171044.fb2 8 millones de maneras de morir - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 14

8 millones de maneras de morir - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 14

DOCE

– Yo no la conocía muy bien. Hacía un año que me la encontré en una peluquería y nos fuimos a tomar un café juntas. No tuve que esforzarme mucho para darme cuenta de que no se trataba de la chica de Avon. Nos intercambiamos los números de teléfono y nos llamábamos de vez en cuando, pero jamás fuimos muy íntimas. Luego, hace un par de semanas se llamó diciéndome que me quería ver. Me sorprendió porque habíamos perdido el contacto desde hacía bastantes meses.

Nos encontrábamos en el apartamento de Elaine Mardell en la calle 51, entre la Primera y la Segunda Avenida. Una alfombra blanca cubría el suelo y algunos óleos abstractos colgaban de las paredes. El estéreo emanaba un fondo sonoro inofensivo. Yo bebía café, Elaine un refresco sin azúcar.

– ¿Qué quería?

– Ella me dijo que quería dejar a su chulo. Quería abrirse sin causarse problemas. Y ahí es donde tú intervienes.

Yo asentí diciendo:

– Sí, pero, ¿por qué se dirigió a ti?

– No lo sé. Tengo el presentimiento de que no tenía muchas amigas. No era el tipo de asunto que pudiera tratar con alguna de las chicas de Chance, y probablemente, tampoco con alguien totalmente ajeno al mundo de la prostitución. Ella era joven, sabes, sobre todo si la comparas conmigo. Quizá me considerara como una vieja sabia.

– Eso es lo que eres.

– ¿Verdad? ¿Qué edad tendría? ¿Veinticinco?

– Ella decía que veintitrés. Creo que en los papeles veinticuatro.

– Jesús, si era una niña.

– Lo sé.

– ¿Más café, Matt?

– No, gracias.

– ¿Sabes por qué creo que me escogió a mí para tener esa pequeña conversación? Porque yo no tengo chulo.

Ella se acomodó en su sillón, cruzó y descruzó las piernas. Me acuerdo de otros momentos en este apartamento, uno sentado en el sillón el otro en el sofá, con el mismo tipo de música discreta que redondeaba los ángulos de la habitación:

Dije:

– Tú nunca has tenido chulo, ¿verdad?

– No.

– Y por lo general, ¿las otras chicas?

– Todas las que conocía ella tenían uno. Es casi indispensable cuando se hace la calle. Alguien tiene que defender los derechos de tu territorio y pagar la fianza cuando te arrestan. Cuando se trabaja como yo en un apartamento como este es diferente. Pero incluso así la mayoría de las fulanas que conozco tienen un amiguito.

– ¿Un amiguito es lo mismo que un chulo?

– No, en absoluto. Un amiguito no tiene un rebaño de chicas. Es tan solo un amigo. No le das el dinero, sin embargo le compras muchas cosas porque te apetece, le ayudas económicamente cuando tiene apuros, o cuando hay un negocio en el que quiere tomar parte lo más rápidamente posible, pero eso no es darle el dinero.

– Una especie de chulo monógamo.

– Sí, algo así, pera cada niña te jura que su amiguito no es como los otros, que su relación con él es diferente, lo que nunca cambia es quien gana el dinero y quien se lo gasta.

– ¿Tú tampoco has tenido un amiguito?

– Jamás. Una vez una mujer me leyó la mano y se quedó impresionada. Me dijo: "Querida tienes una doble línea de la inteligencia. Tu cabeza controla tu corazón" -se acercó a mí para enseñarme su mano-. Es esta línea de aquí, ¿la ves?

– Sí, no está mal.

– Es demasiado recta.

Ella volvió en busca del refresco y se sentó en el sofá junto a mí. Prosiguió:

– Cuando me enteré de lo que le pasó a Kim lo primero que hice fue llamarte, pero no estabas.

– No me pasaron ningún mensaje.

– No dejé mensaje. Colgué y llame a una agencia de viajes que conozco y, dos horas después, me encontraba en un avión rumbo a Barbados.

– ¿Tenías miedo de figurar en una lista negra?

– No. Pensé que Chance la había matado y por supuesto nunca creí que se pusiera a acabar también con sus amigas y conocidas. No, me di cuenta de que era hora de un descanso. Una semana en un hotel enfrente de una playa. Un poco de sol al mediodía, un poco de ruleta por la noche, y bastante música marchosa y bailarines de ensueño para disfrutar de un buen rato.

– Una decisión muy inteligente.

– A la segunda noche, me encontré con un tipo en una fiesta en la piscina. Estaba en el hotel de al lado. Un tío muy simpático, abogado, se había divorciado hacía año y medio, luego se había liado con alguien demasiado joven para él. Lo superó. Y he aquí que se tropieza conmigo.

– ¿Y?

– Y tuvimos un pequeño idilio maravilloso durante el resto de la semana. Paseos a lo largo de la playa, chapuzones, tenis, cenas de color de rosa, copas en mi terraza. Tenía una terraza que daba al mar.

– Aquí tienes una que da al East Rivers.

– No es lo mismo. Lo pasamos muy bien. Nuestros contactos fueron sensacionales. Pensaba que tenía que cortar con mi trabajo, sabes, actuar tímidamente. Pero tenía que actuar. Era tímida, y tuve que superar mi timidez.

– No le dijiste…

– ¿Bromeas? Por supuesto que no. Le dije que trabajaba en galerías de arte, que restauraba cuadros. Que trabajaba como freelance. Él lo encontró apasionante y me hizo muchas preguntas. Hubiera sido más fácil si le hubiera dicho algo más simple pero, ya ves, no quería que me encontrara simple.

– Entiendo.

Ella miraba sus manos posadas en sus rodillas. Su rostro no tenía ni una arruga pero los años empezaban a reflejarse en sus manos. Me pregunté cuántos años tendría, ¿treinta y seis, treinta y ocho?

– Él quería que nos volviéramos a ver aquí, Matt. No nos dijimos que era amor, nada parecido, pero teníamos el presentimiento de que nuestra relación podía desembocar en algo sólido.

El no quería dejar pasar la posibilidad de construir algo duradero. Vive en Merrick. ¿Sabes dónde queda?

– Sí, en Long Island. No está muy lejos de donde yo vivía antes.

– ¿Qué tal está?

– Algunas partes son muy bonitas.

– Le di un número de teléfono falso. El sabe mi nombre pero no figuro en la guía. No he sabido nada de él, ni creo que lo sepa. Me apetecía una semana de sol y un pequeño romance y eso es lo que tuve, pero me gustaría llamarle e inventarme alguna historia sobre lo del número de teléfono falso. Creo que encontraría algo convincente.

– Probablemente.

– ¿Pero para qué? Incluso podría convencerle para llegar a ser su mujer o su novia o algo parecido. Y podría abandonar este apartamento y arrojar mi libro de clientes a la chimenea. ¿Pero para qué? Vivo bien. Miro por mi dinero, siempre lo he hecho.

– Y lo inviertes -la recordé-. En inmobiliarias, ¿no? Edificios de apartamentos en Queens.

– No sólo en Queens. Me podría retirar ahora si tuviera que hacerlo y seguir viviendo cómodamente. Pero no tengo motivos para retirarme o para echarme un novio.

– ¿Por qué se quería retirar Kim Dakkinen?

– ¿Es eso lo que quería?

– No lo sé. ¿Qué motivo tenía para dejar a Chance?

Ella lo pensó un momento, movió la cabeza y respondió:

– Nunca se lo pregunté.

– Yo tampoco.

– Para empezar nunca entendí por qué una chica necesita un chulo, de manera que no necesito explicación cuando hay una gente que me dice se quiere desembarazar de él.

– ¿Estaba enamorada de alguien?

– ¿Kim? Pudiera ser. Ella nunca mencionó estarlo.

– ¿Pensaba irse de la ciudad?

– No me dio esa impresión. Pero aunque ese fuera el caso, no me lo hubiera dicho jamás.

– En nombre de Dios -dije, posando mi taza vacía sobre la mesita-. Ella estaba liada en algo con alguien. Desearía saber con quién.

– ¿Por qué?

– Porque es la única forma de encontrar a su asesino.

– ¿Piensas que es así?

– Por lo general sí.

– Suponte que mañana aparezco muerta. ¿Qué harías?

– Te enviaría flores.

– En serio.

– ¿En serio? Buscaría entre los abogados de Merrick.

– Debe de haber unos cuantos, ¿no crees?

– Sin duda. Pero supongo que no hay muchos que hayan pasado una semana en la Barbados este mes. ¿Dijiste que se hospedó en el hotel vecino al tuyo al borde del mar? No creo que sea muy difícil de encontrar o de probar que mantenía relaciones contigo.

– ¿Verdaderamente harías todo eso?

– ¿Por qué no?

– Porque nadie te iba a pagar.

Reí.

– Tú y yo somos viejos compañeros, Elaine.

Y así era. Cuando yo estaba en la policía, había entre nosotros una especie de acuerdo. Yo le echaba un cable cuando ella lo necesitaba, ya fuera problemas con la ley o con un cliente difícil. En contrapartida, cuanto tenía deseos de ella, estaba a mi disposición. Me pregunté de pronto si no habría jugado un papel de chulo o de amiguito. Ni lo uno ni lo otro. ¿Qué, entonces?

– ¿Matt? ¿Por qué te contrató Chance?

– Para averiguar quién la mató.

– ¿Por qué?

Pensé las razones que me había dado y respondí:

– Lo ignoro.

– ¿Por qué aceptaste el trabajo?

– Me hace falta el dinero, Elaine.

– Nunca te ha importado tanto el dinero.

– Por supuesto que sí. Tengo que ahorrar para mi vejez. Tengo un ojo puesto en esos apartamentos de Queens.

– Muy gracioso.

– Deberías hacer el trabajo de propietaria. Seguro que estarían encantados cuando pasaras a recoger los alquileres.

– Hay una financiera que se encarga de todo eso. Yo nunca veo a mis inquilinos.

– No deberías habérmelo dicho. Has arruinado mi película.

– Seguro.

Dije:

– Kim me llevó a la cama después de que terminara mi trabajo. Yo estaba en su casa y tras eso nos acostamos juntos.

– ¿Y?

– Era como una propina. Una forma cariñosa de dar las gracias.

– Es mejor que diez dólares por Navidades.

– Pero, ¿hubiera hecho verdaderamente eso, si estuviese enamorada de alguien? ¿Se acostó conmigo por capricho?

– Matt, te olvidas de algo.

Durante un momento ella tuvo el aspecto de una vieja sabia. Le pregunté qué era lo que olvidaba.

– Matt, era una fulana.

– ¿Eras una fulana cuando estabas en las Barbados?

– No lo sé -terció-. Quizás sí, quizás no. Pero lo que te puedo decir es que era enormemente dichosa cuando el último baile terminaba y nos íbamos a la cama juntos, porque por una vez sabía lo que hacía. Y mi trabajo consiste en acostarme con hombres.

Pensé un momento, luego dije:

– Cuando te llamé antes, me dijiste que te diera una hora, que no viniera de inmediato.

– ¿Y qué?

– ¿Lo dijiste porque esperabas un cliente?

– No era el contador de la luz, en todo caso.

– ¿Necesitabas ese dinero?

– ¿Necesitaba ese dinero? ¿Qué clase de pregunta es esa? Yo tomé ese dinero.

– Sin embargo no te hubiera hecho falta para pagar el alquiler.

– Y no hubiera tenido que desechar ninguna comida, ni llevar pantys con carreras. ¿A dónde quieres ir a parar?

– Así que has visto a ese tío porque eso es lo que haces.

– Supongo que sí.

– Ya, fuiste tú quien preguntó por qué acepte el trabajo.

– Es lo que haces.

– Algo así.

Pensó algo y rió. Dijo:

– Cuando Heinrich Heine, el poeta alemán, estaba convaleciendo…

– ¿Qué?

– Cuando estaba convaleciendo, dijo: "Dios me perdonará, es su trabajo”

– Muy inteligente.

– Supongo que en alemán suena mejor. Yo folio, tú investigas y Dios perdona -bajó los ojos-. Espero que él perdone. Cuando sea mi turno de dejarme caer en el barril, espero que no esté pasando el fin de semana en las Barbados.