171364.fb2
Uno de los policías encontró un brazo. Extrajo el cuerpo de entre la tierra, y éste rodó, boca arriba. Montones de tierra cayeron por sus mejillas, de las orejas y de los grandes ojos de mirada vacía.
Bucky carraspeó y tragó saliva.
– Es él.
Un minuto después notó algo cálido que le resbalaba por la barbilla. Se había mordido el labio.
Apartó la vista de su hijo y observó el Crown Vic azul oscuro que se acercaba a toda velocidad, levantando una nube de polvo. Las agentes del FBI se pararon delante de él.
– ¿Está aquí? -preguntó la agente Lee, señalando al montón de tierra.
Bucky asintió.
– Lo siento -dijo ella.
En ese momento le sonó el móvil.
Bucky se alejó. Abrió la puerta de la furgoneta, pero tardó un momento en subir. La agente Lee hablaba en un tono lo bastante alto como para que la oyera. Informaba a su gente de que creían tener otro y que mantuvieran la vigilancia. Cerró el teléfono y se dirigió al coche.
– Va por carreteras secundarias destino a Nueva York -le dijo a su compañera-. Ella le ha llamado desde algún lugar de Secaucus. Creo que él tiene el dinero y ella un plan. Ha quedado con él en su lugar especial de Central Park.
– Ya les daremos nosotros algo especial -dijo la agente Rooks.
– Es un espacio enorme.
– Unas cuatrocientas hectáreas de bosques, túneles y estanques.
Las puertas del coche se cerraron y ambas salieron echando chispas. Bucky esperó hasta que estuvieron en la carretera principal para poner en marcha su furgoneta. Buscó en el asiento de atrás. Palpó el rifle de caza con mira telescópica y la caja de municiones. Estaba llena. Así se ahorraría una parada.
Salió a la carretera y se metió en la Ruta 41, en dirección a Nueva York.
Sabía muy bien cómo se habían conocido.