158248.fb2
De mí, el vicario Cupido, de línea celestial, por el dios de amor elegido y escogido en todo lo temporal, y muy gran administrador, a todas las tres edades de cualesquier calidades donde su ley sucedió: salud y gracia. Sepáis que, ante mí, apareció un amador, que se llama «de remedio despedido», el cual se me querelló de una muy graciosa dama. Dice que, con su beldad y con gracias muy extrañas, le robó la libertad de dentro de sus entrañas; dice que le desclavó la clavada cerradura con que su seso guardaba, y también que le tomó toda junta la cordura, cual fortuna le guiaba; que le mató el sosiego sin volverle ningún ruego ni saber, ni discreción, por la cual causa está ciego y le arden en muy vivo fuego las telas del corazón. Este dios de afición, cuyo lugar soy teniente, manda sin dilación que despache este acto presente. Capellanes y grandes curas de este palacio real de Amor y sus alturas haced esta denunciación porque no aclame cautela, desde ahora apercibiendo por tres conominaciones. Y porque le sean notorios los sacros derechos y vías, por término perentorio yo le asigno nueve días, porque es término cumplido, como antedicho es, ya pronunciado y sabido. Del templo luego la echéis, como miembro disipado de nuestra ley tan bendita. Todos cubiertos de luto, con los versos acostumbrados que se cantan al difunto; las campanas repicando, y el cura diga: «Muera su ánima en fuerte fragua como esta lumbre de cera veréis que muere en el agua». Véngale luego a deshora la tan gran maldición de Sodoma y Gomorra, y de Atam y Abirón véngale tal confusión, en su dicho cuerpo y, si no en su cuerpo, en conclusión, como a nadie le vino. Maldito lo que comiere: pan y vino y agua y sal; maldito quien se lo diere, nunca le fallezca mal, y la tierra que pisare, y la cama en que durmiere, y quien luego no lo dijere que la misma pena pene. Sus cabellos tan lucidos, ante quien el oro es fusco, tornen negros y encogidos que parezcan de guineo. Y sus cejas delicadas, con la resplandeciente frente, se tornen tan espantables como de un fiero serpiente. Y sus ojos matadores, con que robó mis entrañas, hínchense de aradores, que le pelen las pestañas. Y su nariz delicada, con que todo el gesto airea, se torne grande y quebrada como de muy fea negra. Y su boca tan donosa, con labrios de un coral, se le torne espumosa, como de gota coral. Y sus dientes tan menudos, y encías de un carmesí, se le tornen grandes y agudos, parezcan de jabalí. Su garganta y su manera, talle, color y blancura, se tornen de tan mal aire como toda su figura. Y sus pechos tan apuestos, testigos de cuanto digo, tornen secos y deshechos, con tetas hasta el ombligo. Y sus brazos delicados, codiciosos de abrazar, se le tornen consumidos, no hallen de qué tomar. Y lo demás y su natura, (por más honesto hablar), se torne de tal figura, que de ello no pueda gozar. Denle demás la cuerda, que ligue su corazón.
Dada mes y año el día de vuestra querella.