabe estaba conversando con una morocha muy atractiva que se parecía mucho al Almuerzo Caliente. Entrecerró los ojos para ver mejor a través del humo. Sí, Gabe y Gina. Sintió náuseas un momento, como si le hubieran pegado en el estómago, y después miró para otro lado. Si Riley había armado esto para que ella se pusiera celosa y regresara, iba a lastimarlo. Y si no era así… Gina Taggart, pensó. ¿Acaso Gabe era estúpido? Él, más que nadie, sabía cómo era ella.
Por supuesto que si no estaba buscando una relación permanente, las características de Gina eran probablemente lo que él quería.
Hombres.
Nell se reclinó contra el respaldo, derrotada, y dejó que la oscuridad y la música la cubrieran. La música era bastante mala pero la oscuridad estaba bien. Ocultaba el hecho de que no le importaba dónde estaba Riley y que le importaba desesperadamente qué estaba haciendo Gabe con Gina. Miró hacia la barra, pero se habían ido. Eso le dolió mucho más de lo que debería haberle dolido. Miró su reloj. Sólo eran las nueve menos cuarto. Gabe se movía rápido. Pero eso ella lo sabía.
– ¿Entonces qué tienes para mostrarme, niña? -dijo Riley, tomando la silla que estaba a su lado y sobresaltándola.
– ¿Qué? Oh, yo también me alegro de verte. -Nell tuvo dificultades para abrir la cartera, tratando de olvidarse de Gabe y Gina-. Esto. -Le pasó el boletín y señaló la foto-. Esos son Stewart y su secretaria.
Riley entrecerró los ojos para ver la foto.
– Y si hubiera luz aquí, yo tal vez podría verlos.
– Su secretaria era Lynnie Mason -dijo Nell, y Riley dejó de actuar como un ser superior.
– Jesús. ¿Lynnie y Stewart?
Nell asintió.
– Si estabas preguntándote quién planeó lo de la estafa, fue Lynnie. Ella me dijo que era hábil con el dinero, y no cabe duda de que hizo un buen trabajo en tu empresa.
– A Gabe le gustaría ver esto -dijo Riley, mirando a su alrededor.
– Se fue con Gina Taggart -dijo Nell, tratando de no sonar patética.
– Él no es tan tonto. -Riley la estudió a través de la penumbra-. ¿Estás bien?
– Sí. No tienes que salvarme otra vez de mi destruida vida amorosa.
– Yo no te salvé la primera vez. Fuiste tú misma. Yo sólo aporté una distracción.
– Bueno, gracias por eso -dijo Nell y, siguiendo un impulso, se inclinó hacia adelante y le dio un beso en la mejilla-. Eres especial, ¿sabías?
– ¿Yo? No -dijo Riley, pero se veía confundido y complacido. Después miró más allá y frunció el entrecejo-: Oh, mierda. -Le pasó el boletín-. Quédate aquí.
Nell dirigió la vista hacia donde él había estado mirando y vio a Suze atrapada contra la barra por un tipo alto.
– Ella puede cuidarse sola -comenzó a decir y entonces el tipo se inclinó hacia adelante y se dio cuenta de quién se trataba-. Ve -dijo, y Riley fue.
Suze había ido a la barra a pedir dos Coca-Cola Diet y mientras esperaba recorrió el salón en busca de Riley. El lugar estaba atestado, pero Riley no se veía por ningún lado. Las Cocas estaban tardando, y cuando las pagó y se volvió a buscar a Nell, se encontró con un tipo alto que la miraba con furia.
– Permiso -dijo ella cuando él la examinó más cuidadosamente. Excelente, justo lo que necesito, una conquista-. Mira, no estoy interesada, ¿de acuerdo? No te ofendas, pero…
– Ya me parecía -dijo el hombre, arrastrando un poco las palabras-. Fue difícil darme cuenta desde el otro lado del salón, pero ya me parecía.
– ¿En serio? -dijo Suze, tratando de esquivarlo-. Te felicito. Ahora, si me permites…
– Tú robaste a mi perra -dijo el hombre y se aproximó más, y Suze pensó: Farnsworth, y retrocedió un paso y chocó contra la barra.
– No sé de qué estás hablando -dijo ella, buscando al camarero. Seguramente había personal de seguridad en ese bar. El tipo estaba ebrio.
– Voy a hacer que te arresten. Tú robaste a mi perra.
A ambos lados unos hombres se volvieron para contemplarla con gestos de apreciación, pero ninguno parecía inclinado a interferir. Grandioso, pensó Suze, tratando de deslizarse por la barra. Ya nadie quiere ser un héroe.
Farnsworth golpeó la barra con la mano, bloqueándole la salida; se acercó un poco más, casi tocándola, y dijo:
– No vas a ninguna parte…
– Oh, sí que se va -dijo Riley a sus espaldas, y él giró con el entrecejo fruncido, mientras Suze se deslizaba en otra dirección y se apartaba de la barra.
– ¿Tú quién eres? -dijo Farnsworth.
– Estoy con ella -dijo Riley con calma-. Deja de intentar conquistar a mi mujer.
Suze perdió interés en Farnsworth por completo.
– ¿Conquistarla? -rió Farnsworth-. Ella robó a mi perra.
– No, no lo hizo -dijo Riley, poniendo el hombro entre Suze y Farnsworth. Tenía unos hombros magníficos.
– Sí, ella…
– No -dijo Riley-. No lo hizo.
Sí, pensó Suze a sus espaldas. No nos provoques.
Farnsworth bufó:
– Un tipo duro.
– En realidad no -dijo Riley-. Pero me pongo tenso cuando molestan a la rubia. Vete.
– Ella me robó… -comenzó a decir Farnsworth, y esta vez Riley se acercó más, empujándolo contra la barra.
– Déjame decírtelo de otra manera -lo encaró Riley con la voz tranquila-. No la conoces, jamás la viste y jamás volverás a verla.
Farnsworth abrió la boca nuevamente y entonces miró la cara de Riley. Suze no pudo ver lo que el otro percibió porque Riley estaba de espaldas a ella, pero sí vio que el entrecejo de Farnsworth ya no estaba fruncido.
– Estoy seguro de que si la examinas con atención -dijo Riley en un tono razonable-, te darás cuenta de que nunca la habías visto. Hay muchas rubias de treinta y pico de años en esta ciudad.
– No como ella -dijo Farnsworth, mirando a Suze por encima del hombro de Riley.
– Las venden de a diez centavos la docena -dijo Riley, ahora con un inconfundible tono de amenaza-. Has cometido un error, eso es todo.
Farnsworth miró a Riley, a Suze y otra vez a Riley.
– De todas formas no me gustaba esa maldita perra -dijo y se apartó de la barra, y Suze exhaló.
– Ni se te ocurra recriminarme lo de diez centavos la docena -dijo Riley, volviéndose a ella.
– Creo que eres maravilloso -dijo Suze.
– Oh. -Parecía desconcertado, pero también sólido y cuerdo y honesto y de su lado.
– Y no sólo por él -dijo Suze-. Gracias por darme lo de Becca.
– Bueno, vas a hacerlo bien -dijo Riley, todavía intimidado-. Te necesitamos.
– Y por tratarme como una adulta. -Se arriesgó-: Una compañera.
Riley la miró con el entrecejo fruncido.
– Bueno, diablos, Suze…
– Y por mirarme como soy ahora y no pensar en mí con el uniforme de animadora ni decirme «Ya no eres joven, niña».
– ¿Qué? -dijo Riley.
– Vi las fotos que tomaste -dijo ella, sin mirarlo porque era vergonzoso-. Vi con quién se casó Jack y por qué me dejó.
– Oh -dijo Riley-. Sí, eras bonita.
Suze hizo una mueca.
– Pero nada que ver con la actualidad -dijo él, y la certeza de su voz le hizo levantar la cabeza a Suze-. Y nada que ver con cómo serás mañana. Tú tienes una de esas caras que se vuelven más nítidas y brillantes día a día. Cuando tengas ochenta años, la gente va a tener que usar anteojos de sol para mirarte.
Suze lo miró con la boca abierta.
– ¿Qué? No me vengas con eso. Tienes un espejo. Sabes que eres hermosa. Deja de rogar cumplidos.
– ¿Por qué pasas el tiempo conmigo? -preguntó ella.
Él frunció el entrecejo.
– ¿Qué pregunta es ésa?
– ¿Por qué?
Él se encogió de hombros.
– Es agradable.
Ella asintió.
– Lo es, ¿verdad? -Nada de esfuerzo, ni preocupaciones, ni tensiones, ni miedo. Lo miró y pensó: podría contemplar esa cara durante el resto de mi vida. Podría vivir con esa cara.
– ¿Qué? -dijo él, todavía cauto.
– Creo que acabo de entenderlo -dijo ella y le sonrió, sintiendo que su corazón volaba.
Él la miró durante un largo momento, y después se inclinó y la besó.
Era un beso suave, como se supone que los primeros besos deben ser -el del umbral no contaba, pensó Suze, no había sido real, en ese momento ella no se había dado cuenta-, y ella le puso la mano en la mejilla y le devolvió el beso, amándolo y deseándolo esta vez sin motivo alguno. Su boca encajaba tan perfectamente en la de ella que cuando él se apartó, ella dijo, jadeante por el descubrimiento:
– Por eso Jack estaba tan celoso todos estos años. Se suponía que tenías que ser tú todo el tiempo.
– No quiero oír nada sobre Jack -dijo Riley y volvió a besarla, y Suze se hundió en el futuro.
Desde la mesa, Nell los observaba y pensaba: bueno, algo está saliendo como se suponía que tenía que salir. Tal vez debería perseguir a Gabe y tirarle del pelo a Gina. Era culpa de ella. Le había llevado veintidós años arruinar su primera relación y apenas dos meses para destruir la segunda. Si decidía permitirle a Jack hacer con ella lo que quería, eso se terminaría en una semana.
Apoyó la barbilla en la mano y contempló un futuro sin Gabe. Era demasiado árido para enfrentarlo, tendría que conquistarlo de nuevo, y había comenzado a hacer planes cuando alguien se sentó a su lado. Se volvió y vio que Gabe le pasaba un trago.
– Tienes aspecto de que necesitas esto -le dijo, y el corazón de ella se encogió cuando lo vio.
– Gracias -dijo ella, sin prestar atención al trago, mientras trataba de respirar normalmente-. ¿Dónde está Gina?
– Acabo de ponerla en un taxi. ¿Dónde está Riley?
– Persiguiendo a Suze -dijo Nell. Gabe se inclinó sobre ella y le hizo perder el aliento-. ¿Qué estás haciendo?
– Persiguiéndote -dijo Gabe y la besó, llevándola otra vez al principio, y ella pensó, sí, gracias, y le devolvió el beso. Cuando él se apartó, dijo-: Sólo quería asegurarme de que todavía tenía una oportunidad.
– Te amo -dijo ella, sujetándolo.
– Yo también te amo -dijo él-. Si quieres hablar, te escucho. -Se veía maravilloso, peligroso y excitante y dulce y sólido y bueno y todo lo que ella siempre había querido en un hombre. Después recordó esa frase de «sólo una secretaria» y, durante un momento, le pareció que él tenía el aspecto de Tim.
– Está bien. -Bebió un sorbo de su trago (Glenlivet con hielo, como en los viejos tiempos), después ubicó el vaso frente a ella, y eligió sus palabras con cuidado-: Tienes que entender esto. Tim y yo teníamos un buen matrimonio. En serio. Lo conocí el primer año de la universidad y me enamoré de inmediato, a los diecinueve años de edad. Nos casamos, y yo abandoné los estudios para ayudarlo con la agencia de seguros de su tío, y todos los días él me decía que no podía vivir sin mí. Era un gran tipo, Gabe. Yo lo quería de verdad. Él me quería de verdad. No fue un error.
Gabe asintió, y Nell respiró profundo.
– Su tío falleció y nos dejó la empresa, y comenzamos a avanzar, a ganar un Carámbano cada uno o dos años, y Tim no cambió para nada.
– Pero tú sí -dijo Gabe, y Nell suspiró aliviada.
– Sí -dijo ella-. Yo tomaba todas las decisiones administrativas y él tomaba todas las decisiones de ventas y seguros, pero él todavía seguía considerándome como esa estudiante con la que se había casado. -Se inclinó hacia adelante-. No quiero contar esto mal. Él me trataba bien, sólo que no quería admitir que yo era una socia. Entonces lo manipulé para que él creyera que tomaba las decisiones, y la agencia despegó en serio. Durante nueve años a partir de ese momento, obtuvimos un Carámbano todos los años. Tim era una leyenda en la compañía.
– Pero tú no -dijo Gabe.
Nell se recostó en el respaldo de la silla.
– No sé si me importaba no serlo para otras personas. Pero sí me importaba que Tim no se diera cuenta. Empecé a ser más desprolija en la manipulación, creo que porque había estado enojada mucho tiempo. Comenzamos a discutir, y durante una de esas discusiones, le dije que él no podía dirigir la empresa sin mí. -Se acomodó en la silla-. Él me dijo que yo hacía un buen trabajo, pero que no tenía que meterme ideas en la cabeza acerca de que yo era la jefa. Me trató condescendientemente. Entonces volví a manipularlo, pero estaba muy enojada, y esa clase de ira nos envenenó. Y entonces, una Navidad, él se levantó y dijo: «No te amo más», y se fue.
– Y tú crees que nosotros estábamos llegando a ese punto, también -dijo Gabe.
– Creo que era posible -dijo Nell-. No sé, lo nuestro es muy diferente de lo que tenía con Tim. Te necesito en formas que jamás lo necesité a él. No que hagas algo para mí o que seas algo para mí, sólo que seas tú. Y no quiero destruir lo nuestro. Porque la cosa, Gabe, es que ahora cuando veo a Tim lo odio. Me refiero a un odio ácido, hirviente. Y no es por Whitney. Es porque me tomó como algo dado durante veintidós años y yo se lo permití. Son veintidós años de frustración y resentimiento y manipulación y negación. Y no creo que él se lo merezca, no es un mal tipo para nada. Pero todavía lo odio de verdad y espero que la agencia se hunda y que se le pudra la vida y que quede vacío y necesitado. -Volvió a echarse atrás en la silla-. Nunca quise mirarte a ti de la forma en que veo a Tim ahora.
Gabe se frotó la frente.
– En cierta forma yo esperaba que me presentaras una lista de exigencias. Esto es más difícil.
– Sí -dijo Nell-. Porque no estoy segura de cómo hacer esto. Tú eres como Tim, no has cambiado. Dirás lo que tienes que decir para que yo regrese, me harás caso, pero en realidad no creerás que soy importante.
– Eres importante -dijo Gabe-. Sé que eres más que una secretaria, sólo trataba de que disminuyeras la velocidad.
– No quiero ir más despacio -dijo Nell-, lo que significa que es a mi manera o habrá que irse. Tiene que haber alguna forma de hacer funcionar esto. Yo quiero regresar, pero si lo hago, comenzaré a manipularte y tú comenzarás a gritarme y…
– Tienes razón -dijo Gabe-. Mira, no tenemos que resolver esto esta noche. Suze está haciendo un gran trabajo para nosotros, así que no estamos en problemas, y cuando estés lista para regresar, ella estará lista para trabajar en otras cosas.
– Está bien -dijo Nell, tratando de no sentirse celosa.
Gabe exhaló.
– Podemos hacerlo.
– Debemos hacerlo -dijo Nell-. No puedo vivir sin ti, pero no puedo soportarlo como estábamos. -Se puso de pie-. Y ahora estoy verdaderamente cansada. Marlene está en el auto con mal humor desde hace una hora, y he tenido un día difícil, y este lugar apesta.
– Riley me dijo que habías descubierto algo -dijo él.
– Oh, Dios, sí -dijo Nell, recordándolo-. Un boletín. -Lo sacó de la cartera, y él trató de mirarlo bajo la mortecina luz del local-. Es una foto de Stewart con su secretaria. Lynnie.
– Jesús -dijo Gabe-. ¿Lynnie? -Se puso de pie-. Vayamos a buscar a Riley.
– ¿Entonces qué tenemos? -dijo Gabe una hora después en el Sycamore mientras apartaba su plato vacío-. Tenemos que Stewart mató a Helena en 1978, probablemente siguiendo un plan de Trevor o Jack, y que después se robó los diamantes.
– Y quince años después robó dinero de O & D con Lynnie -dijo Nell, frente a un plato de papas fritas con vinagre.
– Y después Margie lo golpea con la jarra y él desaparece -dijo Suze.
– Increíble -dijo Riley, volviendo a mirar el boletín.
– Y Lynnie se escapa porque piensa que Stewart va a llamarla para que se vaya con él y porque no quiere cargar con la culpa del robo -dijo Gabe-. Entonces, siete años más tarde, aparece en nuestra puerta y convence a la madre de Riley de que se tome vacaciones. Y comienza a chantajear a Trevor y Jack y Budge y Margie por la desaparición de Stewart.
– A Budge lo acusaba de fraude -dijo Nell-. Eso no cierra.
– Budge es el que atrapó a Stewart y a Lynnie por fraude -dijo Riley-. El siempre chismorrea. Sí cierra.
– ¿Por qué regresó ahora? -dijo Nell.
– Siete años -dijo Riley-. Iban a declarar muerto a Stewart para cobrar la póliza. Salvo que Margie siguió demorándolo. -Sonrió-. De tal palo, tal astilla.
– ¿Entonces Lynnie chantajea a Margie y Trevor va a encontrarse con ella? -dijo Nell-. ¿Así fue?
– O Budge -dijo Suze-. O Budge podría habérselo dicho a Jack. Budge le cuenta todo a Jack.
– Y quien sea que se presenta le dice que hay un problema con el seguro y que se aleje de Margie, pero que hay diamantes en nuestra empresa -dijo Riley-. Así tiene sentido.
– ¿A Trevor qué le importan los diamantes? -dijo Suze-. Tiene dinero de sobra.
– Porque eran el último cabo suelto -dijo Gabe-. Mi papá murió sin decirle dónde estaban. Y él no podía pedirme que los buscara sin contármelo todo. Entonces él…
– Esperó -terminó la frase Nell-. ¿Él mató a Lynnie?
– Podría haber sido Jack -dijo Suze, con la voz pequeña-. Podría haberse encontrado con ella y hacerlo. Haría cualquier cosa para proteger la firma legal.
– Tenemos que darle esto a la policía -dijo Gabe-. Que ellos lo rastreen.
Riley asintió.
– Totalmente de acuerdo.
– ¿Entonces existe la posibilidad de que Stewart haya regresado? -dijo Suze-. ¿Margie está en problemas?
– No -dijo Nell-. Lynnie dijo que ella trabajaba sola. No me mintió.
– Tú fe en ella es conmovedora -dijo Gabe-. Les mintió a todos.
A mi no, pensó Nell, y se puso de pie.
– Estoy cansada. Basta por esta noche. ¿Suze?
– Creo que voy a quedarme un poco más -respondió Suze, sin mirar a Riley.
Te felicito, pensó Nell.
– Yo te llevo -le dijo Gabe a Nell, y el pulso de ella se aceleró cuando él sonrió.
El roce de la mano de Gabe bajo su brazo era placentero; él la guió hacia el auto y cuando estuvo sentado a su lado en la oscuridad, Nell dijo:
– Te extrañé. -Él se inclinó para besarla, y ella agregó-: También extrañé el auto. ¿Crees que…?
– Ni lo sueñes -dijo él y encendió el motor.
Cuando estacionó frente al dúplex, Nell dijo:
– ¿Alguna vez me permitirás conducir este auto? -Y él se inclinó y volvió a besarla, un beso largo y lento esta vez, y luego dijo:
– No.
– Tenemos que trabajar para mejorar esta relación -dijo ella, pero volvió a besarlo antes de entrar.
Estaba dormida cuando oyó el alarido por primera vez, como si fuera parte de un sueño. Luego Marlene ladró, y ella se despertó y oyó que Suze gritaba su nombre, y se sentó en la cama e inhaló humo y oyó crujidos amortiguados que provenían desde el otro lado de la puerta, lo que sólo podía tratarse de llamas. Se bajó rodando de la cama y sintió que el piso estaba caliente; agarró a Marlene, que gruñó y se agitó para escaparse de sus brazos, y fue hacia la puerta, mientras su corazón latía con fuerza.
La única salida era por las escaleras, así que abrió la puerta lentamente porque vio humo y luego la abrió del todo al no ver fuego. Se arrojó al piso, con Marlene debajo del brazo, y comenzó a arrastrarse, con una mano sola, hacia la parte superior de las escaleras, tratando de mantenerse debajo del humo más tupido.
Oyó que Suze, desde afuera, aullaba, «¡Nell!», pero tenía miedo de contestarle; necesitaba todo el oxígeno que pudiera obtener. Desde lo alto de las escaleras podía ver un resplandor anaranjado que provenía del piso inferior, y Marlene se agitó con más fuerza y se escapó de sus brazos y corrió de regreso al dormitorio. Nell se apresuró a buscarla, y una vez que atrapó a la perra la cubrió con la mantilla y le tapó los ojos, y esta vez se lanzó corriendo por las escaleras. Cayó tropezándose a través de la luz anaranjada, sin animarse a mirar hacia atrás hasta que llegó a la puerta. Después se dio vuelta sólo por un segundo y quedó paralizada por el horror.
El centro del departamento era un infierno; el juego de comedor de su abuela resplandecía anaranjado frente a sus ojos. El vidrio del armario se rajó y la estatuita de Susie Cooper cayó hacia adelante, casi en cámara lenta, seguida por la estatuita de Clarice, que miraba por encima del hombro mientras se deslizaba por la puerta de vidrio hasta que el estante que la sostenía, también de vidrio, se derrumbó. La tetera con el halcón cayó sobre la sopera Stroud y rajó la estatuita, y los platos Secretos se inclinaron hacia adelante y chocaron contra las frágiles porcelanas, que con el impacto se rompieron en mil pedazos; árboles acampanados y casas y crecientes y remolinos, todo destruyéndose frente a sus ojos…
Luego apareció Riley, frenético, gritándole: «Vamos», y ella dijo, «mis porcelanas», y él la sacó hacia la noche primaveral, y la llevó al otro lado de la calle donde estaba Suze llorando y Doris lanzando maldiciones. Había camiones de bomberos, y Nell se dio cuenta de que había oído sirenas todo el tiempo. Miró su departamento por encima del hombro de Riley, el horno que antes era su sala de estar, y pensó en Clarice y en Susie, derritiéndose y rajándose, todos esos recuerdos, toda esa belleza, asesinada y desaparecida.
– Esto lo hizo alguien -le dijo a Riley mientras se quedaba de pie descalza sobre el césped fresco-. Alguien…
Suze empujó a Riley del medio y la abrazó.
– Oh, gracias a Dios que rescataste a Marlene, pensé que estabas muerta, pensé que las dos estaban muertas.
– Creo que tú me salvaste -dijo Nell, de espaldas a la casa mientras un auto se detenía un poco más allá-. Me desperté cuando te oí gritar. Yo…
Oyó el golpe de la puerta de un auto, y luego Gabe dijo:
– ¿Qué carajo está pasando? -Y ella se volvió y se acercó a él, permitiéndole que con sus brazos las cubriera a ella y a Marlene, y recién en ese momento se dio cuenta de que Marlene estaba luchando para salir de la mantilla. Se inclinó hacia atrás un poco y apartó la manta de la cabeza de Marlene, y la perra ladró, tres veces, ladridos agudos y fuertes, al borde de la histeria, pero no trató de bajarse.
– Esto es lo que salvé del fuego -le dijo a Gabe-. A Marlene y una manta. Todo lo demás desapareció. Todas mis porcelanas. El juego de comedor de mi abuela. El resto no me importa, pero, Gabe, mis porcelanas. Las porcelanas de mi abuela no existen más.
Incluso en el momento en que lo decía se dio cuenta de que era una actitud frívola, ella estaba a salvo y Marlene estaba a salvo y también Suze, no habían perdido nada importante, pero sabía que cuando volviera a cerrar los ojos, vería a Clarice, coqueteando por encima de su hombro de porcelana, cayendo sobre el mundo perfecto de la estatuita Stroud, y todo haciéndose pedazos.
Dos horas más tarde, Nell estaba sentada exhausta frente a la mesa de la cocina de Gabe, con uno de los camisones de Lu, todavía azorada, mientras Marlene dormitaba en su falda.
– Necesitas dormir -dijo Gabe.
– Jamás sacaré el humo de ese pijama azul.
– No -dijo Gabe-. Yo ni siquiera lo intentaría.
– A ti te gustaba.
– Me gustaba lo que había dentro. Recuerda que me libraba de esa prenda lo más rápido posible.
– Cierto -dijo Nell e intentó sonreír.
Una hora después, estaba en la cama, contemplando el techo, escuchando los confortables sonidos de los ronquidos de Marlene, oyendo otra vez ese crujido, y el estallido de las porcelanas. Los recipientes con la luna creciente y las teteras con los halcones de Susie, la vajilla Stroud y Secretos de Clarice. Esas porcelanas habían resonado con las voces de su madre y de su abuela. Tim le había comprado las piezas del juego de té Secretos una a una cuando todavía la amaba. Jase le había dado la azucarera cuando tenía diez años, su rostro iluminado por la emoción. Sintió que se le cerraba la garganta. El hijo de puta que había incendiado su departamento le había disuelto el pasado, lo había derretido hasta convertirlo en hierros retorcidos. Era casi más de lo que podía soportar, y se dio vuelta en la cama y enterró la cara en la almohada y lloró hasta quedarse sin aire.
Por fin se dio cuenta de que había algo frío en su cuello, y se apartó de la almohada para encontrar a Marlene, empujándola con la nariz, probablemente para decirle que no hiciera tanto ruido. «Lo siento, cachorrita», dijo, y Marlene le lamió las lágrimas de las mejillas, y entonces Nell rompió a llorar otra vez, acunando a Marlene que le lamía la cara. Cuando finalmente dejó de sollozar, Marlene se arrojó sobre la cama, exhausta, y Nell le besó su cabecita peluda y entró en el baño para lavarse las lágrimas y la saliva de perro.
Se frotó el rostro con fuerza y luego se miró al espejo. Tenía una cara plena, las mejillas rojas por la toalla, ojos cansados pero brillantes. Había sobrevivido al divorcio y a la depresión y a un incendio premeditado y a la vida en general, y ahora también iba a sobrevivir a la pérdida de sus porcelanas.
De pronto se sintió tan cansada que tuvo ganas de dormirse en el piso del baño. Regresó a duras penas al dormitorio de Lu y vio la habitación de Gabe. Él había dejado la puerta abierta para poder oírla si ella lo llamaba, y a la luz de la luna, pudo verlo dormido en la cama, su cabello negro un manchón contra las almohadas blancas.
Entró y se acurrucó bajo las sábanas junto a él, y él se despertó y le hizo lugar, cubriéndola con un brazo cuando ella se acomodó.
– Casi muero esta noche -dijo ella.
– Lo sé. -Él la apretó con más firmeza.
– Perdí todo.
– Todavía me tienes a mí.
– Gracias a Dios -dijo ella y enterró la cara en el hombro de Gabe.
– Creo que deberíamos casarnos -dijo Gabe después de un momento, y ella se apartó.
– ¿Qué?
– Después de dejarte, pensé en lo que dijiste, eso de que yo no cambiaría, que te diría que eres socia sólo para recuperarte. Y tienes razón. Lo haría. Te diría prácticamente cualquier cosa para recuperarte.
– Lo sé -dijo ella-. Yo te creería prácticamente cualquier cosa para recuperarte.
– Entonces hagámoslo legal y vinculante -dijo él-. Casémonos por la razón por la que se inventó el matrimonio, para asegurarnos de que nos tomamos en serio mutuamente y que nos mantendremos unidos en las malas épocas y que no renunciaremos sólo porque es más fácil que hacer un esfuerzo para que funcione. Yo pondré a tu nombre la mitad de mi mitad de la agencia. Tú aportas el dinero de la agencia de seguros a esta empresa. Dividimos las responsabilidades en tres partes, con Riley, y tomamos juntos las decisiones importantes. Nada de promesas vacías para sentirnos bien. Lo ponemos por escrito y lo firmamos.
Nell se sintió mareada.
– Riley se quedaría con el cincuenta por ciento. En esa proporción podría controlar la sociedad. ¿Podrías soportarlo?
– ¿Contra tú y yo? Ni soñarlo. De todas formas él no querría controlar nada. Y, además, de aquí a dos años, él también va a entregar la mitad de su mitad.
– Tú me darías la mitad de tu parte -dijo Nell, con el corazón latiéndole fuertemente-. Aunque tú no…
– Si no lo hago, tú te quedarás con todo -dijo Gabe-. Y los dos estaríamos angustiados. Mira, no puedo crear una epifanía. Tienes razón: todavía no entiendo cómo puedes reclamar tener voz igualitaria en una agencia en la que has trabajado siete meses y que yo he dirigido durante veinte años. Pero no cabe ninguna duda de que tienes voz igualitaria en mi vida personal, así que estoy dispuesto a confiarte el resto.
Es esto, pensó Nell. Cualquier cosa que ella decidiera, él la tomaría en serio. Si lo desposaba, ella sería socia, pero debería rendirle cuentas siempre. Ahora él le juraba que eso era lo que quería, pero estaba sacudido y desesperado. Ella tendría que confiar en que, cuando el incendio del departamento se hubiera transformado en un recuerdo, cuando la pasión se enfriara, cuando él estuviera cansado y ellos tuvieran disputas respecto del trabajo y él se arrepintiera de cederle lo que había hecho, él seguiría honrando su promesa, sería fiel a su compromiso aunque no lo quisiera, pagaría el precio del trato realizado esta noche.
Eran muchas cosas en las que confiar.
– ¿Te casarás conmigo? -dijo Gabe.
– Tal vez -respondió ella.
– No era la respuesta que estaba esperando -dijo él-. Pero es un comienzo. -Y ella se acurrucó a su lado en el círculo de su brazo, abrazándolo a la altura del pecho, y se sintió a salvo hasta que por fin se quedó dormida.