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Me pasaban de una orilla a otra del Caplina en sillita de reina.
BELISARIO
(Escribiendo)
Dormían en el establo, amarrados de los tobillos para que no se escaparan.
MAMAÉ
No le vi la cara, pero algo había en sus movimientos, en sus ojos, que lo reconocí. Estoy convencida, era uno de ésos. Un mandingo cimarrón…
Se abre la puerta de calle y entra el Abuelo. Viene acezando, con los cabellos revueltos y la ropa desarreglada. Viste pobremente. Al verlo, la Mamaé le hace una venia cortesana, como si saludara a un desconocido ilustre, y vuelve a recluirse en su mundo imaginario. Entra Amelia.
AMELIA
(Se nota que ha estado cocinando) Pero, papá… ¿Qué ha pasado?
ABUELA (Poniéndose de pie) ¿Y tu sombrero, Pedro? ¿Y el bastón?
ABUELO
Me los robaron.
ABUELA
Dios mío, cómo ha sido.
Amelia y la Abuela llevan al Abuelo hasta el sillón y lo hacen sentarse.
ABUELO
Al bajar del tranvía. Un bribón de esos que andan sueltos por las calles de Lima. Me tiró al suelo. Me arrancó también el… (buscando la palabra) el aparato.
ABUELA
¿El reloj? ¡Ay, Pedro, te robaron tu reloj
AMELIA
¿Ves que tenemos razón, papá? No salgas solo, no tomes ómnibus, no subas al tranvía. ¿Por qué no haces caso? Estoy ronca de tanto decirte que no salgas a la calle.
ABUELA
Además, no eres una persona sana. ¿Y si vuelves a tener el blanco en la cabeza? No sé cómo no escarmientas, después de semejante susto. ¿Ya no te acuerdas? Diste vueltas, horas de horas, sin encontrar la casa.
ABUELO
No voy a pasarme la vida encerrado aquí, esperando que me entierren, hijita. No voy a dejar que este país acabe conmigo así nomás…
ABUELA
¿Te hiciste daño? ¿Dónde te golpeaste?
ABUELO
Porque en ninguna parte se desperdicia como en el Perú a la gente que quiere trabajar. Aquí es delito ser viejo. En los países cultos es al revés. En Alemania, en Inglaterra. A los hombres de edad se les llama, se aprovecha su experiencia. Aquí, a la basura. No me conformo porque sé que rendiría mejor que un joven en cualquier trabajo.
BELISARIO
(Dejando de escribir, dejándose ganar por un recuerdo) Siempre con lo mismo, dale que dale como un cutipiojo. Eso no se te olvidaba nunca, abuelo.
Trata de volver a escribir, pero después de garabatear algunas líneas se distrae y progresivamente se interesa en lo que pasa en casa de los Abuelos.
AMELIA
Con desesperarte así no vas a resolver nada, sólo malograrte los nervios.
ABUELA
Tienes la cabeza débil, marido, entiéndelo. El médico te ha advertido que si no tomas las cosas con calma, te repetirá el ataque.
ABUELO
Mi cabeza anda muy bien ahora. Les juro que sí, no he vuelto a tener el menor mareo. (Hace un gesto de pesar.) El sombrero y el… el aparato no me importan. El reloj, sí. Lo tenía más de quince años y no se había malogrado nunca. En fin, cambiemos de tema. ¿Oyeron el radioteatro de las ocho?
ABUELA
Lo oí yo, Amelia se lo perdió por estar planchando la ropa del futuro abogado. Figúrate que Sor Fátima colgó los hábitos para casarse con el compositor…
AMELIA
Ah, mira, tienes una herida en la muñeca.
ABUELA
Atacar a un viejo, qué cobarde.
ABUELO
Me cogió desprevenido, por la espalda. De frente, hubiera sido distinto. Seré viejo, pero tengo dignidad y puedo defenderme. (Sonríe.) Siempre fui bueno peleando. En los jesuitas, en Arequipa, me decían «Chispillas», porque a la primera provocación, retaba a cualquiera. Y nadie me pisaba el poncho.
MAMAÉ
(Volviéndose hacia ellos, alarmada)
¿Qué dices, Pedro? ¿Retar a Federico Barreto por haberme escrito ese verso? No lo hagas, no seas fosforito. Fue una galantería sin mala intención. No te expongas, dicen que es un gran espadachín.