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Capítulo 3

– Tienes que admitir que el lugar está más limpio -dijo Riley a la mañana siguiente cuando entró en la oficina de Gabe y lo encontró irritado frente a su escritorio.

– Tan limpio que no puedo hallar nada. -Gabe revisó los papeles que tenía en la mesa-. Ella apiló las cosas.

– Así son las mujeres. -Riley se sentó frente a él y estiró las piernas-. Mira el lado bueno. Ahora está concentrándose en el baño. Eso sólo puede ser una buena noticia.

– Ya encontrará alguna forma de hacer que eso me arruine el día.

– Sabes, vamos a tener que contratarla como permanente.

– Oh, Dios. -Gabe sabía que tenía razón, pero no quería pensar en eso-. Entonces, ¿qué pasó ayer?

– Hice el Almuerzo Caliente. Gina engaña a su marido. Qué sorpresa.

– ¿Alguien que conozcamos?

Riley sacudió la cabeza.

– Jamás lo había visto antes. Llevaba una corbata verdaderamente horrible y miraba a Gina como si ella fuera lo mejor que le sucedió en la vida. Si supiera. Ella me saludó y me dijo que te envía cariños.

Gabe sacudió la cabeza.

– Y la gente piensa que el trabajo detectivesco es excitante.

– ¿Qué pasó en O & D?

Gabe le contó.

– ¿Jack está engañando a su esposa otra vez? -dijo Riley-. Nunca aprende.

– Eso es, mantén la mente abierta. -Gabe suspiró-. No creo que ninguno de ellos sea culpable. Pero sí creo que Trevor mintió respecto de las acusaciones de la mujer. Me cuesta creer que él esté saliendo con otras.

– Es cierto -dijo Riley-. Trevor no es de los que trabajan con las manos.

– Y sé que me mintió sobre la manera en que ella quería recibir el dinero. -Gabe se inclinó hacia atrás-. Creo que fue a verla.

– ¿Y Jack lo sabe?

– Tal vez. Budge Jenkins me llamó primero. Después hubo una segunda llamada de Jack para restarle importancia a todo el asunto, me dijo que no empezara a investigar hasta que habláramos. Y luego recibí una llamada de Trevor tratando de cancelar la reunión. -Sacudió la cabeza-. Uno se pregunta qué pasaría si Budge se encontrara con un problema que no puede divulgar, si Jack se encontrara con otro que no puede resolver hablando rápido y con encanto personal, y si Trevor se encontrara con otro que no puede demorar hasta que desaparezca.

– Entonces Trevor y Jack están ocultando algo y dejaron afuera a Budge. -Riley pensó un poco y sonrió-. Detestaría ser Budge en este preciso instante.

Gabe asintió.

– Tengo esta fea sensación de que la forma de averiguar quién está chantajeando a los clientes es investigar a los clientes.

– Déjame hacer la parte fácil -dijo Riley, poniéndose de pie-. Yo me ocupo de averiguar si Jack está engañando a su esposa.

Gabe sacudió la cabeza.

– No vamos a investigar el tema. Ellos no lo quieren, y no tenemos tiempo.

– Tal vez lo haga sólo porque sí-dijo Riley.

– No sería sólo porque sí-dijo Gabe-. Sería para atrapar a Jack Dysart. No puedo creer que todavía sientas hostilidad por causa de esa mujer después de catorce años.

– ¿Qué mujer? -dijo Riley y salió, pasando de largo a Nell que estaba entrando.

– Necesito su agenda -ella le dijo a Gabe con energía.

– ¿Para qué? -respondió él, sintiendo la necesidad de irritarla.

– Porque sus citas no están en la computadora, y necesito cargarlas.

– Bien. -Gabe le entregó la agenda.

– Gracias. -Ella la tomó y se volvió hacia la puerta.

– Señora Dysart -dijo él, detestando lo que pronunciaría a continuación.

– ¿Sí? -respondió ella pacientemente.

– ¿Le gustaría un puesto permanente?

Ella lo sorprendió cuando hizo una pausa de un minuto.

– ¿Podría arreglar lo de las tarjetas de presentación?

– No.

Ella suspiró.

– Sí, me gustaría un puesto permanente.

– Está contratada -dijo él-. No cambie nada.

Ella le lanzó una mirada que era completamente indescifrable y se marchó.

– Sí, va a ser una gran ayuda -le dijo él a la habitación vacía y se volvió a su escritorio, prolijamente ordenado, para avanzar con su trabajo.

Una hora después, cuando ambos socios se habían ido y todavía faltaba limpiar el baño, Nell comenzó a ingresar las citas de Gabe en el anticuado sistema de la computadora de la agencia. Después de tipear los compromisos futuros, Nell revisó las fechas del año anterior en la agenda y se dio cuenta de que lo había juzgado mal. Podía ser un demonio controlador, pero era un demonio controlador que trabajaba mucho. Con razón no se había dado cuenta de la estafa de Lynnie; apenas había tenido tiempo para tomar aliento. Una importante cantidad del trabajo que había hecho consistía en investigaciones de antecedentes para Ogilvie y Dysart, y Nell se detuvo el tiempo suficiente para revisar también las citas anteriores de Riley. Más de O & D, cerca de un cuarto de toda la actividad de la empresa.

La puerta se sacudió y ella levantó la mirada de la pantalla de su computadora para encontrarse con su apuesto hijo, que entraba con una bolsa de papel en una mano y una bebida en la otra.

– El almuerzo -dijo Jase, atacándola con esa irresistible sonrisa que lo había librado de problemas durante veintiún años-. Además quería ver tu nueva mina de oro.

Nell le devolvió la sonrisa a pesar de sí misma. Él era un muchacho tan norteamericano, alto y sólido y abierto.

– Te ves maravilloso.

– Tienes que decir eso, eres mi madre. -Depositó la bolsa y la bebida sobre el escritorio y la besó en la mejilla-. La tía Suze dice que se supone que tienes que comer, así que come. No quiero que ella me persiga.

Nell no prestó atención a la bolsa y levantó la bebida.

– ¿Qué hay aquí?

– Leche malteada de chocolate. Me dijo que trajera algo con muchas calorías. -Recorrió la sala de recepción con la mirada-. ¿Así que hace un día y medio que estás aquí y esto sigue así? ¿Qué estuviste haciendo todo este tiempo?

– Conociendo a mi jefe -dijo Nell mientras Jase se sentaba en el sofá, cuyas frágiles patas crujieron con el peso-. Es un tipo difícil. Tal vez tenga que hacer algunas cosas a escondidas de él. -Abrió la bolsa y trató de no echarse hacia atrás ante el olor de la grasa caliente. Te ves como un demonio, se dijo a sí misma. Come. Sacó una papa frita-. Entonces, ¿qué novedades hay? ¿Cómo está Bethany?

– No lo sé. No la he visto en un par de semanas.

– ¿Otra vez? -Nell puso la papa de vuelta en la bolsa-. Jase, es la cuarta chica este año.

– Oye, tú no quieres que me vuelva demasiado serio tan joven, ¿verdad?

– No -dijo Nell-. Pero…

– Entonces agradece que practico. De esa manera, cuando esté listo para sentar cabeza, sentaré cabeza. Y no engañaré a nadie. -Jase vaciló un poco-. Quiero decir: no tiene sentido que me vuelva serio ahora, todavía tengo dos años más en la universidad, y quién sabe qué pasará después de eso. Ni siquiera sé qué quiero ser cuando crezca. -Volvió a sonreírle, brillante e inocente como cuando tenía seis años.

– Te amo -dijo Nell.

– Lo sé -dijo Jase-. Tienes que hacerlo. Eres mi mamá. Es parte del trato. Ahora come algo.

– Estoy haciéndolo. -Nell metió la mano en la bolsa de las papas fritas. -¿Ves? -Masticó una, tratando de que el gusto a grasa no le diera arcadas-. Aunque debo admitir que no soy una fanática de las papas fritas.

– Antes lo eras -dijo Jase-. Les echabas vinagre, como la abuela, ¿recuerdas? Uno de los mejores olores que conozco es el del vinagre con aceite caliente gracias a ustedes dos.

– Bueno, por lo menos te di buenos recuerdos -dijo Nell.

– Me diste un montón. -Jase se puso de pie y se inclinó por encima del escritorio para volver a besarla-. Tengo que irme. Prométeme que comerás eso.

– Haré lo mejor que pueda -dijo Nell.

Cuando se fue, arrojó la bolsa en la basura y volvió a dedicarse a la computadora y a la agenda de Gabe. Era realmente asombrosa la cantidad de trabajo que hacía ese hombre. Era de imaginarse lo que podría llegar a lograr una vez que ella lo organizara.

Comenzó a tipear una vez más, tecleando las palabras mientras pensaba en todas las cosas que podía hacer para arreglar Investigaciones McKenna.

El miércoles, Nell llegó a la agencia a las nueve en punto, pero Gabe no estaba. Se sorprendió cuando se sintió vagamente desilusionada, como si hubiera estado a la defensiva por nada. Era como empujar con fuerza una puerta que se abría fácilmente; se sentía estúpida y torpe, todo junto. Hizo café y le sirvió una taza a Riley y se la llevó, y luego se dirigió al cuarto de baño para atacar la última frontera.

– ¿Qué está haciendo? -le gritó Riley cuando salió de su oficina media hora más tarde para devolverle la taza vacía.

– Limpiando el baño -dijo Nell, secándose las manos con una toalla de papel mientras salía y se encontraba con él, que contemplaba las cuatro bolsas blancas de basura que había conseguido llenar hasta el momento-. Ustedes no quieren que arregle ninguna otra cosa, y allí hay suciedad desde los años de la Guerra Fría.

Riley frunció el entrecejo.

– ¿Qué le gustaría arreglar en vez de esto?

– Las tarjetas de presentación. Repintar la ventana. Cambiar el sofá -dijo Nell, mientras su voz se volvía más enérgica-. Hablarle con dureza a Lynnie. Pero el jefe dice que no. -Lo miró-. Usted es socio de esta empresa. Deme permiso para hacer lo que quiero. -Sonó como una orden, por lo que agregó-: Por favor.

– ¿Enfrentarme con Gabe? -Riley sacudió la cabeza-. No.

Nell se volvió hacia el baño.

– Bien, entonces váyase a hacer algo así puedo tipear el informe.

– Ya no conversamos más -respondió Riley, pero lo dijo cuando ya estaba saliendo.

Una hora, tres estantes y dos mensajes telefónicos más tarde, la puerta se abrió con una sacudida y Nell salió del baño, esperando encontrarse con Gabe.

Una rubia muy joven entró, prácticamente rebotando sobre las suelas de sus zapatos mientras cerraba de un empujón la tozuda puerta con su cuerpo pequeño y apretado. Le sonrió a Nell, quien le devolvió el gesto, imposibilitada de no hacerlo.

– Usted debe de ser Nell -dijo la rubia-. Mi mamá me habló de usted. Yo soy Lu.

Extendió la mano, y cuando Nell la tomó, el apretón fue firme, casi doloroso. Como el de Gabe, pensó Nell. También tenía los ojos sagaces y oscuros de él, que contrastaban con su amabilidad rubia y alegre. Rara pero atractiva, pensó Nell.

– Un gusto conocerte.

– Mi mamá piensa que usted es lo máximo. -Lu se guardó la mano en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero, claramente preparada para emitir su propio juicio.

– Ella es una mujer agradable -dijo Nell.

– No sólo agradable -respondió Lu-. Es de piscis. Nunca obtienen lo que quieren. En especial cuando se casan con uno de tauro. -Lanzó una mirada de asco a la puerta de la oficina de su padre.

– Tú no eres de piscis -dijo Nell.

– Soy de Capricornio -respondió Lu-. Obtenemos todo lo que queremos. -Hizo un gesto con la cabeza señalando la puerta de Gabe-. ¿Está mi papá?

– No -dijo Nell-. Salió a perseguir a los culpables.

– Tal vez eso le mejore el ánimo. -Lu sacó las manos de los bolsillos y las dejó caer sobre el sofá, lo que la hizo rebotar por entero. Como parte del milagro, el sofá se mantuvo en pie-. Se está poniendo imposible con lo de Europa.

– ¿Lo de Europa?

– Quiero ir a Francia el mes que viene -explicó Lu-. Comprar un boleto de tren Eurail Pass, ver el mundo. Él quiere que vaya a la universidad. Ya pagó la cuota, lo que le parece significativo.

– Yo he pagado cuotas de universidad -dijo Nell-. Es significativo.

– Sí, pero no quiero ir -replicó Lu-. Es mi vida. Yo no le pedí que pagara la cuota.

– Probablemente no fue necesario que lo hicieras -dijo Nell-. Me da la impresión de que tu papá es una persona que se ocupa de su gente.

– Exacto. Bastante bien para alguien que sólo lo conoce hace tres días.

– Han sido tres días intensos.

– Eso es lo que dijo mi mamá. -Lu la estudió, achicando sus ojos oscuros hasta que adquirió una incómoda semejanza con Gabe-. Mamá dijo que usted iba a manejar la oficina. Ella no puede hacer que mi padre haga nada. Quiero decir, se divorcio de él y siguieron juntos.

– ¿Están divorciados? -dijo Nell.

– Es difícil darse cuenta, ¿verdad? Él le compró la casa de al lado para que ella se quedara, y así fue. -Lu sacudió la cabeza-. Creo que ésa es la razón por la que mi mamá decidió ir a Francia conmigo, aunque todavía no es seguro. Si papá no quiere que vaya, no irá. -Clavó la mandíbula-. Yo sí voy. -Lanzo una cuidadosa mirada a la puerta de Gabe-. Creo.

La puerta volvió a sacudirse.

– Hola, problema -dijo Riley cuando entraba, y golpeó a Lu en la cabeza con la carpeta que traía-. Deja de volver loco a tu papá. Luego se desquita conmigo.

– Eso es bueno para ti -dijo Lu criticándolo-. A ti todo te sale fácil.

Riley la esquivó para arrojar la carpeta sobre el escritorio de Nell.

– Todo lo que usted siempre quiso -le dijo-. La última parte de una investigación de antecedentes. Ti pee. -Volvió a mirar a Lu-. ¿Te morirías si pasaras un par de meses en la universidad para hacer feliz a tu viejo?

– Mi misión en la vida no es hacer feliz a mi padre -dijo Lu dándose aires-. Debo seguir mi dicha. -Volvió a la tierra-. Dime que me quieres.

– Te quiero -dijo Riley-. Ahora vete. Esta es una empresa.

– Sabe, si tiene que decirle a la gente que es una empresa, en cierta manera pierde el impacto -intervino Nell.

Riley le sonrió.

– Y ya basta de comentarios de los empleados.

Nell le devolvió la sonrisa y luego vio la expresión de Lu.

– Hola -dijo Lu.

– Hola no -replicó Riley-. Adiós. Pensé que te había echado de aquí.

– Justo cuando se ponía interesante -dijo Lu y se marchó, tirando de la puerta para cerrarla.

– Qué niña asombrosa -dijo Nell.

– No tiene idea. Se lo pasa mangoneando a Gabe y a Chloe desde que nació. Algún tipo se va a ver en problemas con esa mujer. -Riley miró el baño-. No puedo creer que siga con eso. Váyase a almorzar.

– Me falta un estante y termino -dijo Nell y entró a finalizar su tarea.

El cuarto de baño estaba mejor, pero todavía necesitaba pintura. Tal vez podría hacerlo ella cuando no la vieran, puesto que ahora era permanente. Se subió a la mochila del inodoro, haciendo equilibrio con una mano contra la pared, y comenzó a sacar cajas y frascos viejos del último estante, dejándolos caer en el basurero que estaba abajo y escuchando con satisfacción cómo se estrellaban. Luego buscó la última caja.

Estaba encajada en el rincón más lejano y tuvo que tirar de ella con las uñas, pero finalmente consiguió llevarla al borde del estante. Era pequeña, de unos diez por doce centímetros, forrada con un vulgar cuero rojo. Bajó del inodoro para mirarla a la luz, sacó el polvo para ver la imagen de la parte superior, el grabado de un duende o demonio. Oyó que se golpeaba la puerta de calle, oyó que Riley decía que había terminado la investigación de antecedentes, oyó que Gabe le respondía, y volvió a mirar la caja.

Si había problemas, Gabe le echaría la culpa a ella. Respiró profundo y abrió la caja, pero adentro lo único que había era el título de propiedad de un auto, una hoja de papel amarillo que se confundía con el revestimiento del mismo color de la caja.

No es posible que esto lo moleste, pensó y salió para entregárselo.

– Este tema de Jack Dysart -dijo Riley mientras seguía a Gabe hacia la oficina.

– No hay ningún tema de Jack Dysart. -Gabe se quitó el saco y se sentó frente a su escritorio-. Tenemos trabajo de verdad que hacer. -Estaba a punto de irse, pero su nueva secretaria golpeó y entró, delgada con su traje gris, pálida contra la madera oscura de la puerta.

– Encontré esto -dijo y depositó una pequeña caja roja sobre el escritorio-. Estaba en el último estante del baño, y no hay mucho dentro, sólo el título de un auto, pero pensé…

– ¿Un título? -Gabe abrió la caja y sacó el papel. Era un título de transferencia a Patrick McKenna de un Porsche 911 Carrera modelo 1977, fechado el 28 de mayo de 1978, y firmado por Trevor Ogilvie. Lo miró más de cerca.

Trevor le había vendido el auto a su padre por un dólar.

Sintió que se le enfriaba la piel. Su papá había puesto la caja en el último estante del baño en 1978 donde no era probable que la encontrara nadie que trabajara para él, ni por cierto su hijo de veintiún años de edad ni su sobrino de once, de quienes se podía concebir que preguntarían cómo había podido obtener un auto tan maravilloso por un dólar.

¿Qué demonios había hecho su padre para Trevor en 1978 que valía un Porsche modelo 1977?

– ¿Qué? -dijo Riley. Gabe empujó la caja por el escritorio hacia él y observó cómo el habitual buen humor de Riley desaparecía de su cara cuando leía el papel.

– ¿Eso es lo que estaba buscando? -dijo Nell, y Gabe la miró con el entrecejo fruncido. Por Dios, era como volver a trabajar con Chloe. Ninguna línea de pensamiento, sólo estaciones al azar.

– ¿De qué está hablando? -le preguntó pacientemente, y debió de haber sido demasiado paciente porque ella también frunció el entrecejo.

– Estaba limpiando las bibliotecas -dijo-, y noté marcas en el polvo que se veían como si alguien hubiera estado sacando libros. Entonces deduje que estaba buscando algo.

– No -dijo Gabe y miró a Riley.

– Yo no -dijo Riley-. Pero fue después de que los limpiadores dejaran de venir. ¿Lynnie?

Gabe sacudió la cabeza.

– Si encontró la caja, ¿por qué no se la llevó? -Miró el objeto con el entrecejo fruncido-. En realidad, ¿para qué querría buscar esto? -Volvió a recogerla. Era pequeña, pero en su interior había espacio suficiente para algo más que un título de propiedad. -A menos que se haya llevado lo que quería-. Algo más respecto de su papá y Trevor…

Riley tenía una arruga de preocupación en la frente.

– Sí, ¿pero qué demonios podría querer ella…?

– Gracias, señora Dysart, ha sido de gran ayuda -dijo Gabe, y Nell dio un paso hacia atrás, con el aspecto de haber sido abofeteada.

– Está bien -dijo-. Escúcheme, en cuanto al cartel de la ventana…

– ¿Qué? -Gabe la miró con el entrecejo fruncido, impaciente por que se fuera-. ¿Qué cartel?

– Investigaciones McKenna. Está completamente descascarado en varias partes. Se me ocurrió que podríamos cambiar el diseño…

– No, señora Dysart. La ventana se queda como estuvo siempre. -Miró la caja y pensó: Aunque es posible que yo no sepa mucho respecto de cómo las cosas estuvieron siempre.

– ¿Entonces podría convencerlo de conseguir un sofá nuevo antes de que el viejo se venga abajo? -dijo ella, y él levantó la mirada, alarmado por el tono de su voz. Los ojos de la mujer tenían un resplandor que indicaba que estaba reprimiendo cosas que mejor no decir y de hecho hasta tenía color en las mejillas. Bueno, al diablo con ella, él tenía problemas reales.

– No viene tanta gente -le dijo-. El sofá se queda.

Ella permaneció de pie un momento, y luego dijo:

– Además la puerta de adelante está dura. -Y se fue.

Esa mujer está en verdad enojada, pensó él, y volvió a mirar la caja. Demonios.

Riley respiró profundo.

– ¿Entonces qué favor le hizo Patrick a Trevor que no pudo consignar en las actas?

– Tengo otra pregunta -dijo Gabe-. ¿No es una gran coincidencia que hayamos encontrado una caja con el nombre de Trevor prácticamente al mismo tiempo que una mujer comienza a chantajearlo, que es prácticamente al mismo tiempo que Lynnie pasa parte de enferma?

Riley se sentó muy quieto, contemplando todos los ángulos posibles mientras Gabe aguardaba.

– Es posible -dijo por fin-. Está claro que está dentro de la personalidad de ella. -Levantó la mirada para ver a Gabe, frunciendo el entrecejo-. Pero eso no explica la participación de Jack y Budge.

– De Jack, puede ser -dijo Gabe-. El era socio en el 78. -Acercó la caja y la cerró para no tener que mirar el maldito título de transferencia, y vio el diablillo-. Mi papá adoraba ese auto. La última pelea que tuvo con mi madre fue por el auto.

– Tú adoras ese auto -replicó Riley-. Tal vez ésta sea una señal de que es hora de que lo cambies.

– No hay señales -dijo Gabe-. Deja de hablar con Chloe.

– Bueno, hay pistas -dijo Riley-. Pero no sé en este caso. Si fue Lynnie, ¿cómo demonios sabía que la caja estaba allí?

– Tal vez no lo sabía -dijo Gabe-. Tal vez estaba husmeando y la encontró y tomó lo que quería y luego volvió a guardarla. -Sacudió la cabeza-. No, eso no tiene sentido. Estaba buscando algo. -Se puso de pie y recogió su saco-. Ahora puedes investigar a Jack Dysart todo lo que quieras.

– ¿Tú qué vas a hacer? -preguntó Riley.

– Encontrar a Lynnie -dijo Gabe con firmeza-. Y después voy a hablar con Trevor. -Recorrió la oficina con la vista y vio a su padre por todas partes-. Sobre los buenos viejos tiempos.

Nell vio salir a Gabe y apretó los dientes. Nunca la habían hecho salir tan rápido de ningún lugar como cuando él la echó de la oficina. Y ella podría haber ayudado, si sólo él…

– Vuelvo más tarde -dijo Riley, saliendo de la oficina rumbo a la puerta de la calle-. Mucho más tarde.

Bueno, al demonio con ustedes, muchachos, pensó Nell y regresó al baño para limpiar el último estante. Estaba a punto de terminar cuando oyó que la puerta de calle se sacudía y se abría con un golpe. «¿Nell?», oyó que Suze gritaba, y respondió: «Aguarda un momento», y se bajó del inodoro, ya terminada toda la limpieza. No le producía una gran satisfacción.

Cuando apareció en la oficina, Suze dijo:

– Tenemos que hablar contigo. -Nell miró detrás de su amiga y vio el rostro lleno de lágrimas de Margie.

– ¿Qué sucede? -Nell se dirigió a Margie-. ¿Qué pasó? ¿Budge te hizo algo? ¿Es por la casa de té? Porque no tienes que…

– ¡Oh, Nell! -Margie la rodeó con los brazos.

– ¿Qué? -Nell miró por encima de la cabeza enrulada de Margie hacia Suze, que tenía un aspecto igualmente angustiado, aunque su tristeza estaba mezclada con furia-. ¿Jack hizo algo? ¿Qué pasa?

– Margie habló con Budge anoche -dijo Suze lúgubremente-. Ella le sugirió que como iba a tomar un trabajo al igual que tú, tal vez no deberían casarse.

– Le dije que el matrimonio no era una respuesta -explicó Margie mojando el hombro de Nell-. Le dije que tú habías tenido un buen matrimonio y que se había acabado sin razón alguna, entonces yo no veía una razón por la que a nosotros nos iría mejor, y que por eso necesitaba un trabajo.

– No deberías hacerle eso a Budge -dijo Nell, palmeándole el hombro-. Probablemente tampoco deberías casarte con él…

– Ese no es el problema -tragó saliva Suze-. Budge le contó que tu matrimonio no terminó de la nada.

– ¿Qué? -dijo Nell, sintiendo un súbito frío.

– Tim estaba saliendo con Whitney hacía mucho tiempo – explicó Margie, sacando la cara del hombro de Nell-. Desde mucho antes de que te dejó. Te estuvo engañando todo el tiempo.

Lo sabía, pensó Nell, y en ese momento la oficina giró a su alrededor y se le doblaron las rodillas y la luz estalló en su cabeza como estrellas.