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Cordialísimos lectores: pienso que muchas y muchas tragedias se dirán de la entrada y salida de los soldados en Roma, donde estuvieron diez meses a discreción y aun sin ella, que, como dicen, amicus Socrates, amicus Plato, magis amicus veritas. Digo sin ella porque eran inobedientes a sus nobilísimos capitanes, y crueles a sus naciones y a sus compatriotas. ¡Oh gran juicio de Dios!, venir un tanto ejército sub nube y sin temor de las maldiciones generales sacerdotales, porque Dios les hacía lumbre la noche y sombra el día para castigar los habitadores romanos, y por probar sus siervos, los cuales somos mucho contentísimos de su castigo, corrigiendo nuestro malo y vicioso vivir, que si el Señor no nos amara no nos castigara por nuestro bien. Mas, ¡guay por quien viene el escándalo! Por tanto me aviso que he visto morir muchas buenas personas y he visto atormentar muchos siervos de Dios como a su Santa Majestad le plugo. Salimos de Roma a diez días de febrero por no esperar las crueldades vindicativas de naturales, avisándome que, de los que con el felicísimo ejército salimos, hombres pacíficos, no se halla, salvo yo, en Venecia esperando la paz, que me acompañe a visitar nuestro santísimo protector, defensor fortísimo de una tanta nación, gloriosísimo abogado de mis antecesores, Santiago y a ellos, el cual siempre me ha ayudado, que no hallé otro español en esta ínclita ciudad. Y esta necesidad me compelió a dar este retrato a un estampador por remediar mi no tener ni poder, el cual retrato me valió más que otros cartapacios que yo tenía por mis legítimas obras, y éste, que no era legítimo por ser cosas ridiculosas, me valió a tiempo, que de otra manera no lo publicara hasta después de mis días, y hasta que otra que más supiera lo enmendara. Espero en el Señor eterno que será verdaderamente retrato para mis próximos, a los cuales me encomiendo, y en sus devotas oraciones, que quedo rogando a Dios por buen fin y paz y sanidad a todo el pueblo cristiano, amén.