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Se hallaban en las fases finales, próximos al lanzamiento. Quedaba un mes y los días de Mike eran ajetreados y caóticos. Eran los días más estimulantes de su vida. También agotadores. No recordaba la última vez que había dormido una noche completa ni que hubiera tomado una comida decente, pero en ese momento no habría cambiado su vida por nada.
«No es cierto», corrigió mentalmente al mirar hacia el otro extremo del hangar, donde podía ver a Corrine dirigiendo a varios miembros de la tripulación; había una cosa que sí cambiaría.
Su relación con Corrine.
Había comenzado como un capricho tres meses atrás. Una excitante aventura sexual, y había ardido con esplendor. Todavía ardía, solo que en ese momento ella fingía que no existía, y él se lo había permitido.
Había estado dispuesto a dejarla fingir para siempre, pensando que ninguna mujer, sin importar lo fantástica que fuera en la cama, valía la sacudida que la exigente, incorregible, inflexible, apasionada y determinada Corrine Atkinson causaría en su vida.
Pero eso había sido cuando únicamente había considerado la naturaleza sexual de su relación. En ese momento, después de trabajar con ella durante semanas y más semanas, sentía algo diferente. Sabía qué hacía falta para causarle una sonrisa, incluso una carcajada. Sabía cómo iluminarle la cara. Sabía cómo pensaba y lo que quería. Y lo que resultaba increíble, ya no recordaba lo que era desearla solo físicamente, porque ese deseo se había profundizado. Desarrollado. Diablos, se había disparado, si quería ser sincero.
Lo anhelaba todo.
El día de trabajo había terminado y aún era temprano. Pero no quería irse a casa… al menos, no solo. Quería la compañía de una mujer. No de cualquier mujer, sino de una a la que conocía, y que lo conocía. De una a la que simplemente le bastaba con mirarla para saber que necesitaba tener su cuerpo cerca, sus brazos alrededor del cuello y que le dedicara una sonrisa a él.
Corrine. Deseaba a Corrine.
Despacio, caminó hacia donde estaba y observó mientras todos se despedían de ella. Le costaba creerlo, pero en algún momento del camino, había llegado a disfrutar de que tuviera mayor rango que él. Le gustaba lo exigente que era. De hecho, en ese momento se moría por que lo mirara con su expresión de férrea voluntad y le exigiera algo especial.
Stephen y ella en ese momento se hallaban sobre una plataforma por encima de él. Estudiaban el compartimiento oeste del prototipo del transbordador. Corrine señalaba algo y gesticulaba al hablar. Como siempre, era ajena a la altura, al peligro, a lo atractiva que era.
Pasados otros minutos, Stephen bajó con expresión derrotada. A1 ver a Mike, movió la cabeza.
– Necesito dormir, aunque ella no – gruñó y se marchó.
Cuando Corrine bajó, pudo ver que se hallaba perdida en sus propios pensamientos, probablemente calculando algo o formulando una nueva forma de torturar a su equipo al día siguiente. Fuera lo que fuere, le proporcionó la ventaja de que ella se consideraba sola. Saltó desde el último peldaño de la escalera, dio media vuelta y se topó justo con él. Jadeó y se puso rígida.
Mike aprovechó la oportunidad para agarrarla de los brazos con el pretexto de estabilizarla, aunque no había nadie más estable que Corrine Atkinson.
– Mike.
– En carne y hueso -deslizó los dedos por debajo de las mangas cortas de la camisa de ella para rozarle los hombros.
Ella experimentó un escalofrío.
– ¿Qué haces?
– Trabajar para una mujer es muy satisfactorio, ¿lo sabías?
– Mike.
– ¿Sabes otra cosa? He sido injusto con los dos al permitir que nos evitáramos el uno al otro.
– No seas tonto, nosotros… -calló con aliento contenido cuando los dedos pulgares de él le rozaron los pechos-. Para.
– Piensa en lo bueno que sería ahora un orgasmo para tu nivel de estrés.
– ¡Mike!
Como olía tan bien y parecía tan irritada, aunque desconcertada, pasó la mandíbula por la de Corrine. Solo había tenido intención de tranquilizarla, pero como una gata, ella se estiró contra él y la idea de tranquilidad se evaporó de su mente, sustituida por algo mucho más profundo. Y excitante.
«Concéntrate», se dijo Mike. «Fastidia esto y no recibirás otra oportunidad».
– Ya no quiero que me evites.
– No lo hemos hecho. Como has mencionado, trabajamos juntos, todos los días.
– Sabes a qué me refiero. Crees que no puedes dejar que nadie entre en tu vida, que tienes que ser una mujer dura para triunfar en este mundo -bajo sus manos notó que se ponía rígida, por lo que le acarició la cara y le alzó el mentón-. ¿Alguña respuesta a eso?
– Estoy pensando en varias.
Al ver los ojos centelleantes y el cuerpo tenso de ella, la abrazó con fuerza.
– De acuerdo, pasemos a mí -se apresuró a decir-. Yo creía no necesitar a nadie en la vida porque ya me sentía lleno. Las mujeres tenían un lugar en ella, aunque no muy importante. Pero, ¿sabes una cosa, Corrine?
– No me la imagino.
– Estaba equivocado -rio al ver su expresión de sorpresa-. ¿Te lo puedes creer? Equivocado. Absolutamente equivocado. ¿Y sabes otra cosa, cariño? Tú también lo estabas.
– No sé de que hablas.
– 0h, sí que lo sabes -sonrió; entendía el temor que sabía que recorría las venas de Corrine en ese momento-. Es algo que se veía venir -murmuró, preguntándose si estaban solos y si sería capaz de parar si la besaba en ese momento. Le alzó la cara y se inclinó para hacerlo, pero ella le dio un manotazo en el pecho.
– ¡Alguien podría vernos!
– Todo el mundo se ha ido -le tocó la boca con los labios.
Ella jadeó y él aprovechó ese momento a su favor. Cuando sus lenguas se encontraron, a Mike casi le cedieron las rodillas.
– Corrine -susurró, apartándose para mirarla a los ojos-. Sé que esto parece imposible.
– Es imposible.
– De acuerdo, trabajamos juntos -apoyó un dedo sobre los labios de ella-. Un montón de parejas lo hacen y…
– ¿Parejas? -soltó-. Dios mío, Mike. ¡Nosotros no somos pareja!
– Lo sé, es una palabra que cuesta pronunciar, y mucho más asimilar. Pero no puedo imaginar mi vida sin ti -soltó una risa áspera y movió la cabeza-. ¿Me imaginabas diciendo estas palabras? Pero es la simple y aterradora verdad. No tengo ni idea de lo que me ha pasado… espera, lo sé. Eres tú. Te deseo, fanática o no del control…
– Aguarda un momento…
– De hecho, eso me gusta en ti. Sabes lo que quieres, no temes ir a buscarlo, aunque con una excepción, por supuesto… Yo.
– Creo que has inhalado demasiado oxígeno en la última simulación -lo miró fijamente.
– Incluso me gusta que me superes en rango -continuó él impertérrito.
– Estás enfermo, Mike.
– Si te preocupa la gente de aquí y lo que piense, esta misión se acabará pronto, y luego a los dos nos destinarán a otras misiones.
– ¿Qué estás diciendo? -exclamó con los ojos desorbitados-. Dios mío, Mike, ¿qué estás diciendo?
– Que deberíamos ceder a lo que sentimos el uno por el otro.
Ella movió la cabeza, tan atónita que había olvidado que él la abrazaba.
– Pero yo no sé qué siento.
– Entonces exploremos esa vía -le mordisqueó una comisura del labio, luego la otra y lentamente se retiró. Ella tenía los ojos entrecerrados. La boca, húmeda por el beso, mostró un mohín cuando dejó de besarla, haciendo que soltara una risa que se transformó en un gemido al bajar la vista y ver los pezones duros pegados a la tela de la blusa-. ¿Tienes frío, Corrine?
– No -susurró-. Maldito seas, casi había dejado de soñar contigo, casi había dejado de despertar excitada.
– ¿De verdad?
– No -respondió derrotada.
En ese momento sonrió, y cuando ella lo vio, lo empujó y se alejó.
– Necesito… aire -anunció por encima del hombro.
Como a él le pasaba lo mismo, la siguió, pero ella se detuvo en el pasillo delante de su despacho. Clavó la vista en la puerta y Mike se preguntó si sentiría la mitad de lo que sentía él. Corrine giró la cabeza y lo miró; en sus ojos se podía ver la necesidad, el anhelo. Despacio, abrió la puerta. Apagó la luz. Entró en el cuarto a oscuras y se volvió para mirarlo.
– Es obvio que he perdido la cabeza, pero… ¿quieres pasar?
Él se movió con tanta celeridad para entrar y cerrar la puerta a su espalda, que Corrine soltó una risa insoportablemente erótica en la súbita confianza que irradió.
– ¿De verdad vamos a hacerlo?
– Sí -avanzó bajo la luz tenue que entraba a través de las persianas y la acercó a él-. Ahora bésame como hiciste en mis sueños anoche.
– Ayudará, ¿verdad? -inquirió ella-.¿Si mitigamos este… este calor ahora? Quizá entonces no nos excitaremos en nuestra misión, cuando estemos encerrados juntos en el espacio durante diez largos días.
Mike no sabía cómo decirle que empezaba a sospechar que siempre iban a necesitarse de forma desesperada. Siempre. Esa palabra mareaba. Encajaba con otras palabras, como eterno.
Y amor. Dios. Necesitaba sentarse.
– ¿Mike? -Corrine se humedeció los labios con gesto nervioso-. ¿Es una locura? ¿Qué estamos haciendo?
– Aquello para lo que nacimos -le tomó las manos y se las inmovilizó a la espalda, lo que le dejó el cuerpo pegado al suyo. Habló con voz aún más ronca-. Hagamos el amor.
– Y quitémonos esto de encima.
– Mmm -murmuró de forma vaga. Corrine empezaba a preguntarse si eso era posible, pero no era capaz de pensar con coherencia tan cerca de esa boca maravillosa y masculina.
– En realidad, no deberíamos -dijo-. Tú lo sabes.
La acercó aún más, pero no la besó, solo la sostuvo hasta que consiguió que todo el cuerpo le palpitara de necesidad.
– Me encanta esto -murmuró-. La conexión. ¿Puedes sentirla?
– ¿Qué es exactamente? -preguntó ella con deseo de saber.
Pero en vez de responder, le desabotonó la blusa, le soltó el sujetador y se lo quitó. Luego la miró largo rato antes de mover lentamente la cabeza con gesto asombrado. Tocó un pezón con el dedo y observó con atención mientras se contraía y oscurecía para él.
– Es tan bonito.
Era absurdo cómo unas palabras de él podían hacerle perder la cabeza.
– ¿Aquí, Mike?
– Oh, sí, aquí. Y en todas partes.
– ¿Y si viene alguien?
– Se han ido todos.
Ella giró y tiró al suelo todo lo que había sobre su mesa.
– Siempre he querido hacerlo.
Riendo, Mike la ayudó a subir, luego se situó entre sus muslos. Le quitó los pantalones e introdujo las manos dentro de sus braguitas para sostenerle el trasero y acercarla a su impresionante erección.
Corrine le rodeó el cuello con los brazos y pegó la cara a su cuello para inhalar profundamente el aroma masculino que la había obsesionado durante meses. Con sus manos grandes, él le apretó las nalgas, luego le tomó los pechos y bajó la cabeza para probarlos, empleando la lengua y luego los dientes hasta que las caderas de Corrine se sacudieron en reacción.
– Mike.
– Lo sé.
– Date prisa.
– Quítate todo, entonces -susurró con voz ronca. En dos segundos los dos quedaron desnudos. Corrine apenas se había erguido antes de que Mike deslizara las manos entre sus muslos para abrírselos-. Mmm, estás húmeda.
Sí. Húmeda y caliente, y así le había dejado los dedos a él, esos dedos que la acariciaban despacio una y otra vez, hasta que la tuvo arqueada hacia esa mano.
– ¡Mike!
– Dime.
– No pares -para cerciorarse de que no lo haría, cerró las piernas alrededor de él y de su mano, retorciéndose y frotándose sin pudor, desesperada por más-. Necesito…
– Entonces, hazlo -instó al tiempo que se inclinaba para introducir un pezón en la boca y succionarlo mientras metía un dedo dentro de ella.
Si él no la hubiera sostenido por la cintura, habría caído hacia atrás. En ese momento, Mike retiró el dedo despacio, tanto que Corrine creyó que iba a gritar, solo para moverlo una y otra vez en su interior con infinita paciencia. Con cada contacto ella gritaba su nombre.
– Llega para mí -instó, con la boca llena con un pecho y los dedos otra vez en su interior-. Llega para mí, cariño.
Y lo hizo. Explotó. Y cuando pudo volver a oír, a ver, comprendió que lo estrujaba con las piernas y aún seguía entonando su nombre.
Mike respiraba tan dificultosamente como ella. Alzó la cabeza y la miró con ojos oscuros, muy oscuros. Ella le tomó la cara entre las manos y lo besó.
– No hemos terminado.
Él sonrió y suspiró, al tiempo que sacaba un pequeño envoltorio de la cartera. Con atrevimiento, le quitó el preservativo y se lo puso, una tarea no tan fácil como había imaginado. Al terminar, él temblaba y ella estaba impaciente por tenerlo dentro.
– No -dijo cuando Corrine intentó subirlo a la mesa encima de ella-. No nos aguantará.
Era un escritorio viejo y que protestaba con crujidos. Mike ladeó la cabeza, la alzó y antes de que ella pudiera decir una sola palabra, la apoyó contra la puerta del despacho. Casi no le dio tiempo a abrir los muslos cuando la penetró en su totalidad. Al sentir que la llenaba por completo, Corrine cerró los ojos con el corazón desbocado. Los sentidos se le dispararon.
– Sí.
Otra embestida poderosa la hizo gritar, completamente perdida en él, como de costumbre. Podría haber estado aterrada, incluso furiosa, por el dominio que tenía sobre ella, pero si el gemido ronco que emitía Mike servía de indicación, él estaba igual de perdido.
Entonces alzó la cabeza, con los ojos llenos de una pasión, necesidad y anhelo tan poderosos, que Corrine se quedó sin aliento. Con la mirada cautiva en él, Mike comenzó a llevarlos a ambos otra vez al borde del abismo.
– Mírame -gruñó.
– Lo hago, Mike, lo hago.
– No pares. No pares de mirarme, ni siquiera después… -calló cuando ella echó la cabeza atrás y se arqueó, temblando con otro orgasmo.
Él la siguió.
Aún estaban húmedos y temblorosos, sin aliento, cuando llamaron a la puerta.
– ¿Corrine? -era Stephen y parecía preocupado. Y cauteloso-. Hemos oído unos ruidos -explicó-. Solo quería asegurarme que estabas bien. ¿Corrine?
Horrorizada, aturdida y todavía abrazada a Mike, se quedó paralizada y lo miró. Le había prometido que estaban solos.
– ¿Corrine? ¿Está Mike contigo?
– Ahora salgo -logró responder.
¿Qué era peor? ¿Que la sorprendieran en esa posición comprometedora, con Mike todavía dentro de ella, o la expresión en la cara de él? Una expresión que más que sorpresa mostraba aceptación.
– ¿Cómo ha sucedido esto? -murmuró Corrine-. Dios mío, Mike, dijiste que se habían ido. No lo habrás hecho a propósito, ¿verdad?
Él ni parpadeó, pero le soltó los muslos para que pudiera deslizarse por su cuerpo aún duro y ardiente. Corrine permaneció allí, desnuda y temblorosa a medida que la furia se mezclaba con la humillación.
– Lo hiciste.
Apartándose, él fue a buscar los pantalones.
– ¿Es eso lo que crees? -preguntó-. ¿Que sería capaz de algo así?
– No lo sé. ¿Por qué no me respondes? Él se dejó los pantalones sin abrochar y la encaró.
– Porque deberías conocer la respuesta.