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Apología

Cómo se excusa el autor en la fin del Retrato de la Lozana, en laude de las mujeres

Sin duda, si ningún hombre quisiese escribir la audacia de las mujeres, no creo que bastasen plumas de veloces escritores, y si por semejante quisiese escribir la bondad, honestidad, devoción, caridad, castidad y lealtad que en las claras mujeres se halla y hemos visto, porque las que son buenas no son tanto participadas en común. Por tanto, muchas virtudes están tácitas y ocultas que serían espejo a quien las oyese contar. Y como la mujer sea jardín del hombre y no hay cosa en este mundo que tanto realegre al hombre exterior, y que tanto y tan presto le regocije, porque no solamente el ánima del hombre se alegra en ver y conversar mujer, mas todos sus sentidos, pulsos y miembros se revivifican incontinente. Y si hubiese en la mujer modestia, y en el hombre temperanza honesta, gozarían con temor lo que, con temerosa audacia, ciega la impaciencia, así al hombre racional como a la frágile mujer; y cierto que si este tal jardín que Dios nos dio para recreación corporal, que si no castamente, al menos cautamente lo gozásemos en tal manera que naciesen en este tal jardín frutos de bendición, porque toda obra loa y alaba a su Hacedor cuando la precede el temor, y este tal fruto aprovecha en laude a su Criador, máxime a quien lo sabe moderar. La señora Lozana fue mujer muy audaz, y como las mujeres conocen ser solacio a los hombres y ser su recreación común, piensan y hacen lo que no harían si tuviesen el principio de la sapiencia, que es temer al Señor, y la que alcanza esta sapiencia o inteligencia es más preciosa que ningún diamante; y así, por el contrario, muy vil. Y sin duda, en esto quiero dar gloria a la Lozana, que se guardaba mucho de hacer cosas que fuesen ofensa a Dios ni a sus mandamientos, porque, sin perjuicio de partes, procuraba comer y beber sin ofensión ninguna. La cual se apartó con tiempo y se fue a vivir a la ínsula de Lípari, y allí se mudó el nombre, y se llamó la Vellida, de manera que gozó tres nombres: en España, Aldonza, y en Roma, La Lozana y en Lípari, la Vellida. Y si alguno quisiere saber del autor cuál fue su intención de retraer reprehendiendo a la Lozana y a sus secuaces, lean el principio del retrato. Y si quisieren reprehender que por qué no van muchas palabras en perfecta lengua castellana, digo que, siendo andaluz y no letrado y escribiendo para darme solacio y pasar mi fortuna que en este tiempo el Señor me había dado, conformaba mi hablar al sonido de mis orejas, que es la lengua materna y su común hablar entre mujeres. Y si dicen que por qué puse algunas palabras en italiano, púdelo hacer escribiendo en Italia, pues Tulio escribió en latín, y dijo muchos vocablos griegos y con letras griegas. Si me dicen que por qué no fui más elegante, digo que soy ignorante y no bachiller. Si me dicen cómo alcancé a saber tantas particularidades, buenas o malas, digo que no es mucho escribir una vez lo que vi hacer y decir tantas veces. Y si alguno quisiere decir que hay palabras maliciosas, digo que no quiera nadie glosar malicias imputándolas a mí, porque yo no pensé poner nada que no fuese claro y a ojos vistas: y si alguna palabra hubiere, digo que no es maliciosa, sino malencónica, como mi pasión antes que sanase. Y si dijeren que por qué perdí el tiempo retrayendo a la Lozana y a sus secuaces, respondo que, siendo atormentado de una grande y prolija enfermedad, parecía que me espaciaba con estas vanidades. Y si por ventura os viniere a las manos un otro tratado, De consolacione infirmorum, podéis ver en él mis pasiones para consolar a los que la fortuna hizo apasionados como a mí. Y en el tratado que hice del leño del India, sabréis el remedio mediante el cual me fue contribuida la sanidad, y conoceréis el autor no haber perdido todo el tiempo, porque, como vi coger los ramos y las hojas del árbol de la vanidad a tantos, yo, que soy de chica estatura, no alcancé más alto: asentéme al pie hasta pasar, como pasé, mi enfermedad. Si me decís por qué en todo este retrato no puse mi nombre, digo que mi oficio me hizo noble, siendo de los mínimos de mis conterráneos, y por esto callé el nombre, por no vituperar el oficio escribiendo vanidades con menos culpa que otros que compusieron y no vieron como yo. Por tanto, ruego al prudente letor, juntamente con quien este retrato viere, no me culpe, máxime que, sin venir a Roma, verá lo que el vicio de ella causa. Ansimismo, por este retrato sabrán muchas cosas que deseaban ver y oír, estándose cada uno en su patria, que cierto es una grande felicidad no estimada. Y si alguno me dirá algún improperio en mi ausencia al ánima o al cuerpo imperet sibi Deus, salvo ignorante, porque yo confieso ser un asno, y no de oro. Valete con perdón y notá esta conclusión: el ánima del hombre desea que el cuerpo le fuese par perpetuamente; por tanto, todas aquellas personas que se retraerán de caer en semejantes cosas, como éstas que en este retrato son contadas, serán pares al espíritu y no a la voluntad ni a los vicios corporales, y siendo dispares o desiguales a semejantes personas, no serán retraídas, y serán y seremos gloria y laude a aquel infinito Señor que para sí nos preservó y preservará, amén.