143157.fb2 Mujeres Audaces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

Mujeres Audaces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

Capítulo 5

Ella lo sujetó, primero por la sorpresa y después porque era una buena sensación, caliente en la boca, sólido bajo sus brazos.

– ¿Qué fue eso?

– Piensas demasiado. -Riley le deslizó los dedos por el cuello y la hizo estremecerse-. ¿Ves? No estás muerta.

– Oye, yo tengo problemas reales -dijo Nell, tratando de recuperar su indignación, pero él le pasó los dedos por encima del pecho, y ella perdió su lugar en la conversación.

– No tienes ningún problema -dijo Riley-. Te divorciaste de un tipo que no te merecía, tienes amigos que están tan preocupados por ti que te consiguieron un gran trabajo, y esta noche me tienes a mí. No veo ningún problema en eso.

– Bueno, yo…

Él volvió a besarla, estaba vez agarrándola por completo mientras lo hacía, y la presión de la mano de él sobre su pecho era una sensación tan agradable que ella se inclinó sobre él y le devolvió el beso, queriendo que él la empujara, luchara con ella, le hiciera sentir algo otra vez.

– ¿Ves? -susurró él contra su boca-. El único problema era que estabas con el tipo equivocado.

– Oh, ¿y tú eres el tipo correcto? -dijo ella y se sorprendió a sí misma riéndose.

– Esta noche, soy el tipo correcto. -Riley le deslizó el pulgar en el cuello-. Definitivamente estás en la etapa de amantes descartables -dijo y le besó el cuello.

– ¿Hay una etapa de amantes descartables? -dijo Nell, pero él estaba inclinado sobre ella, y ella le sonrió dentro de la boca cuando él volvió a besarla-. No lo creo -dijo ella cuando lo apartó-. Estoy verdaderamente deprimida…

– No. No lo estás. Estás endemoniadamente enojada. -Le pasó los dedos con suavidad por la parte de atrás del vestido-. Sólo que crees que deprimida es más femenino. Es hora de dejar salir un poco de vapor. ¿Dónde está el cierre de esta cosa?

– No voy a tener sexo contigo -dijo Nell, alejándose, pero no demasiado. La parte de los besos la estaba alegrando mucho y todavía no quería sacarlo a patadas-. Sería poco profesional.

– Oh, y tú has demostrado un gran profesionalismo esta noche. -Riley la atrajo con suavidad como para poder mirar por encima del hombro de ella-. Este vestido no tiene cierre.

– Es de lycra -dijo. Nell-. Se pone desde arriba. Con muchísimo esfuerzo.

– Qué suerte que soy un tipo fuerte -dijo Riley, buscando el borde.

– No. -Nell le apartó la mano de un empujón-. No voy a tener sexo contigo. Eres un infante.

– Una mujer mayor -dijo Riley-. Bien. Enséñame todo lo que sabes. -Volvió a atraerla, y ella lo rodeó con los brazos y le devolvió el beso porque él era realmente bueno en eso, y él cayó lentamente sobre el sofá con ella encima-. Soy un principiante en esto -dijo-. Así que tendrás que decirme todo lo que haga mal.

Le deslizó la mano entre las piernas y ella dijo:

– Bueno, eso, para, empezar.

– ¿Demasiado pronto?

La mano se apartó y ella se sintió vagamente decepcionada.

– Empezaremos por arriba e iremos bajando, entonces -dijo él y volvió a besarla cuando ella abrió la boca para protestar, tocándole la lengua con la suya. Apenas termine este beso, pensó ella, pero cuando el beso terminó, ella seguía pegada a él, pensando: abrazarse y besarse no cuenta, en especial cuando una está con alguien que lo hace así de bien, y diez minutos más tarde, cuando él había conseguido izar la lycra por encima de sus caderas, ella decidió que tocarse tampoco contaba. Y poco después de eso, ya no pensaba más, sólo reaccionaba a su boca y a sus manos, sintiéndose cada vez más caliente cuanto más él la tocaba, queriendo que sus manos fueran fuertes en vez de suaves, pero dispuesta a aceptar la suavidad si eso era lo único que podía obtener. Cuando ella ya estaba sin el vestido y él sin la camisa, Riley le subió los dedos por el estómago y ella se estremeció contra el cuerpo de él, que dijo:

– Es una verdadera vergüenza la forma en que no puedes sentir nada.

– No te mueras de gozo -dijo ella y se apretó contra él, tratando de absorber su calor.

– No hay nada de qué morirse de gozo -respondió él-. Todavía.

Entonces comenzó a besarla recorriéndole el cuerpo, sacándole la bombacha con una mano. Nell dijo: «Eh, espera un momento», y él dijo: «No», siguió por su ombligo y no se detuvo. Y diez minutos más tarde, cada nervio del cuerpo de Nell se derretía y regresaba a la vida con un alarido.

– Ahora voy a morirme de gozo -dijo Riley, y entonces, mientras Nell trataba de recobrar el aliento, él se quitó los pantalones. En realidad no debería estar haciendo esto, pensó ella, pero Riley giró para ubicarla a ella sobre él, besándola con suavidad, y ella se aferró cuando él se deslizó dentro de ella con dureza. Y en ese momento, para su asombro y alivio, la hizo moverse hasta llevarla a otra breve y aguda explosión, limpiándole las venas y el cerebro con una eficiencia alegre y suave.

– Haces eso muy bien -dijo Nell cuando hubo recuperado el aliento y estaban otra vez separados. Se sentía extrañamente bien, como si acabara de hacer un viaje astral, un poco distante pero satisfecha.

– Practico. -Riley la besó en la frente, un beso fraternal que también era extraño, considerando que los dos estaban desnudos y él acababa de quitarse un profiláctico-. ¿Estás bien?

– Sí -dijo Nell, sin estar segura. Su cuerpo se sentía maravilloso, pero su mente estaba otra vez enturbiándose, tratando de conectar la pasión y Riley con algo de su existencia anterior sin resultado alguno. Bueno, eso era bueno. Estaba intentando comenzar una nueva vida. Salvo que ahora que los meneos habían terminado, no se sentía muy diferente. Con frío y vergüenza, pero no diferente. Buscó su mantilla de chenille, y Riley se apartó de ella en el sofá y se puso de pie.

– ¿Buscabas esto? -dijo, y le colocó la mantilla,

– Gracias.

Hizo un esfuerzo para sentarse, tratando de no mirar al hombre grande y desnudo en su departamento, y él se vistió mientras ella hacía un esfuerzo por no observarlo y aparentar indiferencia.

– Eh, Riley -dijo, mientras él estaba abotonándose la camisa-. Creo que…

– Bueno, basta -dijo él, agachándose para besarla una vez más-. Trata de dormir, niña, y vuelve a comenzar mañana. Estarás en carrera rápidamente.

Se fue antes de que ella pudiera pensar una buena respuesta, entonces se quedó acostada en la cama, con el suave chenille a su alrededor, y escuchó a su cuerpo. Su mente podría estar turbia, pero el cuerpo tenía las cosas bastante claras. Le había sucedido algo bueno.

– Qué diablos -dijo y, por primera desde el divorcio, notó que no había nadie que la oyera.

Tal vez ya era hora de volver a aprender a jugar bien con los demás.

Tampoco era que no tenía a Suze y a Margie…

Suze y Margie. Se morirían cuando descubrieran lo que acababa de hacer. Nell se rió en voz alta, volviendo a sorprenderse, y después se acurrucó y se quedó dormida, marginalmente contenta por la vida en general.

Nell le sonrió a Gabe con la mayor inocencia que pudo cuando él bajó a la oficina la mañana siguiente, pero de todas maneras él se detuvo y la miró fijo.

– ¿Qué? -dijo ella, irritable por la culpa.

– Su cabello se ve bien -dijo él.

Ella lo tocó, sorprendida. Claro: se lo había teñido de rojo.

– Gracias.

– ¿Alguna razón en particular para habérselo cambiado?

– No -mintió Nell, y él se quedó allí, alto e indescifrable, contemplándola fijamente con esos ojos hasta que ella dijo-. En serio. Por ninguna razón. Quiero decir, había esa cosa anoche, lo del señuelo…

Gabe asintió.

– …Y Riley dijo que debería verme atractiva… -Se sonrojó porque sonaba estúpida y porque decir «Riley» le recordó lo verdaderamente estúpida que había sido-. Y era hora, quiero decir, me veía bastante gris…

Él volvió a asentir, paciente, lo que hizo que ella se enojara.

– …Y de todas formas esto no le concierne -terminó, apuntando la barbilla hacia afuera.

– Lo sé -dijo él-. ¿Alguna otra cosa que quiera decirme?

– No quiero decirle nada de nada -dijo Nell, y se volvió hacia la computadora, sin prestarle atención, hasta que él replicó:

– Gracias por hacer café. Puede empezar con el sótano hoy.

Y entró en su oficina.

Un minuto más tarde, Riley bajó de su departamento.

– Mira -dijo Nell-. Sobre lo de anoche…

– Fue divertido, lo agradeces, te sientes mucho mejor, pero no quieres volver a hacerlo. -Riley levantó su taza y plato del estante y se sirvió café.

En realidad, no me siento mucho mejor, pensó Nell, mirando para asegurarse de que la puerta de Gabe estuviera completamente cerrada.

– Correcto. ¿Cómo lo supiste?

– Te lo dije, estás en la etapa de amantes descartables. Lo que menos quieres es una relación, pero sí quieres saber que todavía funcionas. A la gente le pasa todo el tiempo después de un divorcio. -Tomó un sorbo y dijo-: Este café es en verdad muy bueno.

– Gracias. -Nell volvió a sentarse-. Por todo.

– Oh, el placer fue mío. -Riley le sonrió-. Sólo prométeme que la próxima vez no irás a la habitación del tipo.

– No voy a ir a la habitación de nadie -dijo Nell firmemente-. No voy a hacer eso de nuevo.

– Es probable que sea una buena idea. ¿Tienes alguna amiga a la que le gustaría coquetear por dinero?

– Sí -dijo Nell-. Pero a su marido le daría un ataque, así que en realidad no.

Gabe salió de la oficina.

– No había nada en los expedientes del 78 -le dijo a Riley-. Así que Nell va a empezar con el sótano. Si tienes tiempo, ayúdala.

– Claro que sí-dijo Riley, sin mirar a Nell-. Bueno, tengo que hacer el informe de anoche. -Se evaporó en su oficina, y Gabe se volvió a mirar a Nell.

– ¿Qué pasa con él?

– Se hizo tarde anoche -dijo Nell, sin separar la mirada de los papeles que tenía sobre el escritorio-. Ya sabe, lo del señuelo.

– Correcto. ¿Cómo anduvo eso?

Nell le pasó la cinta sin mirarlo.

– Culpable sin duda alguna. Lo tengo aquí.

– Grandioso -dijo Gabe, sin tomarlo-. Haz una copia para los archivos, manda a ampliar las fotos, y envía los originales a la clienta por Federal Express junto con el informe de Riley.

– Correcto.

– ¿Va a contarme qué está sucediendo?

– No.

– Tarde o temprano voy a descubrirlo. Soy detective.

– No.

– Está bien -dijo Gabe- el sótano es suyo-. Y regresó a su oficina.

Oh, sí, ella podía imaginarse explicándole eso: «Estaba tratando de darle un impulso a mi vida, así que me acosté con Riley, pero no dio resultado, y estoy un poco deprimida, pero sigo en la lucha. ¿Alguna sugerencia?».

No.

Está bien, la destrucción maliciosa de propiedad no había servido ni tampoco el sexo sin sentido, aunque ambas actividades le habían mejorado el ánimo en el corto plazo. Tal vez ella fuera demasiado introvertida. Quizá debería tratar de ayudar a otros.

Había una perra en New Albany.

Se levantó y entró en la oficina de Gabe.

– Escuche, el lunes vino una mujer que tenía un problema con una perra.

Gabe asintió.

– Creo que deberíamos hacer algo al respecto.

– No -respondió Gabe y volvió a concentrarse en los papeles sobre el escritorio.

– No puede decir que no -dijo Nell, con ganas de abofetearlo.

– Claro que puedo. Yo soy el dueño de esto.

No le prestaba atención, la estaba despidiendo, y ella sintió que le hervía la sangre.

– Podría hacerlo esta noche. Entrar allí y agarrarla y el dueño jamás se enteraría.

– No.

Nell apretó los labios.

– Sería lo correcto.

– Sería violar la ley.

– Pero aún así sería lo correcto.

Gabe la miró, con las cejas contraídas.

– ¿Quiere que la saque físicamente de esta oficina?

Nell miró sus ojos tan oscuros y, para su inmensa sorpresa, sintió que la recorría un estremecimiento. Sí. Después se echó hacia atrás. Una noche con Riley y ya estaba buscando lo mismo en todas partes. Honestamente.

– No, señor.

– Entonces váyase por sus propios medios -dijo Gabe.

Nell cedió y se marchó, consciente de que él estaba observándola. Cerró la puerta al salir y regresó a su escritorio para recoger el teléfono.

– Necesito ayuda esta noche, a las diez -dijo Nell cuando Suze atendió.

– Claro -dijo Suze-. ¿Qué vamos a hacer?

Nell miró por encima del hombro para asegurarse de que Gabe no estuviera de pie en la puerta.

– Vamos a secuestrar una perra -susurró-. Vístete de negro.

Gabe se distrajo con cuestiones de la agencia y con vagas especulaciones sobre cuál sería la jugada siguiente de Nell respecto a la lucha por la perra hasta las últimas horas de la tarde, momento en que ella entró, con un gran bibliorato verde en la mano, y dijo:

– Tal vez haya encontrado algo en el sótano, pero no estoy segura.

Gabe la miró; seguía inmaculada con su traje gris claro.

– En el sótano. ¿Cómo hace para mantenerse tan limpia?

– Es un don. -Nell depositó el bibliorato sobre el escritorio-. Primero tengo una pregunta. En las carpetas del 78 hay una interrupción en el medio. Los primeros cinco meses están verdaderamente bien organizados, y después todo se va al demonio. ¿Cambiaron de secretaria?

– Sí -respondió Gabe.

– Mala decisión-dijo Nell-. Deberían haberse quedado con la primera porque los expedientes son pura basura después.

– La primera era mi madre -dijo Gabe-. Ella se marchó.

– Oh. -Nell se enderezó un poco-. Lo siento. Bueno, la buena noticia es que no se fue hasta junio de ese año, así que si está buscando algo de antes o cerca del 28 de mayo, es más fácil.

Gabe acercó el bibliorato y lo abrió en el lugar que ella había marcado con una tira de papel.

– ¿Qué es esto?

– El libro contable de 1978. Es la única entrada de Ogilvie que no concuerda con los archivos -dijo Nell-. Pero es lógico. Son flores.

– ¿Flores? -dijo Gabe, pasando los dedos por la página.

– Para un funeral -dijo Nell, justo en el momento en que Gabe lo encontraba: Flores. Ogilvie, funeral, escrito con la letra fuerte y oscura de su madre.

Un funeral.

– ¿Quién murió? -dijo Gabe, tratando de mantener la calma-. Tendremos que revisar los archivos de los diarios…

– Tal vez no -dijo Nell, sentándose frente a él-. Creo que lo sé.

Él la miró y ella tragó saliva.

– Está bien, no estoy segura, tengo que revisarlo -dijo-. Pero eso debe de ser un año después de que me casé con Tim.

Hace veintidós años, pensó él automáticamente. Debería haber sido tan joven como Chloe.

– Y el hermano de Tim, Stewart -continuó Nell-, se había casado con Margie Ogilvie esa primavera. Y poco después, murió la madre de Margie. Helena.

– La esposa de Trevor -dijo Gabe y se echó hacia atrás-. Olivia tiene veintidós años. ¿Helena murió en el parto?

Nell sacudió la cabeza.

– Los padres de Margie se estaban divorciando. Y luego murió la madre, y el padre volvió a casarse, rápido, y Olivia nació casi de inmediato. Sé que Margie estaba verdaderamente mal, pero jamás dijo nada al respecto y yo nunca pregunté. En esa época no éramos muy amigas.

– ¿Cómo murió Helena? -dijo Gabe, rezando que fuera algo sencillo, en un hospital, con muchos médicos alrededor.

– Se pegó un tiro -dijo Nell, y Gabe pensó: Oh, Cristo, esto va a ser algo feo-. No estoy segura sobre los detalles -prosiguió Nell, hablando más rápido-, salvo que Margie estaba presente y que fue horrible.

– ¿Margie la vio cuando se pegaba un tiro? -dijo Gabe, mientras su esperanza crecía.

– No -respondió Nell-. Creo que estaba en la habitación contigua. Pero estaba allí, y fue ella quien encontró a su madre. Debe de haber sido terrible.

– Sí, supongo que sí -dijo Gabe automáticamente, recostándose en el asiento.

Riley golpeó la puerta y entró, y Gabe empujó el bibliorato en su dirección.

– ¿Viste esto?

Nell se puso de pie.

– Los dejo solos -dijo y se fue antes de que Gabe pudiera decir nada.

– ¿Qué le pasa a ella? -le dijo a Riley.

– Probablemente no quería que la echaran de nuevo -respondió éste, tomando el bibliorato-. ¿Qué es esto? -Gabe le explicó, y cuando terminó, Riley parecía sentirse tan mal como él-. ¿Crees que tu papá ayudó a Trevor a tapar un homicidio?

– Creo que deberíamos comenzar a investigar el suicidio -dijo Gabe-. Voy a llamar a Jack Dysart y ver si éste es el tema con que los está persiguiendo la chantajista. Tú consigue el informe policial sobre el suicidio de Helena.

Riley miró el reloj.

– Mañana. Hoy es demasiado tarde. ¿Y Lynnie? ¿Crees que tiene algo que involucre a Trevor en esto?

– No lo sé. Pasé hoy y la encargada de la casa seguía allí. Creo que vive en la otra mitad del dúplex, y me parece que no tiene mucho que ver. Voy a tener que vigilar la casa esta noche. Lo que me recuerda: ¿qué pasó con Nell anoche? Si nos van a demandar, quiero saberlo.

– Ella… entendió mal -dijo Riley.

Gabe cerró los ojos.

– ¿Cuan mal entendió?

– Subió a la habitación de él. Yo la saqué antes de que pasara nada.

– Esta mujer no tiene cerebro -dijo Gabe-. ¿Por qué diablos…?

– Sí tiene cerebro -dijo Riley-. Tú descartas a las mujeres demasiado rápido. Es una gran secretaria y una buena persona.

– Me alegro de que te guste. Volverás a estar con ella esta noche.

– Oh, no. No. Tengo una cita. -Riley miró su reloj-. Tu turno.

– No -replicó Gabe-. Voy a vigilar a Lynnie.

– ¿Y esta cosa con Nell no puede postergarse?

Gabe lo estudió.

– ¿Hay alguna razón por la que no quieras ver a Nell esta noche?

– No -dijo Riley-. Sin embargo, sí hay una razón por la que quiero ver a la licenciada en horticultura.

– Ya veo. No, no se puede postergar. Va a secuestrar a la perra de New Albany.

– Estás bromeando.

– No.

– No lo sabes con seguridad -dijo Riley.

– Apuesto veinte dólares que lo hará.

Riley lo pensó.

– Nada de apuestas. La vigilaré. -Volvió a poner el bibliorato sobre el escritorio de Gabe-. Suicidio, ¿eh?

– Desde que ya que esperamos eso -dijo Gabe y levantó el teléfono.

Esa noche a las diez, cuando Suze abrió la puerta de su Volkswagen escarabajo color amarillo para que Margie subiera, ésta dijo:

– ¿Entonces qué es lo que vamos a hacer?

– Vamos a robar una perra -dijo Suze, subiéndose su minúsculo top, la única prenda negra que tenía. A Jack le gustaban los colores.

– Está bien -dijo Margie y se subió al asiento trasero, sosteniendo la falda de su vestido negro-. Cuando terminemos, ¿podemos ir a desempacar la vajilla de porcelana de Nell?

– ¿No oíste la parte sobre robar una perra? -dijo Nell desde el asiento de adelante cuando Suze se subió al asiento del conductor.

– No me importa -respondió Margie-. Sólo quería salir de la casa. Budge está furioso contigo. Dice que no deberías hacerme acompañarte de noche tan tarde.

– Lo lamento -dijo Nell, y Suze pensó: Budge necesita un pasatiempo. Además de Margie.

– Robar perras -dijo Margie-. Tienes un trabajo interesante.

Suze enfiló hacia la autopista, para nada segura de que esa fuera una buena idea. Por otro lado, estaban maltratando a un perro, y ella estaba en contra de eso. Y desde que se había casado, un día después de terminar el secundario, jamás había tenido la oportunidad de hacer alguna broma universitaria. Nada de empujar vacas, ni de robar mascotas, ni meter un Volkswagen en algún dormitorio de la universidad. Esa noche sería lo más cerca que estaría de una indiscreción juvenil y debería disfrutarlo. El problema era que tal vez hubiera un límite de edad para ese tipo de bromas. Ella tenía treinta y dos años. «Ya no eres joven, niña», se la pasaba diciéndole Jack. «Acostúmbrate».

– ¿Por qué hace eso ese tipo? -dijo Margie, y Suze miró en el espejo retrovisor y vio un auto gris sin ningún atributo especial que estaba detrás de ellas con las luces altas. Suze disminuyó la velocidad y el auto se acercó y se puso al lado.

Nell se inclinó para mirar.

– Oh, no. Detente.

– No me parece -dijo Suze-. Estamos en una calle oscura y no sabemos quién es. No quiero aparecer en los titulares policiales de mañana.

– Yo sé quién es -dijo Nell-. Detente.

Suze detuvo el auto a un costado del camino y estacionó, y el otro auto se detuvo más adelante.

– ¿Quién es?

Nell sacudió la cabeza y bajó la ventanilla, y Suze entrecerró los ojos para ver mejor. Fuera quien fuera, era un tipo grande. Casi amenazante.

– ¿Estás segura? -dijo, pero en ese momento el tipo llegó al auto y se agachó para mirar por la ventanilla de Nell. Suze no lo podía ver con nitidez en la oscuridad, pero le dio la impresión de que tenía una gran mandíbula cuyo tamaño parecía aumentado por un gran entrecejo fruncido.

– Eres más tonta que una roca -le dijo a Nell.

– Estoy dando un paseo con mis amigas -replicó Nell cortésmente-. No estás invitado.

El hombre miró más allá de Nell y vio a Suze y quedó aturdido un momento, y después puso cara de irritación, que no era la reacción que Suze acostumbraba a recibir de los hombres. Por lo general se veían aturdidos y después sonreían.

– Ya puedes irte -dijo Nell.

– Salieron a robar un perro -dijo el tipo, transfiriendo a Nell su desaprobación-. Eso es ilegal. Den la vuelta o llamaré a la policía.

– En realidad no harías eso, ¿verdad? -dijo Nell, y el tipo suspiró.

– Hay un restaurante Chili's en la 161, justo antes del giro hacia ese sitio. Vayan allí. Las seguiré. Si hacen algún movimiento extraño, voy a marcar el número de la policía en mi celular. Y sí, voy a hacerlo.

– No, no lo harás -dijo Nell, pero se volvió hacia Suze y dijo-: Conduce hasta Chili's, por favor.

Cuando regresaron al camino, con el sedán gris siguiéndolas de cerca, Suze dijo:

– Confiesa. ¿Quién es ése?

– Riley McKenna -dijo Nell-. Uno de los tipos para los que trabajo.

– Tiene un aire familiar -dijo Margie desde el asiento trasero-. ¿Lo he visto antes? Tal vez haya ido a lo de Chloe. Hoy aprendí a manejar la caja registradora.

Suze no le prestó atención para concentrarse en lo esencial.

– ¿Realmente llamaría a la policía?

– No -dijo Nell-, pero nos seguiría y haría todo imposible. Así que vamos a tener que convencerlo de que nos deje ir.

Suze la miró fijo.

– ¿Qué tienes con este tipo?

– Nada -dijo Nell-. Sólo vamos a apelar a su buena naturaleza. Estoy bastante segura de que la tiene.

Después de que Riley las siguiera hasta Chili's, Suze pudo mirarlo mejor. Alto, rubio, robusto, con la elegancia sencilla y discreta típica del Medio Oeste estadounidense y una mandíbula suficiente para dos personas, fruncía el entrecejo de exasperación y de todas formas las mujeres que pasaban lo miraban de reojo. Él no era su tipo -Jack era su tipo-, pero Suze podía entender su atracción.

Cuando se sentaron en un reservado, Riley junto a Margie, que parecía complacida de ocupar ese lugar, le dijo a Nell: «No van a robar ningún perro»; y Suze sintió que empezaba a enojarse.

– Claro que sí -le dijo-. ¿Quién se murió y te nombró Dios?

– Ella es mi cuñada Suze -dijo Nell, y Riley le hizo un gesto de asentimiento, no impresionado. Eso también era irritante.

– Y ésta es mi otra cuñada, Margie -siguió Nell, y Riley se volvió hacia Margie y le sonrió.

¿Qué demonios pasaba? El mundo se estaba volviendo un lugar extraño si Margie obtenía un trabajo y a todos los hombres.

– Encantado de conocerla -le dijo Riley a Margie y se volvió hacia Nell-. Hay tres reglas y tú quieres violarlas todas. Gabe te despedirá, sabes. Él no tiene ningún sentido del humor sobre estas cosas.

– ¿Tres reglas? -replicó Nell-. Creí que eran dos, y yo no les dije quién era la clienta, y rescatar a un perro maltratado no debería ser contra la ley, así que creo que todavía estoy bien. -Lo apuntó con la barbilla cuando la camarera vino a tomar su pedido, y Suze pensó: ¿Nell?

Cuando la camarera se marchó, Nell agregó:

– ¿Cuál es la tercera? No quiero tropezarme con ella por accidente. -Sonaba descarada, casi coqueteando con él, y Suze se acomodó en el asiento para observar.

– Ya te tropezaste con ella -dijo Riley-. Y te caíste. Anoche.

Nell se sonrojó.

– ¿Nell? -dijo Margie, y el rubor de Nell se hizo más oscuro mientras Riley le sonreía.

Dios mío, se acostó con él, pensó Suze. Aleluya.

– Me gustas más que antes -le dijo a Riley-. Pero igual vamos a ir a rescatar el perro.

– No quiero que Nell pierda su empleo -dijo Margie, mirando a Riley con más curiosidad-. Le está haciendo tan bien.

Riley le sonrió a Margie, y Suze vio la chispa en los ojos y pensó: Guau. Con razón Nell cayó. Yo también habría caído. Después recordó que estaba felizmente casada.

– No hay ninguna razón por la que Gabe tiene que enterarse -estaba diciendo Nell-. No tiene nada que ver con él.

– Él rechazó el encargo -dijo Riley-. Tú eres parte de la compañía, así que lo rechazó también en tu nombre.

– No -replicó Nell-. Si yo fuera parte de la compañía, ustedes tendrían nuevas tarjetas de presentación.

– No empieces con las tarjetas -dijo Riley-. Esto se trata del perro que no van a robar.

Sonaba muy seguro de sí mismo, lo que era irritante. Suze se aclaró la garganta, y él volvió a mirarla, otra vez con el entrecejo fruncido.

– No creo que entiendas la situación -dijo. No había ninguna chispa en los ojos del hombre que trataba de intimidarla con la mirada, nada del calor que ella estaba acostumbrada a percibir cuando los hombres reparaban en ella, y eso la molestó un poco-. Puedes detenernos esta noche, pero lo haremos tarde o temprano. Así que bien podrías ayudarnos esta noche y terminar con todo esto así puedes regresar a lo que sea que haces por las noches. -Miró a Nell para ver si volvía a ruborizarse pero ella estaba asintiéndole a Riley.

– Es cierto -le dijo-. Voy a conseguir ese perro.

– ¿Cuánto tiempo te durará la demencia? -le dijo Riley-. No es que no aprecie algunos aspectos de la situación, pero vas a quemarte demasiado rápido si no enfrías tus motores. Tu suerte no puede durar para siempre.

– No estoy demente -dijo Nell-. Estoy recuperando mi vida.

– Y el perro de otra persona -dijo Riley.

– Sí.

Riley recorrió la mesa con la mirada.

– Y ésta es tu banda. -Sacudió la cabeza-. Tres mujeres vestidas de negro en un callejón residencial de New Albany. ¿Qué van a decirle a la policía cuando las arresten? ¿Que están estudiando teatro?

– La policía no iba a meterse en esto -dijo Suze-. Nosotras nos íbamos a mover sin ser vistas en la noche.

– En un Volkswagen escarabajo amarillo -dijo Riley-. Esa cosa brilla en la oscuridad. ¿En qué estabas pensando cuando lo compraste?

– No sabía que me dedicaría al delito -dijo Suze-. ¿Tienes una idea mejor?

– Sí -respondió Riley-. Por desgracia. -Le hizo una señal a la camarera, quien vino de inmediato y tomó el pedido de una hamburguesa para llevar.

Alguien debería causarle algún pesar a este tipo, decidió Suze. Las mujeres se lo hacían todo demasiado fácil.

Nell estaba sonriéndole, lo que agrandaba el problema, aunque era adorable verla sonreír otra vez.

– Sabía que nos ayudarías -le dijo.

– Agradece que eres atractiva -le contestó él a Nell y la sonrisa de ella se hizo más grande, y Suze le perdonó todo.

– Tú me gustas -dijo Margie.

– Qué bueno -respondió Riley-. Porque tú te quedarás conmigo.

Margie lo miró con los ojos brillantes y Suze volvió a sentirse irritada. Nell era atractiva y a Margie la invitaba a quedarse. ¿Entonces ella qué era, hígado picado?

– Vamos a usar mi auto -dijo Riley.

– Qué auto más aburrido -dijo Suze-. Sólo un tipo sin imaginación compraría un auto gris.

Riley suspiró.

– Piénsalo un poco. Ya te darás cuenta. -Se volvió hacia Nell-. Te dejaremos a ti y a la bocona a una cuadra de la dirección. Si las atrapan, llámame a mi celular e iré a rescatarlas si puedo. Si no puedo, las sacaré bajo fianza.

– Gracias -dijo Nell-. ¿Por qué no puede venir Margie?

– Demasiada gente-dijo Riley-. Deberías ser sólo tú, pero no voy a soportar que me parloteen durante media hora, así que la bocona también va.

– Yo no parloteo -dijo Suze.

La camarera trajo la hamburguesa, y Riley se la pasó a Nell.

– Usa eso para atraer al perro. Asegúrate de quitarle el collar antes de salir del patio. Todos esos lugares tienen cercos invisibles, y no te conviene que el perro comience a aullar cuando lo arrastres por un campo electromagnético.

– ¿Y si la muerde? -dijo Margie-. No sabemos nada de este perro.

– Eso es problema de ella -dijo Riley-. Yo solo intento evitar que no la arresten ni la echen.

– ¿En serio Gabe me echaría? -dijo Nell.

– ¿Si arrastras a la agencia en esto? Por todos los diablos, claro que sí. Yo también lo haría. Tenemos una reputación que proteger.

– Es difícil de creer -dijo Suze fríamente y obtuvo su recompensa cuando él se sonrojó un poco.

– No ataques el negocio familiar, dama -Riley le dijo-. ¿Cómo se sentiría Jack si supiera que arrastraste a la firma en esto?

Suze sintió que ella misma enrojecía.

– ¿Cómo sabes de Jack?

– Yo sé todo. -Su rostro se suavizó cuando miró a Nell-. Sabes, esto no es una buena idea, de verdad.

– Lo sé -respondió ella-. Pero debo hacerlo. No es sólo por el perro, sino por algo más importante, aunque el perro es suficiente.

– Bien. -Riley se puso de pie e hizo un gesto hacia la plaza de estacionamiento-. Son las once menos cuarto. Si van a hacerlo, nos vamos ahora.

Nell también se puso de pie, y tomó la hamburguesa.

– Voy a hacerlo.

– Maravilloso -respondió Riley y enfiló hacia la puerta.

– ¿Y la cuenta? -dijo Suze.

– Págala -le respondió él-. Esta es tu fiesta.

– Él no me gusta-le dijo Suze a Margie.

Margie se deslizó fuera del reservado.

– Considéralo una experiencia adulta.

– Oh, bien, necesitaba algo así-respondió Suze y arrojó un billete de veinte sobre la mesa. Era demasiado dinero, pero estaba apurada para robar un perro.

Riley las dejó en la esquina, y cuando Nell cerró la puerta, oyó que le decía a Margie: «Bueno, cuéntame sobre ti». Nell y Suze atravesaron los terrenos hasta que encontraron la dirección.

El reloj de Nell marcaba las once menos cinco cuando se agacharon bajo los abetos de la parte trasera del terreno del perro, y diez minutos después, la puerta del enorme solario vidriado que estaba detrás de la casa se abrió, y un hombre empujó con el pie a una peluda y acobardada perra salchicha hacia el patio.

– Vamos -le dijo, con tono de aburrimiento-. Hazlo rápido.

Se quedó allí frente a su costoso paisaje con los brazos cruzados, y Nell susurró:

– Oh, maldición, va a ver todo. -Le tomó el brazo a Suze-. Ve a tocar el timbre del frente. Ve.

– No quiero -respondió Suze, pero salió corriendo en la oscuridad, con el aspecto de una reina de la belleza del bajo mundo, con su minúsculo top negro, y Nell se concentró en la temblorosa perra salchicha, que ahora estaba agachada a menos de tres metros de distancia, alargada y poco elegante. Desenvolvió la hamburguesa y la agitó, con la esperanza de que la oscuridad de debajo de los árboles impidiera que Farnsworth, que seguía de pie en la puerta, la viera. Mientras ella lo observaba, éste se dio vuelta para mirar el interior de la casa, lanzó una maldición y entró.

– Vamos, Pastelillo de Azúcar -llamó ella en voz baja en la oscuridad, agitando la hamburguesa-. Ven aquí, bebé.

Pastelillo de Azúcar se paralizó semiagachada, con los ojos yendo de un lado para otro por encima de su larga y angosta nariz como si estuviera tratando de decidirse entre la casa y Nell y sin que le gustara ninguna de las dos alternativas.

– Ven aquí, dulzura -dijo Nell, tratando de que no se le notaran los nervios en la voz, y Pastelillo de Azúcar comenzó a arrastrarse hacia la casa.

– ¡No, no, no! -Nell se arrojó sobre la perra salchicha, que se agachó aún más cerca del piso aterrorizada cuando Nell la agarró del medio, ambos extremos aflojados cuando la recogió-. Cállate -dijo, equilibrando al flojo animal sobre las caderas para levantarse, y se marchó saltando sobre hortensias y boj para llegar a la oscuridad de los árboles mientras Pastelillo de Azúcar se agitaba como un cerdo estirado y engrasado.

El perro dio un respingo cuando Nell atravesó la línea del terreno.

– Lo siento -dijo ella-. Me olvidé del collar. -Y entonces el animal rebotó sobre sus caderas, tembloroso pero mudo, y con las piernas traseras trató de impulsarse contra Nell mientras ésta atravesaba a toda velocidad los patios traseros. Oyó que Farnsworth gritaba «Pastelillo de Azúcar, maldita perra, ¿dónde estás?» a sus espaldas, y en ese momento llegó a la calle y cambió el rumbo para alejarse lo más posible, olvidando por completo dónde se suponía que tenía que encontrarse con Riley.

Cualquier lugar era mejor que ése.

Cuando estuvo a seis cuadras de distancia, se detuvo para recuperar el aliento y se sacó a Pastelillo de Azúcar de la cadera.

– Lo lamento -dijo, y la perra la miró, con los ojos sobresalidos, enormes como pelotas de golf, estremeciéndose en sus brazos hasta que casi se suelta por la vibración-. No, en serio, está bien.

Se inclinó y la colocó en la lisa y blanca vereda bajo la luz de la calle, con una mano sobre el collar por si decidía escaparse. Pero en cambio Pastelillo de Azúcar se derrumbó, rodó sobre su espalda para dejar que su cabeza cayera contra la vereda, floja de miedo, y lanzó un gemido agudo que sonó como el aire que se escapa de un globo.

– Por Dios, no hagas eso -dijo Nell, tratando de sostener la cabeza de la perra. Si las cosas empeoraban, tendría que hacerle respiración boca a boca. Se imaginó dándole explicaciones a Deborah Farnsworth. «Bueno, la buena noticia es que recuperé su perra salchicha. La mala es que fibriló en la vereda». Vamos, Pastelillo de Azúcar -dijo, mirando intranquila por encima del hombro-. Anímate. Actúa como una mujer.

Recogió a la perra y la acunó en los brazos y comenzó a caminar por la calle hacia la autopista.

– Vas a estar bien -le dijo a la perra-. En serio, sólo tenías que alejarte de ese hombre horrible. Pronto te regresaremos a la señora que te ama.

Pastelillo de Azúcar no parecía convencida, pero ahora que estaban avanzando otra vez, la vibración disminuyó y se convirtió en un estremecimiento intermitente.

– Te lo juro -dijo Nell, caminando más rápido-. Te espera una vida de hamburguesas y sin gritos. -Sujetó con más fuerza a la perra salchicha, y esta vez el animal suspiró y apoyó la cabeza sobre el hombro de Nell, quien se detuvo para mirarla a los ojos. Hola -dijo, y Pastelillo de Azúcar le devolvió la mirada, patética y con los ojos bien abiertos bajo el resplandor de la luz de la calle, mientras sus pestañas se agitaban como una mujercita sureña frente a un norteño-. Te lo juro, todo va a salir bien.

Un auto estacionó a su lado y ella saltó de miedo, lo que hizo que el reflejo de estremecimientos de Pastelillo de Azúcar volviera a comenzar, pero era Riley. Se subió al asiento trasero junto a Suze, y Riley dijo «Oh, bien, conseguiste el perro», sin ninguna clase de entusiasmo y se alejaron de la escena del crimen.

– Estuviste grandiosa -le dijo Nell a Suze mientras ponía al perro sobre el asiento.

– No, no lo estuvo -dijo Riley, observándolas por el espejo retrovisor-. Llegó a hablar con este tipo, y cuando él haga la denuncia policial, va a dar su descripción, suponiendo que alguna vez la haya mirado a la cara.

Suze tironeó de su top pero no sirvió de nada.

– Tal vez no se dé cuenta de que ella estaba metida en esto -dijo Margie-. Quizá jamás se entere.

– Se dará cuenta -dijo Riley-, y va a acordarse de ella.

– Hay un montón de rubias treintañeras en esta ciudad -dijo Suze.

– No como tú -replicó Riley-. Tú permaneces en la mente de los hombres.

Pastelillo de Azúcar se sentó entre las dos, sacudiéndose como una maraca.

– ¿Podrías terminar con eso? -dijo Nell-. Estás asustando a la perra.

– Puedo comprenderla -dijo Riley-. También a mí me asustaron. De ahora en más, secuestras perros sola.

Gabe ya había partido hacia la primera cita cuando Nell llegó, a la mañana siguiente, a las nueve y media, con una excusa preparada para su demora que no mencionaba la entrega de Pastelillo de Azúcar a Suze ni tampoco el hecho de que había tenido que explicarle las cosas a un Jack furioso. Así era Gabe. Ella se había tomado todo el trabajo de construir una buena explicación y después él no estaba presente para apreciarla.

– ¿Cómo está el perro? -preguntó Riley cuando salió de su oficina para tomar café, y Nell respondió: «La tiene Suze», y marcó el número de la madre de Pastelillo de Azúcar para contarle la buena noticia.

– No puedo aceptar la perra -dijo Deborah Farnsworth cuando Nell terminó de explicarle la situación-. Me parece maravilloso que la tengan, pero no puedo aceptarla. Éste es el primer sitio en el que él la buscaría.

– Pero es su perra -dijo Nell, con una familiar sensación de pánico en el estómago-. Usted no…

– A decir verdad, no me gusta tanto -dijo Deborah-. Era una simpática cachorrita, pero después creció y se volvió ladina, y, francamente, no me agradan mucho los perros. Mi marido era el que la quería.

Nell clavó la mandíbula.

– ¿Y entonces por qué…?

– Porque él le gritaba -dijo Deborah, con la voz de la rectitud-. Y, además, no quería que ese hijo de puta la tuviera. ¿Cuánto le debo?

– Nada -dijo Nell, enfrentándose a la debacle.

Colgó y pensó, robé una perra salchicha para nada. Otro gesto grandioso que se iba al diablo. Además ahora tenía una perra con que lidiar. Trató de reconfortarse con la idea de que por lo menos ahora nadie maltrataba a Pastelillo de Azúcar, dependiendo de lo que estuviera haciéndole Suze, pero el hecho seguía siendo que ella tenía un perro caliente en la mano. Tal vez podría regalarlo. A una persona de otro estado.

Volvió a trabajar, tratando de no pensar en Pastelillo de Azúcar, y recién subió a la superficie dos horas más tarde, cuando sonó el teléfono. Era el servicio de limpieza, para confirmar que irían el miércoles siguiente puesto que habían recibido el pago de los dos meses anteriores.

– Gracias -dijo Nell y volvió a disculparse-. Un error administrativo.

Colgó y pensó, Lynnie. Lynnie y Deborah y Farnsworth el pateador de perros y Tim… El mundo estaba lleno de personas que mentían y engañaban y que mataban y se salían con la suya y hacían que otros limpiaran la suciedad. Y todo lo que ella había hecho para corregir las cosas la había dejado solamente con una vaga sensación de culpa después del vandalismo, un leve brillo después del sexo irresponsable, y una perra salchicha traumatizada que ella no quería.

Si fuera a buscar a Lynnie, al menos recobraría el dinero. Tendría algo concreto para mostrarle a la gente, para mostrarle a Gabe. Estaría haciendo algo útil otra vez, algo profesional, algo que era parte del manejo de una empresa.

Después de pensarlo un poco, conectó el contestador automático y salió a visitar a su predecesora.