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Mamotreto XLI
Aquí comienza la tercera parte del retrato, y serán más graciosas cosas que lo pasado. Cómo tornó a casa y afeitó con lo que traía las sobredichas, y cómo se fueron, y su criado con ellas, y quedó sola, y contaba todo lo que había menester para su trato que quería comenzar. Y de aquí adelante le daremos fin
LOZANA.- Ahora que me arremangué a poner trato en mi casa, vale todo caro. Andar, pase por ahora por contentar estas putas, que después yo sabré lo que tengo de hacer.
GRIEGA.- ¡Miramela cuál viene, que nazcan barbas, narices de medalla!
LOZANA.- Parece mi casa atalaya de putas. Más puse del mío que no me diste.
GRIEGA.- ¡Sús, a mí primero, señora Lozana!
LOZANA.- Andá, no curéis, que eso hace primero para esto que a la postre. Vení acá vos, gaitero. Id con ellas y mirá que es convite de catalanes, una vez en vida y otra en muerte. Apañá lo que podáis, que licencia tenéis plomada de estas señoras putas, que sus copos lo pagarán todo. Garbeá y traer de cara casa y no palos. Caminá delante; id cantando.
RAMPÍN.- ¿Qué dirán que guardo, mal logrado? ¿Qué dirán que guardo?
LOZANA.- ¡Bueno, por mi vida, bueno como almotacén de mi tierra! Aquí me quedo sola. Deseo tenía de venir a mi casa que, como dicen, «mi casa y mi hogar cien ducados val». Ya no quiero andar tras el rabo de putas. Hasta ahora no he perdido nada; de aquí adelante quiero que ellas me busquen. No quiero que de mí se diga «puta de todo trance, alcatara a la fin». Yo quiero de aquí adelante mirar por mi honra, que, como dicen, «a los audaces la fortuna les ayuda». Primeramente yo tengo buena mano ligera para quitar cejas, y selo hacer mejor que yo me pienso, y tengo aquí esta casa al paso, y tengo este hombre que mira por mi casa, y me escalienta, y me da dentro con buen ánimo, y no se sabe sino que sea mi mozo, y nunca me demanda celos, y es como un ciervo ligero. Así mismo tengo mucha plática con quien yo tengo de usar este oficio. Yo soy querida y amada de cuantas cortesanas favoridas hay, yo soy conocida así en Roma como en el vulgo y fuera de Roma de muchos a quien yo he favorecido, y me traerán presentes de fuera, que tendré mi casa abastecida. Y si muestro favor a villanos, vendrán sus mujeres y, porque las enseñe cómo se han de hacer bellas, me traerán pajitas de higos y otras mil cosas, como la Tibulesa por el cuatrín del sublimato que le vendí, y como le prometí que otra vez le daría otra cosa mejor, porque secretamente se afeitase, pensó que hurtaba bogas y enviome olivas y muchas manzanas y granadas que de Baena no podían ser mejores. Pues si una villana me conoce, ¿qué haré cuando todas me tomen en plática? Que mi casa será colmena, y también, si yo asiento en mi casa, no me faltarán muchos que yo tengo ya domados, y mitirillo por encarnazar, y será más a mi honra y a mi provecho, que no tomo sabor en casa de otra, y si quisiere comer en mi casa, será a costa de otra y sabrame mejor. Que no vendrá hombre aquí que no saque de él cuándo de la leña, otro el carbón, y otro el vino, y otro el pan, y otro la carne, y así, de mano en mano, sacaré la expesa, que no se sentirá, y esto, riendo y burlando, que cada uno será contento de dar para estas cosas, porque no parece que sean nada cuando el hombre demanda un bayoque para peras, y como le sea poquedad sacar un bayoque, sacarán un julio y un carlín, y por ruin se tiene quien saca un groso. Así que, si yo quiero saber vivir, es menester que muestre no querer tanto cuanto me dan, y ellos no querrán tomar el demás, y así quedará todo en casa. Otros vendrán que traerán el seso en la punta del caramillo, y con éstos se ganará más, porque no tienen tiempo hasta variar su pasión, y demandándoles darán cuanto tienen. Y vendrán otros que, con el amor que tienen, no comen, y les haré comprar de comer y pagar lo comprado, y le haré que corte, y comeré yo y mi criado, y así si castigan los necios. Y vendrán otros que no serán salomones, y afrentarlos luego en dos o tres julios para cartas, y vendrán otros novicios que ahora vuelan. A estos tales no demandadles nada, sino fingir que si ellos tuviesen que yo no pasaría necesidad, y darme han fin a las bragas, y cuanto más si los alabo de valientes y que son amados de la tal, y que no vinieron a tiempo, y que el enamorado ha de ser gastador como el tal, y no mísero como el tal, y alabarlos que tienen gran cosa, que es esto para muchachos hacerlos reyes. Y a todos mirar de qué grado y condición son, y en qué los puedo yo coger y a qué se extiende su facultad, y así sacaré provecho y pagamiento, si no en dineros, en otras cosas, como de pajes, rapinas, y de hijos de mercaderes, robaina, y así daré a todos melecina. Yo sé que si me dispongo a no tener empacho y voy por la calle con mi cestillo y llevo en él todos los aparejos que se requieren para aconchar, que no me faltará la merced del Señor, y si soy vergonzosa seré pobre, y como dicen: «mejor es tener que no demandar». Así que, si tengo de hacer este oficio, quiero que se diga que no fue otra que mejor lo hiciese que yo. ¿Qué vale a ninguno lo que sabe si no lo procura saber y hacer mejor que otro? Ejemplo gratia: si uno no es buen jugador, ¿no pierde? Si es ladrón bueno, sábese guardar que no lo tomen. Ha de poner el hombre en lo que se hace gran diligencia y poca vergüenza y rota conciencia para salir con su empresa al corrillo de la gente.
Mamotreto XLII
Cómo, estando la Lozana sola, diciendo lo que le convenía hacer para tratar y platicar en esta tierra sin servir a nadie, entró el autor callando, y disputaron los dos; y dice el autor
[AUTOR.-] Si está en casa la Lozana, quiero verla y demandarle un poco de algalia para mi huéspeda que está sorda. En casa está. ¡Dame! ¿Con quién habla? ¡Voto a mí, que debe de estar enojada con cualque puta! Y ahora todo lo que dice será nada, que después serán amigas antes que sea noche, porque ni ella sin ellas, ni ellas sin ella no pueden vivir. Saberlo tengo, que cualque cosa no le han querido dar, y por esto son todas estas braverías o braveaduras. «¿Quién mató la leona?, ¿quién la mató? ¡Matola vuestro yerno, marido de vuestra hija!». Así será esta quistión. Su criado habrá muerto cualque ratón, y pensará que sea leona. ¡Otra cosa es, ahora la entiendo! ¿Qué dice de sueños? También sabe de agüeros, y no sé qué otra cosa dijo de urracas y de tordos que saben hablar y que ella sabría vivir. ¿El Persio, ha oído? ¡Oh, pese a san, con la puta astuta! ¡Y no le bastaba Ovidio, sino Persio! Quiero subir, que no es de perder, sino de gozar de sus disparates, y quiero atar bien la bolsa antes que suba, que tiene mala boca, y siempre mira allí. Creo que sus ojos se hicieron de bolsa ajena, aunque yo siempre oí decir que los ojos de las mujeres se hicieron de la bragueta del hombre, porque siempre miran allí, y ésta a la bolsa: de manera que para con ella «no basta un ñudo en la bolsa y dos gordos en la boca», porque huele los dineros donde están. Señora Lozana, ¿tiene algo de bueno a que me convide?, que vengo cansado, y pareciome que no hacía mi deber si no entraba a veros, que, como vos sabéis, os quiero yo mucho por ser de hacia mi tierra. Bien sabéis que los días pasados me hiciste pagar unas calzas a la Maya, y no quería yo aquello, sino cualque viuda que me hiciese un hijo y pagarla bien, y vos que no perdieseis nada en avisarme de cosa limpia sobre todo, y haremos un depósito que cualquier mujer se contente, y vos primero.
LOZANA.- Señor, «a todo hay remedio sino a la muerte». Asentaos, y haremos colación con esto que ha traído mi criado, y después hablaremos. Va por vino. ¿Qué dices? ¡Oh, buen grado haya tu agüelo! ¿Y de dos julios no tienes cuatrín? ¡Pues busca, que yo no tengo sino dos cuatrinos!
AUTOR.- Dejá estar: toma, cambia, y trae lo que has de traer.
LOZANA.- ¡Por mi vida, no le deis nada, que él buscará! De esa manera no le faltará a él qué jugar. ¡Caminá pues! ¡Vení presto! ¿Sabéis, señor, qué he pensado? Que quizá Dios os ha traído hoy por aquí. A mí me ha venido mi camisa, y quiero ir esta tarde a la estufa, y como venga, que peguemos con ello, y yo soy de esta complexión, que como yo quiero, luego encajo, y mirá, llegar y pegar todo será uno. Y bástame a mí que lo hagáis criar vos, que no quiero otro depósito. Y sea mañana, y veníos acá, y comeremos un medio cabrito, que sé yo hacer apedreado.
AUTOR.- ¡Hi, hi! Veis, viene el vino, in quo est luxuria.
LOZANA.- Dame a beber, y da el resto del ducado a su dueño.
RAMPÍN.- ¿Qué resto? Veislo ahí, todo es guarnacha y malvasía de Candía, que cuesta dos julios el bocal, ¿y queréis resto?
LOZANA.- ¡Mirá el borracho! ¿Y por fuerza habéis vos de traer guarnacha? ¡Si trajerais corso o griego, y no expendiera tanto!
AUTOR.- Anda, hermano, que bien hiciste traer siempre de lo mejor. Toma, tráeme un poco de papel y tinta, que quiero notar aquí una cosa que se me recordó ahora.
LOZANA.- ¡Mirá, mancebo, sea ese julio como el ducado! ¡Hacé de las vuestras! Señor, si él se mete a jugar no torna acá hoy, que yo lo conozco.
AUTOR.- ¿En qué pasáis tiempo, mi señora?
LOZANA.- Cuando vino vuestra merced, estaba diciendo el modo que tengo de tener para vivir, que quien veza a los papagayos a hablar, me vezará a mí a ganar. Yo sé ensalmar y encomendar y santiguar cuando alguno está aojado, que una vieja me vezó, que era saludadera y buena como yo. Sé quitar ahítos, sé para lombrices, sé encantar la terciana, sé remedio para la cuartana y para el mal de la madre. Sé cortar frenillos de bobos y no bobos, sé hacer que no duelan los riñones y sanar las renes 6 , y sé medicar la natura de la mujer y la del hombre, sé sanar la sordera y sé ensolver sueños, sé conocer en la frente la fisonomía y la quiromancia en la mano, y pronosticar.
AUTOR.- Señora Lozana, a todo quiero callar, mas a esto de los sueños ni mirar en abusiones, no lo quiero comportar. Y pues sois mujer de ingenio, notá que el hombre, cuando duerme sin cuidado y bien cubierto y harto el estómago, nunca sueña y, al contrario, asimismo, cuando duerme el hombre sobre el lado del corazón, sueña cosas de gran tormento, y cuando despierta y se halla que no cayó de tan alto como soñaba, está muy contento, y si miráis en ello veréis que sea verdad. Y otras veces sueña el hombre que comía o dormía con la tal persona, que ha gran tiempo que no la vio, y otro día verala o hablarán de ella, y piensa que aquello sea lo que soñó, y son los humos del estómago que fueron a la cabeza, y por eso conforman los otros sentidos con la memoria. Así que, como dicen los maestros que vezan los niños en las materias, «muchas veces acaece que el muchacho sueña dineros y a la mañana se le ensuelven en azotes». También decís que hay aojados; esto quiero que os quitéis de la fantasía, porque no hay ojo malo, y si me decís cómo yo vi una mujer que dijo a un niño que su madre criaba muy lindo, y dijo la otra: «¡Ay, qué lindo hijo y qué gordico!», y alora el niño no alzó cabeza; esto no era mal ojo, mas mala lengua y dañada intención y venenosa malicia, como sierpe que trae el veneno en los dientes, que si dijera «¡Dios sea loado, que lo crió!», no le pudiera empecer. Y si me decís cómo aquella mujer lo pudo empecer con tan dulce palabra, digo que la culebra con la lengua hace caricias, y da el veneno con la cola y con los dientes. Y notá: habéis de saber que todas vosotras, por la mayor parte, sois más prestas al mal y a la envidia que no al bien, y si la malicia no reinase más en unas que en otras, no conoceríamos nosotros el remedio que es signarnos con el signo de la cruz contra la malicia y dañada intención de aquéllas, digo, que lícitamente se podrían decir miembros del diablo. A lo que de los agüeros y de las suertes decís, digo que si tal vos miráis, que hacéis mal, vos y quien tal cree, y para esto notá que muchos de los agüeros en que miran, por la mayor parte, son alimañas o aves que vuelan. A esto digo que es suciedad creer que una criatura criada tenga poder de hacer lo que puede hacer su Criador, que tú que viste aquel animal que se desperezó, y has miedo, mira que si quieres, en virtud de su Criador, le mandarás que reviente y reventará. Y por eso tú debes creer en el tu Criador, que es omnipotente, y da la potencia y la virtud, y no a su criatura. Así que, señora, la cruz sana con el romero, no el romero sin la cruz, que ninguna criatura os puede empecer, tanto cuanto la cruz os puede defender y ayudar. Por tanto, os ruego me digáis vuestra intención.
LOZANA.- Cuanto vos me habéis dicho es santo y bueno, mas mirá bien mi respuesta, y es que, para ganar de comer, tengo que decir que sé mucho más que no sé, y afirmar la mentira con ingenio por sacar la verdad. ¿Pensáis vos que si yo digo a una mujer un sueño, que no le saco primero cuanto tiene en el buche? Y dígole yo cualque cosa que veo yo que allí tiene ella ojo, y tal vuelta el ánima apasionada no se acuerda de sí misma, y yo dígole lo que ella otra vez ha dicho, y como ve que yo acierto en una cosa, piensa que todo es así, que de otra manera no ganaría nada. Mirá el pronóstico que hice cuando murió el emperador Maximiliano, que decían quién será emperador. Dije «yo oí aquel loco que pasaba diciendo: oliva de España, de España, de España, que más de un año duró, que otra cosa no decían sino de España, de España». Y ahora que ha un año que parece que no se dice otro sino carne, carne, carne salata, yo digo que gran carnicería se ha de hacer en Roma.
AUTOR.- Señora Lozana, yo me quiero ir, y estó siempre a vuestro servicio. Y digo que es verdad un dicho que muchas veces leí, que, quidquid agunt homines, intentio salvat omnes. Donde se ve claro que vuestra intención es buscar la vida en diversas maneras, de tal modo que otro cría las gallinas y vos coméis los pollos sin perjuicio ni sin fatiga. Felice Lozana, que no habría putas si no hubiese rufianas que las injiriesen a las buenas con las malas.
Mamotreto XLIII
Cómo salía el autor de casa de la Lozana, y encontró una fantesca cargada y un villano con dos asnos cargados, uno de cebollas y otro de castañas, y después se fue el autor con un su amigo, contándole las cosas de la Lozana
AUTOR.- ¿Qué cosa es esto que traéis, señoreta?
JACOMINA.- Bastimento para la cena, que viene aquí mi señora y un su amigo notario, y ahora vendrá su mozo, que trae dos cargas de leña. Señor, ¿es vuestra merced de casa? Ayúdeme a descargar, que se me cae el bote de la mostaza.
AUTOR.- Sube, que arriba está la Lozana. ¿Qué quieres tú? ¿Vendes esas cebollas?
VILLANO.- Señor, no, que son para presentar a una señora que se llama la Fresca, que mora aquí, porque me sanó a mi hijo del ahíto.
AUTOR.- Llama, que ahí está. Esas castañas son para que se ahíte ella, y tú con sus pedos.
VILLANO.- Micer, sí.
AUTOR.- ¡Pues voto a Dios, que no hay letrado en Valladolid que tantos cliéntulos tenga! Pues aquellas ocultas allá van, que por ella demandan, y no me partiré de aquí sin ver el trato que esta mujer tiene. Allá entra la una, y otra mujer con dos ánades. Aquélla no es puta, sino mal de madre; yo lo sabré al salir. Ya se va el villano. Ya viene la leña para la cena; milagros hace, que la quiere menuda. Ya van por más leña; dice que sea seca. Al mozo envía que traiga especias y azúcar, y que sean hartas y sin moler, que traiga candelas de sebo de las gordas, y que traiga hartas, por su amor, que será tarde, que han de jugar. Yo me maravillaba si no lo sabía decir, a mi fidamani, que ella cene más de tres noches con candelas de notario y a costa de cualque monitorio. ¿Veis dónde sale la de los anadones? Quiero saber qué cosa es. Decime, madre, ¿cómo os llamáis?
VITORIA.- Fijo, Vitoria, enferma de la madre, y esta señora española me ha dado aqueste cerote para poner al ombligo.
AUTOR.- Decime, señora, ¿qué mete dentro, si viste?
VITORIA.- Yo os lo diré. Gálbano y armoníaco, que consuma la ventosidad. Y perdóname, que tengo prisa.
AUTOR.- Ándate en buen hora. Yo me quiero estar aquí y ver aquel palafrenero a qué entra allá, que no estará mucho, que ya viene el notario, o novio que será. ¡Cardico y mojama le trae el ladrón! Bueno, pues entra, que aquí te quiero yo; que mejor notario es ella que tú, que ya está matriculada. Ya sale el otro; italiano es, más bien habla español y es mi conocido. ¡A vos, Penacho! ¿Qué se dice? ¿Sois servicial a la señora Lozana? ¿Qué cosa es eso que lleváis?
PENACHO.- ¡Juro a Dios, cosas buenas para el rabo! Guarda que tú no lo dices a otro. Que esto es para la hemorroide que tiene monseñor mío. Adío.
AUTOR.- Va norabuena, que aquí viene quien yo deseaba. Si vuestra merced viniera más presto viera maravillas, y entre las otras cosas oyera un remedio que la señora Lozana ha dado para cierta enfermedad.
SILVANO.- Pues de eso me quiero reír, que os maravilléis vos de sus remedios sabiendo vos que remedia la Lozana a todos de cualquier mal o bien. A los que a ella venían, no sé ahora cómo hace, mas en aquel tiempo que yo la conocí embaucaba las gentes con sus palabras y, por cierto, que dos cosas le vi hacer: la una a un señor que había comido tósigo, y ella majó presto un rábano sin las hojas, y metiolo en vinagre fuerte, y púsoselo sobre el corazón y pulsos; y cuando fue la peste, ella en Velitre hizo esto mismo en vino bueno, y que tomase siempre placer, y que no se curase de otras píldoras ni purgas. Cada mes de mayo come una culebra; por eso está gorda y fresca la traidora, aunque ella de suyo lo era.
AUTOR.- ¿No veis qué prisa se dan a entrar y salir putas y notarios?
SILVANO.- Vámonos, que ya son vacaciones, pues que cierran la puerta.
Mamotreto XLIV
Cómo fue otro día a visitarla este su conocido Silvano, y las cosas que allí contaron
SILVANO.- Señora Lozana, no se maraville, que «quien viene no viene tarde», y el deseo grande vuestro me ha traído, y también por ver si hay pájaros en los nidos de antaño.
LOZANA.- Señor, nunca faltan palomas al palomar. Y a quien bien os quiere no le faltarán palominos que os dar.
SILVANO.- No sean de camisa, que todo cuanto vos me decís os creo. ¡Dios os bendiga, qué gorda estáis!
LOZANA.- Hermano, como a mis espesas, y sábeme bien, y no tengo envidia al Papa, y gánolo, y esténtolo y quiéromelo gozar y triunfar, y mal año para putas, que ya las he dado de mano, que, por la luz de Dios, que si me han menester, que vienen cayendo, que ya no soy la que solía. ¡Mirá qué casa y en qué lugar, y qué paramentos y qué lecho que tengo! Salvo que ese bellaco me lo gasta cada noche, que no duerme seguro y yo que nunca estoy queda; y vos que me entendéis, que somos tres. ¡Hi, hi! ¿Acordaisos de aquellos tiempos pasados cómo triunfábamos, y había otros modos de vivir, y eran las putas más francas, y los galanes de aquel tiempo no compraban oficios ni escuderatos como ahora, que todo lo expendían con putas y en placeres y convites? Ahora no hay sino maullantes, overo, como dicen en esta tierra, «fotivento, que todo el año hacen hebrero», y así se pasan. No como cuando yo me recuerdo, que venía yo cada sábado con una docena de ducados ganados en menos tiempo que no ha que viniste, y ahora, cuando traigo doce julios, es mucho. Pues Sábado Santo me recuerdo venir tan cansada, que estaba toda la Pascua sin ir a estaciones ni ver parientas ni amigas, y ahora este Sábado Santo con negros ocho ducadillos me encerré, que me maravillo cómo no me ahorqué. ¡Pues las Navidades de aquel tiempo, los aguinaldos y las manchas que me daban! Como ahora, cierto nunca tan gran estrechura se vio en Cataluña ni en Florencia como ahora hay en Roma; y si miráis en ello, entonces traían unas mangas bobas, y ahora todos las traen a la perladesca. No sé, por mí lo digo, que me maravillo cómo pueden vivir muchas pobres mujeres que han servido esta corte con sus haciendas y honras, y puesto su vida al tablero por honrar la corte y pelear y batallar, que no las bastaban puertas de hierro, y ponían sus copos por broquel y sus oídos por capacetes, combatiendo a sus espesas y a sus acostamientos de noche y de día. Y ahora, ¿qué mérito les dan?, salvo que unas, rotos brazos, otras, gastadas sus personas y bienes, otras, señaladas y con dolores, otras, paridas y desmamparadas, otras que siendo señoras son ahora siervas, otras, estacioneras, otras, lavanderas, otras, estableras, otras, cabestro de símiles, otras, alcahuetas, otras, parteras, otras, cámara locanda, otras, que hilan y no son pagadas, otras, que piden a quien pidió y sirven a quien sirvió, otras que ayunan por no tener, otras por no poder, así que todas esperan que el senado las provea a cada una según el tiempo que sirvió y los méritos que debe haber, que sean satisfechas. Y según piensan y creen que harán una taberna meritoria como antiguamente solían tener los romanos y ahora la tienen venecianos, en la cual todos aquellos que habían servido o combatido por el senado romano, si venían a ser viejos o quedaban lisiados de sus miembros por las armas, o por la defensión del pueblo, les daban la dicha taberna meritoria en la cual les proveían de vito e vestito. Esto alhora era bueno, que el senado cobraba fama y los combatientes tenían esta esperanza, la cual causaba en ellos ánimo y lealtad, y no solamente entonces, mas ahora se espera que se dará a las combatientes, en las cuales ha quedado el arte militar, y máxime a las que con buen ánimo han servido y sirven en esta alma ciudad, las cuales, como dije, pusieron sus personas y fatigas al carro del triunfo pasado por mantener la tierra y tenerla abastada y honrada con sus personas viniendo de lejos y luengas partidas de diversas naciones y lenguajes, que si bien se mira en ello, no hay tantos lenguajes en Babilonia, adonde yo soy estada en mi juventud. Así que, si esto se hiciese, muchas más vendrían, y sería como en las batallas cuando echan delante la gente armada, y a la postre, cuando van faltando éstos, los peones y hombres de armas, y esles fuerza pelear a ellos y a los otros que esperaban seguir vitoria que si bien vencen el campo, no hay quien lo regocije como en la de Rávena, ni quien favorezca el placer que consiguen por ser pocos y solos, que no tienen quien los ayude a levantar, y así esperan la luna de Boloña, que es como el socorro de Scalona. Así que, tornando al propósito, quiero decir que, cuando a las personas lisiadas y pobres y en senectud constitutas, no les dan el premio o mérito que merecen, serán causa que no vengan muchas que vinieron a relevar a las naturales las fatigas y cansancios y combates, y esto causará la ingratitud que con las pasadas usaron, y de aquí redundará que los galanes requieran a las casadas y a las vírgenes de esta tierra, y ellas darán de sus casas joyas, dinero y cuanto tendrán a quien las encubra y a quien las quiera, de modo que quedarán los naturales ligeros como ciervos asentados a la sombra del alcornoque, y ellas contentas y pobres, porque se quiere dejar hacer tal oficio a quien lo sabe manear.
Mamotreto XLV
Una respuesta que hace este Silvano, su conocido de la Lozana
[SILVANO.-] ¡Por mi vida, señora Lozana, que creo que si fuerais vos la misma teórica no dijerais más de lo dicho! Mas quiero que sepáis que la taberna meritoria para esas señoras ya está hecha archihospital, y la honra, ayuda y triunfo que ellas dan al senato es como el grano que siembran sobre las piedras, que como nace se seca. Y si oíste decir que antiguamente, cuando venía un romano o emperador con vitoria, lo llevaban en un carro triunfante por toda la ciudad de Roma, y esto era en gran honra, y en señal de fortaleza una corona de hojas de roble, y él asentado encima, y si alguna señal tenía de las heridas que en las batallas y combates hubiese recibido, la mostraba públicamente, de manera que entonces el carro y la corona y las heridas eran su gloria, y después su renombre, fama y gloria. ¿Qué mejor ni más largo os lo puedo yo dar a entender, señora Lozana, de lo que vos misma podéis ver? Que como se hacen francesas o grimanas, es necesario que, en muerte o en vida, vayan a Santiago de las Carretas, y allí el carro y la corona de flores y las heridas serán su mérito y renombre a las que vendrán, las cuales tomarán audibilia pro visibilia. Así que, señora Lozana, a vos no os ha de faltar sin ellas de comer, que ayer, hablando, con un mi amigo, hablamos de lo que vos alcanzáis a saber, porque me recordé cuando nos rompiste las agallas a mí y a cuantos estábamos en el banco de ginoveses.
LOZANA.- Y si entonces las agallas, ahora los agallones. Y oídme dos razones.
Mamotreto XLVI
Respuesta que da la Lozana en su laude
[LOZANA.-] Aquél es loado que mira y nota y a tiempo manifiesta. Yo he andado en mi juventud por Levante, soy estada en Nigroponte, y he visto y oído muchas cosas, y entonces notaba, y ahora saco de lo que entonces guardé. ¿No se os acuerda, cuando estaba por ama de aquel hijo de vuestro amo, qué concurrencia tenía de aquellos villanos que me tenían por médica, y venían todos a mí, y yo les decía: «andaos a vuestra casa y echaos una ayuda», y sanaban? Aconteció que una vieja había perdido una gallina que muchos días había que ponía huevos sobre una pared, y como se encocló, echose sobre ellos, y vino la vieja a mí que le dijese de aquella gallina, y yo estaba enojada, y díjele: «Andá, id a vuestra casa y traeme la yerba canilla que nace en los tejados». Y díjeselo porque era vieja, pensando que no subiría; en fin, subió y halló la gallina, y publicome que yo sabía hacer hallar lo perdido. Y así un villano perdió una borrica; vino a mí que se la encomendase, porque no la comiesen lobos. Mandele que se hiciese un cristel de agua fría, y que la fuese a buscar; él hízolo, y entrando en un higueral a andar del cuerpo, halló su borrica, y de esta manera tenía yo más presentes que no el juez. Decime, por mi vida, ¿quién es ese vuestro amigo que decís que ayer hablaba de mí? ¿Conózcolo yo? ¿Reísos? Quiérolo yo mucho porque me contrahace tan natural mis meneos y autos, y cómo quito las cejas, y cómo hablo con mi criado, y cómo lo echo de casa, y cómo le decía cuando estaba mala, «andá por esas estaciones y mirá esas putas cómo llevan las cejas», y cómo bravea él, por mis duelos, y cómo hago yo que le hayan todos miedo, y cómo lo hago moler todo el día solimán. Y el otro día no sé quién se lo dijo, que mi criado hacía quistión con tres, y yo, porque no los matase, salí y metilo en casa y cerré la puerta; y él metiose debajo del lecho a buscar la espada, y como yo estaba afanada porque se fuesen antes que él saliese, entré y busquelo, y él tiene una condición, que cuando tiene enojo, si no lo desmuele, luego se duerme, y como lo veo dormido debajo de la cama, me alegré y digo: «en este medio, los otros huirán». Y cómo lo halago que no se me vaya; y cómo reñimos porque metió el otro día lo suyo en una olla que yo la tenía media de agua de mayo y, como armó dentro por causa del agua, traía la olla colgada, y yo quise más perder la olla y el agua, que no que se le hiciese mal. Y el otro día que estaban aquí dos muchachas como hechas de oro, parece que el bellaco armó, y tal armada que todas dos agujetas de la bragueta rompió, que eran de gato soriano. Y cómo yo lo hago dormir a los pies, y él cómo se sube poco a poco, y otras mil cosas que, cuando yo lo vi contrahacerme, me parecía que yo era. Si vos lo vierais aquí cuando me vino a ver que estaba yo mala, que dije a ese cabrón de Rampín que fuese aquí a una mi vecina, que me prestase unos manteles, dijo que no los tenía; dije yo simplemente: «¡Mira qué borracha, que está ella sin manteles! Toma, ve, cómprame una libra de lino, que yo me los hilaré y así no la habré menester». Señor, yo lo dije, y él lo oyó; no fue menester más, como él a tiempo, cuando yo no pensaba en ello, me contrahízo, que quedé espantada.
Mamotreto XLVII
Cómo se despide el conocido de la señora Lozana, y le da señas de la patria del autor
[SILVANO.-] Señora Lozana, quisiera que acabáramos la materia comenzada de la meritoria, mas como no tuvo réplica mandá vuestra merced que digamos reliqua, para que se sienten y vayan reposadas donde la rueda de la carreta las acabará. Y tornando a responderos de aquel señor que de vuestras cosas hace un retrato, quiero que sepáis que soy estado en su tierra y dareos señas de ella. Es una villa cercada y cabeza de maestrazgo de Calatrava, y antiguamente fue muy gran ciudad, dedicada al dios o planeta Marte. Como dice Apuleyo, cuando el planeta Mercurio andaba en el cielo, al dios Marte aquella peña era su trono y ara, de donde tomó nombre la Peña de Marte, y, al presente, de los Martos, porque cada uno de los que allí moran son un Marte en batalla, que son hombres inclinados al arte de la milicia y a la agricultura, porque remedan a los romanos, que reedificaron donde ahora se habita, al pie de la dicha peña, porque allí era sacrificado el dios de las batallas. Y así son los hombres de aquella tierra muy actos para armas, como si oíste decir lo que hicieron los Cobos de Martos en el reino de Granada, por tanto que decían los moros que el Cobo viejo y sus cinco hijos eran de hierro y aun de acero, bien que no sabían la causa del planeta Marte, que en aquella tierra reinaba de nombre y de hecho, porque allí puso Hércules la tercera piedra o colona, que al presente es puesta en el templo; hallose el año MDIV. Y la Peña de Martos nunca la pudo tomar Alejandro Magno ni su gente, porque es inexpuñábile a quien la quisiese por fuerza; ha sido siempre honra y defensión de toda Castilla. En aquella tierra hay las señales de su antigua grandeza en abundancia. Esta fortísima peña es tan alta que se ve Córdoba, que está catorce leguas de allí. Ésta fue sacristía y conserva cuando se perdió España, al pie de la cual se han hallado ataúdes de plomo y marmóreos escritos de letras góticas y egipciacas, y hay una puerta que se llama la Puerta del Sol, que guarda al oriente, dedicada al planeta Febo. Hay otra puerta, la Ventosilla, que quiere decir que allí era la silla del solícito elemento Mercurio, y la otra, puerta del Viento, dedicada a este tan fuerte elemento aéreo; por tanto, el fortísimo Marte dedicó a este elemento dos puertas que guardasen su altar. Todas dos puertas de Mercurio guardan al poniente. Hay un albollón, que quiere decir salida de agua, al baluarte donde reposa la diosa Ceresa. Hay dos fortalezas, una en la altísima peña y otra dentro de la villa, y el Almedina, que es otra fortaleza, que hace cuarenta fuegos, y la villa de Santa María, que es otra fortaleza que hace cien fuegos, y toda la tierra hace mil quinientos, y tiene buenos vinos torronteses y albillos y aloques; tiene gran campiña, donde la diosa Ceresa se huelga; tiene monte, donde se coge mucha grana, y grandes términos y muy buenas aguas vivas. Y en la plaza, un altar de la Madalena, y una fuente, y un alamillo, y otro álamo delante de la puerta de una iglesia, que se llama la solícita y fortísima y santísima Marta, huéspeda de Cristo. En esta iglesia está una capilla que fue de los Templares, que se dice de San Benito; dicen que antiguamente se decía Roma la Vieja. Todas estas cosas demuestran su antigua grandeza, máxime que todas las ciudades famosas del Andalucía tienen la puerta Martos, que dice su antigua fortaleza, salvo Granada, porque mudó la puerta Elvira. Tiene ansimismo una fuente marmórea, con cinco pilares, a la puerta de la villa, edificada por arte mágica en tanto espacio cuanto cantó un gallo, el agua de la cual es salutífera; está en la vía que va a la ciudad de Mentesa, alias Jaén. Tiene otra al pie de Malvecino, donde Marte abrevaba sus caballos, que ahora se nombra la fuente Santa Marta, salutífera contra la fiebre. La mañana de San Juan sale en ella la cabelluda, que quiere decir que allí muchas veces apareció la Madalena, y más arriba está la peña la Sierpe, donde se ha visto Santa María defensora, la cual allí miraculosamente mató un ferocísimo serpiente, el cual devoraba los habitadores de la ciudad de Marte, y ésta fue la principal causa de su despoblación. Por tanto, el templo lapídeo y fortísima ara de Marte fue y es al presente consagrado a la fortísima Santa Marta, donde los romanos, por conservar sus mujeres en tanto que ellos eran a las batallas, otra vez la fortificaron, de modo que toda la honestidad y castidad y bondad que han de tener las mujeres, la tienen las de aquel lugar, porque traen el origen de las castísimas romanas, donde muchas y muchas son de un solo marido contentas. Y si en aquel lugar, de poco acá, reina alguna invidia o malicia, es por causa de tantos forasteros que corren allí por dos cosas: la una, porque redundan los torculares y los copiosos graneros, juntamente con todos los otros géneros de vituallas, porque tiene cuarenta millas de términos, que no le falta salvo tener el mar a torno; la segunda, que en todo el mundo no hay tanta caridad, hospitalidad y amor proximal cuanta en aquel lugar, y cáusalo la caritativa huéspeda de Cristo. Allí poco lejos está la sierra de Ailló, antes de Alcahudete.
LOZANA.- Alcahudete, el que hace los cornudos a ojos vistas.
SILVANO.- Finalmente, es una felice patria donde, siendo el rey, personalmente mandó despeñar los dos hermanos Carvajales, hombres animosísimos, acusados falsamente de tiranos, la cuya sepultura o mausoleo permanece en la capilla de Todos los Santos, que antiguamente se decía la Santa Santorum, y son en la dicha capilla los huesos de fortísimos reyes y animosos maestres de la dicha orden de Calatrava.
LOZANA.- Señor Silvano, ¿qué quiere decir que el autor de mi retrato no se llama cordobés, pues su padre lo fue, y él nació en la diócesi?
SILVANO.- Porque su castísima madre y su cuna fue en Martos y, como dicen: «no donde naces sino con quien paces». Señora Lozana, veo que viene gente, y si estoy aquí os daré empacho. Dadme licencia, y mirá cuándo mandáis que venga a serviros.
LOZANA.- Mi señor, no sea mañana ni el sábado, que tendré prisa, pero sea el domingo a cena y todo el lunes, porque quiero que me leáis, vos que tenéis gracia, las coplas de Fajardo y la comedia Tinalaria y a Celestina, que huelgo de oír leer estas cosas mucho.
SILVANO.- ¿Tiénela vuestra merced en casa?
LOZANA.- Señor, vedla aquí, mas no me la leen a mi modo, como haréis vos. Y traé vuestra vihuela y sonaremos mi pandero.
SILVANO.- Contemplame esa muerte.
Mamotreto XLVIII
Cómo vinieron diez cortesanas a se afeitar, y lo que pasaron, y después otras dos, casadas, sus amigas, camiseras
DOROTEA.- ¡Señora Lozana, más cara sois vos de haber, que la muerte cuando es deseada! Mirá cuántas venimos a serviros, porque vos no os dejáis ver después que os enriquecisteis, y habemos de comer y dormir todas con vos.
LOZANA.- ¡Sea norabuena, que «cuando amanece, para todo el mundo amanece»! ¿Quién diría de no a tales convidadas? ¡Por mi vida, que se os parece que estáis pellejadas de mano de otra que de la Lozana! Así lo quiero yo, que me conozcáis, que pagáis a otra bien por mal pelar. ¡Por vida de Rampín, que no tengo de perdonar a hija de madre, sino que me quiero bien pagar! ¡Mirá qué ceja ésta, no hay pelo con pelo! ¡Y quién gastó tal ceja como ésta, por vida del rey, que merecía una cuchillada por la cara porque otra vuelta mirara lo que hacía! ¡Mirá si hubiera un mes que yo estuviera en la cama, cuando en quince días os han puesto del lodo! Y vos, señora, ¿qué paño es ese que tenéis? Esa agua fuerte y solimán crudo fue. Y vuestra prima, ¿qué es aquello, que todos los cabellos se le salen? ¡La judía anda por aquí! No me curo, que por eso se dice: «a río vuelto, ganancia de pescadores». Vení acá vos. ¿Qué manos son ésas? Entrá allá y dame aquel botecillo de oro. ¡Y manos eran éstas para dejar gastar! Tomá y tenedlo hasta mañana y veréis qué manos sacaréis el domingo. Si estuviera aquí mi criado, enviara a comprar ciertas cosas para vosotras. Mas torná por aquí, que yo lo enviaré a comprar si me dejáis dineros, que, a deciros la verdad, éstos que me habéis dado, bien los he ganado, y aún es poco que, cuando os afeito cada sábado, me dais un julio y ahora merecía dos, por haber enmendado lo que las otras os gastaron.
TERESA NARBÁEZ.- Mirá bien y contá mejor, que no hay entre todas nosotras quien os haya dado menos de dos.
LOZANA.- Bien, mas no contáis vosotras lo que yo he puesto de mi casa. A vos, aceite de adormideras y olio de almendras amargas perfectísimo, y a ella, unto de culebra, y a cada una segundo vi que tenía menester, por mi honra, que quiero que las que yo afeito vayan por todo el mundo sin vergüenza y sean miradas. ¡Por el siglo de vuestro padre, señora Dorotea!, ¿qué os parece qué cara llevan todas? Y a vos, ¿cómo se os ha pasado el fuego que traíais en la cara con el olio de calabaza que yo os puse? Id en buena hora, que no quiero para con vosotras estar en un ducado, que otro día lo ganaré que vendréis mejor apercibidas.
NARBÁEZ.- ¡Oh, qué cara es este diablo! ¡Ésta y nunca más! Si las jodías me pelan por medio carlín, ¿por qué ésta ha de comer de mi sudor? ¡Pues antes de un año Teresa Narbáez quiere saber más que no ella!
LOZANA.- ¿Quién son éstas que vienen a la romanesca? ¡Ya, ya, acá vienen!
LEONOR.- Abrí, puta vieja, que a saco os tenemos de dar. ¿Paréceos bien que ha un mes que no visitáis a vuestras amigas? En puntos estamos de daros de masculillo. ¡Ay, qué gorda está esta putana! Bien parece que come y bebe y triunfa, y tiene quien bien la cabalgue para el otro mundo.
LOZANA.- Tomá una higa, porque no me aojéis. ¿Qué viento fue este que por acá os echó? Mañana quería ir a Pozo Blanco a veros.
LEONOR.- Mirá, hermana, tenemos que ir a unas bodas de la hija de Paniagua con el Izquierdo, y no valemos nada sin ti. Tú has de poner aquí toda tu ciencia. Y más, que no puedo comportar a mi marido los sobacos. Dame cualque menjurje que le ponga, y vézanos a mí y a esta mi prima cómo nos rapemos los pendejos, que nuestros maridos lo quieren así, que no quieren que parezcamos a las romanas, que jamás se lo rapan, y págate a tu modo. Ves aquí cinco julios y después te enviaremos el resto.
LOZANA.- Las romanas tienen razón, que no hay en el mundo mujeres tan castas ni tan honestas. Andá, quitá allá vuestros julios, que no quiero de vosotras nada. Enviá a comprar lo que es necesario y dejá poner a mí el trabajo.
LEONOR.- Pues sea así, enviemos a vuestro mozo que lo compre.
LOZANA.- Bien será menester otro julio, que no se lo darán menos de seis.
LEONOR.- Tomá, veis ahí, vaya presto.
LOZANA.- ¿Cómo estáis por allá?, que acá muy ruinmente lo pasamos. Por mí lo digo, que no gano nada. Mejor fuera que me casara.
LEONOR.- ¡Ay, señora, no lo digáis, que sois reina así como estáis! ¿Sabéis qué decía mi señor padre, en requia sea su alma?: que la mujer que sabía tejer era esclava a su marido, y que el marido no la había de tener sujeta sino en la cama. Y con esto nos queremos ir, que es tarde, y el Señor os dé salud a vos y a Rampín, y os lo deje ver barrachel de campaña, amén.
LOZANA.- Así veáis de lo que más queréis, que si no fuera aquella desgracia que el otro día le vino, ya fuera él alcalde de la hermandad de Velitre. Y si soy viva el año que viene, yo lo haré porquerón de Bacano, que no le falta ánimo y manera para ser eso y más. Andad sanas y encomendame toda la ralea.
Mamotreto XLIX
Cómo vinieron a llamar a la Lozana que fuese a ver un gentilhombre nuevamente venido, que estaba malo, y dice ella entre sí, por las que se partieron
[LOZANA.-] Yo doy muchas gracias a Dios porque me formó en Córdoba más que en otra tierra, y me hizo mujer sabida y no bestia, y de nación española y no de otra. Miradlas cuáles van después de la Ceca y la Meca y la Val de Andorra. Por eso se dice: «sea marido aunque sea de palo, que por ruin que sea, ya es marido». Estas están ricas, y no tienen sus maridos, salvo el uno una pluma y el otro una aguja; y trabajan de día y de noche, porque se den sus mujeres buen tiempo, y ellos trampear, y de una aguja hacen tres y ellas al revés. Yo me recuerdo haber oído en Levante a los cristianos de la cintura, que contaban cómo los moros reprehendían a los cristianos en tres cosas: la primera, que sabían escribir y daban dineros a notarios y a quien escribiese sus secretos; y la otra, que daban a guardar sus dineros y hacían ricos a los cambiadores; la otra, que hacían fiesta la tercia parte del año, las cuales son para hacer al hombre siempre en pobreza y enriquecer a otra que se ríe de gozar lo ajeno. Y no me curo, porque, como dicen: «no hay cosa nueva debajo del sol». Querría poder lo que quiero, pero, como dijo Séneca: «gracias hago a esta señal que me dio mi fortuna, que me constriñe a no poder lo que no debo de querer», porque de otra manera yo haría que me mirasen con ojos de alinde.
RAMPÍN.- ¿Qué hacéis? Mirá, que os llama un mozo de un novicio bisoño.
LOZANA.- Vení arriba, mi alma. ¿Qué buscáis?
HERJETO.- Señora, a vuestra merced, porque su fama vuela.
LOZANA.- ¿De qué modo, por vida de quien bien queréis? Que vos nunca os hiciste sosegadamente, que el aire os lo da, y si no, os diese cien besos en esos ojos negros. Mi rey, decime, ¿y quién os dijo mal de mí?
HERJETO.- Señora, en España nos dijeron mil bienes de vuestra merced, y en la nao unas mujeres que tornan acá con unas niñas que quedan en Civitavieja; y ellas vezan a las niñas vuestro nombre porque, si se perdieren, que vengan a vos, porque no tienen otro mamparo, y vienen a ver el año santo, que, según dicen, han visto dos, y con éste serán tres, y creo que esperarán el otro por tornar contentas.
LOZANA.- Deben de ser mis amigas y por eso saben que mi casa es alhóndiga para servirlas, y habrán dicho su bondad.
HERJETO.- Señora Lozana, mi amo viene de camino y no está bueno. Él os ruega que le vais a ver, que es hombre que pagará cualquier servicio que vuestra merced le hiciere.
LOZANA.- Vamos, mi amor. A vos digo, Rampín, no os partáis, que habéis de dar aquellos trapos a la galán portuguesa.
RAMPÍN.- Sí haré, vení presto.
LOZANA.- Mi amor, ¿dónde posáis?
HERJETO.- Señora, hasta ahora yo y mi amo habemos posado en la posada del señor don Diego o Santiago a dormir solamente, y comer en la posada de Bartoleto, que siempre salimos suspirando de sus manos, pero tienen esto, que siempre sirven bien. Y allí es otro Estudio de Salamanca, y otra Sapiencia de París, y otras Gradas de Sevilla, y otra Loja de Valencia, y otro Drageto a Rialto en Venecia, y otra barbería de cada tierra, y otro Chorrillo de Nápoles, que más nuevas se cuentan allí que en ninguna parte de estas que he dicho, por muchas que se digan en Bancos. En fin, hemos tenido una vita dulcedo, y ahora mi amo está aquí en casa de una que creo que tiene bula firmada de la cancillería de Valladolid para decir mentiras y loarse y decir qué fue y qué fue y, voto a Dios, que se podía decir de quince años como Elena.
LOZANA.- ¿Y a qué es venido vuestro amo a esta tierra?
HERJETO.- Señora, por corona. Decime, señora, ¿quién es aquella galán portuguesa que vos dijiste?
LOZANA.- Fue una mujer que mandaba en la mar y en la tierra, y señoreó a Nápoles, tiempo del Gran Capitán, y tuvo dineros más que no quiso, y vesla allí asentada demandando limosna a los que pasan.
HERJETO.- Aquella es; temor me pone a mí, cuanto más a las que así viven. Y mirá, señora Lozana, como dicen en latín: Non praeposuerunt Deum ante conspectum suum, que quiere decir que no pusieron a Dios las tales delante a sus ojos. Y nótelo vuestra merced esto.
LOZANA.- Sí haré. Entremos presto, que tengo que hacer. ¿Aquí posáis, casa de esa puta vieja lengua de oca?
HERJETO.- Doña Inés, zagala como espada del Cornadillo.
LOZANA.- ¡Ésta sacó de pila a la doncella Teodor!
Mamotreto L
Cómo la Lozana va a ver a este gentilhombre, y dice subiendo
[LOZANA.-] «Más sabe quien mucho anda que quien mucho vive», porque quien mucho vive cada día oye cosas nuevas, y quien mucho anda ve lo que ha de oír. ¿Es aquí la estancia?
HERJETO.- Señora, sí, entrá en aquella cámara, que está mi amo en el lecho.
LOZANA.- Señor mío, no conociéndoos quise venir por ver gente de mi tierra.
TRUJILLO.- Señora Lozana, vuestra merced me perdone, que yo había de ir a humillarme delante de vuestra real persona, y la pasión corporal es tanta que puedo decir que es interlineal. Y por esto me atreví a suplicarla me visitase malo porque yo la visite a ella cuando sea bueno, y con su visitación me sane. ¡Va, tú, compra confites para esta señora!
LOZANA.- ¡Nunca en tal me vi! Mas veré en qué paran estas longuerías castellanas.
TRUJILLO.- Señora, alléguese acá y le contaré mi mal.
LOZANA.- Diga, señor, y en lo que dijere veré su mal, aunque debe ser luengo.
TRUJILLO.- Señora, más es ancho que luengo. Yo, señora, oí decir que vuestra casa era aduana y, para despachar mi mercancía, quiero ponerla en vuestras manos para que entre esas señoras, vuestras contemporáneas, me hagáis conocer para desempachar y hacer mis hechos; y como yo, señora, no estoy bueno muchos días ha, habéis de saber que tengo lo mío tamaño y, después que viniste, se me ha alargado dos o tres dedos.
LOZANA.- ¡En boca de un perro! Señor, si el mal que vos tenéis es natural, no hay ensalme para él, mas si es accidental, ya se remediará.
TRUJILLO.- Señora, querría aduanarlo por no perderlo; meté la mano y veréis si hay remedio.
LOZANA.- ¡Ay, triste! ¿de verdad tenéis esto malo? ¡Y cómo está valiente!
TRUJILLO.- Señora, yo he oído que tenéis vos muy lindo lo vuestro y quiérolo ver por sanar.
LOZANA.- ¡Mis pecados me metieron aquí! Señor, si con verlo entendéis sanar, veislo aquí; mas a mí porque vine, y a vos por cuerdo, nos habían de escobar.
TRUJILLO.- Señora, no hay que escobetear, que mi huéspeda escobeteó esta mañana mi ropa. Lléguese vuestra merced acá, que se vean bien, porque el mío es tuerto y se despereza.
LOZANA.- Bien se ven si quieren.
TRUJILLO.- Señora, bésense.
LOZANA.- Basta haberse visto.
TRUJILLO.- Señora, los tocos y el tacto es el que sana, que así lo dijo Santa Nefija, la que murió suave.
Mamotreto LI
Cómo se fue la Lozana corrida, y decía muy enojada
[LOZANA.-] Esta venida a ver este guillote me pondrá escarmiento para cuanto viviere. «Nunca más perro a molino», porque era más el miedo que tenía yo que no el gozo que hube, que no osaba ni sabía a qué parte me echase. Este fue el mayor aprieto que en mi vida pasé; no querría que se supiese por mi honra. ¡Y dicen que vienen de España muy groseros! ¡A fe, éste más supo que yo! Es trujillano, por eso dicen: «perusino en Italia y trujillano en España, a todas naciones engaña». Este majadero ha querido descargar en mí por no pagar pontaje, y veréis que a todas hará de esta manera, y a ninguna pagará: yo callaré por amor del tiempo. ¡La vejez de la pimienta le venga! Engañó a la Lozana, como que fuera yo Santa Nefija, que daba a todos de cabalgar en limosna. ¡Pues no lo supiera así urdir Hernán Centeno! Si yo esto no lo platicase con alguno, no sería ni valdría nada si no lo celebrásemos al dios de la risa, porque yo sola me sonrío toda de cómo me tomó a manos. Y mirá que si yo entendiera a su criado, bien claro me lo dijo, que bien mirado, ¿qué me podía a mí dar uno que es estado en la posada del señor don Diego, sino fruta de hospital pobre? En fin, «la codicia rompe el saco». Otro día no me engañaré, aunque bien me supo; mas quisiera comer semejante bocado en placer y en gasajo. Pedro de Urdemalas no supiera mejor enredar como ha hecho este bellacazo, desflorador de coños. Las paredes me metió adentro. Así me vea yo gran señora, que pensé que tenía mal en lo suyo, y dije: «aquí mi ducadillo no me puede faltar», y él pensaba en otro. No me curo, que en él va el engaño, pues me quedan las paredes enhiestas. Quiero pensar qué diré a mi criado para que mire por él, mas no lo vi vestido. ¿Qué señas daré de él, salvo que a él le sobra en la cara lo que a mí me falta?
RAMPÍN.- Caminá, que es venida madona Divicia, que viene de la feria de Requenate y trae tantos cuchillos que es una cosa de ver.
LOZANA.- ¿Qué los quiere hacer?
RAMPÍN.- Dice que gratis se los dieron, y gratis los quiere dar.
LOZANA.- ¿Veis aquí?, «lo que con unos se pierde con otros se gana».
Mamotreto LII
Cómo la Lozana encontró, antes que entrase en su casa, con un vagamundo llamado Sagüeso, el cual tenía por oficio jugar y cabalgar de balde, y dice
SAGÜESO.- Si como yo tengo a Celidonia, la del vulgo, de mi mano, tuviese a esta traidora colmena de putas, yo sería duque del todo, mas aquel acemilón de su criado es causa que pierda yo y otros tales el susidio de esta alcatara de putas y alcancía de bobas y alambique de cortesanas. Juro a Dios que la tengo de hacer dar a los leones, que quiero decir que Celidonia sabe más que no ella, y es más rica y vale más, aunque no es maestra de enjambres.
LOZANA.- ¿Dónde vais vos por aquí? ¿Hay algo que malsinar o que baratar? Ya es muerto el duque Valentín, que mantenía los haraganes y vagabundos.
SAGÜESO.- Señora Lozana, siempre lo tuviste de decir lo que queréis. Es porque demostráis el amor que tenéis a vuestros servidores, máxime a quien os desea servir hasta la muerte. Vengo que me arrastran estas cejas.
LOZANA.- Ahora te creo menos. Yo deseo ver dos cosas en Roma antes que muera: y la una es que los amigos fuesen amigos en la prosperidad y en la adversidad, y la otra, que la caridad sea ejercitada y no oficiada, porque, como veis, va en oficio y no en ejercicio, y nunca se ve sino escrita o pintada o por oídas.
SAGÜESO.- En eso y en todo tenéis razón. Mas ya me parece que la señora Celidonia os sobrepuja casi en el todo porque en el vulgo no hay casa tan frecuentada como la suya, y está rica que no sabe lo que tiene, que ayer solamente, porque hizo vender un sueño a uno, le dieron de corretaje cuatro ducados.
LOZANA.- ¿Sabes con qué me consuelo? Con lo que dijo Rampín, mi criado: que en dinero y en riquezas me pueden llevar, mas no en linaje ni en sangre.
SAGÜESO.- Voto a mí que tenéis razón, mas para saberlo cierto será menester sangrar a las dos, para ver cuál es mejor sangre. Pero una cosa veo: que tiene gran fama, que dicen que no es nacida ni nacerá quien se le pueda comparar a la Celidonia, porque Celestina la sacó de pila.
LOZANA.- De eso me querría yo reír, de la puta cariacochillada en la cuna, que no me fuese a mí tributaria la puta vieja octogenaria. Será menester hacer con ella como hicieron los romanos con el pópulo de Jerusalén.
SAGÜESO.- ¿Qué, por vuestra vida, señora Lozana?
LOZANA.- Cuando los romanos vencieron y señorearon toda la tierra de Levante, ordenaron que, en señal de tributo, les enviasen doce hijos primogénitos, los cuales, viniendo muy adornados de joyas y vestidos, traían sus banderas en las manos y por armas un letrero que decía en latín: Quis mayor unquam Israel?, y así lo cantaban los niños hierosolimitanos. Los romanos, que sintieron la canción, hicieron salir sus niños vestidos a la antigua y con las banderas del Senado en las manos y como los romanos no tenían sino una cruz blanca en campo rojo, que Constantino les dio por armas, hacen poner debajo de la cruz una S y una Pque y una R, de manera que, como ellos decían, ¿quién fue jamás mayor que el pueblo israelítico? Estos otros les respondieron con sus armas diciendo: «Senatus Populusque Romanus». Así que, como vos decís, que quién se halla mayor que la Celidonia, yo digo: Lozana y Rampín en Roma.
SAGÜESO.- ¡Por vida del gran maestro de Rodas, que me convidéis a comer sólo por entrar debajo de vuestra bandera!
LOZANA.- ¿Por qué no? Entrá en vuestra casa y mía, y de todos los buenos, que más ventura tenéis que seso; pero entrá cantando: «¿Quién mayor que la Celidonia?: Lozana y Rampín en Roma».
SAGÜESO.- Soy contento, y aun bailar como oso en colmenar, alojado a discreción.
LOZANA.- ¡Calla, loco, cascos de agua, que está arriba madona Divicia, y alojarás tu caballo!
SAGÜESO.- Beso las manos de sus alfardillas que, voto a Dios, que os arrastra la caridad como gramalla de luto.
LOZANA.- Y a ti la ventura, que naciste de pies.
SAGÜESO.- ¡Voto a mí que nací con lo mío delante!
LOZANA.- Bien se te parece en ese remolino. Cierra la puerta y sube pasico, y ten discreción.
SAGÜESO.- Así goce yo de vos, que esta mañana me la hollé, que me sobra y se me cae a pedazos.
Mamotreto LIII
Lo que pasa entre todos tres, y dice la Lozana a Divicia
[LOZANA.-] ¡Ay, cómo vienes fresca, puta! ¿Haste dado solacio y buen tiempo por allá? Y los dientes de plata, ¿qué son de ellos?
DIVICIA.- Aquí los traigo en la bolsa, que me hicieron éstos de hueso de ciervo, y son mejores, que como con ellos.
LOZANA.- ¡Por la luz de Dios, que se te parece la feria! ¿Chamelotes son esos o qué?
DIVICIA.- Mira, hermana, más es el deseo que traigo de verte que cuanto gané. Siéntate y comamos, que por el camino coheché estas dos liebres. Dime, hermana, ¿quién es éste que sube?
LOZANA.- Un hombre de bien, que comerá con nosotras.
SAGÜESO.- Esté norabuena esta galán compañía.
LOZANA.- ¡Mira, Sagüeso, qué pierna de puta y vieja!
DIVICIA.- ¡Está queda, puta Lozana, que no lo conozco, y quieres que me vea!
LOZANA.- ¡Mira qué ombligo! ¡Por el siglo de tu padre, que se lo beses! ¡Mira qué duro tiene el vientre!
SAGÜESO.- Como hierba de cien hojas.
LOZANA.- ¡Mira si son sesenta años éstos!
DIVICIA.- Por cierto que paso, que cuando vino el rey Carlo a Nápoles, que comenzó el mal incurable el año de mil cuatrocientos ochenta y ocho, vine yo a Italia, y ahora estoy consumida de cabalgar, que jamás tengo ya de salir de Roma sino para mi tierra.
LOZANA.- ¡Andá, puta refata! ¿Ahora quieres ir a tu tierra a que te digan puta jubilada? Y no querrán que traigas mantillo sino bernia. Gózate, puta, que ahora viene lo mejor; y no seas tú como la otra que decía, después de cuarenta años que había estado a la mancebía: «si de aquí salgo con mi honra, nunca más al burdel, que ya estoy harta».
SAGÜESO.- Ahora está vuestra merced en la adolescencia, que es cuando apuntan las barbas, que en vuestra puericia otra gozó de vos, y ahora vos de nos.
DIVICIA.- ¡Ay, señor, que tres enfermedades que tuve siendo niña me desmedraron! Porque en Medina ni en Burgos no había quien se me comparase; pues en Zaragoza más ganaba yo que puta que fuese en aquel tiempo, que por excelencia me llevaron al públique de Valencia, y allí combatieron por mí cuatro rufianes y fui libre; y desde entonces tomé reputación y, si hubiese guardado lo ganado, tendría más riquezas que Feliciana.
SAGÜESO.- Harta riqueza tenéis, señora, en estar sana.
LOZANA.- ¡Yo quería saber cuánto tiempo ha que no comí salmorejo mejor hecho!
SAGÜESO.- ¡De tal mano está hecho! ¡Y por Dios, que no me querría morir hasta que comiese de su mano una capirotada o una lebrada! Aunque en esta tierra no se toma sabor en el comer ni en el joder, que en mi tierra es más dulce que el cantar de la serena.
DIVICIA.- Pues yo os convido para mañana.
SAGÜESO.- Mi sueño ensuelto.
LOZANA.- ¿Quiéreslo vender?
SAGÜESO.- ¡No, voto a Dios!
LOZANA.- Guarda, que tengo buena mano, que el otro día vino aquí un escobador de palacio y dijo que soñó que era muerto un canónigo de su tierra, y estaba allí un solicitador, e hice yo que se lo comprase, y que le dijese el nombre del canónigo que soñó, y fue el solicitador y demandó este canonigado, y diéronselo, y al cabo de quince días vino el aviso al escobador, y teníalo ya el otro y quedose con él, y yo con una caparela.
SAGÜESO.- Déjame beber y después hablaremos.
LOZANA.- Siéntate para beber, que te temblarán las manos.
SAGÜESO.- ¿Y de eso viene el temblar de las manos? No lo sabía. Y cuando tiembla la cabeza, ¿de qué viene?
LOZANA.- Eso viene de hacer aquella cosa en pie.
SAGÜESO.- ¡Oh, pese a tal! ¿Y si no puede haberlo el hombre de otra manera?
LOZANA.- Dime, Sagüeso, ¿por qué no estás con un amo, que te haría bien?
SAGÜESO.- ¿Qué mejor amo que tenerlos a todos por señores, y a vos y a las putas por amas que me den leche, y yo a ellas suero? Yo, señora Lozana, soy gallego y criado en mogollón, y quiero que me sirvan a mí, y no servir a quien cuando esté enfermo me envíe al hospital. Que yo me sé ir sin que me envíen. Yo tengo en Roma sesenta canavarios por amigos, que es revolución por dos meses.
LOZANA.- Mira cómo se te durmió Divicia encima de la pierna.
SAGÜESO.- Mirá la mano donde la tiene.
LOZANA.- Fuésele ahí; es señal de que te quiere bien. Tómala tú y llévala a esa otra cámara y échala sobre el lecho, que su usanza es dormir sobre el pasto. Espera, te ayudaré yo, que pesa.
SAGÜESO.- ¡Oh, pese a mí; y pensáis que no me la llevaré espetada, por más pesada que sea! Cuanto más que estoy tan usado que se me antoja que no pesa nada. ¿Cómo haré, señora Lozana, que me duermo todo? ¿Queréis que me entre en vuestra cámara?
LOZANA.- Echate cabe ella, que no se espantará.
SAGÜESO.- Mirá que me llaméis, porque tengo de ir a nadar, que tengo apostado que paso dos veces el río sin descansar.
LOZANA.- Mira no te ahogues, que este Tíber es carnicero como Tormes, y paréceme que tiene éste más razón que no el otro.
SAGÜESO.- ¿Por qué éste más que los otros?
LOZANA.- Has de saber que esta agua que viene por aquí era partida en muchas partes, y el emperador Temperio quiso juntarla y que viniese toda junta, y por más excelencia quiso hacer que jamás no se perdiese ni faltase tan excelente agua a tan magnífica ciudad. E hizo hacer un canal de piedras y plomo debajo, a modo de artesa, e hizo que de milla a milla pusiesen una piedra, escrita de letras de oro su nombre, Temperio, y andaban dos mil obreros en la labor cada día. Y como los arquimaestros fueron a la fin, que llegaban a Ostia Tiberina, antes que acabasen, vinieron que querían ser pagados. El emperador mandó que trabajasen fin a entrar en la mar; ellos no querían porque, si acababan, dubitaban lo que les vino, y demandaron que se les diese su hijo primogénito, llamado Tiberio, de edad de dieciocho años, porque de otra manera no les parecía estar seguros. El emperador se lo dio y por otra parte mandó soltar las aguas, y así el agua con su ímpetu los ahogó a maestros y laborantes y al hijo, y por esto dicen que es y tiene razón de ser carnicero Tíber a Tiberio. Por eso, guárdate de nadar, no pagues la manifactura.
SAGÜESO.- Eso que está escrito no creo que lo leyese ningún poeta, sino vos, que sabéis lo que está en las honduras, y Lebrija, lo que está en las alturas, excepto lo que estaba escrito en la fuerte Peña de Martos, y no alcanzó a saber el nombre de la ciudad que fue allí edificada por Hércules, sacrificando al dios Marte, y de allí le quedó el nombre de Martos a Marte fortísimo. Es esta peña hecha como un huevo, que ni tiene principio ni fin; tiene medio como el planeta que se le atribuye estar en medio del cielo, y señorear la tierra, como al presente, que no reina otro planeta en Italia. Mas vos que sabéis, decime: ¿qué hay debajo de aquella peña tan fuerte?
LOZANA.- En torno de ella te diré que no hay cosa mala de cuantas Dios crió sobre la tierra, porque en todas las otras tierras hay en parte lo que allí hay junto, como podrás ver si vas allá, que es buena tierra para forasteros como Roma.
SAGÜESO.- Todo me duermo, perdoname.
LOZANA.- Guarda, no retoces esa rapaceja.
SAGÜESO.- ¡Cómo duerme su antigüedad!
LOZANA.- Quiero entender en hacer aguas y olios, porque mañana no me darán hado ni vado, que se casan ocho putas, y Madona Septuaginta querrá que yo no me parta de ella para decirle lo que tiene de hacer. Ya es tarde, quiero llamar aquel cascafrenos, porque, como dicen: «al bueno porque te honren y a este tal porque no me deshonre», que es un atreguado y se sale con todo cuanto hace. Ya me parece que los siento hablar.
DIVICIA.- ¡Ay, Sagüeso!, ¿qué me has hecho, que dormía?
SAGÜESO.- De cintura arriba dormíais, que estabais quieta.
DIVICIA.- «La usanza es casi ley»; soy usada a mover las partes inferiores en sintiendo una pulga.
SAGÜESO.- ¡Oh, pese al verdugo!, ¿y arcando con las nalgas ojeáis las pulgas?
DIVICIA.- Si lo que me hiciste durmiendo me quieres reiterar yo te daré un par de cuchillos que en tu vida los viste más lindos.
SAGÜESO.- Sé que no soy de acero; mostrá los cuchillos.
DIVICIA.- Veslos aquí, y si tú quieres, en tanto que no tienes amo, ven, que yo te haré triunfar, y mira por mí y yo por lo que tú has menester.
SAGÜESO.- ¿Os contento donde os llego? No será hombre que así os dé en lo vivo como yo. Quedá norabuena. ¡Señora Lozana!, ¿mandáis en qué os sirva?
LOZANA.- Que no nos olvidéis.
DIVICIA.- No hará, que yo le haré venir aunque esté en cabo del mundo.
LOZANA.- Siéntate, puta hechicera, que más vendrá por comer que por todos tus encantos.
Mamotreto LIV
Cómo platicaron la Lozana y Divicia de muchas cosas
LOZANA.- ¡Oh, Divicia! ¿Oíste nunca decir «entre col y col, lechuga»? ¿Sabes qué quiere decir?: afanar y guardar para la vejez, que «más vale dejar en la muerte a los enemigos, que no demandar en la vida a los amigos».
DIVICIA.- ¿Qué quieres decir?
LOZANA.- Quiero decir que un hortolano ponía en una haza coles, y las coles ocupaban todo el campo, y vino su mujer y dijo: «Marido, entre col y col, lechuga, y así este campo nos frutará lo que dos campos nos habían de frutar». Quiero decir que vos no deis lo que tenéis, que si uno no os paga, que os hagáis pagar de otro doblado, para que el uno frute lo que el otro goza. ¿Qué pensáis vos que ha de hacer aquel enaciado de aquellos cuchillos? Jugarlos ha, y así los perderéis.
DIVICIA.- No perderé, que en los mismos cuchillos van dichas tales palabras que él tornará.
LOZANA.- ¡Ándate ahí, puta de Tesalia, con tus palabras y hechizos!, que más sé yo que no tú ni cuantas nacieron, porque he visto moras, judías, cíngaras, griegas y cecilianas, que éstas son las que más se perdieron en éstas cosas y vi yo hacer muchas cosas de palabras y hechizos, y nunca vi cosa ninguna salir verdad, sino todo mentiras fingidas. Y yo he querido saber y ver y probar como Apuleyo, y en fin hallé que todo era vanidad y cogí poco fruto, y así hacen todas las que se pierden en semejantes fantasías. Decime, ¿por qué pensáis que las palabras vuestras tienen efecto, y lleváselas el viento? Decime, ¿para qué son las plumas de las aves sino para volar? Quitadlas y ponéoslas vos, veamos si volaréis. Y así las palabras dichas de la boca de una obstinada vieja antigualla como vos. Decime, ¿no decís que os aconteció ganar en una noche ciento y dieciocho cuartos abrochados? ¿Por qué no les dijiste esas palabras, para que tornasen a vos sin ganarlos otra vez?
DIVICIA.- ¿Y vos los pelos de las cejas, y decís las palabras en algarabía, y el plomo con el cerco en tierra, y el orinal y la clara del huevo, y dais el corazón de la gallina con agujas y otras cosas semejantes?
LOZANA.- A las bobas se da a entender esas cosas, por comerme yo la gallina. Mas por eso vos no habéis visto que saliese nada cierto, sino todo mentira, que si fuera verdad, más ganara que gallina. Mas si pega, pega.
DIVICIA.- Quítame este pegote o jáquima, que el barboquejo de la barba yo me lo quitaré.
LOZANA.- Pareces borrica enfrenada.
DIVICIA.- Acaba presto, puta, que me muero de sed.
LOZANA.- No bebas de esa, que es del pozo.
DIVICIA.- ¿Qué se me da?
LOZANA.- Porque todos los pozos de Roma están entredichos, a efecto que no se beba el agua de ellos.
DIVICIA.- ¿Por qué?
LOZANA.- Era muy dulce de beber, y como venían los peregrinos y no podían beber del río, que siempre viene turbia o sucia, demandaban por las casas agua, y por no sacarla, no se la querían dar. Los pobres rogaron a Dios que el agua de los pozos no la pudiesen beber, y así se gastaron, y es menester que se compre el agua tiberina de los pobres, como veis, y tiene esta excelencia, que ni tiene color, ni olor, ni sabor, y cuanto más estantiva o reposada está el agua de este río Tíber, tanto es mejor.
DIVICIA.- ¿Como yo?
LOZANA.- No tanto, que hedería o mufaría como el trigo y el vino romanesco, que no es bueno sino un año, que no se puede beber el vino como pasa setiembre, y el pan como pasa agosto, porque no lo guarden de los pobres, y si lo guardan, ni ellos ni sus bestias lo pueden comer porque, si lo comen las gallinas, mueren.
DIVICIA.- ¡Por tu vida y mía, yo lo vi hogaño echar en el río, y no sabía por qué!
LOZANA.- Porque lo guardaron para el diluvio, que había de ser este año en que estamos, de mil quinientos veinticuatro, y no fue.
DIVICIA.- Hermana, ¿qué quieres que meta en estas apretaduras, que hierven en seco?
LOZANA.- Mete un poco de agua, que la retama, y la jara, y los marrubios y la piña si no nadan en el agua, no valen nada. No metas de esa, que es de río y alarga; mete de pozo, que aprieta, y saca un poco y prueba si os aprieta a vos, aunque tenéis seis tejaredecas, que ya no os ha de servir ese vuestro sino de mear.
DIVICIA.- ¡Calla, puta de quis vel qui!
LOZANA.- ¡Y tú, puta de tres cuadragenas menos una!
DIVICIA.- ¡Calla, puta de candoque, que no vales nada para venderme, ni para ser rufiana!
LOZANA.- ¡A tal puta tal rufiana! ¿Ves?, viene Aparicio, tu padrino.
DIVICIA.- Cual Valderas el malsín, es de nuestra cofradía.
LOZANA.- ¿Cofradía tenéis las putas?
DIVICIA.- ¿Y si ahora sabes tú que la cofradía de las putas es la más noble cofradía que sea, porque hay de todos los linajes buenos que hay en el mundo?
LOZANA.- Y tú eres la priosta; va, que te llama, y deja subir aquella otra puta vieja rufiana sarracina con su batirrabo, que por apretaduras vendrá.
DIVICIA.- Subí, madre, que arriba está la señora Lozana.
LOZANA.- Vení acá, madona Doméstica, ¿qué buscáis?
DOMÉSTICA.- Hija mía, habéis de saber que cerca de mi casa está una pobre muchacha, y está virgen, la cual si pudiese o supieseis cualque español hombre de bien que la quisiese, que es hermosa, porque le diese algún socorro para casarla.
LOZANA.- ¡Vieja mala escanfarda!, ¿qué español ha de querer tan gran cargo de corromper una virgen?
DOMÉSTICA.- Esperá, que no es mucho virgen, que ya ha visto de los otros hombres, mas es tanto estrecha que parece del todo virgen.
LOZANA.- A tal persona podrías engañar con tus palabras antepensadas que te chinfarase a ti y a ella. ¡Oh, hi de puta! ¿Y a mí me venías, que soy matrera? ¡Mirá qué zalagarda me traía pensada! ¡Va con Dios, que tengo que hacer!
DIVICIA.- ¿Qué quería aquella sabandija?
LOZANA.- ¡Tres bayoques de apretaduras, así la agoten! Conmigo quiere ganar, que la venderé yo por más vieja astuta que sea.
DIVICIA.- A casa de la Celidonia va.
LOZANA.- ¿Qué más Celidonia o Celestina que ella? Si todas las Celidonias o Celestinas que hay en Roma me diesen dos carlines al mes, como los médicos de Ferrara al Gonela, yo sería más rica que cuantas mujeres hay en esta tierra.
DIVICIA.- Decime eso de Gonela.
LOZANA.- Demandó Gonela al duque que los médicos de su tierra le diesen dos carlines al año; el duque, como vio que no había en toda la tierra arriba de diez, fue contento. El Gonela, ¿qué hizo? Atose un paño al pie y otro al brazo, y fuese por la tierra. Cada uno le decía: «¿Qué tienes?» Y él les respondía: «Tengo hinchado esto». Y luego le decían: «Va, toma la tal hierba, y tal cosa, y póntela y sanarás». Después, escribía el nombre de cuantos le decían el remedio, y fuese al duque y mostrole cuántos médicos había hallado en su tierra. Y el duque decía: «¿Has tú dicho la tal medicina al Gonela?» El otro respondía: «Señor, sí». «Pues pagá dos carlines, porque sois médico nuevo en Ferrara». Así querría yo hacer por saber cuántas Celidonias hay en esta tierra.
DIVICIA.- Yo os diré cuántas conozco yo. Son treinta mil putanas y nueve mil rufianas sin vos. Contadlas. ¿Sabéis, Lozana, cuánto me han apretado aquellas apretaduras? Hanme hecho lo mío como bolsico con cerraderos.
LOZANA.- ¿Pues qué si metieras de aquellas sorbas secas dentro? No hubiera hombre que te lo abriera por más fuerza que tuviera, aunque fuera micer puntiagudo, y al cabo como el muslo.
DIVICIA.- Yo querría, Lozana, que me rapases este pantano, que quiero salir a ver mis amigos.
LOZANA.- Espera que venga Rampín, que él te lo raerá como frente de calvo. No viene ninguna puta, que deben jabonar el bien de Francia. Dime, Divicia, ¿dónde comenzó o fue el principio del mal francés?
DIVICIA.- En Rapolo, una villa de Génova, y es puerto de mar, porque allí mataron los pobres de San Lázaro, y dieron a saco los soldados del rey Carlo cristianísimo de Francia aquella tierra y las casas de San Lázaro, y uno que vendió un colchón por un ducado, como se lo pusieron en la mano, le salió una buba así redonda como el ducado, que por eso son redondas. Después, aquél lo pegó a cuantos tocó con aquella mano, y luego incontinente se sentían los dolores acerbísimos y lunáticos, que yo me hallé allí y lo vi. Que por eso se dice: «el Señor te guarde de su ira», que es esta plaga, que el sexto ángel derramó sobre casi la mitad de la tierra.
LOZANA.- ¿Y las plagas?
DIVICIA.- En Nápoles comenzaron, porque también me hallé allí cuando dicen que habían enfecionado los vinos y las aguas. Los que las bebían luego se aplagaban, porque habían echado la sangre de los perros y de los leprosos en las cisternas y en las cubas, y fueron tan comunes y tan invisibles que nadie pudo pensar de adónde procedían. Muchos murieron, y como allí se declaró y se pegó la gente que después vino de España llamábanlo mal de Nápoles. Y éste fue su principio y este año de veinticuatro son treinta y seis años que comenzó. Ya comienza a aplacarse con el leño de las Indias Occidentales. Cuando sean sesenta años que comenzó, alhora cesará.
Mamotreto LV
Cómo la Lozana vio venir a un joven desbarbado, de dieciocho años, llamado Coridón, y le dio este consejo como supo su enfermedad
LOZANA.- Mi alma, ¿dónde bueno? Vos me parecéis un Absalón, y Dios puso en vos la hermosura del gallo. Vení arriba, buey hermoso. ¿Qué habéis, mi señor Coridón?, decímelo, que no hay en Roma quien os remedie mejor. ¿Qué traéis aquí? Para conmigo no era menester presente, pero porque yo os quiera más de lo que os quiero, vos, mi alma, pensáis que, por venirme cargado, lo tengo de hacer mejor. Pues no soy de esas, que más haré viéndoos penado, porque sé en qué caen estas cosas, porque no solamente el amor es mal que atormenta a las criaturas racionales, mas a las bestias priva de sí mismas; si no, vedlo por esa gata, que ha tres días que no me deja dormir, que ni come ni bebe ni tiene reposo. ¿Qué más hará un muchacho como vos, que os hierve la sangre, y más el amor que os tiene consumido? Decime vos a mí dónde y cómo y quién, y yo veré cómo os tengo de socorrer, y vos contándomelo aplacaréis y gozaréis del humo, como quien huele lo que otro guisa o asa.
DOMÉSTICA.- Señora Lozana, yo me vine de mi tierra, que es Mantua, por esta causa. El primero día de mayo, al hora cuando Jove el carro de Fetonte intorno giraba, yo venía en un caballo blanco y vestido de seda verde. Había cogido muchas flores y rosas y traíalas en la cabeza sin bonete, como una guirnalda, que quien me veía se enamoraba. Vi a una ventana de un jardín una hija de un ciudadano; ella de mí y yo de ella nos enamoramos, mediante Cupido, que con sus saetas nos unió haciendo de dos ánimos un solo corazón. Mi padre, sabiendo la causa de mi pena, y siendo par del padre de aquella hermosa doncella Polidora, demandola por nuera; su parentado y el mío fueron contentos, mas la miseria vana estorbó nuestro honrado matrimonio, que un desgraciado viejo, vano de ingenio y rico de tesoro, se casó con ella descontenta. Yo, por no verme delante mi mal, y por excusar a ella infelice pena y tristicia, me partí por mejor, y al presente es venido aquí un espión que me dice que el viejo va en oficio de senador a otra ciudad. Querría que vuestra señoría me remediase con su consejo.
LOZANA.- Amor mío, Coridón dulce, récipe el remedio: va, compra un veste de villana que sea blanca y unas mangas verdes, y vete descalzo y sucio y loqueando, que todos te llamarán loca, y di que te llamas Jaqueta, que vas por el mundo reprehendiendo las cosas mal hechas, y haz a todos servicios y no tomes premio ninguno, sino pan para comer. Y va muchas veces por la calle de ella, y coge serojas, y si su marido te mandare algo, hazlo, y viendo él que tú no tomas ni quieres salario, salvo pan, así te dejará en casa para fregar y cerner y jabonar. Y cuando él sea partido, limpia la casa alto y bajo y haz que seas llamada y rogada de cuantas amas tendrá en casa, por bien servir y a todas agradar con gentil manera. Y si te vieren solo con esa tu amante Polidora, haz vista que siempre lloras y si te demandare por qué, dile: «Porque jamás mi nación fue villana. Sabé que soy gentildona breciana, y que me vi que podía estar a par con Diana, y con cualquier otra dama que en el mundo fuese estada». Ella te replicará que tú le digas: «¿Por qué vas así, mi cara Jaqueta?» Tu le dirás: «Cara madona, voy por el mundo reprochando las cosas mal hechas. Sabed que mi padre me casó con un viejo como vuestro marido, calvo, flojo como un niño, y no me dio a un joven que me demandaba como doncella, el cual se fue desperado, que yo voy por el mundo a buscarlo». Si ella te quiere bien, luego lo verás en su hablar, y si te cuenta a ti lo mismo, dile cómo otro día te partes a buscarlo. Si ella te ruega que quedes, haz que seas rogada por sus amas que su marido le dejó, y así, cuando tú vieres la tuya y siendo seguro de las otras, podrás gozar de quien tanto amas y deseas penando.
DOMÉSTICA.- ¡Oh, señora Lozana! Yo os ruego que toméis todos mis vestidos, que sean vuestros, que yo soy contento con este tan remediable consejo que me habéis dado. Y suplícoos que me esperéis a esta ventana, que vendré por aquí, y veréis a vuestra Jaqueta cómo va loqueando a sus bodas, y reprehenderé mucho más de lo que vos habéis dicho.
LOZANA.- ¿Y a mí qué me reprehenderás?
DOMÉSTICA.- A vos no siento qué, salvo que diré que vivís arte et ingenio.
LOZANA.- ¡Coridón, mira que quiere un loco ser sabio! Que cuanto dijeres e hicieres sea sin seso y bien pensado porque, a mi ver, más seso quiere un loco que no tres cuerdos, porque los locos son los que dicen las verdades. Di poco y verdadero y acaba riendo, y suelta siempre una ventosidad, y si soltares dos, serán sanidad, y si tres, asinidad. ¿Y qué más? ¿Me dirás «celestial» sin tartamudear?
DOMÉSTICA.- Ce-les-ti-nal.
LOZANA.- ¡Ay, amarga, mucho tartamudeas! Di «alcatara».
DOMÉSTICA.- Al-ca-go-ta-ra.
LOZANA.- ¡Ay, amarga, no así! Y tanto ceceas; lengua de estropajo tienes. Entendamos en lo que dirás a tu amiga cuando esté sola, y dilo en italiano, que te entienda: «Eco, madona, el tuo caro amatore. Se tu voi que yo mora soy contento. Eco colui que con perfeta fede, con lacrime, pene y estenti te ha sempre amato e tenuta esculpita in suo core. Yo soy Coridone, tuo primo servitore. ¡Oh, mi cara Polidora, fame el corpo felice y serò sempre tua Jaqueta, dicta Beatrice!» Y así podrás hacer tu voluntad.
DOMÉSTICA.- ¡Mirá si lo que os digo a vos está bien!
LOZANA.- No, porque tú no piensas la malicia que otra entenderá. Haz locuras y calla, no me digas nada, que tienes trastrabada la lengua, que mucho estropajo comiste, pues no puedes decir en español arrofaldada, alcatara, celestial.
DOMÉSTICA.- A-rro-fia-na-da; al-ca-go-ta-ra; ce-les-ti-nal.
LOZANA.- Calla, que por decirme taimada me dijiste tabaquinara, y por decirme canestro me dices cabestro, y no me curo, que no se entiende en español qué quiere decir. Mas, por la luz de Dios, que si otro me lo dijera y Rampín lo supiese, que poco tenemos que perder, y soy conocida en todo Levante y Poniente, y «tan buen cuatrín de pan nos hacen allá como acá». Coridón, esto podrás decir, que es cosa que se ve claro: Vittoria, vittoria, el emperador y rey de las Españas habrá gran gloria.
DOMÉSTICA.- No quería ofender a nadie.
LOZANA.- No se ofende porque, como ves, Dios y la fortuna les es favorable. Antiguo dicho es «teme a Dios y honra tu rey». Mira qué pronóstico tan claro, que ya no se usan vestes ni escarpes franceses, que todo se usa a la española.
DOMÉSTICA.- ¿Qué podría decir como ignorante?
LOZANA.- Di que sanarás el mal francés, y te judicarán por loco del todo, que ésta es la mayor locura que uno puede decir, salvo que el leño salutífero.
Mamotreto LVI
Cómo la Lozana estaba a su ventana, y dos galanes vieron salir dos mujeres, y les demandaron qué era lo que negociaban
OVIDIO.- ¡Miramela cuál está atalayando putas! ¡Mirá el alfaquí de su fosco marido que compra grullos! Ella parece que escandaliza truenos. Ya no se desgarra como solía, que parecía trasegadora de putas en bodegas comunes. Estemos a ver qué quieren aquellas que llaman, que ella de todo sabe tanto que revienta, como Petrus in cunctis, y tiene del natural y del positivo, y es universal in agibilibus.
GALÁN.- ¿No veis su criado negociando, que parece enforro de almirez? Librea trae fantástica, parece almorafán en cinto de cuero.
OVIDIO.- Callá, que no parece sino cairel de puta pobre, que es de seda, aunque gorda. Ya sale una mujer; ¿cómo haremos para saber qué negoció?
GALÁN.- Vamos y déjamela interrogar a mí. Madona, ¿sois española?
PRUDENCIA.- Fillolo, no, mas sempre ho voluto ben a spañoli. Questa española me ha posto olio de ruda para la sordera.
GALÁN.- Madona, ¿cómo os demandáis?
PRUDENCIA.- Fillolo, me demando Prudencia.
GALÁN.- Madona Prudencia, andá en buen hora.
OVIDIO.- ¿Qué os parece si la señora Lozana adorna esta tierra? En España no fuera ni valiera nada. Veis, sale la otra con un muchacho en brazos. Por allá va; salgamos a esa otra calle.
GALÁN.- ¡A vos, señora!, ¿sois española?
CRISTINA.- Señor, sí; de Secilia, a vuestro comando.
OVIDIO.- Queríamos saber quién queda con la señora Lozana.
CRISTINA.- Señor, su marido, o criado pretérito, o amigo secreto o esposo futuro, porque mejor me entendáis. Yo soy ida a su casa no a far mal, sino bien, que una mi vecina, cuya es esta criatura, me rogó que yo viniese a pedirle de merced que santiguase este su hijo, que está aojado, y ella lo hizo por su virtud, y no quería tomar unos huevos y unas granadas que le traje.
GALÁN.- Decinos, señora, que vos bien habréis notado las palabras que dijo.
CRISTINA.- Señor, yo os diré. Dijo: «Si te dio en la cabeza, válgate Santa Elena; si te dio en los hombros, válgante los apóstolos todos; si te dio en el corazón, válgate el Salvador». Y mandome que lo sahumase con romero, y así lo haré por contentar a su madre, y por darle ganancia a la Lozana, que en esta quemadura me ha puesto leche de narices.
GALÁN.- Mas no de las suyas.
CRISTINA.- Y vuestras mercedes queden con Dios.
OVIDIO.- Señora Cristina, somos a vuestro servicio; id con la paz de Dios.
GALÁN.- «Quien no se arriesga no gana nada». Son venidas a Roma mil españolas que saben hacer de sus manos maravillas, y no tienen un pan que comer, y esta plemática de putas y arancel de comunidades, que voto a Dios que no sabe hilar, y nunca la vi coser de dos puntos arriba, su mozo friega y barre, a todos da que hacer y nunca entiende sino «¿Qué guisaremos, qué será bueno para comer? La tal cosa yo la sé hacer, y el tal manjar cómprelo vuestra merced, que es bueno. Y daca especia, azúcar, trae canela, miel, manteca, ve por huevos, trae tuétanos de vaca, azafrán, y mira si venden culantro verde». No cesa jamás, y todo de bolsa ajena!
OVIDIO.- ¡Oh, pese al turco! Pues veis que no siembra, y coge, no tiene ganado, y tiene quesos, que aquella vieja se los trajo, y la otra, granadas sin tener huerto, y huevos sin tener gallinas, y otras muchas cosas, que su audacia y su no tener la hacen afortunada.
GALÁN.- Es porque no tiene pleitos ni litigios que le duren de una audiencia a la otra, como nosotros, que no bastan las bibalías que damos a notarios y procuradores, que también es menester el su solicitar para nuestros negocios acabar.
OVIDIO.- Es alquivio de putas, y trae definiciones con sentencias, ojalá sin dilaciones, y de esta manera, no batiendo moneda la tiene, y huerta y pegujar, y roza sin rozar, como hacen muchos que, como no saben sino expender lo ganado de sus pasados, cuando se ven sin arte y sin pecunia, métense frailes por comer en común.
Mamotreto LVII
Cómo salió la Lozana con su canastillo debajo, con diversas cosas para su oficio, y fue en casa de cuatro cortesanas favoridas, y sacó de cada una, en partes, provisión de quien más podía
LOZANA.- ¿Quién son aquellos tres galanes que están allí? Cúbranse cuanto quisieren, que de saber tengo si son pleiteantes. ¡Andá ya, por mi vida! ¿Para mí todas esas cosas? ¡Descubrí, que lo sirva yo, que un beso ganaréis!
GALÁN.- ¿Y yo, señora Lozana?
LOZANA.- Y vos beso y abracijo. ¿Qué cosa es ésta? ¿Quién os dijo que yo habría de ir a casa de la señora Jerezana? Ya sé que le diste anoche música de falutas de aciprés, porque huelan, y no sea menester que intervenga yo a poner bemol. Hacé cuanto quisierais, que a las manos me vendrás.
OVIDIO.- ¿Cuándo?
LOZANA.- Luego vengan vuestras mercedes, cuando yo sea entrada, que me tengo de salir presto, que es hoy sábado y tengo de tornar a casa que, si vienen algunas putas orientales y no me hallan, se van enojadas y no las quiero perder, que no valgo nada sin ellas, máxime ahora que son pocas y locas.
GALÁN.- Señora Lozana, decí a la señora Jerezana que nos abra y terciá vos los que pudierais. Y veis aquí la turquina que me demandaste.
LOZANA.- Pues miren vuestras mercedes, que si fuere cosa que podéis entrar, yo pondré este mi paño listado a la ventana, y entonces llamá.
GALÁN.- Sea así. ¡Alegre va la puta vieja encrucijada! ¡Voto a Dios, mejor cosa no hice en mi vida que darle esta turquina!, que ésta es la hora que me hace entrar en su gracia, cosa que no podía acabar con cuanto he dado a sus mozos y fantescas, que no me han aprovechado nada, tanto como hará ahora la Lozana, que es la mejor acordante que nunca nació, y parece que no pone mano en ello. Lo veremos. Ya llama, y la señora está a la ventana. Vámonos por acá, que volveremos.
JEREZANA.- ¡Hola, mozos, abrí allí, que viene la Lozana y sus adherentes! Mirá, vosotros id abajo y hacedla rabiar, y decí que es estada aquí una jodía que me afeitó, y que ahora se va, y que va en casa de la su favorida, la Pempinela, si queremos ver lidia de toros. Y yo diré que, porque se tardó, pensé que no viniera.
CORILLÓN.- ¿Quién es? Paso, paso, que no somos sordos. ¡Señora Lozana!, ¿y vos sois? Vengáis norabuena, y tan tarde que la señora quiere ir fuera.
LOZANA.- ¿Y dónde quiere ir su merced? ¿No esperará hasta que la afeite?
CORILLÓN.- No lo digo por eso, que ya está afeitada, que una jodía la afeitó y, si antes vinierais, la hallaríais aquí, para ahora se va a casa de la Pimpinela.
LOZANA.- ¡Mal año para ti y para ella, que no fuese más tu vida como dices la verdad! ¡La Pimpinela me tiene pagada por un año, mirá cómo se dejará afeitar de una jodía!, mas si la señora se ha dejado tocar y gastar, que no podía ser menos, ¡por la luz de Dios, ella se arrepentirá! Mas yo quiero ver esta afeitadura cómo está. Dime, ¿su merced está sola?
CORILLÓN.- Sí, que quiere ir en casa de monseñor, que ya está vestida de regazo y va a pie.
ALTOBELO.- Señora Lozana, sobí, que su merced os demanda, que os quiere hablar antes que se parta.
LOZANA.- ¿Dónde está la señora? ¿En la anticámara o en la recámara?
ALTOBELO.- Entrá allá a la loja, que allá está sola.
LOZANA.- Señora, ¿qué quiere decir que vuestra merced hace estas novedades? ¡Cómo, he yo servido a vuestra merced desde que viniste a Roma, y a vuestra madre hasta que murió, que era así linda cortesana, como en sus tiempos se vio, y, por una vuelta que me tardo llamáis a quien más presto os gasten la cara, que no adornen como hago yo! Mas no me curo, que no son cosas que duran, que su fin se traen como cada cosa. Esta me pondrá sal en la mollera, y a la jodía yo le daré su merecer.
JEREZANA.- Vení acá, Lozana, no os vais, que esos bellacos os deben haber dicho cualque cosa por enojaros. ¿Quién me suele a mí afeitar sino vos? Dejá decir, que, como habéis tardado un poco, os dijeron eso. No os curéis, que yo me contento. ¿Queréis que nos salgamos allá a la sala?
LOZANA.- Señora, sí, que traigo este paño listado mojado, y lo meteré a la finestra.
JEREZANA.- Pues sea así. ¿Qué es esto que traéis aquí en esta garrafeta?
LOZANA.- Señora, es un agua para lustrar la cara, que me la mandó hacer la señora Montesina, que cuesta más de tres ducados y yo no la quería hacer, y ella la pagó, y me prometió una carretada de leña y dos barriles de vino dulce para esta invernada.
JEREZANA.- ¿Tenéis más que ésta?
LOZANA.- Señora, no.
JEREZANA.- Pues ésta quiero yo. Y pagadla, veis aquí los dineros. Y enviá por una bota de vino, y hacé decir a los mulateros de monseñor que toda esta semana vayan a descargar a vuestra casa.
LOZANA.- ¡Ay, señora, que soy perdida, que me prometió que si era perfecta que me daría un sayo para mi criado!
JEREZANA.- Mirá, Lozana, sayo no tengo. Aquella capa de monseñor es buena para vuestro criado, tomadla y andá norabuena, y vení más presto otro día.
LOZANA.- Señora, no sé quién llama. Miren quién es, porque, cuando yo salga, no entre alguno.
JEREZANA.- Va, mirá quién es.
MONTOYA.- Señora, los dos señores jenízaros.
JEREZANA.- Di que no soy en casa.
LOZANA.- Haga, señora, que entren y contarán a vuestra merced cómo les fue el convite que hizo la Flaminia a cuantos fueron con ella, que es cosa de oír.
JEREZANA.- ¿Qué podía ser poco más o menos? Que bien sabemos sus cosas de ella.
LOZANA.- Mande vuestra merced que entren y oirá maravillas.
JEREZANA.- Hora, sús, por contentar a la Lozana, va, ábrelos.
Mamotreto LVIII
Cómo va la Lozana en casa de la Garza Montesina, y encuentra con dos rufianes napolitanos, y lo que le dicen
[RUFIÁN.-] ¡Pese al diablo con tanta justicia como se hace de los que poco pueden, que vos mía habíais de ser para ganarme de comer! Mas como va el mundo al revés, no se osa el hombre alargar, sino quitaros el bonete, y con gran reverencia poneros sobre mi cabeza.
LOZANA.- Quitaos allá, hermanos, ¿qué cosas son esas? Ya soy casada; no os cale burlar, que castigan a los locos.
RUFIÁN.- Señora, perdoná, que razón tenéis, mas en el bosque de Velitre os quisiera hacer un convite.
LOZANA.- Mirá si queréis algo de mí, que voy de prisa.
RUFIÁN.- Señora, somos todos vuestros servidores, y máxime si nos dais remedio para un accidente que tenemos, que toda la noche no desarmamos.
LOZANA.- Cortados y puestos al pescuezo por lómina, que esa es sobra de sanidad. A Puente Sisto te he visto.
RUFIÁN.- Ahí os querría tener para mi servicio por ganar la romana perdonanza. Decinos, señora Lozana, quién son ahora las más altas y más grandes señoras entre las cortesanas, y luego os iréis.
LOZANA.- ¡Mira qué pregunta tan necia! Quien más puede y más gana.
RUFIÁN.- Pues eso queremos saber, si es la Jerezana como más galana.
LOZANA.- Si miramos en galanerías y hermosura, ésa y la Garza Montesina pujan a las otras; mas decime, de favor o pompa, y fausto y riqueza, callen todas con madona Clarina, la favorida, y con madona Aviñonesa, que es rica y poderosa. Y vosotros, ladrones, cortados tengáis los compañones, y quedaos ahí.
RUFIÁN.- ¡Válgala el que lleva los pollos, y qué preciosa que es! Allá va, a casa de la Garza Montesina.
MONTESINA.- Señora Lozana, subí, que a vos espero. ¿Ya os pasabais? ¿No sabéis que hoy es mío? ¿Dónde ibais?
LOZANA.- Señora, luego tornara, que iba a dar una cosa aquí a una mi amiga.
MONTESINA.- ¿Qué cosa y a quién, por mi vida, si me queréis bien?
LOZANA.- No se puede saber. Asiéntese vuestra merced más acá a la lumbre, que me da el sol en los ojos.
MONTESINA.- ¡Por mi vida, Lozana, que no llevéis de aquí el canestico si no me lo decís!
LOZANA.- Paso, señora, no me derrame lo que está dentro, que yo se lo diré.
MONTESINA.- ¡Pues decímelo luego, que estoy preñada! ¿Qué es esto que está aquí dentro en este botecico de cristal?
LOZANA.- Paso, señora, que no es cosa para vuestra merced, que ya sois vos harto garrida.
MONTESINA.- ¡Mirá, Lozana, catá que lo quebraré si no me lo decís!
LOZANA.- ¡Pardiós, más niña es vuestra merced que su nietecica! Debe estar lo que no es para ella.
MONTESINA.- Ahora lo veréis; sacadlo de mi cofre, y sease vuestro.
LOZANA.- Sáquelo vuestra merced, que quiero ir a llevarlo a su dueño, que es un licor para la cara que quien se lo pone no envejece jamás, y madona Clarina, la favorida, ha más de cuatro meses que lo espera, y ahora se acabó de estilar, y se lo quiero llevar por no perder lo que me prometió por mi fatiga, que ayer me envió dos ducados para que lo acabase más presto.
MONTESINA.- ¿Y cómo, Lozana? ¿Soy yo menos, o puede pagarlo ella mejor que yo? ¿Quédaos algo en vuestra casa de este licor?
LOZANA.- Señora, no; que no se puede hacer si las culebras que se estilan no son del mes de mayo. Y soy perdida porque, como es tan favorida, si sabe que di a otra este licor habiendo ella hecho traer las culebras cervunas, y gobernádolas de mayo acá, y más el carbón que me ha enviado, y todo lo vendí cuando estuve mala, que si lo tuviera, dijera que las culebras se me habían huido, y como viera el carbón me creyera…
MONTESINA.- Dejá hacer a mí, que yo sabré remediar a todo. Ven aquí, Garparejo; va, di a tu señor que luego me envíe diez cargas de carbón muy bueno del salvático, y, mira, ve tú con el que lo trajere y hazlo descargar a la puerta de la Lozana. Esperá, Lozana, que otra paga será ésta que no la suya. Veis ahí seis ducados, y llamá los mozos que os lleven estos cuatro barriles o toneles a vuestra casa; éste es semulela, y éste de fideos secilianos, y éste de alcaparras alejandrinas, y éste de almendras ambrosinas. Y tomá, veis ahí dos cofines de pasas de Almuñécar que me dio el provisor de Guadix. Ven aquí, Margarita; va, descuelga dos presutos y dos somadas, y de la guardarropa dos quesos mallorquinos y dos parmesanos, y presto vosotras llevadselo a su casa.
LOZANA.- Señora, ¿quién osará ir a mi casa?, que luego me matará mi criado, que le prometió ella misma una capa.
MONTESINA.- Capa no hay en casa que se le pueda dar, mas mirá si le vendrá bueno este sayo, que fue del protonotario.
LOZANA.- Señora, llévemela el mozo, porque no vaya yo cargada; no se me ensuelva el sueño en todo, que esta noche soñaba que caía en manos de ladrones.
MONTESINA.- Andá, no miréis en sueños que, cuando veníais acá, os vi yo hablar con cuatro.
LOZANA.- ¡Buen paraíso hay quien acá os dejó! Que verdad es, esclava soy a vuestra merced, porque no basta ser hermosa y linda, mas cuanto dice hermosea y adorna con su saber. ¡Quién supiera hoy hacerme callar y amansar mi deseo que tenía de ver qué me había de dar madona Clarina, la favorida, por mi trabajo y fatiga! La cual vuestra merced ha satisfecho en parte y, como dicen, la buena voluntad con que vuestra merced me lo ha dado vale más que lo mucho más que ella me diera, y sobre todo sé yo que vuestra merced no me será ingrata. Y bésole las manos, que es tarde. Mírese vuestra merced al espejo y verá que no soy pagada según lo que merezco.
Mamotreto LIX
Cómo la Lozana fue a casa de madona Clarina, favorida, y encontró con dos médicos, y el uno era cirúgico, y todos dos dicen
[MÉDICOS.-] ¡Señora Lozana!, ¿adónde se va? ¿Qué especiería es esa que debajo lleváis? ¿Hay curas? ¿Hay curas? ¡Danos parte!
LOZANA.- Señores míos, la parte por el todo, y el todo por la parte, y yo que soy presta para sus servicios.
FÍSICO.- Señora Lozana, habéis de saber que, si todos los médicos que al presente nos hallamos en Roma nos juntásemos de acuerdo, que debíamos hacer lo que antiguamente hicieron nuestros antecesores: en la Vía de San Sebastián estaban unas tres fosas llenas de agua, la cual agua era natural y tenía esta virtud, que cuantas personas tenían mal de la cintura abajo iban allí tres veces una semana, y entraban en aquellas fosas de pies, y estaban allí dos horas por vuelta, y así sanaban de cualquier mal que tuviesen en las partes inferiores, de modo que los médicos de aquel tiempo no podían medicar sino de la cintura arriba; visto esto, fueron todos y cegaron estos fosos o manantíos, e hicieron que un arroyo que iba por otra parte que pasase por encima porque no se hallasen, y ahora aquel arroyo tiene la misma virtud para los caballos y mulas represas, y finalmente, a todas las bestias represas que allí meten sana, como habéis visto si habéis pasado por allí. Esto digo que debíamos hacer, pues que ni de la cintura arriba ni de la cintura abajo no nos dais parte.
CIRÚGICO.- Señora Lozana, nosotros debíamos hacer con vos como hizo aquel médico pobre que entró en Andújar que, como vio y probó los muchos y buenos rábanos que allí nacen, se salió y se fue a otra tierra porque allí no podía él medicar, que los rábanos defendían las enfermedades. Digo que me habéis llevado de las manos más de seis personas que yo curaba que, como no les duelen las plagas, con lo que vos les habéis dicho no vienen a nosotros, y nosotros, si no duelen las heridas, metemos con qué duelan y escuezan, porque vean que sabemos algo cuando les quitamos aquel dolor. Asimismo a otros ponemos ungüento egipciaco, que tiene vinagre.
LOZANA.- Como a caballos, ungüento de albéitares.
MÉDICO.- «A los dientes no hay remedio sino pasarlos a cera», y vos mandáis que traigan mascando el almástiga, y que se los limpien con raíces de malvas cochas en vino, y mandaislos lavar con agua fría, que no hay mejor cosa para ellos, y para la cara y manos: lavar con agua fría y no caliente. Mas si lo decimos nosotros, no tornarán los pacientes, y así, es menester que huyamos de vos porque no concuerda vuestra medicación con nuestra cupida intención.
LOZANA.- Señores míos, ya veo que me queréis motejar. Mis melecinas son: si pega, pega, y míroles a las manos como hace quien algo sabe. Señores, concluí que el médico y la medicina los sabios se sirven de él y de ella, mas no hay tan asno médico como el que quiere sanar el griñimón que Dios lo puso en su disposición. Si vuestras mercedes quieren un poco de favor con madona Clarina en pago de mi maleficio, esperen aquí y haré a su señoría que hable a vuestras mercedes, que no será poco, y si tiene que medicarse en su fuente, entrarán vuestras mercedes aunque sea de rodillas.
CIRÚGICO.- Pues sea así, señora Lozana, «diga barba qué haga». No querría que más valiese mi capa de lo que ésta gana. Ya es entrada: esperemos, y veremos la clareza que Dios puso en esta italiana, que dicen que, cuando bebe, se le parece el agua y se le pueden contar las venas. ¿Veislas las dos? Hable vuestra merced, que yo no sé qué le decir.
MÉDICO.- Madona Clarina, séale recomendada la señora Lozana.
CLARINA.- ¡Oída, me recomiendo! Dime, Lozana, ¿quién son aquéllos?
LOZANA.- Señora, el uno es de Orgaz y el otro de Jamilena, que medicaba e iba por leña, y metía todas las orinas juntas por saber el mal de la comunidad. Señora, vamos a la loja.
CLARINA.- Andemos. Decime, ¿qué cosa hay aquí en aquesta escátula?
LOZANA.- Madona, son unos polvos para los dientes, que no se caigan jamás.
CLARINA.- ¿Y esto?
LOZANA.- Para los ojos.
CLARINA.- Dime, española, ¿es para mí?
LOZANA.- Madona, no, que es para madona Albina, la de Aviñón.
CLARINA.- ¡Vaya a la horca, dámelo a mí!
LOZANA.- No lo hagáis, señora, que si vos supieseis lo que a ella le cuesta, que dos cueros de olio se han gastado, que ella compró que eran de más de cien años, por hacer esto poquito.
CLARINA.- No te curar, Lozana, que non vollo que lei sea da tanto que abia questo, que yo te daró olio de ducenti ani, que me donó a mí micer incornato mio, trovato sota terra. Dime, ¿ha ella casa ni viña como que ho yo?
LOZANA.- Sea de esta manera: tomad vos un poco, y dadme a mí otro poco porque le lleve, porque yo no pierda lo que me ha prometido. Que la pólvora no se halla así a quien la quiere, que se hace en el paraíso terrenal, y me la dio a mí un mi caro amante que yo tuve, que fue mi señor Diomedes, el segundo amor que yo tuve en este mundo, y a él se la dieron los turcos, que van y vienen casi a la continua. Y piense vuestra señoría que tal pólvora como esa no me la quitaría yo de mí por darla a otra si no tuviese gran necesidad, que no tengo pedazo de camisa ni de sábanas, y sobre toda la necesidad que tengo de un pabellón y de un tornalecho, que si no fuese esto que ella me prometió para cuando se lo llevase, no sería yo osada a quitar de mí una pólvora tan excelente, que si los dientes están bien apretados con ella, no se caerán jamás.
CLARINA.- Vení acá, Lozana, abrí aquella caja grande, tomá dos pilas de tela romanesca para un pabellón. Va, abre aquel forcel, y tomá dos piezas de tela de Lodi para hacer sábanas, y tomá hilo malfetano para coserlo todo. Va, abre el otro forcel, y tomá dos piezas de cortinela para que hagáis camisas, y tomá otra pieza de tela romanesca para hacer camisas a vuestro nuevo marido.
LOZANA.- Madona, mire vuestra señoría que yo de todo esto me contento; mas ¿cómo haremos, que el poltrón de mi preterido criado me descubrirá, porque ella misma le prometió unas calzas y un jubón?
CLARINA.- Bien va, abre aquella otra caja y tomá un par de calzas nuevas y un jubón de raso, que hallarás cuatro; tomá el mejor y llamá la Esclavona que tome un canestro y vaya con vos a llevaros estas cosas a vuestra casa; e id presto porque aquel acemilero no os tome el olio, que se podría hacer bálsamo, tanto es bueno. Y guardá, española, que no des a nadie de esto que me has dado a mí.
LOZANA.- Madona, no; mas haré de esta manera, que pistaré el almáciga y la grana y el alumbre, y se lo daré, y diré que sea esa misma, y haré un poco de olio de habas, y diré que se lo ponga con el colirio, que es apropiado para los ojos, y así no sabrá que vuestra señoría tiene lo más perfecto.
CLARINA.- Andá y hacé así, por mi amor, y no de otro modo, y recomendadme a vuestro marido, micer Rampín.
Mamotreto LX
Cómo fue la Lozana en casa de la Imperia aviñonesa, y cómo encontró con dos juristas letrados que ella conocía, que se habían hecho cursores o emplazadores
LOZANA.- Estos dos que vienen aquí, si estuviesen en sus tierras, serían alcaldes y aquí son mandatarios, solicitadores que emplazan, y si fuesen sus hermanas casadas con quien hiciese aquel oficio, dirían que más las querrían ver putas que no de aquella manera casadas, porque ellos fueron letrados o buitres de rapiña. Todo su saber no vale nada, a lo que yo veo, que más ganan ellos con aquellas varillas negras que con cuanto estudiaron en jure. Pues yo no estudié, y sé mejor el jure cevil que traigo en este mi canastillo que no ellos en cuantos capítulos tiene el cevil y el criminal; como dijo Apuleyo: «bestias letrados».
JURISTA.- ¡Aquí, aquí somos todos! Señora Lozana, hodie hora vigessima, en casa vuestra.
LOZANA.- No sé si seré a tiempo, mas traé qué rogar, que allá está mi Rampín que lo guise. Y mirá no faltéis, porque de buena razón ellas han de venir hoy que es sábado, mas yo creo que vosotros ya debéis y no os deben.
JURISTAS.- ¿Qué cosa es eso de deber o que nos deben? ¡Cuerpo del mundo!, ¿el otro día no llevamos buen peje y buen vino, y más dormimos con ellas y las pagamos muy bien?
LOZANA.- No lo digo por eso, que ya sé que trajiste todo eso, y que bebiste hasta que os emborrachasteis (mas otra cosa es menester que traer y beber, que eso de jure antiguo se está), sino que os deben o debéis, quiere decir que era una jodía vieja de noventa años y tenía dos nueras mujeres burlonas, y venían a su suegra cada mañana y decían: «¡Buenos días, señora!» Y respondía ella: «¡Vosotras tenéis los buenos días y habéis las buenas noches!» Y como ellas veían esta respuesta siempre dijeron a sus maridos: «Vuestra madre se quiere casar». Y decían ellos: «¿Cómo es posible?» Decían ellas: «Casadla y lo veréis, que no dice de no». Fueron y casáronla con un jodío viejo y médico. ¿Qué hicieron las nueras? Rogaron al jodío que no la cabalgase dos noches; él hízolo así, que toda la noche no hizo sino contarle todas sus deudas que tenía. Vinieron las nueras otro día, y dijo la vieja: «¿Qué quiero hacer de este viejo, que no es bueno sino para comer, y tiene más deudas que no dineros, y será menester que me destruya a mí y a mis hijos?» Fueron las nueras al jodío, y dijéronle que hiciese aquella noche lo que pudiese y él, como era viejo, caminó, y pasó tres colchones. Viniendo la mañana, vienen las nueras y dicen a la suegra: «¡Señora, albricias, que vuestras hijas os quieren quitar este jodío, pues que tanto debe!» Respondió la vieja: «Mirad, hijas, la vejez es causa de sordedad, que yo no oigo bien; que le deben a él, que le deben a él, que él no debe nada». Así que, señores, ¿vosotros debéis, o deben os?
JURISTA.- ¡Voto a Dios, que a mí que me deben de esa manera más que no es de menester! Acá, a mi compañero, no sé; demandadlo a ella, que bien creo que pasa todos los dedos, y aun las tablas de la cama.
CURSOR.- No me curo, que «la obra es la que alaba al maestro». Señora Lozana, torná presto, por vuestra fe, que nosotros vamos a pescaría.
LOZANA.- Gente hay en casa de la señora Imperia. Mejor para mí, que pescare yo aquí sin jure. ¿Qué hacéis ahí, Medaldo? ¡Va, abre, que voy a casa!
MEDALDO.- Andá, que Nicolete es de guardia, y él os abrirá. Llamá.
LOZANA.- ¡Nicolete, hijo mío!, ¿qué haces?
NICOLETE.- Soy de guardia. ¡Y mirá, Lozana, qué pedazo de caramillo que tengo!
LOZANA.- ¡Ay, triste!, ¿y estás loco? ¡Está quedo, beodo, que nos oirán!
NICOLETE.- Callá, que todos están arriba. Sacá los calzones, que yo os daré unos nuevos de raso encarnado.
LOZANA.- Haz a placer, que vengo cansada, que otro que calzones quiero.
NICOLETE.- ¿Qué, mi vida, de cara arriba?
LOZANA.- Yo te lo diré después.
NICOLETE.- ¡No, sino ahora; no, sino ahora; no, sino ahora!
LOZANA.- ¡Oh, qué bellaco que eres! Ve arriba y di a la señora cómo estoy aquí.
NICOLETE.- Subí vos y tomarlos. Es sobre-tabla, y haréis colación.
LOZANA.- Por muchos años y buenos halle yo a esas presencias juntas. ¿Qué emperatriz ni gran señora tiene dos aparadores, como vuestra señoría, de contino aparejados a estos señores reyes del mundo?
(Dice el CORONEL.)
CORONEL.- Española, fa colación aquí con nos. Quiero que bebes con esta copina, que sea la tua, porque quieres bien a la señora Imperia, mi patrona.
IMPERIA.- Todo es bien empleado en mi Lozana. ¡Mozos, serví allí todos a la Lozana y esperen las amas y los escuderos hasta que ella acabe de comer! Lozana mía, yo quiero reposar un poco; entre tanto hazte servir, pues lo sabes hacer.
LOZANA.- Yo quiero comer este faisán, y dejar esta estarna para Nicoleto porque me abrió la puerta de abajo. Estos pasteles serán para Rampín, aunque duerme más que es menester.
Mamotreto LXI
Cómo un médico, familiar de la señora Imperia, estuvo con la Lozana hasta que salió de reposar la Imperia
MÉDICO.- Decí, señora Lozana, ¿cómo os va?
LOZANA.- Señor, ya veis, fatigar y no ganar nada. Estoyme en mi casa, la soledad y la pobreza están mal juntas, y no se halla lino a comprar, aunque el hombre quiere hilar, por no estar ociosa, que querría urdir unos manteles por no andar a pedir prestados cada día.
MÉDICO.- Pues vos, señora Lozana, que hacéis y dais mil remedios a villanos, ¿por qué no les encargáis que os traigan lino?
LOZANA.- Señor, porque no tomo yo nada por cuanto hago, salvo presentes.
MÉDICO.- Pues yo querría más vuestros presentes que mi ganancia, que es tan poca que valen más las candelas que gasté estudiando que cuanto he ganado después adivinando pulsos. Mas vos, ¿qué estudiaste?
LOZANA.- Mirá qué me aconteció ayer. Vinieron a mi casa una mujer piamontesa con su marido romañolo, y pensé que otra cosa era; trajeron una llave de cañuto, la cual era llena de cera y no podían abrir, pensaron que estaban hechizados; rogáronme que lo viese yo, yo hice lo que sabía, y diéronme dos julios, y prometiéronme una gallina que me trajeron hoy, y huevos con ella, y así pasaré esta semana con este presente.
MÉDICO.- Pues decime, señora Lozana, ¿qué hiciste a la llave, cualque silogismo, o qué?
LOZANA.- Yo os diré: como sacaron ellos la cera, no pudo ser que no se pegase cualque poca a las paredes de la llave; fui yo presto al fuego, y escalentela hasta que se consumió la cera, y vine abajo, y dísela, y dije que todo era nada. Fuéronse, y abrieron, y cabalgaron, y ganeme yo aquel presente sofísticamente. Decime por qué no tengo yo de hacer lo que sé, sin perjuicio de Dios y de las gentes. Mirá, vuestro saber no vale si no lo mostráis que lo sepa otro. Mirá, señor, por saber bien hablar gané ahora esta copica de plata dorada, que me la dio su merced del coronel.
MÉDICO.- Ese bien hablar, adular incógnito le llamo yo.
LOZANA.- Señor Salomón, sabé que cuatro cosas no valen nada si no son participadas o comunicadas a menudo: el placer, y el saber, y el dinero, y el coño de la mujer, el cual no debe estar vacuo, según la filosofía natural. Decime, ¿qué le valdría a la Jerezana su galantería si no la participase? ¿Ni a la Montesina su hermosura, aunque la guardase otros sesenta años, que jamás muriese, si tuviese su coño puesto en la guardarropa? ¿Ni a madona Clarina sus riquezas, si no supiese guardar lo que tiene? Y a la señora Aviñonesa, ¿qué le valdrían sus tratos si no los participase y comunicase con vuestra merced y conmigo, como con personas que antes la podemos aprovechar? ¿Qué otra cosa veis? Aquí yo pierdo tiempo, que sé que en mi casa me están esperando; y porque la señora sé que me ha de vestir a mí y a mi criado, callo.
MÉDICO.- No puedo pensar qué remedio tener para cabalgar una mi vecina lombarda, porque es casada y está preñada.
LOZANA.- Dejá hacer a mí.
MÉDICO.- Si hacéis como a la otra, mejor os pagaré.
LOZANA.- Esto será más fácil cosa de hacer, porque diré que a la criatura le faltan los dedos y que vuestra merced los hará.
MÉDICO.- Yo lo doy por hecho, que no es ésta la primera que vos sabéis hacer.
LOZANA.- Yo os diré: son lombardas de buena pasta; fuime esta semana a una y díjele: «¿Cuándo viene vuestro marido, mi compadre?» Dice: «Mañana». Digo yo: «¿Por qué no os vais al baño y os acompañaré yo?» Fue, y como era novicia, apañele los anillos y dile a entender que le eran entrados en el cuerpo. Fuime a un mi compadre, que no deseaba otra cosa, y dile los anillos y di orden que se los sacase uno a uno. Cuando fue al último, ella le rogaba que le sacase también un caldero que le había caído en el pozo; y en esto, el marido llamó. Dijo ella al marido: «En toda vuestra vida me sacaste una cosa que perdiese, como ha hecho vuestro compadre, que si no vinierais, me sacara el caldero y la cadena que se cayó el otro día en el pozo». Él, que consideró que yo habría tramado la cosa, amenazome si no le hacía cabalgar la mujer del otro. Fuime allá diciendo que era su parienta muy cercana, a la cual demandé que cuánto tiempo había que era preñada, y si su marido estaba fuera. Dijo que de seis meses; yo, astutamente, como quien ha gana de no verse en vergüenza, le di a entender la criatura no tener orejas ni dedos. Ella, que estimaba el honor, rogome que si lo sabía o podía que le ayudase, que sería de ella pagada. «Aquí está», digo yo, «el marido de la tal, que por mi amor os servirá, y tiene excelencia en estas cosas». Finalmente, que hizo dedos y orejas, cosa por cosa. Y venido su marido, ella lo reprehende haber tan poca advertencia, antes que se partiera, a no dejar acabada la criatura. De esta manera podemos servirnos, máxime que, diciendo que sois físico eximio, pegará mejor nuestro engrudo.
MÉDICO.- No quería ir por lana, y que hicieseis a mi mujer hallar una saya que este otro día perdió.
LOZANA.- ¡Por el sacrosanto saco de Florencia, que quiero otro que saya de vuestra merced!
Mamotreto LXII
Cómo la señora Imperia, partido el médico, ordenó de ir a la estufa ella y la Lozana, y cómo encontraron a uno que decía «Oliva, oliva de España», el cual iba en máscara, y dice la Imperia al médico
[IMPERIA.-] ¿Qué se dice, maestro Arresto? ¿Retozabais a la Lozana o veramente hacéis partido con ella que no os lleve los provechos? Ya lo hará si se lo pagáis; por eso, antes que se parta, sed de acuerdo con ella.
MÉDICO.- Señora, entre ella y mí el acuerdo será que partiésemos lo ganado y participásemos de lo por venir, mas Rampín despriva a muchos buenos que querían ser en su lugar. Mas si la señora Lozana quiere, ya me puede dar una expectativa en forma común para cuando Rampín se parta que entre yo en su lugar, porque, como ella dice, no esté lugar vacío, la cual razón conviene con todos los filósofos que quieren que no haya lugar vacuo; y, después de esto, vendrá bien su conjunción con la mía que, como dicen: «según que es la materia que el hombre manea, así es más excelente el maestro que la opera». Porque cierta cosa es que más excelente es el médico del cuerpo humano racional que no el albéitar, que medica el cuerpo irracional, y más excelente el miembro del ojo que no el dedo del pie, y mayor milagro hizo Dios en la cara del hombre o de la mujer que no en todo el hombre ni en todo el mundo, y por eso no se halla jamás que una cara sea semejante a otra en todas las partículas, porque, si se parece en la nariz no se parece en la barba, y así de singulis. De manera que yo al cuerpo, y ella a la cara, como más excelente y mejor artesana de caras que en nuestros tiempos se vio, estaríamos juntos, y ganaríamos para la vejez poder pasar, yo sin récipe y ella sin hic et hec et hoc, el alcohol, y amigos, como de antes. Y beso las manos a vuestra merced, y a mi señora Lozana la boca.
LOZANA.- Yo la vuestra enzucarada. ¿Qué me decís? Cuando vos quisierais regar mi manantío, está presto y a vuestro servicio, que yo sería la dichosa.
IMPERIA.- «Más vale asno que os lleve que no caballo que os derroque». De Rampín hacéis vos lo que queréis, y sirve de todo, y dejá razones, y vamos a la estufa.
LOZANA.- Vamos, señora, mas siempre es bueno saber. Que yo tres o cuatro cosas no sé que deseo conocer: la una, qué vía hacen o qué color tienen los cuernos de los hombres; y la otra, querría leer lo que entiendo; y la otra, querría que en mi tiempo se perdiese el temor y la vergüenza, para que cada uno pida y haga lo que quisiere.
IMPERIA.- Eso postrero no entiendo, de temor y vergüenza.
LOZANA.- Yo, señora, yo os lo diré. Cierto es que si yo no tuviese vergüenza, que cuantos hombres pasan querría que me besasen, y si no fuese el temor, cada uno entraría y pediría lo vedado; mas el temor de ser castigados los que tal hiciesen, no se atreven, porque la ley es hecha para los transgresores, y así de la vergüenza, la cual ocupa que no se haga lo que se piensa, y si yo supiese o viese estas tres cosas que arriba he dicho, sabría más que Juan de Espera en Dios, de manera que cuantas putas me viniesen a las manos, les haría las cejas a la chancilleresca, y a mi marido se los pondría verdes, que significan esperanza, porque me metió el anillo de cuerno de búfalo. Y la cuarta que penitus iñoro es: ¿de quién me tengo de empreñar cuando alguno me empreñe? Señora, vaya Jusquina delante y lleve los aderezos. Vamos por aquí, que no hay gente. Señora, ya comienzan las máscaras. ¡Mire vuestra merced cuál va el bellaco de Hércules enmascarado! ¡Y oliva, oliva de España, aquí vienen y hacen quistión, y van cantando! ¡Ahora me vezo sonar de recio! Entre vuestra merced y salgamos presto, que me vendrán a buscar más de cuatro ahora que andan máscaras, que aquí ganaré yo cualque ducado para dar la parte a maestro Arresto: él debe trala, que medicó el asno y meritó la albarda. ¡Pues vaya a la horca, que no me ha de faltar hombre, aunque lo sepa hurtar!
Mamotreto LXIII
Cómo la Lozana fue a su casa y envió por un sastre, y se vistió del paño que le dieron en casa del coronel, y lo que pasó con una boba. Y dice la Lozana
[LOZANA.-] ¿Dónde metéis esa leña? ¿Y el carbón? ¿Está abajo? ¿Miraste si era bueno? ¿Subiste arriba los barriles, los presutos y quesos? ¿Contaste cuántas piezas de tela vinieron? ¿Viste si el olio está seguro que no se derrame? ¡Pues andá, llamá a maestro Gil, no sea para esa otra semana! Y mirá que ya comienzan las máscaras a andar en torno; estas carrastollendas tenemos de ganar. Torná presto porque prestéis esos vestidos a quien os los pagare. Veis, viene madona Pelegrina, la simple, a se afeitar; aunque es boba, siempre me da un julio; y otro que le venderé de solimán, serán dos. Entrá, ánima mía cara. ¿Y con este tiempo venís, ánima mía dulce, saporida? ¡Mirá qué ojos y qué dientes; bien parece que sois de buena parte! Bene mío, asentaos, que venís cansada, que vos sois española, por la vida, y podría ser, que los españoles por donde van siembran, que viente años ha que nos los tenéis allá por esa Lombardía. ¿Estáis grávida, mi señora?
PELEGRINA.- Señora, no, mas si vos, señora Lozana, me supieseis decir con qué me engravidase, yo os lo satisfaría muy bien, que no deseo en este mundo otro.
LOZANA.- ¡Ay, ánima mía enzucarada! Récipe lo que sé que es bueno, si vos lo podéis hacer. Tomá sábana de fraile que no sea quebrado, y halda de camisa de clérigo macho, y recincháoslas a las caderas con uñas de sacristán marzolino, y veréis qué hijo haréis.
PELEGRINA.- Señora Lozana, vos que sabéis en qué caen estas cosas, decime, ¿qué quiere decir que cuando los hombres hacen aquella cosa, se dan tanta prisa?
LOZANA.- Habéis de saber que me place, porque el discípulo que no duda ni pregunta no sabrá jamás nada, y esta tierra hace los ingenios sutiles y vivos, máxime vos, que sois de la Marca; mucho más sabréis interrogando que no adivinando. Habéis de saber que fue un emperador que, como viese que las mujeres tenían antiguamente cobertera en el ojo de cucharica de plata, y los hombres fuesen eunucos, mandó que de la cobertera hiciesen compañones a los hombres; y como hay una profecía que dice Merlín que ha de tornar cada cosa a su lugar, como aquéllos al cufro de la mujer, por eso se dan tanta prisa, por no quedar sin ellos, y beata la mujer a quien se le pegaren los primeros. Por tanto, si vos me creéis, hacé de esta manera: alzá las nalgas y tomadlo a él por las ancas y apretá con vos, y quedaréis con cobertera y preñada, y esto haced hasta que acertéis.
PELEGRINA.- Decime, señora Lozana, ¿qué quiere decir que los hombres tienen los compañones gordos como huevos de gallina, de paloma y de golondrina, y otros que no tienen sino uno?
LOZANA.- Si bien los miraste, en ellos viste las señales. Habéis de saber que los que no tienen sino uno perdieron el otro desvirgando mujeres ancianas, y los que los tienen como golondrinas se los han disminuido malas mujeres cuando sueltan su artillería, y los que los tienen como paloma, esos te saquen la carcoma, y los que los tienen como gallina es buena su manida.
PELEGRINA.- Decime, señora Lozana, ¿qué quiere decir que los mozos tienen más fuerza y mejor que sus amos, por más hombres de bien que sean?
LOZANA.- Porque somos las mujeres bobas. Cierta cosa es que para dormir de noche y para sudar nos hacéis camisa sotil, que luego desteje. El hombre, si está bien vestido, contenta al ver, mas no satisface la voluntad, y por esto valen más los mozos que sus amos en este caso. Y la camisa sotil es buena para las fiestas, y la gorda a la continua; que la mujer sin hombre es como fuego sin leña. Y el hombre machucho que la encienda y que coma torreznos, porque haga los mamotretos a sus tiempos. Y su amo que pague el alquilé de la casa y que dé la saya. Y así, pelallos, y popallos, y cansarlos, y después de pelados, dejarlos enjugar.
Mamotreto LXIV
Cómo vinieron cuatro palafreneros a la Lozana: si quería tomar en su casa un gentilhombre que venía a negociar, y traía un asnico sardo llamado Robusto, y ensalmoles los encordios, y dice uno
[PALAFRENERO.-] Señora Lozana, nosotros, como somos huérfanos y no tenemos agüelas, venimos con nuestros tencones en las manos a que nos ensalméis, y yo, huérfano, a que me beséis.
LOZANA.- Amigos, «este monte no es para asnos», comprá mulos. ¡Qué gentileza! Hacerme subir la calamita. ¡Si os viera hacer eso Rampín, el bravo, que es un diablo de la peña Camasia! ¿Pensáis que soy yo vuestra Ginebra, que se afeita ella misma por no dar un julio a quien la haría parecer moza?
PALAFRENERO.- Puta ella y vos también, ¡guay de ti, Jerusalén!
CAMARINO.- Señora Lozana, ensalmános estos encordios y veis aquí esta espada y estos estafiles: vendedlos vos para melecinas.
LOZANA.- Vení uno a uno, dejadme poner la mano.
CAMARINO.- ¡Ay, que estáis fría!
LOZANA.- Vos seréis abad, que sois medroso. Vení vos. ¡Oh, qué tenéis de pelos en esta forma! Dios la bendiga; vería si tuviese cejas.
PALAFRENERO.- Señora Lozana, si tuviese tantos esclavos que vender, a vos daría el mejor.
LOZANA.- Andá, que vos seréis mercader codicioso. Vení vos; esperá, meteré la mano.
SARACÍN.- Meté, señora, mas mirá que estoy derecho.
LOZANA.- ¡Por mi vida que sois caballero e hidalgo, aunque pobre! Y si tanto derecho tuvieseis a un beneficio sería vuestra la sentencia. Esperá, diré las palabras y tocaré, porque en el tocar está la virtud.
SARACÍN.- Pues dígalas vuestra merced alto que las oigamos.
LOZANA.- Soy contenta: «Santo Ensalmo se salió, y contigo encontró, y su vista te sanó; así como esto es verdad, así sanes de este mal, amén». Andá, que no será nada, que pecado es que tengáis mal en tal mandragulón.
PALAFRENERO.- Mayor que el Rollo de Écija, servidor de putas.
LOZANA.- Mala putería corras, como Margarita Corillón, que corrió los burdeles de Oriente y Poniente, y murió en Septentrión, sana y buena como yo.
PALAFRENERO.- Decinos ahora, ¿cómo haréis?, que dicen que habrá guerra, que ya con la peste pasada cualque cosa ganabais.
LOZANA.- Mal lo sabéis. Más quiero yo guerra que no peste, al contrario del duque de Saboya, que quiere más peste en su tierra que no guerra. Yo, si es peste, por huir como de lo ganado y si hay guerra, ganaré con putas y comeré con soldados.
PALAFRENERO.- ¡Voto a Dios, que bien dice el que dijo que «de puta vieja y de tabernero nuevo me guarde Dios»! Digámosle a la señora Lozana a lo que más venimos. Vuestra merced sabrá que aquí en Roma es venido un gentilhombre y en su tierra rico, y trae consigo un asnico que entiende como una persona, y llámalo Robusto, y no querría posar sino solo; y pagará bien el servicio que a él y a Robusto le harán y por estar cerca del río, adonde Robusto vaya a beber. Por tanto, querríamos rogar a vuestra perniquitencia que, pagándoslo, fueseis contenta por dos meses de darle posada, porque pueda negociar sus hechos más presto y mejor.
LOZANA.- Señores, yo siempre deseé de tener plática con estaferos, por muchos provechos que de ellos se pueden haber; y viendo que, si hago esto que me rogáis, no solamente tendré a ese señor mas a todos vosotros, por eso digo que la casa y la persona a vuestro servicio. Avisadlo que, si no sabe, sepa que no hay cosa tan vituperosa en el hombre como la miseria, porque «la miseria es sobrina de la envidia», y en los hombres es más notada que en las mujeres y más en los nobles que no en los comunes, y siempre la miseria daña la persona en quien reina, y es adversa al bien común. Y es señal de natura, porque luego se conoce el rico mísero ser de baja condición, y esta regla es infalible segundo mi ver. Y avisadlo, que «no se hacen los negocios de hongos, sino con buenos dineros redondos».
Mamotreto LXV
Cómo vino el asno de micer Porfirio por corona, y se graduó de bachiller, y dice entre sí, mirando al Robusto, su asnico
[PORFIRIO.-] No hay en este mundo quien ponga mientes a los dichos de los viejos que, si yo me recuerdo, siempre oí decir que ni fíes ni porfíes ni prometas lo incierto por lo cierto. Bien sé yo que a este Robusto le falta lo mejor, que es el leer, y si en esto lo examinan primero, no verán que sabe cantar y así me lo desecharán sin grado, y yo perderé mi apuesta. ¡Robusto canta! Ut-re-mi-fa-sol-la. ¡Di conmigo! ¡Más bajo, bellaco! ¡Otra vez! Comienza del la-sol-fa, híncate de rodillas, abaja la cabeza, di un texto entre dientes y luego comerás: Aza-aza-aza-ro-ro-ro-as-as-as-no-no-no. ¡Así! Comed ahora y sed limpio. ¡Oh, Dios mío y mi Señor! ¿cómo Balán hizo hablar a su asna, no haría Porfirio leer a su Robusto? Que solamente la paciencia que tuvo cuando le corté las orejas me hace tenerle amor. Pues vestida la veste talar y asentado y verlo cómo tiene las patas como el asno de oro Apuleyo, es para que le diesen beneficios, cuanto más graduarlo bacalario.
LOZANA.- Señor Porfirio, véngase a cenar, y dígame qué pasión tiene y por qué está así pensoso.
PORFIRIO.- Señora, no os oso decir mi pena y tormento que tengo, porque temo que no me lo tendréis secreto.
LOZANA.- No haya vuestra merced miedo que yo jamás lo descubra.
PORFIRIO.- Señora, bien que me veis así solo, no soy de los ínfimos de mi tierra, mas la honra me constriñe, que, si pudiese, querría salir con una apuesta que con otros hice, y es que, si venía a Roma con dinero, que ordenaba mi Robusto de bacalario. Y siendo venido y proveído de dinero y vezado a Robusto todas las cosas que han sido posible vezar a un su par, y ahora como veo que no sabe leer, no porque le falte ingenio, mas porque no lo puede exprimir por los mismos impedimentos que Lucio Apuleyo, cuando diventó asno, y retuvo siempre el intelecto de hombre racional, por ende estoy mal contento, y no querría comer, ni beber, ni hacer cosa en que me fuese solacio.
LOZANA.- Micer Porfirio, estad de buena gana, que yo os lo vezaré a leer, y os daré orden que despachéis presto para que os volváis a vuestra tierra. Id mañana, y haced un libro grande de pergamino, y traédmelo, y yo le vezaré a leer y yo hablaré a uno que, si le untáis las manos, será notario y os dará la carta del grado. Y hacé vos con vuestros amigos que os busquen un caballerizo que sea pobre y joven y que tenga el seso en la bragueta, que yo le daré persona que se lo acabe de sacar; y de esta manera venceremos el pleito y no dudéis que de este modo, se hacen sus pares bacalarios. Mirá, no le deis de comer al Robusto dos días, y, cuando quisiere comer, metedle la cebada entre las hojas, y así lo enseñaremos a buscar los granos y a voltar las hojas, que bastará. Y diremos que está turbado, y así el notario dará fe de lo que viere y de lo que cantando oyere. Y así omnia per pecunia falsa sunt. Porque creo que basta harto que llevéis la fe, que no os demandarán si lee en letras escritas con tinta o con olio o iluminadas con oro, y si les pareciere la voz gorda, decí que está resfriado, que es usanza de músicos: una mala noche los enronquece. Asimismo, que itali ululant, hispani plangunt, gali canunt. Que su merced no es gallo sino asno, como veis, que le sobra la sanidad.
Mamotreto LXVI
Cómo la Lozana se fue a vivir a la ínsula de Lípari, y allí acabó muy santamente ella y su pretérito criado Rampín, y aquí se nota su fin y un sueño que soñó
[LOZANA.-] ¿Sabéis, venerábile Rampín, qué he soñado? Que veía a Plutón caballero sobre la Sierra Morena y, voltándome enverso la tramontana, veía venir a Marte debajo una niebla, y era tanto el estrépito que sus ministros hacían que casi me hacían caer las tenazuelas de la mano. Yo, que consideraba qué podría suceder, sin otro ningún detenimiento cabalgaba en Mercurio que, de repente, se me acostó, el cual me parecía a mí que hiciese el más seguro viaje que al presente se halle en Italia, en tal modo que navegando llegábamos en Venecia, donde Marte no puede extender su ira. Finalmente desperté, y no pudiendo quietar en mí una tanta alteración, traje a la memoria el sueño que aun todavía la imaginativa lo retenía. Considerando, consideraba cómo las cosas que han de estar en el profundo, como Plutón, que está sobre la Sierra Morena, y las altas se abaten al bajo, como milano, que tantas veces se abate hasta que no deja pollo ni polla, el cual diablo de milano ya no teme espantajos, que cierto las gallinas ya no pueden hacer tantos pollos como él consuma. En conclusión, me recordé haber visto un árbor grandísimo sobre el cual era uno asentado, riendo siempre y guardando el fruto, el cual ninguno seguía, debajo del cual árbol vi una gran compañía que cada uno quería tomar un ramo del árbol de la locura, que por bienaventurado se tenía quien podía haber una hoja o una ramita: quién tiraba de acá, quién de allá, quién cortaba, quién rompía, quién cogía, quién la corteza, quién la raíz, quién se empinaba, quién se ponía sobre las puntillas, así buenos como medianos y más chicos, así hombres como mujeres, así griegos como latinos, como tramontanos o como bárbaros, así religiosos como seculares, así señores como súbditos, así sabios como ignorantes, cogían y querían del árbol de la vanidad. Por tanto dicen que «el hombre apercibido medio combatido». Ya viste que el astrólogo nos dijo que uno de nosotros había de ir a paraíso, porque lo halló así en su aritmética y en nuestros pasos, más este sueño que yo he soñado. Quiero que éste sea mi testamento. Yo quiero ir a paraíso, y entraré por la puerta que abierta hallare, pues tiene tres, y solicitaré que vais vos, que lo sabré hacer.
RAMPÍN.- Yo no querría estar en paraíso sin vos; mas mejor será a Nápoles a vivir, y allí viviremos como reyes y aprenderé yo a hacer guazamalletas y vos venderéis regalicia, y allí será el paraíso que soñaste.
LOZANA.- Si yo voy, os escribiré lo que por el alma habéis de hacer con el primero que venga, si viniere, y si veo la Paz, que allá está continua, la enviaré atada con este ñudo de Salomón; desátela quien la quisiere. Y ésta es mi voluntad, porque sé que tres suertes de personas acaban mal, como son: soldados y putanas y usuarios, si no ellos, sus descendientes; y por esto es bueno fuir romano por Roma, que voltadas las letras dice amor, y entendamos en dejar lo que nos ha de dejar. Y luego vamos en casa de la señora Guiomar López, que mañana se parte madona Sabina. Vamos con ella, que no podemos errar, al ínsula de Lípari con nuestros pares, y mudareme yo el nombre y direme la Vellida, y así más de cuatro me echarán menos, aunque no soy sola, que más de cuatro Lozanas hay en Roma y yo seré salida de tanta fortuna pretérita, continua y futura y de oír palabradas de necios, que dicen no lo hagáis y no os lo dirán, que a ninguno hace injuria quien honestamente dice su razón. Ya estoy harta de meter barboquejos a putas y poner jáquinas de mi casa, y pues he visto mi ventura y desgracia, y he tenido modo y manera y conversación para saber vivir, y veo que mi trato y plática ya me dejan, que corren como solían, haré como hace la Paz, que huye a las islas, y como no la buscan, duerme quieta y sin fastidio, pues ninguno se lo da, que todos son ocupados a romper ramos del sobrescrito árbor, y cogiendo las hojas será mi fin. Me estaré reposada y veré mundo nuevo, y no esperar que él me deje a mí, sino yo a él. Así se acabará lo pasado y estaremos a ver lo presente, como fin de Rampín y de la Lozana. Fenezca la historia compuesta en retrato, el más natural que el autor pudo, y acabose hoy, primo de diciembre, año de mil quinientos veinticuatro, a laude y honra de Dios trino y uno; y porque reprendiendo los que rompen el árbol de la vanidad seré causa de moderar su fortuna, porque no sería quien está encima de los que trajere y condujere a no poder vivir sin semejantes compañías, y porque siendo por la presente obra avisados, que no ofendan a su Criador, el cual sea rogado que perdone a los pasados y a nosotros, que decimos: Averte, Domine, oculos meos ne videant vanitatem sine praejudicio personarum. In alma urbe, MDXXIV.
FINIS