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Capítulo 1

El hombre que estaba detrás del atestado escritorio parecía el diablo, y Nell Dysart dedujo que eso no era extraño considerando que de todas formas hacía un año y medio que estaba camino al infierno. Encontrarse con Gabriel McKenna sólo quería decir que ya había llegado a destino.

– Sí, me parece que deberías investigar eso -le dijo él al auricular del teléfono con una impaciencia apenas disimulada, mientras sus agudos ojos telegrafiaban su irritación.

Era grosero hablar por teléfono delante de ella, pero él no tenía una secretaria que atendiera el teléfono en su lugar, y ella estaba allí para solicitar un puesto, no como cliente, y él era un detective, no un vendedor de seguros, por lo que era posible que las reglas normales de las relaciones sociales no se aplicaran.

– Iré el lunes -dijo-. No, Trevor, no sería mejor esperar. Hablaré con todos ustedes a las once.

Sonaba como si estuviera hablando con un tío problemático, no con un cliente. El negocio detectivesco debía de ser muchísimo mejor que el aspecto que tenía ese lugar si él podía tratar a los clientes de esa forma, en especial a clientes llamados Trevor. El único Trevor que Nell conocía era el padre de su cuñada, que era más rico que Dios, entonces tal vez Gabe McKenna era en verdad poderoso y exitoso y sólo necesitaba que alguien manejara su oficina y la pusiera en orden. Era algo que ella podía hacer.

Nell recorrió con la mirada la destartalada habitación y trató de tener una actitud positiva, pero el lugar se veía oscuro bajo la otoñal luz de una tarde de septiembre, más oscuro todavía porque las antiquísimas persianas de los igualmente antiguos ventanales estaban cerradas. El Edificio McKenna estaba en la esquina de dos de las calles más bonitas del German Village, un barrio en el que la gente pagaba montones de dólares para poder mirar desde sus ventanas los ladrillos de las históricas calles y la arquitectura de Ohio, pero Gabriel McKenna tenía las persianas bajas, probablemente para no ver el desorden que había en la oficina. Las paredes estaban cubiertas con fotos en blanco y negro llenas de polvo, los muebles necesitaban una limpieza y encerado, y al escritorio había que pasarle un arado. Nunca, en toda su vida, había visto tanta basura en una sola superficie, solamente contando los vasos de plástico…

– Sí -dijo él, con voz baja y firme. La luz de la lámpara de su escritorio, que tenía una pantalla verde, le proyectaba sombras en el rostro, pero ahora que sus oscuros ojos estaban cerrados, estaba lejos de parecer satánico. Era más como un empresario promedio, de cabello oscuro y cuarentón, con una camisa a rayas y una corbata floja. Como Tim.

Nell se puso de pie abruptamente y dejó caer su cartera sobre la silla. Se dirigió al ventanal para abrir las persianas y hacer que entrara un poco de luz. Si limpiaba la oficina, él podría dejar las persianas abiertas para dar una mejor impresión. A los clientes les gustaba hacer los negocios a la luz, no en un pozo del infierno. Dio un tirón al cordón pero éste se quedó inmóvil, entonces volvió a tirar, con más fuerza, y esta vez se salió y le quedó en la mano.

Oh, grandioso. Ella miró hacia atrás, pero él seguía hablando por teléfono, los anchos hombros encorvados; entonces empujó el cordón sobre el alféizar. Se cayó sobre el piso de madera, y el extremo de plástico hizo un sonido agudo y hueco cuando chocó, y ella se inclinó sobre la ventana, cubierta por la persiana, para levantarlo de atrás de la silla que se interponía en el camino. Estaba justo fuera del alcance de sus dedos, otra maldita cosa que estaba fuera de su alcance; entonces ella empujó las persianas con más fuerza, estirándose para tocarlo con las puntas de los dedos.

La ventana se quebró contra su hombro.

– Hasta el lunes -dijo él por teléfono, y ella pateó el cordón detrás del radiador y volvió a su asiento antes de que él pudiera darse cuenta de que le estaba destruyendo la oficina.

Ahora tendría que obtener el puesto para poder ocultar las huellas de su vandalismo. Y, además, estaba ese escritorio; alguien tenía que salvar a este tipo. Y además estaba el dinero que necesitaba para pagar el alquiler y otros lujos. Alguien tiene que salvarme, pensó.

Él colgó el teléfono y se volvió en dirección a ella, con aspecto cansado.

– Lo lamento, señora Dysart. Se dará cuenta de lo mucho que precisamos una secretaria.

Nell miró el escritorio y pensó: Necesitas más que una secretaria, amigo. Pero dijo:

– Todo está perfectamente bien. -Iba a mostrarse alegre y dispuesta costara lo que costase.

Él recogió su curriculum.

– ¿Por qué se fue de su último trabajo?

– Mi jefe se divorció de mí.

– Es una buena razón -dijo él, y comenzó a leer.

Ese hombre tendría que mejorar su talento para relacionarse con las personas, pensó ella mientras bajaba la mirada y la dirigía a sus sensatos zapatos negros, firmemente plantados sobre la antigua alfombra oriental donde no podrían volver a meterla en problemas. Ahora bien; si se hubiera tratado de Tim, éste le habría ofrecido sus condolencias, un pañuelo de papel, un hombro sobre el que llorar. A continuación le habría sugerido la adquisición de alguna póliza de seguros, pero se habría mostrado compasivo.

Había una mancha en la alfombra, y ella la frotó con la punta de un zapato, tratando de borrarla. Las manchas hacían que un lugar diera sensación de fracaso; los detalles eran importantes en un ambiente de negocios. Frotó con más fuerza, los hilos de la alfombra se separaron y la mancha se hizo más grande; no era una mancha: ella había encontrado un agujero y se las había arreglado para desarmarlo y duplicar su tamaño en menos de quince segundos. Tapó el agujero con el pie y pensó: Llévame, Jesús, llévame ahora.

– ¿Por qué quiere trabajar con nosotros? -dijo él, y ella le sonrió, tratando de verse simpática y entusiasmada, además del aspecto antes mencionado de alegre y dispuesta, lo que era difícil, puesto que era de mediana edad e irritable.

– Me pareció que sería interesante trabajar para una agencia de detectives. -Me pareció que me vendría bien un trabajo para poder ahorrar el dinero del divorcio para mi vejez.

– Se asombraría de lo aburrido que es -dijo él-. La mayor parte de su tarea consistiría en ripear y archivar y atender los teléfonos. Usted está demasiado calificada para este puesto.

Además tengo cuarenta y dos años y estoy desempleada, pensó ella, pero dijo con entusiasmo:

– Estoy lista para un cambio.

Él asintió, con un gesto que daba la impresión de que no creía nada de todo eso, y ella se preguntó si él sería tan similar a Tim que la reciclaría dentro de veinte años; si, con el paso del tiempo, la miraría y le diría: «Estos años nos han distanciado. Juro que no he entrevistado a otras secretarias a escondidas, pero ahora necesito a una persona nueva. Alguien que verdaderamente sepa mecanografiar. Alguien…»

El apoyabrazos de la silla se tambaleó debajo de su mano, y ella se dio cuenta de que había estado tironeándolo. Relájate. Volvió a empujarlo hacia atrás, mientras apretaba el codo contra su costado para evitar que la silla siguiera moviéndose, sin quitar el zapato del punto de la alfombra. Quédate quieta, se dijo para sí.

A sus espaldas, la persiana se agitó y se deslizó un poco.

– Sin duda, usted tiene las habilidades que necesitamos -dijo McKenna, y ella se obligó a sonreír-. Sin embargo, el trabajo que hacemos aquí es altamente confidencial. Tenemos una regla: jamás se habla del trabajo fuera de la oficina. ¿Usted es discreta?

– Por supuesto -dijo Nell, apretando la silla con más fuerza mientras trataba de irradiar discreción.

– ¿Entiende que se trata de un puesto temporal?

– Eh, sí -mintió Nell, sintiéndose de improviso con más frío. Esta era su nueva vida, exactamente igual a su antigua vida. Oyó un débil crack en el apoyabrazos y aflojó un poco la mano.

– Nuestra recepcionista se está recuperando de un accidente y debería estar de vuelta en seis semanas -estaba diciendo él-. Entonces, el 13 de octubre…

– Soy historia -terminó Nell. Por lo menos él le informaba por anticipado que habría un final. Ella no se encariñaría. No tendría un hijo con él. No…

El apoyabrazos volvió a temblar, esta vez mucho más flojo, y él asintió.

– Si quiere el puesto, es suyo.

La persiana volvió a moverse; el sonido de algo oxidado que se deslizaba.

– Acepto el puesto -dijo Nell.

Él rebuscó en el cajón del medio del escritorio y le entregó una llave.

– Con esto podrá entrar en la oficina externa los días en que llegue antes de que mi socio, Riley, o yo hayamos abierto. -Se puso de pie y le ofreció la mano-. Bienvenida a Investigaciones McKenna, señora Dysart. La esperamos el lunes a las nueve.

Nell también se puso de pie, mientras soltaba con suavidad el apoyabrazos con la esperanza de que no se cayera al piso. Buscó la mano de él, extendiendo la propia con violencia, como para demostrar confianza y fortaleza, y golpeó uno de los vasos de plástico. El café se derramó sobre los papeles mientras los dos miraban, las manos entrelazadas sobre la masacre.

– Culpa mía -dijo él, soltándola para agarrar el vaso-. Siempre me olvido de tirar estas cosas a la basura.

– Bueno, ése será mi trabajo las próximas seis semanas -dijo ella, con un aire de absoluta seguridad-. Le agradezco mucho, señor McKenna.

Le dedicó una última sonrisa llena de un optimismo demente y salió de la oficina antes de que sucediera algo más.

Lo último que vio cuando cerraba la pesada puerta fue la persiana, que se resbalaba una vez, rebotaba y después caía con un golpe, exponiendo la ventana con una rajadura en forma de estrella, brillante bajo la luz de la tarde.

Cuando Eleanor Dysart se fue, Gabe miró la ventana rota y suspiró. Encontró un frasco de Bayer en el cajón del medio y tomó dos aspirinas, enjuagándolas con un café de varias horas de antigüedad que había sido horrible cuando estaba caliente, e hizo una mueca cuando alguien golpeó la puerta de su oficina.

Su primo Riley asomó su rubia cabellera por la puerta, haciendo su habitual imitación de un jugador de fútbol norteamericano medio retardado.

– ¿Quién era la delgaducha pelirroja que acaba de irse? Atractiva; pero si aceptamos su caso, deberíamos darle de comer.

– Eleanor Dysart -dijo Gabe-. Va a reemplazar a Lynnie. Y es más fuerte de lo que parece.

Riley miró la ventana con el entrecejo fruncido mientras se sentaba en la silla que Eleanor Dysart acababa de desocupar.

– ¿Cuándo se rompió la ventana?

– Hace unos cinco minutos. Y vamos a contratarla, aunque sea una rompeventanas, porque está calificada y porque Jack Dysart nos lo pidió.

Riley parecía disgustado.

– ¿Una de sus ex esposas de la que no habíamos oído hablar? -Se recostó sobre el apoyabrazos, que crujió y se rompió, por lo que tuvo que echarse hacia atrás para no caerse de la silla.

– ¿Qué diablos?

– Cuñada -dijo Gabe, mirando la silla con tristeza-. Divorciada de su hermano.

– Esos chicos Dysart son un infierno para las esposas -dijo Riley, recogiendo el apoyabrazos del suelo.

– Le mencioné a Jack que necesitábamos una temporaria y él la mandó. Trátala bien. Otros no lo han hecho. -Gabe guardó el frasco de aspirinas en el cajón y tomó un papel empapado en café. Usó otro papel para absorber el líquido y se lo pasó a Riley-. Tienes el Almuerzo Caliente el lunes.

Riley se dio por vencido con el apoyabrazos y lo dejó caer al piso para tomar el papel.

– Detesto perseguir a cónyuges adúlteros.

El dolor de cabeza de Gabe se resistía a la aspirina.

– Si las investigaciones de parejas te molestan, tal vez deberías replantearte tu carrera.

– Es la gente, no el trabajo. Como Jack Dysart. Un abogado que cree que el adulterio es un pasatiempo para mí es como el último escalón de la cadena alimentaria. Qué perdedor.

Esa no es la razón por la que lo odias, pensó Gabe, pero eran las últimas horas de una tarde de viernes y no tenía interés en alentar los viejos rencores de su primo.

– Tengo que encontrarme con él y con Trevor Ogilvie el lunes. Los dos socios principales al mismo tiempo.

– Te felicito. Ojalá Jack esté hasta el cuello en problemas.

– Los están chantajeando.

– ¿Chantaje? -dijo Riley, la voz llena de incredulidad-. ¿Jack? ¿Existen cosas que son aún peores que lo que todos saben de él?

– Es posible -dijo Gabe, mientras pensaba en Jack y su total falta de interés por las consecuencias de sus acciones. Era asombrosa la forma en que un abogado atractivo, encantador, egoísta y adinerado podía salirse con la suya. Al menos, eran asombrosas las cosas que Jack hacía sin tener que responder por ellas-. Jack cree que es un empleado descontento que trata de asustarlos. Trevor cree que es una broma y que si esperan unas semanas…

Riley resopló.

– Ahí tienes a Trevor. Un abogado que hizo una fortuna demorando a sus oponentes hasta la muerte. Lo que incluso es mejor que lo que hace Jack, ese ladino hijo de puta.

Gabe sintió una puntada de irritación.

– Oh, diablos, Riley, dale un poco de crédito al hombre; ya van catorce años y sigue casado. Ella pasó los treinta hace bastante y él no se alejó. Por lo que sabemos, hasta podría serle fiel.

Riley lo miró con el entrecejo fruncido.

– No tengo la menor idea de qué estás hablando…

– Susannah Campbell Dysart, el momento definitorio de tu juventud.

– … Pero si tengo que elegir entre el Almuerzo Caliente y Jack Dysart-prosiguió Riley-, me quedo con el Almuerzo Caliente. De todas formas tenía que ir a la universidad el lunes; me queda de paso.

Gabe lo miró con el entrecejo fruncido.

– Pensé que el lunes tenías que trabajar en una investigación. ¿Qué vas a hacer en la universidad?

– Voy a almorzar -dijo Riley, con aire de inocencia.

La irritación de Gabe aumentó. Riley tenía treinta y cuatro años. Ya hacía tiempo que debía haber alcanzado la madurez.

– ¿Ahora estás saliendo con una estudiante de posgrado?

– De primer año -dijo Riley, sin culpa-. Está haciendo una licenciatura en horticultura. ¿Sabías que las coníferas…?

– Entonces ella tiene, ¿cuántos? ¿Quince años menos que tú?

– Trece -dijo Riley-. Estoy expandiendo mis horizontes aprendiendo cosas sobre el mundo de las plantas. Tú, por otra parte, eres tan rutinario que ni siquiera puedes ver tus propios horizontes. Sal con nosotros, encuentra a alguien…

– Con una estudiante. -Gabe sacudió la cabeza, asqueado-. No. Esta noche voy a invitar a cenar a Chloe. Voy a estar con alguien.

Riley sacudió la cabeza, igualmente asqueado.

– Por más que me guste Chloe, dormir con tu ex esposa no te va a sacar de la rutina.

– De la misma forma en que dormir con una estudiante de primer año de la universidad no te va a ayudar a alcanzar la adultez -dijo Gabe.

– Bueno, piensa lo que quieras. -Riley se puso de pie, cordial como siempre-. Dale mis saludos a Jack y a los muchachos el lunes. -Levantó la silla rota y la reemplazó por la que estaba junto a la ventana y luego se marchó, y Gabe comenzó a ordenar el resto de los papeles manchados que estaban sobre el escritorio. Después de una reflexión, levantó el teléfono y apretó la tecla de discado rápido que tenía programado el número del The Star-Struck Cup, la casa de té de su ex esposa. Podría haber cruzado la puerta que comunicaba la sala de recepción de la agencia con la tienda de venta al público de The Cup y hablar con su ex en persona, pero no quería ver a Chloe en ese momento, sólo quería asegurarse de que tendría acceso a su persona más tarde.

Cuando Chloe atendió, con la voz burbujeante en el teléfono, él dijo:

– Soy yo.

– Bien -dijo ella, mientras algunas de las burbujas se disipaban-. Oye, recién estuvo una mujer aquí que compró galletitas de almendra. Alta y delgada. Pelirroja perdiendo el color. Ojos bonitos. ¿Viene de tu oficina?

– Sí, pero no es una clienta, así que puedes ahorrarte el discurso de que tengo que salvarla. Es la reemplazante temporaria de Lynnie.

– Tiene un aspecto interesante -dijo Chloe-. Apuesto que es de virgo. Dame su fecha de nacimiento.

– No. ¿Cena a las ocho?

– Sí, por favor. Tenemos que hablar. Lu piensa que tal vez, se haga un paseo por Europa como mochilera este otoño.

– De ninguna manera. Ya pagué las cuotas del primer trimestre de la universidad.

– Estamos hablando de la vida de tu hija, Gabe.

– No. Apenas tiene dieciocho años. Es demasiado joven para ir sola a Europa.

– Tiene la misma edad que tenía yo cuando me casé contigo -señaló Chloe.

Y fíjate qué mala decisión tomaste.

– Chloe, ella va a ir a la universidad. Si la detesta después del primer trimestre, hablamos.

Chloe suspiró.

– Está bien. En cuanto a esta chica de virgo…

– No -dijo Gabe y colgó, pensando en su adorable y rubia hija que estaba haciendo planes para irse de mochilera a países lejanos llenos de hombres depredadores, mientras su adorable y rubia ex esposa consultaba las mismas estrellas que le habían dicho que se divorciara de él.

Volvió a buscar las aspirinas y esta vez las bajó con el whisky Glenlivet que siempre guardaba en el cajón inferior, como lo había hecho su padre antes que él. Tendría que hacer algo respecto de Chloe y Lu, sin mencionar a Jack Dysart y a Trevor Ogilvie y cualquiera fuera el lío en que se habían metido ellos mismos y a su estudio legal esta vez. La única perspectiva alegre de su futuro era que pocas horas más tarde dormiría con Chloe. Eso siempre era agradable.

¿Agradable? Se detuvo. Por Cristo, ¿qué había pasado con «ardiente»? No podría ser Chloe, ella estaba igual que siempre.

Entonces soy yo, pensó, mirando la botella de whisky escocés en una mano y el frasco de aspirinas en la otra. Estoy acabado; necesito alcohol y drogas para soportar un día entero.

Por supuesto que lo que él tomaba en exceso era Glenlivet y Bayer, no ginebra barata y crack. Sus ojos se detuvieron en la fotografía que estaba en la pared opuesta: su papá y Trevor Ogilvie, cuarenta años antes, las manos de cada uno aferradas sobre el hombro del traje a rayas del otro, sonriendo a la cámara, brindando con vasos de whisky. Una buena y antigua tradición, pensó, y recordó a su padre que decía: «Trevor es un gran tipo, pero sin mí, dejaría de prestar atención a sus problemas hasta que le explotaran en la cara».

Me dejaste más que la agencia, papá.

Sin que eso lo alegrara, Gabe guardó ambas botellas en el escritorio y comenzó a clasificar el desorden para encontrar sus anotaciones. Era una gran cosa que tuvieran una secretaria que empezaría el lunes. Él necesitaba a alguien que obedeciera órdenes y que le hiciera la vida más fácil, como había hecho Chloe cuando había sido su secretaria. Echó una mirada de inquietud a la ventana rota. Estaba bastante seguro de que Eleanor Dysart le haría la vida más fácil.

Y si no era así, la despediría, aunque fuera la ex cuñada de su cliente más importante. Si había algo que no necesitaba en su vida era más gente que lo volviera loco.

De eso ya tenía suficiente.

Al otro lado del parque del barrio, Nell estaba sentada a la gran mesa de cenar de su muy pequeño departamento y decía:

– Y entonces, cuando me estaba yendo, la persiana se cayó haciendo un ruido enorme y ahí estaba la ventana rota.

Miró impasible mientras su cuñada, Suze Dysart, sufría un ataque de hipo por la risa, una belleza platinada incluso cuando jadeaba.

– Tal vez crea que la rompió alguien desde afuera -dijo Margie, la otra cuñada de Nell, desde un costado, con su cara pequeña y poco atractiva mostrando la misma esperanza de siempre por encima de la taza de café que Nell acababa de servirle-. Si tú nunca se lo dices, quizás él jamás se entere. -Sacó un pequeño termo plateado de su cartera mientras hablaba y agregó a su taza la leche de soja que siempre llevaba consigo.

– Él es un detective -dijo Nell-. Por Dios, espero que se dé cuenta; si no estaré trabajando para Elmer Fudd.

– Oh, por Dios, hacía mucho tiempo que no me reía así. -Suze respiró profundamente-. ¿Qué vas a hacer con respecto a la alfombra?

– Tal vez puedas poner la parte agujereada debajo del escritorio. -Margie buscó una galletita de almendra-. Si nunca la ve, tal vez jamás se dé cuenta. -Mordió la galletita y dijo-: Me encantan, pero la mujer que las hace es muy tacaña con la receta.

– Si tú pudieras hacer las galletitas, ¿se las comprarías a ella? -dijo Suze, y cuando Margie sacudió la cabeza, agregó-: Bueno, por eso. -Se volvió hacia Nell y empujó el plato de galletitas hacia ella-. Come y cuéntanos más. ¿Cómo es el lugar? ¿Cómo es tu nuevo jefe?

– Es un desordenado -dijo Nell-. Voy a tardar las seis semanas completas sólo para limpiarle el escritorio. -Ése era un buen pensamiento, organizarle la vida a alguien, volver a estar a cargo de las cosas. Es hora de seguir avanzando, pensó y se quedó inmóvil.

– Ay. -Margie miró por debajo de la mesa-. ¿Qué acabo de patear? ¿Por qué hay cajas aquí abajo?

– Mis porcelanas -dijo Nell.

– ¿Todavía no has desempacado las porcelanas? -Margie sonaba escandalizada.

– Ya lo va a hacer. -Suze dirigió una inconfundible mirada de cállate en dirección a Margie.

Esta, por supuesto, no la vio.

– Si ya hubiera sacado las porcelanas, podría mirarlas, y eso la haría sentirse más instalada.

– No, no lo haría -dijo Suze, todavía mirándola fijo e intencionadamente-. Las mías están fuera de las cajas y me dan ganas de vomitar, aunque eso puede ser porque me quedé con las espantosas porcelanas de los Dysart.

– A mí me encanta mirar mis platos -dijo Margie tristemente sobre su café, lo que no era ninguna novedad para el resto de la mesa. Ninguna mujer del planeta tenía tanta vajilla de cerámica Franciscan Desert Rose como Margie.

Por fin Suze consiguió que Margie la mirara, y ésta se enderezó, sonriendo. Nell quiso decir: «Miren, chicas, todo está bien», pero si lo hacía luego tendría que volver a lidiar con las dos tratando de tranquilizarla.

– Bueno, yo creo que es maravilloso -dijo Margie, con fingida alegría-. Este nuevo trabajo y todo eso. A ti siempre te gustó trabajar. -Sonaba levemente intrigada, como si eso fuera un misterio para ella.

– No me gustaba trabajar -dijo Nell-. Me gustaba dirigir mi propia empresa.

– La empresa de Tim -dijo Margie.

– La construimos juntos.

– ¿Entonces por qué la tiene él ahora? -dijo Margie, y Nell deseó que Suze la mirara fijo otra vez.

– Bueno, a mí me gustaría trabajar -se interpuso Suze-. No sé qué quiero hacer, pero después de catorce años de universidad, debo de estar calificada para hacer algo.

Entonces búscate un trabajo, pensó Nell, impaciente al oír una vez más los lamentos de Suze, y luego se sintió culpable. Suze hablaba de trabajar y no hacía nada al respecto, pero Nell tampoco había hecho nada, hasta que Jack había llamado a los McKenna.

Margie seguía obsesionada respecto de Tim.

– Dime que por lo menos te quedaste con la mitad de esos feos premios de vidrio que a él lo ponían tan orgulloso.

Nell mantuvo la calma. Gruñirle a Margie era como patear a un cachorro.

– ¿Los Carámbanos? No. Los dejé en la agencia. No habría sido justo…

– ¿Nunca te cansas de ser justa? -dijo Suze.

, pensó Nell.

– No -dijo-. Y en cuanto al nuevo trabajo, lo único que voy a hacer es atender el teléfono y tipear durante seis semanas. No es una carrera. Es como una práctica, para ponerme en marcha otra vez.

– Es una agencia de detectives -dijo Suze-. Pensé que sería excitante. Sam Spade y Effie Perine. -Sonaba nostálgica.

– ¿Quiénes? -dijo Margie.

– Un detective famoso y su secretaria -dijo Suze-. Los estudié en mi curso sobre cine negro. Siempre pensaba que Sam y Effie tenían los mejores trabajos posibles. El vestuario también estaba bien. -Empujó el plato hacia Nell-. Come una galletita.

Margie volvió a dirigirse a Nell.

– ¿Tu jefe es atractivo?

– No. -Nell revolvió el café y pensó en Gabe McKenna. Decidió que eran sus ojos los que la ponían nerviosa. Eso y el mero peso de su presencia, la amenaza de un potencial ataque de nervios. No era un hombre con quien meterse-. Es alto y de aspecto sólido, y frunce el entrecejo todo el tiempo, y tiene ojos tan oscuros que es difícil descifrarlo. Parece… No sé. Enojado. Sarcástico. -Lo recordó sentado detrás del escritorio, sin prestarle atención a ella-. En realidad, se parece a Tim.

– Eso no suena parecido a Tim -dijo Margie-. Tim siempre sonríe y dice cosas amables.

– Tim siempre está tratando de vender pólizas de seguro -dijo Suze-. Pero tienes razón, eso no suena parecido a Tim. No te los confundas. Tim es un perdedor. Este tipo nuevo puede ser una buena persona. Cualquiera excepto Tim puede ser una buena persona.

Nell suspiró.

– Mira, era muy cortés, pero eso era todo.

– Tal vez estaba reprimiendo la atracción que sentía por ti -dijo Suze-. Tal vez se mostraba distante porque no quería abalanzarse sobre ti, pero su corazón latió más rápido cuando te vio.

Margie sacudió la cabeza.

– No lo creo. Nell no es de la clase de las que vuelven locos a los hombres a primera vista. A los hombres les pasa eso contigo porque eres joven y hermosa, entonces piensas que es así con todas.

– No soy tan joven -dijo Suze.

– No se sentía atraído por mí -exclamó Nell con firmeza-. Esto es sólo un trabajo.

– Está bien -dijo Margie-. Pero tienes que empezar a salir con alguien. Deberías casarte de nuevo.

Sí, ya que eso salió tan bien la última vez.

– Tiene razón -comentó Suze-. No te conviene estar sola. -Lo dijo como si se tratara de un destino peor que la muerte.

– Aunque tal vez no -dijo Margie, mirando el espacio-. Pensándolo bien, siempre son los hombres los que quieren casarse. Mira a Tim, que se casó con Whitney tan rápido.

Ay, pensó Nell, y vio que Suze se volvía hacia Margie, lista para ladrar.

– Y Budge no puede esperar, está volviéndome loca con la idea de fijar una fecha. -Margie mordió su galletita y masticó, inmersa en sus pensamientos-. Saben, se vino a vivir conmigo un mes después de que Stewart se fuera, así que nunca tuve mucha oportunidad de buscar. Podría haber alguien mejor que él.

Nell quedó tan sorprendida que casi dejó caer su taza de café.

Suze dejó la suya sobre la bandeja con un fuerte ruido metálico.

Marjorie Ogilvie Trevor, me asombras. ¿Hace siete años que ese hombre vive contigo y estás pensando en abandonarlo?

– Bueno -comenzó Margie.

– Hazlo -dijo Suze-. No lo pienses dos veces. Si necesitas ayuda para mudarte, cuenta conmigo.

– O tal vez busque un trabajo -prosiguió Margie-. Si te gusta tu trabajo, Nell, quizá me busque uno. Pero no en la agencia. Budge dice que los McKenna tratan con mucha gente de bajo nivel.

– ¿En serio? -dijo Nell, sin importarle. El Budge de Margie parecía un muñequito de chupetín y hablaba como un líder de la mayoría moral-. Me asombra que Budge te deje andar conmigo, entonces.

Margie la miró parpadeando.

– Tú no eres de bajo nivel. Sólo estás deprimida.

Suze empujó el plato de galletitas hacia ella para distraerla.

– Nell no está deprimida. Y hablando de Budge, si vas a quedarte con él, por favor dile de nuevo que no me llame «Suzie». Se lo he recordado en muchísimas ocasiones pero sigue haciéndolo. Una vez más y juro por Dios que le romperé los anteojos.

– A veces me pregunto -dijo Margie, sin prestarle atención-, ya saben. ¿Esto es todo lo que hay?

Nell asintió.

– Yo también solía preguntármelo. A veces recorría con la mirada la agencia de seguros y pensaba: «¿Esto es el resto de mi vida?». Después resultó que no. Confía en mí, Margie, no te pases de lista.

– Tú no te pasaste de lista -dijo Suze-. Tú te casaste con el hombre equivocado.

– No, no es cierto -dijo Nell-. Fue el hombre adecuado durante veintidós años. -Contempló su taza de café-. No es que me haya engañado…

– Oh, por el amor de Dios -dijo Suze-. Si oigo una vez más que no es culpa de Tim porque no te engañó antes de abandonarte, voy a tirar algo. Él te dejó sola y te lastimó tanto que ya ni siquiera comes. -Miró fijo el plato de galletitas, visiblemente disgustada-. Es una basura. Lo odio. Encuentra a otro y comienza una nueva vida.

Mi antigua vida me gustaba. Nell inspiró profundamente.

– Mira, ¿podemos esperar a ver si sobrevivo después de trabajar seis semanas para Gabriel McKenna, antes de lidiar con otros hombres?

– Está bien, seis semanas, pero después sales con alguien -dijo Suze-. Y come ahora.

– Creo que deberíamos desempacar tus porcelanas -dijo Margie.

Dios, sálvame de los que me aman, pensó Nell, y bebió el resto de su café.

Cinco horas más tarde, en su departamento, que estaba en el tercer piso del edificio de la agencia, Gabe habría pensado algo muy parecido si hubiera estado pensando en algo. Después del día que había tenido, lo único que quería era sexo y silencio, y ahora estaba a mitad de camino a su objetivo, apenas fingiendo vagamente que estaba escuchando a Chloe en la cama a su lado.

– Me gustó el aspecto que tenía -estaba diciendo Chloe-. Y miré la fecha de nacimiento en su solicitud, y es de virgo, como había pensado. Va a ser una secretaria excelente.

– Mmmmm.

– Así que me parece que deberías echar a Lynnie y emplear de manera permanente a esta Eleanor -dijo Chloe, de manera muy directa para su voz que por lo general era delicada y sugestiva, y Gabe se despertó un poco-. Incluso antes de saber que Lynnie era de escorpio, no confiaba en ella. Sé que es eficiente, pero no se preocupa por nadie más que por sí misma. Ese cabello oscuro. Eleanor será perfecta para ti.

Gabe no prestó atención a la parte del cabello oscuro -rastrear las asociaciones libres de Chloe podría llevar horas- para concentrarse en el punto importante.

– Chloe, yo no te digo cómo debes manejar tu negocio, así que apártate del mío. -Otro pensamiento se interpuso-. ¿Cómo viste la solicitud?

– Estaba sobre tu escritorio. La busqué después de que te fuiste. Tiene la luna en cáncer.

– Si eso significa que tiene un lindo culo, tienes razón. Mantente lejos de mi oficina. -Gabe rodó a un costado de la cama, con la triste esperanza de que ella se callara.

– Apuesto que alguna vez fue una pelirroja de verdad -dijo Chloe-. Había fuego allí, apostaría cualquier cosa. Pero ahora está todo descolorido. -Lo golpeó con el codo-. Podrías hacer algo al respecto, devolverle parte de ese fuego.

– Ella va a atender el teléfono -le dijo Gabe a su almohada-. A menos que la compañía telefónica la encienda en llamas, no tendrá mucha suerte.

Chloe se sentó en la cama y se recostó sobre el hombro de Gabe, y éste cerró los ojos ante el placer de toda esa cálida suavidad apretándole la espalda. Entonces ella dijo:

– Gabe, me parece que no deberíamos seguir viéndonos.

Gabe giró la cabeza para mirarla. La luna apareció en el cielo e iluminó los rulos cortos y rubios de Chloe, dándole un aspecto angelical y adorable. Qué lástima que estuviera loca.

– Tú vives al lado. Trabajas en el mismo edificio que yo. Duermes conmigo varias veces por semana. ¿Cuál es tu plan? ¿Persianas herméticas?

– Hablo en serio, Gabe. Creo que es hora de que nos separemos.

Gabe volvió a darle la espalda.

– Eso ya lo hicimos. Fue un éxito. Duérmete.

– Nunca escuchas -dijo Chloe, y Gabe sintió el rebote de la cama cuando ella se bajó.

– ¿Adónde vas? -le dijo, exasperado, mientras ella luchaba por vestirse.

– A casa -dijo Chloe, y como era la puerta de al lado, Gabe contestó:

– Bien. Hasta mañana.

– Gabe -dijo Chloe un minuto más tarde, y él se dio vuelta y la vio al pie de la cama, sin corpiño, con una remera con lunas y estrellas, las manos en las caderas, como una niña particularmente demandante.

Como ella no dijo nada, él se enderezó sobre los codos y preguntó, con una paciencia exagerada:

– ¿Qué?

Chloe asintió.

– Bien, estás despierto. Tú y yo hemos permanecido juntos en parte debido a Lu pero más que nada porque no había ninguna otra persona que nos gustara más. Tú eres un hombre muy agradable, pero no somos el uno para el otro, y tenemos el deber de encontrar a nuestros compañeros de alma.

– Te amo -dijo Gabe-. Si no fueras una loca de mierda, seguiría casado contigo.

– Yo también te amo, pero éste no es el gran amor que los dos nos merecemos. Y algún día vas a mirarme y decir: «Chloe, tenías razón».

– Lo diré ahora si te callas y vuelves a la cama.

– Creo que esta Eleanor podría ser la indicada para ti. Dediqué dos horas a su horóscopo, y no puedo decirlo con seguridad sin tener la hora de su nacimiento para averiguar su signo ascendente, pero realmente creo que podría ser perfecta para ti.

Gabe sintió un frió repentino.

– Dime que no se lo dijiste a ella.

– Bueno, claro que no. -Chloe sonaba exasperada-. Mira, sé que odias el cambio, entonces estoy liberándonos a los dos para que puedas empezar de nuevo con Eleanor y yo pueda encontrar el hombre al que estoy destinada.

Gabe se enderezó más en la cama.

– No estás hablando en serio.

– Muy en serio -dijo Chloe y le sopló un beso-. Adiós, Gabriel. Siempre te amaré.

– Espera un minuto. -Gabe rodó hacia el pie de la cama para alcanzarla, pero ella se desvaneció en la oscuridad, y un momento más tarde él oyó que la puerta de su departamento se cerraba con un sonido de final que era extraño para Chloe.

Noventa y nueve de cada cien veces, Chloe hacía exactamente lo que él le decía que hiciera. Estaba claro que ésta era la centésima vez. Volvió a caer sobre la cama y contempló la luz del cielo, deprimido al darse cuenta de que su ex esposa acababa de abandonarlo una vez más.

Una estrella fugaz cruzó la bóveda celeste, y él la vio desvanecerse. ¿No se suponía que traían buena suerte? Chloe lo sabría, pero se había ido. Ahora su futuro consistía en una interminable hilera de días tratando con clientes como Jack Dysart, manteniendo a su hija en la universidad, persiguiendo a una serie de cónyuges adúlteros y viendo cómo su secretaria temporaria destrocaba su oficina, todo eso célibe. «Quiero que me devuelvan mi vida», dijo y rodó en la cama, cubriéndose la cabeza con la almohada para bloquear las estrellas que eran responsables de su desastre más reciente.