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Mamotreto XXIV
Cómo comenzó a conversar con todos, y cómo el autor la conoció por intercesión de un su compañero, que era criado de un embajador milanés, al cual ella sirvió la primera vez con una moza no virgen, sino apretada
Aquí comienza la Parte segunda
SILVIO.- ¡Quién me tuviera ahora, que a aquella mujer que va muy cubierta no le dijera cualque remoquete, por ver qué me respondiera y supiera quién es! ¡Voto a mí, que es andaluza! En el andar y meneo se conoce. ¡Oh, qué pierna! En verlas se me desperezó la complexión. ¡Por vida del rey, que no está virgen! ¡Ay, qué meneos que tiene! ¡Qué voltar acá! Siempre que me vienen estos lances, vengo solo. Ella se para allí con aquella pastelera; quiero ir a ver cómo habla y qué compra.
AUTOR.- ¡Hola! ¡Acá, acá! ¿Qué hacéis? ¿Dónde vais?
SILVIO.- Quiero ir allí a ver quién es aquella que entró allí, que tiene buen aire de mujer.
AUTOR.- ¡Oh, qué renegar tan donoso! ¡Por vida de tu amo, di la verdad!
COMPAÑERO.- ¡Hi, hi! Diré yo como de la otra, que «las piedras la conocían».
AUTOR.- ¿Dónde está? ¿Qué trato tiene? ¿Es casada o soltera? Pues a vos quiero yo para que me lo digáis.
COMPAÑERO.- ¡Pese al mundo con estos santos sin aviso! Pasa cada día por casa de su amo, y mirá qué regatear que tiene, y porfía que no la conoce. Miradla bien, que a todos da remedio de cualquier enfermedad que sea.
AUTOR.- Eso es bueno. Decime quién es y no me habléis por circunloquios, sino «decime una palabra redonda, como razón de melcochero». ¡Dímelo, por vida de la Corceta!
COMPAÑERO.- Soy contento. Esta es la Lozana, que está preñada de aquel canónigo que ella sanó de lo suyo.
AUTOR.- ¿Sanolo para que la empreñase? Tuvo razón. Decime, ¿es cortesana?
COMPAÑERO.- No, sino que tiene ésta la mejor vida de mujer que sea en Roma. Esta Lozana es sagaz y ha bien mirado todo lo que pasan las mujeres en esta tierra, que son sujetas a tres cosas: a la pensión de la casa y a la gola y al mal que después les viene de Nápoles; por tanto, se ayudan cuando pueden con ingenio, y por esto quiere ésta ser libre. Y no era venida cuando sabía toda Roma y cada cosa por extenso; sacaba dechados de cada mujer y hombre, y quería saber su vivir, y cómo y en qué manera, de modo que ahora se va por casas de cortesanas, y tiene tal labia que sabe quién es el tal que viene allí, y cada uno nombra por su nombre, y no hay señor que no desee echarse con ella por una vez. Y ella tiene su casa por sí, y cuanto le dan lo envía a su casa con un mozo que tiene, siempre se le pega a él y a ella lo mal alzado, de modo que se saben remediar. Y ésta hace embajadas y mete en su casa mucho almacén, y sábele dar la maña, y siempre es llamada señora Lozana, y a todos responde, y a todos promete y certifica, y hace que tengan esperanza, aunque no la haya. Pero tiene esto, que quiere ser ella primero referendada, y no perdona su interés a ninguno, y si no queda contenta, luego los moteja de míseros y bien criados, y todo lo echa en burlas; de esta manera saca ella más tributo que el capitán de Torre Sabela. Veisla allí, que parece que le hacen mal los asentaderos, que toda se está meneando, y el ojo acá, y si me ve, luego me conocerá, porque sabe que sé yo lo que pasó con mi amo el otro día, que una muchacha le llevó. Cinco ducados se ganó ésta, y más le dio la muchacha de otros seis, porque veinte le dio mi amo, y como no tiene madre, que es novicia, ella le sacaría las coradas, que lo sabe hacer. Y no perdona servicio que haga, «y no le queda por corta ni por mal echada», y guay de la puta que le cae en desgracia, que más le valdría no ser nacida, porque dejó el frenillo de la lengua en el vientre de su madre, y si no la contentasen, diría peor de ellas que de carne de puerco, y si la toman por bien, beata la que la sabe contentar. Va diciendo a todos qué ropa es debajo paños, salvo que es boba y no sabe. Condición tiene de ángel, y el tal señor la tuvo dos meses en una cámara, y dice por más encarecer: «Señor, sobre mí, si ella lo quiere hacer, que apretéis con ella, y a mí también lo habéis de hacer, que de tal encarnadura soy que si no me lo hacen, muerta soy, que ha tres meses que no sé qué cosa es, mas con vos quiero romper la jura». Y con estas chufletas gana. La mayor embaidora es que nació, pues pensaréis que come mal: siempre come asturión o cualque cosa. Come lo mejor, mas también llama quien ella sabe, que lo pagará más de lo que vale. Llegaos allá, y yo haré que no la conozco, y ella veréis que conocerá a vos y a mí, y veréis cómo no miento en lo que digo.
AUTOR.- De vuestras camisas o pasteles nos mostráis, señora, y máxime si son de manos de esa hermosa.
LOZANA.- ¡Por mi vida, que tiene vuestra merced lindos ojos! Y ese otro señor me parece conocer, y no sé dónde lo vi. ¡Ya, ya, por mi vida que lo conozco! ¡Ay, señora Silvana, por vida de vuestros hijos que lo conozco! Está con un mi señor milanés. Pues decid a vuestro amo que me ha de ser compadre cuando me empreñe.
AUTOR.- Cuanto más si lo estáis, señora.
LOZANA.- ¡Ay, señor, no lo digáis, que soy más casta que es menester!
AUTOR.- Andá, señora, crecé y multiplicá, que llevéis algo del mundo.
LOZANA.- Señor, no hallo quien diga qué tienes ahí.
AUTOR.- ¡Pues, voto a mí, que no se os parece!
LOZANA.- Mas antes sí, que así gocéis de vos, que engordo sin verde.
AUTOR.- Cada día sería verde si por ahí tiráis. Señora, suplícole me diga si es ésta su posada.
LOZANA.- Señor, no, sino que soy venida aquí, que su nuera de esta señora está de parto, y querría hacer que, como eche las pares, me las venda, para poner aquí a la vellutera y darle ha cualque cosa para ayudá a criar la criatura. Y la otra tiene una niña del hospital y darémosle a ganar de su amigo cien ducados, y por otra parte ganará más de trescientos, porque ha de decir que es de un gran señor que no desea otro sino hijos, y a esta señora le parece cosa extraña y no lo es. Dígaselo vuestra merced, por amor de mí, y rueguénselo que yo voy arriba.
AUTOR.- Señora, en vuestra casa podéis hacer lo que mandareis, mas a mí, mal me parece. Y mirá lo que hacéis, que esta mujer no os engañe a vos y a vuestra nuera. Porque «ni de puta buena amiga ni de estopa buena camisa»; notad: «la puta como es criada y la estopa como es hilada». Digo esto porque, como me lo ha dicho a mí, lo dirá a otra.
PASTELERA.- Señor, miráme por la botica que luego abajo.
COMPAÑERO.- ¿Qué te parece, mentía yo? ¡Por el cuerpo de sant, que no es ésta la primera que ella hace! ¡Válgala, y qué trato que trae con las manos! Parece que cuanto dice es así como ella lo dice. En mi vida espero ver otra símile. Mirá, ¿qué hará de sus pares ella cuando parirá? Esta es la que dio la posta a los otros que tomasen al puente a la Bonica, y mirá que treintón le dieron porque no quiso abrir a quien se lo dio. Y fue que, cuando se lo dieron, el postrero fue negro, y dos ducados le dieron para que se medicase, y a ésta más de diez.
AUTOR.- ¡Oh, la gran mala mujer! ¿Cómo no la azotan?
COMPAÑERO.- Callá, que desciende. Señora, ¿pues qué libráis?
LOZANA.- Señor, que quiero ir a aquella señora para que esté todo en orden, que la misma partera me las traerá.
AUTOR.- A ella y a vos habían de encorozar. Señora, ¿qué haré para que mi amiga me quiera bien?
LOZANA.- Señor, comed la salvia con vuestra amiga.
COMPAÑERO.- Señora, ¿y yo, que muero por vos?
LOZANA.- Eso sin salvia se puede hacer. No me den vuestras mercedes empacho ahora, que para eso tiempo hay, y casa tengo, que no lo tengo de hacer aquí en la calle.
COMPAÑERO.- ¡Señora, no! Mire vuestra merced: ¿qué se le cae?
LOZANA.- Ya, ya: fajadores son para jabonar.
AUTOR.- ¡Voto a Dios, que son de manleva para jabonar! No es nacida su par. ¡Mal año para caballo ligero, que tal sacomano sea! Ésta comprará oficio en Roma, que beneficio ya me parece que lo tiene curado, pues no tiene chimenea, ni tiene donde poner antojos.
COMPAÑERO.- ¡Cómo va hacendosa! Lo que saca ella de este engaño le sacaría yo si la pudiese conducir a que se echase conmigo, que ésta dará lo que tiene a un buen rufián, que fuese cordobés taimado.
AUTOR.- Callemos, que torna a salir. ¿Qué mejor rufián que ella, si por cordobés lo habéis? Por vida suya, que también se dijo ese refrán por ellas como por ellos. Si no, miradlo si se sabe dar la manera en Alcalá o en Güete. ¿Qué es aquello que trae? Demandémoselo. ¿Qué prisa es esa, señora?
LOZANA.- Señores, como no saben en esta tierra, no proveen en lo necesario, y quieren hacer la cosa y no le saben dar la maña. La parida no tiene pezones, como no parió jamás, y es menester ponerle, para que le salgan, este perrico, y negociar, por amor del padre, y después, como no tiene pezones, le pagaremos.
AUTOR.- ¡Vuestra merced es el todo, a lo que vemos! Mirá, señora, que esta tierra prueba los recién venidos, no os amaléis, que os cerrarán cuarenta días.
LOZANA.- Señor, «de lo que no habéis de comer dejadlo cocer».
AUTOR.- Y aun quemar.
SILVIO.- ¿Eso me decís? Con poco más me moriré. ¿Mas vuestra merced no será de aquellas que prometen y no atienden?
LOZANA.- Déjame pasar, por mi vida, que tengo que hacer, porque es menester que sea yo la madre de la parida, y la botillera y lo demás, porque viene la más linda y favorecida cortesana que hay en Roma por madrina, y más viene por contentarme a mí que por otra cosa, que soy yo la caja de sus secretos, y vienen dos banqueros por padrinos. Sólo por verla no os partáis, que ya viene. ¿Veisla? Pues, ¿de la fruta no tenemos? Una mesa con presuntos cochos y sobreasadas, con capones y dos pavones y un faisán, y estarnas y mil cosas. Mirad si vieseis a mi criado, que es ido a casa, y dile que trajese dos cojines vacíos para llevar fajadores y paños para dar a lavar, por meter entre medias de lo mejor, y no viene.
AUTOR.- ¿Es aquel que viene con el otro Sietecoñicos?
LOZANA.- Sí, por mi vida, y su pandero trae. Mil cantares nos dirá el bellaco. ¿Y no miráis, anillos y todo? ¡Muéranse los barberos!
SIETECOÑICOS.- Mueran por cierto, que muy quejoso vengo de vuestro criado, que no me quiso dar tanticas de blanduras.
LOZANA.- ¡Anda, que bueno vienes, borracho! Alcohol y todo. No te lo supiste poner. Calla, que yo te lo adobaré. Si te miras a un espejo, verás la una ceja más ancha que la otra.
SIETECOÑICOS.- Mirá qué, norabuena, «algún ciego me querría ver».
LOZANA.- Anda, que pareces a Francisca la Fajarda. Entra, que has de cantar aquel cantar que dijiste cuando fuimos a la viña a cenar, la noche de marras.
SIETECOÑICOS.- ¿Cuál? ¿Vayondina?
LOZANA.- Sí, y el otro.
SIETECOÑICOS.- ¿Cuál? ¿Bartolomé del Puerto?
LOZANA.- Sí, y el otro.
SIETECOÑICOS.- Ya, ya. ¿Ferreruelo?
LOZANA.- Ese mismo.
SIETECOÑICOS.- ¿Quién está arriba? ¿Hay putas?
LOZANA.- Sí, mas mira que está allí una que presume.
SIETECOÑICOS.- ¿Quién es? ¿La de Toro? Pues razón tiene, «puta de Toro y trucha de Duero».
LOZANA.- Y la Sevillana.
SIETECOÑICOS.- Las seis veces villana, señores, con perdón.
AUTOR.- Señora, no hay error. ¡Subí vos, alcuza de santero!
LOZANA.- Señores, no se partan, que quiero mirar qué es lo que le dan los padrinos, que me va algo en ello.
AUTOR.- Decime, ¿qué dan los padrinos?
COMPAÑERO.- Es una usanza en esta tierra que cada uno da a la madre según puede, y hacen veinte padrinos, y cada uno le da.
AUTOR.- Pues no iban allí más de dos con la criatura. ¿Cómo hacen tantos?
SILVIO.- Mirad, aquella garrafa que traen de agua es la que sobró en el bacín cuando se lavaron los que tienen la criatura, y traenla a casa, y de allí envíanla al tal y a la tal, y así a cuantos quieren, y dicen que por haberse lavado con aquel agua son compadres, y así envían, quién una cana de raso, quién una de paño, quién una de damasco, quién un ducado o más, y de esta manera es como cabeza de lobo para criar la criatura hasta que se case o se venda, si es hija. Pues notá otra cláusula que hacen aquí las cortesanas: prometen vestirse de blanco o pardillo, y dicen que lo han de comprar de limosnas. Y así van vestidas a expensas del compaño; y esto de los compadres es así.
AUTOR.- No se lo consentirían, esto y otras mil supersticiones que hacen, en España.
SILVIO.- Pues por eso es libre Roma, que cada uno hace lo que se le antoja ahora, sea bueno o malo, y mirá cuánto, que, si uno quiere ir vestido de oro o de seda, o desnudo o calzado, o comiendo o riendo, o cantando, siempre vale por testigo y no hay quien os diga mal hacéis ni bien hacéis, y esta libertad encubre muchos males. ¿Pensáis vos que se dice en balde por Roma, Babilón, sino por la mucha confusión que causa la libertad? ¿No miráis que se dice Roma meretrice, siendo capa de pecadores? Aquí, a decir la verdad, los forasteros son mucha causa, y los naturales tienen poco del antiguo natural, y de aquí nace que Roma sea meretrice y concubina de forasteros y, si se dice, guay quien lo dice. «Haz tú y haré yo y mal para quien lo descubrió». Hermano, ya es tarde; vámonos y haga y diga cada uno lo que quisiere.
AUTOR.- Pues «año de veintisiete deja a Roma y vete».
COMPAÑERO.- ¿Por qué?
AUTOR.- Porque será confusión y castigo de lo pasado.
COMPAÑERO.- ¡A huir quien más pudiere!
AUTOR.- Pensá que llorarán los barbudos y mendigarán los ricos, y padecerán los susurrones, y quemarán los públicos y aprobados o canonizados ladrones.
COMPAÑERO.- ¿Cuáles son?
AUTOR.- Los registros del jure cevil.
Mamotreto XXV
Cómo el autor, dende a pocos días, encontró en casa de una cortesana favorida a la Lozana y la habló
AUTOR.- ¿Qué es esto, señora Lozana? ¿Así me olvidáis? Al menos, mandanos hablar.
LOZANA.- Señor, hablar y servir. Tengo que hacer ahora, mandame perdonar, que esta señora no me deja, ni se halla sin mí, que es mi señora, y mire Vuestra Merced, por su vida, qué caparela que me dio nueva, que ya no quiere su merced traer paño y su presencia no es sino para brocado.
AUTOR.- Señora Lozana, decime vos a mí cosas nuevas, que eso ya me lo sé y soyle yo servidor a esa señora.
LOZANA.- ¡Ay, ay, señora! ¿Y puede vuestra merced mandar a toda Roma y no se estima más? Por vida de mi señora, que ruegue al señor doctor cuando venga que le tome otras dos infantescas, y un mozo más, que el mío quiero que vaya a caballo con vuestra merced, pues vuestra fama vale más que cuanto las otras tienen. Mirá, señora, yo quiero venir cada día acá y miraros toda la casa, y vuestra merced que se esté como señora que es, y que no entienda en cosa ninguna.
CORTESANA.- Mira quién llama, Madalena, y no tires la cuerda si no te lo dice la Lozana.
LOZANA.- ¡Señora, señora! ¡Asomaos! ¡Asomaos, por mi vida! ¡Guayas, no; él, él, el traidor! ¡Ay qué caballadas que da! Él es que se apea. ¡Por mi vida y vuestra, abre, abre! ¡Señor mío de mi corazón! Mirá aquí a mi señora, que ni come ni bebe, y si no vinierais se moría. ¿Vuestra señoría es de esa manera? Luego vengo, luego vengo, que yo ya me sería ida, que la señora me quería prestar su paño listado, y por no dejarla descontenta, esperé a vuestra señoría.
CABALLERO.- Tomá, señora Lozana, comprá paño y no llevéis prestado.
LOZANA.- Bésole las manos, que señor de todo el mundo le tengo de ver. Bésela vuestra señoría y no llorará, por su vida, que yo cierro la cámara. ¿Oyes, Madalena? No abras a nadie.
MADALENA.- Señora Lozana, ¿qué haré, que no me puedo defender de este paje del señor caballero?
LOZANA.- ¿De cuál? ¿De aquél sin barbas? ¿Qué te ha dado?
MADALENA.- Unas mangas me dio por fuerza, que yo no las quería.
LOZANA.- Calla y toma, que eres necia. Vete tú arriba y déjamelo hablar, que yo veré si te cumple. A vos, galán, una palabra.
PAJE.- Señora Lozana, y aun dos.
LOZANA.- Entrá y cerrá pasico.
PAJE.- Señora, mercedes son que me hace. Siéntese, señora.
LOZANA.- No me puedo sentar, porque yo os he llamado, que quiero que me hagáis un servicio.
PAJE.- Señora, mándeme vuestra merced, que mucho ha que os deseo servir.
LOZANA.- Mirá, señor, esta pobreta de Madalena es más buena que no os lo puedo decir, y su ama le dio un ducado a guardar y unos guantes nuevos con dos granos almizcle, y todo lo ha perdido, y yo no puedo estar de cosas que hace la mezquina. Querríaos rogar que me empeñaseis esta caparela en cualque amigo vuestro, que yo la quitaré presto.
PAJE.- Señora, el ducado veislo aquí, y esas otras cosas yo las traeré antes que sea una hora, y vuestra merced le ruegue a Madalena de mi parte que no me olvide, que la deseo mucho servir.
LOZANA.- ¡Hi, hi, hi! ¿Y con qué la deseáis servir? Que sois muy muchacho y todo lo echáis en crecer.
PAJE.- Señora, pues de eso reniego yo, que me crece tanto que se me sale de la bragueta.
LOZANA.- Si no lo pruebo no diré bien de ello.
PAJE.- Como vuestra merced mandare, que mercedes son que recibo, aunque sea sobre mi capa.
LOZANA.- ¡Ay, ay, que me burlaba! ¡Parece píldora de Torre Sanguina, que así labora! ¿Es lagartija? ¡Andar, por donde pasa moja! Esta es tierra que «no son salidos del cascarón y pían». ¡Dámelo, barbiponiente, si quieres que me aproveche! Entraos allá, deslavado, y callá vuestra boca. ¡Madalena, ven abajo, que yo me quiero ir! El paje del señor caballero está allí dentro, que se pasea por el jardín. Es carideslavado; si algo te dijere, súbete arriba y dile que si yo no te lo mando, que no lo tienes de hacer. Y deja hacer a mí, que mayores secretos sé yo tener que este tuyo.
PAJE.- Señora Madalena, ¡cuerpo de mí!, siempre me echáis unos encuentros como broquel de Barcelona. Mirá bien que esta puta güelfa no os engañe, que es de aquellas que dicen: «Marica, cuécelo con malvas».
MADALENA.- ¡Estad quedo, así me ayude Dios! Más me sobajáis vos que un hombre grande. Por eso los pájaros no viven mucho. ¿Qué hacéis? ¿Todo ha de ser eso? Tomá, bebeos estos tres huevos, y sacaré del vino. Esperá, os lavaré todo con este vino griego que es sabroso como vos.
PAJE.- Esta y no más, que me duele el frenillo.
MADALENA.- ¿Os he hecho yo mal?
PAJE.- No, sino la Lozana.
MADALENA.- Dejadla torne la encrucijada.
Mamotreto XXVI
Cómo la Lozana va a su casa, y encuentra su criado y responde a cuantos la llaman
LOZANA.- ¿Es posible que yo tengo de ser faltriquera de bellacos? ¿Venís, azuaga? ¿Es tiempo? ¿No sabéis dar vuelta por donde yo estoy? Andá allí adonde yo he estado, y decid a Madalena que os dé las mangas que dijo que le dio el paje, que yo se las guardaré; no se las vea su ama, que la matará. Y venid presto.
RAMPÍN.- Pues caminá vos, que está gente en casa.
LOZANA.- ¿Quién?
RAMPÍN.- Aquel canónigo que sanaste de lo suyo, y dice que le duele un compañón.
LOZANA.- ¡Ay, amarga! ¿Y por qué no se lo vistes vos si era peligroso?
RAMPÍN.- ¿Y qué sé yo? No me entiendo.
LOZANA.- ¡Mirá qué gana tenéis de saber y aprender! ¿Cómo no miraríais como hago yo?, que estas quieren gracia y la melecina ha de estar en la lengua, y aunque no sepáis nada, habéis de fingir que sabéis y conocéis para que ganéis algo, como hago yo, que en decir que Avicena fue de mi tierra, dan crédito a mis melecinas. Sólo con agua fría sanará, y si él viera que se le amansaba, cualque cosa os diera. Y mirá que yo conozco al canónigo, que él vendrá a vaciar los barriles, y ya pasó solía que, por mi vida, si no viene cayendo, que ya no hago credencia, y por eso me entraré aquí y no iré allá, que si es mal de cordón o cosón, con las habas cochas en vino, puestas encima bien deshechas, se le quitará luego. Por eso, andá, decídselo, que allí os espero con mi compadre.
MARIO.- Señora Lozana, acá y hablaremos de cómo las alcahuetas son sutiles.
LOZANA.- Señor, por ahora me perdonará, que voy de prisa.
GERMÁN.- ¡Ojo, adiós, señora Lozana!
LOZANA.- Andá, que ya no os quiero bien, porque dejaste a la Dorotea, que os hacía andar en gresca, por tomar a vuestra Lombarda, que es más dejativa que menestra de calabaza.
GERMÁN.- ¡Pues pese al mundo malo! ¿Habían de turar para siempre nuestros amores? Por vida del embajador, mi señor, que no pasaréis de aquí si no entráis.
LOZANA.- No me lo mande vuestra merced, que voy a pagar un par de chapines allí, a Batista chapinero.
GERMÁN.- Pues entrá, que buen remedio hay. Ven acá, llama tú a aquél chapinero.
SURTO.- Señor, sí.
GERMÁN.- ¡Oh, señora Lozana, qué venida fue esta! Sentaos. Ven acá, sacá aquí cualque cosa que coma.
LOZANA.- No, por vuestra vida, que ya he comido, sino agua fresca.
GERMÁN.- Va, que eres necio. Sácale la conserva de melón que enviaron ayer las monjas lombardas, y tráele de mi vino.
LOZANA.- Por el alma de mi padre, que ya sé que sois Alijandro, que si fueseis español, no seríais proveído de melón, sino de buenas razones. Señor, con vos estaría toda mi vida, salvo que ya sabéis que aquella señora quiere barbiponientes y no jubileos.
GERMÁN.- ¿Qué me decís, señora Lozana? Que más caricias me hace que si yo fuese su padre.
LOZANA.- Pues mire vuestra merced, que ella me dijo que quería bien a vuestra merced porque parecía a su abuelo, y no le quitaba tajada.
GERMÁN.- Pues veis ahí, mirá otra cosa, que cuando como allá si yo no le meto en boca no come, que para mí no me siento mayor fastidio que verla enojada, y siempre cuando yo voy, su fantesca y mis mozos la sirven mal.
LOZANA.- No se maraville vuestra merced, que es fantástica, y querría las cosas prestas, y querría que vuestra señoría fuese de su condición, y por eso ella no tiene sufrimiento.
GERMÁN.- Señora, concluí que no hay escudero en toda Guadalajara más mal servido que yo.
LOZANA.- Señor, yo tengo que hacer; suplícole no me detenga.
GERMÁN.- Señora Lozana, ¿pues cuándo seréis mía todo un día?
LOZANA.- Mañana; que no lo sepa la señora.
GERMÁN.- Soy contento, y a buen tiempo, que me han traído de Tívuli dos truchas, y vos y yo las comeremos.
LOZANA.- Beso sus manos, que si no fuera porque voy a buscar a casa de un señor un pulpo, que sé yo que se los traen de España, y tollo y oruga, no me fuera, que aquí me quedara con vuestra señoría todo hoy.
GERMÁN.- Pues tomá, pagadlo, y no vengáis sin ello.
LOZANA.- Bésole las manos, que siempre me hace mercedes como a servidora suya que soy.
Mamotreto XXVII
Cómo va por la calle y la llaman todos, y un portugués que dice
[PORTUGUÉS.-] Las otras beso.
LOZANA.- Y yo las suyas, una y boa.
PORTUGUÉS.- Señora, sí. ¡Rapá la gracia de Deus, soy vuestro!
LOZANA.- ¿De eso comeremos? Pagá si queréis, que no hay coño de balde.
CANAVARIO.- ¿A quién digo, señora Lozana? ¿Tan de prisa? Soy furrier de aquélla.
LOZANA.- Para vuestra merced no hay prisa, sino vagar y como él mandare.
GUARDARROPA.- Me encomiendo, mi señora.
LOZANA.- Señor sea vuestra merced de sus enemigos.
CANAVARIO.- ¿De dónde, por mi vida?
LOZANA.- De buscar compañía para la noche.
GUARDARROPA.- Señora, puede ser, mas no lo creo, que «quien menea la miel, panales o miel come».
LOZANA.- ¡Andá, que no en balde sois andaluz, que más ha de tres meses que en mi casa no se comió tal cosa! Vos, que sois guardarropa y tenéis mil cosas que yo deseo, y tan mísero sois ahora como antaño, ¿pensáis que ha de durar siempre? No seáis fiel a quien piensa que sois ladrón.
GUARDARROPA.- Señora, enviame aquí a vuestro criado, que no seré mísero para serviros.
LOZANA.- Viváis vos mil años, que burlo, por vuestra vida. ¿Veis? Viene aquí mi mozo, que parece, y que fue pariente de Algecira.
GUARDARROPA.- Alegre viene; parece que ha tomado la paga. Caminá, pariente, y enfardélame esas quijadas, que entraréis donde no pensaste.
LOZANA.- Señor, pues yo os quedo obligada.
GUARDARROPA.- Andá, señora, que, si puedo, yo vendré a deciros el sueño y la soltura.
LOZANA.- Cuando mandareis.
PIERRETO.- Cabo de escuadra de vuestra merced, señora Lozana. Adío, adío.
LOZANA.- A Dios va quien muere.
SOBRESTANTE.- Señora, una palabra.
LOZANA.- Diciendo y andando, que voy de prisa.
SOBRESTANTE.- Señora, ¡cuerpo del mundo! ¿por qué no queréis hacer por mí pues lo puedo yo pagar mejor que nadie?
LOZANA.- Señor, ya lo sé; mas voy ahora de prisa. Otro día habrá, que voy a comprar para esa vuestra favorida una cinta napolitana verde, por hacer despecho al cortecero, que ya lo ha dejado.
SOBRESTANTE.- ¿Es posible? Pues él era el que me quitaba a mí el favor. Tomá y comprá una para ella y otra para vos. Y más os pido de merced: que os sirváis de esta medalla y hagáis que se sirva ella de mí, pues que está sede vacante, que yo, señora Lozana, no os seré ingrato a vuestros trabajos.
LOZANA.- Señor, vení a mi casa esta tarde que ella viene ahí, que ha de pagar un mercader, y allí se trabajará en que se vea vuestro estrato.
SOBRESTANTE.- Sea así, me encomiendo.
LOZANA.- Si sois comendador, sedlo en buen hora, aunque sea de Córdoba.
COMENDADOR.- Señora Lozana, ¿por qué no os servís de vuestros esclavos?
LOZANA.- Señor, porque me vencéis de gentileza y no sé qué responda, y no quise bien en este mundo sino a vuestra merced, que me tira el Sagre.
COMENDADOR.- ¡Oh, cuerpo de mí! ¿Y por ahí me tiráis? «Soy perro viejo y no me dejo morder», pero si vos mandáis, sería yo vuestro por servir de todo.
LOZANA.- Señor, «yo me llamo Sancho».
COMENDADOR.- ¿Qué come ese vuestro criado?
LOZANA.- Señor, lo que come el lobo.
COMENDADOR.- Eso es porque no hay patrón ni perro que lo defienda.
LOZANA.- Señor, no, sino que la oveja es mansa, y perdoname, que todo comendador, para ser natural, ha de ser portugués o galiciano.
COMENDADOR.- ¡Dola a todos los diablos, y qué labia tiene! ¡Si tuviera chimenea!
NOTARIO.- Señora Lozana, ¿así os pasáis?
LOZANA.- Señor, no miraba y voy corriendo porque mi negro criado se enoja, que no tiene dinero para gastar y se lo voy a dar, que están en mi caja seis julios y medio, que dice que quiere pagar cierta leña.
NOTARIO.- ¡Pues vení acá, peranzules! Tomá, id vos y pagá la leña, y quedaos vos aquí, que quiero que veáis una emparedada.
LOZANA.- Por vida de vuestra merced, que pasé por su casa y sospeché que no estaba allí, que suelo yo verla, y con la prisa no puse mientes. ¡Por mi vida, que la tengo de ver!
NOTARIO.- Entrá allá dentro, que está haciendo carne de membrillos.
LOZANA.- Es valenciana, y no me maravillo.
NOTARIO.- ¿Qué te parece, germaneta? La Lozana pasó por aquí y te vio.
BEATRICE.- ¿Y por qué no entró la puta moza? ¿Pensó que estaba al potro?
LOZANA.- ¡Ay, ay! ¿Así me tratáis? Más vale puta moza que puta jubilada en el públique. ¡Por vida del Señor que, si no me dais mi parte, que no haga la paz!
Mamotreto XXVIII
Cómo va la Lozana en casa de un gran señor, y pregunta si, por dicha, le querrían recibir uno de su tierra que es venido y posa en su casa
LOZANA.- Decime, señores, ¿quién tiene cargo de tomar mozo en casa de este señor?
PALAFRENERO.- ¡Voto a Dios que es vuestra merced española!
LOZANA.- Señor, sí; ¿por qué no? ¿Soy por ventura tuerta o ciega? ¿Por qué me tengo de despreciar de ser española? Muy agudillo saliste, como la hija del herrero, que peó a su padre en los cojones; tornaos a sentar.
PALAFRENERO.- Señora, tenéis razón.
ESCUDERO.- Señora, si no le pesa a vuestra merced, ¿es ella el mozo? Que todos la tomaremos.
LOZANA.- ¡Por Dios, sí, que a vos busco yo! Sé que no soy lecho que me tengo de alquilar.
BADAJO.- No lo digo por tanto, sino porque no veo venir ninguno con vuestra merced. Pensé que queríais vos, señora, tomarme a mí por vuestro servidor.
LOZANA.- Déjese de eso, y respóndame a lo que demando.
OTRO.- Señora, el maestro de stala lo tomará, que lo ha menester.
LOZANA.- Señor, por su vida, que me lo muestre.
BADAJO.- Señora, ahora cabalgo; si lo quiere esperar, éntrese aquí y hará colación.
LOZANA.- Señor, merced me hará que, cuando venga ese señor, me lo envíe a mi casa y allí verá el mozo si le agradare, que es un valiente mancebo, y es estado toda su vida rufián, que aquí ha traído dos mujeres, una de Écija y otra de Niebla; ya las ha puesto a ganar.
OTRO.- ¿Dónde, señora? ¿En vuestra casa?
LOZANA.- Señor, no, mas ahí junto.
EL SEÑOR DE LA CASA (dice:) ¿Quién es esta mujer?, ¿qué busca?
ESCUDERO.- Monseñor, no sé quién es; ya se lo quería demandar.
MONSEÑOR.- Etatem habet?
LOZANA.- Monseñor, soy buena hidalga y llámome la Lozana.
MONSEÑOR.- Sea norabuena. ¿Sois de nuestra tierra?
LOZANA.- Monseñor, sí.
SEÑOR.- ¿Qué os place de esta casa?
LOZANA.- Monseñor, el patrón de ella.
MONSEÑOR.- Que se os dé, y más, si más mandarais.
LOZANA.- Beso las manos de vuestra señoría reverendísima; quiero que me tenga por suya.
MONSEÑOR.- De buena gana; tomá, y venidnos a ver.
LOZANA.- Monseñor, yo sé hacer butifarros a la genovesa, gatafurias y albóndigas, y capirotada y salmorejo.
SEÑOR.- Andá, hacedlo, y traednoslo vos misma mañana para comer. ¡Cuánto tiempo ha que yo no sentí decir salmorejo! Déjala entrar mañana cuando venga, y ve tu allá, que sabrás comprarle lo necesario, y mira si ha menester cualque cosa, cómprasela. ¡Oh, qué desenvuelta mujer!
DESPENSERO.- Señora, si queréis cualque cosa, decimelo, que soy el despensero.
LOZANA.- Señor, solamente carbón, y será más sabroso.
DESPENSERO.- Pues, ¿donde moráis?, y os enviaré dos cargas por la mañana.
LOZANA.- Señor, al burgo donde moraba la de los Ríos, si la conociste.
DESPENSERO.- Señora, sí; esperá un poco y tal seréis vos como ella. Mas sobre mí que no compréis vos casa, como ella, de solamente quitar cejas y componer novias. Fue muy querida de romanas. Esta fue la que hacía la esponja llena de sangre de pichón para los virgos. Esto tenía, que no era interesal, y más ganaba por aquello… Y fue ella en mejor tiempo que no esta sinsonaderas, que fue tiempo de Alejandro VI, cuando Roma triunfaba, que había más putas que frailes en Venecia, y filósofos en Grecia, y médicos en Florencia, cirúgicos en Francia, y maravedís en España, ni estufas en Alemania, ni tiranos en Italia, ni soldados en Campaña. Y vos, siempre mozo, ¿no la conociste? Pues cualque cosa os costaría, y esta Lozana nos ha olido que ella os enfrenará. ¡A mi fidamani, miradla, que allí se está con aquel puto viejo rapaz!
VALIJERO.- ¡Sí la conozco!, me dice el borracho del despensero. Yo fui el que dormí con ella la primera noche que puso casa, y le pagué la casa por tres meses. ¡Por vida de monseñor mío, que juraré que no vi jamás mejores carnes de mujer! Y las preguntas que me hizo aquella noche me hicieron desvalijar todos los géneros de putas que en esta tierra había, y ahora creo que ella lo sabe mejor por su experiencia.
BADAJO.- Ésta «no hace jamás colada sin sol».
Mamotreto XXIX
Cómo torna su criado; que venga presto, que la esperan una hija puta y su madre vieja
LOZANA.- ¿A qué tornáis, malurde? ¿Hay cosa nueva?
RAMPÍN.- Acabá, vení, que es venida aquella madre.
LOZANA.- Callá, callá, que ya os entiendo. ¿Vacía vendrá, según Dios la hizo?
RAMPÍN.- No, ya me entendéis, y bueno.
LOZANA.- ¿Uno solo?
RAMPÍN.- Tres y otras dos cosas.
LOZANA.- ¿Qué, por mi vida?
RAMPÍN.- Ya lo veréis, caminá, que yo quiero ir por lo que dejó tras la puerta de su casa, y veis aquí su llave.
SENÉS, PAJE.- ¡Señora Lozana, acá, acá; mirá acá arriba!
LOZANA.- Ya, señor, os veo, mas poco provecho me viene de vuestra vista, y estoy enojada porque me contrahiciste en la comedia de carnaval.
SENÉS.- Señora Lozana, no me culpéis, porque, como vi vuestra saya y vuestro tocado, pensé que vos lo habíais prestado.
LOZANA.- Yo lo presté, mas no sabía para qué. Aosadas, que si lo supiera, que no me engañaran. Pero de vos me quejo porque no me avisaste.
SENÉS.- ¿Cómo decís eso? A mí me dijeron que vos estuviste allí.
LOZANA.- Sí estuve, mas dijéronme que me llamaba monseñor vuestro.
SENÉS.- ¿No viste que contrahicieron allí a muchos? Y ninguna cosa fue tan placentera como vos a la celosía, reputando al otro de potroso, que si lo hiciera otra, quizá no mirara así por vuestra honra como yo. Por eso le suplico me perdone, y sírvase de estas mangas de velludo que mi padre me mandó de Sena.
LOZANA.- Yo os perdono porque sé que no sois malicioso. Vení mañana a mi casa, que ha de venir a comer conmigo una persona que os placerá.
OTRO PAJE.- Soy caballo ligero de vuestra merced.
LOZANA.- ¡Ay, cara de putilla sevillana, me encomiendo, que voy de prisa!
HIJA.- ¿Tiro la cuerda? Esperá, que ni hay cuerda ni cordel.
LOZANA.- Pues vení abajo.
HIJA.- Ya va mi señora madre.
GRANADINA.- Vos seáis la bien venida.
LOZANA.- Y vos la bien hallada, aunque vengo enojada con vos.
MADRE.- ¿Y por qué conmigo, sabiendo vos que os quiero bien, y no vendría yo con mis necesidades y con mis secretos a vos si os quisiese mal?
LOZANA.- ¿Cómo, vos sois mi amiga y mi corazón, y me venís cargada a casa, sabiendo que haría por vos y por vuestra hija otra cosa que estas apretaduras, y tengo yo para vuestro servicio un par de ducados?
GRANADINA.- Señora Lozana, mirá que con las amigas habéis de ganar, que estáis preñada y todo será menester, y cuanto más, que a mi hija no le cuesta sino demandarlo, y tal vuelta se entra ella misma en la guardarropa de monseñor, y toma lo que quiere y envía a casa que, como dicen, «más tira coño que soga». Estos dos son agua de ángeles, y éste es azahar, y éste cofín son dátiles, y ésta toda es llena de confición, todo venido de Valencia, que se lo envía la madre de monseñor. Y mirá, señora Lozana, a mí me ocurre otro lance que para con vos se puede decir.
LOZANA.- ¿Qué, señora?
GRANADINA.- Un señor no me deja a sol ni a sombra, y me lo paga bien, y me da otro que mi hija no me dará, y no sé cuándo tendré necesidad. Mirá, ¿qué me aconsejáis?
LOZANA.- Lo que os aconsejé siempre, que si vos me creyerais, más ha de un año que habíais de comenzar, que en Roma todo pasa sin cargo de conciencia. Y mirá qué os perdisteis en no querer más que no os dará ese otro, y era peloso y hermoso como la plata, y no quería sino viudas honradas como vos.
GRANADINA.- Señora Lozana, mirá, «como se dice lo uno, se diga todo», y os diré por qué no lo hice: que bien estaba yo martela por él, mas porque se echó con mi hija, no quise pecar dos veces.
LOZANA.- No seríais vos la primera que eso hace en Roma sin temor. ¡Tantos ducados tuvieseis! Eso bien lo sabía yo, mas por eso no dejé de rogároslo, porque veía que era vuestro bien, y si lo veo, le tengo de decir que me hable. Por eso es bueno tener vos una amiga cordial que se duele de vos, que perdéis lo mejor de vuestra vida. ¿Qué, pensáis que estáis en Granada, donde se hace por amor? Señora, aquí a peso de dineros, daca y toma, y como dicen, «el molino andando gana», que «guayas tiene quien no puede». ¿Qué hace vuestra hija? ¿Púsose aquello que le di?
GRANADINA.- Señora, sí, y dice que mucho le aprovechó, que le dijo monseñor: «¡qué coñico tan bonico!»
LOZANA.- Pues tenga ella advertencia que, cuando monseñor se lo quiera meter, le haga estentar un poco primero.
GRANADINA.- Sí hará, que ya yo la avisé, aunque poco sé de eso, que a tiento se lo dije.
LOZANA.- Todas sabemos poco, mas «a la necesidad no hay ley». Y mirá que no coma vuestra hija menestra de cebolla, que abre mucho, y cuando se toca, tire la una pierna y encoja la otra.
Mamotreto XXX
Cómo viene su criado, y con él un su amigo, y ven salir las otras de casa
ULIJES.- ¿Quién son aquellas que salen de casa de la Lozana?
RAMPÍN.- No sé. Os decía yo que caminásemos, y vos de mucha reputación.
ULIJES.- Pues no quiero ir allá, pues no hay nadie.
RAMPÍN.- Andá, vení, que os estaréis jugando con madona.
AMIGO.- Os digo que no quiero, que bien sabe ella, si pierde, no pagar, y si gana, hacer pagar, que ya me lo han dicho más de cuatro que solían venir allí; y siempre quiere porqueta y berenjenas, que un julio le di el otro día para ellas, y nunca me convidó a la pimentada que me dijo. Todo su hecho es palabras y hamamujerías. Andá, poneos del lodo vos y ella, que su casa es regagero de putas, y no para mí. ¡Pese a tal con el judío, mirá cómo me engañaba! No se cure, que a ella tengo de hacer que le pujen la casa; y a él, porque es censal de necios, le tengo de dar un día de zapatazos. Esta ha sido la causa que se echase mi amiga con dos hermanos. Es turca, y no hay más que pedir. Pues venga a monseñor con sus morcillas o botifarros, que no quiero que su señoría coma nada de su mano. ¿Compadre me quería hacer? ¡Pese a tal con la puta sin sonaderas!
COMPAÑERO VALERIÁN.- ¿Qué hacéis, caballero, aquí solo? ¿Hay caza o posta, o sois de guardia hoy de la señora Lozana?
ULIJES.- Señor, antes estoy muy enojado con su señoranza.
COMPAÑERO.- Eso quiero oír, que martelo tenéis, o mucha razón.
ULIJES.- Antes mucha razón, que sé yo castigar putas lo mejor del mundo.
VALERIÁN.- Sois hidalgo y estáis enojado y «el tiempo halla las cosas», y ella está en Roma y se domará. ¿Sabéis cómo se da la definición a esto que dicen: «Roma, la que los locos doma»? Y a las veces las locas. Si miráis en ello, a ellos doman ellas, y a ellas doma la carreta. Así que vamos por aquí, veamos qué hace, que yo también ando tras ella por mis pecados, que cada día me promete y jamás me atiende.
ULIJES.- Mirá, si vamos allá, voto a Dios que tenemos de pagar la cena, según Dios la hizo. Mas no me curo por serviros, que guay de quien pone sus pleitos en manos de tales procuradores como ella.
VALERIÁN.- Mirá que mañana irá a informar; por eso solicitémosla hoy. Tif, taf. Señora Lozana, mandanos abrir.
LOZANA.- ¡Anda!, ¿quién es?, que me parece que es loco o privado. Familiares son; tira esa cuerda.
VALERIÁN.- ¿Qué se hace, señora?
LOZANA.- Señores, cerner y amasar y ordenar de pellejar.
ULIJES.- Eso de pellejar, que me place: pellejedes, pellejón, pelléjame este cosón.
LOZANA.- Vivas y adivas, siempre coplica.
VALERIÁN.- Señora, salí acá fuera; a teneros palacio venimos.
LOZANA.- Soy contenta, si queréis jugar dos a dos.
VALERIÁN.- Sea así; mas vuestro criado se pase allá y yo aquí, y cada uno ponga.
LOZANA.- Yo pondré mi papo.
VALERIÁN.- ¿Cuál, señora?
LOZANA.- Todos dos, que hambre tengo.
VALERIÁN.- Pues yo pondré por vuestra merced.
LOZANA.- Yo me pondré por vos a peligro donde vos sabéis.
VALERIÁN.- Señora, «eso fuese y mañana Pascua». Pues pon tú.
RAMPÍN.- Soy contento. Préstame vos, compañero.
ULIJES.- ¡Voto a Dios que no me toméis por ahí, que no quiero prestar a nadie nada!
LOZANA.- Por mi vida que le prestes, que yo te los pagaré en la Garza Montesina.
ULIJES.- Dos julios le daré, que no tengo más.
LOZANA.- Hora jugá, que nosotros somos dos y vosotros veinticuatro, como jurados de Jaén.
Mamotreto XXXI
Cómo la Lozana soñó que su criado caía en el río, y otro día lo llevaron en prisión
LOZANA.- Ahora me libre Dios del diablo con este soñar que yo tengo, y si supiese con qué quitármelo, me lo quitaría. Querría saber cualque encantamiento para que no me viniesen estos sobresaltos, que querría haber dado cuanto tengo por no haber soñado lo que soñé esta noche. El remedio sería que no durmiese descubierta ni sobre el lado izquierdo, y dicen que cuando está el estómago vacío, que entonces el hombre sueña, y si así es, lo que yo soñé no será verdad. Mas muchas veces he yo soñado, y siempre me ha salido verdad, y por eso estoy en sospecha que no sea como la otra vez que soñé que se me caían los dientes y moví otro día. Y vos, cuando os metisteis debajo de mí, que soñabais que vuestros enemigos os querían matar, ¿no viste lo que me vino a mí aquel día? Que me querían saltear los porquerones de Torre Sabela, cuando lo del tributo, que la señora Apuleya, por reír ella y verme bravear, lo hizo. Esto que soñé, no querría que fuese verdad. Mirá no vais en todo hoy al río, no se me ensuelva el sueño.
RAMPÍN.- Yo soñaba que venía uno, y que me daba de zapatazos, y yo determinaba de matarlo, y desperté.
LOZANA.- Mirá, por eso sólo meteré vuestra espada donde no la halléis, que no quiero que me amancilléis. Si solamente vos tuvieseis tiento e hirieseis a uno o a dos, no se me daría nada, que dineros y favor no faltarían, mas, como comenzáis, pensáis que estáis en la rota de Rávena; y por el sacrosanto saco de Florencia, que si no os enmendáis de tanta bravura, ¿cómo hago yo por no besar las manos a ruines? Que más quiero que me hayan menester ellos a mí que no yo a ellos. Quiero vivir de mi sudor, y no me empaché jamás con casadas ni con virgos, ni quise vender mozas ni llevar mensaje a quien no supiese yo cierto que era puta, ni me soy metida entre hombres casados, para que sus mujeres me hagan desplacer, sino de mi oficio me quiero vivir. Mirá, cuando vine en Roma, de todos los modos de vivir que había me quise informar, y no supe lo que sé ahora, que si como me entrometí entre cortesanas, me entrometiera con romanas, «mejor gallo me cantara que no me canta», como hizo la de los Ríos, que fue aquí en Roma peor que Celestina, y andaba a la romanesca vestida con batículo y entraba por todo, y el hábito la hacía licenciada, y manaba en oro, y lo que le enviaban las romanas valía más que cuanto yo gano: cuándo grano o leña, cuándo tela, cuándo lino, cuándo vino, la bota entera. Mas como yo no miré en ello, comencé a entrar en casas de cortesanas, y si ahora entro en casa de alguna romana, tiénelo por vituperio, no porque no me hayan muchas menester; y porque soy tan conocida, me llaman secretamente. Andá vos, comprá eso que os dije anoche, y mirá no os engañen, que yo me voy a la judería a hablar a Trigo, por ver la mula que parió, que cualque pronóstico es parir una mula casa de un cardenal.
OLIVERO.- ¡A vos, mancebo! ¿Qué hace la señora Lozana?
RAMPÍN.- Señor, quiere ir fuera.
COMPAÑERO.- Y vos ¿dónde vais?
RAMPÍN.- A comprar ciertas berenjenas para hacer una pimentada.
OLIVERO.- Pues no sea burla que no seamos todos en ella.
RAMPÍN.- Andad acá, y compradme vos las especias y los huevos, y vení a tiempo, que yo sé que os placerán. Veislas allí buenas: ¿cuántas das?
OLIVERO.- Compralas todas.
RAMPÍN.- Quanto voi de tuti?
PECIGEROLO.- Un carlín.
RAMPÍN.- Un groso.
FRUTAROLO.- ¿No quieres?
RAMPÍN.- Seis bayoques.
PECIGEROLO.- Señor, no, lasa estar.
RAMPÍN.- ¿Quién te toca?
PECIGEROLO.- Mete qui quese.
RAMPÍN.- ¡Va borracho, que no son tuyas, que yo las traía!
PECIGEROLO.- ¡Pota de santa Nula, tú ne mente per la cana de la gola!
RAMPÍN.- ¡Va da qui, puerco! ¿Y rásgame la capa? ¡Así vivas tu como son tuyas!
PECIGEROLO.- ¡Pota de mi madre! ¿Io no te vidi? ¡Espeta, verai, si lo diró al barrachelo!
BARRACHELO.- ¡Espera, espera, español, no huyas! Tómalo y llévalo en Torre de Nona. ¿De aqueste modo compras tú y robas al pobre hombre? ¡Va dentro, no te cures! Va, di tú al capitán que lo meta en secreta.
ESBIRRO.- ¿En qué secreta?
BARRACHELO.- En la mazmorra o en el forno.
GALINDO.- Hecho es.
Mamotreto XXXII
Cómo vino el otro su compañero corriendo, y avisó la Lozana, y va ella radiando, buscando favor
COMPAÑERO.- Señora Lozana, vuestro criado llevan en prisión.
LOZANA.- ¡Ay!, ¿qué me decís? ¡Que no se me había de ensolver mi sueño! ¿Y cuántos mató?
COMPAÑERO.- Señora, eso no sé yo cuántos ha él muerto. Por un revendedor creo que le llevan.
LOZANA.- ¡Ay, amarga de mí, que también tenía tema con regateros! Es un diablo travieso, infernal, que si no fuese por mí, ciento habría muerto; más como yo lo tengo limpio, no encuentra con sus enemigos. No querría que nadie se atravesase con él, porque no cata ni pone, sino como toro es cuando está conmigo. Mirá qué hará por allá fuera; es que no es usado a relevar. Si lo supiste el otro día cuando se le cayó la capa, que no le dejaron cabello en la cabeza y guay de ellos si le esperaran, aunque no los conoció, con la prisa que traía, y si yo no viniera, ya estaba debajo la cama buscando su espada. Señor, yo voy aquí en casa de un señor que lo haga sacar.
OLIVERO.- Pues mire vuestra merced, si fuere menester favor, a monseñor mío pondremos en ello.
LOZANA.- Señor, ya lo sé; salen los cautivos cuando son vivos. ¡Ay, pecadora de mí! Bien digo yo: a mi hijo lozano no me lo cerquen cuatro.
MALSÍN.- Mirá cómo viene la trujamana de la Lozana. ¡Voto a Dios, no parece sino que va a informar auditores, y que vienen las audiencias tras ella! ¿Qué es eso, señora Lozana? ¿Qué rabanillo es ese?
LOZANA.- Tomá, que noramala para quien me la tornare. ¿No miráis vos como yo vengo, amarga como la retama, que me quieren ahorcar a mi criado?
MALSÍN.- Tenéis, señora, razón, tal mazorcón y cétera, para que no estéis amarga si lo perdieseis. Allá va la puta Lozana; ella nos dará que hacer hoy. ¿Veis, no lo digo yo? Monseñor quiere cabalgar. Para putas sobra caridad; si fuera un pobre, no fuéramos hasta después de comer. ¡Oh, pese a tal con la puta que la parió, que la mula me ha pisado! ¡Ahorcado sea el barrachelo, si no lo ahorcare antes que lleguemos! No parará nuestro amo hasta que se lo demande al senador. Caminad, que desciende monseñor y la Lozana.
MONSEÑOR.- Señora Lozana, perdé cuidado, que yo lo traeré conmigo, aunque sean cuatro los muertos.
LOZANA.- Monseñor, sí, que yo voy a casa de la señora Velasca para que haga que vaya el abad luego a Su Santidad, porque si fueren más los muertos que cuatro, que a mi criado yo lo conozco, que no se contentó con los enemigos, sino que si se llegó alguno a departir, también los llevaría a todos por un rasero.
POLIDORO.- Señora Lozana, ¿qué es esto, que vais enojada?
LOZANA.- Señor, mi criado me mete en estos pleitos.
POLIDORO.- ¿En qué, señora mía?
LOZANA.- Que lo quieren ahorcar por castigador de bellacos.
POLIDORO.- Pues no os fatiguéis, que yo os puedo informar mejor lo que sentí decir delante de Su Santidad.
LOZANA.- ¿Y qué, señor? Por mi vida que soy yo toda vuestra, y os haré cabalgar de balde putas honestas.
POLIDORO.- Soy contento. El arzobispo y el abad y el capitán que envió la señora Julia, demandaban al senador de merced vuestro criado, y que no lo ahorcasen. Ya su excelencia era contento que fuese en galera, y mandó llamar al barrachelo, y se quiso informar de lo que había hecho, si merecía ser ahorcado. El barrachelo se rió. Su excelencia dijo: «Pues ¿qué hizo?» Dijo el barrachelo que, estando comprando merenzane o berenjenas, hurtó cuatro. Y así todos se rieron, y su excelencia mandó que luego lo sacasen; por eso, no estéis de mala voluntad.
LOZANA.- Señor, «¡guay de quien poco puede!» Si yo me hallara allí, por la leche que mamé, que al barrachelo yo le hiciera que mirara con quién vivía mi criado. Soy vuestra; perdóneme, que quiero ir a mi casa, y si es venido mi criado lo enviaré al barrachelo que lo bese en el trancahilo él y sus zafos.
Mamotreto XXXIII
Cómo la Lozana vio venir a su criado, y fueron a casa; y cayó él en una privada por más señas
LOZANA.- ¿Saliste, chichirimbache? ¿Cómo fue la cosa? ¡No me queréis vos a mí creer! Siempre lo tuvo el malogrado ramazote de vuestro agüelo. Caminá, mudáos, que yo vendré luego.
RAMPÍN.- Venid a casa. ¿Dónde queréis ir? ¿Fuiste a la judería?
LOZANA.- Sí que fui, mas estaban en pascua los judíos; ya les dije que mala pascua les dé Dios. Y vi la mula parida, lo que parió muerto.
TRINCHANTE.- Señora Lozana, ¿qué es eso? ¡Alegre viene vuestra merced!
LOZANA.- Señor, veislo aquí, que cada día es menester hacer paces con tres o con dos, que a todos quiere matar, y sábeme mal mudar mozos, que de otra manera no me curaría.
TRINCHANTE.- ¡El bellaco Diego Mazorca, cómo sale gordo!
LOZANA.- Señor, la gabia lo hizo. Eran todos amigos míos, por eso se dice «el tuyo allégate a la peña mas no te despeña». Entrá y mirá la casa, que con este señor quiero hablar largo, y tan largo que le quiero contar lo que pasó anoche el embajador de Francia con una dama corsaria que esta mañana, cuando se levantaba, le puso tres coronas en la mano, y ella no se contentaba, y él dijo: «¿Cómo, señora? ¿Sírvese al rey un mes por tres coronas, y vos no me serviréis a mí una noche? ¡Dámelas acá!»
TRINCHANTE.- ¡Voto a Dios que tuvo razón, que por mí ha pasado, que las putas no se quieren contentar con tres julios por una vez, como que no fuese plata! ¡Pues, voto a Dios, que oro no lo tengo de dar sino a quien lo mereciere a ojos vistas! Poned mientes que esas tales vienen a cuatro torneses o a dos sueldos, o diez cuatrines, o tres maravedís. Señora, yo siento rumor en vuestra casa.
LOZANA.- ¡Ay, amarga! ¿Si vino alguien por los tejados y lo mata mi criado? ¡Subid, señor!
TRINCHANTE.- ¿Qué cosa, qué cosa? ¡Subid, señora, que siento llamar, y no sé dónde!
LOZANA.- ¡Ay de mí! Ahora subió mi criado; ¿dónde está? ¡Escuchá! ¿Dónde estáis? ¡Adalí, Fodolí!
TRINCHANTE.- ¡Para el cuerpo de mí, que lo siento! Señora, mirá allá dentro.
LOZANA.- Señor, ya he mirado y no está en toda la cámara, que aquí está su espada.
TRINCHANTE.- Pues, ¡voto a Dios que no se lo comió la Papa Resolla, que yo lo siento! ¡Mirá, cuerpo de Dios, está en la privada y andámoslo a buscar! ¡Sorbe, no te ahogues! Dad acá una cuerda. ¿Estás en la mierda?
RAMPÍN.- ¡Tirá, tirá más!
TRINCHANTE.- ¡Ásete, pese a tal contigo, que ahora saliste de prisión y viniste a caer en la mierda!
RAMPÍN.- ¡Así, bien! ¿Qué hacéis? ¡Tirá, tirá!
TRINCHANTE.- ¡Tira tú como bellaco, tragatajadas! Vení acá, señora, ayudame a tirar este puerco.
RAMPÍN.- ¡Tirá más, que me desvaro! ¡Tirá bien, no soltéis!
TRINCHANTE.- ¡Va allá! ¡Pese a tal con quien te parió, que no te lavarás en cuanta agua hay en Tíber! Dadle en qué se envuelva el Conde de Carrión.
LOZANA.- ¿Cómo caíste?
RAMPÍN.- Por apartarme de una rata grande caí.
TRINCHANTE.- ¡Señora, voto a Dios que esto vale mil ducados! Salir de prisión y caer en la melcocha, por no morir malogrado a las uñas de aquella leona.
LOZANA.- Señor, es desgraciado y torpe el malaventurado.
TRINCHANTE.- Yo me voy. Váyase a lavar al río.
LOZANA.- Vení, señor, y tomá un poco de letuario.
TRINCHANTE.- No puedo, que tengo que trinchar a mi amo.
LOZANA.- ¡Buen olor lleváis vos para trinchar! ¡Vais oliendo a mierda perfecta! Trinchá lo que vos quisierais. Por eso no dejo de ser vuestra.
TRINCHANTE.- Yo, de vuestra merced, y acuérdese.
LOZANA.- Soy contenta. ¿Veisla? Está a la celosía. Cara de rosa, yo quiero ir aquí a casa de una mi parroquiana; luego torno.
SALAMANQUINA.- Por mi vida, Lozana, que no paséis sin entrar, que os he menester.
LOZANA.- Señora, voy de prisa.
SALAMANQUINA.- Por vida de la Lozana, que vengáis para tomar un consejo de vos.
LOZANA.- Si entro me estaré aquí más de quince días, que no tengo casa.
SALAMANQUINA.- Mira, puta, qué compré, y más espero. Siéntate, y estáme de buena gana, que ya sé que tu criado es salido, que no te costó nada, que el abad lo sacó. Que él pasó por aquí y me lo dijo, y le pesó porque no estaba por otra cosa más, para que vieras tú lo que hiciera.
LOZANA.- A vos lo agradezco, mas no queda por eso, que más de diez ducados me cuesta la burla.
SALAMANQUINA.- Yo te los sacaré mañana cuando jugaren, al primer resto. ¡Sús, comamos y triunfemos, que esto nos ganaremos! De cuanto trabajamos, ¿qué será? «Ellos a joder y nosotras a comer», como soldados que están alojados a discreción. El despachar de las bulas lo pagará todo, o cualque minuta. Ya sabes, Lozana, cómo vienen los dos mil ducados de la abadía, los mil son míos y el resto poco a poco.
Mamotreto XXXIV
Cómo va buscando casa la Lozana
ESCUDERO.- ¿Qué buscáis, señora Lozana? ¿Hay en qué pueda el hombre servir a vuestra merced? Mirá por los vuestros, y servíos de ellos.
LOZANA.- Señor, no busco a vos, ni os he menester, que tenéis mala lengua vos y todos los de esa casa, que parece que os preciáis en decir mal de cuantas pasan. Pensá que sois tenidos por maldicientes, que ya no se osa pasar por esta calle por vuestras malsinerías, que a todas queréis pasar por la maldita, reprochando cuanto llevan encima, y todos vosotros no sois para servir a una, sino a usanza de putería, el dinero en la una mano y en la otra el tú me entiendes, y ojalá fuese así. Cada uno de vosotros piensa tener un duque en el cuerpo, y por eso no hay puta que os quiera servir ni oír. Pensá cuánta fatiga paso con ellas cuando quiero hacer que os sirvan, que mil veces soy estada por dar con la carga en tierra, y no oso por no venir en vuestras lenguas.
ESCUDERO.- Señora Lozana, ¿tan cruel sois? ¿Por dos o tres que dicen mal, nos metéis a todos vuestros servidores? Catad que la juventud no puede pasar sin vos, porque la pobreza la acompaña, y es menester ayuda de vecinos.
LOZANA.- No digan mal, si quieren coño de balde.
ESCUDERO.- ¡Señora, mirá que se dice que a nadie hace injuria quien honestamente dice su razón! Dejemos esto. ¿Dónde se va, que gocéis?
LOZANA.- A empeñar estos anillos y estos corales, y buscar casa a mi propósito.
ESCUDERO.- ¿Y por qué quiere vuestra merced dejar su vecindad?
LOZANA.- Señor, «quien se muda, Dios lo ayuda».
ESCUDERO.- No se enmohecerán vuestras baratijas, ni vuestras palomas fetarán.
LOZANA.- No me curo, que no soy yo la primera. Las putas cada tres meses se mudan por parecer fruta nueva.
ESCUDERO.- Verdad es, mas las favoridas no se mudan.
LOZANA.- Pues yo no soy favorida, y quiero buscar favor.
ESCUDERO.- Señora Lozana, buscáis lo que vos podéis dar. ¿Quién puede favorecer al género masculino ni al femenino mejor que vos? Y podéis tomar para vos la flor.
LOZANA.- Ya pasó solía y vino tan buen tiempo que se dice «pesa y paga»: éste es todo el favor que os harán todas las putas. Hállase que en ellas se expenden ciento mil ducados, y no lo toméis en burla, que un banquero principal lo dio por cuenta a Su Santidad.
ESCUDERO.- Son prestameras holgadas, no es maravilla: para ellas litigamos todo el día por reposar la noche. Son dineros de beneficio sin cura.
LOZANA.- Y aun pensiones remotadas entre putas.
ESCUDERO.- ¿A qué modo se les da tanto dinero, o para qué?
LOZANA.- Yo os diré. En pensiones o alquiler de casas la una ha envidia a la otra, y dejan pagada aquélla por cuatro o cinco meses, y todo lo pierden por mudar su fantasía, y en comer, y en mozos, y en vestir y calzar, y leña y otras provisiones, y en infantescas, que no hay cortesana, por baja que sea, que no tenga su infantesca. Y no pueden mantenerse así, y todavía procuran de tenerla, buena o mala; y las siervas, como son o han sido putas, sacan por partido que quieren tener un amigo que cada noche venga a dormir con ellas y así roban cuanto pueden.
ESCUDERO.- Señora, el año de veintisiete ellas serán fantescas a sus criadas, y perdoname que os he detenido, porque no querría jamás carecer de vuestra vista. Mirá que allí vi yo esta mañana puesta una locanda, y es bonica casa, aparejada para que cuando pasen puedan entrar sin ser vistas vuestras feligresas.
LOZANA.- ¡Callá, malsín! ¡Queríais vos allí para que entrasen por contadero! ¡Yo sé lo que me cumple!
ESCUDERO.- ¡Oh, qué preciosa es este diablo! Yo quería despedir gratis, mas es taimada andaluza, y si quiere hacer por uno, vale más estar en su gracia que en la del gran Soldán. ¡Mirá cuál va su criado tras ella! ¡Adiós, zarpilla!
RAMPÍN.- Me recomiendo, caballero… «el caballo no se comprará hogaño». Piensan estos puercos revestidos de chamelotes, hidalgos de Cantalapiedra, villanos, atestados de paja cebadaza, que porque se alaben de grandes caramillos, por eso les han de dar de cabalgar las pobres mujeres. ¡Voto a San Junco, que a éstos yo los haría pagar mejor! Como dijo un loco en Porcuna: «este monte no es para asnos».
JULIO.- ¿Qué es eso, Rodrigo Roído? ¿Hay negocios? ¿Con quién las habéis?
RAMPÍN.- No, con nadie, sino serviros. ¿Habéis visto la Lozana?
JULIO.- Decí vuestra ama, no os avergoncéis. Andá, que allí entró. Hacedla salir, que la espero, y decí que le quiero dar dineros, porque salga presto.
FALILLO.- ¿Quién es?
RAMPÍN.- Yo soy. ¿Está acá ella?
FALILLO.- ¿Quién ella? ¡Decid, duelos os vengan, vuestra ama la señora Lozana, y esperá, cabrón! Señora Lozana, vuestro criado llama.
LOZANA.- Abridlo, mi alma, que él no habrá comido, y veréis cuál lo paro.
FALILLO.- Sube, Abenámar.
LOZANA.- ¿Qué queréis? ¿Por dinero venís? ¡Pues tan blanco el ojo! Caminá. ¿No os di ayer tres julios? ¿Ya los gastaste? ¿Soy yo vuestra puta? ¡Andá, tornaos a casa!
OROPESA.- Señora Lozana, llamadlo, que yo le daré dineros que expenda. Ven acá, Jacomina; va, saca diez julios y dáselos, que coma, que su ama aquí se estará esta semana, y dale a comer, no se vaya. ¡Ven acá, Rampín, va, come allí con aquellos mozos, duelos te vengan! Vosotros no llamaréis a nadie por comer y reventar.
MOZOS.- Señora, venga, que él de casa es. Ven acá, come. Pues que viniste tarde, milagro fue quedar este bocado del jamón. Corta y come, y beberás.
RAMPÍN.- Ya he comido. No quiero sino beber.
FALILLO.- ¡Pues, cuerpo de tal contigo! ¿En ayunas quieres beber, como bestia? Señora Lozana; mandadle que coma, que ha vergüenza.
LOZANA.- Come presto un bocado y despacha el cuerpo de la salud.
FALILLO.- ¿Qué esperas? ¡Come, pese a tal con quien te parió! ¿Piensas que te tenemos de rogar? Ves ahí vino en esa taza de plata. ¡Paso, paso! ¿Qué diablos has? ¡Oh, pese a tal contigo! ¿Y las tripas echas? ¡Sal allá, que no es triaca! ¡Ve de aquí, oh, cuerpo de Dios, con quien te bautizó, que no te ahogó por grande que fueras! ¿Y no te podías apartar? ¡Sino manteles y platos y tazas, todo lo allenó este vuestro criado, cara de repelón trasnochado!
LOZANA.- ¿Qué es esto de que reviesa? ¿Algo vio sucio? Que él tiene el estómago liviano.
FALILLO.- ¿Qué es eso que echa? ¿Son lombrices?
MOZOS.- Ahora, mi padre, son los bofes en sentir el tocino.
LOZANA.- Denle unas pasas para que se le quite el hipar, no se ahogue.
MOZOS.- ¡Guay de él si comiera más! Dios quiso que no fue sino un bocado.
OROPESA.- No será nada.
LOZANA.- Señora, no querría que le quebrase en ciciones, porque su padre las tuvo siete años, de una vez que lo gustó.
FALILLO.- ¡Amarga de ti, Guadalajara! Señora Lozana, no es nada, no es nada, que lleva la cresta hinchada.
LOZANA.- Hijo mío, ¿tocino comes? ¡Guay de mi casa, no te me ahogues!
FALILLO.- ¡Quemado sea el venerable tocino!
Mamotreto XXXV
Cómo, yendo a casa de otra cortesana, vino su criado, y lo hizo vestir entre sus conocidos
LOZANA.- Mira, Jacomina, no despiertes a la señora; déjala dormir, que el abad no la dejó dormir esta noche. Ya se fue a cancillería por dineros; allá desollará cualque pobre por estar en gratia de tu ama. Yo me salí pasico, cierra la puerta y mira; si me demanda, di que fui a mi casa.
JACOMINA.- Sí haré, mas acordaos de mí.
LOZANA.- ¿De qué?
JACOMINA.- Que me traigáis aquello para quitar el paño de la cara.
LOZANA.- ¿Y qué piensas? ¿Por dos julios te habían de dar los porcelletes, y limón, y agraz estilado, y otras cosas que van dentro? Hermana, es menester más dineros si quieres que te traiga buena cosa.
JACOMINA.- Tomá, veis ahí cinco julios, y no lo sepa mi señora, que mi vizcaíno me dará más si fueren menester.
LOZANA.- ¿Por qué no le dices tú a ese tu vizcaíno que me hable, que yo te lo haré manso, que te dará más? Y no le digas que me has dado nada, que yo haré que pague él el agua y la fatiga. Y a mi mozo quiero que le dé una espada de dos manos liviana. Mañana te lo traeré, que para una romana lo tengo de hacer, que es muy morena, y me ha de dar uvas para colgar, y más que sacaré calla callando. Y tú, si quieres ser hermosa, no seas mísera de lo que puedes ser larga. Saca de ese tu enamorado lo que pudieres, que en mi casa te lo hallarás, y de tu señora me puedes dar mil cosas, que ella lo tome en placer. Así se ayudan las amigas. ¿Quién sabe si tú algún tiempo me habrás menester? Que las amas se mueren y las amigas no faltan, que tú serás aún con el tiempo cortesana, que ese lunar sobre los dientes dice que serás señora de tus parientes, y todos te ayudaremos, que ventura no te faltará, sino que tú estás ciega con este vizcaíno, y yo sé lo que me sé, y lo que más de dos me han dicho, sino que no quiero que salga de mí, que yo sé dónde serías tú señora, y mandarías y no serías mandada. Yo me voy, que tengo que hacer. Aquí vendrá mi mozo; dale tú aquello que sabes que escondimos. ¡Veslo, aquí viene! ¿Venís? Es hora, merdohem. Entrá allá, con Jacomina, y después id a casa, y cerrá bien, y vení, que me hallaréis en casa de la señora del solacio.
BLASÓN.- Señora Lozana, ¿dónde, dónde tan de prisa?
LOZANA.- Señor, ya podéis pensar: mujer que es estada cuatro sábados mala y sin ayuda de nadie, mirá si tengo de darme prisa a rehacer el tiempo perdido. ¿Qué pensáis, que me tengo de mantener del viento, como camaleón? No tengo quien se duela de mí, que vosotros sois palabras de presente y no más.
BLASÓN.- ¡Oh, señora Lozana! Sabe bien vuestra merced que soy palabras de pretérito y futuro servidor vuestro. Mas mirando la ingratitud de aquella que vos sabéis, diré yo lo que dijo aquel lastimado: «patria ingrata, non habebis ossa mea», que quiere decir «puta ingrata, non intrabis in corpore meo». ¿Cómo, señora Lozana, si yo le doy lo que vos misma mandaste, y más, cómo se ve que no son venidos los dineros de mis beneficios cuando se los echo encima y le pago todas sus deudas? ¡Por qué aquella mujer no ha de mirar que yo no soy Lazarillo, el que cabalgó a su agüela, que me trata peor, voto a Dios!
LOZANA.- En eso tiene vuestra merced razón, mas mirá que con el grande amor que os tiene, ella hace lo que hace, y no puede más, que ella me lo dijo, y si no fuese porque voy ahora de prisa a buscar unos dineros prestados para comprar a mi criado una capa mediana sin ribete, yo haría estas paces.
BLASÓN.- Señora Lozana, no quiero que sean paces, porque yo determino de no verla en toda mi vida. Mas por ver qué dice y en qué términos anda la cosa, os ruego que vais allá, y miréis por mi honra como vos, señora, soléis, que yo quiero dar a vuestro criado una capa de Perpiñán, que no me sirvo de ella y es nueva, y a vuestra merced le enviaré una cintura napolitana.
LOZANA.- ¿Y cuándo?
BLASÓN.- Luego, si luego viene vuestro criado.
LOZANA.- Veislo, viene. ¡Caminá, albañil de putas, que veis ahí vuestro sueño suelto! Este señor os quiere honrar; id con él y vení donde os dije.
BLASÓN.- Señora, hacé el oficio como soléis.
LOZANA.- Andá, perdé cuidado, que ya sé lo que vos queréis. ¡Basta, basta! (un SUSTITUTO la llama.)
UN SUSTITUTO.- ¡Señora Lozana, acá, acá! ¡Oh, pese al turco si en toda mi vida os hube menester, ahora más que nunca!
LOZANA.- Ya sé que me queréis. Yo no puedo serviros porque pienso en mis necesidades, que no hay quien las piense por mí, que yo y mi criado no tenemos pelo de calza ni con qué defendernos del frío.
SUSTITUTO.- Señora Lozana, eso es poca cosa para vuestra merced. Yo daré una cana de medida de estameña fina, y zapatos y chapines, y déjame luego la medida, que mañana, antes que vos, señora, os levantéis, os lo llevarán. Y vuestro mozo enviámelo aquí, que yo le daré la devisa de mi señora y mi vida, aunque ella no me quiere ver.
LOZANA.- ¿Y de cuándo acá no os quiere ver? Que no dice ella eso, que si eso fuera, no me rogara ella a mí que fuese con ella disimulada a dar de chapinazos a la otra con quien os habéis envuelto, mas no con mi consejo, que para eso no me llama vuestra merced a mí, porque hay diferencia de ella a la señora Virgilia. Y mirá, señor, esa es puta salida, que en toda su casa no hay alhaja que no pueda decir por esta gracia de Dios, que todo está empeñado y se lo come la usura, que Trigo me lo dijo. Quiere vuestra merced poner una alcatraza con aquélla, que su gracia y su reposo y su casa llena y su saber basta para hacer tornar locos a los sabios. Y si vuestra merced dará la devisa a mi mozo, será menester que yo me empeñe para darle jubón de la misma devisa.
SUSTITUTO.- Andá, señora Lozana, que no suelo yo dar devisa que no dé todo. En esto verá que no la tengo olvidada a mi señora Virgilia, que voto a Dios que mejor sé lo que tengo en ella que no lo que tengo en mi caja. Veis, aquí viene el malogrado de vuestro criado con capa; parece al superbio de Perusa, que a nadie estima. Quédese él aquí, y vaya vuestra merced buen viaje.
LOZANA.- ¡Cuántas maneras hay en vosotros los hombres por sujetar a las sujetas, y matar a quien muere! Allá esperaré al señor mi criado, por ver cómo le dice la librea de la señora Virgilia.
Mamotreto XXXVI
Cómo un caballero iba con un embajador napolitano, travestidos, y vieron de lejos a la Lozana, y se la dio a conocer el caballero al embajador
[CABALLERO.-] Monseñor, ¿ve vuestra señoría aquella mujer que llama allí?
EMBAJADOR.- Sí.
CABALLERO.- Corramos y tomémosla en medio, y gozará vuestra señoría de la más excelente mujer que jamás vio, para que tenga vuestra señoría qué contar; si la goza por entero y si toma conociencia con ella, no habrá menester otro solacio, ni quien le diga mejor cuántas hermosas hay, y cada una en qué es hermosa. Que tiene el mejor ver y judicar que jamás se vio, porque bebió y pasó el río de Nilo, y conoce sin espejo, porque ella lo es, y como las tiene en plática, sabe cada una en qué puede ser loada. Y es muy universal en todas las otras cosas que para esto de amores se requiere, y mírela en tal ojo que para la condición de vuestra señoría es una perla. De ésta se puede muy bien decir «mulier que fuit in urbe habens septem mecanicas artes». Pues, a las liberales jamás le faltó retórica ni lógica para responder a quien las estudió. El mirable ingenio que tiene da que hacer a los que la oyen. Monseñor, vamos de esta parte. Esperemos a ver si me conoce.
EMBAJADOR.- ¡Al cuerpo de mí, esta dona yo la vi en Bancos, que parlaba, muy dulce y con audacia, que parecía un Séneca!
CABALLERO.- Es parienta del Ropero, conterránea de Séneca, Lucano, Marcial y Avicena. La tierra lo lleva, está in agibilibus, no hay su par, y tiene otra excelencia, que lustravit provincias.
EMBAJADOR.- ¿Es posible? Como reguarda in qua.
LOZANA.- ¡Ya, ya conocido es vuestra merced, por mi vida, que, aunque se cubra, que no aprovecha, que ya sé que es mi señor! ¡Por mi vida, tantico la cara, que ya sé que es de ver y de gozar! Este señor no lo conozco, mas bien veo que debe ser gran señor. A seguridad le suplico que me perdone, que yo lo quiero forzar, por mi vida, que son matadores esos ojos. ¿Quién es este señor? ¡Que lo sirva yo, por vida de vuestra merced y de su tío y mi señor!
CABALLERO.- Señora Lozana, este señor os suplica que le metáis debajo de vuestra caparela, y entrará a ver la señora Angélica porque vea si tengo razón en decir que es la más acabada dama que hay en esta tierra.
LOZANA.- A vuestra señoría le meteré yo encima, no debajo, mas yo lo trabajaré. Esperen aquí, que si su merced está sola yo la haré poner a la ventana, y si más mandaren, yo vendré abajo. Bien estaré media hora; paséense un poco, porque le tengo de rogar primero que haga un poco por mí, que estoy en gran necesidad, que me echan de la casa y no tengo de qué pagar, que el borracho del patrón no quiere menos de seis meses pagados antes.
CABALLERO.- Pues no os detengáis en nada de eso, que la casa se pagará. Enviame a vuestro criado a mi posada que yo le daré con que pague la casa, porque su señoría no es persona que debe esperar.
LOZANA.- ¿Quién es, por mi vida?
CABALLERO.- ¡Andá, señora Lozana, que persona es que no perderéis nada con su señoría!
LOZANA.- Sin eso y con eso sirvo yo a los buenos. Esperen.
CABALLERO.- Monseñor, ¿qué le parece de la señora Lozana? Sus injertos siempre toman.
EMBAJADOR.- Me parece que es astuta, que, cierto, «ha de la sierpe e de la paloma». Esta mujer sin lágrimas parará más insidias que todas las mujeres con lágrimas. ¡Por vida del visorrey, que mañana coma conmigo, que yo le quiero dar un brial!
CABALLERO.- ¡Mírela vuestra señoría a la ventana; no hay tal Lozana en el mundo! Ya abre, veamos qué dice. Cabecea que entremos donde ni fierro ni fuego a la virtud empiece.
EMBAJADOR.- ¡Qua più bella la matre que la filla!
CABALLERO.- Monseñor, ésta es Cárcel de Amor; aquí idolatró Calisto, aquí no se estima Melibea, aquí poco vale Celestina.
Mamotreto XXXVII
Cómo de allí se despidió la Lozana, y se fue en casa de un hidalgo que la buscaba, y estando solos se lo hizo porque diese fe a otra que lo sabía hacer
LOZANA.- Señores, aquí no hay más que hacer. La prisión es segurísima, la prisionera piadosa, la libertad no se compra. La sujeción aquí se estima porque hay merecimiento para todo. Vuestra señoría sea muy bien venido y vuestra merced me tenga la promesa, que esta tarde irá mi criado a su posada, y si vuestra merced manda que le lleve una prenda de oro o una toca tonicí, la llevará, porque yo no falte de mi palabra, que prometí por todo hoy. A este señor yo lo visitaré.
CABALLERO.- Señora Lozana, no enviéis prenda, que entre vos y mí «no se pueden perder sino los barriles». Enviá, como os dije, y no curéis de más, y mirá que quiere su señoría que mañana vengáis a verlo.
LOZANA.- Beso sus manos y vuestros pies, mas mañana no podrá ser, porque tengo mi guarnelo lavado, y no tengo qué me vestir.
CABALLERO.- No curéis, que su señoría os quiere vestir a su modo y al vuestro. Vení así como estáis, que os convida a comer; y no a esperar, que su señoría come de mañana.
LOZANA.- ¡Por la luz de Dios, no estuviese sin besar tal cara como ésa, aunque supiese enojar a quien lo ve!
ANGÉLICA.- ¡Así, Lozana, no curéis! ¡Andá, dejadlo, que me enojaré, aunque su merced no me quiere ver!
CABALLERO.- Señora, deséoos yo servir; por tanto, le suplico que a monseñor mío le muestre su casa y sus joyas, porque su señoría tiene muchas y buenas, que puede servir a vuestra merced. Señora Lozana, mañana no se os olvide de venir.
LOZANA.- No sé si se me olvidará, que soy desmemoriada después que moví, que si tengo de hacer una cosa es menester ponerme una señal en el dedo.
CABALLERO.- Pues vení acá, tomá este anillo, y mirá que es una esmeralda, no se os caiga.
LOZANA.- Sus manos beso, que más la estimo que si me la diera la señora Angelina dada.
ANGELINA.- Andá, que os la doy, y traedla por mi amor.
LOZANA.- No se esperaba menos de esa cara de luna llena. ¡Ay, señora Angelina, míreme, que parezco obispo! ¡Por vida de vuestra merced y mía, que no estoy más aquí! Ven a cerrar, Matehuelo, que me esperan allí aquellos mozos del desposado de Hornachuelos, que no hay quien lo quiera, y él porfiar y con todas se casa y a ninguna sirve de buena tinta.
MATEHUELO.- Cerrar y abriros, todo a un tiempo.
MOZOS.- ¿Venís, señora Lozana? ¡Caminá, cuerpo de mí, que mi amo se desmaya y os espera, y vos todavía queda! Sin vos no valemos nada, porque mi amo nunca se ríe sino cuando os ve, y por eso mirá por nosotros y sednos favorable ahora que le son venidos dineros, antes que se los huelan las bagasas, que, voto a Dios, con putas y rufianas y tabaquinas no podemos medrar. Por eso, ayúdenos vuestra merced y haga cuenta que tiene dos esclavos.
LOZANA.- Callá, dejá hacer a mí, que yo lo pondré del lodo a dos manos. Vuestro amo es como el otro que dicen: «cantar mal y porfiar». Él se piensa ser Pedro Aguilocho, y no lo pueden ver putas más que al diablo. Unas me dicen que no es para nada, otras que lo tiene tan luengo que parece anadón, otras que arma y no desarma, otras que es mísero, y aquí firmaré yo, que primero que me dé lo que le demando, me canso, y al cabo saco de él la mitad de lo que le pido, que es trato cordobés. Él quiere que me esté allí con él, y yo no quiero perder mis ganancias que tengo en otra parte; y mirá qué tesón ha tenido conmigo, que no he podido sacar de él que, como me daba un julio por cada hora que estoy allí, que me dé dos. Que más pierdo yo en otras partes, que no vivo yo de entrada, como el que tiene veinte piezas, las mejores de Cataluña, y no sé en qué se las expende, que no relucen, y siempre me cuenta deudas. ¡Pues mándole yo que putas lo han de comer a él y a ello todo! No curéis, que ya le voy cayendo en el rastro. ¿Veis el otro mozo dónde viene?
MARZOCO.- ¿Qué es eso? ¿Dónde vais, señora?
LOZANA.- A veros.
MARZOCO.- Hago saber a vuestra merced que tengo tanta penca de cara de ajo.
LOZANA.- Esa sea la primera alhaja que falte en tu casa, y aun como a ti llevó la landre. ¡Tente allá, bellaco! ¡Andando se te caiga!
MARZOCO.- Señor, ya viene la Lozana.
PATRÓN.- «Bien venga el mal si viene solo», que ella siempre vendrá con cualque demanda.
LOZANA.- ¿Qué se hace, caballeros? ¿Háblase aquí de cosas de amores o de mí o de cualque señora a quien sirvamos todos? ¡Por mi vida, que se me diga! Porque si es cosa a que yo pueda remediar, lo remediaré, porque mi señor amo no tome pasión, como suele por demás, y por no decir la verdad a los médicos. ¿Qué es eso? ¿No me quiere hablar? Ya me voy, que así como así aquí no gano nada.
MOZOS.- Vení acá, señora Lozana, que su merced os hablará y os pagará.
LOZANA.- No, no, que ya no quiero ser boba, si no me promete dos julios cada hora.
MARZOCO.- Vení, que es contento, porque más merecéis, máxime si le socorréis que está amorado.
LOZANA.- ¿Y de quién? ¡Catá que me corro si de otra se enamoró! Mas como todo es viento su amor, yo huelgo que ame y no sea amado.
MARZOCO.- ¿Cómo, señora Lozana, y quién es aquel que ama y no es amado?
LOZANA.- ¿Quién? Su merced.
MARZOCO.- ¿Y por qué?
LOZANA.- Eso yo me lo sé; no lo diré sino a su merced solo.
MARZOCO.- Pues ya me voy. Vuestras cien monedas ahora, Dios lo dijo.
LOZANA.- Andá, que ya no es el tiempo de Maricastaña.
PATRÓN.- Dejá decir, señora Lozana, que no tienen respeto a nadie. Entendamos en otro; yo muero por la señora Angélica, y le daré seis ducados cada mes, y no quiero sino dos noches cada semana. Ved vos si merece más, y por lo que vos dijereis me regiré.
LOZANA.- Señor, digo que no es mucho, aunque le dieseis la mitad de vuestro oficio de penitencería. Mas ¿cómo haremos? Que si vuestra merced tiene ciertos defectos que dicen, será vuestra merced perder los ducados y yo mis pasos.
PATRÓN.- ¿Cómo, señora Lozana? ¿Y suelo yo pagar mal a vuestra merced? Tomá, veis ahí un par de ducados, y hacé que sea la cosa de sola signatura.
LOZANA.- Soy contenta, mas no me entiende vuestra merced.
PATRÓN.- ¿Qué cosa?
LOZANA.- Digo que si vuestra merced no tiene de hacer sino besar, que me bese a mí.
PATRÓN.- ¿Cómo besar? ¡Que la quiero cabalgar!
LOZANA.- ¿Y adónde quiere ir a caballar?
PATRÓN.- ¡Andá, para puta zagala! ¿Burláis?
LOZANA.- ¡No burlo, por vida de esa señora honrada a quien vos queréis cabalgar, y armar y no desarmar!
PATRÓN.- ¡Oh, pese a tal! ¿Y eso decís? ¡Por vida de tal que lo habéis de probar, porque tengáis que contar!
LOZANA.- ¡Ay, ay, por el siglo de vuestro padre, que no me hagáis mal, que ya basta!
PATRÓN.- ¡Mal le haga Dios a quien no os lo metiere todo, aunque sepa ahogaros, y veréis si estoy ligado! ¡Y mirá cómo desarmo!
LOZANA.- ¡Tal frojolón tenéis! Esta vez no la quisiera perder, aunque supiera hallar mi anillo que perdí ahora cuando venía.
PATRÓN.- Tomá, veis aquí uno que fue de monseñor mío, que ni a mí se me olvidará, ni a vos se os irá de la memoria de hablar a esa señora, y decidle lo que sé hacer.
LOZANA.- ¡Por mi vida, señor, que como testigo de vista, diré el aprieto en que me vi! ¡Ay, ay! ¿Y de esos sois? Desde aquí voy derecha a contar a su merced vuestras virtudes.
PATRÓN.- Sí, mas no ésta, que tomará celos su porfía.
LOZANA.- Mucho hará a vuestro propósito, aunque estáis ciego; que según yo sé y he visto, esa señora que pensáis, que es a vuestra vista hermosa, no se va al lecho sin cená.
PATRÓN.- ¿Cómo?, ¡por vida de la Lozana!
LOZANA.- Que su cara está en mudas cada noche, y las mudas tienen esto, que si se dejan una noche de poner, que no valen nada. Por eso se dice que cada noche daba de cená a la cara.
PATRÓN.- Y esas mudas, ¿qué son?
LOZANA.- Cerillas hechas de uvas asadas. Mas si la veis debajo de los paños, lagartija parece.
PATRÓN.- ¡Callá, señora Lozana, que tiene gracia en aquel menear de ojos!
LOZANA.- Eso yo me lo tengo, que no soy puta, cuanto más ella, que vive de eso.
PATRÓN.- «Quien a otra ha de decir puta, ha de ser ella muy buena mujer», como ahora vos.
Mamotreto XXXVIII
Cómo la Lozana entra en la batería de los gentiles hombres y dice
LOZANA.- Algo tengo yo aquí, que el otro día cuando vine, por no tener favor, con seis ducadillos me fui, de un resto que hizo el faraute, mi señor; mas ahora que es el campo mío, restos y resto mío serán.
OCTAVIO.- Señora Lozana, resto quejoso será el mío.
LOZANA.- ¡Andá, señor, que no de mí!
AURELIO.- Vení acá, señora Lozana, que aquí se os dará el resto y la suerte principal.
LOZANA.- ¡Viva esa cara de rosa, que con esa magnificencia las hacéis esclavas siendo libres! Que el resto dicen que es poco.
AURELIO.- ¿Cómo poco? ¡Tanto, sin mentir!
LOZANA.- Crezca de día en día, porque gocéis tan florida mocedad.
AURELIO.- Y vos, señora Lozana, gocéis de lo que bien queréis.
LOZANA.- Yo, señor, quiero bien a los buenos y caballeros que me ayudan a pasar mi vida sin decir ni hacer mal a nadie.
OCTAVIO.- Eso tal sea este resto, porque es para vos. Tomadlo, que para vos se ganó.
LOZANA.- Sepamos, ¿cuánto es?
OCTAVIO.- Andá, callá y cogé, que todos dicen amén, amén, sino quien perdió, que calla.
LOZANA.- Soy yo capellana de todos, y más de su señoría.
HORACIO.- Cogé, señora Lozana, que si los pierdo, en haberlos vos los gano, aunque el otro día me motejaste delante de una dama.
LOZANA.- Yo, señor, lo que dije entonces digo ahora, que ellas me lo han dicho, que dicen que tenéis un diablo que parece conjuro de sacar espíritus.
HORACIO.- ¡Oh, pese a tal! ¿Y eso dicen ellas? No saben bien la materia.
LOZANA.- Si no saben la materia, saben la forma.
HORACIO.- ¡No hay ninguno malo, mozas!
LOZANA.- Señor, no, sino que unos tienen más fuerza que otros.
MILIO.- Señora Lozana, hacé parte a todos de lo que sabéis. ¿De mí, qué dicen, que no me quieren ver ni oír?
LOZANA.- ¡Ay, pecador, sobre que dicen que vuestra merced es el que mucho hizo!
SALUSTIO.- ¿Y yo, señora Lozana?
LOZANA.- Vuestra merced el que poco y bueno, como de varón.
CAMILO.- ¿A mí, señora Lozana, qué?
LOZANA.- Vos, señor, el que no hizo nada que se pareciese.
CAMILO.- Porque cayó en mala tierra, que son putas insaciables. ¿No le basta a una puta una y dos, y un beso, tres, y una palmadica, cuatro, y un ducado, cinco? Son piltracas.
LOZANA.- Sí para vos, mas no para nos. ¿No sabéis que uno que es bueno, para sí es bueno, mas mejor es si su bondad aprovecha a muchos?
CAMILO.- Verdad decís, señora Lozana, mas «el pecado callado, medio perdonado».
LOZANA.- Si por ahí tiráis, callaré, mas siempre oí decir que las cosas de amor avivan el ingenio, y también quieren plática. «El amor sin conversación es bachiller sin repetidor». Y voyme, que tengo que hacer.
AURELIO.- Mirá, señora Lozana, que a vos encomiendo mis amores.
LOZANA.- ¿Y si no sé quién son?
AURELIO.- Yo os lo diré si vos mandáis, que cerca están, y yo lejos.
LOZANA.- Pues dejame ahora, que voy a ver si puedo hallar quien me preste otros dos ducados para pagar mi casa.
AURELIO.- ¡Voto a Dios, que si los tuviera que os los diera! Mas dejé la bolsa en casa por no perder, y también porque se me quebraron los cerraderos. Mas sed cierta que esto y más os dejaré en mi testamento.
LOZANA.- ¿Cuándo? Soy vuestra sin eso y con eso. Véngase a mi casa esta noche y jugaremos castañas, y probará mi vino, que raspa. Sea a cena, haré una cazuela de peje, que dicen que venden unas acedías frescas vivas, y no tengo quién me vaya por ellas y por un cardo.
AURELIO.- Pues yo enviaré a mi mozo esta tarde con todo.
LOZANA.- Vuestra merced será muy bien venido. Nunca me encuentra Dios sino con míseros lacerados. Él caerá, que para la luz de Dios, que bobo e hidalgo es.
GUARDIÁN.- ¿Qué se dice, señora Lozana? ¿Dónde bueno?
LOZANA.- Señor, a mi casa.
GUARDIÁN.- Llegáos aquí al sol, y sácame un arador, y cuéntame cómo os va con los galanes de este tiempo, que no hay tantos bobos como en mis tiempos, y ellas creo que también se retiran.
LOZANA.- ¿Y cómo? Si bien supiese vuestra merced, no hay puta que valga un maravedí, ni dé de comer a un gato, y ellos, como no hay saco de Génova, no tienen sino el maullar, y los que algo tienen piensan que les ha de faltar para comer, y a las veces sería mejor joder poco que comer mucho. ¡Cuántos he visto enfermos de los riñones por miseria de no expender! Y otros que piensan que por cesar han de vivir más, y es al contrario, que semel in setimana no hizo mal a nadie.
ALCAIDE.- ¡Por mi vida, señora Lozana, que yo semel in mense y bis in anno!
LOZANA.- Andá ya, que ya lo sé, que vuestra merced hace como viejo y paga como mozo.
GUARDIÁN.- Eso del pagar, mal pecado, nunca acabó, porque cuando era mozo pagaba por entrar, y ahora por salir.
LOZANA.- Viva vuestra merced muchos años, que tiene del peribón. Por eso, dadme un alfiler, que yo os quiero sacar diez aradores.
ALCAIDE.- Pues sacá, que por cada uno os daré un grueso.
LOZANA.- Ya sé que vuestra merced lo tiene grueso, que a su puta beata lo oí, que le metíais las paredes adentro. Dámelo de argento.
ALCAIDE.- Por vida de mi amiga, que si yo los hubiese de comprar, que diese un ducado por cada uno, que uno que retuve me costó más de ciento.
LOZANA.- Cosa sería, ese no hace para mí. Quiérome ir con mi honra.
ALCAIDE.- Vení acá, traidora; sácame uno no más de la palma.
LOZANA.- No sé sacar de la palma ni del codo.
GUARDIÁN.- ¿Y de la punta de la picarazada?
LOZANA.- De ahí sí, buscadlo mas no hallarlo.
GUARDIÁN.- ¡Oh, cuerpo de mí, señora Lozana, que no sabéis de la palma y estáis en tierra que los sacan de las nalgas con putarolo, y no sabéis vos sacarlos al sol con buena aguja!
LOZANA.- Sin aguja los saco yo, cuando son de oro o de plata, que de otras suertes o maneras no me entiendo. Mejor hará vuestra merced darme un barril de mosto para hacer arrope.
GUARDIÁN.- De buena gana. Enviá por ello y por leña para hacerlo y por membrillos que cozáis dentro. Y mirá si mandáis más, que a vuestro servicio está todo.
LOZANA.- Soy yo suya toda.
ALCAIDE.- Y yo vuestro hasta las trencas.
Mamotreto XXXIX
Cómo la señora Terencia vio pasar a la Lozana y la manda llamar
[TERENCIA.-] Ves allí la Lozana que va de prisa. Migallejo, va, asómate y llámala.
MIGALLEJO.- ¡Señora Lozana! ¡Ah, señora Lozana! Mi señora le ruega que se llegue aquí.
LOZANA.- ¿Quién es la señora?
MIGALLEJO.- La del capitán.
LOZANA.- ¿Aquí se ha pasado su merced? Yo huelgo con tal vecina. Las manos, señora Terencia.
TERENCIA.- Las vuestras vea yo en la picota y a vos encorozada sin proceso, que ya sin pecado lo merece, mas para su vejez se le guarda. ¡Miradla cuál viene, que parece corralario de putas y jaraíz de necios! Dile que suba.
MIGALLEJO.- Subí, señora.
LOZANA.- ¡Ay, qué cansada que vengo y sin provecho! Señora, ¿cómo está vuestra merced?
TERENCIA.- A la fe, señora Lozana, enojada, que no me salen mis cosas como yo querría. Di a hilar, y hame costado los ojos de la cara porque el capitán no lo sienta, y ahora no tengo trama.
LOZANA.- Señora, no os maravilléis, que cada tela quiere trama. El otro día no quisiste oír lo que yo os decía, que de allí sacaríais trama.
TERENCIA.- Callá, que sale el capitán.
CAPITÁN.- ¿Qué es, señora?
LOZANA.- Señor, servir a vuestra merced.
CAPITÁN.- ¿Qué mundo corre?
LOZANA.- Señor, bueno, sino que todo vale caro, porque compran los pobres y venden los ricos. Duelos tienen las repúblicas cuando son los señores mercadantes y los ricos revenden. Este poco de culantro seco me cuesta un bayoque.
CAPITÁN.- ¡Hi, hi, hi! ¡Comprándolo vos, cada día se sube! Mas decime, ¿qué mercado hay ahora de putas?
LOZANA.- Bueno, que no hay hambre de ellas, mas todas son míseras y cada una quiere avanzar para el cielo. Señor, no quiero más putas, que harta estoy de ellas. Si me quisieren, en mi casa estaré, como hacía Galazo, que a Puente Sisto moraba, y allí le iban a buscar las putas para que las aconchase, y si él tenía buena mano, yo la tengo mejor; y él era hombre y mujer, que tenía dos naturas, la de hombre como muleto y la de mujer como de vaca. Dicen que usaba la una, la otra no sé; salvo que lo conocí, que hacía este oficio de aconchar, al cual yo le sabré dar la manera mejor, porque tengo más conversación que no cuantas han sido en esta tierra.
CAPITÁN.- Dejá eso. Decime cómo os va, que mucha más conversación tiene el Zopín que no vos, que cada día lo veo con vestidos nuevos y con libreas, y siempre va medrado. No sé lo que hace, que toda conversación es a Torre Sanguina.
LOZANA.- ¡Señor, maravíllome de vuestra merced, quererme igualar con el Zopín, que es fiscal de putas y barrachel de regantío y rufián magro, y el año pasado le dieron un treintón como a puta! No pensé que vuestra merced me tenía en esa posesión. Yo puedo ir con mi cara descubierta por todo, que no hice jamás vileza, ni alcagüetería, ni mensaje a persona vil, a caballeros y a putas de reputación. Con mi honra procuré de interponer palabras, y amansar iras, y reconciliar las partes, y hacer paces y quitar rencores, examinando partes, quitar martelos viejos, haciendo mi persona albardán por comer pan. Y esto se dirá de mí, si alguno que querrá poner en fábula: mucho supo la Lozana, más que no demostraba.
CAPITÁN.- Señora Lozana, ¿cuántos años puede ser una mujer puta?
LOZANA.- Desde doce hasta cuarenta.
CAPITÁN.- ¿Veintiocho años?
LOZANA.- Señor, sí: hartarse hasta reventar. Y perdonadme, señora Terencia.
Mamotreto XL
Cómo, yendo su camino, encuentra con tres mujeres, y después con dos hombres que la conocen de luengo tiempo
LOZANA.- ¿Para qué es tanto ataparse? Que ya veo que no pudo el baño hacer más que primero había, sino lavar lo limpio y encender color donde no fue menester arrebol.
GRIEGA.- ¡Hi, hi, hi! Vuestra casa buscamos y si no os encontrábamos, perdíamos tiempo, que vamos a cenar a una viña, y si no pasamos por vuestra mano, no valemos nada, porque tenemos de ser miradas, y van otras dos venecianas, y es menester que vos, señora Lozana, pongáis en nosotras todo vuestro saber, y pagaos. Así mismo vaya vuestro criado con nosotras, y vendrá cargado de todo cuanto en el banquete se diere, y avisadlo que se sepa ayudar porque cuando venga traiga qué rozar.
LOZANA.- Señoras mías, en fuerte tiempo me tomáis, que en toda mi casa no hay cuatrín, ni maravedí, ni cosa aparejada para serviros, mas por vuestro amor, y por comenzar a aviar la gente a casa, yo iré y buscaré las cosas necesarias para de presto serviros. Mi criado irá, más por haceros placer que por lo que puede traer; vosotras miradme bien por él, y no querría que hiciese cuestión con ninguno, porque tiene la mano pesada, y el remedio es que, cuando se enciende como verraco, quien se halla allí más presto le ponga la mano en el cerro, y luego amansa y torna como un manso. Veislo, viene anadeando. ¿Qué cosa?, ¿qué cosa? ¿En qué están las alcabalas? Como se ve festivo, que parece dominguillo de higueral, no estima el resto. Volveos, andá derecho. ¡Así relumbre la luna en el rollo como este mi novio! Andá a casa, y ténmela limpia, y guardá no rompáis vos esa librea, colgadla. Señoras, id a mi casa, que allí moro junto al río, pasada la Vía Asinaria, más abajo. Yo voy aquí a una especiería por ciertas cosas para vuestro servicio, aunque sepa dejar una prenda.
GRIEGA.- Señora Lozana, tomá, no dejéis prenda, que después contaremos. Caminá.
LOZANA.- ¡Ay, pecadora de mí! ¿Quién son estos? Aquí me tendrán dos horas, ya los conozco. ¡Ojalá me muriera cuando ellos me conocieron! ¡Beata la muerte cuando viene después de bien vivir! Andar, siempre oí decir que en las adversidades se conocen las personas fuertes. ¿Qué tengo de hacer? Haré cara, y mostraré que tengo ánimo para saberme valer en el tiempo adverso.
GIRALDO.- Señora Lozana, ¿cómo está vuestra merced? No menos poderosa ni hermosa os conocí siempre, y, si entonces mejor, ahora os suplicamos nos tengáis por hermanos, y muy aparejados para vuestro servicio.
LOZANA.- Señores, ¿cuándo dejé yo de ser presta para servir esas caras honradas? Que ahora y en todo tiempo tuvieron merecimiento para ser de mí muy honrados, y no solamente ahora que estoy en mi libertad, mas, siendo sujeta, no me faltaba inclinación para servirles muy aficionada. Bien que yo y mi casa seamos pobres, al menos aparejada siempre para lo que sus mercedes me quisieren mandar.
GIRALDO.- Señora, servir.
LOZANA.- Señores, beso las manos de vuestras mercedes mil veces, y suplícoles que se sirvan de mi pobreza, pues saben que soy toda suya. ¡Por vida del rey, que no me la vayan a penar al otro mundo los puercos! Que les he hecho mil honras cuando estábamos en Damiata y en Túnez de Berbería, y ahora con palabras prestadas me han pagado. ¡Dios les dé el mal año! Quisiera yo, ¡pese al diablo!, que metieran la mano a la bolsa por cualque docena de ducados, como hacía yo en aquel tiempo, y si no los tenía se los hacía dar a mi señor Diomedes, y a sus criados los hacía vestir, y ahora a mala pena me conocen, porque sembré en Porcuna. Bien me decía Diomedes: «Guárdate, que éstos a quien tú haces bien te han de hacer mal». ¡Mirá qué canes renegados, villanos secretos, capotes de terciopelo! Por estos tales se debía decir: «si te vi, no me acuerdo; quien sirve a muchos no sirve a ninguno».