143157.fb2 Mujeres Audaces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

Mujeres Audaces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

Capítulo 6

Cuando Gabe regresó a la oficina, Nell tampoco estaba. Dedicó un momento a preguntarse qué podría estar haciendo ella para complicarle la vida esta vez y después entró en la oficina, dejando la puerta abierta por si ella llegaba. Ella no vino, pero la policía sí.

La puerta se sacudió y se abrió, y cuando él se asomó a mirar, vio a un hombre y una mujer uniformados. No los conocía. La maldita encargada de la casa de Lynnie debía de haberlos llamado, y ahora él iba a tener que pensar en una buena excusa para haber vigilado a una ex empleada.

– Buscamos a Eleanor Dysart -dijo la mujer, sonriéndole mientras su compañero se movía con flojera detrás de ella.

– No está en este momento -respondió Gabe animadamente-. ¿Puedo ayudar en algo?

– Nos gustaría hablar con ella -dijo la mujer, igual de animada-. ¿Sabe cuándo regresará?

– Ni siquiera sé dónde está -dijo Gabe-. ¿Qué hizo?

– Eso es…

– Usted es Gabe McKenna-dijo el hombre.

– Sí -dijo Gabe.

– Destrozó la oficina de su ex esposo -dijo el hombre-. La nueva esposa hizo una denuncia.

Jesús, pensó Gabe. Contraté a una maníaca.

– Bien hecho, Barry -dijo la mujer, pero no parecía muy disgustada. Gabe se dio cuenta de que hacía un tiempo que eran compañeros y se preguntó cómo sería trabajar con alguien a quien uno no quisiera estrangular la mitad de las veces.

– Destrozó un montón de premios -dijo Barry-. El marido no parecía muy contento respecto de la denuncia, pero la nueva esposa… -Sacudió la cabeza.

– Está furiosa -dijo la mujer policía.

– Puedo hacer desaparecer esto -dijo Gabe-. Denme un par de horas.

– Se lo agradeceríamos -dijo Barry.

– Nos sorprendería que pudiera hacerlo -dijo la mujer-. La esposa nueva no es ninguna debilucha.

– La esposa anterior tampoco -contestó Gabe-. Denme hasta las cinco.

Regresó a la oficina y llamó a Jack Dysart. Atendió su asistente administrativa, una mujer inteligente y fuerte de nombre Elizabeth.

– Jack no está -le dijo Elizabeth-. Recibió una llamada y se fue.

– Dime que era de su hermano, Tim -dijo Gabe.

– No -respondió Elizabeth-. Puedo hacer que él lo llame.

– No -continuó Gabe-. Encuéntralo. Dile que su nueva cuñada, como sea que se llama…

– Whitney.

– Dile que Whitney hizo una denuncia pidiendo el arresto de Nell por vandalismo.

– ¿Nell? -Elizabeth sonaba dubitativa-. Ella no es así.

– Ella es exactamente así-dijo Gabe-. Dile a Jack que tendremos que presionar a Tim hasta que retire la acusación.

– Dios, sí -dijo Elizabeth-. A Jack va a darle un ataque.

– ¿Nell le gusta tanto?

– Nell le gusta tanto a Suze -dijo Elizabeth-. Jack va a hacer arrestar a Tim si Suze se disgusta.

– Dile que voy para allá -dijo Gabe y colgó. Qué día interesante, pensó y se dirigió a O & D para ver qué podía hacer para salvar el trasero de su secretaria antes de despedirla.

Nell golpeó a la puerta del antiguo dúplex de ladrillos a la vista que correspondía a la dirección del expediente de Lynnie, tratando lo mejor que podía de verse desorientada y no amenazante. Como nadie respondió, Nell recorrió con la mirada el angosto umbral y golpeó nuevamente y después otra vez y luego una vez más, y por fin apareció una mujer en la puerta, una bonita morocha de alrededor de treinta años con un pulóver rojo de cuello bajo. Nell dijo: «¿Lynnie Masón?», y la morocha respondió: «No compro nada, gracias», y cerró la puerta.

Nell puso el pie para impedírselo, como había visto en las películas, y después metió el hombro también, por las dudas.

– Soy de McKenna -dijo, con una sonrisa resplandeciente-. Parece que nos faltan algunos fondos. Pensé que los tendría usted.

– No tengo la menor idea de lo que está hablando -dijo Lynnie-. Pero si no se marcha, llamaré a la policía.

– Buena idea -dijo Nell-. Esperaré aquí. De esa manera cuando lleguen puedo mostrarles los cheques que usted falsificó. -Dio unos golpecitos a la cartera donde los cheques no estaban, y Lynnie pensó velozmente. Nell casi podía ver las ruedas girar detrás de los ojos.

– Mire, llamaré a Gabe más tarde…

– No -dijo Nell-. Si Gabe quisiera ocuparse de esto, él estaría aquí. Quiere la devolución del dinero, y no está particularmente interesado en que se meta la policía, pero si la alternativa es nada de dinero o la policía, los llamará de inmediato. Si me da el dinero, nadie termina arrestado. Creo que es bastante simple, ¿no le parece?

Lynnie abrió la puerta.

– ¿Por qué no entra?

El dúplex estaba escasamente amueblado, con muebles comunes que parecían temporales y unos pocos artículos personales que se veían costosos, pero también tenía pisos de madera, y antiguos ventanales que dejaban pasar mucha luz, y espacio, mucho espacio, lugar para moverse, y, durante un momento, Nell la envidió.

– La cuestión -dijo Lynnie, cuando se sentaron, con una voz más suave y más agradable sin el tono de irritación-, es que estuve enferma, y había cuentas médicas. No quise lastimar a nadie, sólo quería pagar las cuentas.

Miró a Nell implorante, con ojos enormes y cautivantes, y Nell pensó, si yo fuera hombre, quizás eso daría resultado. El pulóver rojo que llevaba habría sido particularmente efectivo, y por un momento Nell deseó ser la clase de mujer que puede usar un pulóver apretado y colorido en vez de trajes grises.

– Puede entenderlo, ¿no es cierto? -dijo Lynnie-. ¿Una mujer sola?

Realmente debo de verme patética, pensó Nell. Ella se dio cuenta de que estoy sola. Dedicó una rápida sonrisa a Lynnie.

– Oh, claro, pero ahora que se siente mejor, nos gustaría que nos devolviera el dinero.

Lynnie sacudió la cabeza, con incredulidad.

– No puedo creer que Gabe se preocupara por un par de cientos de dólares…

– Cinco mil ochocientos setenta y cinco -pronunció Nell con claridad-. Al menos, es lo que hemos descubierto hasta ahora. Nos gustaría en efectivo.

– Eso es imposible -dijo Lynnie, abriendo grandes los ojos-. No es posible que haya tomado tanto.

– Qué simpático -dijo Nell-. Devuelva el dinero, o voy a llamar a la policía.

Lynnie pareció alarmarse durante un nanosegundo, y después le sonrió a Nell, mientras el labio inferior le temblaba un poco.

– Usted no parece una persona cruel.

– He tenido una semana muy difícil -respondió Nell-. Olvídese de lo cruel; soy malvada.

Lynnie la miró a los ojos, y en ese momento se transformó frente a Nell, de una muchacha desesperada y suave a una mujer dura y cansada.

– Usted tuvo una semana difícil -rió Lynnie-. No me haga empezar.

– Sí, realmente debe costarle mucho robar a los inocentes -dijo Nell.

– ¿Qué inocentes? -Lynnie se acomodó en el asiento-. Cariño, no existen los hombres inocentes. Sólo hay tipos a los que no han atrapado. -Levantó la barbilla y agregó-: Así que yo me tomo la revancha. Soy un escuadrón de justicia formado por una sola mujer.

– ¿Qué le hizo Gabe a usted?

– ¿Gabe? -Lynnie se encogió de hombros-. Gabe es un buen tipo. Esa historia de «lo haces a mi manera o te marchas» me cansó enseguida, pero básicamente es un buen tipo.

Tenía razón. Nell trató de resistirse porque no quería formar un vínculo con Lynnie.

– Eso no justifica tratar de destruirle la empresa.

Lynnie parecía sorprendida.

– No estaba tratando de destruirlo. -Se inclinó hacia adelante-: Mira, ¿qué me llevé? ¿El dinero de la limpieza? Limpiaba yo.

No muy bien, pensó Nell, pero Lynnie ya no podía detenerse.

– Me pagaban mal en ese trabajo. Si yo fuera hombre, no sería solamente un secretario, sería un asistente administrativo con el doble de sueldo. Una vez trabajé para un tipo que era abogado, y yo hacía todo el trabajo. Todos los hombres con los que he trabajado estaban muy interesados en el sacrificio y el servicio. -Se le torció la boca-. Mi sacrificio y servicio.

– Bueno, entonces tómatelas con ellos -dijo Nell, haciendo un gran esfuerzo para no decir, tienes razón, maldita sea-. Mira, tortura a los bastardos de tu vida todo lo que quieras, yo me voy a quedar a aplaudir a un costado. Incluso tengo mi propio bastardo y puedo pasártelo. Pero necesito que devuelvas el dinero de Gabe. Eso no fue justo, él no lo merecía.

– Todos lo merecen. Tú estuviste casada, ¿verdad? -dijo Lynnie, concentrándose en ella-. Tienes esa mirada de «antes estuve casada». ¿Cuánto tiempo? ¿Veinte años?

– Veintidós -dijo Nell, sintiéndose enferma.

– Déjame adivinar -dijo Lynnie-. Trabajaste para él y le construiste una vida y te dedicaste a él por completo y te sacrificaste para el futuro, para cuando llegara tu turno. Pero él cambió de idea y ahora estás trabajando para Gabe. ¿Cómo te va económicamente?

– Estoy bien -dijo Nell-. Esa no es la cuestión…

– Sólo bien -dijo Lynnie-. Pero a él le va mejor, ¿verdad? Tú estás otra vez con el salario mínimo, pero tu ex todavía vive como antes, tal vez mejor.

– Tuvo que bajar algunos gastos -dijo Nell.

– Y tiene el futuro que le construiste, sólo que con una nueva mujer, probablemente más joven -prosiguió Lynnie, y Nell dio un respingo-. Querida, a mí también me pasó. Sería diferente si te abandonaran y te dijeran: «Mira, aquí tienes esa magnífica piel que tenías, aquí están esos pechos altos y esa panza chata y toda esa energía, así que empieza de nuevo, cariño, te daremos una segunda oportunidad». Pero no es así. Una envejece con todo el patrimonio liquidado, y ellos te dejan quebrada y no hay nada que puedas hacer al respecto.

Nell tragó saliva.

– Yo no estoy quebrada. No me importa. Sólo dame el dinero de Gabe y me iré.

Lynnie se inclinó hacia adelante.

– No tienes que ser una víctima. Puedes obtener la revancha. Puedes obligarlo a que pague. No creerías lo bien que se siente hacerlos pagar.

– No quiero obligarlo a pagar -mintió Nell-. Sólo quiero que devuelvas el dinero de Gabe.

– Yo podría ayudarte -dijo Lynnie-. Tú podrías ayudarme. -Se inclinó más, intensa y sincera-. Tú problema es que tienes miedo de jugar sucio. -Extendió las manos-. ¿Por qué? Ellos lo hacen. Tienes que engañarlos como hacen ellos. Quitarles todo lo que tienen y seguir avanzando así no pueden paralizarte.

– Yo estoy avanzando -dijo Nell. Le destruí la oficina. Para lo mucho que le había servido-. Y sé que no sirve para nada limitarse a avanzar contra ellos. Eso no me lleva a ninguna parte. Yo tengo que avanzar hacia algo.

– Exacto -dijo Lynnie-. Tienes toda la razón. Eso es lo que yo estoy haciendo.

– ¿Robándole a Gabe? -Nell sacudió la cabeza-. Si lo que quieres es exactamente cinco mil dólares, no quieres mucho.

– Lo quiero todo -dijo Lynnie-. Gabe puede vivir sin lo que le quité. Y el resto viene de alguien que puede aportar mucho más. -Se acomodó en el asiento-. No confío en él, pero lo tengo atrapado. Ya he confiado suficiente en los hombres. -Miró a Nell a los ojos-. ¿Sabes?

– Sí -dijo Nell-. Pero todavía quiero que me devuelvas el dinero de Gabe.

Lynnie suspiró profundamente y se echó hacia atrás, derrotada.

– Está bien. Pero primero tengo que llamar… a mi abogado. -Fue hacia el teléfono y disco, mirando a Nell por encima del hombro-. Soy yo -dijo un momento después-. Hay una mujer aquí de parte de los McKenna y me acusa de haber tomado dinero. Yo estaba pensando que… -Se detuvo y se ruborizó, cada vez más roja a medida que escuchaba-. Hace mucho tiempo que dejé de permitir que me dijeras qué hacer. No voy a darle… -Se detuvo otra vez, y luego dijo-: Seis mil dólares. -Volvió a esperar, y evidentemente le gustó lo que oyó esa vez porque empezó a asentir y su voz se hizo más ligera y se volvió atractiva nuevamente-. Está bien, de acuerdo. ¿Qué? -Recorrió su departamento con la mirada y después dijo-: Claro, ¿por qué no? Apenas regrese. ¿Dónde? Está bien.

Colgó y se volvió hacia Nell, sonriendo.

– Bien. Mi abogado me aconseja que te dé el dinero.

– Tu abogado no es ningún tonto -dijo Nell, poniéndose de pie.

– Pero el dinero no está aquí. Está en el Banco. Así que iré a…

– Iremos -dijo Nell, y Lynnie perdió la sonrisa por un momento.

– Yo no soy el enemigo -dijo Lynnie, acercándose un paso-. Ellos lo son.

– Sólo dame el dinero -dijo Nell, tratando de no escuchar.

Lynnie se aproximó más.

– Sabes, si las mujeres fueran más inteligentes y actuaran juntas, ellos no podrían salirse con la suya.

– Algunos no engañan -dijo Nell-. De acuerdo, Gabe es un poco controlador, pero eso no justifica que le roben.

Lynnie cerró los ojos y sacudió la cabeza.

– Entonces es así. Eres de él.

– ¿Soy qué? -Nell la miró con el entrecejo fruncido y entonces entendió-. Oh. No, lo conocí hace una semana.

– Sólo se precisan unos minutos, cariño -dijo Lynnie-. Ya estás lista con ése. Te va a usar sin siquiera darse cuenta de que lo está haciendo. Mira a la pobre tonta de Chloe.

– Sólo quiero que me devuelvas el dinero -dijo Nell.

– Sí, eso lo entendí -respondió Lynnie-. Te seguiré en mi auto.

– Vine caminando -dijo Nell-, así que iré contigo. Es más amistoso así.

En el Banco, una pequeña sucursal del Village, Lynnie cobró un cheque y le dio el dinero a Nell.

– Gracias -Nell dijo y se dio vuelta y salió del Banco, dejando a Lynnie lo más atrás posible, apártate de mí, Satanás, pero cuando salió, Lynnie la llamó desde el umbral del Banco.

– Acabas de cometer un error -le dijo con calma, y Nell la miró parpadeando.

– ¿Es una amenaza?

– No -dijo Lynnie-. Estás combatiendo para el lado equivocado. Eres fuertes e inteligente y se lo estás dando todo a Gabe. ¿No es lo mismo que hiciste por tu ex?

Nell tragó saliva.

– Esto es distinto.

Lynnie sacudió la cabeza.

– Es lo mismo. Escucha, si tú y yo nos uniéramos, podríamos hacer bastante daño. -Le sonrió a Nell, una sonrisa que tenía más amargura que ira-. Mi problema es que siempre fui buena para el dinero pero mala con los planes. Necesitaba a alguien listo para manejar los detalles, ¿sabes? Una vez pensé que había encontrado a alguien así, pero él se fue. -Su rostro se contrajo un poco por el recuerdo-. Dijo que se iba a divorciar y que se casaría conmigo, y le creí. Nunca te involucres con tu jefe.

– No me digas -respondió Nell, pensando en Tim.

– Gabe sería el peor-siguió Lynnie, observándola-. No se puede trabajar con un hombre así, sólo se puede trabajar para él. -Se inclinó un poco más cerca de Nell-. Pero podrías trabajar conmigo. Tienes aspecto de que sabes hacer planes, y yo jamás te engañaría.

No lo haría, pensó Nell, y se aproximó a ella.

– Escucha, lamento que los hombres te hayan tratado mal. Lo digo en serio. Espero que obtengas lo que deseas, preferiblemente sin mutilar a otra persona, por supuesto. Pero espero que lo obtengas, en cualquier caso.

– La mutilación es la mejor parte. -Lynnie se recostó en la balaustrada de hierro forjado-. Mira, estoy trabajando en algo. Tú estarías completamente de acuerdo; este tipo usa tanto a la gente que ni siquiera yo puedo creerlo. Y lo tengo atrapado, él va a pagar, y podemos sacar más. Se merece todo lo que podamos hacerle. Estamos hablando de justicia más ganancia. -Lynnie le sonrió, y Nell le devolvió la sonrisa-. Pero es un tramposo. Me vendría bien un poco de ayuda. ¿Qué te parece? Tú y yo. Hora de la venganza, a toda marcha.

Durante un momento, Nell lo consideró, ellas dos impartiendo venganza en nombre de todas las mujeres, pero era una fantasía.

– No puedo hacerlo, Lynnie-dijo Nell-. Sencillamente no estoy hecha así. -Extendió la mano y, después de un momento, Lynnie la tomó-. Te deseo la mejor de las suertes, sinceramente.

Después salió caminando hacia la calle, sin mirar atrás, y se dirigió hacia lo de los McKenna, a toda marcha, sola.

Nell estaba en la oficina una hora después cuando entró Suze con una caja de galletitas gourmet para perros y una canasta de mimbre que albergaba a una perra salchicha negra de pelo corto con un pulovercito rojo.

– Tienes que quedarte con Pastelillo de Azúcar -le dijo a Nell-. Jack acaba de llamar y quiere que almorcemos. ¿Crees que se haya enterado del secuestro canino? Tal vez ese tipo Farnsworth me reconoció.

– No -dijo Nell, sin estar segura-. Pero dame a la perra y vete. -Tomó la canasta y miró al animal-. ¿Qué le hiciste?

– Un corte de pelo y teñido -respondió Suze-. El corte no salió muy bien, pero el teñido se ve genial. Es esa sustancia suave que se sale con un lavado, así que supuse que no le haría mal, pero la lavé dos veces después con un champú para perros para asegurarme.

Pastelillo de Azúcar levantó la mirada hacia Nell, con ojos completamente lastimosos sobre su nariz aún marrón.

– Está bien -le dijo Nell-. Yo no tengo champú. Tus días de lavados han terminado. -Puso la canasta debajo de su escritorio, lo que la ocultaba de la vista. Una vez que la canasta tocó el suelo, Pastelillo de Azúcar se puso de pie. Tenía un pulóver rojo con un cuello blanco y puños y un corazón blanco en el centro de la espalda.

– Lindo pulóver -dijo Nell con tono de duda.

– Es cachemira -dijo Suze, mirando al perro por debajo del escritorio-. No pica nada.

– Además estamos en otoño, no en invierno -dijo Nell.

– Necesita algo para tapar el mal corte de pelo -dijo Suze-. Es la prenda más ligera que pude encontrar. Tengo más en el auto, así puede cambiarse de ropa.

– Cambiarse de ropa -dijo Nell.

– Deberías ver la chaqueta que le compré -dijo Suze-. Con forro de lana. Cuando venga el invierno, se va a ver muy impactante.

Nell volvió a mirar a Pastelillo de Azúcar. Parecía una animadora triste y anoréxica.

– Gracias-le dijo a Suze-. Muy amable de tu parte.

Suze puso la caja de galletitas gourmet para perros sobre el escritorio y después se acercó hacia la puerta.

– Le encantan esas galletitas. En serio, es tan patética que no causa ningún problema. Es sólo que Jack…

– Lo sé, lo sé. -Nell le hizo un gesto para alejarla-. Ve a averiguar qué quiere. Estaremos aquí.

Cuando Suze se marchó, Nell empujó la canasta de Pastelillo de Azúcar más atrás debajo del escritorio para poder rascarla con el dedo del pie mientras trabajaba, y después de un par de minutos de rascarla rítmicamente, la perra salchicha suspiró y dejó de temblar y comenzó a dormitar, y Nell empezó a sentirse mucho mejor.

Las cosas por fin se veían bien.

Cuando Suze llegó a O & D, Jack estaba esperándola fuera de su oficina, vibrando de furia frente a un montón de mármol y costosos revestimientos.

– Hola, Elizabeth -dijo Suze, sonriéndole a su asistente, manteniendo a Jack en su visión periférica.

– Llegas tarde -dijo Jack, interrumpiendo el saludo de Elizabeth y recibiendo un filosa mirada por parte de ella a cambio-. Entra.

– Fui a dejar la perra a Nell -dijo Suze mientras él la arrastraba apuradamente hacia el ascensor-. Me dijiste que no querías que estuviera sola en la casa, así que se la llevé al trabajo.

– No quiero que esté en la casa nunca -dijo Jack-. Hubiera sido amable de tu parte preguntarme antes de dejar que la loca de tu amiga la trajera, pero no se te ocurrió.

– Nell no está loca -dijo Suze con firmeza.

– Sí que lo está -dijo Jack-. No creerás lo que acaba de hacer. Ya no es más parte de la familia. Ve de compras con Whitney de ahora en adelante.

– Ella es parte de mi familia -dijo Suze, pero en vez de prestarle atención él encajó la mano en las puertas del ascensor, que se estaban cerrando, y volvió a abrirlas.

Entraron en el vehículo, ocupando el centro cuando los tres hombres que ya estaban allí les hicieron lugar, y le sonrieron a Suze.

– Hola, Suzie -dijo uno de ellos, y ella giró para ver la cara redonda de Budge que la miraba alegremente-. Me enteré de que tú, Margie y Nell irán al cine esta noche -dijo, claramente encantado de estar conversando con la hermosa esposa de su socio más antiguo-. Asegúrate de que Nell no haga que Margie regrese demasiado tarde.

– Está bien -dijo, mientras pensaba, llámame Suzie una vez más y haré que te despidan.

Las puertas se abrieron, y Jack la tomó del brazo y la empujó hacia su BMW. Cuando él cerró de un golpe la puerta de ella y puso las llaves en el encendido, Suze quedó tan furiosa que extendió la mano y volvió a sacarlas, sorprendida por su propia temeridad.

Jack parecía alarmado.

– ¿Qué diablos crees que haces?

– ¿Por qué te comportas como un asno? -dijo Suze, enfrentándolo por primera vez en catorce años.

– No uses ese tono conmigo -dijo él-. ¿Dónde estuviste anoche?

– Te lo dije, robándome a Pastelillo de Azúcar en New Albany -dijo Suze-. ¿De dónde piensas que la saqué?

– Pensé que me decías la verdad. Dios sabe que es bastante extraño. -La miró fijo y ella le devolvió la mirada.

– ¿Qué te pasa? Si tienes algún problema con el perro, ya se acabó, se lo quedó Nell. Si es alguna otra cosa, cuéntamela y deja de comportarte como un bastardo.

– Está bien, si eso es lo que quieres. -Jack se enderezó, probablemente tratando de presentar una furia digna y viéndose en cambio como un petulante niño de doce años-. Tienes un romance. Admítelo. Me estás engañando.

Suze lo miró con la boca abierta.

– ¿Te has vuelto loco?

– Peter Sullivan te vio cenando con Riley McKenna.

– Yo jamás… -Suze se detuvo-. ¿Anoche? Nell, Margie y yo fuimos allí a hablar con él. Estuvimos en un restaurante media hora discutiendo con él sobre Pastelillo de Azúcar. No puedo creerlo. Yo estaba con Margie y Nell, por el amor de Dios.

– Ellas mentirían por ti -dijo Jack, aunque parte de su indignación había desaparecido-. Por todos los diablos, Nell es capaz de cualquier cosa.

– Sí, entonces armó la historia del perro para cubrirme. Ni siquiera conocía a Riley McKenna hasta anoche, y después de verlo, no me interesa conocerlo mejor. ¿Qué te pasa?

Jack exhaló y dejó que su cabeza cayera contra el respaldo.

– Tengo una mala semana.

– ¿Y pensaste en compartirla conmigo? Muchas gracias. -Suze sacudió la cabeza-. No puedo creer que no confíes en mí. Yo no soy la que tiene un pasado entre nosotros, amigo.

– Oye -dijo Jack-. Cuida el tono. Jamás te he engañado.

– ¿Entonces por qué pensabas que yo sí? -dijo Suze-. Peter Sullivan es una persona horrible, tú lo sabes, sabes que dijo eso sólo para atacarte, y caíste en la trampa. Creo que estás proyectando. Creo que tú me quieres engañar. Creo…

– Espera un momento -dijo Jack, alarmado.

– … Que estás cansado de estar casado con una mujer treintañera y quieres algo más joven…

– Suze, te amo -dijo Jack, inclinándose hacia ella.

– … Y te sientes culpable por eso, y ésa es la razón por la que no quieres que consiga un empleo…

Él se inclinó sobre ella y la besó, reteniéndole la boca y obligando a Suze a buscar la de él, haciendo que en el mundo de ella todo fuera perfecto, como siempre lo había sido, por lo que ella podía recordar.

– Jamás te engañaré -susurró, abrazándola-. Te amo. Somos para siempre.

– ¿Cómo pensaste que yo lo haría? -dijo Suze, tratando de no perdonarlo-. ¿Cómo pudiste decir algo tan horrible?

– Suze, tengo cincuenta y cuatro años -dijo Jack-. Riley McKenna tiene treinta. Él es mi peor pesadilla.

– ¿Y tú de dónde lo conoces? -dijo Suze, y Jack se apartó un poco.

– Hacen muchos trabajos para nosotros -respondió-. Mira, lo siento. Oí que estuviste allí con él, y perdí la cabeza. Me porté como un estúpido. Déjame compensártelo.

– De acuerdo. -Suze le devolvió las llaves, deseando que todo ese lío terminara.

Jack puso la llave en el encendido e hizo arrancar el auto, palmeándole la rodilla antes de salir de la plaza de estacionamiento, otra vez el mismo de siempre, jovial, casi mareado de alivio.

– No puedo creer que pienses que te engañaría -dijo él, interrumpiendo el avance de otro auto para salir a la calle-. Estoy en casa todas las noches. Te lo doy todo. ¿Por qué te enojas de repente?

No es más que otra cosa que tú me contagiaste, pensó ella y se reacomodó en el asiento, para nada tranquilizada.

La puerta de la oficina volvió a sacudirse a la una, y Nell levantó la cabeza, esperando a Gabe, pero era Jase.

– El almuerzo -dijo él, sonriéndole, con ojos oscuros y brillantes-. Vamos. Yo invito.

– Pagaría yo -dijo Nell-. Pero no puedo ir. Tuve que salir a la mañana y ahora estoy tapada de trabajo. -Además tengo una perra oculta debajo del escritorio.

– Está bien -dijo Jase-. Dime qué quieres y te lo traigo.

– No tengo hambre -dijo Nell-. Puedo…

La puerta se sacudió y se abrió otra vez y golpeó la espalda de Jase.

– Oye -dijo él, y entonces Lu asomó la cabeza y dijo:

– No te quedes junto a la puerta, tonto. -Acercó la cabeza, mirándolo en serio esta vez, y sonrió-: Hola.

– Hola -dijo Jase, inclinando la puerta en dirección a ella, y Nell pensó: oh, oh.

– Él estaba yéndose -dijo Nell.

– No, no es así. -Jase abrió más la puerta-. Entra. Cuéntanos tus problemas.

– Mi papá está volviéndome loco -dijo Lu-. ¿Tú por qué estás aquí?

– Mi madre tiene que comer -dijo Jase.

Lu se animó.

– ¿Eres hijo de Nell? -Miró hacia Nell y asintió-. Muy buen trabajo.

– Ella es la hija de mi jefe -dijo Nell, tratando de telegrafiar su desaprobación.

– Me llamo Lu -dijo Lu, extendiendo la mano.

– Yo me llamo Jase -dijo éste, tomándola y reteniéndola-. Iba a llevar a almorzar a mi madre, pero ella no puede…

Nell tomó su billetera.

– Sí que puedo.

– Así que estoy libre -continuó Jase-. ¿Qué tal si vamos tú y yo? Resolveré tus problemas con tu padre.

– ¿Puedes hacer eso? -sonrió Lu-. ¿Conoces a mi padre?

– No -dijo Jase-. Pero puedo hacer cualquier cosa. -Abrió la puerta un poco más-. Incluso pagar el almuerzo.

– Excelente. -Lu saludó a Nell-. Traeremos algo para usted. No le diga a papá que estuve.

– No hay problema -dijo Nell, pero ya estaban saliendo.

– ¡Jase!

Jase asomó la cabeza por el umbral.

– Es la hija de mi jefe -siseó Nell-. No hagas nada depravado.

– Es el almuerzo -dijo Jase-. No hago cosas depravadas antes de que oscurezca.

– Eso no es gracioso -dijo Nell, pero él ya se había ido.

Se preguntó si debería preocuparse y decidió que ya tenía bastantes problemas reales como para agregar potenciales a la lista. Y, en realidad, le iba bien. El resplandor en esta ocasión no se borraba. Tenía más de cinco mil dólares para darle a Gabe. Tal vez él le permitiría encargar tarjetas nuevas y repintar la ventana, incluso quizá comprar un sofá nuevo, ahora que tenía dinero. Sólo había que esperar que se le pasara la irritación por haber sido desobedecido y llegar a la parte en que él le agradecía que…

La puerta de la oficina se abrió de golpe, y Nell levantó la mirada y se encontró con los ojos rabiosos del señor Farnsworth.

– Quiero ver a su jefe -resopló.

Nell tragó saliva y dijo «No está aquí», y rascó un poco más vigorosamente a Pastelillo de Azúcar debajo del escritorio. La perra se había despertado y estaba temblando otra vez, pero también lo estaba Nell. El señor Farnsworth causaba ese efecto.

– No le creo -dijo él y pasó de largo para abrir la puerta de la oficina de Gabe.

Gracias a Dios que no está aquí, pensó Nell. Gracias, gracias, Dios.

– ¿Dónde está? -dijo Farnsworth, regresando al escritorio de ella.

– Salió a hacer una diligencia -respondió Nell, tratando de darle firmeza a su voz-. Si no hay nada en que pueda ayudarlo…

– Me robaron a mi perro -dijo Farnsworth.

Nell se sacudió un poco en el asiento, pateando a Pastelillo de Azúcar..

– Desde ya que yo no.

– No usted, personalmente -dijo Farnsworth, enojado-. Esta agencia.

– Puedo asegurarle… -comenzó a decir Nell, y entonces Gabe abrió la puerta y entró, quitándose los anteojos de sol y con aspecto de estar endemoniadamente furioso, y a ella no se le ocurrió qué decir para arreglar la situación.

– ¡Ahí está! -dijo Farnsworth, dirigiéndose a él-. Voy a demandarlo a usted y a la agencia y…

– ¿Quién diablos es usted? -dijo Gabe, que claramente no estaba en estado de ánimo para ser demandado.

– Soy Michael Farnsworth, y ustedes robaron a mi perro. -Vaciló un poco en el final de la frase, posiblemente por haberse dado cuenta de lo absurdo que sonaba, en especial con Gabe ahí de pie, enfurecido, con su traje impecable, con el aspecto de un pilar de la comunidad que detentaba un permiso de portar armas.

– ¿Cómo dice? -preguntó Gabe, y la temperatura de la habitación cayó diez grados.

Que nunca me hable así, rezó Nell, bastante segura de que pronto le llegaría su turno.

– Mi esposa los contrató para…

– Esta compañía no comete delitos -dijo Gabe, con la voz filosa como un cuchillo-. Estamos en el negocio desde hace más de sesenta años, y tenemos una reputación impecable. A menos que desee una contrademanda por injurias, le sugiero que reevalúe su posición.

– Mi perro no está -dijo Farnsworth, menos agresivo-. Sé que mi esposa vino aquí a contratarlos.

– No hablamos de nuestros clientes -dijo Gabe-. Pero puedo asegurarle que nadie de esta agencia aceptó un encargo que implicara violar la ley.

– Mi esposa -dijo Farnsworth, apagándose rápidamente-. Sé que ella está detrás de todo esto.

– Entonces vaya a hablar con ella -dijo Gabe, dando claramente por terminada la conversación.

– Tal vez yo pueda contratarlos -dijo Farnsworth, y Nell pensó, lo que me faltaba: que Gabe me investigue.

– Tengo una pista -continuó Farnsworth-. Una rubia despampanante vino a la puerta a distraerme. No era ella con peluca -agregó, señalando a Nell con el pulgar-. Era pulposa. Esta…

– Señor Farnsworth, no hay nada en el mundo que me convencería de tomar parte en este enredo -dijo Gabe-. Vaya a la policía. Ellos pueden interrogar a su esposa y llegar al fondo de la cuestión más rápido que nosotros. Y lo harán gratis. Para eso paga sus impuestos.

Farnsworth asintió, y Nell asintió con él. Gabe siempre se mostraba sensato. Por desgracia, esta vez estaba enviando a la policía a que la investigue a ella, pero, de todas formas, sonaba sensato.

Tenía que sacar a la perra del país. Si al menos conociera a alguien que fuera a Canadá…

Farnsworth salió, dejando la puerta abierta, y Gabe lo siguió para cerrarla de un golpe.

– Bueno -dijo Nell, tratando de sonar virtuosa cuando él se volvió hacia ella-. ¿Qué se le metió a ése…? -Se detuvo cuando vio su mirada.

– ¿Dónde -dijo Gabe- está ese maldito perro?