143157.fb2 Mujeres Audaces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 7

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Capítulo 4

Nell sintió que Suze la sujetaba antes de que se golpeara contra el suelo, y que la ayudaba a sentarse sobre la alfombra oriental. Deberíamos reemplazar esta alfombra, pensó Nell. Hace que la oficina se vea sucia. Empezó a caerse hacia atrás, pero Suze la sostuvo y la sacudió.

– No, no lo hagas -dijo-. Quédate con nosotros.

– Me engañaba -dijo Nell, y al decirlo sintió deseos de vomitar.

– Ojalá se muera -dijo Suze, sin dejar de abrazarla-. ¿Estás bien? Te ves horrible. -Enganchó las manos debajo de los brazos de Nell y la alzó hacia el destartalado sofá marrón-. Pon la cabeza entre las piernas.

Obediente, Nell dejó la caer la cabeza entre las rodillas. Me engañaba. Me hizo quedar como una tonta.

– ¿Tú lo sabías?

– No -dijo Suze-. Lo juro, te lo habría contado. Pero tampoco tenía sentido que se hubiera desenamorado de ti. Tú le diste todo. No podía creer que tuviera las agallas de abandonarte y hacer todo solo. Es una rata, y ese tipo de personas nunca se van sino tienen dónde apoyarse.

– Lo siento tanto -dijo Margie.

Nell respiró profundo un par de veces para devolver un poco de oxígeno al cerebro. Tim la había engañado. Ella se había comportado como una persona justa y práctica y adulta, y él la había engañado. Dos veces la había engañado: primero cuando se acostó con Whitney y segundo cuando le dijo a ella que no había ninguna otra persona. La segunda traición era la peor. Ésa era la mentira que él utilizaba para hacerla salir de su enojo. Le había quitado su trabajo y su casa y la mitad de su vajilla de porcelana, y le había destrozado la vida, y después le había mentido para que ella ni siquiera pudiera matarlo por lo que había hecho. Qué bastardo.

Nell se sentó recta, mientras la furia le hervía en la sangre.

– Lo odio.

– Bueno, era hora -dijo Suze-. ¿Qué vamos a hacer al respecto?

Voy a gritar.

– Tengo que irme -dijo Nell, levantándose con fuerza del sofá, y Margie se quitó del medio cuando ella puso rumbo a la puerta.

Gabe pasó una frustrante hora sin lograr nada, por lo que, cuando regresó a la agencia y vio que Nell se había ido, no le resultó divertido. ¿Qué demonios?, pensó, y tomó el teléfono que estaba sonando. Era un cliente de otra ciudad y Gabe se sentó al escritorio de Nell y anotó los detalles con la lapicera de oro que yacía precisamente a la derecha del anotador. Todo era preciso sobre el escritorio, incluso la foto con un costoso marco de oro en la que se veía a Nell y a un hombre mucho más joven que se le parecía lo suficiente como para ser su hijo. El muchacho era apuesto, y Nell estaba sonrojada y feliz y saludable. ¿Qué le pasó desde entonces?, pensó cuando colgaba y el sonido del teléfono que volvía a llamar le hizo olvidarse de ella.

– ¿Qué averiguaste? -dijo Riley cuando él atendió.

– No mucho. Lynnie no estaba en la casa y la encargada del departamento estaba mirando desde la puerta de al lado así que no pude entrar por mi cuenta. Y Trevor no ayudó en nada.

– Nunca lo hace -dijo Riley-. La pregunta es: ¿no ayudó en nada porque no tiene la menor idea o no ayudó en nada porque estaba ocultando algo?

– Ocultando algo -dijo Gabe-. No recordaba haber firmado por el auto.

– ¿Se olvidó de un Porsche?

– Su postura es que no podía recordarlo después de veintitrés años.

– Su postura es falsa -dijo Riley-. ¿Nell está allí?

– No -respondió Gabe mirando a su alrededor-. Esa es la razón por la que yo atendí el teléfono.

– Bueno, cuando la encuentres, dile que saque los expedientes del 78 -dijo Riley-. Sé que esto tiene que ver con algo que Patrick estaba ocultando, pero podría haber algo allí, y si está, ella lo encontrará. Esa mujer puede encontrar cualquier cosa.

– Si es que regresa. Dejó algunas de sus cosas, entonces supongo que volveremos a verla cuando esté de ánimo para eso.

– ¿Puedes dejar de perseguirla? -dijo Riley-. Es probable que haya ido a almorzar, por el amor de Dios. Estás desarrollando una fijación con esto.

– Hablando de fijaciones, ¿cómo está Jack?

– Recién empiezo -dijo Riley, la voz gruesa de ansiedad.

Gabe suspiró.

– Yo también. Oh, y antes de que me olvide, tienes un trabajo de señuelo esta noche. ¿Puedes hacer que tu licenciada en horticultura te ayude?

– Tiene que entregar una tesis -dijo Riley, y Gabe pensó: eso es lo que sucede cuando sales con infantes.

– Yo conseguiré a alguien -dijo Gabe y salió a buscar a Chloe a la casa de té. Ella estaba abriendo el horno detrás del mostrador.

– ¿Puedes hacer un señuelo esta noche?

– No -dijo Chloe-. Detesto esas cosas. Me desordenan el karma.

– Correcto -replicó Gabe-. ¿Has visto a nuestra nueva secretaria?

– ¿Nell? No. -Sacó una bandeja de galletitas y después lo rodeó para que se corriera y la puso sobre el mostrador de granito.

– No parecía la clase de personas que se toman un almuerzo largo -dijo Gabe.

– No parece la clase de personas que almuerzan -respondió Chloe con irritación, corriéndose un rulo transpirado del ojo-. Pero tú no te darías cuenta.

– ¿Ahora qué hice? -dijo Gabe. Chloe sacudió la cabeza y le hizo gestos de que se marchara, pero él permaneció en el lugar-. Chloe, ¿recuerdas bien a mi padre?

Ella se detuvo, mientras su irritación se evaporaba.

– ¿Patrick? Seguro. Me trataba bien. Y estaba loco por Lu, ¿recuerdas? Me sentí muy mal cuando se murió tan poco después de que ella naciera. Él la adoraba.

– Sí -dijo Gabe, tratando de no recordarlo-. ¿Crees que no era honesto?

Chloe dejó la espátula.

– ¿Quieres decir si era corrupto?

Ella vaciló, y Gabe pensó: Oh, diablos. Tenía la esperanza de que ella dijera: «No, de ninguna manera; ¿estás loco?»

– Más que tú -respondió ella por fin.

– ¿Yo? -Gabe la miró, desconcertado-. ¿Tú crees que yo soy deshonesto?

– Creo que haces, lo que tienes que hacer cuando tienes que hacerlo. No creo que hayas tenido que hacer nada particularmente turbio durante mucho tiempo, pero te considero capaz de hacerlo. Creo que eres capaz de casi todo si el motivo es correcto.

– Jesús -dijo Gabe.

– Tú papá también era así -prosiguió Chloe-. Pero además creo que a él le gustaba el dinero más que a ti. Creo que le gustaban las mujeres más que a ti.

– Oye -dijo Gabe, insultado.

– Bueno, tú me has sido fiel y ni siquiera estás particularmente interesado en mí -dijo Chloe-. Tu papá me hubiera engañado en la luna de miel.

– Nosotros no hicimos una luna de miel -dijo Gabe-. Por Dios, me encanta esta conversación. ¿Así que yo soy corrupto y asexuado?

– Yo no dije que fueras asexuado -repuso Chloe-. Digo que eso no era una motivación para ti. ¿Qué está sucediendo?

Gabe sintió que la melancolía volvía a encerrarlo.

– Creo que es posible que mi papá haya hecho algo realmente malo. Algo que no quiso que yo supiera.

– Guau. -Chloe se recostó contra el mostrador-. Él te contaba todo. Debe de ser algo bastante malo.

– Es algo que tiene que ver con el auto.

– En serio. -Chloe lo señaló con la cabeza-. ¿Algo que tiene, que ver con tu mamá?

– ¿Mi madre? -Gabe frunció el entrecejo-. Yo no…

– Siempre dijiste que ella se fue debido al auto -dijo Chloe-. Yo no la conocí, pero te conozco a ti, y tu moral no te viene de tu padre. Entonces tal vez él haya hecho algo verdaderamente malo, y ésa es la razón por la que ella se fue, no el auto.

– Ella se fue porque él la trataba pésimo -dijo Gabe.

– Ella se fue muchas veces porque él la trataba pésimo -contestó Chloe-. Pero cuando fue lo del auto no regresó.

– Quizá se hartó -dijo Gabe-. Él la engañaba y le gritaba todo el tiempo.

– No debería haberse casado. -Chloe volvió a recoger la espátula-. Y por lo que él me contó, ella hacía cosas para vengarse y eso empeoraba todo. El matrimonio puede ser algo horrible.

– Gracias -dijo Gabe. Chloe comenzó a sacar las galletitas de la bandeja, y Gabe inhaló el aroma a almendras y pensó: esto siempre hará que me acuerde de ella.

– Bueno, es una apuesta -siguió Chloe, mientras él recogía una galletita-. Al menos para las mujeres. Los hombres siempre pueden volver a empezar. El valor del macho se basa en el dinero. El valor de la hembra se basa en la juventud y en la belleza. Los hombres siempre pueden obtener más dinero, pero las mujeres no pueden recuperar los años perdidos. Por eso le sacan a los hombres todo lo que pueden en los divorcios.

– Puras palabras -dijo Gabe mordisqueando la galletita-. Tú ni siquiera aceptaste pago por alimentos.

– Quería ser independiente -dijo Chloe-. Pero también quería que Lu creciera contigo. Sabía cuál era tu intención cuando compraste la casa que estaba al lado de la nuestra, pero era muy bueno para Lu. Y después me diste este lugar y eso también fue divertido. Pero debería haber dicho que no. Debería haberme ido.

El arrepentimiento de su voz era doloroso.

– Si quieres irte -dijo él-, vete. Yo me ocuparé de Lu. Todavía eres joven. Cierra este sitio y vete.

Chloe dio un golpe con la espátula, y él se echó hacia atrás, sorprendido.

– ¿Ves? Por eso eres tan hijo de puta. Si te agarrara un ataque, y me engañaras, si actuaras como tu padre, yo podría irme y ser libre, pero siempre te comportas de una manera tan malditamente decente respecto de todo y me lo haces tan difícil… -Rompió a llorar.

– Oye. -Gabe la rodeó con los brazos-. Puedo ponerme desagradable. Hablemos de astrología.

– Tengo que alejarme -dijo Chloe contra el pecho de él-. Sólo por un tiempo.

– Yo me ocupo -dijo Gabe, con la mejilla contra el cabello de Chloe-. ¿Cuánto dinero necesitas?

Ella se apartó y lo golpeó en el pecho.

– Basta. Tengo que hacer esto por mi cuenta.

– Está bien. -Gabe la soltó y volvió a morder la galletita-. ¿Tienes dinero?

– Sí -respondió Chloe-. Sé que en este momento este lugar no se ve muy próspero, pero me está yendo bastante bien.

– De acuerdo -dijo Gabe-. ¿Vas a enojarte si te digo que me llames si precisas algo?

– Sí -dijo Chloe-. Pero de todas formas te llamaré.

Se veía tan dulce allí de pie, sonrojada por el calor del horno y por su propia frustración, y él supo que en realidad ya había terminado, lo había sabido durante varios días, tal vez aún desde antes. Se inclinó y la besó una última vez, con suavidad, y ella le puso la mano en la mejilla y dijo:

– En verdad te amo.

– Yo también te amo -dijo Gabe-. Sólo hazme un favor: asegúrate de que el tipo que me reemplace te merezca. Yo tengo totalmente claro que no te merecía.

– Estás haciéndolo de nuevo -dijo Chloe-. Basta. Actúa como tu papá por una vez en la vida.

– La astrología es una mierda -dijo Gabe, y ella sonrió y sacudió la cabeza.

– Dímelo cuando regrese y estés locamente enamorado de Nell -dijo ella.

– Dios no lo permita -replicó Gabe y volvió a su oficina.

Cuando Nell abrió de un golpe la puerta de la agencia de seguros una hora antes, su antigua asistente Peggy había dicho «¡Nell!», sonando patéticamente agradecida de verla, pero Nell no se había detenido y había abierto con mucho ruido y sin golpear la puerta de la oficina de Tim.

– ¡Nell! -Tim levantó la mirada, tan apuesto como siempre, y se puso de pie-. Qué bueno…

– Me mentiste -dijo Nell con los dientes cerrados, y la sonrisa de Tim se desvaneció-. Me engañaste.

La sorpresa de Tim se convirtió en un cauteloso pésame.

– Lo lamento, Nell. Tenía la esperanza de que jamás te enteraras.

– Apuesto que sí, hijo de puta -dijo Nell, y Tim echó la cabeza hacia atrás.

– No era así-dijo, con aspecto de herido-. No quería lastimarte. Y en realidad no te mentí. Nuestro matrimonio llevaba varios años muerto.

– ¿En serio? Bueno, caramba, ¿entonces por qué cuando todavía dormíamos juntos y dirigíamos una empresa y…?

– Porque yo no me di cuenta. -Tim se sentó en una esquina de su escritorio, profesional, adulto, calmado y comprensivo con una camisa que había escogido otra mujer-. Recién cuando conocí a Whitney me di cuenta de que en la vida había más que los seguros y… -Abrió las manos, con aspecto indefenso-… Tuve que seguir a mi corazón. -Le sonrió con tristeza-. El corazón tiene sus razones.

Nell miró a su alrededor buscando algo para tirarle, algo con qué golpearlo, algo que lo sacara de esa calmada hipocresía de «comportémonos como adultos» y lo pusiera en un estado un poco más satisfactorio. Como el terror absoluto.

– No lo tomes personalmente, no tenía nada que ver contigo -dijo Tim, y Nell vio los Carámbanos alineados detrás de él (catorce premios al mejor agente de seguros del año de Ohio) y sintió una calma repentina y demente.

– Bueno, dulzura, tampoco tú te tomes personalmente esto -dijo y caminó hacia atrás de él mientras Tim se deslizaba de la esquina del escritorio para no interponerse. Ella levantó la primera de las estatuas de cristal y la golpeó contra el escritorio donde él se había sentado. Se partió en mil pedazos, casi estallando por el impacto, y dejó una enorme marca en la caoba, y ella pensó: Sí, mientras Tim gritaba:

– ¡No!

– Me acabo de dar cuenta de que eres un ser humano completamente despreciable -dijo Nell, mientras tomaba otro Carámbano-. Pasé un año y medio en el purgatorio porque eres tan cobarde y mentiroso que ni siquiera tuviste la decencia de decirme la verdad.

– Nell -dijo Tim, retrocediendo, con una voz de advertencia-. Sé justa. Siempre le decías a Jase cuando él era pequeño que los sentimientos son los sentimientos y que hay que prestarles atención.

– Eso es cierto, y en este momento me estoy sintiendo un poco enojada. -Nell levantó el cristal sobre la cabeza y lo partió en mil pedazos dentados mientras Tim corría alrededor de ella para agarrar la mayor cantidad de Carámbanos que podía.

Peggy se asomó a la puerta y dijo: «¿Qué…?», mientras Nell tomaba un Carámbano que él no había podido agarrar. Peggy se detuvo, con los ojos bien abiertos.

Nell no le prestó atención y se concentró en Tim.

– Aunque, en realidad, si estuviera siguiendo a mi corazón, te hundiría una de estas porquerías en el bazo.

Tim dio un salto hacia atrás cuando ella hizo trizas el tercer cristal, golpeándolo contra el escritorio con tanta fuerza que los pedazos volaron por toda la sala.

– Oh, Dios -dijo Peggy cuando Nell recogió otro.

– Está bien, eso fue peligroso. -Tim se enderezó, con los brazos llenos de Carámbanos-. Quizá si te calmaras…

– Este es por Jase -dijo Nell, blandiendo el cuarto cristal en dirección a Tim-. Porque creo que él sabe la verdad, lo que significa que lo obligaste a mentirme. -Lo depositó empujando con todo su peso y se quebró con tanta fuerza que uno de los pedazos rebotó hasta la ventana que estaba a sus espaldas y la rajó.

– ¡Nell! -gritó Tim-. ¡Detente!

Lo que ella precisaba era ritmo. Agarró un quinto y lo golpeó, girándolo como una raqueta de tenis a punto de hacer un saque. El golpe de tenis le gustó, el movimiento en los brazos, que hacía cantar a sus músculos. Eso era lo que necesitaba, un buen ritmo y un saque prolijo.

– ¡Maldición, mentí por ti! -dijo Tim, tratando de recoger otro cristal aunque llevaba los brazos llenos.

– Me mentiste -tomó el siguiente cristal, lo hizo girar, y lo golpeó contra el escritorio- porque eres un mentiroso -giro y golpe-, cobarde -giro y golpe-, pelele -giro y golpe-, viscoso -giro y golpe- hijo de puta que no quería asumir la responsabilidad de destruir su matrimonio. -Se detuvo para tomar aliento y porque ya no quedaba ningún Carámbano en el estante; Tim tenía los últimos cuatro en los brazos, desafiándola con los ojos a que los tomara.

Nell bajó la barbilla.

– Dámelos.

– No. -Tim se veía resuelto y alto-. De ninguna manera. Deberías verte a ti misma, pareces una loca.

– Dámelos -dijo Nell en voz baja-, o te los quitaré y te mataré a golpes con ellos.

Tim la miró con la boca abierta, y Nell extendió la mano y le quitó uno de los brazos y lo hizo girar en dirección al escritorio, sintiéndose más fuerte con cada explosión.

– Esto es una locura. -Tim intentó rodearla, y ella tomó otro Carámbano, lo hizo tropezar cuando avanzaba, y lo golpeó contra el escritorio antes de volverse a recoger uno que a él se le había caído cuando tropezó con el pie de ella. Ese también lo destrozó, y luego avanzó en dirección a él en busca del último, con un deseo más lujurioso que el que alguna vez había sentido por él.

– Necesito eso -dijo-. Dámelo.

– Detente -dijo él, aferrando el último Carámbano contra la camisa-. Por el amor de Dios, mira este desastre.

– ¿Tú crees que esto es un desastre? -dijo Nell-. ¿Has visto a nuestra familia últimamente? ¿Has revisado nuestra empresa? Tú destrozaste todo lo que habíamos construido, todo por lo que trabajamos, sólo porque querías cogerte a una chica talle seis. Esto -hizo un gesto a la oficina llena de pedacitos de vidrio- no es nada en comparación.

Aunque ahora que miraba el lugar sí que era un desastre bastante importante. El escritorio estaba destruido. La ventana estaba rota. La alfombra gris estaba llena de vidrio molido. Había hecho un buen trabajo allí.

– No hay necesidad de ser ofensivo. -La furia hacía sonrojar a Tim-. Whitney tiene talle dos, y yo mentí por ti y por Jase -dijo, retrocediendo hacia la puerta-. No quería que salieras lastimada.

Nell se detuvo, desconcertada, jadeando de incredulidad.

– ¿No querías que saliera lastimada? Pasaste veintidós años viviendo conmigo, trabajando conmigo, teniendo una familia conmigo, sin una nube en el cielo, sin ninguna señal de que algo anduviera mal, y entonces me abandonas una Navidad, sin explicaciones, de pronto el mundo ya no tiene sentido, ¿y tú crees que eso no va a lastimarme?

– No fue tu culpa -dijo Tim, dando un paso adelante.

– Ya sé que no fue mi culpa.

– No era porque no fueras atractiva o joven o comprensiva -prosiguió Tim-. Nada de eso me importaba.

– Voy a matarte -dijo Nell.

– Si yo hubiera dicho: «Hay otra mujer», tú habrías pensado que eso era porque tú no eras lo suficientemente buena para mí.

– No, no es así -dijo Nell-. Habría pensado que eras un hijo de puta sin imaginación con una crisis de mediana edad.

– Pero no era por ti -dijo Tim con firmeza-. Simplemente me enamoré. No tenía nada que ver contigo.

– Entonces todo tiene que ver contigo -dijo Nell-. Yo soy una testigo inocente.

– ¡Sí! -dijo Tim, aliviado porque ella había comprendido-. No te habría servido de nada saber acerca de Whitney; sólo te habría causado dolor. Lo hice por ti.

– ¿Siempre fuiste una sanguijuela así? -dijo Nell-. Porque, lo juro por Dios, no lo recuerdo.

– Nell, sé que es una gran impresión, pero, en serio, todo está bien. Te está yendo bien, a Jase le está yendo bien. Yo estoy feliz. -Abrió los brazos para demostrar comprensión, con el último Carámbano en una mano-. Claro que voy a tener que reponer un montón de Carámbanos.

Nell clavó los ojos en el último Carámbano y avanzó en esa dirección, sin prestar atención al crujido de vidrios debajo de sus pies.

– Dame eso.

Tim empujó el Carámbano hacia Peggy que todavía seguía petrificada junto a la puerta.

– ¡Rápido! -dijo-. Se volvió loca. Ve a guardar esto bajo llave.

Peggy tomó el último Carámbano y miró a Nell, hipnotizada, y Nell se detuvo, igualmente hipnotizada, esta vez por la realidad. Recorrió la oficina con la mirada y se sintió terrible, no porque la había destruido, sino porque destruirla no había servido para nada. Lo único que había hecho era bajar a la altura de él. Ahora Peggy pensaba que los dos eran una basura.

Tim asintió, con firmeza y control, el Rostro de la Razón con su camisa verde menta y la corbata haciendo juego.

– Estoy decepcionado por ti, Nell. Y sé que Peggy también debe de estarlo.

– En realidad no -dijo Peggy y le pasó el último Carámbano a Nell-. Renuncio.

Se fue mientras Tim decía:

– ¡Peggy!

– Qué perdedor eres -dijo Nell, con el último Carámbano en la mano-. Y yo jamás tendré que salvarte otra vez. -Con un giro final, directamente desde el hombro, aplastó el último Carámbano, dio un respingo cuando un pedazo salió volando y le pegó en la mejilla, y junto al galardón también aplastó lo último que quedaba de su vida con Tim.

– Tú nunca me salvaste -dijo Tim, ya sin ninguna pretensión de amabilidad-. Yo era el cerebro de la empresa. Tú no eras más que la secretaria.

– Puedes continuar diciéndote eso -dijo Nell-, pero no te servirá de nada.

Él se quedó de pie detrás del mutilado escritorio y la miró como si la odiara, entonces ella dijo:

– Bien. Ahora sabes cómo me siento.

Luego salió de su vieja oficina y de su antigua vida, sin tener la menor idea de qué hacer a continuación.

Nell trató de seguir enojada de camino a la oficina de los McKenna, limpiándose ausentemente sangre del corte que tenía en la mejilla, pero no dio resultado. Una vez en la oficina, se sentó detrás de su escritorio y sintió que el hielo le inundaba las venas. No se le permitía arreglar ese lugar, no se le permitía recobrar el dinero que había tomado Lynnie, ni siquiera se le permitía ir a rescatar a esa pobre perra de New Albany. Todas las veces que trataba de cobrar velocidad, algún hombre la detenía. Trató de enojarse al respecto, pero más que nada se sentía cansada. Y además también le había hecho perder el trabajo a Peggy. Llamó a la oficina, y consiguió hablar con Peggy justo cuando ésta estaba saliendo.

– Lo siento tanto -le dijo Nell-. No renuncies por mí.

– No es así -dijo Peggy-. No quiero trabajar más aquí. Desde que Whitney ocupó tu puesto, me está volviendo loca. No sabe lo que hace porque recién está empezando, y comete errores y después se enoja conmigo si los corrijo sin consultarle, y después se enoja todavía más si no los corrijo. No puedo ganar.

– Sé cómo se siente eso -dijo Nell-. ¿Vas a estar bien?

– Voy a estar bien -respondió Peggy-. Pero Tim va a tener problemas.

– Bien -dijo Nell, pero después de colgar, volvió a hundirse en la silla. Trató de concentrarse en su trabajo, pero cuando Gabe salió de su oficina unos minutos después, ella estaba contemplando desesperadamente el espacio.

Él empezó a decir algo y después se detuvo para mirarla.

– ¿Qué le pasó en la mejilla?

Nell se tocó el corte. Mi antigua vida me pasó en la mejilla.

– Un pedazo de vidrio que volaba.

– Oh, diablos, quédese ahí -dijo Gabe, con su habitual tono de exasperación. Entró en el baño y salió con una toalla de papel húmeda y el botiquín de primeros auxilios…

– En serio, está bien. -Nell se apartó un poco del escritorio-. Estoy bien.

– Está sangrando por toda la oficina.-Él enganchó el pie en la parte inferior de la silla de ella y la hizo retroceder-. Quédese quieta. Esto es lo más parecido que tenemos a un seguro médico, así que aprovéchelo.

Limpió el corte y después le aplicó una pomada antibiótica en el pómulo, con dedos sorprendentemente suaves aunque la estaba retando, entonces ella se quedó callada mientras él cortaba una minúscula venda con forma de mariposa para mantener cerrada la herida, y trató de no disfrutar el que la estuvieran cuidando porque estaba segura de que sería un momento fugaz. Le observó los ojos mientras trabajaba, concentrado en ella, y cuando terminó, él la miró y fue una mirada prolongada. Ella dejó de respirar durante un minuto porque él estaba tan cerca, y él también se paralizó, y entonces dijo «Ya está», y volvió a sentarse.

– Ahora, ¿dónde diablos encontró vidrios voladores?

– No le conviene saberlo. -Nell se tocó la venda.

– Sí, quiero saberlo. ¿Me falta otra ventana?

– No -dijo Nell y se sonrojó. Él se quedó sentado observándola, aguardando, y entonces ella habló para llenar el silencio-. Gracias por los primeros auxilios. Le debo una.

– Bien. -Se puso de pie-. Vamos a cobrársela. Necesitamos que trabaje esta noche.

– ¿Esta noche? -Nell se encogió de hombros mientras él llevaba el botiquín de regreso al baño-. Está bien. Dígame de qué se trata y lo haré ahora.

– No es secretarial -dijo cuando volvió a salir-. Riley pasará a buscarla a las nueve. Quítese la venda antes.

– ¿Esta noche a las nueve? -dijo Nell-. ¿De qué se trata?

– Trabajo de señuelo. Usted se sienta en un bar al lado de un tipo para ver si él trata de conquistarla. -Se volvió hacia la oficina.

– Espere un momento. ¿Un tipo se me va a declarar? -Pensó en la imagen de ella en el espejo, con al aspecto de alguien que lleva varios meses de muerta-. Creo que ha elegido a la clase equivocada de mujer.

Gabe sacudió la cabeza.

– Los hombres en los bares de hoteles no son tan selectivos.

– Ay -dijo Nell.

– Lo siento. No quise decirlo de esa forma. Usted es una mujer muy atractiva.

Parecía marginalmente sincero, pero ella se había visto en el espejo. Por otra parte, no tenía nada mejor que hacer esa noche, salvo comentar su día con Suze.

– Lo haré -dijo Nell.

Una hora más tarde, cuando Nell devolvió la agenda de Gabe, seguía viéndose sonrojada y tormentosa e incluso más inestable que lo habitual con el corte en la mejilla, y todo eso era extrañamente atractivo. Por supuesto que él siempre había tenido debilidad por lo extraño y lo inestable. Por ejemplo Chloe.

Se puso de pie.

– Déjeme mostrarle nuestro congelador.

– ¿El congelador? -dijo ella, pero lo siguió a través de la oficina exterior hacia la tienda de Chloe donde él abrió la puerta de un enorme congelador en el que se podía entrar.

– Aquí guardamos los archivos pasados -dijo, sosteniéndole la puerta.

– ¿Por qué? -preguntó ella, asomándose.

– Porque se cierra con llave -dijo Gabe-. Y porque Chloe sólo usa la parte de adelante.

– ¿Para qué tiene un congelador? -dijo Nell.

– En este lugar había un restaurante. Usamos lo que tenemos. -Encendió la luz, ingresó y ella lo siguió-. En algún lugar de por aquí hay por lo menos una caja con la etiqueta de «1978», quizá dos. Encuéntrelas y revíselas y saque todo lo que tenga el nombre de Trevor Ogilvie o Jack Dysart.

– Está bien -dijo Nell, mirando a su alrededor-. No me puedo quedar aquí encerrada por accidente, ¿verdad?

– No. No es un cerrojo automático.

– ¿Y cuántos años de archivos hay aquí?

– Veinte o treinta. El resto está en el sótano.

– También tienen un sótano. -Sonaba como si eso la deprimiera-. Está bien, 1978. Lo encontraré. -Él se volvió para irse y ella dijo-: ¿Alguna vez va a contarme qué está pasando?

– Por supuesto -dijo Gabe mientras salía del congelador-. Para la misma época en que le permita rediseñar las tarjetas de presentación y volver a pintar la ventana.

Revisar cajas con expedientes no sirvió mucho para mantener ocupada la cabeza de Nell, así que se preocupó por la noche que iba a tener que pasar; a las cinco ya había encontrado por lo menos media docena de archivos con el nombre de Trevor o de Jack, y el estómago le dolía por el miedo escénico pre-actuación. Por lo tanto, de camino a su casa, se detuvo en el departamento de Suze y dijo «Necesito un arreglo», y cuando le abrió la puerta a Riley cuatro horas más tarde, él quedó adecuadamente sin habla al verla.

– Trabajé un poco -dijo ella mientras le hacía el gesto de que entrara en el departamento.

– Se ve. -Riley movió la cabeza y la examinó-. Pelirroja, ¿eh? Le queda bien.

– ¿No le parece demasiado vistoso? -Nell regresó al espejo. Ella misma no podía salir de su asombro. Con un color fuerte en el cabello y un poco de maquillaje, parecía haber casi recobrado la vida-. Me parecía demasiado, pero Steven dijo que se vería natural.

– ¿Quién es Steven?

– El peluquero de Suze. Junto al parque. Es un genio.

– Desde ya -dijo Riley-. Todo se ve natural.

Nell se dio vuelta y lo vio mirándole el vestido, un paño azul eléctrico que la envolvía como una segunda piel.

– Es de Suze-dijo, y cuando él dijo «¿Qué es de Suze?» ella se dio cuenta de que le estaba mirando el cuerpo, no la ropa-. El vestido. Mi mejor amiga, Suze, me lo dio.

– Suze tiene buen gusto -dijo Riley-. Jesús.

– Entonces lo único que tengo que hacer es ser amable, ¿verdad?

– Con ese vestido, ni siquiera tiene que ser amable -dijo Riley-. Y ahora tenemos un problema.

– ¿Qué? -Nell se tironeó del vestido-. ¿Demasiado ajustado?

– Para mí, no. Para el micrófono, sí. -Le mostró un minúsculo grabador a casete-. Necesita meterse esto en un lugar en el que no se vea. -Sacudió la cabeza-. Yo puedo ver todo.

– No, no puede. -Nell extendió la mano-. Éste es el corpiño de Suze, al menos una talla de copa más grande que yo. Aquí hay espacio para todo un equipo estereofónico.

– Imagine mi decepción -dijo Riley y le entregó el micrófono del grabador.

Ella se las arregló para insertar el grabador en el corpiño de Suze, pero ése era el único aspecto que no le preocupaba una hora y media más tarde cuando entró en el elegante bar del hotel y cruzó la sala en dirección al hombre que Riley le había señalado desde la puerta.

– Escocés con soda -le dijo al camarero, y después recorrió la barra espejada con la mirada antes de echar un vistazo al hombre que estaba a su lado.

Era un hombre de aspecto común con un traje atractivo, y la estaba mirando. O, al menos, estaba mirando el corpiño de Suze y el peinado de Steve.

– Hola -sonrió ella y se volvió hacia su whisky, y se sorprendió cuando vio el reflejo de la pelirroja en el espejo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había visto tan bonita. Se mojó los labios y volvió a sonreír en dirección al espejo, hacia sus propios ojos en vez de los de otro, coqueteando consigo misma mientras bebía su escocés. En realidad, nunca se había visto tan bonita. Si pudiera recuperar algo de peso…

El tipo la miró a los ojos a través del espejo.

– Hola -dijo y extendió la mano-. Me llamo Ben.

– Hola, Ben -dijo ella, aceptándola-. Me llamo Nell. -Y estoy buena. Más o menos.

– ¿Qué hace una bonita dama como tú en un lugar como éste?

– Bebiendo un trago. -Su pulso latía con fuerza. Era un milagro que él no pudiera percibirlo a través de la palma-. ¿Tú?

– Emborrachándome -respondió-. Estoy en la ciudad por negocios, y es más aburrido que el infierno. ¿Tú estás por negocios?

– Sí -dijo Nell, recuperando su mano mientras el camarero le ponía una segunda copa en la barra-. Definitivamente mi trabajo es responsable de esto.

– Bueno, brindo por tu trabajo -dijo Ben, levantando la copa-. No cabe duda de que me ha mejorado la noche.

Era agradable, descubrió Nell mientras él la invitaba con los tragos y la escuchaba. Tim no la había escuchado desde que ella había dicho «Sí».

– Me gustas -le dijo a Ben después de la tercera copa, y en ese momento recordó que él estaba casado.

Él le sonrió.

– Tú también me gustas. -Recorrió la barra con la mirada y agregó-: Pero este lugar es ruidoso, y quiero hablar más. -La miró profundo a los ojos-. ¿Qué te parece si subimos a mi habitación, que es más tranquila?

¿El mundo entero estaba lleno de hombres que engañaban? ¿Cómo sobrevivían los matrimonios?

– Lo lamento -dijo Ben ante el silencio de ella-. No debería haberte preguntado.

– No, está bien -dijo Nell-. Recién estoy sobreponiéndome a mi divorcio, así que estoy un poco sensible sobre todos esos temas.

Él le sonrió, dulce si una no supiera que era una basura que engañaba a su esposa.

– Te prometo que iré despacio -dijo y le tocó el hombro levemente, y Nell, para su propia sorpresa, se sonrojó.

No había sido más que una ligera oscilación en su pulso, pero estaba allí, y le hizo darse cuenta de que no había habido ninguna oscilación durante mucho tiempo. Se miró a sí misma, envuelta en la lycra azul de Suze, y se dio cuenta de que se había vuelto desconectada de su cuerpo. Sin hambre, sin lujuria, ni siquiera estaba segura de poder sentir dolor. El corte en la mejilla no le había dolido en lo más mínimo, ahora que lo pensaba. Tal vez estaba muerta y simplemente era demasiado estúpida como para acostarse.

– ¿Nell? -dijo Ben-. Lo siento, yo…

– Sí -le dijo, repentinamente desesperada por sentir algo.

No quería morir sin haber dormido con algún otro además de Tim. No quería morir en ningún caso, quería volver a sentirse viva. Ben era un adúltero, no contaba, era de otra ciudad, jamás tendría que volver a verlo. Pruébame que todavía estoy viva.

– Sí -dijo ella-. Me encantaría subir a tu habitación contigo.

– Me alegro -respondió él-. Quiero conocerte mejor.

Tú no quieres conocerme, quiso decirle. Sólo tener sexo conmigo, y después yo te delataré con tu esposa.

Llegaron al ascensor cuando algunas personas estaban descendiendo, y Nell se quedó al lado de él, vibrando de tensión. Era correcto hacerlo. Necesitaba algo que rompiera el hielo que la paralizaba, algo que la hiciera moverse otra vez.

Las puertas del ascensor se abrieron, y Ben las sostuvo para ella. Nell lo acompañó por el pasillo y esperó mientras él abría su habitación. «Adelante» dijo él con alegría, y ella entró, tratando de no desmayarse.

Él se quitó el saco y lo arrojó sobre una silla tapizada, viéndose igual que todos los tipos que ella había conocido con camisa y corbata. Tal vez debería tratar de salir con motociclistas, pensó.

– ¿Quieres un trago? -dijo Ben, y ella le puso la mano en el hombro y dijo:

– No, gracias.

Se acercó más para que él pudiera besarla, y él también se acercó, con olor a whisky, que no era desagradable, y sintió el calor debajo de sus manos cuando se las puso en los brazos, lo que tampoco era desagradable. Tenía la impresión de que debería sentir algo más que «no desagradable», pero había estado muerta mucho tiempo, así que no quería pedir demasiado. Y cuando él la besó, un beso perfectamente bueno, eso tampoco fue desagradable.

Entonces él deslizó sus manos por la espalda de ella hasta el extremo posterior, y ella no sintió nada, ni un temblor, ni un estremecimiento. Y por primera vez se dio cuenta de que eso podría ser un problema; a menos que él trajera consigo un lubricante, no había forma de que ella pudiera tener sexo con él. Sin mencionar que cuando le quitara el corpiño, encontraría el micrófono.

Él volvió a besarla mientras ella trataba de deducir qué hacer. Tal vez si…

Alguien golpeó a la puerta y Ben susurró «Perdón» y fue a atender.

– Creo que mi esposa está aquí -dijo Riley y Nell pensó, Oh, gracias a Dios.

– ¿Su esposa? -dijo Ben, y Nell fue hacia la puerta, tratando de no sonreír de alivio.

– Hola, cariño -dijo alegremente.

– ¿Cariño? -dijo Ben-. Pensé que estaban divorciados.

– En realidad no -dijo Riley con los dientes cerrados, mirándola fijo-. A veces se le olvidan ciertos detalles.

– De verdad lo siento mucho -le dijo Nell a Ben mientras pasaba a su lado. El la miró de la misma forma en que Riley la había mirado. Bueno, no podía culparlo, ella le había mentido.

Aunque definitivamente él le había mentido a ella.

– En realidad lo siento -dijo, volviéndose hacia la puerta-. Creo que es indefendible mentirle a un amante potencial sobre la situación matrimonial de uno. ¿No te parece?

Lo último que vio cuando Riley la alejaba fue que Ben se sonrojaba, aunque no sabía si era de furia o de vergüenza. En realidad no importaba.

Riley se mantuvo en silencio, hirviendo de furia, durante todo el camino hasta High Street, y esperó hasta que llegaron de regreso al departamento de Nell, y que ella se volviera hacia él y le dijera: «Está bien; entonces probablemente yo no debería haber hecho eso», para replicar, bufando: «¿Probablemente?» y de lanzarse a una arenga sobre su negligencia criminal por no haber seguido sus órdenes, lo que podría haberle causado penosas consecuencias.

– ¿Qué tratas de hacer? -le gritó por fin-. ¿Transformarnos a Gabe y a mí en tratantes de blancas?

– Creo que estás exagerando. -Nell se sentía a punto de llorar. No había sollozado desde hacía varios meses, desde que Tim la abandonara. Trató de prestar atención a las acusaciones de Riley, trató de estimular el llanto, pero no iba a suceder. Podía destrozar oficinas y teñirse el pelo y conquistar a todos los hombres que quisiera, pero jamás volvería a sentir nada. Deprimida más allá de toda medida, dejó a Riley en la mitad de una oración y se dirigió a la sala de estar y se sentó en la oscuridad de su sofá, pero sin llorar. El sofá no lo había comprado ella, sino Suze. Era un fantasma en su propia vida.

Después de un minuto, Riley entró y se sentó a su lado.

– Ya terminé de gritar -dijo con voz normal-. ¿Qué diablos te pasa?

– No puedo sentir nada-respondió Nell-. No siento nada nunca. Me olvidé de comer porque ya nunca tengo hambre. Descubrí que mi esposo me mentía y me engañaba y le destruí la oficina…

– ¿Qué? -dijo Riley, con alarma en la voz.

– …Y a las cinco ya estoy de vuelta como antes, adormecida. Termino en la habitación de hotel de un completo desconocido, y él me besa y no siento nada. Absolutamente nada. Ni siquiera repulsión o temor. -Lo miró y dijo-: Estoy muerta. Y no creo que regrese. Ese hombre estaba besándome y no sentí nada.

– También era un completo desconocido que estaba engañando a su esposa -señaló Riley-. No creo que esos aspectos te exciten demasiado.

– Nada me excita -dijo Nell-. Estoy clavada en la posición de «apagado», y creo que es para siempre. -Lanzó un largo y estremecido suspiro-. Creía que tal vez si cambiaba la forma en que me veía eso cambiaría, pero es sólo exterior. Interiormente sigo siendo gris. Y no puedo liberarme.

Su voz se elevó hacia el grito en el final de la frase, un aullido desagradable, como el sonido de una uña raspando un pizarrón, y ella esperaba que Riley se apartara, pero en cambio él la rodeó con un brazo, sólido y fuerte.

– Estás dramatizando demasiado -dijo.

Ella se echó hacia atrás, insultada.

– Escucha, tú -dijo, y él se inclinó hacia adelante y la besó.