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Suze dijo «Oh, Dios» y se dio vuelta y se deslizó por un costado del congelador, y Nell movió la suficiente cantidad de paquetes como para ver si el resto del cuerpo de Stewart estaba allí, para comprobar que nadie lo hubiera decapitado o lo hubiera descuartizado y convertido en bifes.
– Está todo aquí.
– Oh, bien -dijo Suze desmayadamente desde el piso.
– Entonces -dijo Nell, tratando de mantener un tono calmo. Comenzó a guardar la carne en el congelador, esforzándose por dejar todo tan prolijo como estaba.
– Eh, ¿Nell? -dijo Suze, con un tono demasiado agudo.
– Tenemos que pensar -replicó Nell, sin dejar de guardar la carne-. Así que guardemos todo esto y pensemos.
Una vez que hubo ubicado en su sitio el último paquete y que la puerta estuvo cerrada, Nell se sentó al lado de Suze, quien había metido la cabeza entre las rodillas.
– Está allí desde 1993. -Suze levantó la cabeza-. Así es Margie. «Tal vez nunca se enteren». Dios mío.
– Margie no lo sabía -dijo Nell-. Es vegetariana. Sabes lo obsesiva que se pone con la comida fresca. Jamás hubiera mirado ahí dentro.
– Tiene que ser Margie quien lo puso allí. Cualquier otra persona habría hecho algo con el cuerpo en los últimos siete años.
– ¿Como qué? -dijo Nell-. Mira, Margie no podría haberlo puesto en el congelador. Stewart pesaba casi cincuenta kilos más que ella.
– Podría haberlo arrastrado aquí. De los pies.
Nell hizo una mueca cuando se imaginó a Margie arrastrando a Stewart hacia el sótano, con la cabeza de él rebotando contra los escalones.
– ¿Tú podrías haber conservado a Jack en el sótano tanto tiempo?
Suze movió la cabeza.
– Sí. Pero claro que estoy verdaderamente enojada con él.
Nell trató de imaginarse a Tim envuelto en plástico en el sótano de su antigua casa. No era totalmente imposible. En una época, no mucho tiempo antes, lo habría disfrutado sin duda alguna. Una pequeña venganza por haberla congelado.
– Tal vez. Pero creo que probablemente tendría problemas para dormir de noche.
– Leche de soja y Amaretto -dijo Suze.
– Tenemos que llamar a Gabe -dijo Nell, y luego se detuvo, porque oyó voces arriba.
– ¿Qué pasa? -dijo Suze.
– Budge -respondió Nell.
Una hora más tarde, Gabe estaba mirando con el entrecejo fruncido el informe del jefe de bomberos cuando Chloe golpeó a la puerta, entró intempestivamente, y se arrojó sobre la silla que estaba frente a él.
– Nuestra hija va a casarse -anunció. Estaba bronceada y saludable y feliz a pesar de la preocupación de su rostro.
– Bienvenida -dijo él-. Lu no va a casarse. Él la rechazó.
– ¿Qué? -Chloe, en cualquier caso, estaba más disgustada-. ¿Cómo alguien podría rechazarla?
– Es un tipo cuerdo -dijo Gabe-. Además, es un buen chico, y la ama. Él no quiere arruinarle la vida a ella, aunque ella está haciendo todo lo que puede para arruinar la de él.
– Él te cae bien -dijo Chloe.
– Me cae bien -admitió Gabe-. Me caería mejor si no estuviera acostándose con mi hija, pero alguien va a hacerlo, así que bien podría ser él.
– Es de piscis.
– ¿Eso es bueno? -dijo Gabe-. Tú eres de piscis, ¿verdad?
– Para ti, fue terrible. Tú eres de tauro. Para Lu, es excelente. Ella es de Capricornio. ¿Qué sabemos de él?
– Es el hijo de Nell.
– ¿En serio? -Chloe volvió a recostarse en la silla, en calma otra vez-. ¿Te has dado cuenta de que Nell es tu compañera de alma?
– Sí. Trata de no regocijarte.
– No estoy regocijándome. Estoy feliz. Incluso con los astros de tu lado, tú podrías haberlo arruinado todo. -Se puso de pie-. Voy a casa a hacer llamadas hasta que encuentre a Lu. Quiero conocer a ese Jason.
– Te caerá bien -dijo Gabe. Ella se dispuso a marcharse y él agregó-: Oye. Me alegro de volver a verte.
– Yo también me alegro de verte -dijo ella-. Mi próximo viaje es al Tíbet. ¿Conoces a alguien a quien le gustaría comprar The Cup?
– Es posible -dijo Gabe-. Encárgaselo a Nell.
Ella asintió y se fue, y él pensó: ¿Tíbet?, y después la sacó de su mente. Media hora más tarde, se oyó otro golpe en su puerta y esta vez fue Lu quien asomó la cabeza.
– ¿Podemos entrar?
– ¿Podemos quiénes? -dijo él, y ella abrió más la puerta y entró, arrastrando a Jason Dysart-. Oh. -De pronto se sintió culpable porque no había llamado a Jason la noche antes. Si él hubiera ido a ver a su madre y se hubiera encontrado con el departamento incendiado…
– Nos hemos comprometido -dijo Lu, con brillo en los ojos, desafiándole a que hiciera una escena, haciendo que él se olvidara del incendio durante un momento-. ¿Ves?
Extendió la mano, y Gabe quedó intimidado ante el tamaño del anillo.
– ¿Robaste una joyería? -le preguntó a Jase, con ganas de abofetear al chico por haber atado a Lu tan joven.
– El armario de las porcelanas de mi madre -dijo Jase, con un aspecto bastante angustiado para un hombre que acababa de comprometerse.
– ¿Tú deseas esto? -dijo Gabe, sin prestar atención a Lu-. ¿O sólo cediste porque ella te presionó?
– Sí lo deseo-respondió Jase, mientras su rostro se oscurecía por el tono de Gabe-. Vamos a esperar a que yo me gradúe para casarnos, pero no la graduación de Lu. Transigencia.
– Y vamos a vivir juntos -dijo Lu, sujetándolo con más fuerza-. El próximo trimestre. Jase tiene un departamento justo en High Street. Está buenísimo, tiene una galería para tomar sol, y todo lo demás.
– Y esperas que yo ayude a pagarlo -dijo Gabe.
– No -respondió Jase antes de que Lu pudiera decir algo-. Ya lo tengo solucionado.
– Tienes un trabajo -dijo Gabe, echándose atrás en la silla.
– Siempre tuve un trabajo -dijo Jase-. Sólo agregaré horas extra. Sin mencionar lo que ahorraré por no salir con chicas. -Miró a Lu-. Tengo que dejar de salir con chicas, ¿verdad?
Ella le sonrió.
– Si quieres seguir viviendo.
Jase se encogió de hombros.
– ¿Ve? Hay dinero suficiente.
Gabe miró a Lu y sacudió la cabeza.
– Deberías recibir una paliza por lo que estás haciéndole a este muchacho.
– Yo no hice nada -dijo Lu, mientras su sonrisa se desvanecía.
– Contuviste el aliento y te pusiste azul hasta que él te dio lo que querías -dijo Gabe-. Y ahora él va a tener que trabajar horas extra para asegurarse de que tengas todo lo que necesitas. Estoy avergonzado de ti.
La sonrisa de Lu desapareció por completo.
– Un momento -dijo Jase.
– Y por el resto de tu vida -dijo Gabe, intimidando a su hija con la mirada-, vas a recordar que ésta es la forma en que él te propuso matrimonio. No porque lo quería, sino porque no quería perderte. -Se detuvo, paralizado por haberse dado cuenta de que él estaba haciendo lo mismo con Nell.
– Yo quise hacerlo -estaba diciendo Jase, pero Lu lo estaba mirando, horrorizada.
– Eso no es lo que yo quería -dijo.
– ¿Entonces por qué lo hiciste de esa manera? -dijo Gabe-. ¿Y si él te decía que no, que no quería casarse ahora mismo? Es obvio que te ama. ¿Eso no era suficiente? -No era suficiente para Nell. Se enfrío un poco cuando percibió el resentimiento que ese pensamiento le causaba.
– Yo sólo…
– Si el amor no es suficiente, Lu -dijo Gabe-. No lo mereces. -El amor siempre debería ser suficiente.
– Oiga, se supone que me tendría que estar gritando a mí-dijo Jase, poniéndose adelante de Lu-. Yo me acuesto con su hija, ¿recuerda?
– No te pases de listo, muchacho -dijo Gabe, observando a Lu.
Lu tiró de la espalda de Jase.
– Él tiene razón.
– Oh, maravilloso -dijo Jase, mirando con furia a Gabe-. Yo sabía que tendríamos que habérselo dicho por correo electrónico. ¿Tiene idea del infierno que tuve que atravesar para conseguir esto?
– Porque yo te chantajeé -dijo Lu-. Eso está mal. Papá tiene razón. No quiero pasarme el resto de mi vida pensando que yo te obligué a proponerme matrimonio.
Gabe le hizo un gesto de asentimiento a Jase.
– Y confía en mí, muchacho, no te conviene pasarte el resto de tu vida tratando de convencerla de que se lo habrías propuesto de todas maneras. -Como hice yo. Como voy a hacerlo.
Lu lo miró, alarmado.
– ¿Mamá hizo eso?
Gabe sacudió la cabeza.
– Tu mamá se comportó maravillosamente, siempre. Pero teníamos que casarnos. Entonces yo tuve que esforzarme un poco más para convencerla de que me habría casado con ella en cualquier caso. No siempre fue divertido.
– Pero lo habrías hecho -dijo Lu, y Gabe sacudió la cabeza.
– No, no lo habría hecho. No estaba listo.
Lu tragó saliva.
– ¿Lo lamentas?
– No. Tu madre y yo tuvimos un buen matrimonio por un tiempo. Te tuvimos a ti. Eso jamás fue algo malo. Pero ella jamás creyó que yo me había casado porque lo quería. Y en este preciso momento tú no crees que Jase te propuso matrimonio porque lo quería.
– Sí lo quería -dijo Jase-. Lo juro por Dios.
– Sólo que no justo ahora -dijo Lu.
– Bueno -admitió Jase-. No. Aunque ahora que lo hemos hecho, me gusta. Estamos bien.
– No, no lo estamos. -Lu se quitó el anillo y se lo devolvió.
– Oh, eso es perfecto -dijo Jase, y sonaba tan parecido a su madre que Gabe dio un respingo-. Ahora mire lo que ha hecho -le dijo a Gabe-. ¿Tiene idea de lo difícil que va a ser convencerla de esto otra vez?
– Sí -dijo Gabe-. Ese era mi plan. -Miró a Lu-. Yo pagaré la mitad del alquiler y las expensas. Él no va a trabajar horas extra para ti. No todavía, al menos.
– Gracias, papá -dijo Lu, y parpadeó hasta llenarse de lágrimas-. Creo.
– Quiero hablar a solas con Jase -dijo él-. Ve al lado y saluda a tu madre. Ha vuelto a casa.
– ¿Mamá? -lloriqueó Lu y se fue, y Gabe observó que Jase la observaba irse. Ese pobre bastardo estaba enamorado de verdad. Eso quería decir que sería él quien tendría que soportarla de ahora en más. Siempre se podía ver el lado bueno.
Jase se volvió hacia él.
– En serio que yo…
– Lo sé, lo sé -dijo Gabe-. Y prometes que la cuidarás bien. Ya entendí. Buena suerte, muchacho, vas a necesitarla.
– Está bien -dijo Jase inquieto-. ¿Entonces?
– Dime qué tiene que ver ese anillo con las porcelanas de tu madre.
– Eso es entre mi madre y yo -dijo Jase con rigidez.
– Ella vendió las porcelanas para comprar el anillo -dijo Gabe.
Jase se sentó en la silla para clientes, con aspecto todavía más angustiado.
– Le dije que no lo hiciera, pero vino el día siguiente y me contó que las había vendido…
– Lo sé -dijo Gabe-. Créeme: sé cómo actúa tu madre. ¿A quién se las vendió?
– Usted no… -comenzó a decir Jase, y entonces su rostro se aclaró cuando comenzó a darse cuenta de a qué apuntaba Gabe-. Oh. Un anticuario de Clintonville. -Comenzó a revisar sus bolsillos-. Tengo la tarjeta aquí mismo. Yo había pensado en pedirle que las conservara hasta que yo pudiera… Aquí está. -Le mostró una tarjeta de presentación.
– Bien -dijo Gabe, tomándola-. Hubo un incendio anoche. Tu mamá perdió todo.
Jase se paralizó.
– ¿Ella está…?
– Está bien -dijo Gabe-. Ve al lado a conocer a la madre de Lu y más tarde todos nos vamos a cenar.
– La madre de Lu -dijo Jase y respiró profundo-. ¿Algún consejo?
– Estás adentro, muchacho -dijo Gabe-. Eres de piscis.
Jase parecía desconcertado.
– De acuerdo.
– Una cosa más -dijo Gabe-. Si lastimas a mi niñita, haré que te maten.
– Correcto. -Jase se puso de pie-. Si vuelve a hacer llorar a mi madre, le patearé el culo.
Gabe asintió, y Jase hizo el mismo gesto, todavía inquieto pero mucho más feliz.
– No le cuentes esto a nadie -dijo Gabe.
– ¿Quién lo creería? -dijo Jase y fue a conocer a Chloe.
Gabe se acomodó en la silla y pensó en Nell. La deseaba, haría cualquier cosa por retenerla, pero ella tenía razón: el resentimiento podría envenenarlos. Sacudió la cabeza y levantó el teléfono y marcó el número del anticuario de Clintonville, quien estaba encantado de hablar con él. Entregó el número de su tarjeta Visa a cambio de la promesa de un envío el día siguiente y pensó: Bueno, es una cosa que hice bien. Después colgó el teléfono que volvió a sonar de inmediato. Cuando atendió, era Nell.
– Tenemos un problema -dijo ella.
En serio.
– ¿Ahora qué?
– Encontramos a Stewart -dijo Nell-. Estaba dentro del congelador de Margie. Después apareció Budge y nos echó. Estamos en un teléfono público en la estación Marathon de Henderson, y Margie está en la casa con el tonto de su novio y con el cadáver de su marido. Nosotras estamos bien, pero hemos estado mejor. El muerto se veía horrible. -Su tono era agudo y demasiado agitado para ser normal, pero daba la impresión de que estaba soportándolo. Nell soportaba todo.
Gabe exhaló.
– Está bien. ¿Budge sabe que encontraron el cuerpo? -Levantó la mirada y vio a Riley de pie en la puerta abierta, con las cejas enarcadas por la palabra «cuerpo».
– No lo sé -contestó Nell-. Pero no estaba contento de vernos. Cree que hemos alterado a Margie. Ella está borracha y está vendiendo sus cerámicas por eBay.
– Quédate allí -dijo Gabe-. Vamos para allá. -Colgó y le dijo a Riley-: Encontraron a Stewart en el congelador de Margie.
– Claro que sí-dijo Riley-. Jesús.
– Más compañía -dijo Margie cuando abrió la puerta, para nada complacida-. Vino Budge y también papá. Les dije que ustedes iban a volver para ayudarme a limpiar el sótano, pero no se dieron por aludidos y tuve que echarlos. -Miró con severidad a Gabe y Riley-. Si se quedan, tendrán que ayudar. Estoy muy ocupaba. -Después volvió a tipear, con Suze a su lado, mientras Gabe y Riley bajaban al sótano junto con Nell y abrían el congelador.
Estaba lleno hasta la mitad con proteínas de 1993, pero nada de Stewart.
– Budge -dijo Gabe.
– Budge es un pelele -dijo Riley-. ¿Crees que sacó un cadáver congelado de una heladera él solo sin vomitar ni desmayarse? Y Trevor está viejo.
– Bueno, no pienses que Margie podría haber ayudado -dijo Nell-. No estaría tipeando si acabara de ver a Stewart.
– Jack -dijo Riley.
– ¿Qué van a hacer con él? -dijo Gabe-. ¿Buscar otro congelador?
– Jack tiene un congelador como éste en el sótano -dijo Nell.
– También hay un congelador en nuestra oficina -dijo Riley-. La ciudad está llena.
Gabe cerró la tapa.
– Si Stewart estuvo aquí desde 1993, él no mató a Lynnie.
– Margie lo golpeó y subió las escaleras -explicó Nell-. Jack, Trevor y Budge se ocuparon del resto. -Sus ojos se detuvieron sobre el congelador y después se apartaron. -¿Crees que todos ellos sabían que él estaba aquí?
– No -dijo Gabe-. Me resulta difícil creer que uno de ellos lo dejara aquí, mucho menos los tres. Y, a esta altura, no me importa. Sólo quiero saber dónde está ese cuerpo, y quién lo mató a él y a Lynnie. Podemos completar los detalles más tarde.
A la medianoche, la policía ya había llegado y se había marchado, menos escépticos respecto de la historia del cuerpo perdido del congelador después de que Gabe les explicara el contexto. Para ese entonces, Margie ya había cargado en Internet todas sus cerámicas Franciscanware y estaba ocupándose del resto de la casa, sin enterarse del hecho de que su marido había vivido a su lado más de lo que ella había supuesto.
– Creo que descubrió una forma de salir de la casa -le dijo Suze a Nell-. La va a vender por eBay sin que Budge se dé cuenta. -Cuando convencieron a Margie de que podría mirar los remates en la computadora de la oficina y que Gabe le vigilaría la casa, fue a empacar un bolso para pasar la noche en casa de Chloe. Gabe le dio sus llaves a Nell cuando estaban partiendo.
– ¿Voy a manejar tu auto? -dijo ella.
– Vas a cerrar la oficina -respondió él-. Revisa todas las cerraduras, por favor. También puedes entrar en mi departamento y dormir en mi cama. Yo voy a manejar mi auto.
– ¿Cómo, si yo tengo las llaves?
– Tengo una llave extra. No toques mi auto.
– Correcto -dijo Nell-. Sabes, si nos casamos, vas a compartir conmigo la propiedad de todos tus bienes terrenales.
– Todos excepto mi auto.
– Y yo creía que eras incapaz de cambiar -replicó ella y fue a ayudar a Suze a meter a Margie dentro del escarabajo.
– Va a estar bien -Suze le dijo a Nell cuando estaban alzando a una semidormida Margie por las escaleras de Chloe, mientras ésta revoloteaba detrás, preocupada-. Teníamos que sacarla de esa casa.
– Y de la leche de soja -dijo Nell.
Cuando Margie se durmió, Nell regresó a la agencia con Marlene para cerrar las oficinas. Era probable que Gabe se quedara a vigilar la casa de Margie toda la noche, pero le dejó encendida la luz del escritorio, por las dudas, y después se dirigió a la oficina de él para cerrarla, pero se dio vuelta cuando oyó un extraño sonido, mezcla de ladrido y ronroneo.
Marlene estaba gruñendo.
Nell se paralizó. Sal de aquí, pensó y dio un paso hacia la puerta. Y entonces oyó que alguien decía: «Nell», desde el depósito que estaba a sus espaldas. Se volvió y vio a Trevor de pie en el marco de la puerta, sonriéndole con la misma benevolencia de siempre.
– Esperaba que pudieras ayudarme -dijo.
– Ey -dijo Nell-. Estaba por acostarme.
– Necesito la llave del congelador -dijo Trevor-. Parece que no está en el llavero de Margie.
– Oh, bueno, en general la guarda Gabe -dijo Nell-. Pero estoy segura de que sin duda mañana él…
– Esas son las llaves de él -dijo Trevor-. En tu mano.
– ¿Éstas? -dijo Nell, animadamente, mientras se las guardaba en el bolsillo-. No, son mías. Yo…
– Nell, yo le regalé ese llavero a Patrick -dijo Trevor con cansancio en la voz-. Sé que son las llaves de Gabe. He tenido un día muy difícil, y quiero volver a casa. Ábreme el congelador.
Nell retrocedió un paso.
– En realidad no estoy autorizada…
Trevor sacó un arma del bolsillo de su abrigo, y lo hizo con la torpeza suficiente como para que Nell abandonara cualquier idea de salir corriendo. No quería ser la que finalmente empujara a Trevor a una impetuosa carrera, en especial si estaba armado y era torpe.
– Tú eres la que maneja esta oficina -dijo Trevor, sin ningún resto amigable en la voz-. Tú sabes dónde está todo. Quiero los expedientes de 1982.
– ¿Qué? -dijo Nell, incrédula-. ¿Eso es todo? -¿No estaba buscando un lugar donde guardar a Stewart? Tal vez lo había prejuzgado. Miró el revólver que temblaba en la mano de él. Por otra parte, se lo veía bastante serio respecto de esos archivos-. ¿Qué hay en los expedientes?
– Entonces no lo encontraste -dijo Trevor-. Yo creía que podrías encontrar cualquier cosa.
– No busqué en los del año 1982 -dijo Nell, indignada-. No pasó nada en 1982.
– Oh -dijo Trevor tristemente-; algo pasó en 1982. -Le apuntó con el arma e hizo un gesto señalando el congelador, y Nell asintió, dispuesta a complacerlo.
– Claro.
Se movió a su alrededor cuidadosamente, y Trevor entró siguiendo los movimientos de ella y sin dejar de apuntarle con el revólver. Ella entró en el depósito con él a sus espaldas, cerca -demasiado cerca-, y abrió la cerradura del congelador.
– Aquí lo tienes -dijo, abriendo la puerta-. Diviértete. Todo tuyo.
– Busca los expedientes del 82 y tráelos. -Trevor extendió la mano-. Yo me quedo con las llaves.
– Eh, son de Gabe.
– Pero las necesito -dijo Trevor con suavidad y levantó un poco el arma.
– Está bien. -Nell se las entregó, bastante segura de que era un error pero sin ver una alternativa. Gabe habría visto una alterativa. Si ella aceptaba su oferta de dividir el trabajo de la agencia, él se ocuparía de todo lo que tuviera que ver con gente armada-. Escucha, debe de haber dos o tres cajas de 1982. ¿Quieres ayudarme?
– No -dijo Trevor y señaló la puerta con el revólver.
– ¿Quieres darme una idea de qué estamos buscando?
– No.
– ¿Esto es lo que estaba buscando Lynnie?
– Nell…
– Porque me preguntaba qué sería. Pensábamos que eran los diamantes, sabes. -Se alejó un poco del congelador, parloteando para distraerlo-. No teníamos idea de que había algo en los expedientes de 1982. ¿Eso era lo que estabas buscando esa noche en entraste en mi departamento? Caramba, eso debe de haberte sorprendido, encontrarme allí. Probablemente pensabas que la casa estaba deshabitada. ¿Entonces qué estabas…?
– Nell -dijo Trevor-. Cállate y trae los expedientes.
Nell respiró profundo.
– Está bien, mira, no vas a disparar. Ése es probablemente el revólver con que Stewart mató a Helena. Tú quieres librarte de él, y después dejar todo atrás, ¿verdad? Me parece una medida sabia. La gente comete errores cuando se apresura. Deberíamos reflexionar sobre esto. Porque, sabes, si (me) disparas el arma, a policía va a encontrar las balas (en mi cuerpo) y rastrearán el arma y llegarán a ti. Entonces bajemos el arma…
– Cálmate -dijo Trevor-. No quiero tener que librarme de otro cuerpo. Son demasiado pesados. Al menos, los cuerpos humanos. -Dejó de apuntar a Nell y dirigió el revólver a Marlene, quien estaba sentada en cuclillas y lo miraba con su habitual desprecio, mientras Trevor la apuntaba justo entre los ojos.
– No -dijo Nell, sintiendo frío.
– El cuerpo de un perro -continuó Trevor- sería más fácil de sacarse de encima.
– Espera -volvió a decir Nell y entró en el congelador.
– Mucho mejor -dijo Trevor, sin dejar de apuntar a Marlene-. Ahora tráeme los expedientes.
– Sólo dame un minuto. -Nell apartó de su camino las cajas de los noventa para llegar a las de los ochenta, resuelta a no entrar en pánico-. Definitivamente dos cajas, por lo menos -le gritó a Trevor. Sacó la primera caja, pensando a toda velocidad. Mientras le siguiera trayendo las cajas, él no le dispararía a Marlene. Y por supuesto que tampoco le dispararía a ella. Stewart le disparaba a la gente pero Trevor no.
Trevor los guardaba en congeladores.
Volvió a entrar y sacó la segunda caja.
– Ya está -dijo cuando la sacó y la colocó en el suelo frente a él. Extendió la mano para cerrar la puerta del congelador, pero Trevor estaba en el medio-. Si retrocedes, cerraré esto y te ayudaré a revisar los expedientes -dijo, tratando de esquivarlo-. Deben de estar hechos un lío…
Trevor la empujó con fuerza y ella tropezó hacia atrás y cayó directamente a través de la puerta del congelador mientras Marlene atacaba al hombre con locura. Nell trató de ponerse de pie, pero Trevor la pateó y, cuando ella rodó para el otro lado, él cerró con violencia la puerta del congelador, cortando por la mitad el ladrido de Marlene, y Nell quedó enterrada en la oscuridad.
– Trevor, hijo de puta -aulló Nell y se puso de pie para abrir la puerta mientras la oscuridad la rodeaba como una mortaja, impenetrable.
Él había cerrado la puerta con llave. La había dejado encerrada y había quedado afuera con Marlene. Ahora no la mataría. No había razones para hacerlo. Marlene estaba a salvo, de eso estaba segura.
Pero ella podría morir.
Trevor iba a congelarla como había congelado a Lynnie, así podía mantener su vida como estaba antes, una vez que encontrara lo que fuera que estuviera buscando en los expedientes de 1982.
– Trevor, pedazo de imbécil -le gritó a la puerta-. Jamás encontrarás nada en esos expedientes-. No recordaba si el congelador era a prueba de sonidos, y no le importaba. Era una sensación agradable gritarle. Fue más agradable todavía recordar que la madre de Riley se había dedicado a archivar los expedientes en 1982, cuando Chloe estaba con licencia por maternidad. Trevor no tenía la más mínima esperanza de encontrar nada en esos archivos a menos que los revisara página por página.
Por supuesto que iba a tener mucho tiempo para hacerlo si se los llevaba. Y, mientras tanto, ella estaba congelándose.
Se cubrió con los brazos para protegerse del frío. Está bien; la forma para evitar morir congelada sería no parar de moverse hasta que apareciera Gabe y la dejara salir. Tuvo un momento de duda -eso era poner mucha fe en los poderes de deducción de Gabe-, y después se dio cuenta de que no tenía que confiar en la deducción. Cuando Gabe volviera a su casa y no la encontrara en la cama, daría vuelta a toda la ciudad hasta hallarla.
Entonces lo único que ella tenía que hacer era no morir congelada antes de ese momento.
Movimiento, eso era la clave. Comenzó a recorrer de atrás hacia adelante el oscuro congelador, tropezando contra cajas de expedientes, agitando los brazos, tratando de pensar en cosas calientes, cualquier cosa que evitara que la sangre se le congelara en las venas, mientras revisaba periódicamente la puerta para ver si Trevor la había abierto. Respirar con fuerza, pensó y comenzó a saltar hacia arriba y hacia abajo. Apúrate, Gabe. Otra vez comenzó a caminar cuando saltar se le hizo doloroso, pensó que debería ser la medianoche, que Gabe dejaría de vigilar la casa de Margie cuando saliera el sol, que ella sólo tendría que caminar durante seis horas -¿podría caminar seis horas?-, y que luego quedaría libre.
O podría escapar. Eso es lo que haría Gabe. ¿Cómo se escapa una de un congelador? Debería haber un pestillo de seguridad en la maldita puerta, pero una no podía quedar encerrada por accidente en este congelador, alguien tenía que cerrar la puerta deliberadamente, entonces no había pestillo de seguridad porque ese imbécil de Patrick no se había dado cuenta de que su mejor amigo trataría de transformar a su futura nuera en un helado de fruta treinta años más tarde.
Piensa, se dijo a sí misma. Actúa como Gabe. Deja de gimotear y piensa. ¿Qué elementos tenía a su disposición? Veinte años de expedientes. Si tuviera un fósforo, podría prenderlos fuego. Entonces al menos habría un poco de luz. Claro que también quedaría atrapada en un congelador lleno de llamas. Y dióxido de carbono, puesto que el fuego tendía a agotar el oxígeno.
Oxígeno.
Los congeladores eran herméticos.
¿Cuánto tiempo le quedaba? Seis horas hasta que Gabe volviera a su casa. ¿Cuánto más hasta que la encontrara? ¿Cuánto aire respiraba por hora? ¿Cuánto aire ya había usado, al moverse rápido?
Si disminuía la velocidad, se moriría congelada. Si aceleraba, se ahogaría. ¿Por qué no había un término medio?
Maldito Trevor. Iba a matarla. De la misma manera en que había matado a Lynnie. Lynnie. Ella sí era un modelo. Lynnie no había cedido, no le había permitido dominarla. Había sido una mujer fuerte, no había transigido, no había dejado que los hombres la defraudaran.
Claro que Lynnie estaba muerta. Tal vez la pregunta «¿Qué haría Lynnie?» no era la inspiración adecuada para ese momento.
Necesito ayuda, pensó. No puedo salir sola de aquí. Necesito refuerzos. Necesito a Gabe.
La idea le dio náuseas. No debería necesitar a nadie, debería ser capaz de salvarse sola, una mujer fuerte podría salvarse a sí misma sin tener que confiar en ningún hombre. Durante la media hora siguiente, recorrió la oscuridad en busca de alguna abertura, alguna posibilidad; apiló cajas para llegar hasta el techo, y cada vez tenía más desesperación y más frío, y el frío la hacía sentirse más enferma y con más sueño.
No voy a darle a Trevor Ogilvie la satisfacción de mi muerte, pensó y repitió en la cabeza, como una afirmación, mientras buscaba algo, cualquier cosa, un interruptor, tal vez podría apagar el congelador, eso era una idea. De todas formas se ahogaría, pero…
La puerta se abrió y entró la luz, y Marlene ladró histéricamente mientras Gabe decía:
– ¿Nell?
– Oh, gracias a Dios -dijo Nell y salió del congelador tropezándose para caer entre sus brazos.
– ¿Qué diablos? -dijo Gabe, pero la atrapó en la puerta y la sacó, y luego cerró el congelador con un golpe.
– Arráncale la puerta a esa maldita cosa -dijo Nell, estremeciéndose incontrolablemente contra el cuerpo de Gabe-. Elimina todo eso. Es horrible.
Gabe la apretó con más fuerza.
– Dios, pareces de hielo. ¿Quién…?
– Trevor -dijo Nell-. Sácame de este depósito.
– ¿Él te encerró? ¿Dónde está?
– No lo sé. -Se dio cuenta de que estaba temblando; por el frío, pensó, y la adrenalina y el cansancio y el miedo-. Quería los expedientes del 82. Debe de habérselos llevado. También se llevó tus llaves. No sé qué…
Afuera rugió un motor, y Gabe dijo:
– Ése es mi auto. -La soltó y corrió hacia la sala de recepción, y Nell lo siguió a tiempo de verlo salir por la puerta.
– Oye, bueno, yo estoy bien -dijo, sin dejar de temblar, y después oyó el chirrido de unas ruedas y un ruido que sonó como una explosión, breve y agudo y duro y fuerte.
– Si Dios existe -le dijo a Marlene-, ése era el bastardo de Trevor.
– Ese era mi auto -dijo Gabe, cuando estaban todos reunidos en la oficina dos horas más tarde, después de que los paramédicos habían llevado a Trevor al hospital y la policía había mandado a remolcar los restos del Porsche.
– Sí, qué egoísta de su parte tratar de suicidarse en tu auto -dijo Nell, abrazando a Marlene que estaba caliente como una tostada.
– No trató de suicidarse -explicó Riley-. Se llevaba el auto para revisarlo. Una idea brillante de Gabe.
– No me lo recuerdes -dijo Gabe.
– ¿Fue idea tuya? -le preguntó Nell.
– Era el único lugar en el que no habías mirado -dijo Gabe-. Se lo dije la semana pasada, porque pensaba que él trataría de llegar al auto. Y, por supuesto, como se trataba de Trevor, esperó.
– ¿Entonces qué pasó? -dijo Suze-. ¿Por qué chocó contra el parque?
– Un Porsche 911 no es un auto común -explicó Riley-. El retraso de la turbina es de locos.
– Perdió el control -dijo Gabe-. Fue sólo su mala suerte lo que lo hizo dirigirse hacia el parque y dar contra esas columnas de piedra.
– ¿Retraso de la turbina? -le dijo Suze a Riley.
– Se demora -dijo Riley-. Y, por una vez en la vida, Trevor no se demoró. Debe de haber pisado a fondo el acelerador. Lo que significa que, después de la demora, salió volando a toda velocidad.
– No me importa ni Trevor ni el retraso de la turbina -dijo Nell, sujetando con fuerza a Marlene-. ¿Qué demonios pasó en 1982, de todas maneras?
– Mi papá murió -dijo Gabe.
– Oh -dijo Nell.
– No quiero pensar más esta noche. -Riley se puso de pie-. Si quieren pueden quedarse levantados y buscar datos sobre Stewart en los expedientes de 1982, pero yo me voy a la cama.
Suze también se puso de pie.
– Voy al lado a quedarme con Margie. Ni siquiera quiero pensar en cómo le explicaremos todo esto mañana.
Riley le sostuvo la puerta para que pasara, y Suze se paró cerca de él durante un momento y luego se fue. Cuando Riley también subió, Gabe le dijo a Nell:
– ¿Estás segura de que te encuentras bien?
– No -dijo Nell, aferrando con más fuerza a Marlene-. ¿Qué habrías hecho si Trevor te hubiera encerrado allí dentro?
– No tengo idea -dijo Gabe-. ¿Por qué?
– Me lo pasaba pensando que tú habrías sabido qué hacer -dijo Nell-. Me sentía estúpida, a punto de morir congelada en la oscuridad. Tú jamás le habrías permitido meterte ahí, en primer lugar.
– Tal vez. Depende de las circunstancias.
– Amenazó con matar a Marlene.
Gabe se quedó en silencio un momento, y después dijo:
– Tiene conmoción y fracturas múltiples.
– Bien-dijo Nell-. ¿Cómo sabías que yo estaba allí?
– Llamé para asegurarme de que cerraras la oficina, y Suze dijo que habías bajado aquí, y como nadie respondía, volví y encontré a Marlene con un ataque de nervios frente a la puerta del congelador. Así que tomé la llave extra que tengo en el escritorio y…
– ¿Marlene? -Nell besó la punta de la peluda cabecita de la perra-. Marlene, mi heroína, me salvaste.
– Bueno, yo ayudé -dijo Gabe.
– Sí, lo hiciste. -Nell lo miró a la luz de la lámpara, el héroe que la había salvado. Esa clase de hombres era peligrosa, pensó. Una mujer podía empezar a depender de esa clase de hombres.
Él le sonrió, con una preocupación sana por ella, y ella pensó: al diablo con todo. Por esta noche, ella sería esa clase de mujer.
– Tú también recibirás tu recompensa -le dijo y lo arrastró hacia arriba, resuelta a sentir calor otra vez, de una manera o de otra.
A la mañana siguiente, Nell y Suze ayudaron a una impresionada y sobria Margie a empacar las cosas que no había podido vender a través de eBay y a mudarse a la casa de Chloe. Mientras sacaban sus últimas cosas, Budge se había interpuesto, le había prohibido marcharse, y Margie lo había mirado durante un momento y después le dijo: «Lo siento, Budge, creo que malgastaste siete años», y lo dejó mientras él balbuceaba a sus espaldas, echando saliva por la boca. Esa tarde, Suze llevó a Margie al hospital para visitar a Trevor, y Nell bajó a la oficina envuelta en el pulóver más grueso de Gabe. Ya no tenía frío, pero era una sensación agradable tener algo caliente a su alrededor, en especial tan caliente como Gabe. Todo concordaba con que él la hubiera rescatado, pensó. Por lo menos Gabe no lo había hecho como Budge, esperando una vida de servicios agradecidos a cambio. Con Gabe, todo podía arreglarse en un día de trabajo normal. Eso lo podía aceptar.
Entró en la oficina de él y dijo:
– Está bien, estuve pensando.
Gabe estaba sentado detrás de su escritorio, con aspecto de cansado, contemplando el espacio como si estuviera sumido en profundos pensamientos, y ella se sentó al otro lado del mueble mientras Marlene encontraba un lugar en la alfombra donde daba el sol y se estiraba.
– Tenías razón -dijo ella-. En cuanto a que yo estuve aquí siete meses y tú toda la vida. Yo no ayudé nada anoche, ni siquiera dejé un rastro de pedacitos de pan…
– ¿De qué demonios estás hablando? -dijo, enfocándola con el entrecejo fruncido-. Estabas encerrada dentro de un congelador.
– Esa cosa de la igualdad -dijo Nell-. La deseo para no quedar otra vez con nada. Pero no me la he ganado. Mis siete meses son una gota en el mar en comparación con lo que tú sabes. Está bien. No necesitamos estar casados para trabajar juntos. Puedo esperar hasta que haya aprendido más.
– Tú piensas demasiado, maldita sea -dijo Gabe-. Vi a Trevor esta mañana.
– Yo no pienso demasiado, maldita sea -dijo Nell, irritada por que no se le prestaba atención-. Estoy capitulando, imbécil.
– Mi papá escribió una carta en 1982 -prosiguió Gabe como si ella no hubiera dicho nada-. Una de esas cosas del tipo en el caso de mi muerte. En ella confesaba haber ayudado a Trevor a ocultar el asesinato de Helena.
– Oh -dijo Nell, momentáneamente distraída-. En 1982.
– Sí. El mismo año en que murió mi mamá, y que nació Lu, y su corazón comenzó a traerle problemas. Creo que él… -Gabe sacudió la cabeza-. Oh, diablos, no tengo idea de lo que él pensaba. Quiero creer que estaba por fin tratando de hacer lo correcto. En la carta, decía que iba a ir a la policía, pero primero iba a contarle a Trevor y a Stewart lo que iba a hacer, para que se prepararan.
– Y entonces se murió de un ataque al corazón -dijo Nell.
– Y entonces Stewart lo encerró en el congelador -dijo Gabe-, y esperó hasta que estuviera muerto, y lo puso arriba en la cama, y nunca nos enteramos. El doctor firmó el certificado de defunción sin una autopsia.
Nell sintió que perdía el aliento.
– ¿Cómo…?
– Me lo contó Trevor -dijo Gabe-. Hace aproximadamente una hora. La policía encontró la carta en los expedientes y se la llevó esta mañana. También encontraron a Stewart descongelándose en el baúl de su Mercedes. Está tratando de explicar todo echándole la culpa a los demás: Stewart mató a mi papá, Margie mató a Stewart, Jack mató a Lynnie e incendió tu departamento, y Trevor sólo intenta acallar el escándalo para que la familia no se perjudique.
Tanta muerte, pensó Nell, todo eso porque Trevor no quería estar más casado. Helena, que se disponía a suicidarse porque no sabía quién era si no estaba casada. Margie, qué odiaba a Stewart pero que se quedó con él porque estaban casados y, quince años más tarde, lo golpeó con una jarra porque no podía soportar el hecho de que estuvieran casados. Lynnie, que había estado alimentando un resentimiento porque Stewart no había cumplido su promesa de volver para casarse con ella. Ella y Tim, que se habían mutilado mutuamente porque estaban atrapados el uno con el otro, casados. Jack, que había aprisionado a Suze y Suze que ni siquiera había tratado de huir durante catorce años porque estaban casados. Debería ser más difícil casarse, pensó. Habría que hacer exámenes, obtener una licencia de aprendiz, debería ser necesario algo más que la firma y veinte dólares para obtener un certificado matrimonial.
– No creerías algunas de las explicaciones que está dando -dijo Gabe.
– ¿Tú hasta dónde le crees?
– Creo que Stewart mató a mi papá. Pero Margie no mató a Stewart. Cuando el forense lo desenvolvió, tenía arrancadas las uñas. Trevor lo puso en el congelador vivo y después volvió a envolverlo y lo enterró bajo las costillas grilladas cuando ya se había muerto. Creo que lo hizo a propósito. Creo que fue venganza por lo de mi padre.
– Once años después -calculó Nell-. Trevor esperó mucho tiempo para esa venganza.
– Él tiene talento para eso -dijo Gabe-. Creo que mató a Lynnie, también. Me parece que ella lo presionó demasiado y él la golpeó y la metió en el congelador y después esperó a ver si alguien la encontraba. Pienso que trató de incriminar a Jack por el incendio de tu departamento. Y sé que intentó matarte.
Nell recordó el momento en que estaba indefensa dentro de ese congelador.
– ¿Eso cómo lo explica?
– Accidente. No se dio cuenta de que todavía estabas en el congelador cuando cerró la puerta.
– Estás bromeando.
– Bueno, tiene una conmoción. Además, nunca lo contradicen. Durante varios años cargó con varios homicidios sin culpa alguna. Nadie le pidió cuentas jamás. -Gabe la miró a los ojos-. No tenía a alguien como tú.
– Me perdí algo en esto -dijo Nell.
– Estuve pensando -explicó Gabe-. Esa carta se perdió porque mi tía era una pésima secretaria. Si mi mamá hubiera estado aquí, le habría entregado la carta a la policía apenas mi papá murió. Habría habido una autopsia. Stewart habría ido a la cárcel, y Margie no habría tenido que permanecer casada con él durante quince años para después golpearlo con una jarra, y Trevor no lo hubiera hecho morir de congelamiento. O a Lynnie. Ni hubiera incendiado tu casa ni intentado matarte. Ni hubiera destruido mi auto. -Ese último comentario parecía el más amargo.
– No sólo una secretaria -dijo Nell.
– Y la razón por la que no estaba aquí -dijo Gabe-, es porque ella y mi padre se habían peleado por lo que él estaba haciendo, por el auto, porque él se negaba a explicarle lo que sucedía. Si él le hubiera confesado todo en 1978, cuando Helena murió, si le hubiera hecho caso, Stewart no habría podido matarlo cuatro años más tarde.
– Si tú no fueras tan controlador -dijo Nell-, no habrías llamado para asegurarte de que yo había cerrado todo con llave. No me habrías rescatado. Yo estaría muerta. Puedes jugar eternamente al juego del «si». Es el pasado. Olvídalo.
– No estás escuchándome. -Gabe se levantó y se ubicó frente a ella, inclinándose hasta acercar su rostro al de Nell, y puso las manos sobre los apoyabrazos de la silla-. No tiene importancia, siete meses o veinte años, eso no significa nada. No somos socios igualitarios. Jamás lo seremos. Nos complementamos. Nos controlamos mutuamente. Somos necesarios para la supervivencia del otro.
– Oh -dijo Nell.
– Podemos casarnos -dijo Gabe-. Ahora lo entiendo. Sin resentimientos. Yo también lo necesito. No quiero ser como mi padre.
– Tú no eres como tu padre -dijo Nell, escandalizada por la posibilidad de que él creyera eso.
– Bien. -Gabe se enderezó-. Necesitamos una gerente de oficina. Riley salió a hacer una averiguación de antecedentes, y Suze fue a darle la buena noticia a Becca. Si quieres el puesto, es tuyo.
– Quiero el puesto -dijo Nell, y recordó la última vez que había dicho eso, en una oficina en penumbras con las persianas bajas, pensando que él era el diablo. Recorrió con la mirada la inapeable oficina y los restaurados muebles tapizados en cuero y la madera resplandeciente, miró a Marlene, tomando sol sin el impermeable, y a Gabe, que se veía tan cansado como en aquel momento pero diferente. Más feliz, pensó. Debido a mí-. ¿Qué buena noticia?
– Oh. El tipo de Becca decía la verdad. Suze hizo la averiguaron ayer. Becca se va de vacaciones a Hyannis Port.
– Estás bromeando -dijo Nell-. Bueno, bien. Alguien se merece un final feliz.
– Oye -dijo Gabe.
– Además de mí -dijo Nell-. Y tú. Y Suze y Riley.
– Eso está por verse.
– Eres un cínico. -Nell volvió a mirar la habitación y pensó: el resto de mi vida-. Yo, por otra parte, soy optimista. He decidido que es bueno que Trevor haya quemado mis porcelanas.
Gabe parecía desconcertado.
– En serio. Y eso se debe a que…
– Era mi pasado -dijo Nell-. Y hay que soltar el pasado para hacer un futuro. Lo mismo con tu auto. Trevor te hizo un favor cuando lo destruyó, era un mal recuerdo. Ahora puedes olvidarlo y seguir adelante.
– A mí me gustaba ese auto -dijo Gabe, sonando mucho más exasperado que lo que la situación merecía.
– A mí también me gustaban mis porcelanas -replicó Nell, igualmente exasperada porque él no entendía-. Pero es bueno que ya no estén más. -Miró a Gabe con el entrecejo fruncido-. Debes dejar de llorar por el auto.
– Ya lo he superado -dijo él-, pero acabo de malgastar siete mil dólares en un regalo de bodas que no quieres. Tienes que mantenerme actualizado con estas cosas.
– ¿Regalo de bodas? -dijo Nell, y Gabe suspiró y señaló una gran caja de cartón que estaba junto a su escritorio.
– Llegó por correo recién. Bienvenida al pasado.
Ella se sentó en el suelo y la abrió y se encontró con un montón de porcelanas envueltas en plástico con burbujas, y cuando desenvolvió la primera pieza, era la azucarera Secretos.
– Las compraste otra vez -dijo, y se quedó sin aliento-. Volviste a comprar mis porcelanas.
Él se sentó sobre el borde del escritorio, al lado de ella.
– ¿Entonces el pasado está bien?
Ella recorrió con los dedos el lado plano de la azucarera, los pasó por la imagen de dos casas juntas, que daban a una colina junto al río que corría azul y libre.
– Esto no es el pasado -dijo, sabiendo que cada vez que la mirara, recordaría que Gabe la había rescatado para ella, que él había estado cuando ella lo necesitó-. Esto eres tú. -Volvió a mirar las casas, apoyadas la una contra la otra en la cima de la colina, mientras las columnas de humo que salían de las dos chimeneas subían paralelas hacia el cielo-. Esto somos nosotros.
– Bien -dijo Gabe-. Porque no creo que el tipo acepte que se las devuelva. -Su voz sonaba ligera, pero cuando ella se volvió para mirarlo, sus ojos estaban oscuros y rezumaban seguridad.
– Te amo -dijo Nell.
– Yo también te amo -dijo él-. Legalicémoslo.
Él estaba allí sentado, bajo la luz del sol, el diablo encarnado, tentándola con una eternidad de calor y luz. El matrimonio es una apuesta y una trampa y una invitación al dolor, pensó Nell. Es compromiso y sacrificio, y quedaré para siempre atrapada con este hombre y su maldita y horrible ventana.
Gabe le sonrió y a ella el corazón le dio un vuelco.
– Cobarde.
– Yo no -dijo Nell-. Yo me caso.
Jennifer Crusie
Jennifer Smith tomó su sobrenombre Crusie para firmar sus novelas en honor a su abuela materna (que la llamaban así por nacer en un crucero).
Nació en Wapakoneta, Ohio en 1949. Se graduó en la Escuela secundaria de Wapakoneta y obtuvo su licenciatura en la Universidad Estatal de Bowling Green en Educación Artística. Se casó en 1971 y vivó en Wichita Falls, Texas, hasta que su marido (perteneciente a la fuerza aérea) fue trasladado a Dayton, Ohio.
Jenny enseñó a prescolar hasta que su hija, Mollie, nació. Después trabajó como profesora de arte en secundaria a la vez que regresó a la Universidad para obtener un título en Literatura Británica y Americana del siglo XIX. En el verano de 1991, comenzó su tesis investigando sobre las estrategias de narración y buscando la diferencia en la forma de contar historias entre hombres y mujeres. Para ello tenía previsto leer cien novelas románticas femeninas y cien novelas de aventuras masculinas. La novela romántica le sedujo tanto que nunca leyó las novelas de ficción masculinas y decidió probar a escribir.
En agosto de 1992 vendió su primer libro Arden. Dedicándose a ello a tiempo completo. Ha escrito 15 novelas y ha sido publicada en 20 paises. Es ganadora de dos premios RITA a la mejor novela romántica contemporanea: En 1995 por Getting Rid of Bradley y en 2005 por Bet Me.