153321.fb2 La senorita de Tacna - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 4

La senorita de Tacna - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 4

(Deja de oír la radio y mira a la Mamaé entre apenada y divertida)

La verdad es que te envidio, Mamaé. Has encontrado el remedio perfecto para

no ver la ruina que nos rodea. A mí también me gustaría volver a mi juventud, aunque

fuera en sueños.

MAMAÉ

¡Ayyy! Me arrancaría los ojos. Ya no sirven ni para adivinar las cosas. ¿Lo ves ? ¿ Es el ferrocarril de Arica? ¿O el autocarril de Locumba?

ABUELA

Ninguno de los dos. Es el tranvía a Chorrillos. Y no estamos en Tacna sino en Lima. Y ya no tienes quince años sino noventa, o por ahí. Te has vuelto una viejecita chocha, Elvira.

MAMAÉ

¿Te acuerdas del baile de disfraces?

ABUELA

¿Cuál de ellos? Fui a muchos bailes de disfraces de joven.

MAMAÉ

En el Orfeón. Ese al que se metió el mandingo.

Comienza a oírse el ruido alegre de una fiesta, compases de baile. Poco a poco se hace presente la música de un vals antiguo.

ABUELA

Ah, ése. Claro que me acuerdo. En ese baile conocí a Pedro; había ido de Arequipa a pasar los Carnavales a Tacna, con unos amigos. Quién me iba a decir que me casaría con él. Sí, claro. ¿Fue ése el baile en el que Federico Barreto te escribió un verso en el abanico? No, ése fue otro, un 28 de julio, en la Sociedad de Damas Patriotas. El negro, de veras… ¿Estaba bailando contigo cuando lo descubrieron, no es verdad?

Belisario se pone de pie. Va hasta donde la Mamaé y haciendo una reverencia finisecular, la saca a bailar. Ella acepta, joven, graciosa, coqueta. Bailan.

MAMAÉ

¿Es usted chileno, mascarita? ¿Peruano? ¿De Tacna, mascarita? ¿Militar, tal vez? ¡Ya sé, adiviné! ¡Es usted médico! ¿Abogado, a lo mejor? Dígame cualquier cosa, hágame una adivinanza y verá que lo identifico, mascarita.

Belisario no dice nada. Se limita a negar con la cabeza y a reír de rato en rato, con una risita nerviosa.

ABUELA

(A la Mamaé, como si ésta siguiera en el sillón)

¿Y por el olor no te diste cuenta? Pero el bandido se habría echado perfume, claro.

La pareja baila con destreza y felicidad. Pero en una de las vueltas el invisible dominó que lleva Belisario se engancha en algún objeto y su brazo queda desnudo. La Mamaé se zafa de sus brazos, espantada. Belisario, con una expresión de contento, corre a su mesa y se pone a escribir.

MAMAÉ

(Petrificada de espanto)

¡Un negro! ¡Un negro! ¡La mascarita era un negro! ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Ayyy!

ABUELA

No des esos gritos, Elvira. Me parece estar oyendo tu alarido, esa noche. La orquesta dejó de tocar, la gente de bailar, los que estaban en los palcos se levantaron. ¡Qué laberinto se armó en el Orfeón! Tuvieron que llevarte a la casa, con ataque de nervios. Por el bendito negro se nos acabó la fiesta.

MAMAÉ (Espantada)

¡Carmen! ¡Carmencita! Mira, ahí, junto a la fuente de bronce de la Plaza. ¿Qué le están haciendo? ¿Le están pegando?

ABUELA

Es cierto. Los caballeros lo sacaron a la calle y le dieron de bastonazos. Junto a la fuente de bronce, sí. ¡Qué memoria, Elvira!

MAMAÉ

¡Ya no le peguen más! ¡Está lleno de sangre! ¡No me hizo nada, ni siquiera me habló! ¡Tía Amelia, a ti te harán caso! ¡Tío Menelao, que ya no le peguen! (Reponiéndose.) ¿Crees que lo han matado, Carmencita?

ABUELA

No, sólo le dieron una paliza por su atrevimiento. Después, lo mandaron a la cárcel de los chilenos. ¿Qué audacia, no? Disfrazarse y meterse al baile del Orfeón. Nos quedamos tan impresionadas. Teníamos pesadillas, creíamos que cualquier noche se nos entraría por la ventana. Semanas, meses, sólo hablamos del negro de La Mar.

BELISARIO

(Excitadísimo, da un golpe en la mesa, deja de escribir un momento para besar la mano y el lápiz con los que está escribiendo)

¡El negro de La Mar! ¡Toma cuerpo, se mueve, camina!

MAMAÉ

No es de La Mar. Es uno de los esclavos de la hacienda de Moquegua.

ABUELA

Qué tontería, hija. En esa época ya no había esclavos en el Perú.

MAMAÉ

Desde luego que había. Mi papá tenía tres.

BELISARIO

(Interrumpiendo un instante su trabajo)

¡Los mandingos!