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Capítulo 4

– Así que esto es lo que causa tanto revuelo -dijo Kelly por fin, con voz maravillada.

Por fin, Brandon había recuperado el aliento y su cabeza había dejado de dar vueltas. Se puso de costado y, aunque estaba más afectado de lo que quería admitir, le ofreció una sonrisa segura.

– Sí, esto es. ¿Por qué suenas tan sorprendida? Sé que lo has hecho antes.

– No así -murmuró ella. Después se puso a ahuecar la almohada que tenía bajo la cabeza.

– ¿Estás diciéndome que el tonto de tu exnovio nunca te satisfizo? -colocó los dedos bajo su barbilla y la obligó a mirarlo.

– Roger me dijo que no era muy buena en la cama -admitió ella con desgana-. El término exacto fue «pésima» -admitió.

– Se equivocaba del todo, cielo. Lo sabes, ¿no?

– Ahora sí. Pero entonces no estaba segura.

– Bueno, eso fue entonces y esto es ahora -sacudió la cabeza, negándose a pensar en ese tipo un segundo más-. Yo estoy muy seguro.

– ¿De verdad? -su sonrisa era tan tenue que a él casi le rompió el corazón.

– Maldición, Kelly, ¿no ves lo tentadora que eres? Olvida lo que te dijo ese idiota. Es obvio que te culpaba de su propia ineptitud -se recostó en el cabecero y la atrajo hacia así-. Se equivocaba, ¿me oyes? Eres fantástica. Sexy. Nunca había… -se detuvo y tomó aire-. Digamos que mi cerebro aún está dando botes por lo ardiente que eres.

Ella sonrió con alegría, volviendo a hipnotizarlo con su boca.

– Vale -aceptó-. Te creo.

– Bien -gruñó él-. Y deberías creerme cuando digo que ese tipo necesita que le den una lección.

– Eso es justo lo que pienso hacer -su sonrisa se apagó. Le tocó el pecho-. ¿Me harías un favor?

– ¿Otro? -soltó una risita cuando ella le dio una palmada en el pecho. Agarró su mano con cariño-. Claro que te haré un favor, preciosa. ¿Cuál?

– Mañana no quiero oír palabras de arrepentimiento, culpabilidad o vergüenza -le dijo-. Por favor, Brandon. Esto ha sido maravilloso y me siento feliz. No quiero que caiga una sombra sobre lo ocurrido esta noche.

– Trato hecho. No habrá sombras.

– Gracias -esbozó una sonrisa sexy-. Y te las doy en todos los sentidos.

– Ahora te toca a ti hacerme un favor. No quiero oír más palabras de agradecimiento, ¿me oyes?

– De acuerdo, no más «gracias».

– Gracias -repuso él. Los dos se rieron. Luego él se inclinó para besarla.

– Me gusta mucho como besas -confesó Kelly. Le devolvió el beso, excitándolo de nuevo.

– Por si no te habías dado cuenta, creo que es bastante obvio que a mí me gusta todo de ti.

Seguidamente, procedió a demostrarle cuánto.

Mucho más tarde, después de la segunda, o tercera, vez que hacían el amor, Brandon rodeó a Kelly con los brazos.

– Mmm -musitó ella-. Es agradable.

– Sí que lo es -corroboró él. Pero una parte de él cuestionaba lo que estaba haciendo. Se sentía demasiado bien y eso podría ser un problema. Tal vez debería irse y volver a su dormitorio. Tenía que ser más de medianoche, pero aún podría descansar bastantes horas.

A Brandon le dio vueltas la cabeza. No podía estar pensando en dejarla en ese momento. Pero si se quedaba allí, tenían que hablar.

– Oye, no te estás enamorando de mí, ¿verdad? -preguntó, rodeando su cintura con un brazo.

– ¿Qué? -ella giró hasta ponerse de cara a él. Esbozó una sonrisa traviesa-. Yo tendría que hacerte la misma pregunta.

– Eh, conozco las normas -él soltó una risita.

– Mejor -dijo ella con seriedad simulada-, porque soy una mujer muy ocupada y no quiero tener que aguantar que me sigas por la oficina.

– Intentaré contenerme -bromeó él.

– Eso espero -su sonrisa se desvaneció-. Ya que estamos, habría que acordar algunas cosas.

– ¿Como qué?

– Como que no quiero que el personal comente nuestros asuntos privados.

– Yo tampoco. Seremos discretos.

– Muy bien -hizo una mueca-. ¿Y tu familia? Llegarán dentro de unos días y no me gustaría que descubrieran que me acuesto con mi jefe.

– Lo entiendo -Brandon le acarició la mejilla. Sentía un respeto total por ella, pero otros podrían considerar su relación íntima inapropiada.

– Por eso, cuando llegue tu familia deberíamos dejar de vernos.

– Aunque odio admitirlo, probablemente sea buena idea -rezongó él, acariciando su muslo-. Pero hasta entonces…

– Mmm, sí. Hasta entonces podrías volver a demostrarme la razón de tanto revuelo.

– ¿Adónde fuiste anoche? -preguntó Cameron Duke cuando Brandon contestó al teléfono la mañana siguiente-. Te llamé varias veces.

– Puede que hubiera salido a correr -improvisó Brandon-. ¿A qué hora llamaste?

– La primera vez a las siete, lo intenté un par de veces más antes de las ocho.

– Lo siento, hermano. Puse el teléfono a cargar y me olvidé de encenderlo. ¿Qué querías?

– Mamá insistió en que te llamara para confirmar las reservas. Al final decidí llamar a Kelly, pero ella tampoco contestaba al teléfono.

– Tal vez salió a cenar.

– ¿Sin su teléfono? No nuestra Kelly.

– Es raro, sin duda -Brandon odiaba mentir a sus hermanos, pero no podía decirles que había pasado toda la noche con su ayudante. Al pensar en ello, deseó estar aún en la cama con ella, abrazándola. Dentro de ella. Junto a su piel suave.

– Entonces, ¿podremos utilizar los dos carritos de golf para la visita a los viñedos?

– ¿Qué? -Brandon sacudió la cabeza para borrar las imágenes eróticas que había conjurado-. Sí.

– ¿Estás bien, hermano? Suenas como si estuvieras pensando en otra cosa.

– Ya sabes cómo es esto. Tengo toda una lista de cosas -se rascó la mandíbula, preguntándose qué diablos le ocurría a su cerebro. Nunca se había distraído pensando en una mujer en horas de trabajo. Tenía que concentrarse en los negocios.

– Claro que lo sé -dijo Cameron-. Solo espero que estés preparado para lo que está por llegar.

Brandon se mesó el pelo y se obligó a liberar su mente de la gloriosa imagen de Kelly desnuda.

Al igual que sus hermanos, nunca dejaba nada relativo a los negocios al azar. Había mantenido incontables reuniones con los encargados del hotel y del restaurante, y toda la plantilla llevaba semanas trabajando a tiempo completo. Cada día, los directores asignaban el papel de huésped a distintos empleados, y los demás practicaban sus funciones con ellos. El equipo directivo revisaba y resolvía cualquier problema o dificultad que surgiera, y repetían el proceso al día siguiente. Era la mejor manera de solucionar cualquier fallo antes de la inauguración oficial.

El chef y el equipo de cocina habían diseñado un nuevo menú y Brandon sabía que las críticas serían fantásticas. El Mansion Silverado Trail pronto se convertiría en un hito en la ruta del vino.

Sus hermanos llegarían con sus esposas el jueves, para una última reunión preinauguración. Su madre llegaría con sus amigas el viernes.

– Estoy todo lo preparado que puedo estar -dijo Brandon. Soltó una risita al imaginarse a su madre con sus amigas pasándolo bien en el Mansion.

– Me alegra oírlo -dijo Cameron.

Cuando colgó el teléfono, Brandon pensó cuánto había cambiado su familia en el último año. Nadie habría pensado que los hijos de Sally Duke pasarían de ser solterones empedernidos a hombres de familia en tan poco tiempo. Bueno, dos de tres. Cameron y Adam habían sucumbido a los encantos de dos bellas mujeres, pero Brandon no iba a seguir sus pasos. De ninguna manera.

Sonrió y volvió a jurarse que no sería víctima de las mañas de casamentera de su madre. Sally negaba ser culpable de que Cameron y Adam se hubieran enamorado de sus respectivas esposas, pero no la creían. Brandon y sus hermanos no sabían cómo lo había conseguido, pero estaban seguros de que había tenido algo que ver.

No se trataba de que no quisiera a Sally Duke. La adoraba y le debía la vida. Desde el día que lo había salvado de ser enviado a un correccional, estaba en deuda con ella. Brandon había supuesto un gran riesgo que Sally había aceptado.

Sally era una viuda joven, generosa y rica, cuyo adorado esposo, William, había sido un niño de acogida. Ella, para colaborar con el sistema que había salvado a un hombre tan maravilloso como William, había adoptado a tres chicos de la misma edad: Brandon, Adam y Cameron.

Cuando los tres niños de ocho años aprendieron a confiar los unos en los otros, hicieron un juramento de lealtad. Eran hermanos de sangre y nada los separaría. Como parte de su pacto, prometieron no casarse ni traer niños al mundo, porque sabían que la gente casada se hacía daño, y que los padres, excepto Sally, herían a sus hijos.

Sally los había educado bien, y se habían convertido en hombres buenos, fuertes y, la mayor parte del tiempo, listos. Brandon había advertido a sus hermanos que Sally pretendía casarlos a todos, pero no le habían escuchado. Adam conoció a Trish y se enamoró. Meses después, Cameron se reencontró con Julia, un antiguo amor, y descubrió que tenían un hijo, el pequeño Jake. Ambos se habían casado recientemente y eran muy felices. Adam y Trish estaban a punto de ser padres.

Así que tanto Adam como Cameron habían roto el pacto. Brandon les había dicho que entendía que eran débiles y había renovado el juramento solo. Se habían reído y burlado de él. Pero lo cierto era que, antes de conocer a sus hermanos, Brandon ya había decidido no casarse ni tener hijos. Le bastaba con recordar las brutales palizas que había recibido de su padre, cuando su madre drogadicta les abandonó, para no querer transmitir esos genes a otro ser.

Por esa razón, sus relaciones con mujeres eran siempre superficiales. Sus aventuras solo duraban unas semanas, dos meses como máximo. Además, Brandon no solía permitirse pasar la noche entera con una mujer. No le gustaba que se hicieran esperanzas y pensaran que podían mantener con él algo más que una aventura pasajera.

Esa práctica se había ido al traste la noche anterior, con Kelly. Había planeado marcharse a dormir a su propia cama, pero había sido incapaz de alejarse de su dulzura. Por la mañana se habían duchado juntos y hecho el amor de nuevo.

La imagen de Kelly con el cuerpo brillante de agua jabonosa y perfumada casi lo hizo gemir. Se había comportado de forma desinhibida y dulce, no se parecía a ninguna otra mujer de su pasado.

Lo último que quería en el mundo era hacer daño a Kelly, así que se alegraba de que hubieran hablado y reafirmado las normas básicas. Había insistido en que solo lo estaban pasando bien mientras ampliaba sus conocimientos sobre el arte de la seducción. Le había asegurado que no era tan boba como para enamorarse.

No notó la presencia de Kelly hasta que puso una taza de café caliente sobre el escritorio.

– Hola -murmuró, alzando la vista. Iba a sentarla sobre su regazo cuando ella le lanzó una mirada de advertencia.

– Buenos días, Brandon -le saludó con voz alta e hizo un gesto con la cabeza. Un segundo después entraba el encargado de los conserjes-. Serge tiene un tema urgente que comentarte.

– ¿Tienes un minuto, Brandon? -Serge se acercó al escritorio-. Ha surgido un problema con la nueva tour operadora.

– Claro. ¿En qué puedo ayudarte?

Kelly echó agua en la cafetera y contuvo un bostezo. No era extraño que estuviera cansada. Además de ocuparse de la organización general y las emergencias de último minuto, había pasado toda la noche haciendo el amor con Brandon. Apenas había dormido y tenía dolores en puntos del cuerpo nada habituales. Pero no se quejaba, en absoluto.

Seguía costándole creer que Brandon hubiera aparecido en su habitación. Y más aún que después hubieran compartido varias horas de sexo espectacular.

Pero esa mañana, mientras se vestía, había empezado a preocuparse por cómo reaccionaría Brandon al verla en la oficina. A pesar de haber pactado en contra de remordimientos y vergüenza, tal vez había sido un terrible error acostarse con él.

O tal vez no. Al fin y al cabo, solo era sexo. No había emociones de por medio. Estaba teniendo una aventura con un hombre por el que millones de mujeres matarían. Sin presión.

De tanto dar vueltas al asunto y preguntarse en qué había estado pensando para acostarse con él, llegó a la oficina con un ataque de ansiedad.

Sin embargo, Brandon le había sonreído al verla, y extendido el brazo hacia ella. Eso la convenció de que había merecido la pena.

Tendría que haber sabido que Brandon lo haría bien. Además de ser alto, guapo, cautivador y sexy, su vida había sido maravillosa desde que fue adoptado por Sally Duke cuando tenía ocho años.

Una vez Sally le había hecho a Kelly un resumen de la vida de Brandon, empezando con su época de estudiante de matrícula de honor en el instituto y jugador de fútbol en la universidad. Después, tras jugar profesionalmente varios años, se había convertido en comentarista deportivo de la cadena televisiva más importante del país. Pero se había cansado de la fama y se había unido al equipo de desarrollo hotelero e inmobiliario de sus hermanos hacía unos años.

Sally también le había confiado que atraía a las mujeres como moscas. Kelly ya lo sabía, pues llevaba cuatro años siendo la guardiana de las llaves del recinto. En otras palabras, se encargaba de filtrar las llamadas y visitas de todas las mujeres que querían hablar con Brandon.

Ni en sueños había pensado que acabaría siendo una de ellas. La idea no le gustaba nada.

– No soy una de esas mujeres -se dijo, recordando la conversación de la noche anterior-. Tenemos un acuerdo. Es algo temporal.

Por fin entendía por qué todas esas mujeres parecían tener estrellitas en los ojos. Brandon también había conseguido que los suyos chispearan. Sonriente, recogió el correo y empezó a abrir sobres y clasificar cartas. Al darse cuenta de que estaba tarareando y desafinaba, soltó una risita. Luego se quedó paralizada.

– ¿A qué ha venido eso? ¿Qué me pasa? -Kelly no era mujer de risitas.

Se preguntó si tendría algún virus. Se tocó la frente para ver si tenía fiebre, pero estaba fresca y seca. Solo tenía una respuesta: se sentía… ¿feliz?

Feliz era una palabra adecuada para describir cómo se sentía. Le costaba creer su buena fortuna y, aunque Brandon no quería que lo dijera, se sentía agradecida por su… ¿asistencia?, ¿amistad especial? Kelly no sabía cómo expresarlo.

– Por su destreza -dijo en voz alta, asintiendo-. Estoy en formación -volvió a sonreír. Eso sonaba mejor que las otras opciones. Al fin y al cabo, solía asistir a cursillos de formación en nuevos sistemas y programas informáticos, ¿por qué no de destreza sexual? Tenía sentido y, además, era la verdad. Ella era la alumna y Brandon el maestro.

Al imaginarse el currículo, soltó otra risita.

– Kelly, ¿tienes el archivo Redmond?

– Está aquí, Brandon -contuvo otra risita.

– ¿A qué viene la sonrisa? -preguntó Brandon.

– Estoy de buen humor -le contestó-. El café estará listo enseguida.

– Gracias -volvió al despacho y cerró la puerta.

Kelly sabía que Brandon tenía una conferencia telefónica que duraría una hora o más. Su plan era aprovechar ese tiempo para revisar la agenda de la conferencia a la que asistiría Roger. Él y los empleados de su pequeña pero poderosa empresa llegarían el lunes. Kelly recordaba haber visto que tenían la noche del jueves libre para cenar donde quisieran o asistir a una cata de vinos en alguna bodega de la zona.

Kelly planeaba atraer a Roger a su habitación, incitarlo y excitarlo, para luego darle la patada. Así aprendería, y ella sería la maestra. Estaba deseando demostrarle a su exnovio algunas de las cosas que le había enseñado Brandon. Se sentía mucho más segura de sí misma, de su atractivo y su sensualidad desde que el día anterior Brandon se había quedado mudo al ver su cambio de imagen.

Sonó el teléfono, sobresaltándola.

– Oficina del Sr. Duke, Kelly Meredith al habla.

– Soy Bianca Stephens -dijo una voz entrecortada-. Ponme con Brandon de inmediato.

– Lo siento, señorita Stephens, Brandon tiene una conferencia, no se le puede molestar.

– ¿Qué? Bueno, interrúmpela. Dile que estoy esperando. Sé qué querrá hablar conmigo.

– No lo dudo -dijo Kelly, conteniendo una mueca-, pero es una conferencia telefónica con varios clientes y con sus socios. Le diré que la llame.

– Kathy, ¿sabes quién soy?

– Sí, señorita Stephens, y me llamo Kelly.

– Lo que sea -dijo-. Mira, ponle una nota delante de la cara, sé que aceptará mi llamada.

– Me ha dado instrucciones de no molestarlo. Lo siento mucho, pero le daré su mensaje.

– ¿Cómo has dicho que te llamabas?

– Kelly. Kelly Meredith.

– Bien, Kelly -dijo Bianca, con tono de considerarla una tonta niña de primaria-. Le diré a Brandon lo poco cooperativa que has sido.

– Sí, señora. Y yo le daré su mensaje.

– Más te vale -declaró ella-. No le gustará saber que se ha perdido mi llamada.

– Seguro que es así, yo… -Kelly calló. Bianca había cortado la comunicación. Eso la impresionó.

Colgó y se levantó para pasear por la oficina. Estiró los brazos y giró el cuello para liberarse de la ira que sentía. Sabía muy bien quién era Bianca Stephens: hija de un exministro de Defensa y presentadora de un programa de entrevistas matutino en una cadena nacional. Delgada, guapísima y, probablemente, muy inteligente, maldita fuera.

Recriminándose, fue a la cocina a servirse un refresco. Siempre había habido mujeres como Bianca Stephens en la vida de Brandon, y siempre las habría. Eran supermodelos, herederas, actrices y diseñadoras. Algunas eran agradables y otras horribles, como Bianca Stephens. Brandon salía con ellas porque lucían mucho colgadas de su brazo y, probablemente, en su cama, aunque Kelly no quería pensar en eso. Lo cierto era que la decepcionaba que Brandon estuviera dispuesto a salir con una mujer tan grosera como esa.

Kelly agradeció al cielo que su vínculo emocional con Brandon no fuera lo bastante fuerte para que eso le importara, pero tenía que admitir que la irritaba que la tratasen como si fuera una mera asalariada. Inspiró varias veces, se echó el pelo hacia atrás e hizo girar los hombros para relajarse. Luego regresó a su escritorio.

– No te equivoques -masculló, sentándose-. Una «mera asalariada», eso es exactamente lo que eres.

Agarró el abrecartas y siguió con el correo. Se dijo que el problema no era ser asalariada, sino tratar con gente grosera como Bianca, que la trataba con desprecio y superioridad porque le pagaban por contestar el teléfono.

Sin embargo, Kelly había filtrado a menudo ese tipo de llamadas de mujeres petulantes sin que la afectaran lo más mínimo.

– No te importaría tanto si no te hubieras acostado con él -susurró, colocando varias cartas en una carpeta para que Brandon las revisara. Arrugó la frente, preguntándose si, de repente, Brandon le importaba demasiado. No lo creía. Le importaba sí, pero desde luego no lo amaba. No podía permitir que eso ocurriera. Habían hablado del tema, le había asegurado que no se enamoraría de él y, además, ¡no era tonta!

Aun así, era lógico, tras haber pasado una noche haciendo las cosas más íntimas que podían hacer un hombre y una mujer juntos. Pero se le pasaría, pronto, o se daría de patadas por su estupidez.

Sonó el teléfono. Deseando que no fuera Bianca, contestó con su tono más profesional.

– Hola, Kelly. Soy Sally Duke.

– Hola, señora Duke -Kelly se relajó. La madre de Brandon era siempre amable y encantadora-. ¿Cómo está?

– Muy bien, cielo. Estoy deseando verte este fin de semana.

– Y yo a usted -abrió una de las carpetas que tenía delante-. Tengo aquí su itinerario y veo que llegará el viernes, alrededor de las dos. La limusina estará esperando en el aeropuerto. ¿Ha hecho Brandon la reserva para cenar?

– Eso espero. ¿Te importaría confirmarlo?

– En absoluto. No hay nada apuntado, pero le preguntaré a Brandon cuando acabe su conferencia telefónica. Me aseguraré de que está organizado.

– Lo sé. Tengo que admitir que me hace ilusión -dijo Sally-. Hay cientos de restaurantes fabulosos en Napa que me encantaría probar.

– A mí también.

– Kelly, cariño, ¿algo va mal? Suenas rara.

– No, estoy bien. O lo estaré pronto -le aseguró Kelly. Que la madre del jefe notara que estaba tristona era mala señal-. Acabo de ocuparme de algo desagradable.

– ¿Algo o alguien?

– Nada importante -Kelly suspiró, sabiendo que había dicho demasiado.

– Ah, es alguien -adivinó Sally-. Crié a tres chicos. Aprendí a leer entre líneas.

Kelly se rio. No quería involucrar a la señora Duke en sus problemas, así que cambió de tema.

– Veo que Brandon, usted y sus amigas visitarán las bodegas el sábado. Eso será divertido.

– Lo pasaremos de miedo -dijo Sally, jovial-. Kelly, el sábado por la noche cenaremos en el restaurante del hotel. Adam, Cameron y sus esposas estarán allí, y sería maravilloso que te unieras a nosotros. Si estás libre, claro. Nos ayudas mucho y ya te consideramos parte de la familia.

A Kelly se le llenaron los ojos de lágrimas. Su madre había muerto cuando ella tenía doce años, y seguía echándola de menos a diario. Su padre estaba vivo, pero residía en Vermont, cerca de sus otras dos hijas y sus familias.

– Que yo sepa, estoy libre. Y me encantaría cenar con todos. Muchas gracias por invitarme -de repente, pensaron que tal vez Brandon iría con una mujer, pero se dijo que no importaba. La había invitado su madre.

– Fantástico -exclamó Sally-. Por cierto, ¿qué tal tu viaje al centro termal? ¿Cumplieron todo lo prometido?

– Fue una maravilla. Muchas gracias por recomendármelo.

– Yo lo pasé de fábula allí el año pasado -dijo Sally-. Cuando mencionaste que te apetecía renovar tu imagen, me pareció el lugar perfecto.

– Lo fue.

– Me alegro. Estoy deseando ver los cambios.

Acabaron la conversación y Kelly pasó el resto de la mañana contestando correos electrónicos y organizando conferencias telefónicas para futuros proyectos. Cualquier cosa era mejor que pensar en Brandon y en lo que habían hecho juntos la noche anterior y esa mañana. Le resultaba imposible pensar a derechas cuando recordaba su forma de tocarla, su manera de acelerar el ritmo dentro de ella, la calidez de su aliento en la piel.

– Ay, Dios -tragó aire. Tenía que centrarse en el trabajo, pero no podía. Siguió soñando despierta con lo que Brandon le había hecho sentir, las palabras que le había susurrado al oído y las cimas de placer que le había ayudado a escalar.

Miró la luz roja del teléfono y agradeció que Brandon siguiera en conferencia. Si la viese en ese momento, adivinaría lo que había estado pensando y seguramente la acusaría de enamorarse de él. Pero no había nada más lejos de la verdad. De ningún modo iba a enamorarse de Brandon Duke.

Se obligó a concentrarse y adelantó bastante en la hora siguiente. Aun así, cada pocos minutos se descubría imaginándose en sus brazos. Pasó parte de la hora del almuerzo ante el escritorio, comiendo un sándwich y pagando facturas. Brandon tenía una reunión fuera de la oficina así que, después de comer, Kelly dejó todos los mensajes en su escritorio y aprovechó para ir a dar un paseo por el camino enladrillado que rodeaba los viñedos.

Miró las seis plantas escalonadas de suites con terraza, situadas en la ladera. Después echó un vistazo a las sofisticadas casitas de dos dormitorios que había salpicadas por la colina. No podía evitar sentirse orgullosa del pequeño pero importante papel que había jugado en el desarrollo del lujoso Mansion Silverado Trail.

Con sus paredes de estuco cubiertas de hiedra y de estilo mediterráneo, el complejo era una fusión del encanto del viejo mundo y de elegancia moderna. El restaurante ya había sido galardonado con tres estrellas por una famosa guía de viaje.

En tres días, llegarían los primeros huéspedes para el fin de semana de la gran inauguración, que incluía participación en la vendimia y en el festival de otoño. Habría cenas deliciosas, catas de vino y una gala de celebración el sábado por la noche.

Kelly llevaba meses trabajando en los actos y consideraba el proyecto como su bebé. Había cuidado cada detalle.

Pero desde el inicio del proyecto, se habían producido varios cambios en su vida. El primero era que no había contado con ver a Roger.

Un cambio aún más importante era que jamás se había imaginado teniendo una aventura con Brandon Duke, y la tenía. Sabía que iba a necesitar toda su inteligencia, discreción y buen juicio para superar la semana trabajando mano a mano con él. Además, tendría que tener especial cuidado para que ni el personal del hotel ni la familia de Brandon sospecharan nada.

No creía que fuera a ser un problema. Habían decidido poner fin a la aventura cuando llegara la familia de Brandon. Entonces lidiaría con Roger.

Inspiró el aire fresco y miró a su alrededor. En California, con las colinas siempre verdes y clima templado hasta en invierno, los indicios de la llegada del otoño eran sutiles: el moteado de las hojas, un rastro de mezquite en el aire, el juego de luces y sombras en las montañas al atardecer.

Le gustaba mucho Napa, pero no le importaría volver a Dunsmuir Bay pasadas unas semanas. Tenía un bonito apartamento dúplex con vistas a la bahía y buenos amigos a los que les alegraría ver. Y, por supuesto, adoraba su trabajo y su espaciosa oficina en la sede de Duke.

Cuando estuviera en casa, el Proyecto Roger habría concluido. Planeaba empezar a salir con hombres cuanto antes, y no volvería a acostarse con Brandon. Sobre todo porque no quería poner en peligro su excelente empleo, era imperativo que volviera a ser la ayudante práctica, profesional y bien organizada que Brandon se merecía.

Eso implicaba no más sexo con Brandon.

Decidió utilizar esas palabras como mantra porque se harían realidad en muy pocos días. «No más sexo con Brandon», repitió con firmeza, emprendiendo el camino de vuelta a la oficina.