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La señora Lozana fue natural compatriota de Séneca, y no menos en su inteligencia y resaber, la cual desde su niñez tuvo ingenio y memoria y vivez grande, y fue muy querida de sus padres por ser aguda en servirlos y contentarlos. Y muerto su padre, fue necesario que acompañase a su madre fuera de su natural, y esta fue la causa que supo y vio muchas ciudades, villas y lugares de España, que ahora se le recuerdan de casi el todo, y tenía tanto intelecto, que casi excusaba a su madre procurador para sus negocios. Siempre que su madre le mandaba ir o venir, era presta, y como pleiteaba su madre, ella fue en Granada mirada y tenida por solicitadora perfecta y pronosticada futura. Acabado el pleito, y no queriendo tornar a su propia ciudad, acordaron de morar en Jerez y pasar por Carmona. Aquí la madre quiso mostrarle tejer, el cual oficio no se le dio así como el urdir y tramar, que le quedaron tanto en la cabeza, que no se le han podido olvidar. Aquí conversó con personas que la amaban por su hermosura y gracia; asimismo, saltando una pared sin licencia de su madre, se le derramó la primera sangre que del natural tenía. Y muerta su madre, y ella quedando huérfana, vino a Sevilla, donde halló una su parienta, la cual le decía: «Hija, sed buena, que ventura no os faltará»; y asimismo le demandaba de su niñez, en qué era estada criada, y qué sabía hacer, y de qué la podía loar a los que a ella conocían. Entonces respondíale de esta manera: «Señora tía, yo quiero que vuestra merced vea lo que sé hacer, que cuando era vivo mi señor padre, yo le guisaba guisadicos que le placían, y no solamente a él, mas a todo el parentado, que, como estábamos en prosperidad, teníamos las cosas necesarias, no como ahora, que la pobreza hace comer sin guisar, y entonces las especias, y ahora el apetito; entonces estaba ocupada en agradar a los míos, y ahora a los extraños».
Mamotreto II
Responde la tía y prosigue
[TÍA.-] Sobrina, más ha de los años treinta que yo no vi a vuestro padre, porque se fue niño, y después me dijeron que se casó por amores con vuestra madre, y en vos veo yo que vuestra madre era hermosa.
LOZANA.- ¿Yo, señora? Pues más parezco a mi abuela que a mi señora madre, y por amor de mi abuela me llamaron a mí Aldonza, y si esta mi abuela vivía, sabía yo más que no sé, que ella me mostró guisar, que en su poder aprendí hacer fideos empanadillas, alcuzcuz con garbanzos, arroz entero, seco, graso, albondiguillas redondas y apretadas con culantro verde, que se conocían las que yo hacía entre ciento. Mirá, señora tía, que su padre de mi padre decía: «¡Éstas son de mano de mi hija Aldonza!» Pues, ¿adobado no hacía? Sobre que cuantos traperos había en la cal de la Heria querían probarlo, y máxime cuando era un buen pecho de carnero. Y ¡qué miel! Pensá, señora, que la teníamos de Adamuz, y zafrán de Peñafiel, y lo mejor del Andalucía venía en casa de esta mi abuela. Sabía hacer hojuelas, prestiños, rosquillas de alfajor, testones de cañamones y de ajonjolí, nuégados, sopaipas, hojaldres, hormigos torcidos con aceite, talvinas, zahínas y nabos sin tocino y con comino; col murciana con alcaravea, y «olla reposada no la comía tal ninguna barba». Pues boronía ¿no sabía hacer?: ¡por maravilla! Y cazuela de berenjenas mojíes en perfección; cazuela con su ajico y cominico, y saborcico de vinagre, esta hacía yo sin que me la vezasen. Rellenos, cuajarejos de cabritos, pepitorias y cabrito apedreado con limón ceutí. Y cazuelas de pescado cecial con oruga, y cazuelas moriscas por maravilla, y de otros pescados que serían luengo de contar. Letuarios de arrope para en casa, y con miel para presentar, como eran de membrillos, de cantueso, de uvas, de berenjenas, de nueces y de la flor del nogal, para tiempo de peste; de orégano y de hierbabuena, para quien pierde el apetito. Pues ¿ollas en tiempo de ayuno? Estas y las otras ponía yo tanta hemencia en ellas, que sobrepujaba a Platina, De voluptatibus, y a Apicio Romano, De re coquinaria, y decía esta madre de mi madre: «Hija Aldonza, la olla sin cebolla es boda sin tamborín». Y si ella me viviera, por mi saber y limpieza (dejemos estar hermosura), me casaba, y no salía yo acá por tierras ajenas con mi madre, pues me quedé sin dote, que mi madre me dejó solamente una añora con su huerto, y saber tramar, y esta lanzadera para tejer cuando tenga premideras.
TÍA.- Sobrina, esto que vos tenéis y lo que sabéis será dote para vos, y vuestra hermosura hallará ajuar cosido y zurcido, que no os tiene Dios olvidada, que aquel mercader que vino aquí ayer me dijo que, cuando torne, que va a Cádiz, me dará remedio para que vos seáis casada y honrada, mas querría él que supieses labrar.
LOZANA.- Señora tía, yo aquí traigo el alfiletero, mas ni tengo aguja ni alfiler, que dedal no faltaría para apretar, y por eso, señora tía, si vos queréis, yo le hablaré antes que se parta, porque no pierda mi ventura, siendo huérfana.
Mamotreto III
Prosigue la Lozana y pregunta a la tía
[LOZANA.-] ¿Señora tía, es aquel que está paseándose con aquel que suena los órganos? ¡Por su vida, que lo llame! ¡Ay, cómo es dispuesto! ¡Y qué ojos tan lindos! ¡Qué ceja partida! ¡Qué pierna tan seca y enjuta! ¿Chinelas trae? ¡Qué pie para galochas y zapatilla zeyena! Querría que se quitase los guantes por verle qué mano tiene. Acá mira. ¿Quiere vuestra merced que me asome?
TÍA.- No, hija, que yo quiero ir abajo, y él me vendrá a hablar, y cuando él estará abajo, vos vendréis. Si os hablare, abajá la cabeza y pasaos y, si yo os dijere que le habléis, vos llegá cortés y hacé una reverencia y, si os tomare la mano retraeos hacia atrás, porque, como dicen: «muestra a tu marido el copo, mas no del todo». Y de esta manera él dará de sí, y veremos qué quiere hacer.
LOZANA.- ¿Veislo? Viene acá.
MERCADER.- Señora, ¿qué se hace?
TÍA.- Señor, serviros, y mirar en vuestra merced la lindeza de Diomedes el Raveñano.
MERCADER.- Señora, ¡pues así me llamo yo, madre mía! Yo querría ver aquella vuestra sobrina. Y por mi vida que será su ventura, y vos no perderéis nada.
TÍA.- Señor, está revuelta y mal aliñada, mas porque vea vuestra merced cómo es dotada de hermosura, quiero que pase aquí abajo su telar y verala cómo teje.
DIOMEDES.- Señora mía, pues sea luego.
TÍA.- ¡Aldonza! ¡Sobrina! ¡Descíos 2 acá, y veréis mejor!
LOZANA.- Señora tía, aquí veo muy bien, aunque tengo la vista cordobesa, salvo que no tengo premideras.
TÍA.- Descí 3 , sobrina, que este gentilhombre quiere que le tejáis un tejillo, que proveeremos de premideras. Vení aquí, hacé una reverencia a este señor.
DIOMEDES.- ¡Oh, qué gentil dama! Mi señora madre, no la deje ir, y suplícole que le mande que me hable.
TÍA.- Sobrina, respondé a ese señor, que luego torno.
DIOMEDES.- Señora, su nombre me diga.
LOZANA.- Señor, sea vuestra merced de quien mal lo quiere. Yo me llamo Aldonza, a servicio y mandado de nuestra merced.
DIOMEDES.- ¡Ay, ay! ¡Qué herida! Que de vuestra parte cualque vuestro servidor me ha dado en el corazón con una saeta dorada de amor.
LOZANA.- No se maraville vuestra merced, que cuando me llamó que viniese abajo, me parece que vi un muchacho, atado un paño por la frente, y me tiró no sé con qué. En la teta izquierda me tocó.
DIOMEDES.- Señora, es tal ballestero, que de un mismo golpe nos hirió a los dos. Ecco adonque due anime in uno core. ¡Oh, Diana! ¡Oh, Cupido! ¡Socorred el vuestro siervo! Señora, si no remediamos con socorro de médicos sabios, dudo la sanidad, y pues yo voy a Cádiz, suplico a vuestra merced se venga conmigo.
LOZANA.- Yo, señor, vendré a la fin del mundo, mas deje subir a mi tía arriba y, pues quiso mi ventura, seré siempre vuestra más que mía.
TÍA.- ¡Aldonza! ¡Sobrina! ¿Qué hacéis? ¿Dónde estáis? ¡Oh, pecadora de mí! El hombre deja el padre y la madre por la mujer, y la mujer olvida por el hombre su nido. ¡Ay, sobrina! Y si mirara bien en vos, viera que me habíais de burlar, mas no tenéis vos la culpa, sino yo, que teniendo la yesca, busqué el eslabón. ¡Mirá qué pago, que si miro en ello, ella misma me hizo alcahueta! ¡Va, va, que en tal pararás!
Mamotreto IV
Prosigue el autor
[AUTOR.-] Juntos a Cádiz, y sabido por Diomedes a qué sabía su señora, si era concho o veramente asado, comenzó a imponerla según que para luengos tiempos durasen juntos; y viendo sus lindas carnes y lindeza de persona, y notando en ella la agudeza que la patria y parentado le habían prestado, de cada día le crecía el amor en su corazón, y así determinó que no dejarla. Y pasando él en Levante con mercancía 4 , que su padre era uno de los primos mercaderes de Italia, llevó consigo a su muy amada Aldonza, y de todo cuanto tenía la hacía partícipe; y ella muy contenta, viendo en su caro amador Diomedes todos los géneros y partes de gentilhombre, y de hermosura en todos sus miembros, que le parecía a ella que la natura no se había reservado nada que en su caro amante no hubiese puesto. Y por esta causa, miraba de ser ella presta a toda su voluntad, y como él era único entre los otros mercadantes, siempre en su casa había concurso de personas gentiles y bien criadas, y como veían que a la señora Aldonza no le faltaba nada, que sin maestro tenía ingenio y saber, y notaba las cosas mínimas por saber y entender las grandes y arduas, holgaban de ver su elocuencia; y a todos sobrepujaba, de modo que ya no había otra en aquellas partes que en más fuese tenida, y era dicho entre todos de su lozanía, así en la cara como en todos sus miembros. Y viendo que esta lozanía era de su natural, quedoles en fábula que ya no entendían por su nombre Aldonza, salvo la Lozana; y no solamente entre ellos, mas entre las gentes de aquellas tierras decían la Lozana por cosa muy nombrada. Y si mucho sabía en estas partes, mucho más supo en aquellas provincias, y procuraba de ver y saber cuanto a su facultad pertenecía. Siendo en Rodas, su caro Diomedes le preguntó: Mi señora, no querría se os hiciese de mal venir a Levante, porque yo me tengo de disponer a servir y obedecer a mi padre, el cual manda que vaya en Levante, y andaré toda la Berbería, y principalmente donde tenemos trato, que me será fuerza de demorar y no tornar tan presto como yo querría, porque solamente en estas ciudades que ahora oiréis tengo de estar años, y no meses, como será en Alejandría, en Damasco, Damiata, en Barut, en parte de la Soria, en Chiple, en el Caire y en el Chío, en Constantinópoli, en Corintio, en Tesalia, en Boecia, en Candía, a Venecia y Flandes, y en otras partes que vos, mi señora, veréis si queréis tenerme compañía.
LOZANA.- ¿Y cuándo quiere vuestra merced que partamos? ¡Porque yo no delibro de volver a casa por el mantillo!
Vista por Diomedes la respuesta y voluntad tan sucinta que le dio con palabras antipensadas, mucho se alegró y suplicola que se esforzase a no dejarlo por otro hombre, que él se esforzaría a no tomar otra por mujer que a ella. Y todos dos, muy contentos, se fueron en Levante y por todas las partidas que él tenía sus tratos, y fue de él muy bien tratada y de sus servidores y siervas muy bien servida y acatada. Pues ¿de sus amigos no era acatada y mirada? Vengamos a que, andando por estas tierras que arriba dijimos, ella señoreaba y pensaba que jamás le había de faltar lo que al presente tenía y, mirando su lozanía, no estimaba a nadie en su ser y en su hermosura y pensó que, en tener hijos de su amador Diomedes, había de ser banco perpetuo para no faltar a su fantasía y triunfo, y que aquello no le faltaría en ningún tiempo. Y siendo ya en Candía, Diomedes le dijo:
[DIOMEDES.-] Mi señora Aldonza, ya vos veis que mi padre me manda que me vaya en Italia. Y como mi corazón se ha partido en dos partes, la una en vos, que no quise así bien a criatura, y la otra en vuestros hijos, los cuales envié a mi padre; y el deseo me tira, que a vos amo, y a ellos deseo ver; a mí me fuerza la obediencia suya, y a vos no tengo de faltar, yo determino de ir a Marsella, y de allí ir a dar cuenta a mi padre y hacer que sea contento que yo vaya otra vez en España, y allí me entiendo casar con vos. Si vos sois contenta, vení conmigo a Marsella, y allí quedaréis hasta que yo torne; y vista la voluntad de mi padre y el amor que tiene a vuestros hijos, haré que sea contento con lo que yo le dijere. Y así veremos en nuestro fin deseado.
LOZANA.- Mi señor, yo iré de muy buena voluntad donde vos, mi señor, me mandareis; que no pienso en hijos, ni en otra cosa que dé fin a mi esperanza, sino en vos, que sois aquélla; y por esto os demando de merced que dispongáis de mí a vuestro talento, que yo tengo siempre de obedecer.
Así vinieron en Marsella y, como su padre de Diomedes supo, por sus espías, que venía con su hijo Diomedes Aldonza, madre de sus hijos, vino él en persona, muy disimulado, amenazando a la señora Aldonza. Mas ya Diomedes le había rogado que fuese su nombre Lozana, pues que Dios se lo había puesto en su formación, que mucho más le convenía que no Aldonza, que aquel nombre, Lozana, sería su ventura para el tiempo por venir. Ella consintió en todo cuanto Diomedes ordenó. Y estando un día Diomedes para se partir a su padre, fue llevado en prisión a instancia de su padre, y ella, madona Lozana, fue despojada en camisa, que no salvó sino un anillo en la boca. Y así fue dada a un barquero que la echase en la mar, al cual dio cien ducados el padre de Diomedes, porque ella no pareciese; el cual, visto que era mujer, la echó en tierra y, movido a piedad, le dio un su vestido que se cubriese. Y viéndose sola y pobre, y a qué la había traído su desgracia, pensar puede cada uno lo que podía hacer y decir de su boca, encendida de mucha pasión. Y sobre todo se daba de cabezadas, de modo que se le siguió una gran jaqueca, que fue causa que le viniese a la frente una estrella, como abajo diremos. Finalmente, su fortuna fue tal, que vio venir una nao que venía a Liorna y, siendo en Liorna, vendió su anillo, y con él fue hasta que entró en Roma.